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POLÍTICA EDUCATIVA/PERSPECTIVA SOCIOPOLÍTICA

DOCENTE: LIGUORI PATRICIA

FUENTE: EDUCACIÓN POPULAR. UNIPE.

Educación sexual
SANTIAGO ZEMAITIS
Pensar En la educación sexual como un concepto clave en el marco de la historia
de la educación lleva a considerar un ámbito muy diverso de prácticas,
discursos, enfoques y tradiciones. Los estudios recientes indican que educación
sexual es un significante variable, ya que distintos objetos, propósitos, prácticas
y políticas fueron aglutinados bajo ese nombre (Boccardi, 2008). Para una revisión
rápida de estos movimientos, podemos señalar que, desde fines del siglo
XIX y principios del siguiente, el interés por la educación y la orientación de la
sexualidad de los públicos infantiles y adolescentes en edad escolar ocupó un
lugar considerable en diversos ámbitos, instituciones y agentes. En las primeras
décadas del siglo XX, la educación sexual era demandada por el feminismo, por
mujeres educadoras y médicas que defendían su implementación escolar oficial,
enfocada al cambio social y a propiciar la igualdad entre los sexos. Según
indagaciones
de la historia cultural, durante las décadas del treinta y del cuarenta
la educación sexual significó el desarrollo de prácticas y discursos provenientes
tanto del movimiento médico higienista como del eugenismo, que tuvieron
como objetivo la erradicación de enfermedades «venéreas» en pos del mejoramiento
de la «raza argentina» a partir del control de la sexualidad de las parejas
jóvenes. En 1936 se sancionó la Ley de Profilaxis de las Enfermedades Venéreas,
cuyo principal fin era llevar la educación sexual a todas las escuelas del país a
través del Departamento Nacional de Higiene (Miranda, 2011).
Hacia mediados del siglo XX, la educación sexual aparece ligada a programas
y estrategias dedicados a las políticas de planificación familiar o, como se
denominaba en ese entonces, a la «educación en población», promovidos por
organismos internacionales como Unesco, UNFPA, OMS y OIT, en un contexto
de preocupación geopolítica por los problemas demográficos. Para 1960, ya era
un tema de agenda en Europa y en los Estados Unidos, mientras que en la Argentina
el Estado mostró una conducta ambivalente: si bien patrocinó algunos
programas piloto, no originó una política de largo plazo (Felitti, 2012).
Para estos años, se hacen visibles definiciones renovadas sobre la sexualidad,
ya no asociada a los «males venéreos» ni a la reproducción de la especie, sino
como una dimensión ligada al placer, la felicidad y el bienestar. Esto fue gracias
tanto a la expansión del Psicoanálisis como a los primeros desarrollos de la
Sexología.
Esta última fue central en la historia de la educación sexual, ya que desde
sus inicios, en la década del cincuenta, se hizo evidente un interés central por la
formación sexual de niños, adolescentes y adultos en la producción de libros y
materiales, así como en congresos y eventos académicos, para difundir nociones
menos represivas y más abiertas sobre el placer sexual. En este ámbito se formaron
los primeros educadores sexuales del país. Posteriormente, durante los
setenta y ochenta, organizaciones no gubernamentales e instituciones
internacionales
se dedicaron a la investigación y pusieron en práctica acciones en torno
a la salud sexual y la salud reproductiva, tópicos a los que desde entonces se los
empezó a referenciar como derechos fundamentales.
En el marco de las reformas educativas de la década de 1990, el tema de la
sexualidad humana ingresa por primera vez en el currículum oficial a través
de los Contenidos Básicos Comunes y es trabajada desde las áreas de Ciencias
Naturales y Ciencias Sociales, Humanidades y Formación Ética y Ciudadana.
Durante esta década, en la Argentina adquieren reconocimiento legal los derechos
sexuales y reproductivos, y así varias provincias sancionaron normativas
jurisdiccionales para promover la educación sexual en los respectivos sistemas
educativos.
El hito histórico reciente más relevante es la sanción de la Ley Nº 26150 de
Educación Sexual Integral (ESI), promulgada el 23 de octubre de 2006, que coloca
a la educación sexual como un área transversal a todos los espacios curriculares.
Lo novedoso de esta perspectiva es que se postula la obligatoriedad de
la ESI para todas las escuelas –tanto de gestión estatal como privada– desde el
nivel inicial hasta la formación docente en el nivel superior. Los fundamentos de
la ley se apoyan en una definición amplia de la sexualidad –vinculada a aspectos
políticos, económicos, culturales, religiosos, jurídicos, éticos–, desde una
perspectiva de género y en el marco del reconocimiento de los derechos humanos.
Cabe mencionar que, particularmente para el nivel primario, la propuesta
transversal de contenidos y orientaciones de la ESI se articula con ejes como
el ejercicio de los derechos, el respeto por la diversidad, el cuidado del propio
cuerpo y la salud, y la valoración de la afectividad y las emociones.
En términos políticos, este enfoque integral generó un avance central en las
tradiciones y prácticas anteriores: se determinó que los gobiernos y Estados deben
promover, proteger y, por tanto, asegurar los derechos vinculados con la
vida sexual y reproductiva. Esto es posible porque hoy, en el inicio del siglo XXI,
se reconoce a nivel regional un consenso social, cultural y político muy amplio
–aunque no exento de tensiones– sobre la importancia de la implementación de
políticas y programas específicos sobre el cuidado y la formación de la sexualidad
de las poblaciones más jóvenes y adultas en la región latinoamericana, con
miradas integrales y amplias sobre la dimensión sexual y el reconocimiento de
la diversidad identitaria en clave de ciudadanía sexual.
La educación sexual, considerada desde una perspectiva histórica, debe ser
entendida como un derrotero de disputas y tensiones entre diferentes actores
–médicos de diversas especialidades, feministas, educadores, políticos, trabajadores
sociales, planificadores familiares–, instituciones –Estado, iglesias de di
ferentes credos, organismos de cooperación internacional, ONG–, experiencias
regionales y saberes –biomédico, sexológico, psicológico, pedagógico–. Se ha
debatido en torno a quién debe impartir estos saberes, a qué edad debe iniciarse
la formación y cuáles deben ser sus contenidos, temas y enfoques disciplinares.
Es por ello que, para un análisis del pasado que avance en historizar los cambios
y las rupturas, las continuidades y las renovaciones –en vistas de revisar
el presente–, se hace imprescindible considerar las transformaciones sociales
contemporáneas en torno a la redefinición actual de la moral sexual y a la tensión
entre la potestad del Estado y la de las familias, que reclaman su autoridad
sobre asuntos que tradicionalmente se consideraron exclusivamente dentro del
ámbito íntimo o privado (Wainerman, Di Virgilio y Chami, 2008).
Considerando que la educación y la información sobre la sexualidad son un
derecho fundamental, el análisis de la ESI como problemática social en la agenda
pública no puede quedar separada de las preocupaciones por la salud sexual
y reproductiva (Esquivel, 2013). Por otro lado, los rastreos históricos de experiencias
no pueden limitarse al ámbito escolar o a los organismos oficiales. Se
trata de una historia que también está signada por la presencia, intervención y
participación de los movimientos sociales, como los de las mujeres, las
organizaciones
feministas y el movimiento de los colectivos LGBTQ; actores y experiencias
que han desarrollado actividades de promoción de la salud y derechos
a nivel comunitario. Por eso, es sustancial señalar que la educación sexual es un
ámbito que se nutre de prácticas y saberes provenientes de diferentes disciplinas
y diversas experiencias político-pedagógicas (Gogna, Jones e Ibarlucía, 2011).
Dado que en la Argentina los mayores aportes sobre este tema provienen,
principalmente, de las investigaciones de la historia cultural y de la historia social
de las mujeres y que la educación sexual no ha sido hasta el momento una
temática específica de exploración sistemática dentro de la historia de la educación
(Zemaitis, 2016), nos encontramos ante la posibilidad de desarrollar un
programa de pesquisa a futuro para historiar modelos, prácticas, discursos y
tradiciones de las pedagogías de la sexualidad.

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