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Historia y Concepto de Patrimonio Cultural

1º Grado en Historia del Arte

Facultad de Filosofía y Letras


Universidad de Oviedo

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
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TEMA 1

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
 El concepto de patrimonio. ¿Por qué patrimonio cultural?
El patrimonio como construcción social.

DEFINICIÓN DE PATRIMONIO: El patrimonio, en el sentido en que se entiende hoy en el


lenguaje oficial y en el uso común, es una noción reciente, que incluye de forma
necesariamente vaga todos los bienes, todos los “tesoros” del pasado.

J. P. BABELON y A. CHASTEL, 1980.

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DEFINICIÓN DE PATRIMONIO: Conjunto de bienes culturales y naturales, tangibles e
intangibles, que una generación hereda y transmite a la siguiente con el propósito de
preservar, continuar y acrecentar dicha herencia.”

GEORGINA DECARLI, 2007.

DEFINICIÓN DE PATRIMONIO CULTURAL (UNESCO, México 1982)

El Patrimonio Cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos,


músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas, surgidas del alma popular,
y el conjunto de valores que dan sentido a la vida, es decir, las obras materiales y no
materiales que expresan la creatividad de ese pueblo; la lengua, los ritos, las creencias, los
lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y
bibliotecas."

El significado etimológico del término patrimonio deriva del latín pater monere (las
pertenencias del pater, y por extensión de la familia); la palabra patrimonium concierne a
la herencia familiar. En el derecho romano, el patrimonio es el conjunto de bienes de la
familia, que son bienes a transmitir: el heredero más que un propietario es un depositario.
El patrimonio tenía una dimensión casi sagrada porque se trataba de un bien hereditario
familiar, de un bien que debía ser respetado y protegido. Ya desde sus orígenes,
patrimonio es sinónimo de trasmisión y en algunas lenguas, como la inglesa, herencia y
patrimonio se designan con el mismo vocablo (heritage).

El concepto de patrimonio cultural es subjetivo y dinámico, no depende de los objetos o


bienes sino de los valores que las sociedades en general les atribuyen en cada momento de
la historia y que determinan qué bienes son los que hay que proteger y conservar para la
posteridad. Cada generación redefine los límites conceptuales que caracterizan el objeto
patrimonial y la conciencia patrimonial aparece estrechamente unida a la realidad social,
económica y cultural de cada época.

En rigor, la noción de patrimonio constituye una construcción social representa una


invención y una construcción cultural moderna del mundo occidental. Su significado actual
es el resultado de una evolución histórica iniciada con la Revolución francesa, cuando
surge la noción del patrimonio como una realidad nacional y colectiva. La noción de

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patrimonio, evoluciona y cambia con el paso del tiempo: la patrimonialidad no proviene de


los objetos, sino de la percepción de los sujetos.

El patrimonio cultural constituye un factor de identidad, de diversidad y de cohesión


social de los pueblos, un tesoro de saberes, de valores, de realizaciones materiales y de
tradiciones, un factor de transmisión de la memoria colectiva. Conviene percibirlo en
términos de universalidad, como un recurso colectivo, accesible a todos, como pueda serlo
el aire o el especio público, como un bien público universal de disfrute general, que
debemos preservar (el patrimonio requiere una protección continuada), acrecentar y
transmitir a las generaciones venideras en toda su autenticidad. En un mundo globalizado

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
el patrimonio debe contemplarse desde la perspectiva del interés general, desde el ámbito
del dominio de lo público y de los derechos culturales de toda la humanidad.

Lejos de representar un sector marginal, el patrimonio cultural alcanza en nuestro


tiempo una dimensión extraordinaria: en la actualidad se sitúa en el centro del desarrollo
social, no solo en sus dimensiones culturales, sino también, económicas. Gestionado y
valorizado con criterio ético y racional (que debería comportar la exclusión de todo
mercantilismo movido por el afán de lucro) reporta al mundo contemporáneo una fuente
de desarrollo y prosperidad en nada desdeñable y contribuye al desarrollo sostenible,
consistente en conciliar desarrollo y conservación. La declaración de Helsinki (1996)
define el papel del patrimonio en tanto que trasmisor de valores culturales y elemento de
cohesión social como un importante factor de desarrollo sostenible.

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 Ampliación y diversificación del campo patrimonial

La noción de patrimonio, que durante el siglo XIX comprendía solo los monumentos
históricos, se fue ampliando paulatinamente dentro de un proceso de extensión e inclusión
cada vez más amplio. La visión restringida, monumental y artística del patrimonio que
caracterizó al siglo XIX fue superada durante el siglo XX con la incorporación del concepto
de valor cultural, que permite ampliar la propia noción de patrimonio e incorporar dentro
de la categoría patrimonial realidades materiales y expresiones inmateriales bien diversas
Del monumento al conjunto monumental, los cascos históricos, los sitios patrimoniales.
Pero también otras realidades patrimoniales, como el paisaje cultural, el patrimonio
intangible o inmaterial (incluyendo el digital), el patrimonio etnográfico o el arqueológico,
el industrial, el científico, por mencionar tan solo algunos ejemplos. Tal ampliación del
concepto de patrimonio ha creado el problema de una gran diversidad; los ámbitos de
competencia del patrimonio son muy diversificados y dentro de esta variedad de bienes
culturales, por razones metodológicas y operativas es necesario realizar una primera
distinción fundamental entre patrimonio cultural y patrimonio natural, que tampoco
deben contemplarse como compartimentos estancos e inconexos. Debe tenerse presente
que el denominado entrono cultural engloba todos los aspectos del patrimonio cultural
asociados al paisaje e indisociables de sus dimensiones naturales. Un buen ejemplo lo
hemos contemplado en el entorno cultural de Cuenca, donde el paisaje (las hoces del Júcar
y el Huécar) y con él la naturaleza cobra un papel destacado. De hecho, en la práctica,
resulta difícil separar el entorno natural del entorno cultural.

El patrimonio natural lo constituye el patrimonio geológico, la fauna, la flora, el


patrimonio del agua, los denominados “paisajes naturales”, cada vez más restringidos
como consecuencia de la transformación que han experimentado por la intervención
humana. El lazo entre lo natural y lo cultural viene dado por la intervención del ser
humano en la naturaleza, que crea paisajes humanizados. Hoy se pueden considerar
estrictamente naturales algunos paisajes en los que el hombre no ha domeñado a la

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naturaleza, donde lo cultural no se ha impuesto a lo natural, tales como los desiertos, las
altas cumbres, los grandes bosques sudamericanos, la Antártida, espacios naturales que no
han sido afectados –o lo han sido en muy escasa medida- por el efecto antrópico que
trastoca y altera los valores y recursos de la naturaleza. Cabe señalar que si bien la
naturaleza no es en sí misma “cultural” (e incluso se contrapone a lo que entendemos por
cultural), percibida e interpretada a través de la mirada humana, también adquiere valores
culturales: se transforma en paisaje. A propósito de la preservación de la vida salvaje y del
medio natural en Europa, la Convención de Berna de 1979 declara que “la flora y la fauna
salvajes constituyen un patrimonio natural de un valor estético, cultural, recreativo,
económico e intrínseco que es importante preservar y transmitir a las generaciones

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futuras”.

 Clasificación del patrimonio cultural

Dada la diversidad y la multiplicidad de la realidad patrimonial, existen muchos criterios


a tener en cuenta a la hora de considerar la tipología y la clasificación del patrimonio.
Debido a la complejidad que entraña el patrimonio cultural, cualquier propuesta de
clasificación resulta en última instancia reductiva, cuestionable e incluso arbitraria: un
bien cultural puede formar parte de más de una tipología y entre las distintas formas de
patrimonio se consignan procesos de interacción. Pensemos en los restos de un templo
griego, como el propio Partenón (patrimonio inmueble, patrimonio arqueológico,

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patrimonio arquitectónico). Como todo templo, se concibió para albergar una estatua de
culto, la Atenea Parthénos (patrimonio mueble); las condiciones políticas, sociales y
económicas de su construcción, así como la historia e interpretación del monumento y su
propio significado cultural forman parte del patrimonio inmaterial.

Se establece una primera distinción, fundada en el carácter físico, entre patrimonio


tangible e intangible; dentro del patrimonio tangible, es posible establecer una segunda
diferencia basada en la movilidad entre patrimonio tangible mueble e inmueble, según
el bien patrimonial pueda o no ser desplazado o trasladado.

 PATRIMONIO TANGIBLE O MATERIAL. Patrimonio que tiene una presencia y


una extensión en el espacio.

- INMUEBLE (inamovible): patrimonio construido por, monumentos, obras


de arquitectura e ingeniería, inscripciones monumentales, complejos
monumentales, centros urbanos, sitios arqueológicos, históricos,
etnográficos; paisajes culturales.

- MUEBLE (desplazable): pintura, escultura, piezas de orfebrería, piezas


desgajadas de su ubicación originaria, libros, instrumentos musicales,
colecciones.

 PATRIMONIO INTANGIBLE

Patrimonio viviente y tradicional, formado por un amplio conjunto de prácticas,


representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas. Música, teatro, danza (artes
escénicas e interpretativas, performing arts), Lenguas y literatura, Cultura viva, Saberes y
conocimientos tradicionales, Tradiciones orales y escritas, Networks (patrimonio digital),
Folclore, Espacios culturales asociados a estas prácticas.

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Pero existen muchos otros criterios a valorar, que contemplan las distintas
particularidades de los bienes patrimoniales; en función de los soportes, puede hablarse
de patrimonio fotográfico, patrimonio sonoro, patrimonio epigráfico. En función de la
actividad que genera el patrimonio, puede considerarse el patrimonio industrial, agrícola,
religioso, artesanal, etc. Existe el patrimonio rural, el patrimonio urbano, el patrimonio
acuático y subacuático, el patrimonio costero.

También resulta relevante la distinción entre patrimonio nacional, propio de cada país, y
patrimonio mundial, reconocido en la Convención de la UNESCO de 1972. Pero se cuenta

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con otras modalidades de patrimonio supranacional A este respecto, el Consejo de Europa
también ha reconocido la existencia de un patrimonio europeo. Tras iniciativas tales como
la creación de la Capital de la Cultura Europea o la consolidación de los Itinerarios
Culturales Europeos, recientemente el Consejo ha creado el Sello de Patrimonio Europeo
(2011), marca de distinción patrimonial destinada a la consolidación de la identidad y del
sentimiento de pertenencia a la Unión Europea. El proyecto tiene por meta acrecentar el
diálogo intercultural y la sinergia (cooperación) en el terreno del patrimonio cultural
entre los países que la integran. En la actualidad el plan se encuentra en fase de selección y
agrupación de sitios a los que se otorgará esta etiqueta.

 Evolución histórica de la percepción patrimonial desde la


Antigüedad hasta la Segunda Guerra Mundial

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La afirmación de la conciencia patrimonial de nuestro tiempo es el resultado de un largo
proceso, cuyo origen se remonta a la propia Antigüedad, a la que debemos el origen del
propio término “patrimonio”. Porque patrimonio lo hubo siempre, pero cada época tuvo
su propia percepción del mismo. En este sentido, en algunos aspectos el pasado se
muestra precursor del presente.

 La Antigüedad Clásica

Sin poder hablarse de una visión del patrimonio análoga a la contemporánea, el mundo
clásico tuvo su propia dimensión patrimonial. A título de ejemplo, en la ciudad griega de
época clásica los santuarios, templos y monumentos públicos formaban parte de lo que se
denominaba “ta koiná”, los bienes comunes, pertenecientes a todos los ciudadanos de la
pólis y en la Atenas de Pericles (la Atenas del régimen del démos), los grandes proyectos
monumentales contaron con el consenso de la ekklesía, de la asamblea ciudadana,
cobrando el patrimonio cívico y religioso (comenzando por la antigua y venerada
Acrópolis) una extraordinaria actualidad en la vida pública.

En términos generales, el mundo grecorromano fue consciente del valor religioso,


histórico y artístico de muchos bienes, que se cuidan y se preservan del desgaste del
tiempo, como lo testimonian tantas inscripciones (griegas y latinas) concernientes a la
restauración de monumentos públicos.

Los patrimonios artísticos grecorromanos en buena medida representaban un


patrimonio sagrado. Herencia de los antepasados, cuanto más antiguos eran sus
testimonios, más venerados, como acontecía con las primitivas estatuas cultuales
atribuidas al legendario Dédalo. Los templos, los monumentos destinados al culto heroico,
las estatuas de culto, las ofrendas en los santuarios, los retratos de los antepasados

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(imagines maiorum), representan bienes culturales que se inscriben en el ámbito de lo

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religioso.

Un buen ejemplo de esta valoración sagrada del patrimonio artístico lo encontramos en


Cicerón, el célebre orador latino del siglo I a.C. En los discursos contra Verres, que había
sido pretor de Sicilia, acusa al magistrado de corrupción y apropiación indebida,
denunciando el expolio de obras de arte griego: en las ciudades de la helenizada Sicilia,
Verres se había apoderado de innumerables esculturas originales de Mirón, de Policleto,
de Praxíteles, además de todo tipo de objetos rituales y ornamentales ejecutados en
materiales preciosos, piezas de toréutica, gemas, etc. Cicerón subraya en las Verrinas sobre
todo la sacralidad de las estatuas arrebatadas de los templos y santuarios, que hacían aún
más grave el expolio de Verres, convirtiéndolo en un acto sacrílego: en las palabras de
Cicerón el crimen religioso se acentúa más que el artístico (califica a Verres de “enemigo
de cuánto hay de sagrado”).

Otra prueba de la dimensión religiosa del patrimonio en época clásica puede constatarse
en Pausanias, autor griego del siglo II d.C. En su “Descripción de Grecia”, auténtico

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itinerario cultural por la Hélade peninsular, otorga preeminencia a la descripción de los
santuarios y a la mención de ofrendas sagradas: las obras de carácter civil quedan en muy
segundo plano, con mucha frecuencia omitidas independientemente de su relevancia.

El valor histórico de los monumentos antiguos, el sentido del monumento como


evidencia de la historia, también estuvo presente en la Antigüedad. Plutarco de Queronea,
polígrafo griego que vivió en los siglos I y II d. C. en una Grecia sometida a Roma, en la Vida
de Pericles habla de los monumentos del tiempo de la hegemonía de Atenas (la nueva
Acrópolis en particular) como testimonio histórico del pasado esplendor de la ciudad:
“Pero lo que más encanto y adorno proporcionó a Atenas y mayor asombro a los demás
hombres y lo único que testimonia a favor de Grecia que no fue mentira aquel poder que se
le atribuye y la antigua prosperidad, fue la construcción de sus monumentos”.

Los intelectuales griegos que vivieron bajo dominio romano eran muy conscientes de la
superioridad cultural y patrimonial de Grecia sobre Roma. Al respecto hay otro pasaje de
Plutarco muy revelador: “A la grandeza de las obras y a la construcción de templos y
edificios con que embelleció Pericles Atenas, no son dignos de compararse todos los
monumentos juntos de Roma antes de los Césares”.

La Antigüedad confiere al patrimonio valor religioso, valor histórico, pero también


artístico o, si se prefiere, estético. Piénsese en la Historia Natural de Plinio el Viejo, donde
el célebre enciclopedista latino enjuicia numerosas pinturas y esculturas de época clásica,
obras de los grandes maestros griegos. O el elogio de los monumentos de Pericles en
Plutarco, donde se conjuga la belleza de lo antiguo con la frescura de la obra ajena al paso
del tiempo, como si se tratara de construcciones eternas: “Así siempre florece en ellas
cierto aire nuevo que mantiene su aspecto intocable por el tiempo, como si estas obras
tuvieran mezclado un aliento siempre joven y un espíritu que no envejece”

La Antigüedad Clásica también conoció el expolio de obras de arte (fenómeno tan


antiguo como la propia Historia); así aconteció en Atenas en el transcurso de la Guerra de
Jerjes: en el 480 a.C. los persas ocuparon la ciudad, destruyeron sus monumentos y se
llevaron consigo el grupo originario de Los Tiranicidas que, emplazado en el ágora, poseía
particular significado político e identitario. En Cicerón hemos visto la denuncia del saqueo
de las prósperas ciudades griegas de Sicilia perpetrado por Verres. Con anterioridad ya
habían llegado a Roma innumerables piezas de arte procedentes del expolio de los
cultivados reinos helenísticos. Trasladadas a Roma como botín de guerra, aquellas
estatuas de dioses y héroes arrancadas de los templos y arrebatadas de su entorno físico
habitual, perdieron su sentido originario. Se descontextualizaron y en cierto modo se

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museizaron en sus nuevos emplazamientos y destinos, ya fuera en foros, santuarios,


pórticos o bien en colecciones privadas.

Porque en la Antigüedad Clásica ya aparece el fenómeno del coleccionismo. Surge el


Mouseion, la casa de las Musas destinada a albergar obras de arte que tiene su origen en
Alejandría durante el Primer Helenismo. El fenómeno del coleccionismo representó un
fenómeno habitual en las cortes helenísticas y más tarde entre las élites romanas y
bizantinas. Primero Roma y luego Constantinopla llegaron a atesorar un patrimonio
expoliado de un valor y un prestigio extraordinario, comenzando por las más
renombradas piezas artísticas de época clásica.

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 La Edad Media

Roma sirvió de modelo para los reinos occidentales del Primer Medievo, los monarcas
emulan el mundo romano como emperadores a pequeña escala y, sin ruptura de
continuidad, la cultura vive de los rescoldos del pasado. Durante el Medievo los
monumentos y construcciones públicas grecorromanas, que pierden su funcionalidad,
fueron en buena medida abandonados, destruidos (en particular aquellos consagrados al
culto pagano), sus materiales reaprovechados. El término spolia hace alusión a la
reutilización de materiales constructivos o escultura arquitectónica en nuevos edificios y
la Capilla Palatina de Aquisgrán representa todo un referente.

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En las capillas palatinas se atesoran piezas artísticas provenientes de la antigüedad,
piezas suntuarias aureoladas del prestigio imperial que a menudo se reutilizan con otras
funciones: es el caso de entalles y camafeos antiguos, tantas veces reaprovechados en la
orfebrería prerrománica. En el transcurso de la Edad Media la Antigüedad Clásica se
contempla en términos de continuidad, sin distanciamiento histórico. Y la historicidad
representa una cuestión fundamental para el desarrollo del concepto de patrimonio
histórico. No obstante, en el terreno patrimonial contemplado en su conjunto la actuación
de la Edad Media fue sin duda relevante en muchos aspectos: gracias al trabajo de
transcripción llevado a cabo en los scriptoria (talleres de escritura) de los monasterios
medievales, sobrevivió hasta nuestros días buena parte de la cultura literaria
grecorromana.

 Renacimiento

En los siglos XV y XVI se asiste en Italia a un auténtico redescubrimiento de la


Antigüedad. Se desarrolla un nuevo clima intelectual y artístico en torno a las ruinas
antiguas que evocaban el glorioso pasado de Roma El reconocimiento pleno de la distancia
histórica que separaba inevitablemente el mundo moderno de la lejana Antigüedad llega
con el Renacimiento, que hizo de los monumentos romanos objetos de reflexión, estudio y
contemplación. Para los humanistas del Renacimiento el monumento (que deriva del latín
monere, recordar) es memoria, testimonio del pasado romano, que ahora redescubre bajo
nuevas y fecundas dimensiones. Con el Renacimiento nace la noción de monumento, bien
acotada en el espacio y en el tiempo: tales monumentos eran los legados por la antigua
Roma, aquellos que pervivían en el presente como memoria de una civilización conclusa
hacía muchos siglos y que se contemplaban con plena conciencia del arco temporal que los
distanciaba del presente. Ese distanciamiento connota a los monumentos romanos de
categoría histórica. La relación con los monumentos cambia sustancialmente, siendo
apreciados como piezas de valor que representan la grandiosidad de un pasado (histórico)
que es preciso conservar (Lourés Seoane 2001).

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Cabe señalar que durante el Renacimiento el Papado, empeñado en emular y recuperar el


esplendor de la antigua Roma, decreta las primeras prescripciones destinadas a la
protección del patrimonio antiguo, sobre el que algunos papas del Quattrocento se
mostraron particularmente sensibles: Por poner algunos ejemplos, en 1425 el papa Martín
V ordenó la demolición de edificios de nueva construcción que podían dañar los
monumentos de la Roma antigua; también recuperó un antiguo cargo, muy romano, el
magister viarium, un oficial responsable del mantenimiento y reparación de las calles y de
los puentes; su sucesor Eugenio IV prohibió la extracción de materiales del Coliseo, que
había sido monumento cantera durante siglos. En 1462 el papa Pío II publica la bula Cum
alma nostra, que protegía en términos generales las ruinas de la antigua Roma; el papa

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Pablo III crea una comisión de la Antigüedad, dotada de amplios poderes de tutela.

 El siglo XVIII

Un período destacado en el terreno de la conciencia patrimonial lo representa el siglo


XVIII, el siglo de los viajeros, de los arqueólogos y de los eruditos, el siglo de las Luces o de
la Ilustración, del espíritu crítico y de “la crítica racional. Un ´tiempo en el que surge la
Historia del Arte como disciplina científica de la mano de Joachim Winckelmann” y se
crean los primeros grandes museos de arte, formados a partir de las grandes colecciones
de las cortes y aristocracias europeas. Las primeras colecciones abiertas al público fueron
el British Museum (1753), que fue el primer museo nacional del mundo, la Galería Kassel,

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abrió en 1760 por iniciativa del príncipe ilustrado Guillermo VIII de Hessen-Kassel; el
museo del Louvre lo hizo en 1793, la fundación de los Museos Vaticanos también data de
la segunda mitad del siglo XVIII.

Durante el siglo XVIII se amplía considerablemente el arco espacio-temporal que asume


el “monumento”, ya no limitado exclusivamente a la Antigüedad. Ahora se reconoce
plenamente el estricto valor histórico y documental del pasado medieval. A través de la
erudición dieciochesca aplicada al anticuarismo se abre el camino hacia la apreciación de
los “monumentos medievales” en la esfera del patrimonio histórico. Apreciación que
habría de culminar en la siguiente centuria

 La Revolución Francesa

La Revolución francesa marcó un antes y un después en la historia del patrimonio. Se


movió entre la desafección y la valoración del patrimonio, entre el vandalismo y la
preservación. La actitud de la Revolución ante el patrimonio nos habla de una dialéctica
entre medidas conservacionistas o protectoras y medidas destructoras del pasado, del
despotismo del Antiguo Régimen que se pretendía borrar de la memoria social. Producto
de la Revolución francesa fue la aparición del concepto de monumento histórico y de un
primer aparato administrativo, jurídico y técnico encaminado a la conservación del
patrimonio

Con la Revolución francesa la percepción del patrimonio cobra una nueva identidad, nace
una concepción totalmente nueva, la del patrimonio nacional. Una de las primeras
decisiones de la Asamblea Constituyente fue promulgar un decreto conforme al cual
quedaban a disposición de la nación” los bienes del clero, de los emigrados y de la corona
(1789). Los monumentos ya no eran propiedad individual o particular, sino propiedad
pública, pertenecían a la colectividad de la nación: el movimiento revolucionario puso en
marcha un proceso de colectivización y de nacionalización del patrimonio. En nombre del
interés general, la nación tenía el deber de proteger el patrimonio: con la Revolución

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francesa se reivindica la noción de interés público y colectivo en beneficio de los


monumentos y de los objetos antiguos. Mas no de todos los monumentos. Poco después
del inicio del proceso revolucionario se emitieron varios decretos que daban curso legal a
la demolición de monumentos debido a su significado ideológico: todos los monumentos
del feudalismo debían ser convertidos en pasto de las llamas o destruidos.

En este período se exalta el valor educativo del monumento en tanto que vestigio de la
historia, y ese valor, ese potencial didáctico que contribuye a la formación del ciudadano
justifica de por sí la conservación del patrimonio nacional (propiedad de la comunidad
nacional), hecho que representa una absoluta novedad. La noción moderna de patrimonio

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nace de una preocupación moral y pedagógica, instructiva, en suma.

La disciplina moderna de la conservación/restauración tiene su punto de partida en


1794, segundo año de la República francesa, cuando un decreto de la Convención Nacional,
dirigido a los administradores locales de los departamentos, enunciaba el principio de la
conservación de monumentos. Se trata de una normativa concerniente al modo de
inventariar (inventariar significa identificar, reconocer, inscribir, clasificar) y de conservar
los edificios y las obras de arte dirigida a la administración de la República.

Pero en la práctica la legislación de la Asamblea legitimó a su vez numerosas


destrucciones de monumentos que recordaban la opresión del Antiguo Régimen: “Los
principios sagrados de la libertad, de la igualdad no permiten dejar por más tiempo ante
los ojos de los ciudadanos franceses los elementos erigidos al orgullo, al prejuicio y a la
tiranía”, puede leerse en un decreto de 1792. Monumentos tan destacados como la abadía

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de St Denis, panteón real de la monarquía francesa desde los tiempos merovingios, fueron
profanados, saqueados y mutilados. En París la fortaleza de La Bastilla, de origen
medieval, utilizada como prisión desde los tiempos del Cardenal Richelieu, signo visible
por excelencia del Antiguo Régimen, fue demolida. Cabe recordar que la toma de la Bastilla
el 14 de julio de 1789 representó el símbolo del inicio de la Revolución francesa.

Algunas voces destacadas se elevaron contra la destrucción de los monumentos que el


pueblo juzgaba asociados a la tiranía. Entre ellas, la del abate Henri Grégoire, clérigo
revolucionario miembro del Comité de Instrucción pública, que tomó posición contra los
actos de vandalismo. Grégoire, que redactó múltiples informes, argumentaba que, a causa
de tales actos vandálicos, los franceses eran considerados unos bárbaros por parte del
resto de las naciones. Bien conocida es una de sus sentencias: “los bárbaros y los esclavos
detestan las ciencias y destruyen los monumentos de las artes; los hombres libres los
aman y los conservan”.

Para Gregoire, los monumentos antiguos son como una colección de medallas que deben
ser conservados en su conjunto, en su totalidad: “¿Y qué hombre sensato no tiembla ante
la idea de ver poner el martillo en las antigüedades de Orange o de Nimes? En cuanto a las
de la Edad Media y de los tiempos modernos, en los que las inscripciones no representan
nada contrario a los principios de la igualdad y la libertad, deben ser igualmente
conservados”

El abate Grégoire subraya el valor de documento propio de los monumentos históricos


de todos los periodos y la necesidad de preservarlos en su totalidad: los objetos del
patrimonio deben ser conservados in situ, su desplazamiento sería solo justificable por
razones de conservación.

También cabe destacar la figura de Aubin Louis Millin, que en 1790 redactó un texto
titulado Antiquités Nationales Millin fue el primero en utilizar y definir la expresión
monumento histórico, considerando monumento (en tanto que memoria del pasado), no
solo las construcciones, sino también estatuas, tumbas y otros objetos que hicieran

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referencia a la historia nacional. Monumento significa todo cuanto puede fijar, precisar,

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ilustrar la historia nacional. Criticó ante la Asamblea Nacional la demolición de la Bastilla,
que había sido percibida como un signo de opresión en lugar de valorarse como
monumento histórico, testimonio de la historia de la nación francesa (el origen de la
fortaleza, que protegía la Puerta de San Antonio, se remontaba a la época de Carlos V de
Francia, es decir, al siglo XIV).

 El siglo XIX

Comenzando por el Romanticismo, y como reacción anticlásica, el siglo XIX centró su


atención en los monumentos medievales que, de hecho, constituyeron el núcleo de las
políticas estatales de restauración del patrimonio histórico artístico en los países
europeos. El historicismo romántico supone un retorno a las fuentes medievales; fue
profundamente espiritualista, nacionalista y neomedieval, otorgando particular relevancia
al estilo gótico. El monumento histórico se convierte en el siglo XIX en depositario de los

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valores espirituales, sensitivos e ideológicos atribuidos al mismo por el Romanticismo. El
sentimiento patriótico se identifica con el sentimiento patrimonial.

Los libros de viajes y las publicaciones ilustradas tuvieron una importancia crucial para
difundir el interés por el monumento histórico y la riqueza artística de las distintas
naciones entre capas sociales cada vez más amplias. La publicación más importante en
España fue Recuerdos y Bellezas de España, colección en diez volúmenes debida al
grabador José María Parcerisa con textos de varios autores que apareció entre 1839 y
1872, expresión de la riqueza monumental de la nación. El papel desempeñado por estas
publicaciones fue muy destacado: como recuerda Ignacio González Varas, en ellas el
monumento histórico se convierte en sujeto literario e iconográfico privilegiado,
colocándolo en el centro del interés social. Utilizando el término de G. Dehio y A. Riegl, el
siglo XIX fue un tiempo de Denkmalkultus, de culto al monumento, muy en particular al
medieval

La atención prestada a los monumentos históricos privilegió los debates en torno a la


conservación/restauración que debían aplicarse a los mismos y generó la promulgación de
leyes protectoras en varios países, como Francia e Inglaterra. En este último país, la
intervención estatal en la protección de los monumentos comenzó con la aprobación del
Ancient Monuments Protection Act de 1882.

En materia de conservación patrimonial cabe señalar que durante el siglo XIX tiene lugar
la fundación de la restauración como disciplina científica y práctica profesional. En el
transcurso de la centuria se desarrollan dos teorías de la restauración contrapuestas, una
insular, encarnada en la figura del escritor londinense John Ruskin (1819-1900),
partidario de la conservación extrema, que implica el rechazo de toda forma de
restauración; la segunda continental, representada en particular por el arquitecto parisino
EugèneViollet-le-Duc: la restauración estilística.

Para Ruskin, dentro de una concepción moralista y literaria, el hombre debe dejar que el
objeto/monumento, como si de un ser vivo se tratara, siga su evolución natural: así como
ha experimentado un inicio y un desarrollo, debe conocer un declive y un final. Ruskin se
hallaba imbuido de una concepción biológica de la arquitectura, que consideraba como un
ser vivo que nace, vive y tiene su fin, un final cuyos testimonios naturales son las ruinas.
Tal visión la expresa en obras como “Las Siete Lámparas de la arquitectura” (1849) y “Las
Piedras de Venecia” (1853). John Ruskin no podía aceptar en modo alguno la restauración.
Toda intervención restauradora es para el intelectual inglés una falsificación puesto que

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nadie puede reemplazar al autor originario, como tampoco es posible sustituir el material
constitutivo con que fue realizada la obra: “la conservación de los monumentos del pasado
no es una simple cuestión de conveniencia o de sentimiento. No tenemos derecho a
tocarlos. No nos pertenecen. Pertenecen en parte a los que los construyeron y en parte a
las generaciones que han de venir detrás”.

Conforme a un criterio casi biológico y fatalista, el monumento debe seguir su ciclo de


vida hasta llegar a la ruina (tan valorada por el espíritu romántico que le atribuye gran
poder evocador), y finalmente desaparecer. Es preferible la ruina a la reconstrucción. El
autor inglés defiende con vehemencia la autenticidad histórica del monumento, donde

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
residen las cualidades estéticas y morales del mismo. La restauración implica una
transformación inevitable y degradante del monumento. En “Las Siete Lámparas de la
arquitectura” la sentencia con la mayor severidad: “el primer resultado de una
restauración es el de reducir a la nada el trabajo antiguo. El segundo, presentar la copia
más vil y despreciable, o cuanto más, por cuidadosa y trabajada que esté, una imitación
fría”. Solo considera legítimos y necesarios el mantenimiento y la conservación de los
edificios: “tened cuidado de vuestros monumentos y no tendréis luego la necesidad de
repararlos” En muchos aspectos Ruskin representa un precursor de mentalidad
conservacionista contemporánea, que hace mayor hincapié en la conservación preventiva
y en la intervención mínima. El movimiento “antirrestauro” iniciado por Ruskin será
continuado por William Morris, que comparte con Ruskin el rechazo de la sociedad
mecanizada

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Frente a Ruskin, el francés Eugène Viollet-le-Duc, nombre clave de la restauración del
siglo XIX dentro y fuera de Francia, propugna la reconstrucción del monumento hasta
alcanzar su estado originario, una teoría bien cuestionada y criticada que en su tiempo
alcanzó una amplia difusión continental; dirigió la restauración de numerosos edificios
medievales de renombre (La Magdalena de Vezelay, Nôtre Dame de París, el recinto
amurallado de Carcasona). Su definición de la restauración es la siguiente: “restaurar un
edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es restituirlo a un estado completo que
quizá no haya existido nunca”. Se trata de una doctrina de la restauración se fundamenta
en el purismo estilístico y en la unidad de estilo: trabajar a partir del prototipo ideal. Dota
del máximo valor al estilo original, hasta el punto de aceptar la eliminación de cualquier
añadido o transformación posterior: el objetivo consiste en recuperar a través de la
intervención el supuesto estado original. La unidad de estilo busca ese estado completo
que debe presentar la obra de arte tras la restauración: obra perfecta, acabada: las partes
desaparecidas pueden completarse con elementos inspirados en las formas presentes del
monumento o de otros de la misma época y estilo. La teoría restauradora de Viollet-le-Duc
se fundamenta en la voluntad de reintegrar el monumento para restituir su pretendida
imagen originaria y puede ser calificada de restauración idealista.

La antinomia entre ambas posiciones, la conservación extrema y el fanatismo pasivo de


Ruskin y la restauración estilística, radicalmente intervencionista de Viollet-le-Duc será
superada a fines del siglo XIX y comienzos del XX por el restauro científico, la
restauración científica italiana que tiene su gran teórico y referente en la figura del
arquitecto romano Camillo Boito (1836-1914), que procuró conciliar las posturas
extremas en una síntesis pautada por criterios estrictamente científicos en lo concerniente
a los nuevos materiales y técnicas de restauración. Boito otorgaba preeminencia a la
conservación sobre la restauración (que entiende en términos de consolidación y
reparación, en modo alguno de reconstrucción), procurando salvaguardar a toda costa la
autenticidad del monumento, limitando los añadidos al mínimo posible y diferenciándolos
de forma explícita del material constitutivo del edificio. Para el restaurador italiano el
monumento es un documento de arte y de historia, un elemento esencial para la historia
de la civilización y la restauración no debe alterar la fisonomía propia del mismo, de su

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autor y de su tiempo, pues convertiría el edificio en un falso histórico, en una


mistificación o engaño. En Palabras del restaurador, “conviene dejar incompleto e
imperfecto todo lo que se encuentra incompleto e imperfecto” En Boito se halla presente la
idea innovadora de que la restauración debe velar por la conservación de todos los
elementos posibles, a fin de preservar la autenticidad de la obra. La labor de Boito será
proseguida por Gustavo Giovannoni, que en los años veinte del pasado siglo prestó
particular atención al patrimonio urbano, para definir una identidad superadora del simple
monumento aislado, que a partir de Giovannoni se percibe contextualizado en el
entramado urbano.
Un trabajo profundamente reflexivo sobre las actitudes vinculadas a la noción de

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monumento histórico fue acometido a comienzos el siglo XX por el gran historiador del
arte vienés Alois Rielg (1858-1905). En su obra Der moderne Denkmalkultus (El culto
moderno de los monumentos), publicada en 1903, emprende un análisis crítico de carácter
teórico y estético sobre la noción de monumento histórico, en el que confluyen tres
categorías de valores: el valor de la rememoración, de mantenimiento y transmisión de
la memoria: el monumento fue creado con el fin de mantener vivas y presentes
determinados contenidos simbólicamente expresados; el valor histórico , conforme al
cual el monumento representa el documento de una etapa determinada en la evolución de
los estilos (este valor fue encumbrado a una posición dominante en la cultura historicista
del siglo XIX) y, finalmente el valor de antigüedad, que consiste en el reconocimiento y
aprecio de los signos impresos por el paso del tiempo en el edificio. Este último valor, de
ancianidad resulta inmediatamente perceptible por todos, no requiere ningún
conocimiento histórico o científico, sino que es producto de la simple percepción sensorial.

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A diferencia del valor histórico que reenvía a un saber, la “ancianidad”, que las huellas del
tiempo no han cesado de imprimir sobre el monumento, es apreciable por todos de forma
inmediata.

 El siglo XX hasta la Segunda Guerra Mundial

El pasado siglo ante todo se caracteriza por el proceso de internacionalización de los


temas patrimoniales, rebasando el marco nacional en el que se habían percibido durante el
siglo XIX. Especialmente tras la Primera Guerra Mundial, el Patrimonio deja de ser una
cuestión nacional, de cada estado, para adquirir un carácter supranacional.

Un paso importante en este aspecto lo representó la creación de la Sociedad de Naciones


(Conferencia de París, 1919); dentro de esta sociedad se organizó la Comisión
Internacional de Cooperación Intelectual, que pretendía potenciar las relaciones culturales
entre los distintos países. Contaba con dos filiales, la Oficina Internacional de Museos y el
Instituto de Cooperación Internacional.

La tarea más destacada de la Oficina Internacional de Museos fue la organización de la


Conferencia Internacional para la Conservación de los Monumentos Históricos, celebrada
en Atenas en 1931, en la que se elaboró el primer documento internacional para la
conservación y restauración del patrimonio, la célebre Carta de Atenas que, a diferencia de
otros documentos posteriores (Como la Carta de Venecia de 1964), implicaba casi
exclusivamente a los estados europeos. Pero si bien no utiliza la expresión patrimonio
cultural (expresión que será empleada por primera vez en un decreto de 1959 de André
Malraux, siendo Ministro de Cultura de Charles de Gaulle), la Carta de Atenas habla del
patrimonio artístico y arqueológico de la humanidad, cuya conservación interesa a
todos los estados, a los que la carta invita a una colaboración cada vez más extensa y
concreta.

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Entre los expertos que participaron en la Conferencia Internacional de Atenas de 1931 y


en la elaboración de la Carta, figuró el ingeniero Gustavo Giovannoni, discípulo directo de
Camillo Boito, y con él la doctrina innovadora del restauro científico, que en buena medida
inspiró los principios expuestos en el documento. Ese mismo año habría de publicarse la
Carta Italiana del Restauro, que sintonizaba plenamente con los postulados enunciados en
la Carta de Atenas.

Menos de una década después de la celebración de la Conferencia Internacional, los


principios enunciados en la Carta de Atenas se verían desbordados ante el estado de
emergencia general que supuso el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

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