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Cambios Urgentes y Necesarios

Padre Rafael Castillo Torres


Una vez más, como cada año, hemos dado inicio al tiempo fuerte de la Cuaresma en el que la
Palabra del Señor y el llamado de la Iglesia nos están gritando, a la manera de Juan Bautista en
el desierto, la necesidad de una profunda conversión que nos permita volver a Dios con más
verdad y amor.
Por lo general no nos gusta hablar de conversión. Casi instintivamente pensamos en algo triste,
penoso, muy unido a la penitencia, la mortificación y el ascetismo. Sin embargo, cuando
conocemos en el Evangelio la invitación de Jesús, nos damos cuenta de que su invitación a
convertirnos es una llamada alentadora para cambiar nuestro corazón y aprender a vivir de una
manera más humana. Cuando Dios se acerca a nosotros es porque quiere sanar nuestra vida.
Para Jesús la conversión no es forzada. Es un cambio que crece en nosotros a medida que
caemos en la cuenta de que Dios quiere hacer nuestra vida más humana y feliz, como sucedió
con Zaqueo, quien después de su encuentro con Él, en su casa, pudo resarcir a sus víctimas
cumpliendo con deberes de justicia que eran de estricto cumplimiento y los exigía la ley; pero
también se va volcar en favor de los pobres de Jericó, cumpliendo con deberes de solidaridad,
que los exige la conciencia y son de amplia obligación. Jesús, restaurador de vidas, en las
victimas y en Zaqueo es también el restaurado de las relaciones comunitarias que hacen posible
la reconciliación.
Qué bueno que en el itinerario cuaresmal y a la luz del momento que vivimos como nación nos
hiciéramos unas preguntas que puedan orientarnos en el cambio que todos necesitamos, pero
del cual, particularmente está urgida nuestra nación:
1. ¿Cuándo tiene futuro un pueblo?
Cuando es capaz de reconocer sus errores; cuando sabe confesar su pecado y cuando abre
caminos nuevos a una convivencia más humana como lo han propuesto recientemente nuestros
pastores en el documento Líneas Orientadoras para una Pastoral para la Reconciliación y la Paz.
2. ¿Cuál es nuestra mayor equivocación como Nación?
Haber impedido que Dios reine aquí y ahora, entre nosotros, como verdadero Padre de todos.
Cerrarnos con plena conciencia y plena advertencia al llamado que hay en el fondo de todo ser
humano al respeto a la vida como nos lo recordó recientemente monseñor FadI Bou Chebl Abi
Nassif, Exarca católico oriental del rito Maronita en Colombia perteneciente al Patriarcado
Antioqueno: “¿Antes de hacer un aborto, por qué no le preguntamos a ese niño en gestación si
quiere vivir o no? Dios es el dueño de la vida y nadie la puede tocar la vida sino Dios. Respetamos
la vida humana desde el inicio hasta el último momento. Jesús vino al mundo para humanizar
nuestra humanidad. Un ser humano…si es verdaderamente humano… es incapaz de parar una
vida humana”.
Otra de nuestras grandes equivocaciones es cerrarnos al dialogo civilizado; a no acoger el
llamado del Papa Francisco en Fratelli Tutti a dar los signos creíbles de la solidaridad y la
fraternidad que hacen posible una amistad social; a seguir manteniendo, con obstinación, a
pesar de los esfuerzos por hablar con todos y buscar caminos nuevos, la violencia. Nos cuesta
entender que la violencia ha traído siempre males mayores que aquellos que intenta resolver y
nos impide avanzar hacia una convivencia más libre y justa. Será un gran día cuando
reconozcamos como nación que este enfrentamiento sólo originará vencedores y vencidos,
pero no hombres y mujeres libres que sepan dialogar.
3. ¿Cuál es la tarea que ha de seguir y en la que la Iglesia quiere ayudar?
La Iglesia colombiana, desde sus tres instancias, la Relación Iglesia / Estado; la Comisión de
Conciliación Nacional y el Secretariado Nacional de Pastoral Social/ Cáritas colombiana, es
consciente de que debemos contribuir a que se abran nuevos caminos. No podemos seguir por
el camino viejo de siempre porque esa ha sido nuestra mayor tragedia. En Colombia es notoria la
fatiga de la guerra que sólo ha traído violencia, sangre y luto en tantas familias. Es una violencia
que ha sido el resultado de viejas violencias e injusticias, cometidas durante largos años. Ello nos
lleva a preguntarnos: ¿no es una grave equivocación responder con los mismos métodos?
En toda su larga experiencia de acompañar comunidades y procesos, tanto en la conflictividad
de las ciudades como en los confinamientos y atropellos que históricamente se han dado y se
siguen dando en la Colombia olvidada, la Iglesia ha aprendido que la violencia sólo busca una
solución rápida y eficaz a los graves problemas de nuestro pueblo. Pero lo hace sembrando
nuevas violencias y enfrentamientos. No transforma las conciencias. No nos educa para
construir una sociedad diferente, más respetuosa con los derechos de las personas y de los
grupos. Ella siempre coje el atajo, y ya sabemos que coger atajos, es correr el riesgo de no llegar
nunca a la verdadera meta. ¿Qué alternativas justas y humanas nos puede ofrecer la violencia?
¿Puede prepararnos para ser una sociedad donde la última palabra nazca del pueblo en ejercicio
y rescate de una democracia deliberativa y profunda, antes que nacer de quienes ostentan el
poder y el monopolio de las armas?
No es posible una alternativa de paz y justicia para nuestro pueblo, si no reaccionamos todos
frente a acciones, represiones y manipulaciones de diverso signo, que, sin respetar el valor
absoluto de cada persona, la convierten en instrumento al servicio de unos intereses políticos
cuestionables. No hay planteamientos políticos intocables. Ni la unidad actual del Estado
Colombiano, ni la independencia que hoy puedan pensar y sentir que tienen los grupos alzados
en armas y las estructuras criminales que hoy confinan y someten comunidades enteras. Nada
justifica la destrucción de la vida que se está dando entre nosotros. Nuestra postura cristiana
evangélica debe ser firme, aunque se tenga que enfrentar a organizaciones, partidos o grupos
cuyas siglas o pensamientos sintamos que son muy cercanas al Evangelio y a la doctrina social
de la Iglesia.
Colombia necesita reconocer un camino cuaresmal lleno de gozo y esperanza. Avanzar es
limpiar nuestra mente de egoísmos e intereses que empequeñecen nuestro vivir cotidiano. Es la
hora de liberar el corazón de esas angustias y complicaciones creadas por nuestro afán de poder
y posesión. Tengamos presente que nunca es tarde para convertirnos, porque nunca es tarde
para amar. Nunca es tarde para ser más feliz y nunca es tarde para dejarnos perdonar y renovar
por Dios. La XXXVI semana por la paz es una gran oportunidad para ello.

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