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TESTIGOS

SANTO DOMINGO DE GUZMÁN:


UN MAESTRO PARA TODO TIEMPO

Son muchos los términos con los que los autores de


las diversas fuentes escritas que nos narran la vida de
santo Domingo se refieren a él, por ejemplo: «fray Do-
mingo», «Bienaventurado Domingo», o el «siervo de Dios
Domingo». Sin duda alguna, todas estas formas de re-
ferirse a él son plenamente acertadas, pues cada una
de ellas hace justicia a la fidelidad y a la radicalidad con
la que dedicó su vida al servicio del Evangelio y de sus
hermanos. Pero hay un término que, si bien es cierto,
prácticamente solo es utilizado para referirse a él por
quienes lo conocieron y trataron personalmente, puede
decirse que es uno de los que con mayor precisión y
propiedad describen su vida, su testimonio y su minis-
terio: es el término «maestro».
De hecho, el que más se refiere a él de esta forma
es Jordán de Sajonia, primer sucesor de santo Domingo
al frente de la Orden de Predicadores y primer biógrafo.
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A lo largo de todo el libro de los Orígenes de la Orden


de Predicadores, es frecuente ver cómo Jordán se re-
fiere a Domingo como «maestro». También Pedro Fe-
rrando, en su Narración sobre santo Domingo, que de-
pende ampliamente del texto de Jordán, se refiere al-
guna vez a él como el «maestro Domingo». Posterior-
mente, dicha forma de llamar al padre y fundador de
los frailes predicadores vuelve a aparecer repetida-
mente en las actas del proceso de canonización, mayo-
ritariamente en las que surgen a partir de las entrevis-
tas hechas a los testigos en Bolonia.
Hay que decir sobre esto que la mayoría de las obras
sobre la vida de santo Domingo son posteriores a su
canonización, realizada por el papa Gregorio IX en
1234, y muchas de ellas fueron elaboradas a petición
de los Capítulos Generales con la intención de que fun-
gieran como legendas, es decir, textos para ser leídos
en el oficio litúrgico, por lo que están más centradas en
inflamar la devoción de los frailes hacia la figura de su
santo fundador que en desarrollar con amplitud aspec-
tos más específicos y profundos de su persona.
De cualquier manera, es evidente que, a pesar de
las formas en que las fuentes sobre la vida de Domingo
se dirijan a él, santo Domingo fue un maestro para to-
dos aquellos que le conocieron, y lo ha sido y lo seguirá
siendo para cada uno de los frailes, monjas, religiosas
y laicos de la familia dominicana, y para todo aquel que,
habiendo vivido la experiencia de Cristo, se sienta lla-
mado a seguir sus pasos, impulsado por la fuerza pro-
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pia de ese encuentro con el Resucitado: la transforma-


ción de la vida. Al final, el cristianismo es, como dijo al-
guna vez un gran teólogo, un encuentro con Dios que
embarga una vida. Para cualquiera que se encuentre
en esta situación y se vea en la necesidad de buscar un
maestro que le sirva de guía en esta vocación del segui-
miento, que es la propia del cristiano, no quedará de-
fraudado si fija su mirada y pone su atención en santo
Domingo.
El término «maestro», sobre el que aquí se reflexiona
y que tan precisamente describe la vida y el ministerio
de santo Domingo, no es una atribución que él mismo
se haya hecho: nada más lejos de la realidad. Es cierto
que el título de «maestro» le viene dado a santo Do-
mingo, por una parte, como un apelativo propio del con-
texto histórico y eclesial en el que vivió y desarrolló su
ministerio. Así lo explica el P. Vicaire:
De hecho, el término de «maestro», que vemos que
se da a Domingo y que pronto se fijará para desig-
nar al jefe supremo de la Orden, en aquella época
era clásico para designar a los responsables de los
equipos de predicación, igual que, por lo demás,
para denominar a toda clase de jefes de equipo en
el interior de una comunidad religiosa. Es lo que le
daba su nota de humildad, al apartarlo de la signi-
ficación orgullosa del «Rabbí» fariseo, que Cristo
quiso que los cristianos rechazaran1.

1H.-M. VICAIRE, Historia de santo Domingo, Edibesa, Madrid 2003,


pp. 520-521.
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Sin embargo, no es ese el sentido al que aquí se


hace referencia, sino más bien a aquel con el que sus
contemporáneos se dirigen a santo Domingo y que es
fruto, sobre todo, de su testimonio de vida, de su fe pro-
funda y de su confianza y compasión hacia todas las
personas.
A partir de aquí se puede decir, en primer lugar, que
santo Domingo fue un maestro de espiritualidad. Una
de las constantes en los testimonios plasmados en las
actas del proceso de canonización es el impacto que
generó en cuantos convivieron con él su profunda espi-
ritualidad. Tenemos, por ejemplo, el testimonio de fray
Esteban, uno de los testigos entrevistados en Bolonia,
que dice de Domingo «que su costumbre era siempre la
de hablar de Dios o con Dios, en casa, fuera de casa o
de viaje […] Dijo también que era asiduo y devoto en la
oración, más que todos los hombres que haya conocido
jamás»2. Otro de los testigos, fray Amizo de Milán, de-
claró también en el proceso de canonización «que [Do-
mingo] era asiduo en la oración tanto de día, cuando
estaba libre, como de noche; pernoctaba frecuente-
mente en oración, de tal modo que muy poco o nada
descansaba en el lecho»3.
Además de la oración, el silencio era otro de los ele-
mentos estructurantes de la espiritualidad de santo Do-
mingo. Es conocido el dicho que reza: el silencio es el

2 Proceso de canonización de santo domingo, en Vito T. GÓMEZ GAR-


CÍA, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos,
Edibesa, Madrid 2011, p. 235.
3 Ibíd., p. 307.
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padre de los predicadores; por esta razón es más que


entendible que el maestro de los frailes predicadores le
diera tanta relevancia al silencio dentro de su espiritua-
lidad. Fray Juan de Navarra, quien fuera uno de los pri-
meros frailes enviados por Domingo a París en la dis-
persión de 12174, con la que la misión de la Orden ad-
quiere ya su definitivo carácter universal, declara sobre
este aspecto que Domingo «raramente hablaba, a no
ser con Dios, es decir, orando, o de Dios; en este mismo
sentido aconsejaba a sus frailes»5. Cuando se prestaba
al diálogo, ya fuera con sus hermanos en el convento o
de camino, o con cualquier otra persona, se nos dice
que nunca escucharon salir de sus labios palabras o
conversaciones ociosas, sino que, por el contrario,
abundaba en conversaciones constructivas y en ejem-
plos con los que motivaba a sus oyentes a acercarse al
amor de Cristo6.
Otro de los muchos aspectos que también forman
parte de la espiritualidad de Domingo y en el que sin
duda alguna fue maestro y guía para sus frailes, fue su
radicalidad apostólica. Santo Domingo es, ciertamente,
un maestro de vida apostólica; y en esa apostolicidad
desde la que realizó su discipulado de Cristo y en la que
quiso cimentar el proyecto de predicación evangélica
de su Orden, son sumamente relevantes los elementos
de la comunidad y de la pobreza evangélica. Domingo

4 Cf. JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, en


ibíd., pp. 229-230.
5 Proceso de canonización de santo domingo, en Ibíd., p. 316.
6 Cf. JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, en

ibíd., pp. 255-256.


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fue, en este sentido, el primero en dar ejemplo a sus


frailes, pues entendía que sólo desde una vida comuni-
taria, al estilo de los Apóstoles, vivida en una pobreza
voluntaria y evangélica, la predicación de la Orden reci-
biría la acreditación y la autoridad necesarias para ser
una predicación fructífera. Ciertamente, en el contexto
histórico en el que Domingo lleva a cabo su ministerio
(primeras dos décadas del siglo XIII), el reducido nú-
mero de clérigos debidamente preparados para ejercer
el ministerio de la predicación del Evangelio no era el
único problema para la Iglesia de aquel momento, sino
que las principales causas de su infructuosidad eran,
más bien, el antitestimonio y la incoherencia de vida de
muchos de los predicadores católicos, aspectos de los
que el catarismo, movimiento herético que actuaba con
fuerza en el sur de Francia, sacaba ventaja.
Domingo tenía claro que, además de la debida pre-
paración intelectual para llevar a cabo la predicación
del Evangelio, era esencial predicar desde un testimo-
nio de vida coherente con el contenido de la predica-
ción. Solo así los nuevos predicadores verían verdade-
ramente acreditada su predicación. Como se ha dicho
antes, Domingo también en esto se comportó como
maestro y guía para sus hermanos. Siguiendo solidaria-
mente el ideal de uno de sus más importantes mento-
res, el obispo Diego de Acebes, desde el principio de su
ministerio en el Languedoc francés Domingo apostó por
la pobreza evangélica como una de las principales car-
tas de acreditación para llevar a cabo su misión. Sin
duda, la pobreza por la que optó fue un elemento que
marcó definitivamente a las primeras comunidades de
SANTO DOMINGO DE GUZMÁN: UN MAESTRO PARA TODO TIEMPO 372

frailes dominicos. La mendicancia sería una de las


grandes novedades y de los principales atractivos por
la que muchos creyeron en la Palabra predicada, y por
la que tantos otros se unieron al proyecto de Domingo.
Ya desde muy joven, en su tiempo de estudiante en
el Studium de Palencia, Domingo daba visos de la faci-
lidad con la que era capaz de desprenderse de sus co-
modidades para atender las necesidades de los más
desfavorecidos. Sobre esto habla el conocido episodio
que narra Jordán de Sajonia, cuando el joven Domingo
vendió sus libros y su ajuar para fundar una limosna y
socorrer a los pobres que sufrían por la gran hambruna
que asolaba aquellas tierras, impulsando además a
muchos otros a hacer lo mismo, incluidos los maestros
y teólogos del Studium7. Constantino de Orvieto dice so-
bre Domingo, refiriéndose también al tema de la po-
breza evangélica que lo caracterizó, que siendo Do-
mingo «verdadero amante de la pobreza, usaba vesti-
dos ruines»8.
Otro de los grandes signos con los que se manifestó,
tanto la pobreza como el carácter comunitario de la vida
y ministerio de Domingo, es el anonimato en el que el
santo vivió a lo largo de toda su vida y en el que se ha
mantenido casi hasta el día de hoy. Además de una
carta escrita a las monjas de Madrid en 1220 y otros
dos documentos escritos entre 1208 y 1215, relaciona-
dos con la misión de la Santa Predicación, de la que

7Cf. Ibíd., pp. 208-209.


8CONSTANTINO DE ORVIETO, Narración sobre Santo Domingo, en ibíd.,
p. 480.
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Domingo formaba parte en el sur de Francia para afron-


tar el problema de la herejía cátara, no hay más docu-
mentos escritos de su puño y letra9. Sobre esto el P.
Bedouelle realiza una interpretación teológica de la per-
sona y espiritualidad de santo Domingo, resaltando así
la humildad y la disposición de servicio genuino y desin-
teresado que este ejerció a lo largo de su existencia,
diciendo que «este acceso indirecto revela la discreción
de Domingo y su renuncia de sí mismo»10. Por otra
parte, el P. Bedouelle también apunta acertadamente a
la idea de que bien podríamos decir que la principal
obra de Domingo es la Orden misma, pues sus consti-
tuciones, su razón de ser, su misión y la forma de lle-
varla a cabo, tienen la impronta de su vida, de sus con-
vicciones y de sus intuiciones apostólicas11. Cono-
ciendo el proyecto de predicación de la Orden, se llega
a conocer una parte importante y fundamental de la
persona de Domingo.
Son muchos más los ejemplos que certifican a santo
Domingo como un verdadero maestro de la predicación
apostólica, dejando como herencia a la Iglesia entera
una Orden consagrada al anunció del Evangelio. Sin
embargo, es importante destacar y reflexionar en torno
a un elemento fundamental en la persona del maestro

9 Cf. Michel ROQUEBERT, Santo Domingo. La leyenda negra, San Es-


teban, Salamanca 2008, p. 21.
10 Guy BEDOUELLE, La fuerza de la palabra. Domingo de Guzmán,

San Esteban, Salamanca, 1987, p. 61.


11 Ibíd., pp. 121-123.
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Domingo, y que no quisiéramos que pasase desaperci-


bido: su confianza en el potencial y en la grandeza que
se encuentra dentro de cada persona.
El médico español Mario Alonso Puig, en su reflexión
sobre el tema de la educación, afirma que «un buen
maestro es el que sabe que en todo ser humano hay
grandeza»12. Dicha definición, sin lugar a dudas, des-
cribe a la perfección esa facultad tan propia de Do-
mingo, que lo constituye como un verdadero maestro
de vida. Más adelante Mario Alonso Puig añade que «la
palabra educación, en el fondo, quiere decir “sacar de
dentro”; es decir, no somos cubos vacíos que hay que
llenar, sino fuegos que hay que encender»13.
A partir de aquí cabe destacar la idea que santo To-
más de Aquino tenía acerca de la verdadera tarea del
maestro. El Aquinate comparaba la labor que debía
ejercer el maestro en el proceso de aprendizaje del es-
tudiante con la que, en aquel contexto del siglo XIII, se
creía que era la labor que desarrollaba el médico, pues
se pensaba que no era este último sino el cuerpo el que
se curaba a sí mismo, siendo la labor del médico un
mero apoyo al esfuerzo realizado por el organismo.
Para santo Tomás esa misma idea debía trasladarse al
ámbito de la enseñanza, en el que el intelecto del estu-
diante era el que iba descubriendo y comprendiendo el

12 Mario ALONSO PUIG, Foro BBVA. Aprendamos juntos: un proyecto


de educación para una vida mejor, obtenido el 10/04/2021
desde: https://www.youtube.com/watch?v=f69n5VQLIQw&t=8s,
13 Ibíd.
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conocimiento, siendo el maestro un mero guía y colabo-


rador en ese proceso de adquisición del saber14. Si bien
es cierto que, en el caso de Domingo no nos estamos
refiriendo a un ámbito estrictamente académico, sino
más bien vivencial, pastoral y vocacional, sí podemos
trasladar el núcleo de la idea antes expuesta a su «ma-
gisterio».
Llama la atención cómo algunas de las fuentes so-
bre la vida de Domingo destacan significativamente esa
confianza que depositaba en sus hermanos, y la capa-
cidad para hacerles descubrir a ellos mismos su gran-
deza y sus potenciales. Así, por ejemplo, Esteban de Sa-
lagnac relata que Domingo «corría de una parte a otra y
enviaba también a sus frailes, que al inicio eran pocos
en número, medianamente letrados y, en general muy
jóvenes. De ahí que se admiraran especialmente algu-
nos religiosos de la orden Cisterciense, porque enviaba
frailes tan jóvenes y con tanta seguridad a predicar»15.
Con lo antes dicho, es destacable la alusión que
hace el mismo Esteban de Salagnac al envío hecho por
Domingo a Pedro Seilhan en 1217. Sobre este suceso,
Esteban de Salagnac narra que, al enviar Domingo a
fray Pedro en misión de predicación a la zona de Limo-
ges, en el sur de Francia, Seilhan alegó ignorancia y es-
casez de los libros necesarios para llevar a cabo aquella

14 Cf. Michal PALUCH, «¿Cómo es un magister y un estudiante en el


modelo de Aquino?», Ciencia Tomista 146 (2019) 6-7.
15 ESTEBAN DE SALAGNAC, De las cuatro peculiaridades con que Dios

distinguió a la Orden de Predicadores, en Vito T. GÓMEZ GARCÍA, o.c.,


p. 985.
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tarea16. Pero ante esto, la compasión del maestro Do-


mingo y su plena confianza en la capacidad de sus frai-
les salieron al paso, respondiendo el santo con las si-
guientes palabras: «Ponte en camino y ve confiado hijo;
me acordaré de ti ante el Señor dos veces al día; no lo
dudes, atraerás a un gran número hacia Dios y produci-
rás mucho fruto. Llegado poco después a Limoges […]
Le proporcionaron un lugar para habitar, dio a muchos
el santo hábito […] fue tenido en gran reverencia y ho-
nor por el clero y pueblo de aquellas tierras»17.
Otro episodio similar se narra en las actas del pro-
ceso de canonización. Esta vez es fray Bonviso de Pia-
cenza el protagonista y testigo de la maestría con la que
Domingo hacía que sus frailes ganaran en confianza
para llevar a cabo la misión de la predicación. El relato
del proceso de canonización sobre el testimonio de fray
Bonviso dice así:
El testigo dijo también, que cuando era novicio y no
tenía pericia alguna en la predicación, ya que no
había estudiado todavía Sagrada Escritura, fray Do-
mingo lo mandó a predicar desde Bolonia, donde
residía, a Piacenza. Como él se excusara por su im-
pericia, le convenció con dulcísimas palabras para
que fuera, y le dijo: «Vete sin temor, porque el Señor
estará contigo y pondrá en tu boca las palabras que
has de predicar». Obedeció y fue a Piacenza a pre-
dicar, y otorgó el Señor tanto favor a su predicación,

16 Cf. Ibíd., p. 986.


17 Ibíd.
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que por ella entraron a la Orden de Predicadores


tres frailes18.
Fray Juan de Navarra también testimonia que Do-
mingo, «con gran confianza en Dios, enviaba también a
los sencillos a predicar, diciéndoles: ‒“Id tranquila-
mente, porque el Señor os comunicará las palabras que
hayáis de predicar; Él estará con vosotros y no os faltará
nada”»19. El mismo fray Juan, quien recibió el hábito de
manos de santo Domingo y también en sus manos hizo
profesión en la Orden, fue él mismo testigo y objeto de
la misericordia y de la fe de Domingo en sus hermanos,
pues fray Juan, quien parecía mostrarse bastante re-
belde ante la decisión tomada por Domingo de disper-
sar a sus frailes por Europa en el año de 1217, dice que
iba a París, donde había sido destinado por Domingo,
de mala gana. Además de esto, Domingo exhortaba a
sus frailes a emprender el camino como lo hicieron los
Apóstoles: sin oro, ni plata, ni alforja20, poniendo toda
su confianza en Dios y en su infinita providencia. Sin
embargo, en aquel momento fray Juan de Navarra se
negó a emprender el camino sin dinero para el viaje.
Frente a la negativa del joven fraile a atender su reco-
mendación, Domingo, llorando y arrojándose a los pies
de fray Juan, mandó que se le diera el dinero necesario
para el camino que debía emprender21.

18 Proceso de Canonización de Santo Domingo, en ibíd, p. 312.


19 Ibíd., p. 313.
20 Mt 10,9-10.
21 Cf. Vito T. GÓMEZ GARCÍA, o.c., pp. 151-152.
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Este gesto de Domingo deja ver, una vez más, la


grandeza del maestro que comprende que su tarea es
la de acompañar los distintos procesos personales de
sus hermanos. Seguramente las lágrimas de Domingo
en aquel momento no eran de decepción, sino más bien
de compasión. Habría comprendido tal vez, en aquel
instante, que no podía exigir a un joven fraile que aca-
baba de iniciar su camino dentro de la Orden lo que se
exigía a sí mismo, o a otros que poseían mayor madurez
y experiencia. Domingo no deja de confiar en su joven
hermano y lo envía, a pesar de todo, a hacer camino. El
profundo amor con el que fray Juan de Navarra habla
de santo Domingo en el proceso de canonización evi-
dencia cómo influyó determinantemente en su vida y en
su vocación como fraile predicador aquel noble gesto
de confianza y compasión que recibió de su maestro.

Conclusión
No cabe duda, con todo lo dicho, de que santo Do-
mingo, además de ser el primer Maestro de la Orden de
Predicadores, en el sentido jurídico del término, fue
siempre y sobre todo un maestro de vida, de espiritua-
lidad y de apostolicidad. Por otra parte, es necesario de-
cir que los gestos, los ideales y las formas con que Do-
mingo vivió su vocación, y que evidencian al maestro
que él era, siguen siendo hoy actuales y necesarios
para una sincera y coherente vivencia de la vocación
cristiana y religiosa. Las mismas intuiciones espiritua-
les y pastorales que fueron cimiento en la vida y el pro-
yecto de santo Domingo, y que además acreditaron su
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predicación, siguen siendo hoy los mismos que acredi-


tarán el anuncio del Evangelio que nosotros podamos
llevar a cabo.
Sin una coherencia radical como la que Domingo vi-
vió en aquel primer cuarto del siglo XIII, nuestra predi-
cación no tendrá hoy la credibilidad necesaria para dar
frutos. Por esta razón, Domingo es un maestro para
todo tiempo al que podemos acudir siempre, y en cuyo
testimonio, inmortalizado en diversas obras por tantos
autores y, sobre todo, en su Orden, obtendremos siem-
pre la inspiración para mantenernos en camino, si-
guiendo al Maestro de maestros, al único a quien Do-
mingo sirvió y entregó por entero su vida.

Guido José Torre Gannown, O.P.


Salamanca (España)

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