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M O D U L O

Antecedentes políticos de la inmigración


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Para comprender cómo se produjo y se insertó la inmigración judía masiva
a nuestro país, es necesario que nos ubiquemos en la realidad argentina de
aquella época. Para ello debemos retrotraernos a los orígenes y desarrollo de la
historia política, económica y social del país, lo que nos permitirá obtener una
visión amplia y objetiva de las condiciones que posibilitaron la gran inmi-
gración general, y la de los judíos en particular, a fines del siglo XIX.

La Argentina, que es un país de crecimiento, se incorporó a fines del siglo


pasado rápida y exitosamente al mundo. Pobló su territorio, desarrolló su
economía, construyó caminos y puentes, y se transformó de pastoril y desértica
en moderna. La sociedad creció al ritmo de la economía agrícolo-ganadera
exportadora. Llegaron inmigrantes en cantidades que no tenían parangón en la
historia argentina, atraídos por la riqueza de los campos destacada por la pro-
paganda; pero sus destinos finales estuvieron muchas veces en el retorno a sus
lugares de origen, o en las ciudades que crecían significativamente como las de
Europa de siglos anteriores, pero sin una revolución industrial significativa
como la de aquéllas.
Así nacieron nuevas formas de conflicto, que ya no enfrentaban como algu-
nas décadas antes a Buenos Aires con el Interior o a los comerciantes con los
terratenientes, sino a nativos (criollos) e inmigrantes, a trabajadores y
patrones...
Se fueron desarrollando instituciones representativas, y se generaron los
primeros partidos políticos modernos. Sin embargo, las posibilidades de inte-
gración fueron condicionadas por las de exclusión, en un país que reconoció a
los inmigrantes como habitantes, pero no como ciudadanos. Así, poco a poco, se
fue constituyendo un tipo de identidad en la que la pertenencia apareció vincu-
lada casi exclusivamente con el éxito económico. La "argentinidad", forjada
desde la educación o el servicio militar (obligatorio desde 1901 hasta 1994) se
vio condicionada por el régimen económico y político vigente.
Décadas después, urgidos por la situación internacional, los mismos que
habían hecho de la Argentina el granero del mundo, introdujeron la industria-
lización.
En un proceso caracterizado por surgir de la mano de capitales extranjeros,
las industrias facilitaron las condiciones de una sociedad que se transformó de
rural en urbana, y de casi exclusivamente agraria, en industrial. Las ciudades
se poblaron de migrantes, quienes si bien fueron aceptados como mano de obra,
permanecieron marginados tanto en lo político como en lo social.
Esa situación comenzaría a revertirse a mediados de la década del cuarenta

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de este siglo, como consecuencia de las nuevas coyunturas económicas e ideoló-
gicas internacionales que facilitaron modificaciones y cambios.
En todos estos procesos y situaciones se hallaron inmersos y participaron
activamente los inmigrantes judíos, pioneros en la Argentina.

El Congreso Constituyente de Santa Fe – 1853


Poco después de la batalla de Caseros, Urquiza comisionó al doctor
Bernardo de Irigoyen para que visitase a los gobernantes más distantes y les
explicase el propósito de organizar constitucionalmente el país. Cuando fueron
convocados a San Nicolás y luego a Santa Fe, acudió la mayoría. Y aunque hoy,
a la luz del moderno sufragio universal, podríamos criticar el procedimiento
electoral de entonces, la verdad es que la calidad de los diputados enviados al
Congreso constituyente de Santa Fe fue de máximo nivel. Al decir de Abad de
Santillán

Figuraban escritores, juristas, algunos sacerdotes y, contrariamente


a lo ocurrido en congresos constituyentes anteriores, en el de 1852 no
había militares, con excepción del caso de Pedro Ferré, antiguo
gobernante correntino que había intentado antes que Urquiza poner
fin al dominio rosista. La tarea a cumplir en Santa Fe era estricta -
mente civil, de discusión, de inteligencia y de libertad, y los hombres
de armas no tenían campo adecuado para lucirse allí.

La fecha definitiva para la instalación se fijó en el 20 de noviembre. El 15


de ese mes se realizaron sesiones preparatorias, se aceptó la fórmula del jura-
mento y se nombraron las autoridades. El discurso inaugural, encargado por
Urquiza y leído por Luis José de la Peña, concluye:

Aprovechad, augustos representantes, de las lecciones de nuestra


historia, y dictad una Constitución que haga imposible, para en ade -
lante, la anarquía y el despotismo. Una nos ha llenado de sangre; el
otro – de sangre y vergüenza. La luz del cielo y el amor a la patria os
iluminen.

Cuando se reunió en Santa Fe al Congreso que sancionaría la Constitución


de 1853, sus integrantes comenzaron a buscar modelos para redactarla. Había
una idea bastante concreta de lo que se quería, pero faltaba el aspecto práctico.
Entonces llegó a sus manos un texto redactado por Juan Bautista Alberdi, abo-
gado argentino radicado en Valparaíso, en el que proponía un proyecto de
Constitución y el fundamento teórico de este nuevo país que surgía, de cuyo
contenido vale la pena interiorizarse, pues...

“No puede comprenderse bien la formación institucional de la


Argentina contemporánea sin conocer lo fundamental del ideario de
Alberdi”
Repetto, Roberto “La solitaria grandeza de Alberdi”
(en “La Prensa”. Bs.As.,25 de agosto de 1968)

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Bases y puntos de partida para la organización política
de la República Argentina
(Edit. Plus Ultra, décima edición 1998)

La ley, constitucional o civil, es la regla de existencia de los seres


colectivos que se llaman Estados... El Congreso Argentino
Constituyente... Vendrá a estudiar y a escribir las leyes naturales en
que todo eso propende a combinarse y desarrollarse del modo más
ventajoso a los destinos providenciales de la República Argentina.

(Pág. 112-113)

Concepción de Alberdi respecto de la inmigración


XXXI.
¿Qué nombre daréis, que nombre merece un país com -
puesto de doscientas mil leguas de territorio y de una
población de ochocientos mil habitantes? Un desierto.
¿Qué nombre daréis a la Constitución de ese país? La
Constitución de un desierto. Pues bien: ese país es la
República Argentina; y cualquiera que sea su
Constitución no será otra cosa por muchos años que la
Constitución de un desierto.
Pero ¿cuál es la Constitución que mejor conviene al
desierto? La que sirve para hacerlo desaparecer; la Juan Bautista
que sirve para hacer que el desierto deje de serlo en el Alberdi
menor tiempo posible, y lo convierta en país poblado.
Luego este debe ser el fin político, y no puede ser otro, de la
Constitución Argentina y en general de todas las Constituciones de
Sudamérica. Las constituciones de países despoblados no pueden
tener otro fin serio y racional por ahora y por muchos años, que dar
al solitario y abandonado territorio la población que necesita, como
instrumento fundamental de su desarrollo y progreso.
(Pág.237)

..Así, para poblar el país debe garantizar la libertad religiosa...Debe


prodigar la ciudadanía y el domicilio al extranjero sin imponérselos...
Debe la Constitución asimilar los derechos civiles del extranjero, de
quien tenemos vital necesidad, a los derechos civiles del nacional
(Pág.125)

El bienestar de ambos mundos se concilia casualmente; y mediante


un sistema de política y de instituciones adecuadas, los Estados del
otro continente deben propender a enviarnos, por inmigraciones
pacíficas, las poblaciones que los nuestros deben atraer por una
política e instituciones análogas.
(Pág.19)

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La población es el fin y es el medio al mismo tiempo...
Es, pues, especialmente económico el fin de la política constitucional
y del gobierno de América. Así, en América gobernar es poblar.
Definir de otro modo el gobierno, es desconocer su misión sudameri -
cana...
(Pág.238-239)

El 18 de abril de 1853 la comisión redactora presentó el proyecto en el que...


• se reconoce el sistema republicano representativo federal
• se proclama la libertad de conciencia y de cultos como algo inseparable de
la dignidad humana
• se establece la igualdad civil de nacionales y extranjeros
• la esclavitud es condenada
• se establece que toda condena debe ajustarse a una ley y juicio previos
• son inviolables el domicilio, la correspondencia, la defensa y la propiedad.
• Son desconocidos los fueros y prerrogativas de castas, clases o sangre;
• Es suprimida la pena de muerte por motivos políticos;
• Se proclama la libertad de los ríos;
• La Constitución tiene preeminencia, así como las leyes federales.
• Todo esto se expresa en el anhelo del Preámbulo:

Las bases y puntos de partida de Alberdi han sido resumidos por José
Nicolás Matienzo en los siguientes puntos:
1) Las provincias se dan sus propias instituciones, se rigen por ellas y eligen
sus gobernadores, sus legisladores y demás funcionarios sin intervención
del gobierno general.
2) Cada provincia dicta para sí una Constitución ajustada a los principios
fundamentales de la Constitución nacional; pero el Congreso examina
toda constitución provincial antes de que ella entre en vigor.
3) La legislación civil, comercial y penal es uniforme en toda la nación; cor-
respondiendo al Congreso esta materia.
4) La ciudad de Buenos Aires es la capital de la República y su jefe inmedia-
to y local es el presidente de la nación.
5) El poder ejecutivo es desempeñado por un presidente no reelegible, asisti-
do de ministros responsables, uno de los cuales, por lo menos, refrenda y
legaliza los actos del presidente por medio de su firma, sin cuyo requisito
carecen de eficacia.
6) La nación garantiza a las provincias el sistema republicano, la integridad
de su territorio, e interviene sin requisición en su territorio al solo efecto
de restablecer el orden perturbado por la sedición.
7) Los extranjeros gozan de todos los derechos civiles del ciudadano sin
necesidad de tratados, y son admisibles a los empleos en las condiciones
de la ley.
8) La inmigración no puede ser restringida ni limitada de ningún modo.
9) La navegación de los ríos interiores es libre para todas las banderas.

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10) El gobierno tiene el deber de promover tratados con las naciones extran-
jeras respecto a comercio, navegación y mutua frecuencia, sobre las bases
de las garantías constitucionales referidas a los extranjeros.
11) La ley no reconoce diferencias de clase ni persona.
12) El gobierno federal ejerce el patronato nacional respecto de las iglesias,
beneficios y personas eclesiásticas de la religión católica y sostiene su
culto; pero garantiza la libertad de las demás.

Todos esos puntos del pensamiento alberdiano encontraron su cristaliza-


ción en el texto de la constitución

En definitiva la intervención de Córdoba restableció el esquema de los días


de Cepeda, ésta fue el signo de la ruptura. Se declaró por una ley del Congreso
a Buenos Aires sediciosa y autorizó al presidente a intervenir la provincia.
Los que rodeaban a Mitre se sintieron atraídos por la posibilidad de una
revancha de Cepeda. El gobernador se preparó para una guerra, sabía que la
paz era muy difícil. Aunque llegaron a una conferencia la que fracasó por la
poca predisposición de las partes a ceder en cuestiones que tenían que ver con
el futuro desenvolvimiento de su poder. En septiembre se pusieron en movi-
miento los ejércitos.
El 17 de septiembre de 1861 Urquiza fue derrotado sobre las nacientes del
arroyo Pavón. Derqui presentó su renuncia y se marchó del país, Entre Ríos
reasumió su soberanía y se declaró en paz con las demás provincias.
La paz lograda fue sobre todo la paz entre Mitre y Urquiza.
En las elecciones de abril de 1862, Mitre asumió la presidencia de la Nación
y así fue como la unidad nacional quedó consumada.
Así fue como el gobierno de Mitre comenzó a dar pasos hacia la configu-
ración de un nueva Argentina: inmigración, lucha contra el analfabetismo,
el desarrollo del ferrocarril, la implementación de nuevas industrias,
la aparición de fábricas, el desarrollo del campo y de la agricultura.

UNA NACIÓN A PUERTAS ABIERTAS

Bartolomé Mitre fue un neto exponente de las fuerzas que propiciaron la


Inmigración espontánea. Para fomentarla quiso crear facilidades que atra-
jeran a inmigrantes sin que el gobierno tuviera que comprometerse con conve-
nios especiales.
Durante su presidencia se tomaron las siguientes medidas:
• se exceptuó a los inmigrantes de impuestos aduaneros a sus enseres,
• el número de comisiones de protección fue aumentado, mejorándose sus
atribuciones y
• se ofrecieron tierras a inmigrantes a precios especialmente bajos.

Durante su gobierno se dio impulso al movimiento inmigratorio. La inmi-

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gración europea llegó al país radicándose principalmente en Buenos Aires y en
menor medida en Santa Fe y Entre Ríos. Para ella el gobierno no previó ningún
régimen especial en materia de tierras, ni en ningún otro orden.
Una excepción a esta característica fue la inmigración galesa que debida-
mente planificada se estableció en 1886 en el valle del Chubut.
El segundo presidente Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) quería
gobernar para hacer efectiva su prédica “Educar al soberano”, sostenía la
necesidad de concretar cambios profundos en la vida nacional y estableció que
la educación era una de las prioridades, la consideraba como un instrumento
sociopolítico indispensable para modernizar las estructuras del país. También
anunció al asumir el mando que su política se basaría en moralidad adminis-
trativa, distribución equitativa de la tierra pública, hacer llegar la inmigración
al interior para que no se concentrara en las costas, colonización, etc.
Sarmiento entendía que la inmigración permitiría el desarrollo económico,
rural y urbano.
Sarmiento era partidario de la Inmigración artificial importada. La
larga guerra con el Paraguay1 y la fuerza de sus opositores en el Congreso anu-
laron todos los esfuerzos que en su época hicieron para promulgar una ley de
inmigración.
Sarmiento presentó en 1873 un proyecto de “ley de tierras y colonización”
que fue rechazado. Esta resistencia provenía de los intereses de los terrate-
nientes y especuladores de tierras (sólo ocho mil seiscientos propietarios
rurales había en el país y muchos de ellos poseían grandes extensiones).
Sarmiento sostuvo que la tierra era un elemento de trabajo, un capital no des-
preciable y que por lo tanto debía no exceder una extensión determinada.
Sarmiento se lanzó a la formación de colonias de las que Chivilcoy fue modelo.

Censo de 1869
El censo Nacional realizado en 1869, el primero desde la Revolución de
Mayo tiene el valor de una radiografía nacional:

Habitantes de la Nación 1.737.000


Residentes en Buenos Aires 495.000 (el 28% del total)

Los extranjeros constituían el 12,1% de la población del país, pero en la ciu-


dad de Buenos Aires representaban el 47%. El porcentaje restante se concen-
traba principalmente en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, quedando
el resto del país casi ajeno al movimiento migratorio.
Como consecuencia de esto la parte más poblada del país Buenos Aires iba
cambiando su fisonomía y sus hábitos, al mismo tiempo crecía el desequilibrio
entre la zona litoral y central respecto del norte de la República

1 Guerra con el Paraguay 1865-1870: una guerra civil estalló en Uruguay, el conflicto amenazó con cam -
biar el equilibrio de la cuenca del Plata en perjuicio del Paraguay, país dependiente de los ríos interiores.
Francisco S. López, su presidente, declaró la guerra a Brasil y más tarde a la Argentina.

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Este movimiento inmigratorio se inició tímidamente en la década del 50,
tomó impulso durante la presidencia de Mitre y creció aún más durante la
administración de Sarmiento.
En abril de 1874 tuvieron lugar las elecciones presidenciales y Nicolás
Avellaneda asumió el gobierno. El 19 de octubre de 1876 se sancionó la Ley
Nº817 de “Inmigración y colonización”, que lleva el nombre de su propulsor
“Ley Avellaneda”.
Con las siguientes palabras el presidente Avellaneda y su Ministro del
Interior abrieron su mensaje al Congreso con motivo de la presentación de esta
ley:

“Al honorable Congreso de la Nación: Están todos felizmente conven -


cidos en la República de que su prosperidad y porvenir dependen de
dar una solución al problema de la inmigración europea y es por eso
que él preocupa tanto a los hombres de la Nación misma como a sus
poderes públicos. Diversos proyectos de ley fueron presentados al
Congreso pero ninguno de ellos se convirtió en un sistema de leyes
ordenados, que atrajera a los buenos inmigrantes, orientándolos
hacia todos los puntos cardinales de la República.
Hasta ahora no se ha buscado la inmigración, aceptándose la que
espontáneamente ha querido venir a la República y en su inter -
nación y acomodo se invierten sumas considerables sin examen, sin
calificación, sin averiguar siquiera si el inmigrante ha de ser un
poblador útil, que con su trabajo aumente la producción del país y
contribuya al fomento de la riqueza pública y al mismo tiempo sus
costumbres y su educación contribuyan a consolidar los elementos de
civilización de orden y paz.
La ley propuesta trata de prevenir este mal, pues sin excluir la inmi -
gración espontánea se procura elegirla buscándola en el Norte de
Europa y otros países del Sur donde es tan fácil encontrarla en
condiciones más adecuadas, que aseguren para nosotros los resulta -
dos buscados”.

La ley consta de ciento treinta y siete artículos sobre temas diversos orga-
nizados en capítulos relacionados con el ordenamiento de la inmigración y la
colonización. Al término de cada una de las dos partes de la ley se incluye la
reglamentación para la creación de fondos, uno para financiar la inmigración y
el otro para solventar la colonización.
Esta ley propone la creación de dos brazos ejecutores:
✓ El Departamento de Inmigración, y
✓ La Oficina de Tierras y Colonias.

Las funciones del Departamento de Inmigración eran los siguientes:


• Publicidad y organización de los inmigrantes
• Instalación de una red de agencias de inmigración en los países de Europa
• Constituir a nivel local comisiones que se ocuparían de encauzar a los recién
llegados por todo el territorio de la República.

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El Departamento debía “propender por todos los medios a su alcance a la
elevación del nivel moral de la inmigración que se dirija al país, protegiendo en
lo posible a la que fuese honorable y laboriosa y aconsejando medidas para con-
tener la corriente de la que fuese viciosa o inútil”

En el marco de su actividad, los funcionarios del Departamento debían:


• Supervisar los barcos que transportaban inmigrantes
• Intervenir en su desembarco
• Ayudarlos a encontrar trabajo
• Representarlos ante las autoridades en todo problema legal relacionado con
su viaje
• Llevar un detallado registro de los inmigrantes.

Los inmigrantes que entraban dentro de los términos de la ley merecieron


la siguiente definición:

Artículo 12 “Llámese inmigrante para los efectos de esta ley a todo


extranjero jornalero, artesano, industrial o profesor que siendo
menor de sesenta años y acreditando su moral y sus aptitudes lle -
gase a la República a establecerse en ella en buques a vapor o de
vela, pagando pasaje de segunda o tercera clase o teniendo el viaje
pagado por cuenta de la Nación, de las provincias o de las empresas
particulares protectoras de la inmigración y de la colonización”.

Quienes cumplieran todas estas condiciones serían automáticamente con-


siderados inmigrantes a los efectos de los derechos y facilidades otorgados a los
mismos:
• Equipaje y herramientas de trabajo exentos de derecho aduanero
• Durante cinco días podrían gozar de alojamiento y manutención gratuita en
el Hotel de Inmigrantes
• Estaban a su disposición las oficinas de Trabajo para encontrar ocupación
• Derecho de viajar gratuitamente dentro de la República al lugar donde
quisieran establecerse.

También la ley acordaba franquicias extraordinarias a los grupos selec-


cionados especialmente (inmigrantes que fueran agricultores o mecánicos
provenientes de puertos europeos, que respondieran a las condiciones de mora-
lidad y aptitud profesional):
• Tendrían derecho a la devolución de la diferencia entre el costo del viaje a
la Argentina y a los Estados Unidos (intención de atraer inmigrantes del
norte de Europa especialmente anglosajones que se trasladaban masiva-
mente a los Estados Unidos)
• Préstamos para todos los gastos de viaje
• Estadía gratis en el Hotel de Inmigrantes hasta el momento de su estable-
cimiento definitivo
• El gobierno se comprometía a poner a su disposición vivienda, semillas, bes-
tias de trabajo y herramientas hasta la suma de mil pesos a devolver en
cinco cuotas a partir del tercer año de colonización.

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• Los primeros cien habitantes de cada colonia recibirían gratis su parcela de
cien hectáreas.

De esta manera la ley pretendía abarcar todo el camino del inmigrante


desde el momento en que dejaba atrás su hogar europeo hasta que se instalaba
como agricultor independiente en una de las regiones fronterizas de la
Argentina. Así señalaban el presidente Avellaneda y su gobierno, lo que para
ellos era el summum de sus expectativas con respecto a la inmigración: poblar
el desierto.
La mayoría de los artículos fueron aprobados automáticamente por la
Cámara de diputados, en dos sesiones. En el Senado tropezó con considerable
oposición; se propusieron no menos de setenta y tres enmiendas.
Los partidarios de la inmigración espontánea quienes a lo largo del debate
no dejaron de comparar sus ventajas y especialmente la modesta erogación que
exigía frente a la inmigración artificial, lograron suprimir varias reglamenta-
ciones de la ley.
La prensa partidaria del gobierno elogió el proyecto de ley. “La Tribuna”
predijo que en sólo diez años cambiaría la imagen moral, cultural y material de
la Argentina. Las esperanzas del diario eran que la masa de inmigrantes selec-
cionados vendría especialmente de Inglaterra, desarrollarían las extensiones
del sur argentino, especialmente sus puertos naturales sobre el Atlántico,
transformando al país en un breve tiempo en la potencia marítima de sur.
Esta ley permaneció vigente durante más de setenta años en los cuales se
configuró “la imagen de la Argentina”; se diseño el país que ellos deseaban.
La ley fue promulgada en un momento de auge para los conceptos de
“libertad de conciencia y culto”.

Incremento de la inmigración
En las décadas que van de 1860 a 1890, capitales, artesanos y mano de obra
asalariada ingresaron al país masivamente. A modo de ejemplo:

Total de inmigrantes:

1869: 37.934 ( italianos 21.149 - españoles 3.744)


1870: 39.967 ( italianos 23.101 - españoles 3.888)
1871: 20.928 ( italianos 8.172 - españoles 2.554)

Fuente: J.A. Alsina. “La inmigración europea en la Argentina” (1898), 3ª edición.

El censo que se realizó en 1895 arrojó los siguientes resultados:

Población total: 3.959.911


Extranjeros: 1.004.527

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En el período comprendido entre 1860 y 1890, la inmigración aunque no tan
abundante, vino amparada por la política del gobierno que auspició la radi-
cación de colonias, otorgó facilidades de viaje, reservó recursos financieros para
la promoción y dictó leyes de inmigración.
La inmigración extranjera se convirtió principalmente en urbana pero una
buena proporción se localizó en ciertas áreas rurales, favoreciendo así al desa-
rrollo de una economía agrícola que llegó a producir suficiente trigo como para
pasar a ser en 1870, de importadora a la principal exportadora entre los países
agrícolas.
El fenómeno inmigratorio significó un cambio en la estructura social de la
Argentina. La sociedad argentina acusó el impacto inmigratorio, vio transfor-
marse el carácter nacional, el “tipo argentino” fue cambiando.
A pesar de la imagen oficial de puertas abiertas e inmigración protegida se
produjeron manifestaciones de rechazo al inmigrante tanto en la literatura
como en el periodismo, destacándolo con los peores rasgos físicos y morales.
Los peores rasgos éticos son adjudicados a sus antihéroes de origen inmi-
grante, en tanto la virtudes de los argentinos aparecen como intachables.
El Martín Fierro desde 1872 coincide en señalar al invasor inmigrante y su
tosca inaptitud en las tareas rurales. El gaucho se sintió acosado por la ciudad
y el extranjero.

149
Yo no sé por qué el gobierno
Nos manda aquí a la frontera
Gringada que ni siquiera
Se sabe atracar a un pingo-
¡Si crerá al mandar un gringo
Que nos manda alguna fiera!

150
No hacen más que dar trabajo
Pues no saben ni ensillar –
No sirven ni pa carniar,
Y yo he visto muchas veces,
Que ni voltiadas las reses
Se les querían arrimar.

José Hernández, “Martín Fierro”, Ediciones Polilingüe,


Ediciones Latinoamericanas, Buenos Aires, 1973.

LOS PIONEROS

Invitación al inmigrante judío


El 15 de marzo de 1881 una noticia apareció en los diarios de Buenos Aires
fechado en París el 13 de marzo que informaba sobre el cruento suceso ocurri-
do en Rusia, el asesinato del zar Alejandro II en San Petersburgo. Este magni-
cidio fue el detonante para que en el Imperio se desatara una ola de persecu-

260
ción antijudía alentada desde el poder (Ver Mód.36).
Mientras sucedían estos acontecimientos en Europa, el gobierno argentino
se hallaba abocado a uno de sus objetivos principales: ”poblar el país”.
Las noticias sobre los sucesos en Rusia llegaron a oídos del representante
del Departamento de Inmigración de la Argentina en París Carlos Calvo. Este
de inmediato se puso en contacto con autoridades rusas de San Petersburgo a
fin de lograr que parte de los inmigrantes judíos fueran orientados hacia la
Argentina. Esta iniciativa de promover la inmigración de judíos al país fue
recibida con beneplácito por el Departamento de Inmigración y por el gobierno,
pues el presidente J.A. Roca se encontraba realmente interesado en el tema
inmigratorio. Prueba de ello fue el decreto emitido el agosto de 1881 suscrito
por Roca y por el ministro de interior Antonio del Viso.
El siguiente es el texto del decreto del gobierno Nacional para promover y
orientar la inmigración israelita del Imperio Ruso hacia la Argentina.

Publicamos a continuación el decreto nombrando un agente hono -


rario de inmigración con el especial encargo de dirigir hacia nues -
tro país a los israelitas que abandonan en estos momentos el
Imperio Ruso:
Buenos Aires, agosto 18 de 1881- Por cuanto el ciudadano argentino
D. José M. Bustos ha ofrecido al Gobierno sus servicios gratuitos
como agente especial para promover la inmigración israelita proce -
dente del Imperio Ruso, el presidente de la República decreta:
Art.1º El ciudadano D. José M. Bustos queda nombrado agente hono -
rario de inmigración en Europa, con el especial encargo de dirigir
hacia la República Argentina la emigración israelita iniciada
actualmente en el Imperio Ruso.
Art.2º Por la Comisaría General de Inmigración se expedirán al
agente nombrado las instrucciones a que debe sujetarse en el desem -
peño de su Comisión, recabándose del Ministerio de Relaciones
Exteriores las órdenes necesarias para que los agentes consulares de
la República en Europa le presten el concurso que pueda requerirles
para el mejor éxito de aquélla.
Art 3º Comuníquese, etc. Roca - A. Del Viso.

La Nación, 19 de agosto de 1881.


El decreto fue publicado en el Registro
Nacional de la República Argentina, 1878-188, Volumen 8, pág.512.

Campaña al desierto

Desde la presidencia de Mitre existió la idea de recuperar la frontera del


Río Negro para asegurar las poblaciones pampeanas de los ataques indígenas y
dar nuevos campos a la explotación.
Durante la presidencia de Avellaneda la presión popular se hizo mayor
como consecuencia de los aportes inmigratorios y de los malones de indígenas.
Su ministro de Guerra, Alsina, tomó el asunto en sus manos, propuso un plan

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de acción: avanzar la línea de la frontera sur ocupando lugares estratégicos y
levantando en ellos poblaciones, de modo de hacer imposible a los indígenas
permanecer en la zona. Consultado el Gral. Roca con larga experiencia en la
materia no avaló el proyecto proponiendo buscar a los indígenas en sus bases
por medio de una ofensiva continua con tropas bien montadas, que serían opor-
tunamente relevadas por fuerzas de refresco de modo de no dar tiempo a los
indígenas para reponerse.
Las opiniones se dividieron y se impuso el plan del ministro. El plan se llevó
a cabo, el resultado fue superior a lo esperado pues despojó a los indígenas de
las mejores tierras de pastoreo para su ganado y su caballería de guerra.
En 1887 Roca fue designado por Avellaneda como “Ministro de Guerra y
Marina” a la muerte de Alsina. Obtuvo prestigio militar con la “Campaña al
desierto” precedida por operaciones secundarias que quebraron el poderío indí-
gena. En 1878 realizó una verdadera razzia en el desierto, el poder indígena fue
quebrantado definitivamente.
Roca inició la segunda campaña en abril de 1879. El ejército ocupó la mar-
gen norte del río Negro alejando a los indígenas. Esta campaña significó la solu-
ción de la cuestión indígena.
La preocupación era que una vasta región estaba de hecho al margen de la
autoridad del Estado y bajo el poder de los caciques indígenas que desafiaban
la fuerza nacional. Se los persiguió para aniquilar su poder ofensivo.
Esta campaña logró la consolidación de las fronteras patagónicas e incor-
poró veinte mil leguas cuadradas aptas para la agricultura y la ganadería.

El director del Departamento de Inmigración Samuel Navarro mandó una


carta a J. M. Bustos dando las directivas concernientes a la inmigración judía
en la Argentina. En ella le señalaba que había recibido noticias que el rey
Alfonso XII de España había respondido favorablemente a la solicitud presen-
tada por los refugiados judíos de Constantinopla de recibirlos en su país y estos
preferirían seguramente España a la Argentina, por lo tanto temía que esta
misión haya llegado demasiado tarde.
José María Bustos debía recibir de Carlos Calvo todos “los datos relativos
a la situación de la negociación de los judíos con el gobierno español, a fin de
evitar pasos y procedimientos inútiles, si aquello había terminado”. Si estaba
todavía a tiempo se lo instruía para “entrar en relación con el Comité Israelita
o con el Gran Rabino de París”, a través del ministro plenipotenciario argenti-
no en Francia, así se allanaría el camino con los dirigentes de la comunidad
judía de Francia, tanto de la Alliance como del Consistoire1.
Navarro en su carta comentaba que:

“Si resultase posible que los israelitas acepten el patrocinio y la hos -


pitalidad de la República Argentina, el agente debía informarse
concienzudamente de las concesiones que puede ofrecerles en tierras
y demás ventajas acordadas por parte de la ley vigente de 1876,
poniendo atención en no comprometer al Gobierno ofreciendo los
otros auxilios que la ley sólo acuerda, cuando la del presupuesto los
determina”

1 Consistoire: Asamblea de Notables- Ver módulo 30.


262
Asimismo se prometía proveer a Bustos de cincuenta ejemplares de un
prospecto de propaganda en alemán que le ayudarían en sus esfuerzos para
inducir a los judíos a optar por la Argentina, Samuel Navarro concluía su carta
con saludos y augurios de éxito.
Unos días más tarde de la publicación del decreto sobre la designación del
agente especial comenzaron a aparecer en la prensa violentos ataques a la reso-
lución del gobierno.
Sarmiento, Ricardo Rojas y Juan B. Justo señalaron la permanencia de las
particularidades judías como un obstáculo para la integración y más aún como
un grave peligro para la formación de una conciencia nacional en el pueblo
argentino.
Juan B. Justo en un artículo denominado “Por qué no me gusta escribir
para una hoja que se dice israelita” escribía:

“...¿qué significa que un grupo de gente pretenda singularizarse y


perpetuarse con el rótulo de israelitas o judíos? ¿Raza? Poca sim -
patía puede inspirarnos a nosotros, pueblo de mestizos, el vano
empeño de uno de los grupos menores que ha entrado al país, de con -
servarse aparte, como raza... Incorpórense en buena hora al tipo
nacional los lindos rasgos fisonómicos de ciertos judíos, vuélvase
más fina y sutil la estructura del cerebro argentino al entrar en
nuestra tradición vital la sangre semita...La formación y la perpe -
tuación de castas en el país debe alarmarnos más que la división de
las clases sociales, que aspiramos a abolir...Glorifíquense colectiva -
mente en el anónimo, siendo simplemente hombres... Abdiquen como
judíos, de todo orgullo secreto y contribuirán a que la denominación
deje más pronto de ser una injuria vaga.”

Sarmiento en su diario “El Nacional” opinó en forma desfavorable a la


inmigración agrícola judía, teniendo en cuenta que él había sido uno de los
grandes propulsores de la inmigración.
El director del diario en francés L´Union Française que aparecía en Buenos
Aires, publicó :

“No sabemos que un pueblo haya tenido jamás la idea de enviar un


agente para recoger desde afuera los nocivos insectos, los parásitos
chupasangre...
... El judío pertenece a ese tipo de seres dañinos siempre por instinto,
por tendencia de raza...” Y recordó a sus lectores que España se
había visto obligada a “recurrir a este arma salvaje, la Inquisición,
para liberarse de esta plaga que le cayó encima a raíz de la
invasión morisca...”Y a ejemplo de la metrópoli, también las colonias
debieron hacer uso de “las tenacillas de la Inquisición para extirpar
a los parásitos”. Después de advertir que si llegaran a venir judíos,
estos se dedicarían a la usura y a la compra y venta de caballos y
exprimirían la riqueza del Estado, manifestaba: “Hay en Buenos

263
Aires algunos judíos. Uno que otro no oculta lo que es, la mayor
parte lo disimula cuidadosamente; el Código Civil no ha previsto
que ellos puedan venir a instalarse entre nosotros y no se ha ocupa -
do de reglamentar sus relaciones sociales ni los matrimonios entre
ellos, sin enviarlos de vuelta a la Inquisición, parecería que no han
querido ocuparse de su multiplicación; sin embargo, tal como están,
diseminados en la multitud, no son peligrosos; mas lo serán en el
momento en que sientan que son legión...”

El diario tan prestigioso para la época como “La Nación” dirigido por Mitre,
no sólo no dio apoyo al programa de colonización agraria judía sino que inter-
vino a través de numerosas críticas para oponerse al mismo, tratando de intro-
ducir elementos de desconfianza en la sensibilidad de los lectores.
He aquí un artículo publicado en este diario el 26/8/1881:

Inmigración Judía
Poblar, no es aumentar el número de los estantes de un país, sino
constituir una raza coherente que se vincule al suelo, con sus instin -
tos, sus tendencias y sus aspiraciones destinada a llenar una misión
en el trabajo humano bajo la disciplina de una nacionalidad.
La colonización concurre a estos fines.
Es una verdad sabida que la colonización principia con el hombre.
La emigración ha sucedido a la formación de la primera familia, la
tierra ha sido poblada en virtud de esa fuerza expansiva y de dilata -
ción que posee todo núcleo social, por más pequeño y primitivo que
sea, como muy bien lo establece un pensador.
La emigración, como la inmigración, es la obra del instinto y de la
reflexión, a la vez que tiene sus leyes y sus reglas.
La cuestión no está en importar hombres a nuestro suelo. La inmi -
gración envuelve un hecho más trascendental, es una evolución
humana, una función vital que se confunde en el movimiento gene -
ral del medio al que se incorpora, recibiendo así el carácter, el tipo
moral, las tendencias y el genio de la nueva sociedad a que se asimi -
la y en cuyo seno se agranda, perdiendo su fisonomía originaria,
para constituir un organismo único, indivisible, eterno, como el yan -
kee, por ejemplo.
Por eso la inmigración es un fenómeno complejo de la fisiología
social, cuyas causas móviles, leyes y tendencias, explica y enseña la
sociología.
Esta cuestión de la inmigración la hemos tratado tantas veces con
toda la amplitud que requerían las cuestiones relacionadas con ella,
que creemos innecesario volver al respecto, limitándonos a expresar
que toda medida artificial para producirla es contraproducente y
estéril, cuando no perjudicial.
Las facilidades para el desembarque, alojamiento temporario e
internación, son medidas apropiadas a los grandes objetos de la

264
población por la inmigración y colonización; pero el reclutamiento
de inmigrantes los cuales entonces vienen obedeciendo a móviles dis -
tintos de los que nos llegan atraídos por la liberalidad de nuestras
leyes y la bondad de nuestro suelo, es un hecho artificial que vicia el
sistema de la población e inocula en la sociabilidad gérmenes perju -
diciales y quizás disolventes.
Hemos querido recordar en concreto estas ideas fundamentales que
otras veces hemos ampliado al ocuparnos siquiera brevemente del
decreto del P.E. de la Nación, promoviendo la inmigración israelita
a nuestro país, para todo lo cual ha nombrado un comisionado espe -
cial en Europa.
No rechazamos esa inmigración, esa raza de hombres que tienen
derecho a vivir y trabajar en cualquier punto del globo.
Pueden venir aquí los israelitas, espontáneamente, pero intervenir el
gobierno para atraerlos oficial y artificialmente, nos parece un
error muy evidente.
No participamos de las ideas exageradas que se tienen en algunas
naciones de Europa contra los descendientes de Abraham, a pesar de
su índole peculiar, y hasta cierto punto inconveniente.
Es sólo que en todas partes constituyen núcleos separados del resto
de la sociedad, adheridos firmemente a los mismos dogmas e institu -
ciones que enseña el Pentateuco, el que después de haber presidido
la formación de la existencia nacional y religiosa del pueblo hebreo,
constituye aún hoy día las creencias, las costumbres y los principios
de sus descendientes dispersos a los cuatro vientos sobre la superfi -
cie de la tierra.
¿Cuál es la causa del aislamiento eterno de la raza judía, de su
indiferencia a los grandes objetivos de la sociedad en que vive, de la
falta de relación de sus actos, de sus intereses y de sus móviles con
los de la comunidad?
Hemos entendido que su decálogo, aplicable a todas las razas y a
todos los tiempos creyó necesario que el pueblo, el de Israel a quien
se confiaba la misión de propagarlo, permaneciera aislado del resto
del mundo, asegurando así su duración, por el vigor inmutable, de
su creencia y de sus leyes y por la inalterabilidad e identidad perpe -
tua de la raza.
Confundidos los israelitas con los cristianos en los primeros tiempos
de nuestra era, y sufriendo juntos en nombre de una causa común, la
del Dios único, proclamada a la vez por el Antiguo y Nuevo
Testamento, sufrieron después horrendas persecuciones, y excluidos
de todas las profesiones, de todas las condiciones reconocidas hono -
rables, según la frase de un historiador, no tenían otro recurso que
el comercio de la plata, declarado infame en nombre de la filosofía
de Aristóteles y de la santidad de las Escrituras.
Fernando e Isabel los habían expulsado, y éstos, perseguidos por la
fuerza o por la Inquisición, se refugiaron en Francia, Alemania,
Rusia, Inglaterra, donde pudieron entregarse al comercio, al

265
amparo de la Reforma. Sin embargo de esto, y de su perfecta emanci -
pación, proclamada por la Revolución Francesa, la raza israelita
mantiene en un sentido general, su índole, su genialidad, su credo
desde Moisés, sin ninguna modificación casi, permaneciendo en la
sociedad sin esa íntima coherencia que le da la perfecta asimila -
ción.
Esto no significa decir que los israelitas no sirvan a la sociedad, ni
a la civilización. Ellos son inteligentes, laboriosos y desenvuelven las
artes, las ciencias, la industria y el comercio; pero no se confunden
en la masa social, no forman un organismo que se perpetúe y que se
agrande, sin romper su unidad eterna.
Así, traer oficial y artificialmente esta raza de hombres a nuestro
suelo, con su constitución etnocéntrica de raza y de creencias y aún
de hábitos, es constituir un núcleo de población sin relación, sin
incorporación, sin adherencia a la sociedad nacional que está for -
mándose por la concurrencia de la inmigración extranjera que vive
nuestra propia vida, y que se asimila por completo a nuestro mismo
organismo.
La inmigración israelita, traída, como lo pretende el gobierno, con -
stituirá una verdadera incrustación en el seno de nuestra sociedad,
ejerciendo así un papel inadecuado en el desenvolvimiento de los
grandes y permanentes intereses del país.
Si bien la religión contribuye poderosamente a establecer la unidad
de la sociabilidad, siendo causa de disgregación la diferencia de
culto, entre nosotros, que proclamamos la inviolabilidad de la con -
ciencia, aquella no puede existir, y la unidad, por el contrario, se
consolida por la misma virtud de ese principio natural.
Las sinagogas podrían levantarse también en la República sin
ningún inconveniente legal.
Pero si bien rechazamos la importación, el reclutamiento oficial del
israelita, como de cualquier otra raza, rechazamos igualmente, en
nombre de la humanidad, las inauditas persecuciones de que es
objeto en Rusia y en menor escala en Alemania.
Se parte allí de ideas exageradas.
Se dice que los israelitas son consumidores improductivos, parásitos
que viven arruinando a las otras clases de la sociedad, y que consti -
tuyen una sociedad inmovilizada, inerte, dentro de una sociedad
activa, solidaria, expansiva.
Creemos que los israelitas han hecho mucho bien al comercio y a la
industria en varias naciones de Europa, debiéndose en mucha parte
a su expulsión de España su rápida decadencia, como lo demuestra
Prescott, y que la agitación antisemita obedece a grandes extravíos
en la generación de las ideas y de los hechos.
Un notable pensador israelita acaba de contestar la razón invocada
de su aislamiento y aunque no nos convence la consignamos así: "El
hábito se vuelve una segunda naturaleza, dice, y como nuestra raza

266
ha vivido sobre el suelo sin radicación, está acostumbrada a pasarlo
de ese modo: no podíamos adherirnos a él, desde que venimos siendo
víctimas de persecuciones, durante siglos, y los tiranos nos echaban
de sus territorios cuando se les antojaba".
Sin embargo, los israelitas viven y trabajan perfectamente garanti -
dos, desde la Reforma, tiempo ya más que suficiente para haber
refundido su tipo en la humanidad, y modificado sus tendencias, a
fin de considerarse en la vida común y fomentar la unidad en el
espacio y el tiempo.
Si la inmigración artificial de cualquier raza es un mal, porque es
el desconocimiento de las leyes naturales que rigen las tendencias
del hombre y de los hechos producidos que desacreditan ese sistema,
como medio aplicable de población, no puede menos que serlo tam -
bién la de una raza que desde la época de sus patriarcas mantiene
sus costumbres, su carácter, su tipo, sus creencias, y hasta sus
supersticiones, por cuya causa vive separada de la comunión íntima
y estrecha de las demás razas, explicándose así la causa de sus per -
secuciones actuales, aunque por otra parte sea industriosa e
inteligente, y contribuya en este sentido a los progresos de la civi -
lización y al bienestar de la humanidad.
Poblemos, agregando al núcleo nacional elementos coherentes, y no
elementos heterogéneos que ni se asimilan a él y puedan muy bien
producir su descomposición o su enervamiento.

Extraído de La Nación 26/8/1881

Consigna de Trabajo

Reflexiona y responde:
a. ¿Qué relación se puede establecer entre el primer párrafo del artículo y
las ideas de Alberdi expuestas en sus Bases?
b. ¿Cuál es según este artículo el rol que debe desempeñar el Estado con
respecto a la inmigración?
c. ¿Cuál es el argumento esgrimido en contra del decreto emitido por el
Poder Ejecutivo promoviendo la inmigración israelita a la República
Argentina?
d. Describe el perfil del inmigrante según:
I ) Alberdi
II ) La Ley Avellaneda y
III ) El artículo de La Nación

267
Llegada del Weser
La gestión de Bustos no tuvo
mucho éxito, aún cuando cientos El convenio
de miles de judíos perseguidos En un principio cada uno de los colonos
como consecuencia del magni- abonaría la suma de cuatrocientos fran -
cidio (1881-1882) se desplazaban cos, “a deducir de la suma principal de
desde sus lugares de origen en tres mil francos, importe de la concesión
busca de nuevos horizontes. de un lote de terreno de veinticinco hec -
Ese mismo año de 1882 se táreas”. La mitad de ese total sería
celebró en Katowice, Silesia (ver amortizada en veintidós anualidades
módulo 41) una reunión de dele- por intermedio del Banco Hipotecario,
gados de las comunidades más con un interés del dos por ciento anual,
afectadas, principalmente de y el resto en cuotas anuales con el
Podolia y Besarabia, donde interés corriente en la vida comercial de
prevaleció la idea de que la única Buenos Aires.
solución posible era emigrar del El propietario se comprometía por su
país. Se examinaron entonces parte a facilitar al colono una vivienda
tres alternativas: Israel- temporaria, los elementos necesarios
Palestina, África, y Estados para su manutención en los primeros
Unidos. Tres años antes se había tiempos, y todos los útiles e implementos
celebrado justamente en la de labranza indispensables. El futuro
misma ciudad el primer congreso colono se obligaba a reembolsar el
de los Jovevei Tzión (Amantes de importe de los mismos en cuotas a largo
Sión. Ver módulo 41), y aún se plazo, si bien se reservaba expresamente
comentaba allí la tesis sostenida el derecho a saldar la totalidad de su
por León Pinsker acerca de la deuda con toda la anticipación que
conveniencia de promover el quisiera.
retorno de los judíos al trabajo de
la tierra en el país de sus antepasados.
Tampoco faltaban los partidarios de la emigración al África, que estaba
entonces de moda por el descubrimiento de valiosas minas que alentaban las
ilusiones y el espíritu de aventura de la gente.
Asimismo se mencionó la alternativa de los Estados Unidos, aunque con
poco entusiasmo pues circulaba el rumor de que en ese país se imponía el aban-
dono de la tradición judía, sobre todo por parte de los jóvenes y de los niños.
Prevaleció la idea de viajar a Israel (aliá). En una región de Podolia, en pobla-
dos rurales que circundaban Kamenetz Podolsk (capital de esa región) fue elegi-
do un emisario, Eliezer Kaufman, y enviado a París en 1888 para solicitar el
apoyo y ayuda del Barón de Rothschild. Pero la gestión demoró varios meses y
la misión fracasó. Se intentó hallar otra solución. El Gran Rabino de París,
Tzadok – Kahn, lo vinculó con la Alliance Israelite Universelle, entidad judía
mundial que se ocupaba de la defensa de los perseguidos a causa de su judaís-
mo, inspirada en la norma tradicional judía “Col Israel Arevim Ze Lazé (Todos
los judíos son responsables el uno por el otro), y que justamente ese año había
auspiciado el traslado de un grupo de ocho familias judías a la Argentina con

268
fines de colonización.
Cabe señalar que el nombre de Argentina era tan poco conocido entonces en
Rusia que ni siquiera se lo había mencionado entonces en la Conferencia de
Katovice. En realidad el emisario, Kauffman, se enteró casualmente de la exis-
tencia de una oficina oficial de informaciones de la República Argentina que
hacía propaganda a favor de la inmigración, a cargo de la cual se hallaba Pedro
S. Lamas, y se dirigió a J. B. Frank, agente del gobierno argentino que tenía
instalada una agencia de emigración y de colonización para la República
Argentina: la “Agence centrale europeenne de migration et de colonization pour
la Republique Argentine”. Frank, que era de origen judío, trató de zanjar todos
los inconvenientes menores, y luego solicitó la protección del Comisario General
de Inmigración en favor de “aproximadamente ochocientos inmigrantes rusos
que viajarían con destino a la Argentina en el vapor Weser. En su carta fecha-
da el 6 de julio de 1889 expresa que no sabe exactamente el número de los mis-
mos, pero asegura que se trata de “bravos agricultores que aspiran a crearse
una situación por medio de su trabajo”, y anticipa que son “precursores de
muchos otros”.
Un terrateniente argentino, Rafael Hernández, estaba interesado en
vender tierras a inmigrantes europeos, y su agente en Europa era el mismo
Frank. Kaufman no vaciló en recurrir a él, e inició el trámite para que las cien-
to veinte familias de judíos rusos que representaba pudieran radicarse como
colonos en la Argentina.
Kaufman comunicó inmediatamente la buena noticia de su convenio con
Frank a las familias que lo habían delegado a París, y comenzaron los prepa-
rativos para cruzar la frontera (Mód. 37, pág.170-172). A principios del mes de
junio de 1889 se encontraban ya en Bremen, donde habrían de ser embarcados
la mayoría de los viajeros.
No les faltaron inconvenientes ni peripecias angustiosas durante el trayecto
desde la frontera rusa hasta el puerto de embarque. Los podolier o kamenetzer1,
concentraron en Berlín, donde el Gran Rabino Azriel Hildesheimer les había
advertido sobre los peligros del viaje y de la radicación en un país tan lejano y
tan desconocido como la Argentina, y desde allí se trasladaron a Hamburgo.
Sin embargo Sigmund Simmel, el Gran Rabino berlinés viajó a París para
revisar los contratos y a su regreso hizo saber a los podolier que la Argentina
era un país ejemplarmente libre, en el que podrían seguir profesando la fe
judaica sin restricciones, y labrarse un futuro próspero. El hecho es que alen-
tados por esos informes, se atuvieron a la decisión de viajar a la Argentina y
hacerse agricultores. El 10 de julio embarcaron en el vapor WESER, barco de
pasajeros y carga que transportaba un total de mil doscientos inmigrantes, y al
cabo de un viaje normal de cerca de un mes (treinta y cinco días) llegaron a
Buenos Aires el 14 de agosto de 1889.

1 Podolier o kamenetzer: eran llamados así porque muchos de ellos eran oriundos de Kamenetz- Podolsk,
capital de Podolia.

269
Las desventuras
El mismo día de su desembarco
comenzaron los problemas y las frustra-
ciones. Por lo pronto debieron per-
manecer a bordo dos días más por “una
equivocación del inspector de desembar-
co”.( En realidad éste subió a bordo y dijo
que esos inmigrantes no eran deseables
para la Argentina y debían ser enviados
nuevamente a Europa). No bajaron a tie- Inmigrantes en el barco
rra hasta el 16 de agosto, siendo conduci-
dos al Hotel de Inmigrantes, una enorme y sombría construcción rectangular
recubierta de chapas y con techo de tejas, recinto de precarias condiciones sani-
tarias, mal ventilado y poblado de ratas.

LA NACIÓN, 17 de agosto de 1889


“INJUSTO RECHAZO DE LOS INMIGRANTES ISRAELITAS”
Los miembros de la Comisión Central de Inmigración consideraron
ayer el parte pasado por el visitador de desembarcos Señor Lix Klett,
por el que participaba haber dispuesto el rechazo de ciento cincuen -
ta familias rusas llegadas en el vapor alemán Weser, en vista de con -
siderarlas como una inmigración perjudicial, fundándose en que
habían sido expatriadas por Rusia y expulsadas de Alemania, así
como también de Norteamérica.
La comisión, después de tener en su poder los antecedentes, resolvió
acordar el desembarco de ciento cuatro familias, pues ellas fueron
contratadas en Europa por el Señor Frank, comisionado especial del
señor Rafael Hernández, residente en la ciudad de La Plata.
Estas familias no han dado absolutamente motivo para que el visita -
dor de desembarcos Señor Lix Klett, procediera de una manera tan
rigurosa, impidiendo el desembarco de esos inmigrantes, y no la
tenía, pues ellos han llegado al puerto contratados para trabajar en
el cultivo de las tierras de la colonia Nueva Plata, como así se ha
podido comprobar por los documentos que esa pobre gente ha traído,
y que pudo también conocer el visitador si hubiera procedido con
más calma.
La razón que aduce el Señor Lix Klett de que son familias de
religión israelita, creemos que no es suficientemente poderosa para
impedir el desembarco, desde que en nuestro país hay completa
libertad de cultos.
Por otra parte la mayoría de esos inmigrantes vienen a nuestro país
costeándose el viaje, y además pagando a cuenta del valor de los
terrenos que van a cultivar la cantidad de 11.800 francos oro (once
mil ochocientos), recibidos en dos distintos giros y con anticipación
a su llegada, por el comisario de inmigración.

Pero aún les aguardaban sorpresas mayores. Apenas desembarcados se


encontraron con la más triste e inesperada de las novedades: las tierras de la

270
colonia “Nueva Plata” a la que venía destinado el grupo ya no estaban
disponibles. Nunca se supo de quién fue la responsabilidad del incumpli-
miento. Rafael Hernández se había retractado del negocio, probablemente
porque sus tierras habían aumentado su valor en la bolsa (Ese proceder era
común en la Argentina y afectó a muchos inmigrantes). Intervino la Dirección
de Inmigración, y no dejó de ser una suerte que recuperaran al menos una parte
de lo que habían pagado a cuenta de las tierras prometidas.
Comenzó entonces la búsqueda de otras tierras. La desesperación crecía ya
que carecían de recursos en un país que les era totalmente extraño. No conocían
el idioma y no sabían a quién dirigirse en procura de ayuda. Para colmo de des-
gracias el 23 de agosto cayeron fuertes aguaceros que anegaron la ciudad y se
produjo una gran marejada del río, obligando a los podolier a recluirse en el
Hotel. Por suerte residían ya en Buenos Aires algunos núcleos de judíos ale-
manes, ingleses, alsacianos, franceses, etc., algunos de los cuales, al enterarse
de la llegada de sus correligionarios, trataron de ayudarles.
La demora en el desembarco los
había obligado a violar la santidad de su
primer shabat en la Argentina, grave
situación para los ochocientos veinte
judíos rusos religiosos que constituían
una comunidad organizada y habían
trasladado hasta aquí dos rollos de la Torá
(de la ley) y otros textos sagrados. La sal-
vación de muchos inmigrantes sufridos
dependía entonces de la organización soli-
Hotel de inmigrantes daria de sus correligionarios. Los miem-
bros de la Congregación1 hicieron colectas
para ayudarles a sobrellevar su prolongada estadía en el hotel. Principalmente
les fue útil el rabino de la incipiente comunidad israelita Henry Josef, quien
logró que se les asignara ganado
vivo y vajilla separada para que La frase “hacer la América” se popu -
pudiesen comer comida kasher. larizó en la época de la inmigración
Henry Josef estaba vinculado masiva. En Italia, España y otros paí -
con un rico terrateniente de la ses se divulgaron leyendas sobre la
provincia de Santa Fe, el doctor riqueza de la Argentina. Muchas per -
Pedro Palacios (pues éste era el sonas reunían sus escasos ahorros, com -
asesor letrado de la Congregación praban el pasaje en barco y cruzaban el
Israelita), quien poseía grandes Atlántico. La mayor parte de ellos tenía
extensiones de tierra en aquella la intención de trabajar algunos años,
provincia en la zona donde se con- reunir algún capital – es decir: “hacer
struía entonces la línea férrea a la América” – y regresar a su patria.
Tucumán, y que al conocer la Algunos se afincaron en el país, se
situación de desamparo en que se casaron y tuvieron hijos criollos. Otros
hallaban los pobres inmigrantes, se volvieron a sus países de origen, con
ofreció para colonizarlos en los cam- alguna fortuna... O fracasados...

1 Congregación (CIRA): siglas de la única comunidad judía existente en aquella época, la “Congregación
Israelita de la República Argentina”, hoy Templo de la calle Libertad.

271
pos de su propiedad. Se concertó un contrato de colonización y comenzó su
traslado hacia el norte de aquella provincia. Se enviaron delegados que inves-
tigaran la calidad de las tierras, y ya que éste resultó sumamente favorable, el
28 de agosto la gran mayoría de los inmigrantes firmaron los boletos de com-
pra-venta. Muy pocos de ellos decidieron quedarse a probar suerte en la ciudad,
a “hacer la América”.
Pero esta vez el convenio era distinto:

Fijaba el precio de cada concesión de veinticinco hectáreas en


¡$1000!, Lo cual era una enormidad (cuarenta pesos por hectárea
cuando el precio real en aquella zona era de cinco a diez pesos), fija -
ban un plazo de sólo seis años para el pago de esa suma, y un interés
anual del ocho por ciento, estableciendo además que “si el com -
prador no pagase los documentos en los respectivos vencimientos,
abonará el doce por ciento de interés penal”. Finalmente estipulaba
que “si vencido el primer año el comprador no hubiese arado la tie -
rra ni hubiese llenado la condición relativa a la plantación de
árboles, y no hubiese pagado la multa correspondiente...., El propie -
tario tendrá derecho a rescindir el contrato, quedando a su favor la
cuota que se le hubiese entregado al firmar el boleto y lo que se
hubiese hecho o construido en el terreno, como indemnización por
daños y perjuicios”.
Al dorso se fijaban una serie de obligaciones que aparentemente
comprometían a ambas partes, pero en verdad sólo los compradores
tenían obligaciones: de construir sus viviendas, plantar árboles, edi -
ficar una sinagoga y una escuela, y contribuir a los gastos comu -
nales. Por otro lado el compromiso del colonizador de suministrar
animales y herramientas a los futuros colonos, y medios de subsis -
tencia hasta la siguiente cosecha aparece en hoja separada...

Schallman, Lázaro
”Los pioneros de la colonización judía en la Argentina”

En aquel momento no cabía la duda. Por eso en los primeros días de sep-
tiembre partieron en vapor hacia Rosario, y desde allí en tren hasta las proxi-
midades de la estación Palacios que estaba en construcción. Pero al descender
del tren se enfrentaron a la gran decepción : aquello era un desierto. Carecían
de lo indispensable para sobrevivir. Habitaban en viejos vagones de carga aban-
donados al borde de las vías o en chozas, sufriendo de hambre y de frío, y en
condiciones antihigiénicas durante meses. Sólo mucho tiempo después lograron
obtener leche para los pequeños, que fueron los primeros en sufrir las conse-
cuencias de la situación.

Cuentan testigos presenciales que, movidos por la piedad, los obre -


ros que trabajaban en la construcción de la línea férrea distribuían
galletas entre los niños hambrientos, quienes también solían mendi -
gar comida junto con sus padres al paso de los trenes. Y tanto los
viajeros como los mozos del coche comedor, que sabían de su presen -
cia, les arrojaban panecillos y comida desde los coches.
Ibidem

272
No obstante, sostenidos tal vez por su
afán de hacerse agricultores, soportaron Wilhelm Loewenthal
estoicamente las dificultades. Pero Había nacido en Rumania, en
muchos niños, menos resistentes, fallecie- 1850. Siendo apenas veinteañero
ron tras una epidemia que estalló y se se doctoró en medicina en la
propagó, elevando a casi cincuenta el Universidad de Berlín, y ejerció
número de muertes. su actividad en el Cáucaso,
Entonces comenzó el desbande: varias donde realizó algunas investiga -
familias abrumadas por la angustia se ciones científicas. Radicado luego
fueron a Monigotes, donde ya había un en Berlín se especializó en
pequeño núcleo de inmigrantes judíos. Bacteriología e Higiene Escolar, y
Los que disponían de recursos se colaboró durante un tiempo con
trasladaron a Sunchales, donde insta- el sabio alemán Robert Koch1. Se
laron pequeños comercios. Algunos vinculó así a los círculos científi -
optaron por las ciudades: Santa Fe, cos más calificados de Europa, y
Rosario o Buenos Aires. Al menos tres de ocasionalmente ejerció el perio -
ellos regresaron a su ciudad natal, en dismo en Francia y en Alemania.
Podolia. Pero los más fuertes, o los más
sufridos, o tal vez los más sentimentales
que habían perdido un hijo y no querían alejarse, permanecieron allí.
Fue en esa circunstancia que surgió la figura del Dr. Wilhelm Loewenthal.
En París conoció a Pedro S. Lamas, escritor y periodista argentino que
tenía a su cargo la Oficina Oficial de Informaciones de su país; y por su inter-
medio le formuló el gobierno argentino en 1889 el ofrecimiento de la misión de
estudio antedicha. Y es indudable que al emprender viaje a la Argentina
Loewenthal tenía ya conocimiento del decreto de fecha 19 de agosto de 1881,
por el cual el Poder Ejecutivo encomendaba a un agente especial de inmigración
“que dirigiera hacia la República Argentina la emigración israelita iniciada en
el imperio ruso", a raíz de los terribles pogroms desencadenados durante los
meses de abril y mayo de ese año en Kiev, Odesa y Elisabetgrad, lo cual era una
prueba incontestable del espíritu liberal que prevalecía en el lejano país del
Plata, y una razón más para ponerse a su servicio.
Loewenthal llegó a Buenos Aires a fines de agosto de 1889 y visitó poco des-
pués la mayoría de las colonias agrícolas del litoral argentino; en su viaje de
regreso a la Capital se encontró en la Estación Palacios con el gran alboroto
causado por los inmigrantes judíos que mendigaban un pedazo de pan, y le bas-
taron los pocos minutos en que el tren se detenía allí para formarse una idea
clara del infortunio de esa gente que le había sido tan recomendada en París.
Inmediatamente después de su arribo a Buenos Aires, informó de ello al min-
istro de Relaciones Exteriores, doctor Estanislao S. Zeballos, quien dispuso la
investigación que mencionamos antes; y en el informe general que elevó al
Ministerio el 15 de noviembre, dedicó un capítulo especial al "affaire des inmi-

1 Robert Koch(1843-1910): médico y bacteriólogo alemán. Fue el primero en demostrar que cada clase de
enfermedad es producida por determinada clase de bacilos. En 1885 el gobierno creó para él en Berlín la
cátedra de higiene, y en 1891 fundó allí el Instituto de Enfermedades Contagiosas, en el que continuó
investigando enfermedades infecciosas, en especial la tuberculosis, el cólera, la malaria, el tifus, el palud -
ismo y la lepra. También se le debe la preparación de la tuberculina, que permitió un diagnóstico tem -
prano de la enfermedad.

273
grants russes", reiterando que "desde hacía cerca de seis semanas permanecían
en la Estación Palacios quinientos inmigrantes en la miseria más espantosa, no
teniendo muchas veces para comer más que un pedazo de galleta por persona
durante cuarenta y ocho horas; muchos estaban enfermos; sesenta y un niños
habían muerto y otros estaban en trance de morir, sin asistencia médica y sin
medicamentos". Además, entrevistó también al doctor Palacios, encareciéndole
el cumplimiento de sus obligaciones contractuales para con los inmigrantes
judíos; Palacios le prometió entonces que sin demora alguna despacharía
víveres a la colonia y daría trabajo a los inmigrantes en su estancia o lo bus-
caría para ellos en las estancias próximas, hasta tanto le fuese posible instalar
a cada cual en su campo.
Loewenthal no confió demasiado en
esta nueva promesa e insistió por ello ante
el ministro recomendando a los inmi-
grantes a su buena voluntad, "en la espe-
ranza de que podría proporcionar trabajo
a los que no hayan podido encontrarlo y en
la certidumbre de que no permitiría que, a
la espera de dicho trabajo liberador, esa
gente sufriera hambre en el rico suelo de
la República Argentina". Algunos días
después se embarcó para Europa, y ape-
nas llegado a París solicitó la intervención
del Gran Rabino Zadoc-Kahn y, por su
intermedio, de la "Alliance Israelite
Universelle", en favor de esos inmigrantes
judíos.
En el puerto

Habiendo pasado por Palacios y hondamente conmovido por la situación de


los inmigrantes judíos, Loewenthal intervino doblemente:

Lo hizo saber al Ministerio de Relaciones Exteriores de la Nación, que dio


orden inmediata al Comisario General de Inmigración para que averiguase sin
demora “las causas que habían producido la difícil situación de esos inmi-
grantes que habían sufrido muchas necesidades”, y
Tomó el destino de esa gente en sus manos, y logró para ellos un tiempo
después el ala protectora del Barón Mauricio de Hirsch.

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