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En el libro del Éxodo, la Biblia nos relata la historia de Moisés, el hombre al cual Dios se
manifiesta con la intención de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y al cual le dice: «He visto
la aflicción de mi pueblo (…) He oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias.
Voy a bajar para librarlo (…) Ponte en camino que yo te envío5».
Dios ve, escucha y siente con su corazón de Padre lo que vive su pueblo, no le pasan desapercibidos sus
tristezas, sus angustias y su clamor. Pero Dios no se detiene en una constatación estéril, sino que expresa su
compasión como compromiso.
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Sin embargo, la liberación no es obra solo de Dios, o de Moisés; es obra también de un pueblo que se
une en torno a la fe y al ansia de libertad. El pueblo tiene que co-implicarse, ponerse en camino, y aprender a
vivir en libertad a través de un inmenso desierto que le supone numerosas renuncias, la tentación de preferir
ciertas comodidades a la libertad, pensar que el esfuerzo ha sido inútil y de que nunca alcanzarán el futuro que
tanto ansían.
Estamos persuadidos de que este texto habla al corazón de nuestra realidad presente. Dios lo conoce todo, nada
escapa de su mano. El presente y el futuro de Cuba también están en sus manos. Pero Dios trabaja con nosotros,
y nos pide, como a Moisés, actuar nuestra parte de responsabilidad y libertad. Decía San Agustín: “El Dios que te
creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Cuba también es diversa desde el punto de vista político e ideológico. Hay un sector afín a la
ideología oficial que sustenta el Estado, y también hay numerosos sectores en la sociedad civil con otras
orientaciones ideológicas que, aunque no son reconocidas oficialmente, están presentes, algunas de ellas con
organización, y ejercen un influjo real en la sociedad.
El acceso a internet y a las redes sociales, aunque limitado y monitoreado, ha roto la barrera estatal
que contenía e incluso impedía el flujo de información y la capacidad del ciudadano común para generarla.
Precisamente este creciente fenómeno de comunicación social manifiesta que existe una diferencia entre la
opinión pública y la opinión oficialmente publicada. Hay una realidad que no se publica, negándola en nombre
de la ideología.
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Aunque previsible por fundamentarse en una filosofía que ignora la verdad sobre lo que da
sentido pleno al ser humano, el sistema económico, político y social que define los destinos de Cuba
desde 1959, ha sido incapaz de evolucionar. Han sido muchas las propuestas para reactivarlo, una
especie de cadena interminable de promesas incumplidas de “ahora sí”. A este propósito ya los obispos
cubanos alertaban en la carta pastoral “El amor todo lo espera” del año 1993: «Más que medidas
coyunturales de emergencia, se hace imprescindible un proyecto económico de contornos definidos, capaz
de inspirar y movilizar las energías de todo el pueblo.”
La continua promesa incumplida ha llevado a un cansancio y a un escepticismo que cae como una
densa nube sobre el cubano de a pie. Éste, a menudo, siente que se hunde en el desaliento por vivir en un país
cuyo futuro feliz se aleja, como el horizonte, con cada paso.
Asistimos en este momento a medidas extremas. Las tiendas en MLC y el llamado ordenamiento
económico amargan aún más la cotidianidad de este pueblo. Su trabajo no le permite el acceso a comprar
dignamente lo que necesita. Vive acosado por un grave desabastecimiento, por precios prácticamente
inalcanzables, y por tener que pagar en una moneda extranjera que con su esfuerzo no puede ganar. Esta
situación lacera el valor del trabajo y con él, la mismísima dignidad humana. Depender de lo que otros manden
del fruto de su trabajo, nos coloca inevitablemente en una situación de mendicidad.
No se puede desligar lo económico de lo político. Como ya lo advertía “El amor todo lo espera” en
su número 46, Cuba necesita cambios políticos. Con esta intuición de los obispos cubanos, hoy son muchos los
que se comprometen por un cambio pacífico y, lamentablemente, reciben la represión por respuesta. Empeñarse
en superar la precariedad y llevar a Cuba a un futuro digno, tiene que pasar por el reconocimiento de la realidad
y por la escucha de aquellos que con buena voluntad ofrecen alternativas. La política necesita escuchar a la
realidad y partir de ella, de lo contrario se convierte en ideología. Es un absurdo con terribles consecuencias
sacrificar la realidad en el altar de una ideología.
La generalización de la corrupción.
La doble moral y la mentira se han convertido en elementos cada vez más habituales de nuestra
cotidianidad. La falta de libertad de pensamiento y la censura estimulan la incoherencia entre lo que se piensa,
se dice y se hace. Por otra parte, la casi imposibilidad de vivir sin incurrir en ilegalidades, hace del “mercado
negro” un aliado indispensable de la subsistencia y un ámbito dominado por el robo, el soborno y hasta el
chantaje. El ambiente de “sálvese quien pueda”, donde todo vale, muestra una corrupción que permea
prácticamente todos los estratos sociales.
A esto se suma la sensación de que continuamente estamos siendo espiados, de que podemos “caer
en desgracia”. Esta sensación, confirmada por la delación de la que, como víctimas o testigos, todos tenemos
experiencia, siembra la duda, mata la confianza e impide la unidad que, como pueblo, tanto necesitamos. A
veces hasta sin culpa alguna, la persona se siente temerosa debido al «excesivo control de los órganos de
Seguridad del Estado que llega a veces, incluso, hasta la vida estrictamente privada de las personas. Así se
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explica ese miedo que no se sabe bien a qué cosa es, pero se siente, como inducido bajo un velo de
inasibilidad»7.
La misma voz oficial del Estado ha reconocido la necesidad de rescatar valores, pero no basta
decirlo ni amenazar con castigos severos, se necesita poner remedio en las causas, en el origen mismo de la
corrupción. Este “poner remedio a la corrupción” pasa, necesariamente, por proteger a la familia y renovar el
sistema educativo.
La frustración económica y la lucha cotidiana y fatigosa por la existencia provocan la pérdida del
horizonte moral. La familia cubana, centrada en la sobrevivencia, corre el peligro de cerrarse a la vida. No
pocas veces, el anuncio de un hijo, que debería ser un motivo de esperanza y alegría, se convierte en causa de
incertidumbre y preocupación, y termina en el aborto.
En el otro extremo del ciclo familiar, los ancianos, tantas veces solos, carecen de una economía que
los sustente, a pesar del aumento de las pensiones, además de la ausencia de medicamentos imprescindibles y
del necesario afecto.
Es justo reconocer que incluso en medio de la crisis, el pueblo cubano valora la familia y trata de
crear caminos de felicidad.
4. El clamor de mi pueblo.
Vivimos un momento crítico de nuestra historia nacional. Los ensayos oficiales de respuesta revelan que
la crisis implica a la estructura misma del sistema, lo cual se ha manifestado de un modo evidente en la negativa
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a sostener un diálogo abierto y transparente, promoviendo la violencia verbal, psicológica y física, en lugar de
buscar un debate realista e inclusivo que exponga las diversas propuestas y conduzca a soluciones evaluables.
Necesitamos superar el autoritarismo, de manera que se evite «la tentación de apelar al derecho de la
fuerza más que a la fuerza del derecho»8 y todos los hijos de esta tierra podamos sentarnos, en igualdad de
condiciones, en la mesa de un diálogo nacional, pues Cuba es de todos y para todos los cubanos. No es ético
adjetivar la Patria y conceder carta de ciudadanía a unos pocos privilegiados miembros de un partido.
Como ya expresaron los obispos cubanos en su mensaje9 a propósito de la última reforma constitucional:
«Lo absoluto de tal afirmación [sólo en el socialismo y en el comunismo el ser humano alcanza su dignidad
plena] que aparece en el texto constitucional excluye el ejercicio efectivo del derecho a la pluralidad de
pensamiento acerca del hombre y del ordenamiento de la sociedad (…) cabe recordar la frase de José Martí:
“Una constitución es una ley viva y práctica que no puede construirse con elementos ideológicos” 10». Tampoco
es ético y sí «muy discutible el valor del castigo para humanizar, sobre todo cuando este rigor se ejerce en el
ámbito de la simple expresión de las convicciones políticas de los ciudadanos»11.
Volviendo al relato bíblico, cuando Dios libera a su pueblo bajo la guía de Moisés, no habla contra los
egipcios (los opresores). Ellos, si no se hubiesen obstinado en su maldad, haciéndose esclavos del sistema que
habían construido, hubieran podido escuchar también la voz del Padre, porque él «no quiere la muerte del
pecador sino que se convierta de su mala vida12». Pero el Faraón persiste en la injusticia y el atropello del
pueblo. Aun fingiendo escuchar a Moisés, no cumple el pacto y falta reiteradamente a su palabra, y esto le atrae
la ruina y la muerte. De este modo el Faraón y sus ministros, que creen perseguir al pueblo mientras escapa de
la esclavitud, quedan atrapados por su propia persecución. Es el drama de la libertad humana cuando se
autoerige en dios y termina rendida al pecado. Como dice el Salmo 33: «La maldad da muerte al malvado13».
Con el Papa Francisco estamos convencidos de la necesidad de «conversar desde la verdad clara y
desnuda (…) ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos, para
ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad»16. En Cuba la democracia no será una realidad
mientras la pluralidad y la diversidad de pensamientos no sean aceptadas y respetadas en el proyecto de Nación,
sabiendo que la auténtica libertad de la persona «encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de
conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos»17.
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Los gobiernos existen para el pueblo y por el pueblo. Así como un ciudadano común tiene derechos y
deberes, del mismo modo los tiene el Estado. Es hora de superar la falacia de que debemos agradecer lo que son
deberes del Estado. Salud, educación, bienestar social, paz civil, ocio y recreación, democracia y libertad de
expresión… entre otros, no son regalos sino derechos y el Estado existe para garantizarlos.
- Mejores marcos legales. El hecho de que no existan bufetes de abogados que trabajen con
independencia del control del Estado, promueve la impunidad de un sector de la sociedad afín al
gobierno, a la vez que pone en peligro cualquier iniciativa políticamente diversa y pacíficamente
presentada.
- El reconocimiento de la plena ciudadanía de los cubanos residentes en el exterior. Significa
que estos puedan participar también activamente en la toma de decisiones de la sociedad cubana.
Como acontece a todos los ciudadanos de cualquier país democrático, todo cubano debe poder, desde
su residencia en el exterior, participar cívicamente en los destinos de su nación.
- Entender lo que significa la reconciliación nacional. Como pueblo, tenemos heridas y
conflictos no resueltos. Queremos reconciliarnos para vivir bien y en paz, y esto solo será posible
reconociendo la existencia de los conflictos y buscando la solución en medio de ellos. «Cuando los
conflictos no se resuelven sino que se esconden o se entierran en el pasado, hay silencios que pueden
significar volverse cómplices de graves errores y pecados. Pero la verdadera reconciliación no escapa
del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación
transparente, sincera y paciente»18.
- Entender la relación entre amor y verdad. Un error común es pensar que la predicación del
amor excluye el decir la verdad en su realismo dramático. Jamás será prudencia torcer la verdad o
reconocerla solo parcialmente. En la encíclica Fratelli tutti el Papa Francisco nos advierte que: «No se
trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un
criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción,
pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él
hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es
quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir
permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás (…). Quien sufre la injusticia tiene
que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque debe preservar la
dignidad que se le ha dado, una dignidad que Dios ama»19.
- Optar por la verdad. Necesitamos vivir la verdad en cada decisión de la vida cotidiana. No
colaborar con lo que no creo, no participar de la violencia, los actos de repudio, la delación del
hermano. ¿Por qué desfilar cuando no comparto las razones del desfile? ¿Por qué asentir en una
reunión cuando no estoy de acuerdo? ¿Por qué callar cuando dentro de mí sé que no están diciendo la
verdad? ¿Por qué aplaudir si estoy en desacuerdo?
¿Por qué escuchar a mis miedos y no a mi razón? Vivir en la verdad tiene un precio a veces alto, pero nos hace
libres interiormente, más allá de toda coerción externa. Vivir en la mentira es vivir en cadenas y como
alecciona el Himno de Bayamo: “En cadenas vivir, es vivir en afrenta y oprobio sumidos”.
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6. “Miren que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” 20
Esta opción fundamental por vivir en la verdad y en la libertad nos descubre nuestro real poder como
ciudadanos. Somos un gigante dormido que puede hacer que Cuba cambie, basta despertar. Los que cierran sus
ojos ante la aflicción de este pueblo, los que se empeñan en que Cuba no cambie, tienen el poder que le hemos
concedido pensando que no podemos hacer nada. Algunos esperan el cambio desde arriba, otros aspiran que
llegue una especie de líder mesiánico que arregle todo; sin embargo- ya lo hemos dicho- el cambio empieza por
nosotros, por nuestro interior.
Empr
endamos el camino, dejemos de escuchar nuestros miedos, creamos en nuestra fuerza
como pueblo. Es importante que nos convenzamos de que sí podemos hacer algo y de que por humilde
que parezca, nuestro aporte es poderoso. Reza un proverbio italiano que “si un pequeño hombre en su
pequeño mundo, hace una pequeña cosa, el mundo cambia”. El primer paso debe ser vaciarnos de odio,
porque nada bueno puede construirse sobre el odio. Nuestra primera victoria será “que no tenemos odio
en el corazón.”21
Rompamos las cadenas, las peores son las que llevamos en la mente y el corazón. Optemos por la
verdad, y actuemos como hombres y mujeres que ya son libres. “La conquista de la libertad en la
responsabilidad es una tarea imprescindible para toda persona”22. Escuchemos nuestra conciencia y
empujemos con cada palabra y con cada acción en la dirección correcta de la historia, en la dirección de
la libertad de esa Cuba nueva y feliz que ha comenzado a ser realidad en nosotros.
7. Epílogo.
Hemos compartido esta reflexión en el respeto y la valoración de aquellos hombres y mujeres de buena
voluntad que en el ejercicio de su libertad han decidido no profesar la fe y que también comparten nuestros
deseos de renovación, conscientes de que la realidad nos interpela a todos y de que una Cuba para el bien de
todos solo se puede edificar desde el aporte sincero de cada uno.
Nosotros, como creyentes, consideramos que es momento, como pueblo, de volver a Dios. Este pueblo,
hace muchos años, le dio la espalda a Dios, y cuando un pueblo le da la espalda a Dios, no puede caminar.
Como decía San Agustín: “Cuando uno huye de Dios, todo huye de uno”. Y nosotros huimos de Dios, y le
dimos la bienvenida a los ídolos, a aquellos que nos prometieron un mundo mejor sin Dios, desoyendo también
a Martí que advertía que “un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud 23”. Sí, es momento,
como pueblo, de volver el rostro a Dios, y de volver a escuchar en la zarza ardiente sus esperanzadoras palabras:
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«He visto la aflicción de mi pueblo… He oído el clamor que le arrancan
sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para librarlo… Ponte
en camino que yo te envío24».
En Cuba, a 24 de enero de 2021 XXIII aniversario de la Misa de San Juan Pablo II por la Patria, en
Santiago de Cuba
1
Papa Benedicto XVI, Homilía en la misa celebrada en La Habana, 28 de marzo de 2012.
2
Papa Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en el Aeropuerto Internacional José Martí en La Habana, 21 de
enero de 1998. Nro. 2.
3
Pedro Meurice Estíu, Discurso de bienvenida a Juan Pablo II, 24 de enero de 1998.
4
Ex 3, 7.
5
Ex 3, 7-8.10.
8
Papa Francisco, Encíclica Fratelli Tutti, núm. 174.
9
COCC, Mensaje de los Obispos Católicos Cubanos en relación con la nueva Constitución de la República de Cuba
que será sometida a referendo, 2 de febrero de 2019.
10
José Martí, Carta de New York, 23 de mayo de 1882, Obras Completas, Tomo IX, pp. 307 – 308.
11
COCC, Carta Pastoral “El Amor todo lo espera”, núm. 39.
12
Ez 33, 11.
13
Salmo 33, 22.
14
Ex 3, 10.
16
Papa Francisco, Encíclica Fratelli tutti, núm. 226.
17
San Juan Pablo II, Homilía en la misa celebrada en La Habana, 25 de enero de 1998.
18
Papa Francisco, Encíclica Fratelli tutti, núm. 244.
19
Papa Francisco, Encíclica Fratelli tutti, núm. 241.
20
Is 43, 19.
21
Oswaldo Payá Sardiñas, Discurso al recibir el premio Sajarov, 17 de diciembre de 2002.
12
22
Juan Pablo II, homilía en la Misa celebrada en La Habana el 25 de enero de 1998, nro. 6
23
José Martí, Viajes, crónicas, diarios, juicios, Obras Completas, Tomo XIX, Ed. Ciencias Sociales, 1991, p. 391.
24
Ex 3, 7-8.10.
13