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ALGUNAS CULTURAS DE MESOAMERICA

LOS OLMECAS

Los orígenes de la cultura Olmeca son todavía muy discutidos. Sin embargo, se conocen algunos
antecedentes de su remoto pasado. En realidad, el término olmeca tan sólo sirve para designar un grupo
portador de un particular estilo artístico, pero no una identidad etnolingüística; aunque sus descendientes
modernos se encuentran entre los pueblos Mixe-Zoque-Popoluca del sur de México.

El nombre olmeca deriva de las palabras náhuatl olli, goma, y mecatl, estirpe. Indudablemente, los olmecas
no se llamaban a sí mismos "el pueblo de la goma", pero el nombre sirve para designar el área
metropolitana olmeca: Tabasco septentrional y Veracruz meridional, región mexicana de la goma.

Los ancestros de quienes iban a conformar la cultura olmeca procedían del norte de Suramérica, acaso de
Colombia y Ecuador. Aquello primeros grupos pudieron haber penetrado hacia el territorio que ahora se
denomina Mesoamérica, vía la costa del Pacífico de Guatemala y Chiapas. las ocupaciones indican que
fue allá en donde se gestaron algunas características que han hecho posible identificar sus antecedentes.
Tales grupos, proto-olmecas, dejaron sus huellas en cerámicas fechadas alrededor de los años 1500 a
1400 a.C.

Los proto-olmecas, quizá numéricamente pocos, que penetraron hacia la costa del Golfo (1350 a 1300
a.C.), deben haberse integrado de tal modo con las poblaciones locales que, al correr de los años,
desarrollaron buena parte de las características de la cultura olmeca. Para entonces, ya se habían
extendido por un amplio territorio localizado entre los actuales estados mexicanos de Veracruz y Tabasco.

Poco más tarde, de manera más homogénea ocuparían desde la llanura costera hasta las primeras
estribaciones de la sierra y desde la cuenca del río Papaloapan hasta el río Santana. Este territorio se
conoce como área olmeca metropolitana o, área nuclear olmeca, pues en ella se han reconocido los sitios
más importantes de esa cultura.

Fuera del área metropolitana, la influencia olmeca se extendió en forma considerable, su presencia llegaría
tan lejos como Centroamérica, Chiapas, Oaxaca, Puebla, Morelos, Guerrero y la Cuenca de México,
llegando hasta Costa Rica y Panamá en el extremo sur, y lugares como Teotihuacán, Valle de Bravo y
Jalisco en el extremo norte.

La civilización olmeca inició su evolución alrededor del año 1200 a.C., y se establece, a partir de estas
fechas y hasta 900 a.C., un patrón cultural mesoamericano. Para el año 400 a.C., la cultura olmeca ya
decaía como unidad rectora del área cultural de Mesoamérica. Los logros de esta extraordinaria cultura se
conservaron por muchos siglos, algunos de los cuales subsistieron hasta la conquista española que truncó
el desarrollo autóctono mesoamericano.

La cultura olmeca hablaba una lengua de la protofamilia zoque-mixe. Además, hubo prestamos lingüísticos
a otros idiomas que viven alrededor de esta familia que no sólo son básicos en la cultura mesoamericana,
sino que no tienen precedentes afuera del área olmeca. Por ejemplo, del protozoque-mixe recibieron sus
vecinos mayenses y nahuas los nombres de varios cultígenos importantes como cacao, frijol y calabaza.
Términos rituales y calendáricos también fueron prestados, como incienso, contar o adivinar, nombre de
perro como día calendárico, hacha para sacrificio, viejo o brujo, petate símbolo de autoridad, papel, abeja,
sandalia y pulque; en fin, más de cincuenta diferentes palabras. Además, el inventario cultural protozoque-
mixe es muy parecido a lo que fue el inventario cultural de los olmecas como pueblo sedentario agrícola y
alfarero.
Entre las mayores contribuciones de los olmecas están el calendario, el sistema de numeración, la
escritura jeroglífica y las observaciones astronómicas. El sistema numérico de puntos y rayas,
posteriormente desarrollado por los mayas, se halla en la estela C procedente de Tres Zapotes, Veracruz,
datada en 291 a.C.

En el período Preclásico Medio, aparecen los primeros centros ceremoniales olmecas. Situados
generalmente en islas -o en elevaciones de terreno que se transforman en islas durante la temporada de
lluvia- los centros ceremoniales de esta época consisten esencialmente en plataformas y basamentos
hechos en tierra compactada o, en algunos casos, de adobes o bloques de arcilla secados al sol.

En cuanto al área nuclear, el centro ceremonial más antiguo que se conocen en Mesoamérica es San
Lorenzo. De su planificación se puede inferir el desarrollo de una astronomía incipiente; la existencia de
canchas destinadas al juego de pelota, y la integración de plazas mediante plataformas y basamentos
elevados; todo ello complementado con la erección de esculturas monumentales situadas en los ejes
principales. La población de San Lorenzo se calcula en unos mil habitantes que constituía la clase
dominante y que vivía repartida en grupos de chozas.

San Lorenzo fue abandonado hacia el año 900 a.C., pero antes de su abandono fueron mutilados y
enterrados con mucha ceremonia los grandes monolitos esculpidos en piedra, 15 cabezas colosales.

Posteriormente, La Venta pasaría a ser el centro supremo olmeca entre 800 y 400 a.C., que coincide con el
período de máxima expansión del arte olmeca, para luego decaer y transmitir, quizá el poder a Tres
Zapotes.

Todos estos sitios están enclavados en el trópico cálido-húmedo, caracterizado por la selva exuberante y
una amplia red hidrológica. Debido a las escasas alturas y a la pobreza del drenaje, se forman numerosos
pantanos, situación que fue aprovechada por los olmecas, dado los conocimientos y experiencias que
tenían para explotar ese tipo de medios, y cuyo paisaje necesariamente incidió en su ideología.

La cultura olmeca se caracterizó desde muy temprano por una fuerte obsesión felina, conectada al parecer
con un culto al agua o la lluvia. El jaguar (abundante entonces en la región y peligro constante para sus
habitantes): pudo haber sido considerado como el ancestro común; una especie de animal totémico. Las
representaciones más frecuentes en el arte olmeca son, en efecto, los diversos atributos del jaguar: cejas,
encías, garras, manchas, etc., solos o en combinación con elementos humanos. El jaguar quizá fue
conceptualizado como el origen; representaba la tierra y el inframundo, como poco después la serpiente
sería incorporada a su ideología, identificándola tal vez con el agua que corre. Dos conceptos básicos en
su pensamiento que posteriormente serían fusionados para dar lugar a un ser fantástico que reunía los
atributos y simbolismos de ambos animales: tierra y agua; fertilidad.

No sin razón se ha optado por considerar a los olmecas como fundadores de la primera cultura pues a ella
se le atribuyen la mayoría de los adelantos técnicos, artísticos y sociorreligiosos que ocurrieron durante
esta importante etapa de transición entre las primitivas aldeas agrícolas del Preclásico temprano y los
grandes centros ceremoniales del período Clásico.

A los olmecas se le atribuye el afianzamiento de la clase sacerdotal, la práctica de la deformación


craneana, de la mutilación dentaria, del sacrificio humano y del autosacrificio; atributos ceremoniales, así
como adelantos tan decisivos para Mesoamérica como son el calendario ritual, el sistema de numeración
vigesimal y de escritura glífica, el principio de los centros ceremoniales con la parición de las
construcciones de tierra y de las primeras pirámides como basamentos de los templos.

Aunque los olmecas vivieron en una zona sin rocas, su material favorito fue la piedra, importada de otras
regiones. Fueron los primeros grandes canteros mesoamericanos. Los bajorrelieves sobre roca se señalan
por diversos rumbos de Mesoamérica, y hacen evidente la penetración de influencias olmecas. Sin
embargo, las esculturas olmecas más conocidas son las colosales cabezas de basalto, que rebasan los
2.50 de altura y pesan hasta 14 toneladas. Sus facciones redondeadas; tienen labios gruesos y llevan
puesto un casco. Se ha dicho que son retratos de los gobernantes olmecas; de labios gruesos y nariz
ancha. También se ha dicho que representan jugadores de pelota decapitados.

Aparte están las pequeñas esculturas elaboradas con gran delicadeza, hechas de jade verdiazulado o de
serpentina, hematites, cuarzo, cristal de roca, amatista y esteatita. En serpentina tallaron mosaicos para
representar mascarones de jaguar con rasgos muy estilizados. Tales obras eran colocadas, a manera de
ofrenda, a gran profundidad en los centros político-religiosos.

La cerámica olmeca, consta de platos de base plana, botellones y cajetes pulidos de color negro sobre
bayo, bien cubierto de un englobe blanco o rojo. Su decoración es raspada o excavada, y sobre todo,
decorada con atributos estilizados del jaguar: ojos, garras o manos, y tallos vegetales. Entre las estatuillas
olmecas en barro, han surgido interesantes figuras de perros y jaguares, provistas de ruedas a manera de
juguetes.

Tanto en la escultura mayor y menor como en la cerámica, aparecen ciertos rasgos que sirven para
identificar las representaciones olmecas: cejas flamígeras, la mancha del jaguar, ojos de forma
almendrada, hendidura en V arriba de la frente, garras, colmillos y la comisura de los labios hacia abajo,
entre otras.

La escultura olmeca nos da buena idea del tipo físico olmeca, o más bien, de dos tipos: uno grueso y bajo,
de cuello corto, cabeza redonda, con rasgos negroides; el otro, esbelto con rasgos mongoloides, ojos
oblicuos, de nariz ligeramente aguileña, labios más finos, y cabeza deformada artificialmente. Este último
tipo podría corresponder a representaciones más tardías, de un grupo que llegó y se fusionó con el
primero.

Después de varios siglos de desarrollo, la cultura olmeca paulatinamente fue siendo asimilada y
transformada por otros grupos que arribaron al área metropolitana. Tal es el caso de La Venta, en donde
entre los años 600 y 400 a.C., plasmaron en las esculturas, junto con personajes y rasgos típicamente
olmecas, un tipo físicamente diferente, que en poco tiempo se impuso en las representaciones.

A partir de los últimos siglos anteriores a la era cristiana los olmecas fueron perdiendo muchos de sus
típicos rasgos, y ocuparon gran parte del sur de Veracruz; algunos salieron rumbo a las tierras bajas
centrales mayas. Otros más emigraron hasta El Salvador, Guatemala y Chiapas.

TEOTIHUACAN.

La cultura teotihuacana es indudablemente piedra angular en el panorama de Mesoamérica. Su cultura se


inicia lentamente en el siglo I a.C. (Preclásico tardío) y alcanza su máximo esplendor entre los siglos III y
VII d.C., finalmente, se extingue alrededor del siglo VII d.C.

Teotihuacán reviste el carácter de ciudad, definida por la existencia de barrios, especialmente de artesanos
(entre los cuales se destacan los talladores de obsidiana), de comerciantes y de zapotecas; la existencia
de complejos residenciales que albergan a diversos grupos que posiblemente estuvieron emparentados y
compartieran un oficio común; elementos de planificación urbana, y una extensión de veinte kilómetros
cuadrados que ocupan sus restos, que puede albergar una población de varias decenas de miles de
habitantes.

Teotihuacán, es tal vez la urbe de mayor trascendencia en Mesoamérica. Se puede pensar que ocurrió ahí
algún acontecimiento muy impresionante para la mente animista: esto le ha permitido ser denominada
como "el lugar donde nacieron los dioses". Al inicio de la era cristiana, Teotihuacán es el lugar de
asentamiento de una importante comunidad con medios eficaces de dominio de la naturaleza y con
estructura social de raíz animista y mágica. La base de su economía es la agricultura de regadío y
chinampa.

Por el esplendor de su forma urbana, así como por su influencia reconocible en todo el territorio de
Mesoamérica, puede suponerse que su gran desarrollo no sólo fue agrícola, sino también de producción e
intercambio; además el indudable influjo de su religión organizada que se puede advertir en el
inconfundible sello arquitectónico presente en todas las estructuras religiosas de Mesoamérica. Por otra
parte, la ausencia de elementos militares en su arte muestra el carácter predominantemente religioso de
este centro cultural.

A partir del siglo III en su parte final -Teotihuacán II- se encuentran totalmente constituidos los elementos
animistas que dieron el carácter a esta cultura hasta su ocaso. Los temas permanentes de su religión
mágica, o bien los más aparentes son el culto al agua, a la fertilidad, al sol, a los muertos; además de un
sinnúmero de cultos totémicos que son constantes en su arte consagrado por entero a la religión. Tlaloc
es, probablemente, el símbolo de Teotihuacán, ya que su presencia, en la arquitectura, en las pinturas
murales y en la cerámica, es muy significativa.

La polarización creciente del poder en manos de la casta sacerdotal, por la codificación de las prácticas
rituales y los conjuros esenciales para la supervivencia, además de la estrecha vinculación con los
sistemas para el dominio de la naturaleza y su proyección en el campo de la economía, así como su
vinculación con la vida social, debió conducir a la organización de los conocimientos técnicos, lo cual
devino ciencia de sectores estrechamente ligados por la religión. Por esta razón el sacerdocio que tenía en
sus manos todos los factores de la supervivencia, constituyó en forma natural el Estado Teocrático.

La sociedad debió estar estructurada con estamentos rígidamente demarcados en cuya base estaban los
productores de alimentos. En niveles ascendentes los productores de bienes y servicios, así como los
dedicados al intercambio. Después los artistas y finalmente, en la cúspide, la casta sacerdotal apoyada por
el prestigio del conocimiento mágico, dirigiendo, penetrando y controlando todos los niveles de la sociedad
con su dominio de la técnica y del arte. Esta casta sacerdotal dejó prueba irrefutable de su capacidad
creadora y de la solidez y eficacia de su ciencia de base animista, empírica y especulativa, en el
planteamiento de su conjunto ceremonial de Teotihuacán, y en el mantenimiento de la solución urbanística
a lo largo de seis o siete siglos.

En cuanto a la validez de esa administración teocrática es testimonio incostrastable la duración casi


milenaria de la Urbe y la irradiación de su influencia en todo el ámbito de Mesoamérica.

En el período Teotihuacán III (300-650 d.C.) correspondiente al Clásico Temprano, alcanza su máximo
esplendor. En los primeros años de este período (380-480 d.C), se reporta un intenso contacto o comercio
con otras culturas. El contacto con la zona maya, es muy evidente, específicamente con Tikal donde se
encontró un entierro que pertenece a un soberano aliado con Teotihuacán y con Kaminaljuyú, (425 d.C) y
cuya ofrenda muestra una combinación de rasgos teotihuacanos y mayas. Son vasijas estucadas sobre las
que los antiguos mayas pintaron dioses teotihuacanos en colores brillantes. Igualmente, se han encontrado
vasijas con rasgos, tanto de forma como decoraciones, que muestran la influencia teotihuacana.
Igualmente en Teotihuacán, en el barrio de los mercaderes, se encontraron tiestos de cerámica maya
Tzacol, que provienen de las tierras bajas mayas.

También en Kaminaljuyú se han encontrado elementos comunes con Teotihuacán, por ejemplo, el
tapaplatos, la "cremera", los metates chicos, cantidades de concha, espejos y discos de pirita, y artefactos
de obsidiana y jade. Entre las ofrendas se encontraron navajas de obsidiana verde, que probablemente
proceden de las minas de Pachuca, México, seguramente bajo el control teotihuacano. Alrededor del año
500 d.C., aparecen vasos cilíndricos bien formados y exquisitamente decorados en el entierro de un
sacerdote. Simultáneamente, en Teotihuacán individuos de alto status fueron enterrados con ofrendas que
contienen vasos cilíndricos del estilo maya cuya iconografía es de procedencia guatemalteca. Estos
elementos hacen suponer que en Kaminaljuyú, ocurren una serie de eventos que marcan el gran interés
que Teotihuacán tenía en esta región, que más tarde se convierte en un satélite o colonia teotihuacana .

Entre los teotihuacanos y mayas hubo un intercambio de objetos ceremoniales probablemente


acompañados de bienes perecederos. Las similitudes de las piezas utilizadas como ofrendas, las
posiciones flexionadas de los esqueletos, y las imitaciones de los estilos arquitectónicos, sugieren una
relación muy fuerte durante toda esta época. Sin embargo, durante el Clásico Temprano, en Teotihuacán
no se ha encontrado ningún entierro importante, rico en vasijas polícromas mayas, que puedan indicar una
presencia maya en Teotihuacán, más bien se sugiere que existía un barrio entero de extranjeros que
mantenían contactos con la costa del Golfo y la región maya.

Uno de los rasgos más característicos de los contactos culturales radica en la aplicación de los diversos
modos arquitectónicos que prevalecieron en Mesoamérica, en donde el Clásico Temprano fue una época
de intensa interrelación cultural.

El modo del talud-tablero se asocia a estas relaciones, que ha sido considerado como uno de los
elementos manifiestos de la influencia y expansión de Teotihuacán a través de Mesoamérica. Teotihuacán
utiliza el talud-tablero en la mayoría de sus edificios desde la fase I (100-250 d.C.), por lo que se ha
considerado como foco de difusión. Sin embargo, también debe considerársele como la representación de
un estilo que pudo manifestarse a través de Mesoamérica en un momento determinado, con mayor o
menor aceptación en las diversas áreas que la componen, ya que existen evidencias, específicamente en
el área Maya, que ubican el talud-tablero dentro de las corrientes arquitectónicas que se desarrollaron en
Mesoamérica desde finales del Preclásico.

El desarrollo de modos paralelos en otras zonas de Mesoamérica permiten variar este enfoque
determinista; formas distintas del talud-tablero fueron construidas en Cholula, Monte Albán, Xochicalco, El
Tajín y en varios sitios del área Maya, algunos de ellos desde los inicios del Clásico Temprano.

Durante el Clásico Tardío (600-750 d.C), se intensifica el comercio. El intercambio, difusión y préstamo de
ideas artísticas fue mayor y sin precedentes. Al parecer los sitios de la región de Tiquisate, Guatemala,
estaban más fuertemente influenciados por las tradiciones teotihuacanas que los demás de la región
maya.

Las cerámicas mayas, de este período, encontradas en Teotihuacán, procedían de las tierras bajas mayas.
Presentan estilos más variadas y lujosamente decoradas, y tenían funciones utilitarias. Las mayores
concentraciones de esta cerámica, se encontraron en el barrio de los Mercaderes, y se sugiere que fueron
llevadas a ese lugar para después venderlas en el Mercado Grande.

En el Clásico tardío, los contactos con Guatemala se desviaron hacia las regiones alrededor de Escuintla y
Lago de Amatitlán. Vasos cilíndricos, candeleros, incensarios y figuras del estilo Clásico tardío de
Teotihuacán aparecen en cantidades en la región de Tiquisate, Guatemala. La similitud es más aparente
en los incensarios, por ejemplo, el "Dios Viejo" en forma de máscara aparece en incensarios de las dos
regiones. Es evidente que el comercio era muy activo con los mayas, particularmente con Kaminaljuyú y
Tiquisate en Escuintla.

La costa del Golfo debe haber servido como área clave en la extensión de la "influencia" teotihuacana
hacia la costa sur de Guatemala, El Salvador, los Altos de Guatemala, y los sitios de las tierras mayas
bajas. El estilo teotihuacano, en vasijas funerarias y en escultura en piedra, va acompañada por rasgos de
la costa del Golfo. Teotihuacán era un símbolo de prestigio, poder y riqueza para los mayas. Prontamente
ellos aceptaron mucho de lo que Teotihuacán ofrecía, sin embargo, la población teotihuacana no se
esforzó por copiar costumbres o rasgos mayas de escritura, arquitectura, escultura o estilos cerámicos.
En el período comprendido entre el 750-900 d.C, declina y llega a su término esta metrópoli de
incuestionable dominio político y económico, cuyos primeros síntomas de debilitamiento pudieron ser,
precisamente, de carácter económico, social, político o de degradación ambiental.

Hay evidencias de que parte de la gran metrópoli fue destruida deliberada y sistemáticamente por fuego,
hacia mediados del siglo VI d.C. La destrucción fue ritual y política, y no se puede explicar sólo en términos
de saqueo y pillaje, puesto que destruir Teotihuacán implica destruirlo como el centro político-ritual de
Mesoamérica.

Pero el desplome de Teotihuacán no se atribuye simplemente a causas internas, sino también está
vinculado con presiones de algunos estados en vías de expansión, como Tula al noroeste y Xochicalco en
el Altiplano Central, que impidieron o por lo menos obstaculizaron el control y el flujo sistemático de
productos alóctonos necesarios para el mantenimiento de sus privilegios. Incluso el Tajín, en la costa del
Golfo de México, podría haber contribuido a la desintegración de Teotihuacán.

Con la caída de Teotihuacán se descompone el macrosistema de dominio al estilo teotihuacano. La


destrucción de la gran urbe provocó el éxodo de los teotihuacanos hacia regiones cercanas, aunque es
probable que algunos grupos numerosos se desplazaran hacia el sureste, llegando hasta Honduras,
Guatemala y El Salvador.

LOS MAYAS

El espacio geográfico en que se desarrolló la cultura maya es amplio y diverso. Su entorno natural
comprende más de 350.000 kilómetros cuadrados, y es producto combinado de factores biológicos y
geológicos, así como de la influencia que se deriva de la continuada presencia de grupos humanos en la
región.

Las Tierras Altas, situadas en el extremo sur hacia las montañas de Guatemala y Chiapas, se distinguen
por su elevada topografía y porque marcan el límite sur en la distribución de ciertos rasgos culturales
distintivos de la civilización maya del Clásico. Esta zona, que fue y es habitada por grupos de habla maya,
proveía a las Tierras Bajas de algunos productos no disponibles en ellas. La producción agrícola es amplia
y diversa; su origen volcánico determina la existencia de importantes recursos minerales, como la piedra
con que se elaboraban metates; depósitos de obsidiana, preciada materia prima para la fabricación de
herramientas cortantes e, incluso, objetos de culto o suntuarios; también jade, que no sólo fue símbolo de
riqueza y posición social, sino un mineral con connotaciones religiosas y rituales. También, entre los
productos más estimados de esta región se encuentran las plumas de quetzal, ave que sólo vive en ciertas
partes de la gran elevación de los Altos de Guatemala y áreas adyacentes.

Las Tierras Bajas se componen de dos grandes zonas con notables diferencias en cuanto a hidrología,
vegetación, relieve y distribución de sus habitantes. Las Tierras Bajas del Sur fueron el asiento de las más
grandes ciudades mayas del período Clásico. La existencia de la selva en las Tierras Bajas mayas es
mucho mayor ahora que la que debe haber tenido en el período antiguo. En ese entonces, la población era
notablemente más amplia y existía una considerable cantidad de poblados distribuidos por toda la región,
lo que implica necesariamente una reducción en la cubierta vegetal. Aun las partes con mayor densidad de
vegetación de este bosque tropical lluviosos son relativamente recientes; en la mayoría de los casos
apenas tienen unos mil años de antigüedad, tiempo aproximado en que se abandonaron las ciudades.

La fauna aun es abundante en esta zona. Entre las especies más relevantes, ya sea por su utilidad como
alimento, su valor económico o su importancia religiosa y ritual, se encuentran mamíferos como el tapir, el
pecarí, el ciervo de cola blanca, el jaguar, monos araña y aullador, o saraguato, y reptiles como serpientes,
iguanas y cocodrilos.
La hidrografía de las Tierras Bajas de Sur, todos los grandes y extensos ríos superficiales se hallan aquí.
El más destacado es el Usumacinta, en cuyas márgenes se ubican los sitios de Yaxchilán y Piedras
Negras y, en sus corriente tributarias, lugares como Palenque, Altar de Sacrificios y Ceibal. seguramente
las corrientes fluviales de la zona, además de proveer del vital líquido a las comunidades mayas, fueron
utilizadas como un importante medio de comunicación, en favor del intercambio cultural y comercial hacia
dentro y fuera de la región. En la zona existen además varios lagos, entre ellos el Petén Itzá, donde se
localiza la Isla de Tayasal, último lugar maya conquistado por los españoles a fines del siglo XVII.

Las Tierras Bajas del Norte comprenden la península de Yucatán y muestra un relieve moderado, que se
caracteriza principalmente por la estructura geológica de la región; de hecho, la mayor parte de la
península se sitúa al nivel del mar y, excepto por elementos como las colinas del Puuc, los rasgos más
prominentes del paisaje lo constituyen las ruinas de los antiguos edificios mayas.

La diferencia más notable de esta zona, con respecto a las Tierras Bajas del Sur, es la disponibilidad de
agua dulce. Aquí, prácticamente no existen mantos de agua en la superficie, pero se encuentran grandes
pozos naturales llamados cenotes, que tenían una fuerte connotación religiosa, como lo muestra el Cenote
Sagrado de Chichén Itzá, en donde se realizaban ceremonias de dedicación y sacrificio. En las cuevas,
tanto en esta zona como en el sur, también se obtenía agua para beber, así como "agua virgen" para uso
ritual. Esta preocupación constante por el vital líquido explica la gran dedicación a los dioses de la lluvia,
por ejemplo Cháac, tan difundida en la península.

Los litorales marinos del territorio maya, además de facilitar la comunicación con otras regiones
mesoamericanas, proporcionan una gran variedad de recursos alimenticios, así como materiales utilizados
como símbolos de riqueza y posición social, o para ceremonias rituales. tal es el caso de algunas especies
de concha y de espinas de ciertos peces, utilizadas como ornamento y para el autosacrificio,
respectivamente. También existen amplias zonas que fueron explotadas para obtener sal, preciado
producto para las culturas mesoamericanas.

Los mayas mantuvieron vínculos de diversa índole con sociedades que habitaron Mesoamérica; lo mismo
se encuentran elementos teotihuacanos en grandes metrópolis mayas como Tikal, y rasgos toltecas en
lugares como Chichén Itzá, que aspectos mayas en importantes ciudades mesoamericanas como
Xochicalco, Cacaxtla o Monte Albán.

Cronología

Preclásico superior (200 a.C. a 250 d.C.)

En el Preclásico superior surgen y se desarrollan los rasgos culturales que caracterizarán a los mayas. Uno
de los elementos distintivos de este período es el fuerte aumento de población, en torno a grandes
complejos arquitectónicos, varios de ellos ya conformados por estructuras verdaderamente monumentales,
antecedentes de centros urbanos y políticos de la cultura maya durante el Clásico. Además, se encuentra
un incipiente sistema de escritura jeroglífica y otro relacionado para la notación y registro del tiempo.
Durante esta época se consolidan las formas religiosas y rituales. También en esta época, la religión y el
ritual ocupan un importante papel en la configuración del sistema social y económico, así como en la
legitimación de la estructura política, y se denota en elementos como el culto a la fertilidad, vinculado a la
promoción de las condiciones que permitieran una buena productividad agrícola y el culto a los muertos.
Ya entonces se observan prácticas funerarias con distintos grados de sofisticación, en razón directa de la
posición de cada individuo en la sociedad.

Clásico (250-900 d.C.)


Todas estas pautas de desarrollo se consolidan, y en varios casos alcanzan su mejor expresión, durante el
período Clásico. Este es el período de mayor esplendor de la cultura maya.

Las Tierras Bajas (principalmente las del sur) son claramente definibles por un conjunto de rasgos
culturales, como: el calendario ritual y astronómico, de una extraordinaria precisión y cobertura. Se trata de
un complejo registro de gran exactitud y apoyado en un sistema vigesimal, resultado de un profundo
conocimiento matemático y astronómico que emplea dos tipos de calendario: por una parte el ritual de 260
días, producto de la combinación de 20 días y 13 numerales; y por otra el civil o solar compuesto de 365
días que constituye un ciclo de 18 meses con 20 días cada uno, al que se le adiciona un período de 5
días.

Aparecen los primeros conjuntos urbanos que representan la centralización del poder político; una
concepción arquitectónica particular, cuyo elemento fundamental lo constituye el principio del arco falso
(también llamado bóveda maya); grandes centros cívico-ceremoniales conformados por basamentos y
plataformas, frecuentemente de proporciones monumentales, dispuestos en torno de plazas.

La compleja escritura jeroglífica estrechamente vinculada al sistema calendárico representa la memoria


histórica en su corte temporal, expresada en monumentos escultóricos de diversos tipos, levantados con el
propósito de registrar no solamente fenómenos cósmicos y el paso del tiempo, sino también con gran
claridad la historia de cada ciudad y de los protagonistas principales, en ocasiones conformando
verdaderos árboles genealógicos de las dinastías reinantes.

En este período también destaca la extraordinaria producción de bienes suntuarios, claro indicio de la
prosperidad de las ciudades y de los mecanismos de validación de la posición de los individuos en la
sociedad. Lo mismo se observa una fina y bella cerámica policroma, con frecuencia decorada con glifos y
complicadas escenas, que magníficos trabajos en jade, obsidiana, concha, madera y plumas.

Gran parte de las materias primas necesarias para la elaboración de estos objetos provenía de una amplia
y compleja red comercial que se desarrollaba tanto al interior como hacia otras regiones de Mesoamérica.
Es importante destacar que varios de estos productos no se encuentran disponibles en el territorio maya,
por lo que este intercambio externo debió resultar fundamental para su economía.

La mayoría de la población se agrupaba alrededor de grandes ciudades, entre las que destacan Tikal, sin
duda la más grande e importante de todas las metrópolis mayas del Clásico; Copán, situada en los límites
del área maya y notable por su gran cantidad de monumentos con inscripciones jeroglíficas; Palenque,
también con un importante conjunto de inscripciones jeroglíficas y depositario de la tumba más
extraordinaria del período; Yaxchilán, con una sobresaliente colección de estelas y dinteles grabados,
Quiriguá, Comalcalco, y otras más, de las Tierras Bajas del Sur. Al norte se desarrollaron grandes lugares
como Cobá y, hacia fines del Clásico, Uxmal, con el mejor ejemplo del estilo arquitectónico llamado Puuc.
Todas ellas controlaban territorios definidos, en los que se localizaban numerosas poblaciones de menor
tamaño, desde simples rancherías con unas cuantas casas, hasta ciudades de regulares proporciones,
formando complejos sistemas de producción, intercambio y tributación encaminados al sostenimiento de
esos grandes asentamientos. Estos mantenían entre sí relaciones de distinto tipo: en algunas ocasiones se
unían por medio del matrimonio entre miembros de las clases gobernantes; en otras sostenían guerras que
conducían al sojuzgamiento del perdedor.

En las expresiones artísticas de los mayas del Clásico, contenidas en su cerámica, murales y,
principalmente, en una infinidad de estelas, dinteles, altares y escalinatas jeroglíficas, se mezclan los
rituales, la concepción religiosa, la cosmovisión, los eventos trascendentes y la vida cotidiana. Otro aspecto
importante son los elaborados conjuntos funerarios dedicados a los grandes personajes, acompañados de
abundantes y ricas ofrendas conformadas por numerosos objetos de gran calidad, como por ejemplo en
Tikal, Palenque y Copán.
Hacia el año 800 d.C. comienza un fenómeno generalizado de deterioro de la civilización maya, llamado "el
colapso del Clásico". Representa una ruptura total con los patrones sociales y culturales que prevalecieron
a lo largo de 600 años; la construcción de grandes estructuras monumentales en las ciudades se
interrumpe; se dejan de elaborar objetos suntuarios y se abandona la conmemoración de eventos sociales
y naturales antes registrados en estelas y monumentos grabados con inscripciones jeroglíficas. Las Tierras
Bajas del Sur fueron abandonadas paulatinamente y quedaron prácticamente deshabitadas.

Las causas que tratan de explicar este fenómeno, aún no han sido resueltas satisfactoriamente; sin
embargo, se menciona diversos factores, entre los que conviene destacar los siguientes: la
sobreexplotación del medio y como consecuencia un desequilibrio entre recursos disponibles y crecimiento
demográfico, y la intrusión de grupos extranjeros con un bagaje cultural diferente, adoptado por los grupos
dominantes y que agudizó las relaciones internas.

En efecto, a finales del Clásico ocurrieron importantes migraciones de las clases dirigentes de las grandes
ciudades de las Tierras Bajas del Sur hacia la península de Yucatán, principalmente a la región Puuc. Allí
habitarían lugares como Uxmal, Kabáh, Labná o Chichén Itzá, hasta que el arribo de grupos de filiación
tolteca, provenientes del Altiplano central de México, provocaron nuevas transformaciones en las pautas
culturales de la región. Esta presencia tolteca es más evidente en Chichén Itzá; en este sitio tiene lugar,
entre los años 1000 a 1200 d.C., la fusión de dos de las grandes tradiciones culturales mesoamericanas, la
maya y la tolteca.

A pesar de esta notable influencia externa, la región maya conservó, en lo esencial, su identidad, si bien
sus patrones culturales muestran profundas transformaciones, como producto de las nuevas condiciones
políticas y sociales en que se hallaba inmersa.

El Posclásico (900 a 1250 d.C)

El Posclásico en la zona se caracteriza por las intrusiones de grupos del Altiplano, antes señaladas, y por
una profunda inestabilidad política y la búsqueda de soluciones a esta situación. El ejemplo más conocido
es la ciudad de Mayapán, fundada hacia el año 1250 d.C. (después que Chichén Itzá fue abandonada). A
partir de entonces, y hasta la llegada de los españoles, quienes encuentran el territorio dividido en varias
unidades políticas independientes, la civilización maya es nuevamente objeto de grandes cambios. Las
ciudades son ahora de dimensiones más reducidas, y la calidad en la manufactura tanto de los edificios
como de los objetos es notoriamente inferior a la de los períodos anteriores, si bien permanece la memoria
y el uso de varios de los logros intelectuales alcanzados a lo largo de su historia, como lo demuestran los
extraordinarios y complejos códices que se conservan, realizados precisamente en esta última época.

LOS TOLTECAS.

La etapa del fin de la época Clásica y el comienzo del Posclásico, se caracteriza por el derrumbe de las
antiguas organizaciones políticas creadas, entre otros, por Mayas y Teotihuacanos, y la aparición de
nuevos centros de poder como Chichén Itzá y Tula.

Tula, "lugar de los tules", nombre utilizado para designar varios lugares, algunos de ellos míticos. Uno de
estos sitios fue en el que habitó Quetzalcóatl, sacerdote y rey. Era un lugar floreciente, con abundancia de
todo tipo de plantas alimenticias, como maíz y amaranto, de algodón y árboles de cacao, así como de
piedras preciosas y oro.

La Tula arqueológica se encuentra en el Estado mexicano de Hidalgo, floreció de 950 a 1200 d.C. Fue
habitada en un principio por pueblos provenientes del norte de Teotihuacán. Más tarde, durante el siglo IX
d.C., caracterizado por la incesante movilidad social y la contracción de las fronteras mesoamericanas,
hicieron su aparición los tolteca-chichimecas. Asimismo, arribaron a Tula los nonoalcas -probablemente de
Tabasco-, pueblo de habla nahuatl que rendía culto a Quetzalcóatl en su advocación de
Tlahuizcalpantecutli o "señor de la casa de la aurora". Para ese entonces Tula era una pequeña aldea
pluriétnica. Fue hasta el siglo X d.C. que alcanzaría su verdadero apogeo, cuando se tornaría en el centro
urbano de mayor importancia del Altiplano Central. Su ubicación en el área marginal mesoamericana
ocasionó la rápida expansión de las fronteras.

Tula fue un asentamiento con base agrícola cuya población estaba dedicada, casi en su totalidad, a las
actividades relacionadas directamente con la producción de alimentos. A pesar de que tenía unos 50.000
habitantes, su densidad poblacional era muy baja, ya que la mayoría de las unidades habitacionales se
encontraban muy alejadas unas de otras y contaban con campos de cultivo en su entorno.

El núcleo urbano presenta una traza típicamente mesoamericana, pero incluye elementos arquitectónicos
que dan a conocer una época de cambio. Las estructuras mayores limitan una gran plaza rectangular, en la
que aparecen, por primera vez en Mesoamérica, compactas hileras de columnas y pilares. En lo alto del
basamento piramidal del edificio dedicado a Tlahuizcalpantecutli, ubicado al norte de la plaza. se levantan
los pilares y las columnas que soportaban el techo de este templo, y entre las cuales destacan los cuatro
colosos conocidos como los Atlantes de Tula, ataviados y armados a la usanza tolteca. Con una altura de
4.60 m. de altura, cada uno está construido en cuatro grandes bloques de piedra dura muy bien labrada,
perfectamente embonados y ajustados entre sí mediante el principio de caja y espiga. Estos atlantes
representan guerreros con un átlatl o lanzadardos en la mano derecha y las flechas en la izquierda, y
encarnan claramente el espíritu militarista que habrá de imperar de aquí en adelante en Mesoamérica.

En la ornamentación del basamento se aprecia la nueva y compleja variante tolteca de tablero, que se
desplanta sobre un sencillo talud liso. La franja superior de esta modalidad de tablero, presenta un friso
ininterrumpido de jaguares y coyotes caminando, de todos colores mientras que van alternando, en el nivel
intermedio, pares de águilas que devoran corazones humanos, con la efigie del dios Tlahuizcalpantecutli.,
cuya máscara emerge de las fauces de un jaguar agazapado adornado con plumas y provisto de una
lengua bífida de serpiente.

El conjunto del templo de Tlahuizcalpantecutli, es complementado por un muro de serpientes llamado


Coatepantli que rodea parcialmente el basamento piramidal en los costados y en la parte posterior,
separado del cuerpo de la pirámide.

También al norte y contiguo a ese templo, se encuentra el recinto conocido como Palacio Quemado,
llamado así porque, del techo plano que cubría los espacios semiabiertos, sólo fueron hallados restos de la
madera calcinada de las vigas, confirmando el incendio causado hacia 1168 d.C. por los toltecas disidentes
o por los invasores chichimecas que encabezaba Xólotl.

La plaza central de Tula se complementa con una plataforma central (provista de cuatro escaleras y
bordeada por tableros, del estilo local) y, en el extremo poniente, con una cancha de juego de pelota, de
116 metros de longitud, considerada la segunda en importancia en Mesoamérica.

Las representaciones escultóricas que dieron una mayor celebridad a la cultura tolteca, son las imágenes
antropomorfas, reclinadas, que sostienen sobre su abdomen un vaso para ofrendas y que son conocidas
como chac mool. Estas esculturas, con características siempre iguales, tuvieron una amplia difusión en
Mesoamérica, y cuya utilidad fue ornamental-religiosa.

Existen diversas opiniones acerca del abandono definitivo de Tula. Se habla de la salida de Ce Acatl
Topiltzin Quetzalcóatl hacia Tlillan Tlapallan en los años 987, 1184 e incluso del 1204 d.C.
Independientemente de la exactitud de los datos históricos, el traslado a otras regiones de Mesoamérica de
las tradiciones toltecas, y probablemente teotihuacanas, se manifiestan con gran fuerza a partir del
derrumbe de Teotihuacán y Tula. Una primera ola de migraciones del centro hacia el sur ocurriría entre los
siglos VIII y IX, luego de la caída de Teotihuacán, y otra en el siglo XIII, después de la disolución del reino
de Tula.

Tula fue un Estado construido por una mezcla de invasores norteños y poblaciones sedentarias del
Altiplano Central, probablemente de ascendencia teotihuacana. Entre los años 800 y 1150 d.C. esta fusión
de antiguos y nuevos pobladores logró crear un Estado fuerte, asentado en una organización militar
poderosa, que buscó legitimar su poderío político enarbolando los antiguos valores de la tradición
mesoamericana, al mismo tiempo que opuso una barrera a las invasiones norteñas. Cuando este estado
se disolvió a su vez, provocó una diáspora de sus pobladores hacia el sur, abrió la puerta a nuevas
invasiones del norte, y sus herederos propagaron en las diversas regiones de su peregrinación una
tradición política, religiosa y cultural, que presentaron como la raíz más antigua y original de los pueblos
mesoamericanos.

Visión mítica de Quetzalcóatl

Hasta fines de la época Clásica, las entidades Serpiente Emplumada, Venus y Ehécatl tienen orígenes
distintos, atributos sobrenaturales diversos y características simbólicas diferentes.

Sin embargo, en los principios del período Posclásico (900-1000 d.C.), estos tres entes comienzan a
mezclarse hasta acabar fundidos en el personaje Ce Acatl Topolitzin Quetzalcóatl. El lugar preciso de esta
transformación es Tula, la ciudad fundada por los llamados toltecas. El actor que logra conjugar estas
entidades diversas en su propia persona es el sacerdote, héroe cultural y rey de Tula llamado Ce Acatl
Topiltzin Quetzalcóatl. Esta tradición tolteca fue transmitida por los aztecas, y la propagaron en diversos
textos y cantos que se comenzaron a publicar en los años siguientes a la conquista española.

En la cosmogonía nahua, Quetzalcóatl es el enviado divino que baja al Mictlan, el inframundo, a rescatar
los huesos de la antigua humanidad para forjar con ellos a los hombres y mujeres de la nueva era.
También rige la organización del tiempo y del espacio. Es el dios que podía leer el contenido de los signos
fastos y nefastos del calendario sagrado, era por ello el dios más vinculado al destino de los seres
humanos; era el héroe divino que proporcionaba a los seres de carne y hueso, el sustento y los bienes
indispensables para el desarrollo civilizado de la vida.

Ningún otro dios del panteón mesoamericano reunió en su persona y en sus actos la suma de cualidades
civilizatorias que concurren en el personaje de Quetzalcóatl, dios y supremo sacerdote de Tollan (Tula), el
lugar donde Quetzalcóatl difundió su doctrina y derramó sus bienes.

Junto al dios Quetzalcóatl y los toltecas que pueblan Tula, se destaca la presencia del sacerdote
Quetzalcóatl, quien es reconocido como modelo de las virtudes sacerdotales. Los relatos destacan sus
altas cualidades sacerdotales. Era casto y ejercía el celibato; se recogía en su templo y era exigente en el
ejercicio de los ritos y penitencias. Tenía habilidades de brujo y practicaba el autosacrificio una de las
funciones ineludibles del sacerdocio en Tula, culto vinculado con la Serpiente Emplumada, un símbolo
religioso muy extendido en Tula y en Chichén Itzá en los siglos IX-XI.

En resumen, la visión mítica de Quetzalcóatl dios, sacerdote y héroe cultural de Tula, se mezcló y
confundió con la imagen de un personaje llamado Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, quien según la tradición
llevó el mismo nombre que el dios y sacerdote, hizo azañas guerreras, gobernó Tula en su máximo
esplendor, perdió el trono y finalmente abandonó su reino, huyendo con una parte de sus fieles hacia el
oriente.

Las fuentes no siempre confunden al dios con el personaje, la identidad entre ambos la produjo una
corriente de interpretación histórica que ha querido ver en el legendario rey de Tula un ser de carne y
hueso que efectivamente gobernó esa ciudad en una época precisa. Sin embargo, su biografía más bien
presentan la imagen de una figura mitológica.
Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl

De la unión entre Mixcoatl, el legendario conquistador extranjero y fundador del poder tolteca, y
Chimalman, la mujer nativa con atributos divinos, nace Topiltzin Quetzalcóatl, en el año 1 Acatl (Uno
Caña), que es también el nombre calendárico.

Mixcoatl, el padre, fue asesinado por sus hermanos. Ce Acatl Topiltzin promueve la búsqueda de los restos
de su padre, el entierro y la honra de éstos, y la erección de un templo para honrar su memoria, Así mismo,
impone el castigo a sus tíos, a quienes derrota y mata.

Ce Acatl Topiltzin conduce a su pueblo a Tollantzinco y más tarde a Tula, siendo reconocido como creador
y legitimador de un reino al que estaban supeditados varios pueblos. Tula era un estado floreciente, la
metrópoli donde abundaba la riqueza material y agrícola y, los bienes de la civilización. El poder político
estaba unido al religioso en la persona de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, quien edificó templos suntuosos
e impuso prácticas sacerdotales ejemplares.

La imagen que transmiten los textos es que en Tula era un reino feliz, un lugar cuyos pobladores ignoraban
el hambre y disfrutaban de un gobierno fuerte, próspero y civilizado.

Pero repentinamente este reino feliz fue dislocado por una turbulencia interna. Ce Acatl Topiltzin
Quetzalcóatl, el sacerdote ejemplar, infringió el código de conducta establecido por él mismo, abandonó
sus deberes, rompió las normas de abstinencia y castidad, y cayó en la embriaguez y el deseo de la carne.
Esta caída se relaciona con la presencia perturbadora de Tezcatlipoca, deidad antagónica de
Quetzalcóatl.

Afligido por su propia caída y por las desgracias que sucedían en su reino, Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl
decidió abandonar Tula, iniciando la mítica huida; dispuso la quema de sus casas de culto, y mando a
enterrar sus joyas y tesoros en diversas partes. Dijo que iba a la región de Tlillan Tlapallan (el lugar en
donde está el color negro y rojo) una región de sabiduría, que los nahuas la ubican al Este, más allá del
mar, y para allá partió seguido de sus fieles. El camino de Quetzalcóatl es descrito como la partida de un
héroe que imprime una huella indeleble en cada lugar por donde pasa, de modo que el viaje adopta la
forma de una geografía y una memoria sagradas.

Dicen los textos que al llegar a la costa oriental, "Luego que se atavió, él mismo se prendió fuego". Al
incendiarse, Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, desaparece en el inframundo, y finalmente resucita en el
oriente convertido en estrella Matutina o Señor del Alba.

La difusión de Quetzalcóatl

A partir de la salida de Tula y de su posterior desaparición en algún lugar de la costa del Golfo de México,
el personaje Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl se extiende y reproduce por distintas partes de Mesoamérica.

La presencia de Quetzalcóatl y de la mitología tolteca es muy acentuada en el sureste de México. El grupo


maya chontal, los putunes, asentado en las tierras de Tabasco y Campeche, fueron los primeros mayas
que entraron en contacto con otros pueblos del centro de México de habla náhuat. De esa mezcla étnica y
cultural surgieron los itzáes, una rama putún de comerciantes y guerreros que dominó el tráfico costero de
la península de Yucatán, y de ahí penetró al interior, invadiendo y fundando Chichén Itzá en los primeros
años del siglo IX de nuestra era.
Entre la fundación de Chichén Itzá y el año 1250 en que se registra su colapso, los itzáes, portadores de
una cultura compuesta de tradiciones mayas y nahuas, se mezclaron con la población original del norte de
la península, y juntos crearon una ciudad con rasgos sociales, políticos y culturales mestizos, que hicieron
de Chichén Itzá un centro cosmopolita irradiador de nuevos mensajes simbólicos, que sobrepasó a los
antiguos reinos mayas encerrados en los límites del estado-ciudad. Chichén Itzá es una ciudad de
población híbrida, mezcla de itzáes venidos de fuera, pero ya mayanizados, y de pobladores originarios
imbuidos de la cultura y las tradiciones yucatecas.

Los rasgos arquitectónicos de la ciudad de Chichén Itzá, muy semejantes a los de Tula, particularmente las
columnas de serpientes emplumadas, los atlantes, los chac mool y los muros ornados de calaveras,
condujo a ver en ella una fundación tolteca en tierra maya, producto de la migración de Ce Acatl Topiltzin
Quetzalcóatl (Cuculcan entre los mayas) y sus seguidores.

La invasión de los toltecas y de Quetzalcóatl también está registrada en la tierra maya de los altos de
Guatemala. Su llegada cambió la composición étnica, la situación política, la cosmovisión y la memoria
histórica de los pueblos. Los testimonios escritos relativos a las tierras altas de Guatemala, mencionan que
los ancestros de las dinastías que gobernaron esas tierras desde el siglo IX en adelante, provenían de la
legendaria Tollan de los toltecas y hablaban lengua náhuat. El Popol Vuh, el texto fundamental de los
quichés de Guatemala, relata que en la creación del cosmos participó el dios Gucumatz (nombre
compuesto de Guc, plumas verdes, y Cumatz, serpiente), que es una traducción de Quetzalcóatl de los
toltecas.

Otro relato sobre las migraciones y fundaciones de lo quichés, el Título de los Señores de Totonicapan,
cuenta que los linajes quichés vinieron de la remota Tollan situada donde "nace el Sol", y que sus
conquistas, fundaciones y dinastías fueron amparadas y legitimadas por el "gran padre Nácxit"
Quetzalcóatl.

Los Anales de los cakchiqueles, un documento escrito en esta lengua mayence, relata la migración de la
dinastía Iximché, desde la remota Tollan hasta Sololá, cerca del Lago de Atitlán, en Guatemala, lugar
donde este linaje fundó y expandió su poder.

El relato legendario de Nácxit-Quetzacóatl y de la tradición tolteca en las tierras altas de Guatemala se


mezcla con la migración de los pipiles, el grupo de habla náhuatl que pobló algunas regiones de
Guatemala y El Salvador, y se prolonga hasta Nicaragua, al sur de Mesoamérica.

La entidad mítica de Quetzalcóatl se forjó a lo largo de un tiempo prolongado y bajo la influencia de


distintas tradiciones culturales y con innumerables apariencias que dificultan la comprensión del carácter
simbólico de esta personalidad en el desarrollo político de los pueblos. Quizá existió un personaje de carne
y hueso que en la ciudad de Tula asumió el doble carácter de sacerdote y gobernante supremo de ese
reino. Pero los datos arqueológicos e históricos son insuficientes para reconstruir su actuación y para
examinar la construcción mítica del ideal religioso y el modelo de gobierno que nació en una época
perturbada por el derrumbe de las antiguas configuraciones políticas basadas en el poder omnipotente del
rey.

Es probable que la innovación de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl consistió en la relevancia que le imprimió
a la función sacerdotal en la estructura del poder y en la creación del cargo de Quetzalcóatl, como se
puede observar más tarde en Yucatán y Guatemala, en donde los altos sacerdotes, gobernantes o
capitanes fueran reconocidos con el apelativo de Quetzalcóatl.

A partir del derrumbe de los reinos clásicos mayas y teotihuacanos, aparece una multiplicidad de
representaciones de personajes acompañados por el emblema de la Serpiente Emplumada, cuyo ícono es
el emblema que identifica a los personajes que parecen dirigir acciones bélicas en Chichén Itzá. También
es significativo que esta multiplicación de las imágenes de la Serpiente Emplumada a fines del Clásico y en
el Posclásico, se corresponda con la mención en los textos históricos yucatecos, quichés y cakchiqueles,
de invasiones procedentes del Altiplano Central, dirigidas por personajes que ostentan el nombre de
Kukulkán, Gucumatz o Nácxit, y que a partir de esas invasiones se establezcan en esas tierras gobiernos y
cultos que reclaman una ascendencia tolteca.

No se trata de la presencia del personaje Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, sino de la irradiación de nuevos
emblemas políticos y religiosos originados en Tula y aceptados y reproducidos en las tierras sureñas. De
igual manera es posible que no solamente haya existido una Tula, sino de varias capitales regionales, que
en diferentes ciudades y tiempos debieron asumir la función de centros políticos regionales multiétnicos, a
los que los pueblos dependientes les rendían homenaje como cabeceras políticas reconocidas y a los que
acudían sus líderes para ser investidos en sus cargos, seguidores para ser investidos en sus cargos,
según el modelo de la Tula de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl.

EL JUEGO DE PELOTA

La práctica del Juego de Pelota fue un rasgo cultural que compartieron los pueblos mesoamericanos, al
grado de ser una de las ceremonias más importantes dentro de la vida de los antiguos habitantes del área.
Hasta el momento se han registrado un poco más de 600 construcciones dedicadas al Juego de Pelota
que, dada su importancia, se encontraban en un lugar privilegiado dentro de la traza urbana de los centros
ceremoniales.

En términos generales, el área del juego era un espacio rectangular limitado por dos estructuras paralelas.
Los extremos o cabezales podían ser abiertos o cerrados; en el segundo caso se tienen dos patios
menores perpendiculares al principal, formados por muros que pueden ser la prolongación de los laterales
o bien por una estructura más compleja en la que ocasionalmente se edificaba algún templo. También se
jugaba contra las escaleras de un edificio.

Las estructuras laterales del patio podían tener perfiles o inclinaciones diferentes; en algunos casos
existían banquetas anchas o angostas que tenían cierta pendiente; de ésta se desplantaba un muro en
talud o definitivamente vertical, donde se colocaban los anillos o marcadores circulares normalmente
esculpidos, con escenas de uno o dos jugadores. Sobre estas estructuras se encuentran construcciones
que servían para la celebración de los señores y principales que presenciaban el evento.

Sus orígenes

Es posible que el Juego de Pelota se haya originado en la región olmeca, y que se haya practicado por lo
menos hace tres mil años. En la zona olmeca se tienen registrados tres estructuras que corresponden al
período Preclásico: dos en el sitio de San Lorenzo, en donde además se han descubierto algunas figurillas
que posiblemente representan jugadores de pelota, y que corresponden al período entre 1150 a 900 a.C.; y
uno más en La Venta, que arrojó una fecha de 760 años a.C.. lo que convierte a esta estructura en el
Juego de Pelota más antiguo construido en Mesoamérica.

El simbolismo del Juego de Pelota

Una idea fundamental en la cosmovisión de los pueblos prehispánicos era que el cielo nocturno era
escenario de una guerra eterna entre la luz y la oscuridad: las estrellas tienen que morir para que el Sol se
alimente e ilumine a la Tierra.
El Juego de Pelota tenía un profundo sentido religiosos y simbólico; su práctica representaba la lucha
cotidiana entre fuerzas contrarias, conceptos antagónicos y sucesos naturales opuestos, como la luz y la
oscuridad, el día y la noche, la sequía y la fertilidad, etc. Los astros al mismo tiempo eran dioses que
juegan pelota.

El campo del Juego de Pelota es el cielo; los anillos representan los lugares donde sale y se pone el Sol y
el punto o marca que señala el centro del campo de juego simboliza el lugar del cielo donde el Sol sacrifica
diariamente a la Luna y a las estrellas, llamado Itzompan (lugar de cráneos) ya que frecuentemente se le
representaba con una calavera. La línea central que divide al campo de juego, representa el límite que
separa las fuerzas opuestas en pugna: la luz y la oscuridad, el día y la noche.

Es por eso que existe una relación simbólica natural entre el Juego de Pelota y la guerra, ya que en ambas
actividades se realiza una confrontación de fuerzas antagónicas, por lo cual es frecuente que los jugadores
de pelota se les represente también como guerreros que realizan sacrificios humanos.

Desde tiempos muy remotos el cráneo fue considerado reliquia o trofeo; todas las culturas lo integran a su
arte y ritos y el cortar cabeza fue una pena de muerte bastante común hasta épocas relativamente
recientes.

Entre los olmecas, la decapitación o representación de la cabeza fue tema de esculturas o bajorrelieves
que reproducían ceremonias asociadas a la fertilidad. Las colosales cabezas olmecas, fechadas alrededor
del año 1000 a.C., han sido interpretadas como cabezas decapitadas asociadas al ritual del juego.

Los Mayas vincularon el rito del sacrificio astral con el Juego de Pelota, que se convirtió en el escenario del
sacrificio ritual. La muerte del sacrificio era necesaria en el inframundo nocturno y permitía la regeneración
de la vida terrestre y cósmica, formando una cadena en la cual muerte y regeneración se sucedían
insalvablemente y nutrían el flujo continuo de la vida. También hay indicios de que era una manera muy
peculiar, entre los Mayas, de retar a los reyes cautivos en la cancha donde eran sacrificados.

En la banqueta del Juego de Pelota de Chichén Itzá, en la Península de Yucatán, se observa a los
jugadores en procesión, van ataviados con cinturones y adornos cuya forma recuerda a la de las "palmas",
para representar la ceremonia de decapitación, cuando la sangre brota del cuello del sacrificado en forma
de serpientes, las que más tarde se transforman en ramas, hojas y frutos.

Algunos autores ven en este juego una alusión a los héroes gemelos del Popol Vuh que derrotaron a los
seres del inframundo, del Xibalbá, en un astuto juego de pelota. El texto relata el siguiente pasaje: "Llevad
la cabeza de Hun-Hunahpú y ponedla en aquél árbol que está sembrado en el camino, dijeron Hun-Camé y
Vucub-Camé. Y habiendo ido a poner la cabeza en el árbol, al punto se cubrió de frutas este árbol que
jamás había fructificado antes de que pusieran entre sus ramas la cabeza de Hun-Hunahpú". Y más
adelante: "La cabeza de Hun-Hunahpú no volvió a aparecer, porque se había vuelto la misma cosa que el
fruto del árbol que se llama Jícaro".

Animales relacionados con el Juego de Pelota

En la mente mágico-religiosa de los pueblos mesoamericanos algunos animales, por su aspecto interior,
cualidades, habilidades y características especiales, estaban de alguna manera relacionados con el Juego
de Pelota y su simbolismo. Entre los más importantes podemos mencionar: el águila y la guacamaya, el
jaguar, el mono, la tortuga, el sapo y la rana, el perro, el conejo y la lechuza.

El águila era símbolo del Sol; representaba por lo tanto a la luz y al día. La guacamaya también era ave
solar y estaba relacionada con el fuego. El jaguar representaba el cielo estrellado, nocturno, cuya imagen
estaba simbolizada por la piel manchada del animal.
El mono, por su parte, tenía un significado cósmico en relación con el Juego de Pelota; se le consideraba
encarnado en una constelación del cielo septentrional que abarca la mayor parte de las estrellas
circumpolares. Por otra parte, el mono simboliza el concepto de vitalidad en toda su magnitud y debido a
esta idea se le asociaba al Sol, símbolo de vida y fecundidad por excelencia, ya que diariamente tenía que
luchar en el inframundo para renacer con mayor grandiosidad.

Las ranas y los sapos fueron utilizados frecuentemente para representar al monstruo de la tierra y
aparecen como decoración muy característica de los "Yugos", uno de los elementos más relacionados con
los jugadores de pelota y su atavío.

La tortuga, a pesar de ser un animal acuático, en este caso estaba asociado con la fertilidad -y por lo tanto
con el Juego de Pelota, ya que ese era uno de los ritos del mismo- debido a que la hembra pone
innumerables huevecillos y por lo tanto es buen ejemplo de lo prolífico.

La lechuza estuvo asociada a la trayectoria del Sol alrededor de la(Tochtli). Estaba vinculado
principalmente a una clase de dioses lunares relacionados con la cosecha y la vegetación. Es un animal
relacionado con la Vía Láctea, la Luna y la noche. Entre los mayas, el conejo acompañaba a Ixchel, diosa
de la Luna y patrona de la fertilidad.

Aparte del profundo carácter religioso que tenía este juego, las fuentes históricas mencionan la
incorporación de un nuevo elemento que marcaba el

inicio de la desacralización de esta actividad: las apuestas.

Estas apuestas iban de acuerdo a la posición social de los participantes: oro, cuentas de piedra verde,
turquesas, esclavos, casas, etc., si pertenecían al estamento dominante. Si eran personas humildes,
apostaban mazorcas, magueyes e inclusive llegaban a apostarse a ellos mismos o a sus hijos.

Con esta nueva modalidad, el Juego de Pelota llegó a tener un carácter decisivo en la resolución de
problemas políticos, militares y económicos que surgían entre los diversos señoríos mesoamericanos.

El hule

Los antiguos mesoamericanos conocían la forma de extraer su látex, el cual tuvo múltiples
aprovechamientos, entre los que destaca su uso medicinal, ritual, comercial y de tributo.

Entre las diversas plantas hulíferas se mencionan: el guayule, el hule, la aguama de las que se extraía una
goma elástica, con la que se fabricaban bolas de gran rebote utilizadas para el Juego de Pelota.

El hule se utilizó ampliamente en los rituales. Con él se acostumbraba a embadurnar las representaciones
de los dioses. Se les ofrendaba en forma de bolas ardientes. De manera preponderante se utilizó en la
manufactura de las pelotas del juego ritual.

El simbolismo de la pelota o "hule" parece estar asociado a la lluvia, la sangre, el semen, la saliva o las
lágrimas; el olli, ulli o hule llegó a tener connotaciones mágicas porque se le consideraba una sustancia o
savia vital y sagrada. Tierra y era igualmente el pájaro de la noche y de los muertos; se le asociaba con
Tláloc y la terminación de la sequía.

El conejo llegó a ser, en cierta forma, imagen de la Luna y del mes que lleva su nombre

Las reglas del Juego


Se puede mencionar que los jugadores estaban divididos en dos bandos y su número era variable (2 a 2,
3 a 3, 2 a 3), y los principales estaban colocados en el patio central y los otros en los cabezales.

Como el campo de juego o tlachtli estaba dividido por una línea (tlécotl) o en cuatro secciones, los partidos
se jugaban por "rayas" que se iban marcando, quizá hasta llegar a un número convenido previamente; no
obstante, si algún jugador lograba pasar la pelota a través del anillo el juego se ganaba automáticamente y
el que lograba esta difícil hazaña recibía honores y premios.

El Juego de Pelota, llamado en náhuatl ullamaliztli, tuvo diversas variantes, pero la más importante y de la
que se tiene mayor información es la que se realizaba golpeando la pelota con las caderas. Era practicado
por señores y principales. Había también jugadores profesionales, por lo general gente del pueblo que,
debido a su habilidad en el juego, pudieron tener acceso a bienes y a una mejor posición social.

El complejo "Hachas", "Palmas" y "Yugos".

Las hachas, palmas y yugos, son esculturas en piedra, llamadas así por la forma que suelen adoptar, y que
probablemente simbolizan los atributos rituales del jugador de pelota; se les atribuye su origen en la zona
del costa del Golfo de México (Totonacapan). Estos extraños objetos, generalmente tallados en piedra,
surgieron desde el período Clásico temprano y alcanzaron su máximo esplendor en su fase tardía..

Las hachas votivas, llamadas también cabezas planas, son en su mayoría delgadas y convexas, provistas
de una espiga en su parte posterior, que sugieren generalmente la forma de un filo de hacha más o menos
redondeado en sus bordes.

Las palmas, de aparición más tardía, varían en su forma y tamaño, pero por lo general tienen una base
gruesa, y se ensanchan hacia arriba -hacia el frente o hacia los lados según se trate de una pluma o de
una palma propiamente dicha -cubriéndose con rica decoración y que suelen representar, entre otros,
jugadores de pelota, acróbatas, sacerdotes, sacrificados, aves, lagartos, etc.

Los llamados yugos, alcanzan su pleno desarrollo a partir del Clásico y se prolongan hasta finales del siglo
XIII aproximadamente. Se han interpretado como reproducciones en piedra de los gruesos cinturones que
formaban la principal protección de los jugadores de pelota

LA MUERTE ENTRE LOS PUEBLOS MESOAMERICANOS

La muerte, vinculada con todas las etapas del ciclo de vida, con todos los miembros y con todas las rutinas
de la sociedad, ha constituido una de las más importantes preocupaciones de los seres humanos, hecho
que al expresarse en comportamientos dan forma a la necrodulia (culto a los muertos) que la arqueología
ya ha registrado en los materiales funerarios de las antiguas culturas de Mesoamérica.

En esas sociedades tradicionales, los seres que las conforman sienten la llegada imprescindible, forzosa,
del instante de la muerte, situación ineludible que les hace crear determinados sistemas de vida adecuados
a contrarrestar lo que parecería una negación de sus existencias; desarrollando y tradicionando
pensamientos necrodúlicos que en la experiencia se han traducido en una amplísima obra de servicio y
culto a los muertos en función de los vivos.
El Culto a los Muertos:

Se trata de las rutinas programadas en calendario comúnmente religiosos que tiene como fin primordial
mantener la relación cordial entre vivos y muertos. El culto a los muertos se puede tipificar en categorías
que lo diferencian de los actos rituales de las ceremonias mortuorias, del enterramiento y velación. El culto
propicia a las almas ya posesionadas de su ámbito (en el Mundo de los Muertos), el sitio específico donde
las almas y las deidades conviven a veces en relaciones enconadas, pero siempre muy cerca de las
actividades cotidianas de los dolientes. Las almas exigen ciertos ofrecimientos y participan con agrado de
ellos. En este servicio y obligación, parece que se identifica una coacción de las almas hacia sus deudos.

La idea de la vida después de la muerte, estimula respuestas que caen en el mundo religioso y éste a su
vez no excluye a todo ese ambiente fantástico que la sociedad sagrada ha creado y del que ella misma se
ha convertido en dependiente.

El Alma:

En general, los pueblos mesoamericanos creían que los seres humanos tenían alma o una entidad anímica
que podía abandonar el cuerpo temporalmente durante el sueño y definitivamente cuando morían. Cuando
esto ocurría, el alma se dirigía a algunos de los lugares de los muertos.

Los Nahuas tenían tres entidades anímicas, el teyolia, el tonalli y el ihiyotl, y al morir iban al Mictlan ("lugar
de la muerte con niebla"), uno de los nombres que recibía el inframundo. Entre los Mayas era el ch'ulel,
especie de alma interna ubicada en el corazón de las personas, está compuesto de trece partes y la
persona está expuesta a perder una o más de ellas. Casi todos seres y los objetos poseen un ch'ulel.

La Ofrenda:

La existencia de ofrendas a los muertos es un acto casi universal, por lo que no se puede afirmar que todo
el ritual del día de muertos que actualmente se hace sea una reminiscencia prehispánica. En casi todos los
pueblos de la antigüedad se acompañaba al difunto con ofrendas de diversa índole.

La ofrenda, dentro del culto a los muertos, aparece como un tributo. En la relación tributaria generalmente
hay dos participantes; quien está obligado a otorgarlo y quien por su autoridad lo recibe. Desde este punto
de vista, la función de la ofrenda, el culto a los muertos, constituye una actitud de los dolientes, que se
identifica como una tendencia de necrofobia (miedo a los muertos). El culto y la ofrenda tienen un papel
propiciador a nivel de pleistesía y por ello de carga a quien está obligado a mantenerlo.

Durante la época prehispánica era de suma importancia honrar a los muertos. El cronista Fray Diego de
Landa se refiere a las costumbres funerarias de la siguiente manera: "todo lo cual tenían en los oratorios
de las casas, con sus ídolos, en gran reverencia y acatamiento (se refiere a las calaveras y a las cenizas
de los sacerdotes), y todos los días de sus fiestas y regocijos le hacían ofrendas de sus comidas para que
no les faltase en la otra vida donde pensaban (que) sus almas descansaban y les aprovechaban sus
dones."
Continúa Landa indicando; "que esta gente ha creído siempre en la inmortalidad del alma más que otras
muchas naciones (...) creían que después de la muerte había otra vida más excelente de la cual gozaba el
alma en apartándose del cuerpo (...)".

La realidad de la muerte como algo insalvable, ha llevado al hombre a buscar un escape, a no morir, a
trascender de alguna manera. Una de las concepciones fundamentales del mundo prehispánico, clave
quizá frente a los hechos terrestres y cósmicos es la idea de la inmortalidad o, más bien, de la
indestructibilidad de la fuerza vital, que subsistía más allá de la muerte.

Los fenómenos de la naturaleza en los que el hombre prehispánico fija principalmente su atención, son la
revolución de los astros, su desaparición y reaparición, el ritmo eternamente invariable que rige sus
movimientos; la puesta del sol, que a la mañana siguiente vuelve a brillar en el firmamento; el cambio de
las estaciones, la muerte de la vegetación en invierno, a la que sigue la primavera el rejuvenecimiento de la
naturaleza. Su observación le enseña que todo lo que es se halla sometido a un constante proceso de
transformación. La transformación es lo eterno.

La forma del fenómeno cambia, puede ser destruida y es destruida, y está sujeta, como todo acaecer, a
aquel dinamismo que es uno de los principios rectores de la concepción del mundo mesoamericano; pero
lo que se conserva es la fuerza vital a la cuál el fenómeno debe su existencia; una y otra vez vuelve a
resurgir en forma distinta.

LOS DIOSES

Quetzalcóatl:

En esta idea de la resurrección reside el sentido de la leyenda de Quetzalcóatl, el dios sacerdote, que se
sacrifica en la llamante hoguera, que pasa por el mundo inferior, es decir, por la muerte, y cuyo corazón
resucita, convertido en el planeta Venus, el lucero del alba, precursor del Sol, anunciador del nuevo día, de
la vida que vuelve a nacer. La estrella vespertina es el mismo planeta, ahora destinado a hundirse en la
muerte. Las fases de Venus, su doble desaparición y resurgimiento, son el símbolo celeste de este proceso
de transformación mágica que debe operarse en Quetzalcóatl para que pueda realizar su resurrección
como dios. El día cé ácatl, el signo que representa la muerte de Quetzalcóatl, el Sol sale en la mañana, va
subiendo por el firmamento, y en la tarde desciende al reino de los muertos. Muere cuando ya ha recorrido
su trayectoria, cuando ya su brillo y calor han dado nueva vida a la tierra entumecida en las tinieblas de la
noche. Al alcanzar el mediodía el cenit, concluía el turno del Sol diurno y se iniciaba el del Sol nocturno.

Al contrario de la ruta triunfal del primero, la del Sol nocturno era una travesía sembrada de peligros y
amenazada por las fuerzas temibles del atardecer, que concluía con la caída del astro en el inframundo,
donde era decapitado a media noche.

A partir de entonces su sucesor, el nuevo Sol diurno, iniciaba la ardua tarea de restaurar la luz, combatía
las temibles fuerzas de la noche, y finalmente rompía las barreras de la oscuridad y hacía su aparición en
el lado este de la tierra.

Así como el Sol se desdobla en un astro diurno y otro nocturno, Venus también tiene un doble simbolismo.
Venus en su advocación de Estrella Vespertina, se recubre de un simbolismo sacrifical: forma parte de las
otras estrellas y las fuerzas de la noche, de las potencias malignas que conducen al Sol a las fauces del
monstruo de la tierra y consuman su sacrificio a mitad de la noche. Y por otra parte, la Estrella Matutina
aparece como un guerrero temible, que en la alborada del nuevo día se anticipa al Sol, combate su
aparición y finalmente es derrotado, cediendo su lugar al Sol, que de este modo logra imperar solo como
rey del cielo diurno.
Huitzilopochtli:

Entre los Nahuas, el Sol es llamado Huitzilopochtli, cuyos atributos son los del colibrí. "Cuando el árbol
torna a reverdecer, él (el colibrí) vuelve a revivir, y tórnale a nacer la pluma, y cuando comienza a tronar
para llover, entonces despierta, vuela y resucita."

Así el colibrí se convirtió en símbolo de la resurrección. En la lucha de Huitzilopochtli contra los demonios
de las tinieblas, el dios del Sol decapita, despedaza, aniquila a la diosa de la Luna, Con cada miembro que
le corta, el astro va menguando hasta que al final -en el novilunio- ha desaparecido del todo, es decir que
ya ha muerto. El crecer del astro es la resurrección de la diosa de la Luna, un renacimiento, en etapas, de
sus miembros, hasta que en el plenilunio la recién nacida aparece íntegra.

Coatlicue:

Es al mismo tiempo la diosa de la Tierra y la diosa de la Muerte. No sólo es la gran paridora, de cuyo seno
surge todo lo que tiene vida y existencia; es también la gran destructora, que vuelve a devorarlo todo. En
innumerables representaciones aparece con la calavera. Uno de sus signos es el "sapo terrestre", que
devora el cuchillo de pedernal -o sea el Sol- y que también lo da a luz.

Itzamná:

La misma idea encarna en Itzamná, el dios supremo de los Mayas. Itzamná es un dios de la vida y a la vez
de la muerte; es la fuerza conservadora y destructora en una sola figura.

Entre los Aztecas la más importante de todas las fiestas se celebraba al cabo del ciclo de cincuenta y dos
años. Se apagaba el fuego en todos los templos y casas, y a medianoche el sacerdote sacaba en solemne
ceremonia el nuevo fuego sobre el pecho de un sacrificado.

"Esta fiesta tiene un sentido mágico: en ella el pueblo recreaba el caos para remodelarlo después...De
nuevo todo volvía a nacer: dioses y hombres, la vida y la muerte."

El signo de este día es un nudo, el "atado de los años", enlace del ayer, de lo muerto, con el mañana. El
pueblo saludaba las primeras llamas con júbilo, el signo visible con el que los dioses confirmaban que
continuaría la vida.

Malinalli, el duodécimo signo de los días, es el símbolo de lo perecedero, como lo es en el mundo cristiano
el esqueleto con la guadaña. Malinalli significa "cosa torcida". El signo representa una calavera de la cual
brota un haz de hierbas. Pero Malinalli se considera asimismo como prototipo de la resurrección, su
símbolo figura entre los signos de las deidades del pulque y las de la cosecha, que son los números de la
vegetación y la fertilidad.

"La hierba Malinalli es símbolo de la muerte rápida -aunque también de la eterna resurrección-, y símbolo
de la muerte sin más".
La muerte es lo efímero. El concepto de lo perecedero es a la vez el de lo perenne, de la vida que
rejuvenece eternamente. En esta idea de que todo lo que es vida contiene ya el germen de la muerte, se
refleja el dualismo, principio creador del mundo mágico.

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