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El primer texto en espanglish de la historia

Jesús Laínz

El llamado Sexenio Revolucionario, inaugurado con la triunfal expulsión de Isabel II en 1868


y concluido con el triunfal recibimiento a su hijo Alfonso XII seis años después, fue una de las
épocas más agitadas de la historia de España. Aquéllos fueron días en los que se adoptaron
medidas tan importantes como la abolición de la esclavitud o la introducción de la peseta como
unidad monetaria nacional, pero también los de la última carlistada, el frenesí federalista, el caos
cantonal y el "¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!" del presidente Figueras.

Otra de las medidas novedosas tomadas por el gobierno provisional presidido por el general
Serrano fue la primera declaración oficial a favor de la libertad de cultos, cuyo principal
responsable fue el ministro de Gracia y Justicia, el liberal y destacado masón Antonio Romero
Ortiz, que proclamó lo siguiente:

Hace dos meses el pueblo español constituía una excepción dolorosa, tristísima en Europa; era el
único pueblo en Europa y en el mundo en que existía la unidad religiosa con exclusión de todos
los cultos. Pero la transformación ha sido completa. El edicto del siglo XV, que había expulsado
de España a los israelitas, está derogado. El gobierno provisional ha concedido autorización a los
protestantes para que puedan levantar un templo en Madrid. La libertad religiosa es ya un hecho
en España.

Es fácil imaginar la polémica que se organizó. La prensa, tanto la favorable a la medida


gubernamental como sobre todo la contraria, se llenó durante meses de artículos de singular
ardor. Por ejemplo, el diario católico El Pensamiento Español protestó así cinco días después de
la declaración ministerial:

Se nos ha dicho por una persona digna de entero crédito que en Teruel ha sido preso y permanece
todavía en la prisión un respetable sacerdote que desde el púlpito pidió a la Virgen que no
consintiera la erección de una sinagoga o de un templo protestante junto al templo del Hijo de
Dios. Si el hecho es cierto, no tenemos palabras bastante duras para calificar un acto de
arbitrariedad semejante. ¡Cómo! ¿No es permitido a un sacerdote de Jesucristo abogar por la
unidad católica desde la cátedra del Espíritu Santo, y en nombre de la libertad del pensamiento
se permite a todos los demagogos proferir blasfemias e impiedades en la plaza pública? ¿Se
persigue como un criminal al que habla la verdad en nombre de la Verdad Suma, y se toleran
todos los errores y todos los absurdos y la deificación de las más innobles pasiones? Tolerantes
liberales, ¿en qué quedamos? ¿Es para vosotros solos la libertad o es para todos? Tened de una
vez valor para decirlo terminantemente, y no descubráis en vuestros actos la hipocresía de
vuestras palabras.

Otro de los molestados por las medidas religiosas de los nuevos gobernantes fue el muy
tradicionalista José María de Pereda, el egregio novelista montañés que acabaría siendo
elegido diputado carlista poco tiempo después. A lo largo de su carrera como escritor, que se
prolongaría hasta los primeros años del siglo XX, Pereda utilizaría a menudo su afilada pluma
para defender su opiniones políticas y atacar las contrarias. Por ejemplo, con su novela Don
Gonzalo González de la Gonzalera (1879) ridiculizó la revolución mediante su traslado a una
pequeña aldea montañesa, mientras que con su artículo "Un sabio" (1876), desternillante
caricatura del krausismo, logró una obra maestra de la sátira política.

Pero una década antes, siendo todavía un treintañero que hacía sus primeras armas literarias, la
apertura de España a los cultos no católicos le espoleó para escribir el primer texto en
espanglish de la historia. Pues sucedió que un clérigo protestante inglés, esperanzado por la
decisión del gobierno español, presentose en Cartagena dispuesto a predicar su fe en tierra de
papistas. Al parecer, mientras habló de Dios y sus atributos la cosa marchó sin problema. Pero
cuando se le ocurrió poner en duda el misterio de la Inmaculada Concepción, sus piadosos
oyentes lo corrieron a gorrazos hasta un navío de su nación, en el que tuvo que refugiarse.

El socarrón Pereda frotose las manos, desenvainó la pluma e imaginó así la carta de protesta de
un pastor inglés:

Mister Romero, Ministerio de los busines de la catolic Churcha de Espania.

My dear sennior: Yo llego respectifulamente a decir a fosted que en averiguando your


benevolence por la implantamienta in Espania del libre culto, yo estuve llevado del jantusiasmo
de mi pastoral ejercimiento, por esprandiendo mis predications in ese country. En aquel medio,
yo puse in, en mis equipamientos de departo para Espania, tres Hransands de Biblias y nove
paquetas de water proofs que por haciendo un ponita negocio a vostros countrimanes, yo era,
myself, posible exhargarlos a ellos en my predications, a veinte schilines cache.

Bien: yo tomo informaciones de que un Rev. reformado english evanguelista ha sido justo de
bredicar fuertemente ahí que dona María, Cristo’s mother, era no santa vierge, by lo que the
catolic people, yo digo, popular stupid crowd, cayó ponitamente un puquito forte sobra el english
minister que tomó de la vía for salvando himself la pelieca.

Ajora, dos guestiom: Primera. ¿Son yusted rectificado fuertemente en las de su people libre
cultistas aspirations, como esos news-papeles imprentan every triqui-traca? Segunda. Ereigtando
epanquelicas churchas en Espania, ¿ellas serán menos puquito warrantadas que las católicas
contra la derrumbamienta por yours countrimanes?

Esperando por su responsa, yo estoy, senior don Romero, trulemente devotado de su senioria.

Rev. Williams Ingilis Manquitos.

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