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IGLESIA
Ponencia para el Curso – Taller organizado por el CELAM,
la Fundación Konrad Adenauer, ODUCAL y la Fundación Pablo VI
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LA RELACIÓN ENTRE ÉTICA Y MORAL
1.- INTRODUCCIÓN
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Valorar la dimensión moral de la vida económica no disminuye la eficiencia econó-
mica ni introduce la irracionalidad, sino que “la economía tiene necesidad de la ética para
su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la per-
sona” (CV,45). Por ello, la doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relacio-
nes auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciproci-
dad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o «después» de ella.
El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es
una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institu-
cionalizada éticamente. (CV.36)
La actividad económica genera una relación eficaz:
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La posesión es legítima pero es inmoral la acumulación indebida y el apego desor-
denado. ---→ SOMOS ADMINISTRADORES
La fe en Jesucristo nos ayuda a tener una comprensión correcta del desarrollo social
en dos direcciones: Ilumina su naturaleza y es guía para su logro
La actividad económica es:
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La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando
sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es
responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que
separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la
acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es
causa de graves desequilibrios (Cf. Caritas in veritate,36).
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Ahora bien, tiene una importancia notable en el Magisterio de la Iglesia la JUSTICIA
SOCIAL, la cual representa un verdadero desarrollo de la justicia general, reguladora de las
relaciones sociales según el criterio de la observancia de la ley. La justicia social es una
exigencia vinculada con la cuestión social, que hoy se manifiesta con una dimensión mun-
dial; concierne a los aspectos sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la dimensión
estructural de los problemas y las soluciones correspondientes (Laborem exercens,2).
La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor
de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propó-
sitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los
criterios de la utilidad y del tener.
La justicia no es una simple convención humana, porque lo que es «justo» no está
determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano.
Y en el tema que nos ocupa hay que decir que la justicia afecta a todas las fases de
la actividad económica, porque en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus
derechos. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las
fases del proceso económico tienen ineludiblemente implicaciones morales.
Pero la justicia debe abrirse al amor, mostrarse como caridad social, superando
pues la visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, y abrirse al horizonte de
la solidaridad y del amor. La justicia es inseparable de la caridad.
“La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al
otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo
que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo
mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama
con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia
no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la
justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella (Caritas in veritate,6).
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La caridad social se convierte en fuerza capaz de:
• suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy
• renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones so-
ciales y ordenamientos jurídicos.
• nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas
no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une.
Más aún, es necesario delimitar lo que llamamos desarrollo humano, el cual tiene
varias dimensiones que deben ser contempladas para ser considerado de un modo integral:
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se sólo a los aspectos técnicos de la vida del hombre, y no al sentido de su
caminar en la historia junto con sus otros hermanos, ni al descubrimiento de
la meta de este camino, la Iglesia no tendría por qué hablar de él” (Caritas in
veritate,16).
“La vocación es una llamada que requiere una respuesta libre y responsable.
El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y
los pueblos: ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fue-
ra y por encima de la responsabilidad humana. Los « mesianismos promete-
dores, pero forjados de ilusiones » basan siempre sus propias propuestas en
la negación de la dimensión trascendente del desarrollo, seguros de tenerlo
todo a su disposición. Esta falsa seguridad se convierte en debilidad, porque
comporta el sometimiento del hombre, reducido a un medio para el desarro-
llo, mientras que la humildad de quien acoge una vocación se transforma en
verdadera autonomía, porque hace libre a la persona” (Caritas in veritate,17).
Es muy relevante la importancia que tiene la libertad humana como la verdadera ar-
tífice del desarrollo. Considerar este aspecto significa hacer un discernimiento de la situa-
ción del hambre en el mundo, como después citaremos; considerar el valor y el papel de las
instituciones humanas y los programas técnicos y demás aspectos que deben mover nues-
tra reflexión
“Esta libertad se refiere al desarrollo que tenemos ante nosotros pero, al mismo
tiempo, también a las situaciones de subdesarrollo, que no son fruto de la casuali-
dad o de una necesidad histórica, sino que dependen de la responsabilidad humana.
Por eso, « los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pue-
blos opulentos ». También esto es vocación, en cuanto llamada de hombres libres a
hombres libres para asumir una responsabilidad común. Pablo VI percibía netamen-
te la importancia de las estructuras económicas y de las instituciones, pero se daba
cuenta con igual claridad de que la naturaleza de éstas era ser instrumentos de la li-
bertad humana. Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano; sólo
en un régimen de libertad responsable puede crecer de manera adecuada” (Caritas
in veritate, 17).
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Este texto valora la vida como una tarea y un crecimiento personal y nos remite a
tener en cuenta:
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otro y a madurar un amor que « es ocuparse del otro y preocuparse por el otro ». Esta
conciencia de la pertenencia a la familia humana se manifiesta a partir de una valoración de
la relacionalidad como su elemento esencial (CV, 55). Si no es así, difícilmente podremos
hacer frente a los auténticos problemas y ámbitos morales y sociales del desarrollo. El
“ocuparse del otro” desde este horizonte de identidad es una tarea de profundo calado
cristiano, no sólo social.
El desarrollo integral supone el proceso de ampliación de las opciones de las perso-
nas aumentando las funciones y capacidades humanas. Representa un proceso a la vez
que un fin, en este sentido.
• Hablar del aumento de las opciones de los individuos se aplica a ámbitos como por
ejemplo, el educativo, el laboral, el de las relaciones sociales, el cultural. De este modo
se conforma un espectro en el que se induce un desarrollo centrado en la persona y no
únicamente en los bienes.
• Se aplica también a la capacidad en las diferentes funciones que una persona realiza.
• La capacidad refleja la libertad de una persona en un determinado entorno para hacer
cumplir sus aspiraciones.
Un desarrollo integral remite, en su plenitud, a lograr un humanismo con sentido de
la trascendencia, abierto a los valores del espíritu y a Dios mismo
Y aquí es dónde se está encontrando una gran dificultad el hombre de hoy para
conseguir un humanismo integral. La posibilidad aparente de poder vivir sin Absoluto es
una realidad cada vez más extendida en el mundo de hoy.
Desarrollo y respeto a la vida
“La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una
sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por
no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servi-
cio del verdadero bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y so-
cial para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de aco-
gida provechosas para la vida social. La acogida de la vida forja las energías
morales y capacita para la ayuda recíproca. Fomentando la apertura a la vi-
da, los pueblos ricos pueden comprender mejor las necesidades de los que
son pobres, evitar el empleo de ingentes recursos económicos e intelectuales
para satisfacer deseos egoístas entre los propios ciudadanos y promover,
por el contrario, buenas actuaciones en la perspectiva de una producción
moralmente sana y solidaria, en el respeto del derecho fundamental de cada
pueblo y cada persona a la vida.(Caritas in veritate,28)
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Otro factor que analiza la encíclica Caritas in veritate (nº 29) relacionado con el de-
sarrollo integral es el ejercicio o no de la libertad religiosa, que puede ser elemento de de-
sarrollo auténtico o bien motivo de subdesarrollo para los pueblos y las personas. Y espe-
cialmente grave el caso de la violencia religiosa (“se mata en el nombre sagrado de Dios”)
la cual frena el desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor
bienestar socioeconómico y espiritual. Esto ocurre especialmente con el terrorismo de inspi-
ración fundamentalista que causa dolor, devastación y muerte, bloquea el diálogo entre las
naciones y desvía grandes recursos de su empleo pacífico y civil.
Es importante destacar que en la intencionalidad del Papa Benedicto XVI está hacer
caer en la cuenta de que una promoción programada de la indiferencia religiosa o del ate-
ísmo práctico por parte de muchos países contrasta con las necesidades del desarrollo de
los pueblos, sustrayéndoles bienes espirituales y humanos.
Es toda una afirmación solemne por parte de Caritas in veritate, proclamar, al estilo
de Pablo VI, de que Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre, funda su digni-
dad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de « ser más ».
“El ser humano no es un átomo perdido en un universo casual, sino una cria-
tura de Dios, a quien Él ha querido dar un alma inmortal y al que ha amado
desde siempre. Si el hombre fuera fruto sólo del azar o la necesidad, o si tu-
viera que reducir sus aspiraciones al horizonte angosto de las situaciones en
que vive, si todo fuera únicamente historia y cultura, y el hombre no tuviera
una naturaleza destinada a transcenderse en una vida sobrenatural, podría
hablarse de incremento o de evolución, pero no de desarrollo”.(Caritas in ve-
ritate,29)
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Y sobre todo es fundamental una gran obra educativa y cultural ante el rápido desa-
rrollo del progreso técnico-económico y la mutación, igualmente rápida, de los procesos de
producción y de consumo.
La globalización es sinónimo de creciente aceleración e interdependencia global. La
globalización es, dicho de una manera simple e introductoria, la compresión del mundo en
un lugar unificado. Los pueblos se sienten cada vez más interdependientes y todos sin
excepción están implicados en los mismos acontecimientos. El destino de la humanidad se
juega en círculos cada vez más cerrados: la prosperidad y el progreso de cada país son, en
parte, efecto, y en parte, causa de la prosperidad y del progreso de los demás pueblos.
La ambivalencia de la globalización económica es manifiesta. Es un proceso que
produce efectos contradictorios, que tiene sus ventajas y desventajas, sus pros y sus
contras. Hay pueblos que entran en este proceso y cada vez se enriquecen más y los hay
que quedan excluidos, y cada vez son más pobres. Para unos es un fenómeno positivo y
para otros un hecho negativo. La encíclica Caritas in veritate nos llama a un discernimiento
ponderado (nº 42) y a no dejarse llevar por actitudes fatalistas o producto de fuerzas
anónimas e impersonales:
“La globalización ha de entenderse ciertamente como un proceso socioeco-
nómico, pero no es ésta su única dimensión. Tras este proceso más visible
hay realmente una humanidad cada vez más interrelacionada; hay personas
y pueblos para los que el proceso debe ser de utilidad y desarrollo (…) La
verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vie-
nen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien”.
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las ayudas internacionales se han desviado con frecuencia de su finalidad por
irresponsabilidades tanto en los donantes como en los beneficiarios.
hay formas excesivas de protección de los conocimientos por parte de los países
ricos, a través de un empleo demasiado rígido del derecho a la propiedad intelectual,
especialmente en el campo sanitario.
en algunos países pobres perduran modelos culturales y normas sociales de
comportamiento que frenan el proceso de desarrollo.
El hambre
Eliminar el hambre en el mundo se ha convertido en una meta que se ha de lograr
para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de la
escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los
cuales es de tipo institucional:
Esta situación exige nuevos esfuerzos de comprensión unitaria y una nueva síntesis
humanista para orientar adecuadamente el desarrollo, especialmente los países pobres que
tienen en la economía global su gran oportunidad (no queda otra alternativa), pero también
un ámbito de peligrosos competidores.
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Gracias a las innovaciones tecnológicas, el mundo del trabajo se enriquece con
nuevas profesiones, mientras otras desaparecen. En la actual fase de transición se asiste,
en efecto, a un pasar continuo de empleados de la industria a los servicios. Mientras pierde
terreno el modelo económico y social vinculado a la grande fábrica y al trabajo de una clase
obrera homogénea, mejoran las perspectivas ocupacionales en el sector terciario y aumen-
tan, en particular, las actividades laborales en el ámbito de los servicios a la persona, de las
prestaciones a tiempo parcial, interinas y « atípicas », es decir, las formas de trabajo que no
se pueden encuadrar ni como trabajo dependiente ni como trabajo autónomo.
4. Trabajo informal
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por tales actividades se debe, en realidad, a la falta de especialización de gran parte de los
trabajadores locales y al desarrollo desordenado de los sectores económicos formales.
Los cambios en el mundo del trabajo no deben desplazar al protagonismo del ser
humano. Así, la Doctrina social de la Iglesia recomienda, ante todo, evitar el error de con-
siderar que los cambios en curso suceden de modo determinista. El factor decisivo y « el
árbitro » de esta compleja fase de cambio es una vez más el hombre, que debe seguir
siendo el verdadero protagonista de su trabajo. El hombre puede y debe hacerse cargo,
creativa y responsablemente, de las actuales innovaciones y reorganizaciones, de manera
que contribuyan al crecimiento de la persona, de la familia, de la sociedad y de toda la fami-
lia humana.
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La dimensión subjetiva del trabajo debe tener preeminencia sobre la objetiva: por-
que es el hombre que realiza el trabajo quien da valor a su actividad. Si falta esta concien-
cia o no se quiere reconocer esta verdad, el trabajo pierde su significado más verdadero y
profundo: en este caso, por desgracia es frecuente y difundido, que la actividad laboral y las
mismas técnicas utilizadas se consideran más importantes que el hombre mismo y, de alia-
das, se convierten en enemigas de su dignidad.
Están cambiando las formas históricas en las que se expresa el trabajo hu-
mano, pero no deben cambiar sus exigencias permanentes, que se resumen
en el respeto de los derechos inalienables del hombre que trabaja. Cuanto
más profundos son los cambios, tanto más firme debe ser el esfuerzo de la inteligencia
y de la voluntad para tutelar la dignidad del trabajo.
Ante el riesgo de ver negados los derechos del trabajador, se deben proyectar y
construir NUEVAS FORMAS DE SOLIDARIDAD, teniendo en cuenta la interdependencia
que une entre sí a los hombres del trabajo.
El “trabajo decente”
Significado del término “decencia” aplicado al trabajo:
expresión de la dignidad de todo hombre o mujer
un trabajo libremente elegido
no discriminatorio
que permita satisfacer las necesidades de las familias
que consienta a los trabajadores organizarse libremente
que deje espacio al encuentro personal, familiar y espiritual
que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la
jubilación.
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El trabajo humano posee una intrínseca dimensión social. El trabajo de una persona,
en efecto, se vincula naturalmente con el de otras.
También los frutos del trabajo son ocasión de intercambio, de relaciones y de en-
cuentro. El trabajo, por tanto, no se puede valorar justamente si no se tiene en cuenta su
naturaleza social.
El trabajo es un deber
La fuerza que impulsa al trabajo como deber es por su carácter de obligación moral
con respecto al prójimo, que es en primer lugar la propia familia, pero también la sociedad a
la que pertenece; la Nación de la cual se es hijo o hija; y toda la familia humana de la que
se es miembro: somos herederos del trabajo de generaciones y, a la vez, artífices del futuro
de todos los hombres que vivirán después de nosotros.
Y si consideramos el sentido ético de una sociedad democrática de iguales, ello re-
quiere que cada uno contribuya con su trabajo en algún modo al bien común.
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El problema crucial de la organización del trabajo se enfrenta a las circunstan-
cias actuales del desempleo, la alienación del trabajo y la necesidad de contem-
plar la pobreza de tantas personas que no accederán a un puesto de trabajo.
Ello nos hace caer en la cuenta de que efectivamente la organización del trabajo
si no se considera en sus efectos redistributivos puede dejar sin respuesta a una de las
mayores injusticias del mundo contemporáneo: “los muchos que poseen poco o nada- los
cuales no consiguen realizar su vocación humana fundamental al carecer de los bienes
indispensables” (Sollicitudo rei socialis, 28)
La relación trabajo-capital
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El conflicto capital – trabajo
La relación entre trabajo y capital presenta, a menudo, los rasgos del conflicto, que
adquiere caracteres nuevos con los cambios en el contexto social y económico. Actual-
mente, el conflicto viene sobre todo por: los progresos científicos y tecnológicos y la mun-
dialización de los mercados, los cuales exponen a los trabajadores al riesgo de ser explota-
dos por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad.
La propiedad privada y pública, así como los diversos mecanismos del sistema eco-
nómico, deben estar predispuestos para garantizar una economía al servicio del hombre, de
manera que contribuyan a poner en práctica el principio del destino universal de los bienes.
Especial importancia tienen los nuevos conocimientos como factor de progreso social y
laboral.
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Dadas las implicaciones morales que la cuestión del trabajo comporta en la vida so-
cial, la doctrina social de la Iglesia considera que la desocupación es una «verdadera cala-
midad social » (Laborem exercens, 18), sobre todo en relación con las jóvenes generacio-
nes.
La «plena ocupación» es, por tanto, un objetivo obligado para todo ordenamiento
económico orientado a la justicia y al bien común.
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4.4.- DERECHOS Y DEBERES DE LOS TRABAJADORES
La atención del Magisterio Social de la Iglesia a los derechos del trabajo ha sido
constante y ha señalado las condiciones para que se cumplan esos derechos tanto por el
empresario directo como indirecto.
Los derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la
naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente. El Magisterio social de la
Iglesia ha enunciado algunos de ellos, indicando la conveniencia de su reconocimiento en
los ordenamientos jurídicos:
el derecho a una justa remuneración;
el derecho al descanso;
el derecho «a ambientes de trabajo y a procesos productivos que no compor-
ten perjuicio a la salud física de los trabajadores y no dañen su integridad moral »;
El derecho de huelga
La huelga, una de las conquistas más costosas del movimiento sindical, se puede
definir como el rechazo colectivo y concertado, por parte de los trabajadores, a seguir des-
arrollando sus actividades, con el fin de obtener, por medio de la presión así realizada so-
bre los patrones, sobre el Estado y sobre la opinión pública, mejoras en sus condiciones de
trabajo y en su situación social.
También la huelga, aun cuando aparezca «como una especie de ultimátum», (Labo-
rem exercens,20) debe ser siempre un método pacífico de reivindicación y de lucha por los
propios derechos.
El salario
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«La remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una
vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes
el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones
de la empresa y el bien común».
La sociedad y el Estado deben asegurar unos niveles salariales adecuados al
mantenimiento del trabajador y de su familia, incluso con una cierta capacidad de ahorro.
Es precisa una asidua vigilancia y las convenientes medidas legislativas para acabar
con fenómenos vergonzosos de explotación sobre todo en perjuicio de los trabajadores más
débiles inmigrados o marginales. En esta problemática es decisivo el papel de los
sindicatos.
Una de las cuestiones más difíciles en el ámbito político-social es determinar la
cuantía de un salario justo pues la remuneración es el instrumento más importante para
practicar la justicia en las relaciones laborales.
A través de las diversas épocas se han ido dando criterios para el mínimo salarial,
entre ellos se han fijado los siguientes:
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Un salario que atienda las necesidades familiares
Una retribución que "permita al hombre y a su familia una vida digna en el pla-
no material, social, cultural y espiritual " (Gaudium et spes, 67).
Derecho al descanso:
Uno de los derechos del trabajador es el adecuado descanso y el respeto por hora-
rios "humanos" de trabajo. La encíclica Centesimus annus sitúa en el marco del sistema
ético-cultural, en lo que a este tema corresponde, el riesgo de absolutizar la economía y la
producción y el consumo de mercancías, ocupando el centro de la vida social y pasando el
hombre a ser considerado más como un productor o un consumidor de bienes que como un
sujeto que produce y consume para vivir (Centesimus annus, 39).
En esta óptica habría que situar la santificación de la fiesta dominical; vivir la dimen-
sión de gratuidad en el tiempo; el tiempo dedicado a la familia…Son dimensiones que a
veces chocan con el ritmo del trabajo actual; con unos estilos de vida que han alterado los
valores más necesarios y más fundamentales para la persona.
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Solidaridad entre los trabajadores
Las organizaciones sindicales son un factor constructivo del orden social y de solida-
ridad y, por ello, un elemento indispensable de la vida social. El reconocimiento de los de-
rechos del trabajo ha sido desde siempre un problema de difícil solución, porque se realiza
en el marco de procesos históricos e institucionales complejos, y todavía hoy no se puede
decir cumplido.
La importancia y razón de ser de las organizaciones sindicales consiste
en el derecho de los trabajadores a formar asociaciones o uniones para defender
los intereses vitales de los hombres empleados en las diversas profesiones. (La-
borem exercens, 20)
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La doctrina social no considera de ninguna manera que los sindicatos constituyan
únicamente el reflejo de la estructura “de clase”, de la sociedad ni que sean el exponente
de la lucha de clases que gobierna inevitablemente la vida social (Laborem exercens,20).
El contenido fundamental de su acción es luchar por la justicia social, por los derechos de
los hombres del trabajo.
«Esta “lucha” debe ser vista como una acción de defensa normal “en favor” del
justo bien; [...] no es una lucha “contra” los demás ».(Laborem exercens, 20)
5. LA EMPRESA
Hoy, dicen los expertos, asistimos a una riqueza sin naciones: hay empresas que
son muy ricas en países pobrísimos. El mercado se hace anónimo e impersonal, y se glo-
baliza el trabajo convirtiéndose en una realidad económica independiente del territorio. To-
do se intercambia sin tener porqué identificarse con un espacio y un tiempo.
“El mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más
débil. La sociedad no debe protegerse del mercado, pensando que su desarrollo com-
porta ipso facto la muerte de las relaciones auténticamente humanas. Es verdad que el
mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino
por una cierta ideología que lo guía en este sentido. No se debe olvidar que el mercado
no existe en su estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concre-
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tan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden
ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta
forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que
produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuan-
to tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento sino al hombre, a
su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social”.(Caritas in veritate,36)
La doctrina social de la Iglesia aprecia las seguras ventajas que ofrecen los meca-
nismos del libre mercado, tanto para utilizar mejor los recursos, como para agilizar el inter-
cambio de productos. De esta forma se da la primacía a la voluntad y a las preferencias de
la persona.
El libre mercado no puede juzgarse prescindiendo de los fines que persigue y de los
valores que transmite a nivel social. El mercado, en efecto, no puede encontrar en sí mismo
el principio de la propia legitimación. Pertenece a la conciencia individual y a la responsabi-
lidad pública establecer una justa relación entre medios y fines, por ello:
la utilidad individual del agente económico, aunque legítima, no debe jamás conver-
tirse en el único objetivo.
debe procurarse, no en contraste sino en coherencia con la lógica de mercado, la
utilidad social
Cuando realiza las importantes funciones antes recordadas, el libre mercado se
orienta al bien común y al desarrollo integral del hombre, mientras que la inversión de la
relación entre medios y fines puede hacerlo degenerar en una institución inhumana y alie-
nante, con repercusiones incontrolables.
La encíclica Caritas in veritate (35) ha explicitado los principios que deben regir el
merca-
do:
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“El mercado está sujeto a los principios de la llamada justicia conmutativa,
que regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales. Pero la
doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de
la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque
está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de re-
laciones en que se desenvuelve. En efecto, si el mercado se rige únicamente por el
principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a pro-
ducir la cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Sin formas internas
de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su
propia función económica”
Los agentes del mercado deben ser efectivamente libres para comparar, evaluar y
elegir entre las diversas opciones. Sin embargo, la libertad, en el ámbito económico, debe
estar regulada por un apropiado marco jurídico, capaz de ponerla al servicio de la libertad
humana integral:
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La empresa es una institución económica y social, integrada por personas. En
la doctrina social de la Iglesia el valor de la persona en la empresa es central,
interpretado este valor desde el personalismo solidario (cristiano), frente a la
libertad solitaria, subordinada y unidimensional de la antropología neoliberal, cuya base
es la exaltación de los valores individuales frente a la responsabilidad social.
“La doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones au-
ténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reci-
procidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o «
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después » de ella. El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o anti-
social por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana,
debe ser articulada e institucionalizada éticamente” (Caritas in veritate,36).
La doctrina social reconoce la justa función del beneficio, como primer indicador del buen
funcionamiento de la empresa: « Cuando una empresa da beneficios significa que los
factores productivos han sido utilizados adecuadamente » (Centesimus annus,35).Esto
no puede hacer olvidar el hecho que no siempre el beneficio indica que la empresa esté
sirviendo adecuadamente a la sociedad. Es posible «que los balances económicos sean
correctos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso
de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad » (Ibid).
Hay, pues, que coordinar el beneficio con los derechos de los trabajadores:
La legítima búsqueda del beneficio
Y la irrenunciable tutela de la dignidad de las personas
Estas dos exigencias no se oponen en absoluto, ya que, por una parte, no sería re-
alista pensar que el futuro de la empresa esté asegurado sin la producción de bienes y ser-
vicios y sin conseguir beneficios que sean el fruto de la actividad económica desarrollada;
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por otra parte, permitiendo el crecimiento de la persona que trabaja, se favorece una mayor
productividad y eficacia del trabajo mismo. La empresa debe ser una comunidad solidaria
no encerrada en los intereses corporativos, sino tender a una « ecología social » (Centesi-
mus annus, 38) del trabajo, y contribuir al bien común.
El mercado único de nuestros días no elimina el papel de los Estados, más bien
obliga a los gobiernos a una colaboración recíproca más estrecha. De hecho, en las actua-
les circunstancias, es necesario no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado.
Su papel parece destinado a crecer, recuperando muchas competencias.
El Estado puede desempeñar muchas veces el papel de empresario indirecto, pero:
Pero, sobre todo, la tarea fundamental del Estado en el ámbito económico es definir
un marco jurídico apto para regular las relaciones económicas, con el fin de « salvaguar-
dar... las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta
igualdad entre las partes» (Centesimus annus,15).
Para llevar a cabo su tarea, el Estado debe elaborar una oportuna legislación, pero
también dirigir las políticas económicas y sociales, sin ocasionar un menoscabo en las di-
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versas actividades de mercado, cuyo desarrollo debe permanecer libre de superestructuras
y constricciones autoritarias o, peor aún, totalitarias.
Dimensiones de la empresa:
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La encíclica Caritas in veritate (nº 46) hace una ilustrativa radiografía del panorama
empresarial rompiendo algunos tópicos que son frecuentes en el sistema productivo y dan-
do cuenta de esta pluralidad de iniciativas de economía social:
“Parece que la distinción hasta ahora más difundida entre empresas destinadas al
beneficio (profit) y organizaciones sin ánimo de lucro (non profit) ya no refleja ple-
namente la realidad, ni es capaz de orientar eficazmente el futuro. En estos últi-
mos decenios, ha ido surgiendo una amplia zona intermedia entre los dos tipos de
empresas. Esa zona intermedia está compuesta por empresas tradicionales que,
sin embargo, suscriben pactos de ayuda a países atrasados; por fundaciones
promovidas por empresas concretas; por grupos de empresas que tienen objetivos
de utilidad social; por el amplio mundo de agentes de la llamada economía civil y
de comunión”.
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en una relación de colaboración y de eficaz complementariedad respecto al Estado y al
mercado, favoreciendo así el desarrollo de una oportuna democracia económica.
La iniciativa empresarial se ha abierto, pues, a otras dimensiones que van más allá
de la obtención de lucro con la lógica mercantil:
“Para realizar una economía que en el futuro próximo sepa ponerse al servi-
cio del bien común nacional y mundial, es oportuno tener en cuenta este signi-
ficado amplio de iniciativa empresarial. Esta concepción más amplia favorece
el intercambio y la mutua configuración entre los diversos tipos de iniciativa empresarial,
con transvase de competencias del mundo non profit al profit y viceversa, del público al
propio de la sociedad civil, del de las economías avanzadas al de países en vía de desa-
rrollo” (Caritas in veritate,41)
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