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de tus ojos
Segunda parte de la trilogía
“Celesto y la Luna”
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Idea original: Daniel Sancet Cueto
© Insolenzia, 2011
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No cuenten nunca nada a nadie. Si lo hacen, empeza-
rán a echar de menos a todo el mundo.
J. D. Salinger
Yo sentía calor, sentía que mi sexo se hinchaba, se hinchaba cada vez más, era como
si se cerrara solo, de su propia hinchazón, y se ponía rojo, cada vez más rojo, se
volvía morado y la piel estaba brillante, pegajosa, gorda, mi sexo engordaba ante
algo que no era placer, nada que ver con el placer fácil, el viejo placer doméstico,
esto no se parecía a ese placer, era más bien una sensación enervante, insoportable,
nueva, incluso molesta, a la que sin embargo no era posible renunciar.
Almudena Grandes
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PEZONES
Joder, con las prisas. Dani me llamó ayer cuatro veces. Yo no
me enteré. Estaría pasando el aspirador o bañando a los niños. Esta
mañana he visto las llamadas perdidas, y justo cuando iba devolver-
las, suena el móvil. Hay otro hilo invisible, además del teléfono, que
nos conecta a cientocincuenta kilómetros. Después de todo los dos
somos Ilundain.
—Primo, te llamo para meterte en un marrón… Necesito el
prólogo para mañana…
Joder, con las putas prisas.
Aunque yo sabía que eso iba a pasar, cuando me invitó a escri-
birlo, a escribir este prólogo:
—Por mí, encantado, pásame la novela y eso está hecho.
—¿La novela? No, es que todavía no la he escrito.
Todo esto en mitad de un agosto frío como la mano de un es-
quimal muerto, cuando vinieron a Artica a grabar.
—¿Y cuando sacáis el disco?
—A finales de septiembre…
Dani me ha explicado cómo trabaja varias veces, cuál es el
proceso creativo para escribir, primero las canciones y después, a
partir de ellas, los capítulos de la novela; o quizás sea al revés, pri-
mero imagina la novela, la retiene en la cabeza, y una vez que ha es-
crito las canciones, suelta de una tacada la novela, no sé, todavía no
lo he entendido muy bien. Lo que sí sé es que tiene todo eso dentro
de él, ni siquiera diría que dentro de su cabeza, sino en las tripas,
o en los pulmones, o en el forro de los cojones, y un día lo expulsa,
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como una polución nocturna, la bocanada de un luckiestrai, una
vomitona…Lo hizo con “La boca del volcán” y lo ha vuelto a hacer
con “Me quema el sabor de tus ojos”. Que me parece muy bien,
pero yo ya estoy mayor, necesito más tiempo, yo escribía así hace
años, cuando la cerveza entraba fácil y a porrillo, a oleadas, hasta
que sentía el sabor de la espuma y de la sangre debajo de la lengua,
y lo echaba todo, y en el suelo quedaban restos de tinta china. Qué
tiempos. Qué cabrón, Dani, que todavía puedes hacerlo, divertirte,
pintar con un palo en la arena, mientras a tu lado pasan chicas en
bikini apuntándote con sus pezones duros.
—Vale, tendrás tu prólogo, a ver qué sale —siento húmedas
las bragas de mis musas, y me comprometo.
Me comprometo, aunque tenga mil cosas pendientes. Esta
mañana toca hacer la compra, así que de camino al súper pongo
“Me quema el sabor de tus ojos” a toda hostia en el coche. Me saqué
el carnet solo para eso. Para poder oír música. Y para berrearla.
Todo lo demás, conducir, los talleres mecánicos, las conversaciones
masculinas sobre coches, me da puto asco. La gente se sube a los co-
ches y se convierte en bestias, depredadores, defensores de la pena
de muerte. Conducir es una cuestión de educación, y las carreteras
están llenas de maleducados, de listillos, de asesinos en potencia…
Pero también hay gente que canta en el coche. Sin dejar hueco ni
aire para la mala sangre. Yo pensaba que era un bicho raro, pero
el día que Dani me llevó a casa, después de escuchar en el estudio
de Iker Piedrafita por primera vez cómo habían quedado las dos
primeras canciones del disco, vi que él también cantaba mientras
conducía. A toda hostia. A pleno pulmón. Como un Ilundain.
A mí, ese día, se me puso la corteza del corazón en piel de
gallina. Un ratico antes, me sentí un privilegiado acompañando al
grupo en el estudio, mientras escuchaban la mezcla definitiva de las
canciones. Sonaban como un trueno. Y ellos lo sabían. Escuchaban
sus temas como si los hubieran escrito y tocado otros. Se sentían
pequeñitos al lado de ellos. Y yo todavía más pequeñito, a su lado,
un insecto, una mosca quieta en un cenicero. Yo era un intruso, un
profanador, no tenía ni idea, nunca había oído una canción conver-
tida en chóped, en lonchas, la batería por aquí, la voz de Isabel, a
capella, por allá (qué bien canta Isabel siempre, y en este disco en
particular, su voz suena como una flor desgarrando unas bragas de
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seda, o una mano blanquísima abriendo el corazón de un pájaro con
los ojos del color de la miel… Y qué bien se araña la piel con las or-
tigas en la garganta de Dani. Dani e Isabel, bella y bestia, bailando
un vals, sin pisarse los pies).
Después, al salir del estudio, nos tomamos una cerveza en un
bar, a los pies del monte Ezkaba y a la salud de todos los huesos
sin nombre enterrados en él, y Miguel no rompió ni tiró nada, y
alguien del grupo dijo “A ver ahora cómo superamos esto”, y luego
fue cuando Dani me llevó a casa, en coche, con la música atronando,
y cuando empezó a cantar, sobre su propia voz, “A pleno pulmón”,
y yo sentí cómo el asiento de copiloto me tragaba, como mi propio
corazón convertido en una hoja de papel me envolvía, y sobre él
la vida era un dictado con estribillos para corear con el puño en
alto (que los hay por arrobas en el disco), y jarras de cerveza fría
una tarde de verano, y risas despreocupadas… Puro rocanrol. Pura
vida.
—Bueno, pues cuando tengas la novela, mándamela— fue sin
embargo, lo único que pude decir, cuando Dani me dejó a la puerta
de casa. Como una mosca muerta, ahogada en cenizas, incapaz de
zumbar con un poco de entusiasmo.
La novela fue llegando después, también como ruedas de chó-
ped: un día Dani me trajo dos capítulos, otros me los envió por
email… Y al final el prólogo lo he tenido que hacer pintando sobre
la arena, del tirón, contra el reloj… Al estilo Sancet. Escribiendo
como cuando escribir era lo único que había. Cuando te jugabas la
vida con ello (eso sigue igual, pero entonces tenía menos miedo y,
aunque dejaba más flancos descubiertos, la inconsciencia me hacía
más peligroso). Cuando pasar la aspiradora era escribir. Y cuando
te daba lo mismo si los demás la tenían más larga.
Jean Dubuffet, escritor y pintor francés (para qué voy a es-
cribir un prólogo si no puedo pegar un moco dentro de él), dijo que
“la literatura lleva un retraso de cien años con respecto a la pintura.
Hace varios siglos que no se alimenta de los frutos inmediatos que
ofrece la vida, sino de obras anteriores”. Y tiene razón, pero eso no
va con Dani ni con el libro que tienes en tus manos. En este libro no
vas a encontrarte citas de Rimbaud, de Marcel Proust, ni siquiera
de Bukowski (como mucho de Barricada, o de Cicatriz) sino bares,
habitaciones con gente que se siente sola, se hace pajas, tiendas de
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discos, más bares… Pura vida. Puro rocanrol. Y muchos pezones.
A Dani le vuelven loco los pezones. Pezones con forma de fresa, o
pezones que te apuntan como recortadas, y tú levantas las manos
y algo más, y ofreces el botín de tu alma a cambio. Pezones nutri-
cionales, por los que fluye la existencia. Dani acaricia pezones con
sus manos y se pone tetas, es capaz de desdoblarse, de cambiarse
de sexo sin que se note, de meterse bajo la piel tanto de Alex, como
de Selene, los dos protagonistas, de darse de hostias en un bar y de
probarse un tanga delante de una amiga y preguntarle si le hace el
culo demasiado gordo. Y mucho más: Dani retrata, mirando desde
muy cerca, a dos jóvenes que echan a andar en dirección contraria
al dedo que señala y acusa.
Dani Sancet es, en definitiva fiel a la Insolenzia, con zeta, y
cuando es necesario muerde hasta la mano que le da de comer y
le deja la cicatriz, la marca del zorro, un beso de antifaz, algo que
dicen que no se debe hacer, mentira puta, detrás de esa mano hay
siempre un brazo, una mente a veces peligrosa y otra mano con la
que a menudo nos tienen agarrados por los huevos. Este es un disco,
y un libro, escrito con los dientes apretados, a pleno pulmón, con la
voz rota de tanto gritar –eso y los, luckystrais-, contra el tiempo,
viudo de reloj, contra todos y a favor de los que todavía se atreven
a danzar el baile de la libertad.
Patxi Irurzun
Sarriguren, 16 de septiembre de 2011
http://ajustedecuentos.blogspot.com
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A Pleno Pulmón
Acércate a mi enredadera, ven, De mi rabia mi alimento,
que quiero descarrilar en mi pecho crecen larvas,
acertando a ver la sombra que llega la piel se torna pellejo,
a acariciar; las palabras cucarachas.
no hay desmanes ni rincones
que duerman en paz, Tras nueve semanas y media
atrincherando oraciones soy verbo a pleno pulmón
crepuscular. retorno al ombligo
vencido y cansao
Atraviesa ya la puerta, de dar volteretas,
quiero ser tu piel, de andar despeinao.
voy colocando desiertos de tierra
en la pared; Mil vueltas
tiembla el pulso, tiembla el suelo, de tuerca,
tiembla el ajedrez desvelo a contraluz,
en el que tú y yo bailamos la danza deseos
de los porqués. al vuelo,
sonrisa a cara o cruz.
Mil vueltas
de tuerca,
desvelo a contraluz,
deseos
al vuelo,
sonrisa a cara o cruz.
Mil vueltas
de tuerca,
desvelo a contraluz,
deseos
al vuelo,
sonrisa a cara o cruz.
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Recuerdo perfectamente cuando llevaron al hospital a mi ma-
dre. Era sábado. Yo estaba en casa. Ella trabajando. Sonó el teléfo-
no, era mi Tía. Mi madre iba en ambulancia hacia el hospital. Me
dijo que no me preocupara, que no era nada, algo del estómago sin
importancia. Me mentía, fijo que me mentía, si no era importante
¿para qué cojones me llamaba? Algo iba mal, sabía que algo iba
mal; no podía explicarlo, pero algo iba mal. Sin embargo, mi Tía me
había dicho que no debía preocuparme. Y no me preocupé.
Me fui a jugar al fútbol, había quedado para echar un partido
en el parque y me pegué toda la tarde dándole al balón. Hasta las
once de la noche no aparecí por el hospital. Me llevó un vecino que
pasó para ver si estaba bien. Claro que estaba bien, casi me había
pasado el Sonic y mañana no había que madrugar, ¿por qué no iba
a estar bien?
Al llegar al hospital esa mala señal de la tarde se multiplicó por
millones. Mi madre estaba en una camilla en uno de los pasillos del
sótano, amontonada entre muchos otros pacientes de urgencias. No
sé por qué cojones llaman así a esa zona del hospital, deberían lla-
marla paciencias, sería más adecuado. Cuando llegué estaba ador-
milada, pero en seguida abrió los ojos y sonrío, me preguntó si había
cenado y me cogió la mano con suavidad. Fue la última vez que
escuché su voz.
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Besos de Antifaz
Está Satén,
atenta y preparada sonrisas de cigarra en la
quizá piel
será y ser
la puerta que le haga salir, eclipse, luna y antifaz,
así da igual
será como el azul al añil los clavos de la soledad,
ya va ya ves,
de nuevo en un tobogán. se oxidan en un anaquel.
Negar
no es verbo para hacerla
soñar
sin más
con paraísos de cachemir
sin fin,
ni con destellos de maniquí,
ahí va,
volando hacia tu voluntad.
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Sus vidas habían sido muy diferentes. Era como si Eli hubiese
vivido diez vidas más, sabía todo lo que había que saber y le gus-
taba contarlo. Podía pasarse horas hablándole a Selene de una sola
noche de desenfreno en la que se había liado con tres tíos diferentes
sin que ninguno de ellos se enterase. Eso era lo que a ella le gustaba,
tener el control absoluto de la situación y hacer lo que le viniese en
gana. Nunca fallaba. Si quería pegarse el lote con un chico se lo
pegaba y no le importaba nada más. Ella ponía los límites. Ella to-
maba las decisiones. Y ella decidía cuando se ponía el punto y final.
Luego pasaba página y listo. Nunca había tenido novio, le parecía
demasiado aburrido eso de quedar siempre con la misma persona.
Tampoco solía quedar con nadie. Ella era más de improvisar, de ver
lo que le deparaba la noche y de vivirlo todo al máximo.
Selene era la primera amiga que tenía. La primera amiga de
verdad. Era diferente a cualquier persona que se había cruzado en
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su vida. Alguien a quien contarle todo, que ponía constantemente
los cinco sentidos en su persona. Una persona con la que podía ha-
blar de todo sabiendo a ciencia cierta que sus pensamientos iban de
la mano. Nunca antes se había sentido tan unida a nadie. Y eso era
algo que ambas sentían.
La transformación de Selene, como a Eli le gustaba decir, es-
taba dando sus primeros frutos. Había aparcado sus viejas camise-
tas de Metallica y de Offspring, sus viejos pantalones azul marino y
su ropa interior blanca inmaculada y los había cambiado por cami-
setas de licra muy ajustadas, vaqueros que resaltaban las formas de
su culo, sujetadores que juntaban sus pechos dándoles una impor-
tancia hasta entonces insospechada y hasta dos minúsculos tangas
de los que su madre nunca supo entender el porqué de tan poca tela.
Su madre. Ese era un tema aparte. Ni la comprendía, ni la quería
comprender. Criticaba su forma de sentarse, criticaba el pelo cu-
briéndole parte de la cara, criticaba su forma de hablar, criticaba su
nueva forma de vestirse, criticaba que fuese todos los días a Riba-
desella, criticaba que cada vez le gustase más salir los viernes y los
sábados por la noche. Y, por todo ello, estaban siempre discutiendo.
Su padre simplemente no le prestaba atención, nunca lo había he-
cho, aunque cuando las cosas se ponían feas era él el que imponía
los castigos. No importaba. Ahora nada de eso importaba.
Aquella noche habían salido a dar una vuelta por el Dover
y el Alboroto, pero en seguida se aburrieron. A Selene no le entu-
siasmaban las discotecas y Eli había decidido pasar de los tíos esa
noche.
- Están demasiado babosos, cuando están así es mejor pasar
de ellos Selene, cuando están así me pongo a bailar cerca de ellos
para ponerlos a mil, pero luego prefiero marcharme. Vámonos.
Dirigieron sus pasos hacia la Atalaya. A esas horas no habría
nadie en la playa, más tarde sí, pero de momento estarían solas. A
Eli le apetecía estar con Selene, solo con Selene; se lo dijo y, des-
pués, se cogieron de la mano y siguieron caminando. Además, había
conseguido que un tío le diese una china y tenían para un par de
porros.
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La luna parecía brillar con una fuerza desproporcionada, todo
cuanto veían estaba cubierto por un manto de luz azulado y las dos
amigas, sentadas en las piedras de la playa, contemplaban en silen-
cio la fuerza del mar. Seguían cogidas de la mano.
- Este pueblo es bastante aburrido. Nunca pasa nada.
- No sé… no está mal… pasan más cosas que en Calabrez…
- Joder Selene, esto está muerto. ¿Sabes lo que es salir de
fiesta y que se te haga de día en un abrir y cerrar de ojos? Eso sí
mola.
Eli le habló de las noches de desenfreno en las que nada se le
ponía por delante. Nunca le importó ser una niñata a la que nadie
conocía. No se comportaba como tal. Ella era el centro del universo
y la misma noche se ponía a sus pies. Si movía la cintura, los ojos
que la rodeaban acababan soñando con sus nalgas, deseándola con
tanta fuerza que un solo gesto bastaba para conseguir lo que bus-
caba. Placer. Siempre buscaba placer y el conseguirlo era el único
de los objetivos que perseguía cada noche. Y siempre lo conseguía.
Tan sólo tienes que tener seguridad en ti misma. Le dijo en
cierta ocasión a Selene. Seguridad en ti misma y ganas de pasarlo
bien. Todo lo demás viene solo. Nuestras armas son tan poderosas
que podemos atrapar a quien nos venga en gana, retenerlo mientras
nos divierta y después olvidarlo para siempre. Son solo migajas, fie-
les devotos de nuestro cuerpo, juguetes de usar y tirar. Nada más.
Mira Selene, tienes que empezar a entender de qué va esto, tienes
que empezar a saber pisar con paso firme y que todos se mueran por
estar a tu lado. Es muy sencillo. Tan sólo tienes que ser plenamente
consciente del cuerpo que tienes y utilizarlo para conseguir todo lo
que te apetezca. Y créeme, tú lo tienes sencillísimo; estás muy bue-
na, lástima que todavía no te hayas enterado. Antes de venir aquí
aprendí todo lo que se necesita saber de la noche y no solo lo hice
sin ayuda, sino que no tuve que soportar ni un solo desengaño. El
día es mucho peor, ahí se descubre todo, caminamos desnudas de
alma para fuera, se nos ven las intenciones y no podemos caminar
por encima de las cabezas de todos los mortales. Si pudiera, yo solo
viviría de noche. Seguro que termino haciéndolo.
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Selene estaba segura de que su amiga hablaba completamente
en serio. La escuchaba y podía imaginarla rodeada de chicos que
la adoraban, de miradas furtivas desde todas las distancias. La veía
moverse entre la escasa luz de las discotecas superpobladas de la
gran ciudad, moverse con aplomo buscando una presa y después, la
veía desnuda rodeada de cuerpos desnudos que la besaban y la toca-
ban, la veía explotando en millones de orgasmos, la veía sonriendo
sudorosa tras la fuerte sacudida del placer. Sin embargo, los negros
ojos de Eli no solo escondían placer, también escondían una profun-
da soledad que nadie veía. Una soledad que necesitaba ocultar a los
demás, pero que sobre todo necesitaba alejar de si misma.
La noche de San Juan Eli supo con certeza que Selene esta-
ba en pleno proceso de transformación. Las hogueras, la música,
el alcohol, la euforia de todo un verano por delante. El caldo de
cultivo estaba preparado. Le pidió a Selene que le demostrase que
había aprendido algo, que de verdad era capaz de conseguir todo lo
que se propusiese. Selene llevaba algún trago, bueno, más bien, iba
bastante borracha. Eli se encargó de casi todo. Hizo que se pusiese
a bailar como nunca antes lo había hecho. Se colocó enfrente suyo
y le pidió que imitase sus movimientos. Selene aprendía rápido, y
lo que frenaba la vergüenza lo aceleraba el alcohol. Todas las mira-
das terminaron pegadas a su cuerpo, Eli experimentó una extraña
sensación a medio camino entre la envidia y la satisfacción, pero al
fin y al cabo había conseguido lo que pretendía. Pero no había ter-
minado la lección, todavía quedaba lo más interesante. Consiguió
que Selene se besase con un chico de clase que andaba por ahí, con-
siguió llevarse a todos a la playa, consiguió que se desnudasen y se
bañasen desnudos y, finalmente, consiguió que Selene le hiciese una
paja al chico al que había besado y que se marchase llorando a casa.
Consiguió todo lo que quería conseguir. Como siempre.
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en lo demás, en la historia de Alex y de su padre – ahora el Llocu ya
era el padre de Alex, ahora ya todo se sabía – y, por supuesto, los
sentimientos de su amiga. Le brillaban los ojos, ahora sí que estaba
más cambiada que nunca, ahora sí que era otra persona. Se lo pre-
guntó varias veces, pero Selene evadió la respuesta con maestría,
dejó abiertos los interrogantes más apetitosos. No quiso decirle que
seguía siendo virgen.
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Barro Consentido
Dime que tienes
tatuado en las estrellas
que zigzaguean
riéndose entre dientes,
¿serán
los sueños que no crecen?
Arráncate a cantar cien mil canciones
que retuerzan el morro a la tristeza,
coge con fuerza el lápiz asesino
donde descansa la luz de la caverna.
Amaneceres
cubiertos de tenazas
y la montaña
rogándote que vueles
al
cielo que tu sueñes.
Despréndete del barro consentido,
que el fuego arrase la calma canina,
para guardar la lengua entre algodones
mejor soltarla, que busque la salida.
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En casa de Eli huele a vacío. Yo con los olores soy muy espe-
cial. Es como si el olfato fuese el mejor de mis sentidos. Eli dice que
eso es porque soy más felina que humana. Cosas de Eli. El caso es
que en su piso huele como a coche sin estrenar. Y es raro. Muy raro.
Porque el piso es muy viejo, han pasado un montón de familias por
allí. Y Eli no es una chica que no huela. Todo lo contrario. Siempre
desprende un olor muy característico, tenue pero con fuerza; es un
olor con cierto dulzor afrutado que no llega a empalagar. Un olor
que atrapa poco a poco y que despierta tus sentidos. Es un olor que
excita. Si lo hueles en otra persona, inmediatamente piensas en Eli
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y un latigazo excitante te golpea y te acelera las pulsaciones aunque
solo sea por un instante. Lo sé porque me ha pasado. Y sin embar-
go, entras en su casa y no huele a ella. Sí que hay olor, y es un olor
muy peculiar, muy difícil de definir. Un olor impersonal que acaba
anulando los olores de las personas. Incluso el de alguien como Eli.
Puede que sea porque no están nunca allí, lo del olor imper-
sonal de su piso, digo. Nunca están. Y Eli es como si no viviera allí.
El piso siempre está perfectamente ordenado, nunca hay un libro ni
una cinta de video ni nada fuera de su sitio. Tampoco hay fotos. Ni
una sola fotografía en toda la casa. La cocina nunca está sucia, yo
creo que no la usan. Aunque lo más raro es lo de Eli, con lo desor-
denada que es y, en cambio, su cuarto siempre está igual. Cuando
vamos a su casa siempre nos metemos en un cuarto pequeño que
hay junto al comedor, es como una salita que tiene un pequeño sofá,
una mini-cadena, un armario enorme con toda la ropa de Eli y un
espejo que cubre una de las paredes. Es la única estancia de la casa
que huele diferente, huele a Eli. También es el único espacio don-
de el desorden está mucho más presente; encuentras migas de pan,
tropiezas con algún trasto y puedes hacer cualquier cosa sin miedo
a que te expulsen del museo. Porque es eso lo que parece el resto
de la casa, un museo. Un museo en el que importan todos los ob-
jetos decorativos, en el que tiene importancia hasta el más mínimo
e impoluto de los detalles. Un museo sin personas. Un museo de la
soledad. Todo menos las personas. Da igual. Nosotras nos metemos
en esa pequeña salita y allí es donde se abre nuestro mundo.
A veces me pone un poco nerviosa. Bueno, en realidad me
saca un poco de mis casillas. Eli, digo. Pero solo es cuando se pone
muy pesada. Solo alguna vez. Y se me pasa en seguida. Es que em-
pieza con sus historias y hay que seguirla porque sino la sigues se
enfada, se pone arisca y quiere quedarse sola. Sus historias siem-
pre giran alrededor de nosotras, de nuestro futuro, de estar siempre
juntas. A mí me gusta, me gusta pensar que siempre seremos amigas
y eso. Pero a veces se pasa. Y me agobia. Me agobia un poco su
manía de querer controlarlo todo. Necesita saber en todo momento
lo que pienso, lo que quiero hacer, lo que necesito. Y está bien, eso
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está genial, nunca nadie se había preocupado tanto por mí. Pero me
agobia. Y me da una rabia tremenda sentir esa sensación de agobio
porque sé que ella lo hace por mí, que es mi mejor amiga, que me
quiere y quiere lo mejor para mí. Me agobio. Lo siento.
Nunca se lo he dicho. Lo de que me marea la cabeza y que me
molesta que quiera meterse en mis pensamientos y planificar cada
microsegundo de nuestras vidas como si estuviera escribiendo una
novela y yo solo fuera un personaje. El personaje principal, pero
solo un personaje. Un personaje sin capacidad de decisión, sumiso
ante las decisiones del escritor, creado por él y para él. No se lo digo.
No lo hago porque sé que solo es un momento, que luego vuelven
las risas, y vuelve a ayudarme en todo, y me hace olvidar las cosas
que no me gusta pensar. Como lo de decirles a mis padres todo lo
que pienso. Ese es uno de esos pensamientos que se cruzan como
una ráfaga de viento pero que luego se marchan. Se alejan porque
Eli me hace ver la parte buena de las cosas. Bueno, en realidad me
habla de otras cosas y ya está, eliminamos lo que no me gusta de mi
vida y empieza a dibujar una nueva vida en la que lo malo deja de
existir. Si no estuviera Eli la rabia se me comería por dentro. Eso
era lo que me pasaba antes. Siempre estaba rabiosa. Y en lugar de
sacarla al exterior con gritos y mal humor, como hacen ellos, yo la
guardaba dentro y me iba devorando poco a poco, haciéndome más
y más pequeña. Si a ello le añadimos los malévolos caprichos de mi
hermano, en los que yo era el centro de las burlas y el ejemplo de
todo lo negativo, ya tenemos mi invisibilidad. Soy invisible por una
rabia que me viene de dentro y que nace de aquello que no me gus-
ta, y de una rutina constante en la que se me bombardea con men-
sajes negativos. Pero Eli sabe cómo quitarme la invisibilidad, sabe
cómo decirle al mundo que existo. Por eso me callo algunas cosas,
porque todo lo demás es perfecto.
Odio perder el tiempo. Creo que es el bien más valioso que te-
nemos. Cuando pasa ya no vuelve jamás. No podemos desperdiciar-
lo. Somos estúpidos si lo hacemos. Y, sin embargo, todos tiramos a
la basura una cantidad de tiempo increíble. Todos.
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Mi casa es una pérdida de tiempo constante. No encuentro
una verdadera razón de ser en nada. Todo es demasiado básico. Su-
pongo que es como todas las casas, imagino, no sé. Para mis padres
lo importante es aquello que se puede tocar, aquello que tiene im-
portancia en un mundo de cosas materiales. Por eso creo que siem-
pre pierden el tiempo. No sirve de nada ahorrar durante años, pen-
sar en el mañana, guardar para tener, tener para aparentar. No sirve
de nada. Y alrededor de todo eso gira cada día mi casa, mi mundo,
mi gente. Me aburren tanto… Yo hago todo lo que me mandan,
es lo que me han enseñado. Lo de obedecer, trabajar, ser respon-
sable y eso. Lo hago, pero estoy constantemente pensando en que
estaría mucho mejor dibujando, o leyendo, o escuchando música…
o hablando con Alex. Ayer le conté lo del sueño en el que los tres
bailábamos desnudos y ellos dos acababan juntos. Se rió. Le hizo
mucha gracia. A mí no, ni la más mínima. Claro, él no conoce a Eli y
no sabe que puede conseguir todo lo que se le antoje. Tampoco sabe
que es muy de apetecerle algo y quererlo de forma inmediata, sin
pensar en nada más. No lo sabe y por eso se ríe. Por eso y porque,
al fin y al cabo, la que salgo perdiendo soy yo. Con lo del sueño,
digo. Luego hablamos de más cosas. Me dijo que había aprobado
la selectividad, pero que no quería seguir estudiando. Sabía la nota
hacía días, pero se le había olvidado decírmelo; vamos, que si no le
pregunto tampoco me lo hubiera dicho… Alex no le da importancia
a los estudios, yo creo que se equivoca, y se lo digo; creo que tendría
que estudiar algo, lo que le apeteciese, pero algo… No sé. Igual al
final me hace caso. Ayer dijo que se lo pensaría. La que no se lo está
pensando es Eli, lo tiene claro, se iba a matricular en Filosofía en
Oviedo. Igual que yo. Así seguiríamos juntas. Ya se lo había dicho a
sus padres y si tenían que mudarse otra vez ella se alquilaría un piso
en Oviedo. Y podríamos vivir juntas. Eso me dijo.
A veces me pregunto en qué trabajarán los padres de Eli. Ella
nunca lo dice. Siempre rehuye ese tema de conversación. Es como
si se avergonzase de ello o no quisiese compartirlo con nadie. Ni si-
quiera conmigo. No sé. A lo mejor son tonterías mías. Eli comparte
todo conmigo, lo que tiene y lo que piensa. Todo. Víctor dice que no
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hay que fiarse de la gente, que a la hora de la verdad somos seres in-
dividuales y que la mentira es el camino más rápido para conseguir
lo que queremos. Víctor suele ser muy así, muy de exagerarlo todo,
digo. Desde que sé que es el padre de Alex me siento todavía más
unida a Víctor. Es como si compartiésemos algo muy importante.
Bueno, en realidad siempre hemos compartido cosas. Él me habla-
ba y me escuchaba… ocupaba un sitio muy importante… eso antes
de que llegase Eli, ahora le cuento menos cosas, no sé, me da más
vergüenza. Es que es el padre de Alex, no voy a estar contándole lo
que siento o lo que pienso, si lo hago acabaré todo el rato hablando
de Alex… y es su hijo. Su hijo. Qué raro. Me siento más unida a él,
pero le cuento menos cosas… no sé. Últimamente habla mucho del
pasado. Víctor, digo. Habla del pasado y lo hace como si lo sintiese
tan lejano que tiene que hacer un enorme esfuerzo para llegar hasta
él. Me habla de los años en los que la calle era suya, se sentía dueño
de la calle, vivía en ella; y de la lucha, y de la madre de Alex, y del
nacimiento de su hijo, y de las complicaciones. Cuando llega a este
punto, todo se vuelve más difuso, deja de dar detalles, comienza a
titubear y siempre finaliza diciendo que todo se fue a la mierda y
tuvo que marcharse de allí para siempre. Si le pregunto el porqué
no responde. Por eso he dejado de hacerlo.
Alex nunca habla de su padre. Tampoco quiere que yo le ha-
ble de él. Se enfada. Se enfada mucho y me cuelga el teléfono. No es
que le hable mucho de él, lo he hecho un par de veces. Una fue por
carta, la única carta que no me ha contestado. Y la otra hace un par
de semanas, por teléfono, y me colgó sin despedirse ni nada. Víctor
le ha escrito unas cuantas cartas a Alex, pero nunca ha obtenido res-
puesta. No sé muy bien lo que les pasa… Supongo que es normal,
en realidad son dos desconocidos.
Eli cree que le pongo. Al padre de Alex, digo. No sé en qué
se basa para decir eso si no lo ha visto nunca. Es típico de Eli, algo
le viene a la cabeza y si se empeña en que es verdad, pues tiene que
serlo. No importa que hable de algo de lo que no tiene datos sufi-
cientes. Como lo de Víctor. Ella dice que es por lo que yo le cuento.
A veces empiezo a hablarle de algo y si, por casualidad, resulta que
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en lo que le cuento sale una conversación que tuve con Víctor, em-
pieza a preguntarme todos los detalles. Dónde miraba, como ponía
las manos, cuál era la entonación de sus frases. Cosas así. Cosas de
Eli.
Eli nunca se calla lo que piensa. Siempre lo dice. Yo no. Yo
no sé hacerlo. De hecho me suelo callar la mayoría de las cosas
que pienso. Es mejor decirlo que callártelo. Eli siempre me lo está
repitiendo. Que es mejor para mí, que deje las cosas claras. Por
ejemplo, en mi casa. Allí es donde más cosas me callo. En mi casa,
digo. Debería arrancarme y decirles que me tienen harta, que no
les soporto, que quiero vivir mi vida, que quiero marcharme. Todo
a mi alrededor va en la misma dirección: la lejanía. Los árboles, las
plantas, las hormigas, la montaña, las vacas, el río. Hablo con todos
y todos me dicen lo mismo. Que tengo que ir en la dirección que yo
quiera tomar, elegir mis sueños y luchar por ellos, hacer lo que yo
quiero hacer, no lo que tienen pensado para mí mis padres, eso no.
Me lo dice Eli. También me lo dice Alex. Él es menos persuasivo,
no intenta convencerme, solo me dice lo que piensa. Y piensa que
cada uno debe caminar por sí mismo, que los lazos que nos unen
son invisibles y los alimentamos nosotros mismos. Y, sin embargo,
quisiera tener al lado a su madre. Me lo ha dicho. Lo está pasando
mal. Lo está pasando realmente mal. Creo que se ha dado cuenta
de lo mucho que la echa de menos mucho después de que muriese.
Creo que lo ha ido asimilando poco a poco y que cada vez que se
acuerda de ella se le cae el mundo abajo. Yo quiero estar a su lado
para ayudarle a construir su mundo. Eso es lo que quiero.
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Va a Estallar
Como una boca hambrienta voy a ti, Voy a morder y a tornar carmesí
como una gata maullando en los tejados, la quintaesencia de tus pantalones,
no hay nada que pueda paliar este elixir, fuego y sudor dentro de mí,
mojo los sueños donde te has columpiado. cabalgaremos doblegando estaciones.
Va a estallar, Va a estallar,
es fuego es fuego
animal, animal,
excitar excitar
todo mi cuerpo va a estallar. todo mi cuerpo va a estallar.
Va a estallar,
es fuego
animal,
excitar
todo mi cuerpo va a estallar.
Tacón de aguja,
seda en la piel,
ojos que pueden morder,
reina del tanga,
inocente rubor,
labios de rojo pasión.
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4
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el viaje más largo que he hecho. Eli sigue durmiendo. Nunca había
podido contemplarla mientras dormía. Está tranquila, muy guapa,
llena de luz y, al mismo tiempo, distante, como en una pintura del
renacimiento, como en una fotografía amarillenta guardada en un
viejo libro descubierta años después. Eli. Han cambiado tantas co-
sas desde que apareció…
Voy avanzando poco a poco por un largo pasillo. A gatas. En
uno de mis sueños despiertos mientras el autobús avanza, digo. Lle-
vo puesto un tanga morado, de esos que son un fino hilo y un peque-
ño triángulo; también llevo uno de los sujetadores que me compró
Eli, el negro y rojo. Nada más. Gateo lentamente, arqueando la es-
palda en cada movimiento, con la boca ligeramente abierta. Felina.
A punto de saltar a por mi presa. Así lo hubiera descrito Eli, así lo
describo yo en mis adentros. Alex me observa apoyado en el quicio
de la puerta, está desnudo, completamente desnudo. Y excitado. Yo
también. Llegó hasta él, estoy hambrienta. Beso uno de sus pies des-
calzos, saco ligeramente la lengua y comienzo a subir por su pierna
izquierda. Me gusta el cosquilleo que me provoca su lanoso y tenue
vello. Sigo subiendo. La rodilla. El muslo. La ingle. Y me detengo
abriendo la boca todo lo que puedo. Deseo con todas mis fuerzas
que explote y moje todos los sueños en los que me buscaba como
un animal.
El autobús se detiene. Hemos llegado a alguna ciudad, tienen
que subir y bajar pasajeros. Gente que seguirá con sus vidas y que
ya nunca más se cruzarán con la mía. Personas que caminan con
problemas y miedos a sus espaldas, pero que siguen avanzando, no
se detienen. Como todos. Porque si nos detenemos nos vamos apa-
gando y ya solo nos queda esperar. Esperar al único de los miedos
verdaderos. El miedo que llama a tu puerta solo una vez, pero que
muestra su presencia en todos y cada uno de los días que vivimos.
El miedo al final. Eli acaba de despertarse. Preferiría que hubiese
seguido dormida. Todavía estoy muy excitada y seguro que me lo
nota. Siempre nota esas cosas. Sonríe. Ya lo sabe. Y pregunta. No
quiero contarle nada, pero termino contándoselo todo con pelos y
señales. Es muy insistente y es mejor darse por vencida. No hay más
opciones. Me escucha con los ojos muy abiertos, siempre sonriendo
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y, de vez en cuando, veo como su lengua parece querer mostrarse
entre sus dientes, como queriendo participar. Cuando termino de
narrar mis fantasías ella también está excitada. Eso me dice. El au-
tobús arranca de nuevo.
La caseta del tío del Perca, así es como llaman al sitio este. El
Perca es uno de los de la cuadrilla de Alex, creo que es uno con mu-
chos granos. Y la caseta es de un tío suyo, pero la usan como si fuera
la peña de todos. Esta guapa. La caseta, digo. Son casi las seis de la
mañana, llevo veinticuatro horas sin dormir, pero no tengo sueño.
Tan solo tengo ganas de estar con Alex. Y este es un buen lugar. Un
lugar perfecto. Un lugar sin la música a todo volumen, sin gente que
se acerca para hablarnos, sin ojos que nos miran. Un lugar donde
poder sentarnos cómodamente en un sofá, donde mirarnos, donde
hablar. Nos tumbamos y empezamos a enrollarnos.
Eli me ha hablado muchas veces de las cosas que hace con los
chicos. A veces me incomoda, pero ha sido como una enciclopedia
del sexo para mí. Como haber hecho un curso intensivo en la mejor
de las universidades. Del sexo, digo. Mi cuerpo lo conozco muy
bien, sé lo que me gusta y lo que no, lo sé desde hace tiempo, desde
muy pequeña. Del cuerpo de los demás no sabía nada. Fue Eli la
que empezó a hablarme de las cosas que les gustan a los chicos, de
lo que les da más placer. Pero al fin y al cabo eso es sólo teoría. Las
100
veces que he estado con Alex, hace un año en la pensión y hace un
rato en el baño, no me he acordado para nada de las cosas que me ha
contado Eli, simplemente he hecho lo que me apetecía. A lo mejor
es que tenía sus clases magistrales muy interiorizadas. No sé. Ni me
importa. Lo que sí que tengo que decir es que tiene toda la razón
cuando dice que no hay mayor placer que dar placer. Me siento
genial. Con una sensación que me hace volar. Es como si fuera ca-
paz de cualquier cosa. Muchas noches el miedo a este momento me
impedía dormir. El miedo a estar a solas con Alex de nuevo y saber
hacer lo que hay que hacer. Eli siempre decía que el sexo es la base
de toda relación. Y eso me daba pánico. Yo no sabía nada de sexo. Y
quería estar con Alex. Tenía que saber darle placer. Eli decía que no
me preocupase, que si no iba bien la cosa siempre podía intentarlo
más veces. Eso todavía me preocupaba más. Puede que no hubiese
más veces. Al menos no con Alex. Y yo quería estar con él, solo
con él. Eso Eli no lo entendía, siempre me decía que practicase con
otros antes de venir hasta aquí. Me sacaba de mis casillas cuando se
ponía así, cuando se empeñaba en que follase con cualquiera para
ir cogiendo práctica. No me entendía, no me entendía en absoluto.
Cuando me hablaba de eso yo simplemente me callaba y me que-
daba mirándola como quien mira al infinito. Quizá yo tampoco la
entendiese a ella.
Iker y Eli se han tumbado en el sofá que hay frente a nosotros.
Están fuera de sí. Nosotros también, pero no puedo evitar mirarlos.
Van mucho más rápido. De hecho Eli se acaba de quitar el sujeta-
dor y ha dejado sus tetas al aire, Iker le está bajando los pantalones
mientras chupa y muerde sus oscuros pezones puntiagudos. Alex
también está mirando. Yo empiezo a besarle y le quito la camiseta.
Parece incómodo, pero se deja hacer, ninguno de los dos apartamos
la mirada de Eli y de Iker. Bueno, en realidad yo solo miro a Eli,
creo que Alex también. Eli se pone de pie, ya solo lleva puestas unas
bragas rosas que dejan la mitad de sus nalgas al aire. Le da la espal-
da a Iker para que le toque el culo. Ahora está mirando hacia noso-
tros. Sonríe. Aparta las manos de su acompañante y da tres pasos
hacia delante. Ahora está con nosotros. Desnuda. Alex y yo hemos
101
parado por completo, tan solo la miramos. Ella se agacha, me quita
la camiseta y me besa en la boca. Muy despacio, introduciendo poco
a poco su lengua en mi boca. Yo me dejo hacer. Después se levanta
con la misma naturalidad, se da la vuelta, coge a Iker de la mano y
se meten en una de las habitaciones. Estamos solos.
Alex no dice nada, tan solo empieza a besarme con pasión en
la boca. Me quita el sujetador y comienza a lamer mis pezones. Dice
que le gustan más los míos. No me lo esperaba. Lo de que se pusiese
a comparar, digo. Pero me gusta. Me gusta y me excita. Le pregunto
por qué. Y me dice que le gusta más su color rosáceo y su tamaño y
que sean abultados. Los de Eli son todo botón, casi sin aureola, un
botón muy puntiagudo, casi como una lanza, de esos que siempre
señalan cuando va sin sujetador. Los míos no. Los míos, cuando
voy sin sujetador, se marcan enteros; una gran aureola del tamaño
de una castaña empujando la camiseta y provocando un efecto de
doble abultamiento. Como una doble teta. Tiene gracia. A Alex le
vuelven loco. Mis pezones, digo. Centra toda su atención en ellos
y eso me encanta. Con él he descubierto que mis pezones pueden
llevarme al más alto de los placeres, de hecho la primera vez que
me corrí en el baño fue por las yemas de sus dedos en mis pezones.
Me levanto y me quito el pantalón. Alex hace lo mismo. Estamos
muy excitados, a punto de explotar. Me da la vuelta y me pide que
pose para él. Yo me muero de vergüenza, pero lo hago. Entonces
me dice que soy la reina del tanga, lo mismo que Eli me dijo al oído
en el bar. Está claro que la oyó, o que ella se lo dijo cuando yo subí
a la habitación. No importa. Me estoy balanceando al ritmo de una
música que solo suena en mi cabeza, ahora soy capaz de cualquier
cosa, soy el centro del universo, la reina del tanga, la de los pezones
más sabrosos que jamás nadie ha probado. Y me quito poco a poco
la única prenda que me queda, como en uno de esos striptease de
película. Me pongo delante de Alex, le dejo que chupe una vez más
mis pezones, esta vez mientras me coge las tetas con ambas manos.
Lo aparto y me tumbo en el sofá, me abro de piernas, le cojo por la
nuca y lo acerco con seguridad a mi monte de Venus. Quiero que
me devore.
102
Cuando era pequeña siempre imaginaba que aparecería al-
guien en mi vida que me hiciese feliz. Tan solo eso. Que me hiciese
feliz, digo. Otras chicas piensan en un chico alto, guapo, deportista,
rico, simpático. Yo simplemente deseaba que me hiciese feliz. Y, en
realidad, era yo la que más pedía, la que más alto ponía el listón.
Porque la felicidad es lo más difícil de conseguir. La felicidad de
verdad, la plena. De hecho creo sinceramente que pocas personas
pueden presumir de disfrutarla. Es fácil descubrir la felicidad plena,
pero puede durar un instante, unos días, algunos meses. Lo com-
plicado es conseguir esa felicidad durante toda la vida. Encontrar
a alguien que fusile a quemarropa todos tus miedos y que, con solo
estar ahí, pueda hacerte feliz. Si consigues eso, has conseguido el
mejor de los bienes de este mundo. Eso creo.
Exploto sin remedio en un alarido que llena toda la estancia.
Arqueo mi espalda hasta casi partirme mientras me corro sin que
Alex deje de mover mi clítoris con la punta de su lengua. Sin tiempo
a recuperar la respiración la montaña rusa ha empezado de nuevo.
Le pido que se incorpore y le quito los calzoncillos. Antes de salir
del bar me he vuelto a pintar los labios, Eli siempre está atenta a
esas cosas y solo una mirada es suficiente para saber que debo ha-
cerlo. Así que cuando empiezo a chupársela un rastro de carmín
tiñe su miembro de rojo provocando un curioso efecto a medio ca-
mino entre la sangre y el fetichismo. Me gusta. Y sigo chupando
y mirando. Estoy empapada. Alex me tumba en el sofá y se pone
encima mío. Mi cabeza hace tiempo que no me pertenece, que vuela
a su antojo. Y, en ese mismo instante, noto como poco a poco se va
introduciendo dentro de mí. El placer me desboca y empujo con
fuerza hasta que no puedo más, noto la sangre que se escurre entre
mis piernas, grito, grito con fuerza, pero no siento dolor. Me corro
una vez más, dos, tres. Y sigo empujando. Miro a Alex a los ojos,
los tiene en blanco y esta vez es él el que grita. Intenta levantarse,
pero no le dejo, le clavo las uñas en la espalda y lo aprieto con fuer-
za hacia mi cuerpo. Quiero estar unida con a él para siempre. Esta
vez hemos explotado los dos juntos y ha sido indescriptible. Nos
quedamos completamente quietos. Tumbados. El cuerpo inerte de
103
Alex sobre mi diminuta figura. Nuestras respiraciones caminan de
la mano. Tengo los ojos cerrados y soy tremendamente feliz.
Todo ha cambiado. Acabo de hacer el amor por primera vez
en la vida. Acabo de tocar el cielo. Acabo de experimentar una fuer-
za sobrenatural que no sé muy bien de dónde ha salido ni hasta
donde me ha llevado. Entonces abro los ojos y veo a Eli a unos
metros nuestro, detrás del sofá. Observando y sonriendo.
Estoy mareada. Intento incorporarme, pero todo me da
vueltas. He bebido durante toda la noche, he fumado más que
nunca y mi cuerpo está derrotado. Miro a Alex y me besa.
Me pregunta si estoy con la regla y le digo que no al oído. Me
abraza con suavidad, noto sus sentimientos, los siento tan su-
yos como míos. Le beso con suavidad en los labios. Y entonces
lo dice. Dice que se nos ha ido la olla, que lo hemos hecho sin
condón. Mierda. Ni siquiera había pensado en eso. Mierda,
mierda, mierda. Rompo a llorar sin aspavientos, dejando que
las lágrimas broten por si solas. Eli ya no está, ha debido vol-
ver con Iker. Mejor así. Mucho mejor así.
Alex me besa las lágrimas conforme resbalan por mi me-
jilla, las absorbe y me dice que no me preocupe, que no va
a pasar nada. Que él lo va a solucionar, que el padre de un
amigo es farmacéutico y que le dará una pastilla y que ya está.
Después me abraza con fuerza y me dice al oído que también
ha sido su primera vez. Eso sí que me deja fuera de juego. No
me da tiempo a asimilarlo ya que Eli se acaba de sentar frente
a nosotros. No le importa que todavía estemos desnudos, no
le importa que estemos abrazados y hablando, no le importa
que queramos estar solos. No le importa absolutamente nada.
Comienza a decir que hay que marcharse, que es muy
tarde y que está agotada. Que necesita dormir. Yo también
estoy cansada, pero solo quiero estar con Alex. Me acaba de
suceder lo más importante de mi vida y no quiero que nadie
me lo interrumpa. Sin embargo, no le digo nada. Empiezo a
vestirme poco a poco. Alex se acaba de encender un cigarro y
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se lo fuma a mi lado, su brazo derecho pasa por encima de mis
hombros y me atrae hacia él sin hacer ningún tipo de fuerza.
Yo me acurruco en su pecho y cierro los ojos. Quisiera dormir
a su lado.
105
107
Caer de Pie
Despréndeme
de todas mis extremidades,
arráncame la luz,
mortifica mi lengua
y póstrame en un rincón
donde sólo huela a podre
pero no me quites,
no,
el pensamiento.
109
5
Una de las noches en las que nos quedábamos los tres hasta
que se nos hacía de día, Eli se puso a cantar un tango o algo así. La
letra decía que la prefiero compartida a perderla para siempre. Lo
cantaba mirándome fijamente a los ojos. La muy hijadeputa. Iba
pedo, o eso parecía, pero eso no es eximente del delito. Después se
sentó en mis rodillas y siguió cantando. No sé qué cojones cantaba,
pero entre frase y frase iba jugando con mi pelo y acercándose cada
vez más a mis labios. En la última frase me besó muy despacio, tan
solo posando sus labios en los míos. Y se levantó de repente, y dijo
que la cantaba un argentino, y que era feliz con nosotros. Los tres.
Eso dijo. Los tres. ¿Pero de qué mierdas estaba hablando? Eli se
acercó a mí y me besó. Yo estaba excitado y no sabía qué pensar. No
sabía si decirle a Selene que su amiga era gilipollas o proponerle un
trío en condiciones. No sabía.
Lo de los tríos siempre ha sido una de las fantasías sexuales de
todo pajillero en condiciones. Pajillero y no pajillero, que las fanta-
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sías sexuales duran toda la vida. Lo que pasa es que cuando tienes
pareja se suelen esconder. Eso dicen. Yo cuando tenga pareja le voy
a contar todo lo que pasa por mi cabeza, a ver si hay suerte y por la
suya pasa lo mismo.
Por mi cabeza pasan tantas cosas que a veces pienso que estoy
más zumacado que el copón. Y no me refiero solo a temas de follar
y esas cosas. Me refiero a todo de todo. Hace un tiempo vimos la
de Trainspotting en la Caseta del Tío del Perca. Qué película más
guapa. Joder. Nos moló un huevo. A mí a veces me gustaría hacer
como el pavo del bigote, al que se le cruza el cable en cualquier mo-
mento y se lía a hostias con cualquiera. A mí me pasa. No me lío a
hostias, pero lo pienso. Estaría guapo hacerlo. Te mira alguien mal
y coges y le revientas una botella en la cabeza. O alguien te insulta
porque tienes la moto mal aparcada y tú vas tranquilamente, colocas
bien la moto, te acercas al tío en cuestión le coges tranquilamente la
cabeza y se la chafas contra una farola. Cosas de esas. El Iker dice
que, para él, su hermano es el no va más, que sería capaz de hacer
cualquier cosa por su hermano, que si un día lo ve en una terraza
pegándole tiros a la gente, él se subiría y se pondría a pegar tiros sin
preguntarle el por qué lo hace, simplemente porque es su hermano y
si su hermano lo hace es que está bien. A mí eso me parece la gilipo-
llez más grande que he escuchado en mi vida. A mí la familia me la
suda. Pero le dije que si un día les veo a él y a su hermano pegando
tiros desde una terraza, yo también me subo con ellos y tampoco les
pregunto nada. Me pongo a disparar solo por ver cómo la gente cae
al suelo con las tripas fuera. A mí no me gusta la gente. Cada vez me
gusta menos. Pero cuando pienso estas cosas me doy miedo; me des-
cojono, pero también me acojono un poco. Porque de momento no
me ha dado por hacer estas idas de pelota, pero a lo mejor un día me
da el puntazo y a tomar por el culo. Si alguien escuchase mis pensa-
mientos de fijo que me metían en un manicomio o algo así. Menos
mal que Selene no escucha lo que pienso. Bueno, si estoy con ella
no pienso estas cosas, si estoy con ella solo pienso en ella. Y, de vez
en cuando, en decirle a su amiga que se vaya a follarse a cualquiera
y que nos deje a nosotros en paz.
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En la Tienda Tipo me pillé el disco homenaje a Rosendo, ese
en el que salen un montón de grupos de puta madre, un discazo.
El tío de la tienda era bastante enrollao y me recomendó algunos
discos. Al final cogí también la primera parte de La Ruta del Ché,
de los Boikot. Selene se pilló uno de unos que se llaman The Black
Crowes y La Danza de la Araña de los Buenas Noches. Mucho me-
jor la segunda elección que la primera. Eli no se compró nada, sólo
miró unas camisetas que no le convencieron y se sentó a esperarnos
en un rincón de la tienda poniendo cara de aburrida. Al final nos
fuimos al Tubo antes de lo que a mí me hubiera gustado.
En el Tubo recorrimos unos cuantos bares, pero pronto nos
dimos cuenta de que nuestra paupérrima economía no iba a dar
para mucho más. Así que, finalmente, entramos en un Eco-Dagesa,
pillamos unos litros de cerveza fría y nos fuimos a la Plaza de la
Magdalena. Se estaba haciendo de noche.
- Espero que no nos roben las maletas – a Selene no le había
gustado la idea de dejar su maleta en manos de un desconocido,
pero Eli había dicho que era lo mejor que podían hacer.
- Seguro que no – Eli estaba muy segura, confiaba en sus
armas de mujer más que en cualquier otra cosa del mundo - ¿qué te
pasa Alex? Estás muy callado.
No me apetecía hablar. Sencillamente eso. Estaba como au-
sente, como si todos estos minutos de espera no fueran conmigo.
El tiempo se me estaba escapando y deseaba coger a Selene de la
mano y salir corriendo. Huir de una absurda realidad que iba a se-
pararnos de nuevo. Una realidad que hablaba de compartir algo que
quería únicamente para mí. Selene se iba a marchar con Eli, iban
a poner quinientos kilómetros entre nosotros y yo me iba a que-
dar con las migajas, con el recuerdo de sus besos y poco más. Ellas
podrían seguir compartiéndolo todo mientras yo miraba desde la
distancia. Compartiendo algo que no entendía y que me confundía
constantemente. No sabía lo que pensaba Eli. No podía saberlo. La
observaba en silencio cuando bailaba y cantaba, cuando le hablaba
a Selene, cuando la besaba. Las veía a las dos y veía a dos amigas,
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pero también veía a una persona que quería robarme a Selene. Que
quería compartirla. Y Selene no parecía darse cuenta, o no recono-
cía mis pensamientos, o le gustaba poder tenernos a los dos y dis-
frutarnos a cada uno en su momento. Selene no sentía una atracción
sexual hacia Eli, eso seguro. Sé muy bien cuando su cuerpo está
ardiendo y cuando desea el cuerpo del otro. Lo sé muy bien. Pero sí
que existía una atracción de otro tipo que no sabría explicar. No era
solo amistad. Era como si Selene la necesitase, no sé muy bien para
qué, pero era como si la necesitase.
Eli entró en el bar a por las maletas. Dijo que era mejor que
entrase ella sola. Mejor así. Aproveché para emborracharme de Se-
lene. Besarla y abrazarla, pero sobre todo, para hablarle. Le dije que
siempre iba a estar allí. Que me llamase siempre que lo necesitase,
siempre que algo le preocupase, siempre que le sucediese cualquier
cosa. Le dije que era lo mejor que me había pasado en la vida. Que
sabía de sus miedos y los compartía. Que era capaz de conseguir
cualquier cosa. Que no hiciese caso de nadie, que solo creyese en sí
misma, y en lo que le dictase su corazón. Que lo que pensasen en su
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casa, fuese lo que fuese, no importaba, que nada podía destruirla y
mucho menos palabras. Que eran solo palabras y que siendo invisi-
ble se disfrutaba mejor de la vida. Que la quería, le dije que la que-
ría. Vamos, un montón de gilipolleces que nunca pensé que saldrían
de mi boca, un montón de frases hechas de las que me avergonzaba
nada más pronunciarlas. Una colección de palabras que solo servían
para dejar a las claras que estaba perdidamente enamorado. Cuan-
do terminé me dí cuenta de que estaba llorando. Selene me miraba
asustada. Y, justo cuando iba a decir algo, salió Eli del bar sonrien-
do y diciéndonos que pidiésemos un taxi cuanto antes.
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El Baile de la Libertad
Todos de pie ya no hay quien me destrone,
soy yo la lluvia que apaga sus mentiras,
nadie podrá cercarme el horizonte
ni detendrá el eco de mis tripas.
De rodillas me tiene
la voz que iracunda me advierte
que de cada pregunta que asfixio
renace indeleble
el susurro martillar
de las canas y los callos,
el bolsillo agujereado que huele
a tiempo malgastado.
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6
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miento de nadie, creo que ya lo he dejado claro. Ayer llamé a Alex.
Le conté todas estas cosas y algunas más. Los dos teníamos ganas
de hablar. Bien. Me dijo que me echaba de menos, que me echaba
mucho de menos. Yo también se lo dije, y le dije que hubiese querido
decírselo cuando nos despedimos. Él me dijo que también quiso de-
cirme muchas cosas, pero que no dijo nada porque no estaba cómo-
do. No sé por qué dijo esto. Quizá porque le hubiera gustado estar a
solas conmigo. Bueno, el caso es que ya estoy mejor, mucho mejor. Y
Alex también. Hoy iba a ver un concierto a Zaragoza: Reincidentes,
Boikot y Disidencia. Me gustaría estar con él.
Las voces de los que más quieres son las que más daño nos
hacen. Esto es así. No es algo que se sepa de antemano, es algo
que vamos aprendiendo con el tiempo. Todo debería ser mucho más
fácil. Decirnos solo las cosas que nos pueden ayudar. Aunque eso
es relativo. Uno puede estar equivocado, bueno, mejor dicho, uno
siempre suele equivocarse al decir lo que es mejor para el otro. Eso
es lo que deberíamos aprender, a tener la boca cerrada, a no decir
nada. Aunque entonces estaríamos muertos.
A veces sueño con muertos. Creo que es por culpa de Víctor
y sus historias, pero no se lo digo. Me gustan sus historias. Pero es-
tán llenas de muertos. Muertos que no conozco, pero que vienen a
visitarme por las noches y me dicen que han perdido sus vidas para
nada. Y es verdad. Ellos dieron sus vidas y nosotros no lo sabemos.
No lo sabemos porque tenemos bastante con encender la tele y ver
una serie, o una película, o el telediario. Y luego tenemos un plato
con comida en la mesa. Y si queremos hablar con alguien, le llama-
mos por teléfono. Y si queremos ir a un sitio, cogemos la moto y
vamos. Podemos hacer lo que queramos. Y no hacemos nada. Tan
solo perder el tiempo en estupideces que no nos llevan a ninguna
parte. Y la libertad sigue desnuda, perdida y sola en algún lugar de
la memoria, en algún viejo libro de historia. O quizá ni siquiera allí.
Quizá nunca haya existido. Quizá solo sea una mentira.
Alex me ha escrito de nuevo. Y me hablaba de esas cosas. De
las que acabo de decir, digo. De los muertos que no volverán y de la
rutina de unas vidas desperdiciadas y de la libertad traicionada. De-
bería hablar con su padre. Se llevarían bien. Muy bien. Pero Alex
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no quiere. Dice que nunca ha tenido padre y que ya es demasiado
tarde. Se equivoca. También se equivoca con lo de no tomarse en
serio lo de escribir. La mayoría de las cosas las tira a la basura. Las
que no tira me las manda a mí. Él no guarda nada. Lo guardo yo.
Algún día debería decírselo, decirle que se ponga a escribir hasta
que le sangren las entrañas. Que escriba de verdad, que sepa que si
no escribe se muere. Que lo sepa.
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va a terminar por hundirle. Sé que Alex no le llamará, sé que no
hará nada. Pero tiene que saber que van a ingresarle de nuevo y que
dice que ya no tiene fuerzas para seguir luchando. Que no merece
la pena porque nada ha tenido sentido. Dice haberse equivocado
durante toda su vida, y que todavía lo sigue haciendo. No quiero
tener que llamar un día a Alex para decirle que su padre ha muerto.
Quiero que venga a visitarle. Quiero que venga para poder estar
juntos de nuevo. Alex y yo.
Hoy he salido a la calle sabiendo que ya nada me da miedo. He
subido al monte a dar de comer a las ovejas y he bajado corriendo
por la otra ladera. Más de quince kilómetros hasta casa. He llegado
agotada, pero con una sensación tan satisfactoria que ni siquiera
he prestado atención a mi hermano cuando me decía que apestaba
a sudor. Él si que apesta, apesta a maldad enlatada. Eli me había
llamado por teléfono. Me ha dado el recado mi madre. Me he dado
una buena ducha, he ido a mi cuarto, he contemplado mi cuerpo
desnudo frente al espejo y me he puesto a leer Las edades de Lulú.
Me lo ha prestado Víctor. No tengo ganas de bajar a Ribadesella.
Tampoco me apetece llamar a nadie. Tan solo quiero estar encerra-
da en mi cuarto leyendo, desnuda sobre la cama. Echo el pestillo y
enciendo la luz del cabecero. Tengo todo el tiempo del mundo por
delante. Estaré buceando en los sueños de otros. Sueños húmedos.
Que nadie me moleste.
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Desnudando el Ayer
Tal vez
me sobra tu sombra al dar
un traspiés,
me estorban las normas
y al anochecer
tatúo demonios
de humo y después
ya ves
me quema el sabor de tus ojos
de miel
ardiendo en la espera
del verbo, al caer
destrono penurias y vuelvo a nacer.
Desnuda de nuevo en mi mente
la ninfa de la soledad,
ayer sonreía en la niebla
y hoy es un ave rapaz.
Detrás de la hojarasca,
delante el rocanrol,
asfixia mi garganta
el eco de tu voz.
Detrás de la hojarasca,
delante el rocanrol,
asfixia mi garganta
el eco de tu voz.
147
7
Desde que volvió a descubrir al hijo que no veía desde que era
un bebé, Víctor había entrado en una montaña rusa de pensamien-
tos y preocupaciones. Se sentía culpable. Culpable y solo. Todas las
noches encendía el fuego del comedor y se sentaba frente a la chi-
menea con la única intención de dejar escapar el tiempo mientras las
llamas bailaban. El pasado le atormentaba. Había sufrido mucho.
Corría el año 1974 cuando Víctor entró de lleno en todo un
movimiento de protesta estudiantil y lucha antifranquista. La Uni-
versidad fue la mejor puerta para experimentar una transformación
en la que Víctor descubrió que se podían hacer cosas para conseguir
un mundo mejor. No podía quedarse sin hacer nada, había que pa-
sar a la acción. Toda una generación recogió el testigo para ansiar
de nuevo la libertad robada, para enseñar los dientes y pelear por
lo que era de todos. El horizonte que se les abrió a estos jóvenes a
149
la llegada a la Universidad de Zaragoza era inabarcable. Ante ellos,
todo un abanico de alternativas, un foro de comunicación inimagi-
nable. Se convirtieron, unos más que otros, en auténticas esponjas
dispuestas a empaparse de todo lo que les rodeaba para luego, en
cada pueblo, en cada barrio, contarlo a otros jóvenes como ellos. En
esos años en Zaragoza, como en muchas otras ciudades, surgieron
un buen número de cine-forums creados por el empuje de jóvenes
universitarios; eran centros sociales donde la gente veía películas,
participaba en debates después de la emisión de éstas y, sobre todo,
hablaba con total libertad. Uno de esos cine-forums de Zaragoza se
llamaba Club Cine Mundo y Víctor estuvo implicado en su creación
y organización; ese fue el comienzo de todo. Las proyecciones solían
tener mayor carga política que las de otras asociaciones de similares
características. De hecho, en la práctica, era una forma de usar el
cine como instrumento de ataque al Régimen desde la legalidad y
mediante películas que habían conseguido pasar la censura; bien
porque ésta era más permisiva que antaño, bien por la sutileza mos-
trada a la hora de elegir los títulos a proyectar. Cuando el Club Cine
Mundo creció más de lo que habían pensado sus fundadores y el nú-
mero de socios llegó a alcanzar cifras importantes, decidieron poner
en marcha un nuevo sistema que permitiese propagar su actividad
antifranquista desde el cine y llegar al mayor número de lugares po-
sible de la geografía aragonesa. De modo que comenzaron a hacer
filiales del Club Cine Mundo por diversos pueblos aragoneses. Esta
tendencia difusora del Club Cine Mundo llevó a Víctor a crear uno
de los muchos satélites asociados que surgieron en los pueblos. Jun-
tó a varios jóvenes de su pueblo, consiguieron un local y puso en
marcha las mismas actividades que desarrollaban en Zaragoza. A lo
largo de este proceso fue cuando entró en contacto con la que sería
la madre de Alex. Y se enamoraron. La madre de Alex era cuatro
años menor que Víctor, venía de una familia bien posicionada que
no iba a ver con buenos ojos su relación con alguien al que conside-
raban un rojo melenudo que solo buscaba problemas, un revolve-
dor. Eso, y que la niña de la casa, con solo dieciséis años, no podía
perder la cabeza y hacer cualquier tontería que le arruinase la vida.
150
Víctor estaba orgulloso de su nuevo proyecto, satisfecho con
el apoyo que había recibido de la mayoría de la gente joven del pue-
blo y feliz cada vez que miraba a esa chica risueña a la que ya había
besado en un par de ocasiones y que siempre estaba dispuesta a
estar a su lado. A este nuevo club lo llamaron Los Revolvedores, el
nombre lo puso la madre de Alex, así era como les llamaban en su
casa, y a todos los miembros de la asamblea de socios les pareció
un nombre estupendo. El Cine-Club Los Revolvedores había naci-
do como un club en el que se hacían sesiones de cine siguiendo el
mismo esquema que en el resto de cine-forums que se extendían a
lo largo y ancho de la geografía estatal, pero en realidad era mucho
más que eso. Se trataba de un centro en el que un grupo de personas
con una implicación social y política bastante marcada comenzaba
a mover sus piezas a todos los niveles. Durante su corto período de
vida – con la llegada del primer ayuntamiento democrático dejaría
de existir debido a que muchos de sus miembros se implicaron ac-
tivamente en política – se realizaron numerosas actividades además
de un continuo análisis de la situación del momento que servía como
desahogo de ideas y formación de unos jóvenes que acabarían sien-
do el núcleo central de una incipiente y joven izquierda que preocu-
paba a los caciques y asustaba a todo el mundo. El ambiente rural
era denso y, estas nuevas ideas, chocaban de lleno con el carácter
inmovilista al que todos estaban acostumbrados.
Los cabezas visibles de este movimiento juvenil eran Víctor y
Paco el Trampas, además de la futura madre de Alex que, ya como
novia oficial de Víctor, se vio implicada en todas y cada una de las
acciones puestas en marcha por éstos y, como no, en todos y cada
uno de los problemas surgidos. El Trampas era algo más joven que
Víctor, pero habían sido amigos desde muy pequeños; ambos eran
de los pocos jóvenes del pueblo que habían podido ir a la Univer-
sidad y sus pensamientos e inquietudes iban de la mano. Todos los
demás jóvenes del pueblo los idolatraban, se creó una especie de
aura revolucionaria a su alrededor, un mito que iba creciendo y que
se multiplicó con la primera detención. Les cogieron en Zaragoza y
terminaron en la cárcel de Torrero. Cuando se produjo la detención,
151
ambos se encontraban cursando estudios universitarios, ambos
mantenían una estrecha relación con diferentes organizaciones de
izquierdas y acudían a todas las manifestaciones que se convocaban.
Ese día iban hacía la antigua Facultad de Medicina con un nume-
roso grupo de personas; iban a manifestarse y siempre había algún
policía vigilando. En un momento dado se acercó a hablar con ellos
uno de los cabecillas de la manifestación al que estaban siguiendo y,
justo cuando estaban hablando con él, pasó un coche de la policía
secreta que todos los manifestantes conocían a la perfección. No
hubo tiempo para reaccionar. Antes de llegar al final de la calle ya
estaban detenidos. Directamente los llevaron a comisaría en donde
los tuvieron retenidos tres días. La peor parte recayó sobre Víctor
debido a que estaba organizado en la clandestinidad y era miembro
activo del Movimiento Comunista (MC), por lo que recibió nume-
rosas palizas para sacarle información acerca de dicha organización.
En cambio, el Trampas, no militaba en ninguna organización, así
que sólo conoció la parte menos agria de las detenciones políticas;
un par de guantazos y empujones fueron el único recuerdo en forma
de represión física que se llevó de dicha experiencia. Víctor terminó
lleno de moratones y golpes por todo el cuerpo; le destrozaron, pero
no pudieron sacarle ni una palabra. Tras los tres días que estuvieron
en comisaría los llevaron a la Cárcel de Torrero en donde permane-
cieron encerrados durante otros cincuenta y seis días. Al cabo de
este tiempo salieron en libertad condicional bajo fianza, lo que les
permitía regresar a casa hasta que se celebrase el juicio. Una vez lle-
gado el juicio, al Trampas únicamente se le acusó de manifestación
y, en última instancia, le fue eximida la pena debido a que, cuando
fue detenido, contaba con diecisiete años y, por lo tanto, era menor
de edad (cumplió los dieciocho en prisión). En cambio, Víctor fue
acusado de manifestación y de pertenencia a organización ilegal;
por aquel entonces tenía veintiún años y fue condenado a un año de
prisión. No obstante, pudo atenerse a la revisión condicional de la
pena, que estaba disponible para aquellos cuyas penas eran de un
año o menores. Esto les permitía estar en su casa con la condición
de ir todos los días al Cuartel de la Guardia Civil; pero siempre con
el temor de que en cualquier momento les podían quitar ese privile-
152
gio. En agosto de 1975, cuando la situación nacional respecto a las
organizaciones terroristas pasaba por un momento especialmente
delicado, todos los que tenían ese privilegio, tuvieron que ingresar
en prisión. Así que Víctor volvió por segunda vez a la cárcel de
Torrero en donde estuvo encerrado hasta diciembre, cuando Juan
Carlos I, ejerciendo su papel de nuevo Jefe de Estado, dictaminó un
indulto que, aunque no fuese total como pedían los partidos políti-
cos y sindicatos, sacó de la cárcel a numerosos detenidos por causas
políticas. Entre ellos, se encontraba Víctor.
Esta traumática experiencia no hizo sino reforzar sus convic-
ciones políticas. Las suyas y las de su pareja. La madre de Alex ha-
bía sufrido la detención de Víctor y una represión activa por parte
de su familia. Ahora sabían lo que era la lucha política en primera
persona y ello, lejos de amilanarles, les insufló carácter y les dio los
ánimos suficientes para continuar participando de forma activa en
un cambio que tenía que llegar cuanto antes. Nada más obtener el
indulto, la madre de Alex se fue de casa y ambos empezaron a con-
vivir juntos y a compartir una lucha y unos sueños que rompían con
la familia, pero que abrazaban una causa común en la que creían
por encima de todo.
Siempre le estorbaron las normas y siempre sintió el peligro
como el más fiel de sus acompañantes. Ahora lo recordaba, después
de tantos años, y le costaba reconocerse en sus propios recuerdos.
Le costaba reconocerse a él, sin embargo, a la madre de Alex la veía
con nitidez, y también los sentimientos que entonces le surgían cada
vez que aparecía ante él. Conocía muy bien esa sensación. Y había
vuelto a experimentarla, aunque no quisiese reconocerlo.
Los pensamientos suelen jugarnos malas pasadas, pueden
llevarnos a terrenos farragosos que nunca deseamos pisar, saben
caminar de puntillas para abalanzarse sobre nosotros sin que nos
demos cuenta. Víctor fue cogiendo cariño a Selene poco a poco, en
un principio porque era la única persona que se acercaba a su casa a
visitarlo, después porque le escuchaba con la atención de sus cinco
sentidos y, más adelante, porque fue descubriendo una chica llena
de luz y de alegría, pero que permanecía oculta en un agujero de
153
miedos y temores. Y eso no lo podía permitir. Así fue como nació su
amistad. Luego los pensamientos iban cambiando las cartas y, cuan-
do se quiso dar cuenta, Víctor descubrió a una preciosa joven de los
mismos años que aquella niña risueña que se colgaba de su brazo y
le besaba sin temer a nada ni a nadie. Ese fue el detonante que hizo
que los recuerdos fuesen regresando poco a poco a su cabeza, una
cabeza confundida que nunca quiso dejar de ser joven.
La primera vez que se sintió atraído por Selene fue la prima-
vera pasada. Era un día con mucho calor y Selene fue a ayudarle
con la leña. Llevaba un pantalón vaquero muy corto y una camise-
ta recortada. Se pusieron a trabajar y no tardaron en comenzar a
sudar sin medida; el calor era asfixiante, un calor pegajoso que se
agarraba a la piel y no podías quitártelo de encima. Selene se quitó
la camiseta con naturalidad y siguió trabajando en sujetador. No
era algo raro, siempre lo hacía cuando trabajaba con su familia en
el campo, no había nada que esconder. Víctor no lo vio del mismo
modo. Por la noche se sintió sucio y culpable, no quería verse arras-
trado por esos pensamientos, pero no lo podía evitar. La imagen de
Selene empapada, su sujetador negro resaltando unas tetas firmes
que parecían reclamar su atención con cada movimiento. No podía
evitarlo. Tendría que acostumbrarse.
La relación entre ambos no cambió. Víctor se esforzaba para
que nada se notase. Era una cosa entre él y sus pensamientos. A
nadie más le concernía. Tampoco a Selene. Siempre surgían situa-
ciones en las que sus deseos rugían por dentro, pero nunca paso
nada, siempre supo hacer lo que debía hacer. No iba a cometer más
errores. Bastantes había cometido ya. Supo aprender a vivir con ese
deseo y a disfrutar en soledad de él. De preciosas imágenes con las
que edulcoraba la soledad de cada noche. De esperas minuciosas en
las que deseaba que el objeto de su deseo apareciese con su luz y
su cuerpo de cervatillo salvaje. Una de esas imágenes, quizá la que
más rescataba, era la de la absoluta desnudez de Selene bañándose
en la Pipa. Fue la casualidad quien la trajo. Él se agachó con sumo
cuidado tras unos arbustos y pudo ver toda la operación. Cómo se
quitaba la ropa, cómo dejaba al descubierto unos grandes pezones
154
coronando sus pechos pequeños y firmes, cómo se giraba mostrando
un culo perfecto de forma y color. Y después, cómo se introdujo en
el agua y permaneció durante el tiempo suficiente para que Víctor
bañase sus ojos de la lujuria más primitiva. Allí, sin moverse de su
escondite, sin emitir ningún ruido, se masturbó en silencio contem-
plando el espectáculo más maravilloso que había visto en su vida.
Después le compró una moto, quizá para sentirse menos cul-
pable. Y apareció Eli en la vida de Selene y pudo observar cómo
ésta iba transformándose. En algunas cosas para bien, en otras to-
davía confundida. Y siguió manteniendo largas conversaciones con
ella, alejando siempre sus pensamientos nocturnos. Después apare-
ció Alex y los vio besarse bajo el eucalipto, los vio desde la lejanía
con una humedad en los ojos que le llevaba de nuevo a otro tiempo.
Y siguió sabiéndolo todo de Selene, y del hijo que regresaba del
pasado. Todo llegaba de labios de Selene. Y los pensamientos se
diluyeron. Ya nunca regresaron en la noche solitaria. Ahora le ator-
mentaban otros pensamientos.
160
seguir hablando con ella. Cuando salió del baño, Selene le estaba
esperando para ayudarle a llegar hasta la cocina. Había encendido
el fuego y le había preparado una infusión. Después de tomársela le
ayudó a llegar hasta la cama y cogió una silla para sentarse a su lado.
Víctor no paraba de hablar de su hijo. Minutos después se había
quedado profundamente dormido.
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Esperaré
Tú arañas mis migrañas
de arcabuz,
de amargo cancerbero;
yo descoso mil cigarros
en tu adiós
de trago mañanero.
Esperaré sentado
balanceándome en el péndulo que cuelga
de tu imaginación,
buscando un hueco
repleto de canciones y caricias
que hablen de este viaje
viudo de reloj.
Caminaré descalzo
clavándome recuerdos en los dedos,
veneno al corazón;
pidiendo a gritos
que envuelvas en periódicos las prisas
y al infierno aquello
que no sea yo.
Enciendo
dentro de mí
la mecha
del arlequín,
mil cataratas
de tinta china y carmín.
Enciendo
dentro de mí
la mecha
del arlequín,
mil cataratas
de tinta china y carmín.
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es. Voy a inventarme ese jodido personaje. Lo llamaré Patxi. Algún
día escribiré sobre él. O igual no, igual estoy a otras cosas más im-
portantes. Como desgastar segundos al lado de Selene.
Me hice un petardo y me lo fumé del tirón asomado a la ven-
tana pensando una vez más en aquella despedida. Un canuto más
para volver a ese adiós. Uno más de tantos. Un adiós que fue una
bofetada, como un trago de coñac al punto de la mañana, como un
golpe seco en la boca del estómago. Y, sin embargo, sabía que todo
iba a ir bien. No importaba lo mucho que sufriese, no importaba.
Sabía que existía un horizonte, tan solo tenía que esperar. Además,
un par de caladas más y ya estoy volando. Volando por encima de
las nubes. Volando hasta donde estés tú. Volando para mirarte des-
de el cielo. Estoy como una puta cabra. Lo sé.
Desde ese mismo instante decidí que escucar sería nuestra pa-
labra secreta. Me gustaba su sonido. Escucar. Por eso, justo antes
de subir al autobús, le dije que la estaría escucando en todo mo-
mento. Selene me dijo que ya lo sabía. Y que se desnudaría para
mí. Cómo me enciende. Joder. Cómo me enciende cuando dice esas
cosas. Qué putada que me tuviese que marchar ya.
171
apartado el pasado. Ella respetaba que yo viajase cuando quisiese a
ver a mi padre. Mi Prima sí que quería saber.
- Entonces, ¿estuvo metido en la ETA o algo así? – sus ojos
estaban abiertos como platos.
- Joder, no te flipes y no mezcles las cosas. Luchaba contra
Franco y sí, tuvo varias reuniones con los de ETA y también con
otros, yo que sé. No le he preguntado tanto.
- Ya, pero es que es una pasada, tu padre con un pasamonta-
ñas y huyendo de la policía. Parece de película.
- Tú sí que pareces de película. Eres gilipollas. Paso de con-
tarte nada más.
Salí a tomar algo. Estaban todos en la Caseta del Tío del Per-
ca. Al Iker ya se le había pasado el mosqueo de lo de la hostia que le
metí. Estaban viendo el fútbol. Había empezado la jodida liga otra
vez.
- ¿Por qué no os dejáis de mierdas y ponemos una película?
- Y, ¿por qué no nos cuentas qué tal te ha ido el viaje?, ¿te has
follado a las dos o solo a Selene? – a Iker se le había pasado el mos-
queo, pero seguía en plan hijoputa, igual se había quedado pillado
de la idiota de Eli.
- No me he follado a Eli porque no me la pone dura, tiene las
tetas caídas y los pezones diminutos.
- Y una mierda, los tiene puntiagudos y duros como piedras.
- Sí, pero su diámetro es más o menos como el de los tuyos –
Iker se levantó la camiseta y se puso a mirarse los pezones. A veces
es un poco gilipollas.
- Pero si éste no sabe ni lo que es el diámetro – menos mal que
el Kiko se metió por en medio a quitarle hierro al asunto, si no, fijo
que acabamos a hostias de nuevo.
- Pues folla de la hostia, se te sube encima y no te deja ni res-
pirar, empieza a moverse no sé cómo y…
172
- Déjalo Iker, no nos interesa. Mira, el Madrid va perdiendo.
Jódete.
Al poco rato me marché a casa. No tenía ganas de nada. Cena-
ría y me iría a dormir. Cuando llegué, mi prima estaba en la cocina.
- He estado pensando en eso que me has contado, en lo de tu
padre – no tenía putas ganas de hablar de eso.
- Déjalo, de verdad, tengo hambre.
- Mi madre ha hecho una tortilla de patata, caliéntatela si
quieres. Yo ya he cenado.
- Vale.
- ¿Sabes? Igual tu padre ha huido de la justicia, igual es un
fugitivo, igual todavía lo están buscando.
- No. Y cállate de una jodida vez. Me voy al comedor a ver la
tele.
Estaban echando la serie esa de los periodistas. Mucho mejor
que escuchar la tabarra de mi prima. Me comí la tortilla y me quedé
viendo la serie un rato. Cuando me cansé le dije a mi prima que me
iba a dormir y me encerré en mi cuarto.
Saqué de la mochila un libro que me había traído de Calabrez.
Era un libro que se acababa de leer Selene, se lo había dejado mi
padre. Se llamaba Las Edades de Lulú. Selene me dijo que estaba muy
bien, que seguro que me gustaba. Me lo dijo con una de sus sonrisas
picantes. Seguro que me gustaba.
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Deja de Ser
El techo avanza hacia mi colcha
silencioso y vil
como una sombra incandescente
que atenaza la cordura que
quise tener
y que perdí en el mes de agosto.
Abrazando pesadillas
vuelvo a descarrilar
en la misma alcantarilla
donde el juego es herida
que empieza a sangrar,
donde los errores piden
otra oportunidad.
Deja de ser
el recuerdo que anida debajo de la piel.
Deja de ser
el cuchillo afilado que quiere morder.
Deja de ser
el recuerdo que anida debajo de la piel.
Deja de ser
el cuchillo afilado que quiere morder.
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- Ya ves Alex, esto es así…
- ¿El qué?, ¿el qué es así?, ¿de qué coño me estás hablando?
- El amor, la vida, los sentimientos – mi Tía se había sentado
a mi lado, me hablaba con dulzura. Realmente estaba preocupada –
todo lo que importa, Alex, al final todo lo que importa se acaba.
- Eso no es así. No – me levanté, estaba a punto de echarme a
llorar, no sé si de rabia o de otra cosa. No quería que me viese. Me
encerré en mi habitación.
186
iba a dejar que eso terminase muriéndose, no iba a permitir que lo
nuestro se convirtiese en un mero recuerdo para los dos. No. Selene
no era una herida que sangraba cada vez que la miraba. Selene era
mucho más. Tenía que serlo. Me levanté del banco y comencé a an-
dar. Me dirigía a mi casa. Lo tenía todo muy claro. Mañana empe-
zaría la revolución. El horizonte tampoco estaba tan lejos. Me sentía
bien, contento, no me importaba que fuesen las tantas de la mañana.
Yo era dueño de todo. Que se jodan los vecinos. LA ÚNICA LUZ
ES EL BRILLO DE SUS OJOS, SIENTO COMO SEDUCEN
Y MUEVEN MI SANGRE. Todo iba a cambiar a partir de maña-
na. No había vuelta atrás, había tomado una decisión. Y a cabezón
nadie me gana. DEJA QUE MUERA BUSCANDO GLORIA Y
SIGA AQUÍ DE PIE.
187
189
Insolenzia somos:
191
Manager: Daniel Ilundáin
Road-manager: Cristina Alba
Backliners: Joaquín Roche y Javier Benito
Logística y catering: Pilar Cueto
Prólogo: Patxi Irurzun
Management y Contratación:
Apdo. Correos 63
50630 Alagón (Zaragoza)
Tfnos. 626 799 035 – 976 61 60 16
Email. info@carcajadarecords.es
www.insolenzia.es
192
193
INSOLENZIA
Querríamos arrancar estos agradecimientos con la persona
que nos ha ayudado a subir un importante escalón y que ha conse-
guido hacernos sonar como siempre hemos deseado: Iker Piedrafi-
ta. Quien no solo ha sabido ser el productor que todo grupo querría
tener, sino que su forma de ser, su forma de tratar a las personas,
ha conseguido sacar lo mejor de nosotros mismos y nos ha hecho
crecer a todos los niveles. La tranquilidad que trasmites al músico y
la seguridad que consigues dar es el camino hacia una buena graba-
ción. Gracias amigo, gracias por creer en nuestras canciones, a tus
pies nos tienes.
A Alfredo Piedrafita (Barricada) por llevar hasta nuestro dis-
co, agarrado a un solo de guitarra que no podemos quitarnos de
la cabeza, el sonido de nuestros amados Barricada, el sonido del
Rocanrol. Gracias por hacernos cumplir un sueño, no imaginas lo
importante que es para nosotros tenerte en nuestro disco.
A Karlos y Eva de Dejavú Rock, no solo por hacernos unas fo-
tazas impresionantes, también por involucrarse en nuestro proyecto
y saber darle imagen. Vuestra visión es la que nos hace grandes. Por
otra parte, la complicidad adquirida y las risas en las maratonianas
sesiones, no tienen precio. Deseando compartir mil historias con
vosotros.
A Yasmina Ros, nuestra maquilladora oficial, por estar siem-
pre ahí y aparcar todo compromiso por nosotros. Ya eres del equipo
de Insolenzia, así que no tienes escapatoria.
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A Gema y Alfonso por darnos su visión desde el mundo del
teatro y asesorarnos con el complicado tema del vestuario.
A Luis Gómez Alegre, nuestro anterior batería y nuestro ami-
go de por vida. Por todos los buenos momentos vividos durante la
grabación y gran parte de la gira de “La boca del volcán”, por todos
los sentimientos compartidos, por las lágrimas sinceras a la hora de
la despedida. Gracias por todo. ¡Ah!, y también por prestarnos tu
caja para la grabación. Un abrazo, compañero.
A Tini por tener uno de esos gestos propios de un amigo con
mayúsculas y prestarle su batería a Chuan (y, por extensión, a Inso-
lenzia) para toda la gira de “Me quema el sabor de tus ojos”. Pobre
batería, la de kilómetros que se le vienen encima…
A todos aquellos que nos apadrinaron adelantándonos dine-
ro para poder sacar adelante este proyecto. Con los tiempos que
corren y comprando un disco-novela con meses de antelación… o
estáis locos o tenéis mucha fe en nosotros. Cualquiera de las dos
opciones nos gusta. Besos a miles, sin vosotros esto no hubiera sido
posible.
A esos músicos a los que hemos admirado durante tantos años
y de los que ahora podemos disfrutar de su amistad. Enrique Vi-
llarreal (Drogas), Kutxi Romero, Kolibrí Díaz, Alfredo Piedrafita,
Juankar Boikot, Isma Despistaos, Joaquín Carbonell, Txus Di Fe-
llatio, Kike Babas. Gracias por vuestros consejos.
Al equipo de Santo Grial, desde Enrique a Paz pasando por
todos y cada uno de sus componentes, por el excelente trato que
siempre nos brindáis; pero, especialmente, gracias a Mónica por es-
tar siempre pendiente de nosotros, siempre dispuesta a solucionar
problemas y siempre comprensiva y paciente con nuestras miles de
llamadas telefónicas.
A JuanMi y Jorge de Producciones Sin/Con Pasiones porque
todavía nos sentimos como en casa cada vez que vamos a vuestro es-
tudio, porque sois parte de nosotros y porque nunca ponéis ningún
196
problema para nada. Con vosotros se hizo la preproducción de este
disco, con vosotros nacieron estas canciones.
A Carcajada Records – ACR Producciones, aunque todos los
miembros de Insolenzia formamos parte de esta cooperativa musi-
cal que fundamos con la intención de defender una autogestión que
todavía no hemos abandonado, también hay otras personas cuyo
trabajo merece la pena resaltarse: Daniel Ilundáin (manager), Cris-
tina Alba (road-manager), Pilar Cueto (logística y catering), Joa-
quín Roche y Javier Benito (backliners). Gracias a todos.
A Mata (El Garaje Producciones) aunque nunca hemos tra-
bajado juntos al cien por cien, hemos vivido tantas cosas y hemos
recibido tantos golpes, que te sentimos tan cercano como si estu-
viésemos en tu garaje. Sigue creyendo en ti mismo, manager entre
managers, al final del camino solo quedan las personas que merecen
la pena.
A Pascual Ruiz, el más grande de nuestros seguidores inter-
nautas. Nunca podremos agradecerte lo suficiente que, cuando nos
vimos duramente atacados y mezclados en temas políticos, tú fueras
el único que supo defendernos con pruebas y con razonamientos.
Gracias por esa carta y esa campaña de apoyo a Insolenzia, gracias
por querernos tanto. Y por inventarte y popularizar nuestro grito
de guerra: ¡¡¡Arriba la Insolenzia!!!
A todos los medios de comunicación que nos habéis apoyado
y habéis hecho que nuestra música llegue a más gente: HeavyRock,
Rock Estatal, Los+Mejores, Kerrang, MetalHammer, Popular1,
www.manerasdevivir.com, www.mariskalrock.com, www.garrido-
rock.com, www.rockcultura.com, www.rockcircus.com, www.roc-
kinspain.es, www.aragonmusical.com, La Fauna de Radio Enlace,
RockNación, Carne Cruda, Comunidad Sonora, Golpe de Voz, El
Duende del Parque y El Duende en la Keli, Senderos del Rock,
Con Fuerza Heavy, Borradores, El Libre Pensador, El Periódico de
Aragón, Diario de Teruel, Heraldo de Aragón, La Voz de Asturias,
La Nueva España, Mondo Sonoro, Radio Alagón, Radio Zaragoza,
Radio Enlace, Radio Vallecas, Aragón Televisión.
197
Y todos esos periodistas que han creído en nosotros y nos
han dado el apoyo que siempre necesitamos: Juan Destroyer, Juan
Palacios, Mariano Muniesa, Jon Marín, Félix el Duende, Che-
ma Granados, Matías Uribe, Joaquín Carbonell, Patricia Álvarez
Casal, Francisco J. Millán, Miguel Mena, José Antonio Armero,
Leonardo Cebrián, Marco Vara, Sergio Falces, Joan Singla, Al-
berto Guardiola, Aixa Alonso Gallo, Fernando S. Pérez, Mertxe
V. Valero, David Morales, B. Morán, Marta M. Crisol, y muchos
otros que seguro nos dejamos, pero a los que agradecemos su ayuda
(esperamos nos perdonéis).
Nos quedan muchos kilómetros, esperamos encontraros a lo
largo del camino.
Besos mil de la Insolenzia.
´
FÉLIX RUIZ SANGRÓS
Y se pasó otro año más… otro año más viejos… creía que iba
a ser imposible superar la locura del año anterior con la grabación
y la gira de “La boca del Volcán”, pero me equivocaba… creo que
estos meses, desde que finalizamos la anterior gira y nos encerramos
en el local para componer los temas nuevos, han sido mentalmente
los más duros que hemos soportado. A veces parecía una carrera
contra reloj porque, como al contrario que otros grupos, teníamos
la fecha para entrar a grabar en rojo marcada en el calendario y nos
quedaban varios temas por empezar… Así que no nos quedó otra
que echarle cojones al asunto y, entre todos, al final lo conseguimos.
Así que lo primero agradeceré este disco a sus protagonistas:
199
Dani, porque todo comenzó medio en broma medio en serio…
ya hace 11 años que nos pillamos aquella borrachera en “El Mesón”
y te di (maldita la hora…) la genial idea de montar un grupo… con
los años me he dado cuenta de que yo aquel día me puse peor por
abrir la boca, pero que las borracheras te sientan peor a ti… porque
no he conocido nunca a nadie que le dure la resaca 11 años dando
por el culo, llevándose todo lo que se le ponga por delante y con la
fuerza de un ciclón para lograr un sueño… Ese sueño es hoy “IN-
SOLENZIA” Olé tus huevos!!!
Isabel, porque llegaste para hacer unos coros y ya nunca te
soltamos, porque te creías un grano de arena y resultaste ser una
montaña, porque abriste tus alas y nos arrastraste en tu vuelo…
porque como en el cuento, el patito feo resulto ser un CISNE!!!
Benito, porque eres un colgao, cuantos años, cuantos Km, y
te seguiría ostiando con las mismas ganas del primer día… por es-
tar siempre al pie del cañón; estamos hasta los huevos de esperarte
siempre porque te estés secando el pelo… pero qué coño, ¡¡te que-
remos!!!… Porque no hay mejor bajista que tú, sobre todo cuando
te acuerdas de enchufar el ampli… jajaja, por unir a este grupo con
una sonrisa siempre en la boca y una litrona de “Ambar” siempre en
la mano…
Miguel, porque quién nos iba a decir que íbamos a encontrar
en Cabañas justo al lado de casa, la pieza que nos faltaba… llegaste
con toda la presión del mundo y te la quitaste casi sin inmutarte.
Cada día me dejas más flipado y cada día ¡ERES MÁS GRANDE!
Chuan, si el Benito es un colgao tú eres su jodido maestro…
una depresión nos entro cuando Luis nos dijo que lo dejaba… im-
posible veía poder sustituirle con garantías, ahora veo que nunca
hemos tenido tanta suerte como con tu llegada… agarraste las ba-
quetas de la Insolenzia con todas tus fuerzas (así les va… un par por
ensayo a la mierda…) y lo demuestras en cada bolo como si fuese tu
vida en ello… me arrodillo ante ti compañero!!!
Iker, sin palabras me dejaste en el estudio, nunca había visto a
nadie con esa capacidad para crear y hacer que todo suene bien a la
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primera…eres un mago y gracias a los cielos nos tocaste con tu ba-
rita. Después de verte me río yo de muchos de los que se denominan
“músicos”. Gracias a ti, sonamos como nunca.
Y dejando a estos cabrones a un lado:
Cris, por estar en cada momento a mi lado con una sonrisa
(hasta cuando duermes), porque es muy duro salir del curro y mon-
tarte en una furgoneta fin de semana si, fin de semana también, de
una ciudad a otra y más sin alguien que te apoye en lo que haces, tú
no solo me apoyaste desde el primer día, sino que quisiste ser parte
de ello y te colaste en un hueco de la furgo… Cada día estoy más
seguro que no podría hacerlo sin ti. ¡¡¡Gracias Rubia!!!
Joaquín Roche, por las palizas que te metes por echarnos una
mano, porque para nosotros eres uno más de Insolenzia, pasan los
años y siempre estás ahí. Gracias amigo.
A Pascual y Conchita y Pascu y Conxi,(mi familia, tan origi-
nales para poner nombres…); en especial a mi padre, porque eres
nuestro más fiel seguidor en la web y nuestro defensor mas acé-
rrimo cuando nos han atacado. Algún día me tienes que enseñar a
escribir esas jodidas cartas… Gracias!
A toda la peña “El Tocino da Monte (Alagón)” porque sois
cojonudos y porque siempre que podéis os hacéis unos Kilómetros
para vernos… Jabato, Jorge, Clara, Alicia, Marta, Omaira, David,
César, Ale, Toño, Omar, Noe, Alberto…
A los francesitos y mis cuñaitos, por ser así… Jonathan y Bea,
Naza e Iván.
A Luis Alegre “Cartucheras” por todos los momentos de rock
& roll que nos enseñaste, porque eres la enciclopedia del rock!!!
Porque te fuiste, pero siempre serás un insolente más.
A todos los compañeros del curro, porque sin su paciencia
para cambiar turnos seria imposible formar parte de esto. En espe-
cial a Frutos que le jodí su semana de descanso para poder grabar
este disco.
201
A todos esos padrinos que nos apoyan incluso antes de que
salga el disco sin saber el contenido del mismo… (algún año os co-
lamos 10 o 12 coplas…).
Y por último quiero agradecer todos sus esfuerzos a todos
aquellos que nos han intentando derribar, gracias de corazón por-
que, con vuestras piedras en el camino, vuestros ataques y vuestras
mentiras, habéis conseguido que nos levantemos más fuertes. “Lo
que no te mata te hace más fuerte”.
¡¡¡Arriba la Insolenzia!!!
Y dejo para el final a los más importantes, a los que son parte
de mi vida, a los que confiaron en esa vocecilla que se asomaba ver-
gonzosa hace ya algunos años.
Félix, miembro fundador, compañero, gracias por confiar en
mí. Son muchos años ya… y los que nos quedan. Gracias por seguir
al pie del cañón.
Benito, gracias por todo, por poner siempre el hombro para…
que pueda atizarte, por las maratones de cine y las pizzas pero, so-
bre todo, gracias a tus bajos (¿cuántos van?), tu buen hacer con
ellos (¡vacilón!) y tus melenas al viento.
Dani. Qué puedo decirte. Que eres un tozudo y te admiro por
eso, que no paras hasta que consigues lo que quieres; y menos mal,
qué sería de mí. Muchas gracias por no perder tu tozudez ni tu pa-
ciencia conmigo. ¿Sabes que ya no quepo en el agujero? Por si no
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te habías enterado. Gracias por proporcionarme las herramientas
para taparlo. Lo que falta... te lo digo luego… que se me escapa la
lagrimilla.
Miguel. ¡Qué bueno que viniste! Y sigues tan tranquilo, supe-
rando retos como si nada y metido hasta las cejas en este proyecto,
gracias por aceptar y por entrar en esta familia.
Chuan. Naciste, no con un pan bajo el brazo, sino con unas
baquetas en las manos. Sigue manteniendo esa energía y llenan-
do de serrín tu alrededor. Gracias también porque a algunos nos
rejuveneces unos cuantos años, da gusto escuchar esas carcajadas,
gracias por recuperarlas.
Ilundáin. Gracias por tirar de este pesado carro que, además
de seis personas con instrumentos, amplificadores, quejas… lleva
mil y un papeleos, no sé cuántas actualizaciones de las redes socia-
les, un goteo constante de llamadas telefónicas, mil ochenta gestio-
nes, una lista casi interminable de salas y otros mil pitos y flautas.
¿Cómo agradecerte todo esto?
´
MIGUEL LÚCIA JIMÉNEZ
A ti. Sí, sí, a ti que estás leyendo esto, ya sea en el Puerto,
en Cabañas, en Igea, en Allepuz, en un oscuro zulo de Zaragoza,
en Grañón... o en cualquier otro lugar oscuro y brillante. A ti que
en algún momento me has regalado una sonrisa y una palmada de
ánimo en la espalda... y si no me la regalaste, mejor, ya me cobraré
el favor cuando me salga de la polla... sé dónde vives...
1. Personaje igeano cuyo mayor logro fue arrollar al Pertur con el objetivo de que
le cortasen el pelo en Urgencias.
2. Diseñador loco venido de las Américas, especializado en jilgueros zapatilleros
y en hacer caso a las idas de pelota de su primo.
3. Aficionado a la Ambar y a las noches de juerga. Fue el único alagonero al que
pude engañar para lo de los 20 euros. Todavía piensa que los ha perdido.
4. Única persona en el mundo capaz de romper una taza del váter con solo apo-
yarse en ella. Nosotros pensamos que había perdido una lentilla, él quiso disimu-
lar el enorme agujero con un poco de papel.
5. Compañero de aventuras de pegada garajera, se marchó como se marcha un
amigo.
6. Productor de nuestros sueños, capaz de hacer crecer nuestras canciones y ha-
cernos sentir que somos músicos.
7. Anfitriona donostiarra de la Insolenzia. Pudo hacernos reventar a base de lomo
con pimientos y después se nos llevó a quemar la noche de Donosti.
8. Mítica sala zaragozana donde arrancamos la gira “La boca del volcán”. La-
mentablemente, una absurda legislación impide que a día de hoy pueda continuar
haciendo conciertos.
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9. Peña de Alagón que nos apoya de forma incondicional haciendo kilómetros,
elaborando pancartas y dándonos calor… y de beber.
10. Localidad riojana de donde proceden muchos de los padrinos de Insolenzia,
algunos de ellos ciudadanos ilustres de la Villa.
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CHUAN PABLO SANCHO
Quiero dar las gracias a toda mi familia, en especial a mis tíos,
Gema y Alfonso, y a mis padres, Esperanza y Fernando; quienes
han arrimado el hombro conmigo en este proyecto en todo momen-
to, compartiendo ilusiones y descarrilamientos. También quiero dar
las gracias a todos mis amigos (no voy aponer nombres porque son
muchos), que me han aguantado dándoles la brasa día tras día, en-
sayo tras ensayo, y han estado siempre ahí, dándome un empujón
cuando ha sido necesario. Y, sobre todo, a todos los miembros del
grupo: Dani, Isabel, Félix, Benito y Miguel; quienes me acogieron
como una gran familia desde el primer momento haciendo posible
que siga caminando hacia los sueños, entre acordes, risas y rock and
roll.
Por último, quiero dar las gracias a todas aquellas personas
que nos han escuchado y se han divertido o emocionado con nues-
tra música, pues verdaderamente eso es lo que da sentido a lo que
estamos haciendo.
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Todas estas personas nos ayudaron económicamente
comprándonos el presente trabajo con varios meses
de antelación.
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- Silvia Sancet Marín, Zaragoza
- Raúl Frutos, Zaragoza
- Omayra Encinas Benito, Alagón (Zaragoza)
- Conchita Bernal, Alagón (Zaragoza)
- Jose Mari Izquierdo, Alagón (Zaragoza)
- Christian, Igea (La Rioja)
- Mariano Gistas (Lírica Vendetta), Alagón (Zaragoza)
- Yasmina Ros Cueto, Gurrea de Gállego (Huesca)
- Joaquín Carbonell, Zaragoza
- Alejandra Ramos Fernández, Alagón (Zaragoza)
- Joaquín Roche Calvete “Rotxe”, Alagón (Zaragoza)
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Prólogo 11
A Pleno Pulmón 17
Besos de Antifaz 41
Barro Consentido 65
Va a Estallar 85
Caer de Pie 105
El Baile de la Libertad 125
Desnundando el Ayer 143
Esperaré 161
Deja de Ser 173
Datos técnicos 187
Agradecimientos 191
Los Padrinos de la Insolenzia 207
Álbum de fotos 215