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Fragmentos de El lector de Julio Verne, de Almudena Grandes

—Pero Cencerro está muerto, Pepe, y tú lo sabes.


—¿Muerto? No, qué va a estar muerto... —estábamos los dos solos y nadie podía escucharnos, pero miré
hacia atrás una vez más, porque no podía creer que estuviera hablando en serio—. ¿Es que no te has enterado
de que antes de ayer cortó la carretera y consiguió dinero de sobra para pasar el invierno? ¿No te han contado
todavía que volvió a dejar una propina de las de antes en una venta de su pueblo?
—Pero no pudo ser él —insistí, con el aplomo que prestan sólo unas pocas certezas, la muerte siempre.
—Claro que fue él. Firmó el billete, ¿o no? —sólo entonces se echó a reír, y justificó su risa como si me
estuviera haciendo un favor—. Cencerro es mucho más que un nombre, Nino, es un símbolo. […]
—Cualquiera diría que te alegras.
—¿Yo? —y se volvió hacia mí con el índice apoyado en el pecho, las cejas arqueadas como dos signos de
interrogación—. ¿Cómo voy a alegrarme yo de una cosa así, con la que se nos va a venir encima? (TEMAS,
PERSONAJES)

Así, por primera, por última vez en mi vida, vi llorar a mi padre.


—Tú no has estado en Martos, Mercedes, tú no lo has visto... —levantó la cara, hasta entonces escondida en
el hueco de sus brazos, cruzados sobre la mesa, y los surcos que las lágrimas habían dejado en su cara sin
afeitar me impresionaron más que la caverna de la que brotaba su voz—. Pero yo estaba allí, quieto, callado,
sin hacer nada, como la mierda de hombre que soy...
—Calla, Antonino —mi madre levantó la vista y miró a su alrededor como si temiera que pudieran brotar
orejas en la pared, pero no me vio—. Que te pueden oír.
—En aquella plaza había dos hombres con cojones, sólo dos, y yo no era ninguno de ellos.
—Baja la voz, Antonino, por Dios.
—Sólo había dos hombres con cojones, y uno estaba muerto, y el otro era el capitán que mandó parar la
música...
—Cállate, Antonino, calla, calla… (TEMAS, PERSONAJE)

Siempre era así, siempre igual, el monte y el llano respiraban a la vez, un solo aire, y cuando las
cosas se torcían arriba, los de abajo pagaban las consecuencias si no eran lo bastante rápidos, lo
bastante audaces y valientes como para subir una cuesta que ya nunca volverían a bajar. La vida en
el monte era dura, pero en el llano podía ser peor o dejar de ser en cualquier momento, porque los
que huían todavía no eran guerrilleros, pero los guerrilleros no podían vivir sin ellos y los guardias
lo sabían, sabían que les daban comida, cobijo, medicinas, y por eso iban a buscarlos de noche, les
decían que sólo los llevaban a declarar, y luego les animaban a adelantarse, a alejarse unos pasos, ya
puedes irte pero echa por ahí, que te veamos bien [...] (ESPACIO)

Y sin embargo, mis lecturas y las de Sonsoles no eran tan diferentes. Ella leía novelas rosas para cobrar por
adelantado con una imaginación exaltada, casi física, una felicidad de la que tal vez nunca disfrutaría. Yo leía
otra clase de novelas, relatos de naufragios y tormentas, crónicas de monstruos y cadáveres, historias de
caballeros de honor intachable y mercenarios ruines, traicioneros, memorias de hombres sabios o recluidos
por sus propias culpas en una misantropía radical y benéfica, para soportar la calamitosa aventura de vivir en
la casa cuartel de Fuensanta de Martos en 1948. Los muertos de papel son leves, su agonía breve, su
memoria corta, y en los libros que me conseguía Pepe el Portugués, sus nombres además ajenos, tan extraños
que sonaban a falsos. Los muertos de papel nunca dejan viudas, ni huérfanos que lloren más de dos líneas,
por eso me gustaban aquellos libros, y por eso nunca habría podido denunciar a Sonsoles, contarle a mi padre
la verdad. (PUNTO DE VISTA, TEMAS)
Esto no puede seguir así, Antonino, decía mi madre, así no se puede vivir, pero así vivíamos, así seguíamos
levantándonos por la mañana, así nos quejábamos del frío o del calor, y cuando no habíamos podido dormir,
no lo decíamos, porque la noche era una pesadilla, pero después de la noche llegaba el día, y salía el sol para
iluminar la vida de un pueblo corriente, donde vivían gentes corrientes que hacían las cosas corrientes de
todos los días. No se podía vivir así, pero había que vivir, y se vivía, los hombres madrugaban para trabajar
en el campo, las mujeres despertaban a sus hijos, los lavaban, los vestían, los peinaban, les obligaban a
terminarse la leche, cuando había leche, y los mandaban a la escuela después, y cada uno se ponía la máscara
de sí mismo para interpretar su papel como si la noche no les hubiera partido el corazón, como si no les
hubiera arrebatado para siempre un pedazo, como si no tuvieran que llevarlo a cuestas, eternamente roto,
eternamente pesado[…] (TEMAS)

Además, muchas veces, las novelas de Verne también eran el pretexto que me consentía empezar a preguntar
sobre lo que no sabía, historia, geografía, física, los sextantes, los globos aerostáticos, los submarinos, las
rutas de navegación, las proezas de los descubridores, las rutinas de los laboratorios, el origen asombroso,
frenético y cambiante de todos aquellos científicos locos y cuerdos a la vez que acertaban al equivocarse, al
cometer largas cadenas de errores que les iban aproximando poco a poco, por caminos insospechados, a los
grandes hallazgos de sus vidas. Así, aquellos libros me irían llevando hacia otros libros, otros autores a
quienes leería con la misma avidez, porque me descubrían mundos distintos pero igual de fascinantes, que
terminaba de explorar haciendo preguntas sobre asuntos cuya existencia había ignorado siempre, a una mujer
que siempre sabía cómo contestarme. Estoy preocupada, Nino, me decía ella de vez en cuando, con tanta
charla no vamos a avanzar... La verdad era que yo no quería avanzar, porque no quería que aquello se
acabara. (TEMAS, PERSONAJE)

—Tu padre no es un asesino, Nino. Eso es lo que tienes que entender. La muerte de Pesetilla fue un
asesinato, pero tu padre no es un asesino, no mató porque quiso, no le salió de dentro, no actuó por su cuenta.
Le dieron una orden y la cumplió. La cumplió porque él sí sabía todo lo que te he contado hace un momento,
porque él pensó en todo eso, hizo sus cálculos, sus números, y disparó. (TEMAS, PERS)

[…] había sido él, Antonino, él había disparado, él acababa de matar al Pirulete y yo no lo entendía, no sabía
por qué, si venía a proponernos un trato, si estaba dispuesto a cantar, a contárnoslo todo, y se lo pregunté, le
dije, ¿qué has hecho?, ¿por qué le has matado?, ¿te has vuelto loco, Miguel...? Pero Miguel Sanchís, «el
ángel de las mujeres», el sargento de la Guardia Civil, el hijo de guardia civil, el nieto de guardia civil, el
hermano, y primo, y sobrino de guardias civiles que acababa de matar al Pirulete, no estaba loco. (PER, TEM)

Joaquín Fingenegocios acababa de salir del cuartel y avanzaba de frente, muy despacio. Tenía una venda en
la cabeza, un ojo cerrado, un brazo en cabestrillo, una pernera del pantalón cortada a la altura de la rodilla,
vendada también, y heridas en la cara, en el cuello, en una oreja, en las dos manos, en el pecho, en las
piernas. Su cuerpo entero era una herida, una herida inmensa fragmentada en muchas pequeñas heridas
conectadas entre sí por la hinchazón de la piel, por la sangre coagulada de los hematomas, por las gotas de un
rojo más vivo que salpicaban su ropa. Yo nunca había visto a nadie así[…]
—No corras, Vida. [...]
—Y no llores, por favor, Vida, no llores. No les des a esos hijos de puta el gusto de verte llorar. (TEMAS)

—Que no. Que yo sé lo que tengo que hacer. Mira... —cogí La isla del tesoro, que estaba en la mesilla, y se
lo di—. Léete esto, madre, lee este libro. Así te darás cuenta de que no me va a pasar nada. Porque yo soy
amigo de Silver el Largo. John Silver el Largo es mi amigo, madre, y todos lo saben.
—¿Pero qué estás diciendo, Nino? —y mi madre ignoró el libro que le había puesto entre las manos para
mirarme como si me hubiera vuelto loco.
—No lo entiendes porque no lo has leído. Léelo, hazme caso. En Fuensanta también tenemos un John Silver,
y nadie lo sabe. Todos confían en él, pero es de los otros, de los piratas, madre, aunque no es malo. Él es
bueno y cuida de mí. Se ocupará de que nadie me haga daño, los del monte no me van a tocar, madre.
(TEMAS, PERSONAJES)

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