Ni contigo, ni sin ti, tienen mis males remedio; contigo porque me matas, y sin ti porque me muero. ANÓNIMO La duda en el amor acaba por hacer dudar de todo. AMIEL Conflicto insoportable, desgastante. Llevas tiempo tratando de acomodarte a una contradicción que te envuelve y te revuelca, te sube y te baja: «Sí, pero no», «No, pero sí». Un amor inconcluso, que no es capaz de definirse a sí mismo, puede durar siglos: cuando estás a mi lado me aburro, me canso, me estreso, pero cuando te tengo lejos, no puedo vivir sin ti, te echo de menos y te necesito. ¡Qué pesadilla! ¿Cómo manejar semejante cortocircuito y no electrocutarse? ¿Semejante contradicción, sin asfixiarse? Esta duda metódica sobre lo que se siente, que no siempre se expresa claramente, funciona como las arenas movedizas: cuanta más fuerza hagas por salir, más te hundes. Las personas víctimas de este amor fragmentado e indefinido, bajo los efectos de la desesperación, intentan resolver la indecisión del otro investigando las causas, dando razones, cambiando su manera de ser... en fin, haciendo y deshaciendo los intríngulis sin mucho resultado. La razón del fracaso es que los individuos que sufren del «ni contigo, ni sin ti» se inmovilizan y se quedan dando vueltas en el mismo círculo, a veces durante años. En la cercanía, la baja tolerancia a la frustración o la exigencia irracional les impide estar bien con la persona que supuestamente aman, y en la lejanía, los ataques de nostalgia minimizan lo que antes les parecía insoportable y espantoso. Un paciente tenía una novia que vivía en otra ciudad y se veía con ella cada diez o quince días. Consecuente con el síndrome, cada encuentro terminaba en una guerra campal y cada despedida en un adiós torturante, repleto de perdones y buenas intenciones…