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QUINTA PALABRA DE JESÚS EN LA CRUZ

“¡TENGO SED!”
Al comienzo del Evangelio de San Juan, Jesús se encuentra con la Samaritana en el
pozo y le dice: “Dame de beber”. Al comienzo y al final del relato del evangelio
Jesús nos pide que calmemos su sed. Así es como Dios viene a nosotros, bajo la
forma de una persona sedienta que desea algo que nosotros tenemos para dar.
El Evangelio nos recuerda a Jesús en su grito más humano: ¡Tengo sed! Ese grito de
Jesús sigue pronunciándose hoy, en este país que clama por justicia, igualdad,
reconciliación, perdón y paz. Como colombianos tenemos sed, abundante sed, de
acabar con los esquemas de violencia que se fueron instaurando en la mente de cada
persona. Hay sed de acabar con el modelo “selvático” que se nos impuso en esta
sociedad colombiana, donde la ley del más fuerte es la que se impone. Se nos ha
enseñado desde todos los escenarios: el familiar, el educativo, el religioso, el social,
el político y el económico que el más fuerte es el que manda. Este esquema ha sido
un generador permanente de violencia; violencia que ha padecido nuestra Colombia
y violencia que algunos quieren seguir perpetuando en nuestra nación. Jesús sufre en
carne propia la violencia, pero no la trasmitió. Jesús es el hombre que se dignó ser
una victima para que la violencia terminara allí, en la Cruz. El primer reto al que nos
enfrentamos los creyentes es a no ser personas violentas, a no ser propagadores de
violencia, a erradicar los imaginarios y las simbólicas de violencia de todos los
escenarios de nuestra sociedad.
Estamos llamados a vivir como personas de paz. El grito de Jesús en la Cruz, leído y
contextualizado en esta Colombia de hoy, sabe a sed de paz. Estamos invitados por
Jesús, que ha sido víctima de la maldad que generan las políticas de muerte de los
imperios de turno, a ser constructores de paz, a ser embajadores de paz, a ser
hermanos de la paz.
La paz, como la vida y todo lo que en ella ocurre, es siempre camino, es un proceso.
Muchos dicen que nacemos para morir. En cristiano, morimos también para vivir.
Nuestra esperanza descansa en una vida que no conoce fin. Pero no olvida la vida
que aquí ya vivimos, hasta nuestra muerte. Por eso la vida y muerte de Jesús es para
nosotros modelo y camino. Jesucristo supo darse enteramente, amar
extremadamente. Siempre ofreciéndose por los otros, poniendo toda su confianza en
el Padre que lo amó. Su cruz y su resurrección nos lanzan a una vida comprometida
donde no sólo el pecado es vencido, sino que nuestra vida recibe un horizonte de
sentido mucho más amplio y vivo, junto a los demás. Sólo desde esta perspectiva
podemos entender que nuestra vida sea un acompañar a otros en sus dolores y
angustias, en sus alegrías y esperanzas. Su camino hacia la muerte nos recuerda las
muertes cotidianas de nuestro mundo y también sus esperanzas, que aguardan la
vida en abundancia. En esta perspectiva de vida cristiana estamos llamados a vivir
conscientes de nuestra tarea de paz, de apoyar el proceso de paz, de dar nuestro sí a
la reconciliación y a la pacificación en Colombia. La paz es un camino: Estamos
invitados a recorrerlo. Estamos llamados a mitigar la sed de perdón, reconciliación y
paz que vive nuestra nación.
Si la vida de Jesús de Nazaret fue un constante darse, nosotros podemos darnos
también ayudando a que Colombia sea un lugar más de Dios, más como lo soñó
Jesús. Por eso, este tiempo de Semana Santa es el propicio para comprometernos a
trabar en proyectos en favor de la paz y la justicia, signos de que Dios sigue siendo
el Señor de la Historia y esperanza nuestra.
En Colombia la pobreza sigue siendo el gran mal generador de violencia. Más allá
de la falta de recursos, la gran mayoría de los colombianos siguen viviendo
dolorosamente los efectos del hambre, la falta de medios para una vida digna y el
acceso muy limitado al trabajo, a la educación y a la salud. Ellos son, de algún
modo, también condenados a muerte, como lo fue Jesús. Por eso, optar por la paz y
apoyar el proceso de paz en Colombia es una de las maneras en las que se podrá
cooperar con el fin de la pobreza en todas sus formas en nuestra nación.
En Colombia nos dejamos engañar, con mucha facilidad, por las mentiras que nos
ofrecen los medios de comunicación, a través de los grandes canales privados de
televisión, que manipulan desde los intereses del poder económico (no olvidemos
que pertenecen a los grupos económicos del país), las conciencias de los ciudadanos
generando pánico, miedo, en la población, para que ésta vuelva a elegir a los que
han hecho de la guerra un proyecto de lucro personal y familiar. En definitiva,
apoyar el proceso de paz, es calmar la sed que Jesús tiene hoy de paz para nuestra
hermosa nación. Queremos paz, pan, salud, educación, vida digna para todos los
colombianos. No podemos apostar más por la guerra, por el odio, por la violencia.
Hemos de desgastarnos por la paz. Hemos de saciar la sed de paz que Colombia
tiene. Esta sed de paz, es como la sed que Jesús sintió en la Cruz.
La guerra ha despojado a muchas a muchos de su dignidad. Mujeres y hombres,
niños y niñas, ancianos y ancianas, han tenido que vivir en medio de la violencia y
de la guerra. Saciar la sed de paz de Colombia exige reducir la desigualdad en
Colombia y entre los colombianos. Allí está Cristo sediento, en medio de los que
sufren, comprometiéndose con sus vidas y con su dignidad.
Estamos convencidos de que la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno
Nacional y la guerrilla de las FARC y los comienzos de una negociación de paz con
la guerrilla del ELN, son una verdadera oportunidad para que todos los que somos
Cristianos en Colombia, nos comprometamos para trabajar sin descanso por la
construcción de un país en paz, donde el perdón marque la forma de proceder entre
los colombianos y la reconciliación nos permita generar ciudades y poblaciones
fraternas, que vivan en justicia y equidad. Así estaremos calmado ese grito de Jesús
que nos sigue interpelado hoy: ¡Tengo sed!

¡Qué así sea!

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