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INTRODUCCIÓN AL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Los obispos en comunión con el Papa ofrecen la interpretación auténtica de la palabra de


Dios.
“Magisterio” significa el oficio de maestro. Aquí, evidentemente, el maestro es la Iglesia.
Por lo demás, lo mejor es dejar que responda a la pregunta el Catecismo de la Iglesia
Católica. Contiene un pequeño epígrafe que se titula así –El Magisterio de la Iglesia-, y
comprende tres puntos: 85, 86 y 87.
El primero –el nº 85- vale la pena transcribirlo entero:
“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido
encomendado solo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma”.
Aquí tenemos la definición, en gran parte (hasta la palabra “Jesucristo”) tomada del
Concilio Vaticano II.
Quizás convenga aclarar que “vivo” significa que sigue ejerciendo su labor, que no es cosa
del pasado.
El siguiente punto –el nº 86- aclara:
“El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio”.
O sea, que no puede enseñar algo que no esté en la Revelación de Jesucristo
(explícitamente o que se deduzca directamente de ello), ni cambiarlo. Su deber es
custodiarla. Todo este punto vuelve a ser una cita del Concilio Vaticano II.
El último punto –el nº 87- señala la consecuencia de lo anterior para los católicos: que hay
que obedecerle.
Aquí la cita no es solo del Concilio, sino también de los Evangelios, de las palabras de Jesús
recogidas por (San Lucas 10,16):
“El que a vosotros escucha a mí me escucha”.
O sea, que el Señor no estaba ni está dispuesto a que su doctrina se perdiera o se
desfigurara con el paso del tiempo, y dejó en manos de la Iglesia, por boca del Papa y los
obispos, su custodia, con la asistencia del Espíritu Santo.

El magisterio de la Iglesia (latín Magisterium Ecclesiae) es la expresión con que la Iglesia


católica se refiere a la función y autoridad de enseñar que tienen el papa (magisterio
pontificio) y los obispos que están en comunión con él.
Dice el Catecismo de la Iglesia católica:
"El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido
encomendado sólo al magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo
de Roma." (No. 85).
Dentro del magisterio eclesiástico se distinguen:
1. El magisterio solemne (o extraordinario): es ejercido por un concilio ecuménico o
por el papa cuando define ex cathedra una doctrina de fe. Según la doctrina
católica, el magisterio solemne es infalible (no puede contener error) e incluye las
enseñanzas excathedra de los papas y de los concilios convocados y presididos por
él.
2. El magisterio ordinario: también llamado magisterio ordinario y universal, es el
ejercido habitualmente por el papa y por los obispos que se hallan en comunión
con él en sus respectivas diócesis; también por los concilios en cuestiones de índole
pastoral (que no involucran enseñanzas infalibles), y por las conferencias
episcopales.
Aunque se insta a los fieles católicos a creer y proclamar no solo el magisterio solemne,
sino también el magisterio ordinario, cabe que decisiones ulteriores del magisterio alteren
o contradigan el contenido anterior de este último.
Dice el Código de Derecho Canónico:
Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios
escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la
Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio
solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la
común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están
obligados a evitar cualquier doctrina contraria. (Canon 750, libro III)
La obligación del fiel católico es creer y defender activamente todo lo que enseña el
magisterio eclesiástico sagrado, «con la plenitud de su fe», y también lo que enseña el
magisterio ordinario, pero con un grado menor.
“Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es
negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor,
esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de
nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que dio los diez
Mandamientos, es regida y gobernada nuestra Santa Madre Iglesia”. Ignacio de Loyola,
Ejercicios espirituales, 365.

Magisterio Pontificio.
Para la Iglesia católica, el Magisterio Pontificio corresponde al conjunto de cartas,
encíclicas, constituciones apostólicas, breves pontificios, exhortaciones apostólicas, motu
proprio, entre otros documentos, emanados por la Autoridad Pontificia, es decir, por el
Papa. Estos documentos que conforman el Magisterio Pontificio tienen carácter educativo
y pastoral, y responden a alguna necesidad de las comunidades que el Sumo pontífice
puede notar, y de la cual quiere dar orientaciones.
No conviene confundir con el Magisterio de la Iglesia, de más amplio significado.
Cartas apostólicas.
Constituciones Apostólicas.
Encíclicas.
Exhortaciones Apostólicas.
Motu Proprio.
Otros Documentos:
Existen otros documentos, como mensajes para las diversas jornadas de la Cristiandad, así
como las homilías, oraciones y meditaciones del Ángelus y del Regina Coeli, discursos, y
cartas, que forman también parte del Magisterio Pontificio, pero que, dado a su
dedicación a una actividad o situación específica, no figuran oficialmente en el catálogo del
Magisterio.

1. Introducción al Magisterio de la Iglesia


Introducción:
1.1 Autenticidad del Magisterio
1.2 Tradición
1.3 Concilios
1.4 Interpretación del Magisterio
1.5 La indefectibilidad de la Iglesia
1.6 Documentos Pontificios
1.7 Características del Magisterio de la Iglesia

Introducción:
El Magisterio de la Iglesia siempre ha sido motivo de polémica, como lo fue la Iglesia
misma, y el propio Cristo, mientras vivió en el mundo. Pero en la actualidad, se acentúa
este problema por la crisis general de la era moderna, en la que se rechaza toda
manifestación de una autoridad que no se haya elegido.
Puede agregarse el desconocimiento habitual del contenido del Magisterio, otra
característica de la época. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que del nuevo Catecismo se
han publicado diez millones de ejemplares, cantidad que impresiona, pero que representa
el uno por ciento (l %) del total de católicos existentes en la actualidad. Es decir, que el 99
% de los católicos del mundo, nunca han tenido ni siquiera un Catecismo en sus manos.
El Concilio Vaticano II definió a la Iglesia “como un sacramento”; esta frase no pretende
afirmar que se añade a los siete sacramentos conocidos uno más. Se trata de argumentar
que, así como los sacramentos son instrumentos de Cristo para distribuir su gracia entre
los hombres, la Iglesia es una institución que sirve a Cristo de instrumento para realizar la
salvación de los hombres.
Es claro que siempre son gratos a Dios quienes le temen y practican la justicia, pero no es
menos cierto que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, y que Él instituyó a
la Iglesia como instrumento necesario de salvación.
“Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica
fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a
entrar o a perseverar en ella.” (Lumen Gentium, p. l4)
Cristo no dio a su Iglesia sólo los sacramentos, sino que le dio su Palabra, o sea el conjunto
de su mensaje, para que lo transmitiera fielmente a todos los hombres de todas las
generaciones. Esto significa que la Palabra de Dios nos llega necesariamente canalizada
por el conducto de instrumentos humanos. Cuando Rousseau exclamaba:
¡Cuántos hombres entre Dios y yo!, mostraba que no había captado la profunda dimensión
de la sacramentalidad de la Iglesia, es decir, lo divino operante por medio de instrumentos
humanos.
Ya los gnósticos, en el siglo II, distinguían la Iglesia institucional de la Iglesia carismática e
invisible. También la Reforma Protestante postula la fe sin intermediarios y la Escritura sin
intérpretes.
Lo más grave es que actualmente se nota un neo protestantismo en ámbitos católicos, que
se traduce en la desconfianza y la crítica permanentes a la Iglesia "oficial", la jerarquía. El
Magisterio advierte con claridad:
“...la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la
asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con
los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más
bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro
divino.” (Lumen Gentium, p. 8)
Debe aceptarse, asimismo, que el Magisterio eclesiástico no es científico. Pío XII lo explica
así: “El Magisterio de la Iglesia no es científico, sino testimoniante. Es decir, no se funda en
las razones intrínsecas que se dan, sino en la autoridad del testimonio. De aquí que, aún
cuando a alguien, en una ordenación de la Iglesia, no parezcan convencerle las razones
alegadas, sin embargo, permanece la obligación de la obediencia.” (Acta Apostolicæ Sedis
46 [l954] 67l/672)
Esto explica la importancia que los evangelistas atribuyeron a los milagros como signos de
la autoridad de Jesús:
“Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed a las obras
(aunque no me creáis a mí), para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mi y yo en el
Padre” (Jn l0,37-38).
El proceso es resumido por San Agustín:
“Por sus milagros se conquistó la autoridad, por su autoridad mereció la fe, por la fe
congregó la multitud”.

Tema 1.1. Autenticidad del Magisterio.


En nuestra época se ha generalizado la convicción de que la humanidad ha llegado a su
mayoría de edad, lo que fundamenta la resistencia a toda heteronomía - normas que
provienen de afuera - y a todo dogmatismo doctrinal. Por eso es necesario insistir en que
fue Cristo quien envió a sus apóstoles con la misión de predicar el Evangelio.
De allí surge la autenticidad del Magisterio, tanto de los apóstoles como de sus sucesores,
los obispos, a quienes entregaron la antorcha viva de la misión recibida, mediante el rito
de imposición manos. Entonces, la regla segura para conocer la verdadera doctrina de los
apóstoles es el consenso de los obispos, que descienden de ellos. San Ireneo y otros,
componen las listas de los obispos, que se suceden unos a otros hasta entroncar con un
apóstol.
La misión de los apóstoles y de sus sucesores es la de enseñar todo y solo el Evangelio. La
predicación de la Iglesia se basa en la conservación íntegra del depósito de la revelación
cristiana. De allí el término jurídico “depósito” que utiliza San Pablo al exhortar a Timoteo
a custodiarlo fielmente.
Ni los apóstoles, ni los obispos, ni la Iglesia, son dueños de él; lo han recibido para
transmitirlo fielmente, hasta la consumación de los siglos y para devolverlo intacto al final
de los tiempos. Y esto, de tal forma, que ni un ángel del cielo podrá quitar ni añadir cosa
alguna (Gál l,8).
La autoridad del Magisterio eclesiástico no es otra cosa sino un carisma al servicio de la fiel
transmisión y de la mayor eficacia de la Palabra de Dios. Por eso, cuando la Iglesia define
un dogma de fe, en realidad no está imponiendo nada. Lo que hace es testificar, constatar
con certeza que una verdad está contenida en la revelación cristiana. El acto de fe en un
dogma definido no es fe a la Iglesia, sino fe a la Palabra de Dios, que nos llega por medio
del testimonio de la Iglesia. Entonces, incluso a nivel histórico, dejando de lado lo
sobrenatural, debe admitirse que en el Magisterio de la Iglesia existe una credibilidad en la
transmisión del mensaje que difícilmente puede superar otra institución humana. Pues
cualquier otra institución normalmente cambia a través del tiempo. La Iglesia, por el
contrario, depende de la fidelidad al mensaje primitivo, sin adulteraciones ni agregados
que pongan en peligro su contenido original.
Un problema a dilucidar es el de los libros inspirados. Los apóstoles escribieron o
supervisaron la redacción de estos libros, que, por ser inspirados por Dios, son
verdaderamente Palabra de Dios. Por lo tanto, los protestantes sostienen que no es
necesario el Magisterio, para quienes es suficiente la Escritura sola. Es que el Magisterio
no está sobre la Sagrada Escritura; está para garantizar su correcta interpretación, por
“aquellos que en la Iglesia poseen la sucesión desde los apóstoles y que han conservado la
Palabra sin adulterar e incorruptible” (San Ireneo).
La historia muestra que todas las herejías se han basado en alguna expresión bíblica
separada de su contexto vital. Los libros inspirados no pueden entenderse sino dentro de
la fe de la Iglesia, en la que han nacido. Este es un principio de hermenéutica sensato y
natural; San Agustín exclamaba: “Yo no creería en el Evangelio si no me impeliera a ello la
autoridad de la Iglesia”. La credibilidad del Magisterio se funda en tres razones:
a) “recibieron del Señor la misión de enseñar a todas las gentes”. El apóstol es un delegado
el maestro, un embajador que lo representa con plenos poderes.
b) Cristo prometió “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Los
hombres tienen que creer en él porque fuera de él no hay salvación posible. Pero el único
acceso para llegar a él es el testimonio de los apóstoles y de sus sucesores. Sería indigno
de Dios no ofrecer las garantías necesarias de que ese testimonio es confiable.
c) “Para el desempeño de su misión, Cristo Señor prometió a sus apóstoles el Espíritu
Santo” (Lumen Gentium, 24). De aquí se sigue que los fieles deben aceptar la doctrina de
su obispo en materia de fe y costumbres y “adherirse a ella con religiosa sumisión de
voluntad y entendimiento” (Id, 25).

Tema 1.2 Tradición.


Del modo indicado se inicia el proceso de “tradición” de la revelación. Iglesia y tradición
están, pues, íntimamente ligadas entre sí, desde el tiempo en que no existían aún los libros
del Nuevo Testamento. Las cartas pastorales a Timoteo y Tito, con su insistencia en la
necesidad de permanecer firmes en el depósito de la fe transmitida por los apóstoles,
fundamentan bíblicamente el principio de la tradición. A esta tradición, que se remonta a
los testigos oculares, le corresponderá mantener viva y fiel la memoria de Cristo por todas
las generaciones.

La tradición precede y engloba incluso la redacción de los textos del Nuevo Testamento,
que entrarían luego a formar parte de la lista oficial de los libros canónicos. El anuncio de
la buena noticia, funda la Iglesia; el grupo de los que, habiendo creído en el Evangelio,
constituirán la comunidad que prolongará en el tiempo la de los discípulos inmediatos de
Jesús.
La Tradición obedece a una doble exigencia: de fidelidad y de progreso. “Esta Tradición
apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la
comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan
y estudian repasándolas en su corazón...” (Dei Verbum, 8). La Tradición, entonces, no es
sinónimo de inmovilidad y conservadorismo. Von Balthasar ha hecho notar que todos los
cismas de la historia han tenido su origen en una actitud conservadora. El cisma de
Oriente, se debió a que se reconoció hasta el II Concilio de Nicea, únicamente. Para la
Reforma, era válido lo que estaba consignado literalmente en la Escritura.
A veces, sin embargo, no resulta fácil determinar lo que se puede reformar en la Iglesia.
Un ejemplo es el de la admisión de las mujeres al sacerdocio. Algunos han sostenido que
es una tradición puramente eclesiástica. Pablo VI, y luego Juan Pablo II han sostenido que
existe una tradición válida, que se impone a la Iglesia, y frente a la cual no poseen
autoridad para introducir modificaciones. El pontífice lo explica así:
“En el vasto trasfondo del gran misterio, que se expresa en la relación esponsal entre
Cristo y la Iglesia, es posible también comprender de modo adecuado el hecho de la
llamada de los doce. Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un
modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su
comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al
uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo. Por lo tanto, la
hipótesis de que haya llamado como apóstoles a unos hombres, siguiendo la mentalidad
difundida en su tiempo, no refleja completamente el modo de obrar de Cristo.” (Mulieris
Dignitatem, p. 26)

Tema 1.3 Concilios.


Uno de los errores más comunes en nuestra época, es pensar que la Iglesia Católica recién
adquirió su pleno desarrollo con el Concilio Vaticano II, ignorando que se celebraron,
antes, otros veinte Concilios, en los que se esclarecieron dudas y se precisaron conceptos.
En un rápido repaso, mencionaremos algunos de los Concilios más importantes de la
historia de la Iglesia.
NICEA (325): convocado por el Emperador Constantino. Condenó la herejía Arriana, que
sostenía que Cristo es una criatura de Dios. Definió: la identidad de naturaleza de Padre e
Hijo, con la misma sustancia.
EFESO (431): condenó la herejía Nestoriana, que separaba las dos naturalezas de Cristo.
Definió: la unión hipostática de las dos naturalezas; y reconoció a la Virgen María como
Theotokos, Madre de Dios.
CALCEDONIA (451): condena el monofisismo, que afirma que existe en Cristo una sola
naturaleza, la divina.
CONSTANTINOPLA III (680): condena el monotelismo, que sostiene que existe una sola
voluntad en Cristo. Define: hay dos voluntades en Cristo.
NICEA II (787): Declara legítimo el culto a las imágenes religiosas, que había sido prohibido
por el Emperador León. Distingue: veneración, que se debe a la Virgen y a los Santos, y la
adoración (latría) que corresponde únicamente a Dios.
TRENTO (l545/l563): considerado el más importante de los Concilios, pues perfeccionó
todos los fundamentos doctrinarios: sacramentos, Misa, pecado original, seminarios,
justificación.
VATICANO I (l869): precisó la doctrina frente a errores liberales, y fijó la infalibilidad
pontificia.
VATICANO II (l962/l965): aprobó l6 documentos pastorales, de los que el más importante
para la enseñanza social es la Constitución Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo.

Tema 1.4. Interpretación del Magisterio.


En l993, en un discurso dirigido a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica, Juan
Pablo II se refirió al problema de la interpretación de la Palabra de Dios:
“La docilidad al Espíritu Santo produce y refuerza otra disposición, necesaria para la
orientación correcta de la exégesis: la fidelidad a la Iglesia. El exegeta católico no alimenta
el equívoco individualista de creer que, fuera de la comunidad de los creyentes, se pueden
comprender mejor los textos bíblicos. Lo que es verdad es todo lo contrario, pues esos
textos no han sido dados a investigadores individuales para satisfacer su curiosidad o
proporcionarles temas de estudio e investigación (Divino Afflante Spiritu; Enchiridion
biblicum, 566); han sido confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo,
para alimentar su fe y guiar su vida de caridad. Respetar esta finalidad es condición para la
validez de la interpretación.” (p. 10)
“También el Concilio Vaticano II lo ha afirmado: Todo lo dicho sobre la interpretación de la
Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y
el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios (Dei Verbum, l2).”(p. 10)
“No habían transcurrido cinco años de la publicación de la Divino Afflante Spiritu, cuando
el descubrimiento de los manuscritos de Qumram arrojaron nueva luz sobre un gran
número de problemas bíblicos y abrieron otros campos de investigación.”(p. 12)
“La Biblia ejerce su influencia a lo largo de los siglos. Un proceso constante de
actualización adapta la interpretación a la mentalidad y al lenguaje contemporáneos. El
carácter concreto e inmediato del lenguaje bíblico facilita en gran medida esa adaptación,
pero su arraigo en una cultura antigua suscita algunas dificultades. Por tanto, es preciso
volver a traducir constantemente el pensamiento bíblico al lenguaje contemporáneo, para
que se exprese de una manera adaptada a sus oyentes. En cualquier caso, esta traducción
debe ser fiel al original, y no puede forzar los textos para acomodarlos a una lectura o a un
enfoque que esté de moda en un momento determinado.” (p. 15) .
La Congregación para la Doctrina de la Fe, ha indicado los límites que deben respetar los
teólogos en la tarea de investigación:
“Aunque la doctrina de la fe no esté en tela de juicio, el teólogo no debe presentar sus
opiniones o sus hipótesis divergentes como si se tratara de conclusiones indiscutibles. Esta
discreción está exigida por el respeto al pueblo de Dios (cfr. Rom. l4, l-l5; l Col. 8, l0. 23-33).
Por esos mismos motivos ha de renunciar a una intempestiva expresión pública de ellas.”
“De igual manera no sería suficiente el juicio de la conciencia subjetiva del teólogo, porque
ésta no constituye una instancia autónoma y exclusiva para juzgar la verdad de una
doctrina.”
“En diversas ocasiones el Magisterio ha llamado la atención sobre los graves
inconvenientes que acarrean a la comunión de la Iglesia aquellas actitudes de oposición
sistemática, que llegan incluso a constituirse en grupos organizados. En la Exhortación
apostólica Paterna cum benevolentia, Pablo VI ha presentado un diagnóstico que conserva
toda su actualidad. Ahora se quiere hablar en particular de aquella actitud pública de
oposición al magisterio de la Iglesia, llamada también disenso, que es necesario distinguir
de la situación de dificultad personal, de la que se ha tratado más arriba. El fenómeno del
disenso puede tener diversas formas y sus causas remotas o próximas son múltiples.
Entre los factores que directa o indirectamente pueden ejercer su influjo hay que tener en
cuenta la ideología del liberalismo filosófico que impregna la mentalidad de nuestra
época.”
Tema 1.5. La indefectibilidad de la Iglesia
La afirmación de que la Iglesia es indefectible -que no puede faltar- expresa una triple
certeza:
l) que no desaparecerá a lo largo de la historia;
2) que seguirá existiendo tal como Cristo la ha querido, sin sufrir cambios sustanciales que
equivaldrían prácticamente a su destrucción;
3) que se mantendrá fiel a Cristo.
La indefectibilidad de la Iglesia descansa en la promesa del Señor de permanecer siempre
con ella y de defenderla de los ataques del Mal. El Vaticano II ha expresado esto en un
texto muy denso, que excluye interpretaciones simplistas:
“Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con
el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la
fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa
digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por
la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso” (LG, 9).
Entonces, la confianza de la Iglesia en su fidelidad no es fruto de la soberbia humana, sino
de la confianza en la gracia de Dios. Por otra parte, ningún miembro de la Iglesia, en
particular, tiene garantía de perseverar en la fe. Incluso los grupos como tales, pueden
apartarse de la fe, dando origen a sectas heréticas. La garantía se le da a la Iglesia en su
totalidad, por lo que es imposible que toda la Iglesia pueda caer en un error que la ponga
en contra del evangelio de Jesucristo. Dice el Concilio:
“La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Espíritu Santo, no puede equivocarse
cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido
sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando desde los obispos hasta los últimos laicos
presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres” (LG, l2).
Lo que se describe así es el llamado sensus fidei, o sentido común de la fe, que es uno de
los filones de la tradición. El magisterio de Pío IX, al definir el dogma de la inmaculada
concepción de María (l854), y el de Pío XII, al definir el dogma de la asunción corporal al
cielo de la Virgen (l950), se apoyaron en el sensus fidei. En efecto, ambos papas pidieron a
los obispos que informaran sobre la vivencia al respecto, del clero y de los fieles, antes de
proclamar el dogma.
Tema 1.6. Documentos Pontificios
El Sumo Pontífice utiliza los siguientes tipos de documentos:

CARTAS ENCICLICAS: documentos del papa, dirigidos a los Obispos, sobre un tema
importante. El título consigna las primeras palabras del texto, generalmente en latín.
EPISTOLAS ENCICLICAS: son poco frecuentes y se usan para dar instrucciones, por ejemplo,
sobre un Año Santo.
CONSTITUCION APOSTOLICA: por este medio, el papa ejerce su autoridad sobre temas
administrativos. Por ejemplo, creación de una nueva Diócesis.
EXHORTACION APOSTOLICA: se utiliza normalmente después de un Sínodo de Obispos.
Ejemplo: “Catechesi Tradendae”, sobre la catequesis en nuestro tiempo, l6-l0-l979.
CARTA APOSTOLICA: dirigida a un grupo de personas: A las familias, a las Mujeres.
BULA: utilizada para asuntos judiciales; ej.: “Unigenitus”, que condenó la tesis jansenista
sobre la gracia irresistible (l7l3).
MOTU PROPRIO: documento en que se expresa el Papa “por sí mismo”. Ej.: la
proclamación de Sto. Tomás Moro como Patrono de los Políticos y Gobernantes (3l-l0-
2000).

Tema 1.7. Características del Magisterio de la Iglesia


Podemos clasificar las formas del magisterio, con el siguiente cuadro:
AUTENTICO:
- De los obispos en su Diócesis respectiva
- De las Conferencias Episcopales
- Del Papa, en su Magisterio Ordinario
INFALIBLE:
- De todos los Obispos, con el Papa, en consenso unánime
- De los Concilios Ecuménicos, cuando definen
- Del Papa, cuando habla “ex Cathedra” (desde la cátedra), con la intención de definir una
verdad.
El Código de Derecho Canónico, 749,l establece:
“En virtud de su oficio, el Sumo Pontífice goza de infalibilidad en el magisterio, cuando,
como supremo pastor y doctor de todos los fieles, a quien compete confirmar en la fe a
sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina que debe sostenerse en materia
de fe y costumbres.”
El Concilio Vaticano I fijó las condiciones que se requieren para que el magisterio del papa
sea infalible:
l. El Papa enseña como pastor y doctor universal; no como doctor privado ni como Obispo
de Roma.
2. El Papa define, es decir, pronuncia un juicio definitivo e irrevocable en el futuro, ni por el
mismo papa, ni por otro, ni por un Concilio.
3. El Papa ejerce su suprema autoridad apostólica, lo cual implica que obre con entera
libertad y no por coacción.
4. El Papa define una doctrina sobre fe y costumbres; no está limitada a la Revelación.
5. Debe ser sostenida por la Iglesia universal: obliga a toda la Iglesia, no a una parte, y a un
asentimiento absoluto e irrevocable.
Cuando se dan estas cinco condiciones, el papa habla ex cátedra, y su enseñanza es
infalible. (Lumen Gentium, 25)

Fuentes:
Collantes, Justo. “El Magisterio de la Iglesia”; Madrid, Cuadernos BAC, l978.
Ardusso, Franco. “Magisterio Eclesial”; Madrid, San Pablo, l998.
APENDICE.

BIBLIA Y TRADICION.
Para los protestantes, solo tiene validez lo que se encuentra escrito en la Biblia lo demás
no tiene valor ni sentido; Para nosotros Iglesia Católica tenemos la Biblia pero además
tenemos la Tradición de la misma Iglesia (MAGISTERIO) que es más amplia, en estas dos se
encuentra la Revelación hecha por Dios.
REVELACIÓN.
Es la manifestación de Dios y de su voluntad acerca de nuestra salvación. Esta contiene dos
elementos:
- Verdades que hay que creer.
- Mandamientos que hay que observar.
Se realiza mediante hechos y palabras, íntimamente ligados entre sí.
1. REVELACIÓN NATURAL.
Dios empezó a revelarse (Manifestarse) mediante la creación, todo lo que nos rodea, no
habla de la existencia de Dios, de su poder y de su amor; todo lo que vemos, representa
una huella de su presencia.
“En realidad lo que se puede conocer de Dios no es un secreto para ellos, pues Dios mismo
se los dio a conocer.
Pues, si bien no se puede ver a Dios, podemos, sin embargo, desde que Él hizo el mundo,
contemplarlo a través de sus obras y entender por ellas que Él es eterno, poderoso y que
es Dios” (Rom 1, 19 – 20).
2. REVELACIÓN SOBRENATURAL O DIVINA.
Tratándose de un conocimiento algo difícil, desde la antigüedad Dios empezó a Revelarse
mediante los Profetas, realizando un contacto más directo con los hombres. ‘Cristo con su
presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su
muerte y gloriosa Resurrección, con él envió del Espíritu de Verdad, lleva a plenitud toda
la Revelación’ (Dei Verbum, n. 7).
“Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los
profetas. Ahora en esta etapa final, no ha hablado por medio de su Hijo” (Heb 1, 1 – 2).
Cristo es la máxima revelación de Dios:
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
Al mismo tiempo es el Evangelio de Dios, es decir, la Buena noticia que Dios da a la
humanidad.
“Arrepiéntanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).
Es decir –Dejen su manera de pensar y actuar y crean en Mí que soy el Evangelio de Dios- .
En realidad, el Evangelio no es solo un mensaje y nada más; antes que nada es una
persona, Cristo mismo. Por lo tanto, todo lo que Cristo hizo y enseñó es Evangelio, es decir,
es Buena Noticia, en cuanto manifiesta el poder y el amor de Dios en nuestro favor.
“Yo escribí en mi primer libro todo lo que Jesús hizo y enseño” (Hech 1, 1).
3. TRANMISIÓN DE LA REVELACIÓN.
¿Qué hizo Jesús para que su Evangelio llegara a todo el mundo, es decir, para que Él mismo
se hiciera presente en todo el mundo como Evangelio de Dios, mediante su palabra y sus
hechos salvadores?
Aquí empieza el problema de la diferencia entre los Católicos y los protestantes; para Lo
protestantes, basta la Biblia, en la Biblia esta la salvación y basándose en la Biblia cada uno
puede fundar “SU” Iglesia, como comunidad de creyentes salvados.
Pero no es así, para que la Salvación, es decir el Evangelio llegara a todo el mundo, Jesús
no escribió nada ni repartió Biblias; lo que hizo fue llamar a los doce Apóstoles y en ellos
fundo la Iglesia (Por eso es Apostólica), dirigida por los Apóstoles con Pedro a la cabeza.
Esta Iglesia hará presente a Jesús en todo el mundo como Evangelio de Dios, es decir,
como Buena Noticia Salvadora, no un libro llamado Biblia.
“Dios quiso que todo lo que había revelado para la salvación de todos los pueblos, se
conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo
nuestro Señor, plenitud de la Revelación (CF 2 Cor 1, 20; 3, 16 – 4, 6), mando a los
Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y
de toda norma de conducta” (Dei Verbum n. 7).
“Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis Discípulos. Bautícenlos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he
encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19 –
20).
“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15).
Aquí notamos como Jesús ordenó “PREDICAR”, “PROCLAMAR” no “ESCRIBIR” su evangelio;
Todos los Apóstoles “Predicaron” la Buena Nueva de Cristo, mientras solamente algunos
escribieron algo, muchos años después de haber predicado.
4. LA TRADICIÓN.
Este mensaje, escuchado de la boca de Jesús, vivido, elaborado y transmitido oralmente
por los Apóstoles, se llama Tradición.
“Yo transmití a ustedes lo que Yo mismo recibí” (1Cor 15, 3).
Pues bien, hasta el año 50 de nuestra era, la Tradición fue la única base de la predicación
de los Apóstoles y sus colaboradores.
5. LA BIBLIA.
Parte de este mensaje, proclamado oralmente, fue puesto por escrito por los mismos
Apóstoles u otros, inspirados por el Espíritu Santo, dando origen al Nuevo Testamento.
Sobre ciertos libros, desde un principio, no hubo ninguna duda, como por ejemplo algunas
cartas de san Pablo que pronto fueron consideradas como Palabra de Dios a la par de los
libros del Antiguo Testamento (2Pe 3, 16). Pero sobre otros libros hubo ciertas dudas,
hasta que los Obispos Católicos hicieron la lista de los libros inspirados por Dios y lo
incluyeron en el canon, dando origen a lo que hoy llamamos el Nuevo Testamento:
Sínodo Romano, Año 382; Concilio de Hipona, año393; Concilio de Cartago, Año 397.
¿Y que pasó después? Que los grupos separados de la Iglesia Católica aceptaron el Nuevo
Testamento, así como salió de la Iglesia Católica y rechazaron a la misma Iglesia,
considerada como Infiel y Pecadora; evidentemente se trata de un absurdo, sería como
querer a la leche y despreciar a la vaca; querer el coco y rechazar la palmera.
Si la Iglesia que fundó Cristo se hubiera vuelto infiel ¿Qué garantía tendríamos para
afirmar que el Nuevo Testamento es “Palabra de Dios”? Ninguna. La única garantía que
tenemos es el hecho que el Nuevo Testamento salió de aquella única Iglesia que fundó
Cristo, Iglesia que es “Columna y apoyo de la Verdad” (1Tim 3, 15). Y que por lo tanto no
se puede desviar por ningún motivo.
6. BIBLIA Y TRADICIÓN.
Así que la Biblia no contiene toda la Revelación, la Tradición es más amplia, lo afirma el
mismo San Juan:
“Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en
el mundo para tantos libros” (Jn 21, 25).
No todo lo que se escribió se ha conservado, como por ejemplo una carta de San Pablo,
anterior a la primera carta a los Corintios (1Cor 5, 9). Además la misma Biblia hace
referencia a la Tradición Oral como base de la Fe de los creyentes.
En ninguna parte de las Sagradas Escrituras se dice que la Biblia contiene toda la
Revelación o que es suficiente para salvarnos. San Pablo para confirmar la Fe de los
Cristianos, no usa solamente la Palabra de Dios Escrita; sino recuerda de una manera
especial la Tradición o Predicación Oral, cuyo contenido viene desde un principio y es el
Evangelio de Dios.
“Todo lo que han aprendido de Mí, Recibido y Oído de Mí, todo lo que me han visto hacer
Háganlo” (Filip 4, 9).
Demonos cuenta que San Pablo no dice “Hagan solamente lo que les escribí”; San Pablo
habla en un sentido más amplio, refiriéndose a todo lo que les transmitió.
“Lo que aprendiste de Mí, confirmado por muchos testigos, confíalo a hombres que
merezcan confianzas, capaces de instruir después a otros” (2Tim 2, 2).
Esta es la Tradición: se recibe el mensaje y se transmite, hasta el fin del mundo.
“Hermanos, Manténganse firmes y conserven las Tradiciones que han aprendido de
nosotros de viva voz o por escrito” (2 Tes 2, 15).
Vemos como la Tradición Oral primitiva sigue transmitiéndose “De viva voz o por Escrito”,
teniendo la misma importancia las dos formas de transmisión. En realidad, una vez que se
escribió Nuevo Testamento, no se considero acabada la Tradición; como si estuviera
contenida completamente en la Escritura.
Esta es una idea que surgió entre los protestantes, unos 1, 500 años después y por
supuesto la Biblia no dice nada de esto. Si los protestantes aman la Biblia, ¿Por qué no
reconocen en ella la enseñanza tan clara a cerca del Valor que tiene la Tradición Oral?
7. TRADICIONES HUMANAS.
Algunos grupos no católicos alegan que Jesús condenó las tradiciones de los hombres (Mc
7, 1 – 4). Está muy bien; Pero aquí nosotros no estamos hablando de Tradiciones de los
hombres, sino de la Tradición Divino – Apostólica, es decir, de la Transmisión del Evangelio,
que los Apóstoles recibieron de Jesús, vivieron y transmitieron; Evangelio que será
predicado por la Iglesia que fundó Jesús y llegará hasta el fin del mundo.
Lo que rechazó Jesús, fue la actitud de los judíos que en nombre de sus “tradiciones”
invalidaban la Ley de Dios: ¿Qué dice el cuarto mandamiento de la Ley de Dios? “Honrarás
a tu Padre y a tu Madre” (Lc 18, 20). Y ellos “inventaron” una Norma que se hizo
“Tradición”: Si tu consagras al Templo tus bienes, los puedes disfrutar tranquilamente,
mientras vivas y a tu muerte pasan al Templo; pero en lo que sucede no estas obligado a
socorrer a tus papás, si se encuentran en una necesidad.
Así que, mediante una “Tradición Humana” los judíos hacían inválido un Mandamiento
“Divino”. Esto es lo que condena Jesús. No hay que confundir entre “Tradiciones
Humanas” y la “TRADICION” que viene de Jesús y de Él a los Apóstoles y de ellos a la
Iglesia.
8. MAGISTERIO.
“La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo Depósito Sagrado de la Palabra de
Dios, confiado a la Iglesia (…) El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios.
Oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo
ejercita en nombre de Jesucristo” (Dei Verbum n. 10).
Los sucesores de los Apóstoles son los encargados de entender sin errores el mensaje
recibido y transmitirlo fielmente, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo
(Mt 28, 20). El haber descuidado un aspecto tan importante, ha dado origen a tantos
errores y un sinfín de Sectas.
APENDICE 2.

¿Qué es la sucesión apostólica?


Los obispos de hoy están unidos a los apóstoles por una cadena ininterrumpida: esta
relación es una garantía de fidelidad a través del tiempo y de unidad a través del mundo
1. La generación de los apóstoles, en sí misma, no tiene sucesión : ella, y sólo ella, ha
visto a Cristo resucitado. La Revelación está completa después de la muerte del
último apóstol.
De entre sus discípulos, Jesús, tras una noche de oración, escogió a doce, cuyos nombres
aparecen en los Evangelios.
Habiendo desertado Judas, Pedro toma la iniciativa de proceder a su reemplazo. Hay que
encontrar a alguien “de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo
que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que
nos fue llevado” (Hechos de los Apóstoles 1, 21-22).
Después de echarlo a suertes, es Matías quien “fue agregado al número de los doce
apóstoles”.
Unos años más tarde, Saulo se beneficia de una aparición de Cristo resucitado en el
camino de Damasco : se convierte en Pablo, el Apóstol por excelencia, sobre todo entre los
paganos. El caso de Pablo es único : no se volverá a producir en la historia.
Hay por tanto algo de particular en esta primera generación : han sido “testigos Oculares”
(Lc 1,2); han “oído, visto, contemplado, tocado” (1 Juan 1,1). Lo que tenían que decir, lo
dijeron.
Por eso “la Revelación está completa después de la muerte del último apóstol”. No hay
que esperar otra Revelación, hasta el fin de los tiempos. “En estos últimos tiempos Dios
nos ha hablado por medio del Hijo (Hebreos 1,2).
2. Allí donde predicaban el Evangelio, los apóstoles fundaron Iglesias. Se preocuparon de
poder tener un futuro instituyendo, por la gracia de Dios, jefes de comunidad. San Pablo es
testigo de ello.
Los evangelios dan testimonio de Jesús hasta su Ascensión, cuarenta días después de la
Pascua. Los demás escritos del Nuevo Testamento (Hechos de los apóstoles, epístolas y
Apocalipsis) dan testimonio de la actividad de los apóstoles y de las comunidades, de las
“Iglesias” que se fundaron.
Jesús no fue un vagabundo que predicara al azar. Constituyó un núcleo, los Doce, a
quienes prometió que les enviaría el Espíritu Santo.

Igualmente, los apóstoles se preocuparon desde el principio, no dejando a cada


comunidad ir a la deriva, siguiendo cada una su inclinación natural.
Pablo evoca a las comunidades que fundó y les envía cartas, las “epístolas”. Las epístolas a
los Tesalonicenses, el primer escrito del Nuevo Testamento, unos veinte años después de
Pentecostés, hablan ya de “Iglesias” y de los que están “a su cabeza”.
Él coloca a los “ancianos”, como se ve en Éfeso (Hechos 20,17). La primera carta de Pedro
dirige recomendaciones a los ancianos que tienen una “grey de Dios que les está
encomendada” (5,1-2).
Son bien conocidos dos de los colaboradores de Pablo, convertidos del paganismo, Tito y
Timoteo : les envía a las comunidades fundadas por él, para evitar que vayan a la deriva.
Ellos son destinatarios de tres epístolas, con consejos para el futuro. A Timoteo, Pablo le
recuerda el “don espiritual que Dios ha depositado en ti por la imposición de mis manos”.
El Apocalipsis de Juan empieza con dos cartas a las siete Iglesias de Asia Menor.
Los apóstoles se han preocupado por la unidad de la Iglesia, a través de los tiempos
(“sucesión apostólica”) y en el espacio (“comunión»).
No se trata de plantar en la Iglesia primitiva el esquema de funcionamiento actual, pero
deben destacarse varios rasgos : la preocupación por la continuidad, la transmisión del
cargo por los apóstoles, el carácter tanto colectivo como individual, y el título de
“pastores”, título apropiado en primer lugar a Cristo y que Jesús dio a Pedro.
La sucesión apostólica concierne, a la vez, al colegio apostólico en su conjunto y a cada
sede episcopal en particular.
En la constitución sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano II habla de la sucesión apostólica. Se
expresa preferentemente en términos colectivos: el grupo de los Doce, Pedro a la cabeza,
vive hoy en el colegio de los obispos unidos al sucesor de Pedro y bajo su autoridad.
En el Credo, se dice que la Iglesia es “apostólica”: está fundada sobre los apóstoles, el
grupo de los Doce, y tiene, actualmente, como pastores, a sus sucesores.
La insistencia, en la fe católica, de la sucesión apostólica no data del Concilio Vaticano II.
Fue valorada, en el siglo II, por san Ireneo, obispo de Lyon, en su tratado Contra las
herejías:
“Podríamos enumerar a los obispos que fueron establecidos por los apóstoles en las
Iglesias, y a sus sucesores hasta nosotros… Pero como las sucesiones de todas las Iglesias
serían demasiado largas de enumerar, tomaremos sólo una de ellas, la Iglesia más grande,
más antigua y conocida por todos, que los dos apóstoles más gloriosos Pedro y Pablo
fundaron y establecieron en Roma”.

San Ireneo cita entonces a los sucesores de Pedro y Pablo : Lino, Cleto, Clemente, Evaristo,
Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Pío, Aniceto, Sotero “y ahora Eleuterio”, que fue obispo
de Roma a partir del 175. Los nombres de algunos de ellos figuran en la Oración
eucarística nº 1, llamada “canon romano”.
3. La “genealogía episcopal” es del orden del signo. Manifiesta la fidelidad, de generación
en generación, y la unidad, en torno al sucesor de Pedro.
La palabra “sucesión” no debe confundir. En el notario, el heredero recibe lo que el autor
del testamento le ha legado de lo que poseía. En este sentido, un obispo no es “heredero”
de su predecesor : a través del procedimiento que sea, es de Dios de quien recibe el
encargo de “apacentar la Iglesia de Dios”. Es capacitado para recibir este cargo por un don
especial del Espíritu Santo, durante su consagración episcopal.
La palabra “geneaología” no está exenta de peligro. Pero tiene una ventaja: nadie puede
pretender poseer la vida. Ni el padre, ni la madre, ni siquiera la pareja posee la vida.
Ambos la han recibido y la perderán. No son propietarios. La transmiten. Como
comparación, podría decirse incluso que quien consagra a un nuevo obispo transmite lo
que no le pertenece.
Pero es así en también en todos los sacramentos : la gracia de Dios se comunica por gestos
y palabras de hombres, llamados “ministros” de los sacramentos (“ministro” significa
“servidor”). Los sacramentos se inscriben en la línea de la Encarnación: Dios se ha hecho
visible.
Igualmente, por la sucesión apostólica, a la vez colegial y personal, se puede localizar la
continuidad con la generación de los primeros testigos y la cohesión en el interior de la
Iglesia, a pesar y a través de la diversidad de culturas.
San Ireneo se apoya en la sucesión apostólica para responder a los herejes que, contra
esta continuidad y colegialidad episcopales, “han constituido agrupaciones ilegítimas”.
“Es en toda la Iglesia como puede percibirse la Tradición de los apóstoles, que ha sido
manifestada en todo el mundo : la condición es que cada Iglesia permanezca en comunión
con la Iglesia de Roma”.
Después de enumerar a los sucesores de los apóstoles Pedro y Pablo, san Ireneo escribe:
“He aquí a través de qué continuación y sucesión la Tradición se encuentra en la Iglesia
que a partir de los apóstoles y la predicación de la verdad ha llegado hasta nosotros.
Y la prueba más completa de que es una e idéntica a sí misma es esta fe vivificante que, en
la Iglesia, desde los apóstoles hasta ahora se ha conservado y transmitido en la verdad”.

4. La importancia que se da a la sucesión episcopal es uno de los temas de debate en el


diálogo ecuménico.
La sucesión apostólica ha sido observada en las Iglesias ortodoxas, como en la Iglesia
católica. En cambio, no ha sido conservada ni considerada importante entre los
protestantes y los evangelistas. Para los anglicanos, la cuestión se encuentra en debate.
El papa León XIII tomó una postura negativa en el siglo XIX. Desde entonces, se han
añadido novedades al asunto. De esta cuestión depende la validez de la ordenación de los
sacerdotes.
Por el momento, cuando un “sacerdote” de la Iglesia de Inglaterra quiere convertirse en
sacerdote católico es ordenado nuevamente por un obispo católico.
La sucesión apostólica, en sí misma, no es suficiente para garantizar la unidad.
Los obispos ordenados por Monseñor Lefebvre, contra la voluntad del papa Juan Pablo II,
se inscriben ciertamente en la sucesión apostólica. Sin embargo constituyen un “grupo
eclesial implicado en un proceso de separación”, según una expresión del Papa Benedicto
XVI.
Para que haya unidad plena, es necesario que la sucesión apostólica de los obispos vaya a
la par con la colegialidad en torno al sucesor de Pedro.
APENDICE 3.

Rechazar el Magisterio ordinario de un Papa conduce al cisma


El sociólogo Massimo Introvigne responde a dos exlocutores de Radio María que ponían
en discusión la catolicidad de Bergoglio
“Antes o después deberá despertarse del gran sueño de los más media y volver a la
realidad. Y necesitará, además, aprender la verdadera humildad que consiste en el
someterse a Uno más grande, que se manifiesta a través de leyes inmutables incluso para
el Vicario de Cristo”, así termina un artículo firmado por Alessandro Gnocchi y Mario
Palmaro, en las páginas del Foglio del 9 de octubre.
Un artículo muy crítico con el Papa Francisco. Los dos son (o mejor, eran) voces históricas
de la emisora Radio María, y según el Foglio, voces muy autorizadas del tradicionalismo
católico. El artículo es muy duro criticando las declaraciones y los gestos que han
caracterizado estos primeros seis meses de pontificado de Bergoglio. La acusación de los
dos es, prácticamente, que el Papa no está en línea con el Magisterio de la Iglesia.
Responde a esta preocupación, a este mensaje de alarma, podríamos decir, el sociólogo y
director del CESNUR, Massimo Introvigne, en las mismas páginas, dos días después.
Introvigne advierte, explicando que: “el malestar no ha de ser confundido con el rechazo al
Magisterio ordinario, que lleva al cisma. La tesis podrá parecer fuerte, pero se entiende
mirando con perspectiva. Cuando, a partir al menos del 1968, el Venerable Pablo VI
intentó prevenir ciertas desviaciones del post-Concilio, los progresistas se negaron a
seguirlo, sosteniendo que los pronunciamientos del Papa no eran infalibles y constituían
simples indicaciones pastorales, de los que se podía disentir sin dejar de ser, por eso,
buenos católicos. Continuaron con el beato Juan Pablo II. El cardenal Ratzinger y el
cardenal Scheffczyk respondieron afirmando no que todo el Magisterio es infalible –una
solemne tontería, de la que no se conocen partidarios serios- sino que no se puede ser
católicos aceptando solo los rarísimos pronunciamientos infalibles de los Papas: para estar
en la Iglesia es necesario caminar con los Papas y dejarse guiar por sus Magisterios
cotidianos. Fuera de este camino estrecho, esta el camino amplio que lleva al cisma”.
Introvigne invita a estos segmentos que forman parte de la plural riqueza de la Iglesia a
darse cuanta de que: “es posible que el Papa Francisco realice más cambios en la Iglesia,
que el fiel católico deberá acoger con docilidad y, a la vez, no hacer una lectura de los
mismos contra las enseñanzas de los Pontífices anteriores sino teniéndolos en cuenta. En
la Encíclica “Caritas in Veritate”, Benedicto XVI aclaró que la hermenéutica de “la reforma
en la continuidad” no tiene que ver solo con el Vaticano II sino con toda la vida de la
Iglesia”.

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