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HIPOACUSIAS INFANTILES:
Variaciones en la percepción de los parámetros acústicos del habla en los diferentes tipos
de pérdida auditiva y su incidencia en la infancia.
Introducción
Con el transcurso de los años, se ha generado una idea acerca de la audición de los niños que
admite sólo dos posibilidades: audición normal y no audición, a pesar de que las
clasificaciones tradicionales de los problemas de audición y aún las más antiguas, introducen
ya una gran cantidad de variables posibles (Furmanski, 1993).
De esta manera se llega a extremos tales como pretender que un niño sordo se comporte como
un niño oyente o bien que un niño con un problema de audición no tan grave se comporte
como un niño sordo.
Es preciso comprender que las patologías de la audición en los niños son de diferentes tipos,
de diferentes grados, aparecen en momentos diferentes en el desarrollo del niño, provocan
diferentes consecuencias y producen distintos impactos en las familias donde el problema
aparece.
Además de existir niños oyentes y niños sordos, entre estos dos extremos existe un sinfín de
variables posibles que deben ser tenidas en cuenta en función de que el trabajo terapéutico que
se implemente sea el que cada niño en particular necesita.
El efecto que puede tener un problema de audición en la infancia depende de una enorme
cantidad de factores que exceden el problema específicamente auditivo.
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Pero difícilmente podamos ayudar de la manera adecuada a un niño con una deficiencia
auditiva si no estamos, en principio, al tanto de las diversas formas en las que una patología de
la audición puede presentarse.
Podemos encontrar niños con hipoacusias uni o bilaterales; niños con patología conductiva,
sensorineural, o con alteraciones en el procesamiento auditivo central; niños con hipoacusias
prelinguales, perilinguales, poslinguales; niños con pérdidas auditivas estables, fluctuantes o
progresivas; niños con hipoacusias leves, moderadas, severas, profundas; niños con curvas de
audición planas, en pendiente suave, en pendiente abrupta (ski-slope), en reversa o con
audiogramas “corner”; niños con hipoacusias de corto plazo o de largo plazo.
Una vez que consideramos que las posibilidades no son solo escuchar o no escuchar, se nos
presenta otro problema: definir que los trastornos auditivos en los niños no son siempre
severos y profundos.
Casi siempre que escuchamos hablar acerca del tratamiento en niños con patología auditiva,
pensamos automáticamente en hipoacusias severas y profundas. Como consecuencia de esto,
inmediatamente asociamos el abordaje al equipamiento permanente y a tratamientos de
muchos años de duración.
Desde ya que el efecto que una pérdida auditiva de gran magnitud puede tener en el desarrollo
del lenguaje y la comunicación, es significativamente mayor que la influencia que puede
ejercer una pérdida auditiva unilateral, una hipoacusia leve o una pérdida conductiva
fluctuante por citar algunos ejemplos. Pero no por ser menores los efectos, debemos dejar de
lado su atención (Furmanski, 1995a).
Existe menos de la mitad de niños con hipoacusias severas hoy en día que hace una o dos
décadas atrás. Por el contrario, hay actualmente más de diez veces el número total de niños
con problemas leves de audición (Upfold, 1988).
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Un adulto no necesita percibir toda la información acústica para extraer los conceptos que se
transmiten. Una vez que una persona ha adquirido el lenguaje, conoce perfectamente todos sus
elementos, puede valerse del contexto para la comprensión y puede utilizar estrategias
compensatorias para minimizar sus dificultades. El mensaje puede estar distorsionado o
interrumpido y de todos modos un adulto logra la comprensión del mismo sin mayores
inconvenientes.
Pero un niño está aprendiendo a extraer información, está aprendiendo a decodificar y a
interpretar lo que oye de modo de desarrollar todas las habilidades que un adulto ha
conseguido.
Se considera entonces que la barrera de los 25 dB podría establecerse en 15 dB para los niños.
La razón por la cual una pérdida de 15 dB puede dar como consecuencia una dificultad para el
lenguaje, radica en la naturaleza de los sonidos del habla. La mayor parte de la energía es
llevada por las vocales y las consonantes sonoras. Las consonantes sordas tienen muy poca
energía y, según el contexto, a veces se ubican por debajo de los niveles de intensidad
conversacional. De esta manera, hay pistas acústicas difíciles de utilizar incluso con una
mínima disminución en la audición (Northern y Downs, 1991).
Los adultos podemos compensar la información no disponible con nuestra comprensión del
contexto. Pero un niño que está en pleno desarrollo del lenguaje necesita escuchar
perfectamente todos los sonidos del habla.
Un niño con una pérdida leve de audición puede presentar todas o al menos alguna de las
siguientes dificultades (Skinner, 1978):
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Una pérdida auditiva discapacitante en un niño, es cualquier grado de audición que reduce la
inteligibilidad de los mensajes a un modo inadecuado o insuficiente para la interpretación o el
aprendizaje.
Semejante definición implica que no es posible establecer una medida a partir de la cual se
considere algo como discapacitante para las habilidades de aprendizaje del niño. Hay muchos
factores que intervienen en el proceso de aprendizaje de los niños: la cantidad y calidad de
estimulación que reciben en el hogar, el grado de inteligencia, la edad de instalación de la
pérdida auditiva, la personalidad del niño, las condiciones de salud, etc..
Estas variables hacen que 10 dB de pérdida sean discapacitantes para un niño mientras que 25
dB de pérdida pueden no ser discapacitantes para otros. (Northern & Downs, 1991).
Los niños con deficiencias auditivas, aún mínimas, presentarán dificultades que tendrán
consecuencias directas en la adquisición del lenguaje y en el rendimiento escolar.
Clasificaciones
La audición no se desarrolla por una vía aislada, sino que existe una sincronía en el desarrollo
de un niño. Esto implica que las diferentes áreas se relacionan e influencian mutuamente. La
alteración o el desfasaje en el desarrollo de una de ellas tendrá consecuencias directas sobre
las otras (Boothroyd, 1988).
La reducción en la sensibilidad auditiva no causa un mismo problema en todos los niños. Los
efectos dependen del grado de pérdida auditiva, del tipo de pérdida, de la configuración de la
pérdida, de la estabilidad, de la edad de instalación, del tiempo transcurrido hasta el momento
del diagnóstico y el inicio de la terapéutica.
Los efectos que la hipoacusia produzca inicialmente también serán diferentes en función de la
inteligencia, la personalidad, la estimulación, los niveles socioeconómico y cultural, etc.
Hipoacusia y Sordera
Hace algunos años, los 90 dB marcaban el límite entre hipoacusia y sordera, considerando que
a partir de los 90 dB no había posibilidad alguna de escuchar los sonidos del habla. Sin
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Unilateral/ bilateral
En relación con la uni o bilateralidad de la pérdida, las diferencias son muy grandes dado que
un niño con una pérdida auditiva unilateral, aún con anacusia unilateral pierde alrededor de un
10% de audición global. Dada esta situación, los efectos de las hipoacusias unilaterales son
poco conocidos y habitualmente subestimados.
Lamentablemente, los niños con hipoacusias unilaterales han sido categorizados por su
audición en el oído normal y no se ha considerado su deficiencia auditiva (Maxon & Brackett,
1992) ya que el niño no presenta problemas serios para comunicarse. Muchas veces se llega al
diagnóstico recién en edad escolar. En ocasiones, se descubre el problema casi por casualidad;
por ejemplo, alguien se da cuenta de que el niño utiliza siempre el mismo oído para hablar por
teléfono.
La influencia de una pérdida auditiva unilateral es muy sutil dado que resulta solamente de las
desventajas que se presentan por la falta o la reducción de la interacción binaural.
Los efectos de una hipoacusia unilateral, entonces, pueden deducirse de las tareas que
involucran la interacción binaural, como la sumación binaural, la localización, el efecto
sombra de la cabeza, y la liberación binaural del enmascaramiento (Bamford & Saunders,
1991).
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Dependiendo del grado de la hipoacusia y las características acústicas del ambiente (grado de
reverberación, posición del niño en relación a la fuente sonora, etc.), el niño tendrá un efecto
de sumación menor al normal, pobre habilidad para la localización, sensibilidad a los efectos
de pantalla de la cabeza y un efecto "squelch" (supresión) reducido para señales que deben ser
escuchadas con ruido de fondo. Por lo tanto, tendrán serias dificultades en ambientes ruidosos
y reverberantes.
En relación a la ubicación del daño dentro del mecanismo de la audición, es conocido por
todos que una pérdida auditiva sensorineural afectará el desarrollo del lenguaje y el
aprendizaje en un niño. Pero menos conocidos son los efectos que puede tener una hipoacusia
conductiva.
Desde ya que un niño con algún episodio aislado de patología conductiva en la infancia no
debería presentar ninguna alteración en el lenguaje, pero los niños con problemas recurrentes
o crónicos de oído medio, tienen probabilidad de presentar problemas o retrasos en el
desarrollo del lenguaje, en el desarrollo cognitivo y por lo tanto en el aprendizaje escolar
(Maxon & Brackett, 1992; Klein, 1992; Menyuk, 1986).
La otitis media es una de las enfermedades más comunes en la infancia, con su pico de
máxima incidencia en los años en los que la audición resulta crítica para el desarrollo del
lenguaje (Klein, 1986).
El mayor problema de un niño con hipoacusia conductiva frente a las señales del habla es que
los sonidos débiles en intensidad no pueden ser percibidos. Por lo tanto, el efecto de la
distancia es muy marcado para un niño con este tipo de patología.
Los factores más importantes a considerar para suponer que el problema auditivo pueda
afectar la adquisición del lenguaje y la comunicación parecen ser el inicio del problema
recurrente durante los primeros meses de edad y la duración de los episodios de pérdida
auditiva durante los 2 primeros años de vida (Northern & Downs, 1991).
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Los niños con alteraciones en el procesamiento central auditivo constituyen aún un grupo de
difícil diagnóstico. a causa de las diferencias en las terminologías utilizadas por las diferentes
líneas teóricas y la falta de pruebas específicas para su evaluación en nuestro medio.
Es difícil deslindar los procesos auditivos centrales de los procesos atencionales y lingüísticos.
Esto dificulta la evaluación y el diagnóstico dado que aún la tarea auditiva más simple es
influenciada por factores tales como la atención, la motivación, el aprendizaje y la memoria.
La información contextual de niveles superiores influencia el análisis perceptual (ASHA,
1996).
A veces observamos niños con pérdidas auditivas periféricas que muestran más dificultades en
la discriminación que lo que sus umbrales auditivos harían suponer. Pero no queda clara la
situación en estos niños dado que podría ser que no estén percibiendo correctamente lo que
oyen o bien que estén fallando en la comprensión de lo que perciben (Sloan, 1991).
Lo cierto es que existen niños con alteraciones en el procesamiento auditivo central sin
pérdida en la sensibilidad auditiva y otras veces las dificultades centrales se suman a las
periféricas.
Como ejemplos, para un niño con hipoacusia poslingual de corto plazo, si su pérdida auditiva
puede ser compensada con equipamiento o, en el caso que sea necesario con un implante
coclear, no solo no perderá las habilidades desarrolladas sino que deberá realizar un proceso
de acomodación entre la información sonora que recibe a través de su dispositivo y aquello
que tiene registrado en su memoria, y adaptarse al uso del mismo para continuar con la misma
modalidad de comunicación establecida antes de la instalación de la hipoacusia. En cambio,
un niño con hipoacusia prelingual de largo plazo, debe organizar sus engramas auditivos con
la información parcial que le provea el dispositivo que utilice. Necesitará mayor tiempo de
tratamiento para aprender a utilizar efectivamente el canal auditivo. Si en cambio se trata de
un niño con una hipoacusia poslingual, pero han pasado muchos años desde la aparición de la
misma, si se trata de una pérdida muy importante, el niño habrá establecido con los años otra
modalidad de comunicación y habrá perdido la realimentación auditiva para el habla; de
manera tal que restablecer la comunicación utilizando nuevamente la audición para la
decodificación del lenguaje y para el propio feedback será una tarea que requerirá bastante
esfuerzo.
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Desde el punto de vista de la estabilidad, en las pérdidas auditivas estables los umbrales de
audición se mantienen constantes durante el transcurso del tiempo. Es la situación más
deseable dado que las respuestas de estos niños son predecibles y confiables.
Las hipoacusias progresivas en cambio muestran umbrales de audición que se deterioran
repentinamente o gradualmente con el transcurso del tiempo. Y en las pérdidas auditivas
fluctuantes, los niveles de audición varían hacia arriba o hacia abajo según el momento.
El problema básico en estos casos es que la audición no es confiable ni predecible y los niños
no integran adecuadamente el sonido a su desarrollo perceptual.
Si los niveles promedio de audición se ubican entre los 30 y los 60 dB HTL, consideramos
que se trata de una hipoacusia moderada.
Los niños con estas pérdidas auditivas conservan parcialmente la audibilidad del habla
conversacional y desarrollan el lenguaje espontáneamente pero con alteraciones. Oyen en
general mejor las vocales que las consonantes. Pueden escuchar algunos sonidos, otros los
escuchan pero inadecuadamente y otros no puedes oírlos.
No perciben en general las sílabas átonas, los morfemas flexivos y en general todas aquellas
palabras débiles y de corta duración. Como consecuencia de esto el lenguaje se presenta como
agramático, con omisión de preposiciones, artículos, conjunciones, etc. Se manifiestan
procesos fonológicos primitivos. El desarrollo se corresponde con el de un niño de menor
edad o bien se asemeja al de un niño con trastornos básicamente fonológico-sintácticos.
Los audífonos pueden restablecer la audibilidad del habla y le permiten a los niños utilizar su
capacidad auditiva para la discriminación del lenguaje. Con un adecuado tratamiento, la
mayoría de los problemas de habla y lenguaje de estos niños pueden ser eliminados.
En caso que los niveles auditivos se hallen en el rango de los 90 a los 120 dB HTL, se trata de
una hipoacusia profunda.
Los niños con pérdidas auditivas profundas no oyen el habla conversacional y aún con los
audífonos más sofisticados se puede restablecer parcialmente la audibilidad para el lenguaje.
Es el grupo con mayor variabilidad en cuanto a la percepción del habla con equipamiento.
En algunos casos, la limitación en cuanto a la audibilidad de los sonidos del habla hace difícil
que la audición en estos niños sea el primer canal para la adquisición del lenguaje, sin
embargo otras veces, los niños pueden extraer mucha información sonora del habla a través
del equipamiento y compensar las dificultades a través del canal visual y el táctil.
De todos modos, muchos de los niños de este grupo serían hoy en día potenciales candidatos a
implante coclear ( Geers & Moog, 1994) y con dicho dispositivo tendrían alta probabilidad de
tener acceso a la información acústica del lenguaje.
De acuerdo con la configuración de la curva de audición del niño existe gran variación en las
posibilidades de recepción de los elementos del habla. Dado que la información acerca de los
aspectos suprasegmentales y segmentales del habla se distribuye en diferentes rangos de
frecuencia y de intensidad, es necesario tener en cuenta que no todos los niños tendrán el
mismo acceso a la misma información y que el balance en la sensación subjetiva de intensidad
no se podrá lograr en todos los casos.
Para citar algunos ejemplos: un niño con una configuración en pendiente abrupta (ski-slope)
tendrá serias dificultades para compensar el enmascaramiento que la audición en frecuencias
bajas produzca sobre las pistas acústicas de las consonantes sibilantes, sin embargo no tendrá
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Todas estas características combinadas entre si, pueden dar cuadros muy diferentes aunque
estemos considerando solamente las variables referidas estrictamente a la audición.
En algunos casos, la afección será mayor o menor según la combinación. Para ejemplificar
esto, si tomamos el factor tiempo, el diagnóstico tardío traerá peores consecuencias para un
niño con una hipoacusia profunda que para un niño con una hipoacusia leve. También puede
darse la situación de un niño con una hipoacusia profunda sensorineural poslingual y por lo
tanto al diagnóstico se presentará un niño que tal vez hable muy bien lo cual llamará
poderosamente la atención.
Pero tampoco es posible detallar con precisión el tipo de dificultades que todas las
combinaciones puedan dar como consecuencia.
Por esta razón es imprescindible realizar evaluaciones exhaustivas que permitan llegar al
mejor diagnóstico y a la mejor orientación posibles.
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Los niños con hipoacusias leves se presentan como niños que “hablan bien”. Sus dificultades
no se manifiestan en una conversación simple y sus respuestas frente a los sonidos cotidianos
y a la voz son casi siempre positivas.
Los niños con hipoacusias moderadas se presentan como niños que “hablan pero mal”,
“hablan como un niño de menor edad” o bien “hablan pero no se les entiende del todo lo que
dicen”. Requieren de estrategias compensatorias para la comunicación: piden que se les
repitan los mensajes, piden nueva información acerca de los que se les dijo, en ocasiones
responden como si hubieran entendido para no poner de manifiesto su dificultad. Las
respuestas auditivas no son consistentes, responden a determinados sonidos y a otros no,
responden en determinados ambientes y en otros no dependiendo de los niveles de ruido y
reverberación, responden mejor cuando el interlocutor se encuentra a una distancia corta.
Los niños con hipoacusias severas se presentan como niños que “hablan muy poco o no
hablan”. Responden pocas veces frente al sonido dependiendo de la configuración de la curva
auditiva pero las respuestas auditivas se manifiestan en general frente a señales de alta
intensidad y con estímulos que se hallan a corta distancia. Puede tratarse de niños que
presenten balbuceo reduplicado pero los sonidos incluidos contienen habitualmente
componentes de frecuencias bajas o medias.
Los niños con pérdidas auditivas profundas aparecen como niños que “no hablan”. Si se trata
de niños muy pequeños, el balbuceo puede estar casi ausente. Si hay presencia de balbuceo, en
general éste es muy monótono, sin grandes variaciones prosódicas e incluye la producción de
muy pocos sonidos del habla.
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Se debe tener especial cuidado con encasillar a un niño dentro de una clasificación meramente
cuantitativa. El grado de pérdida auditiva estará dado, fundamentalmente por el acceso del
niño a los elementos sonoros de su lengua y no por el porcentaje de pérdida auditiva en
relación a los valores de audición normal.
El porcentaje de pérdida auditiva del niño no nos informa de qué manera el niño con
deficiencia auditiva puede aprender a procesar el material acústico de la lengua de su entorno.
La percepción del habla depende solo en parte de las señales acústicas y en parte de las
experiencias del niño con el lenguaje y de los estímulos que reciba.
Dos niños que no tienen dificultades para oír, desarrollan el lenguaje en tiempos diferentes,
emplean estructuras lingüísticas distintas, manejan otros vocabularios, logran la estratificación
de sus sistemas fonológicos en momentos diferentes, etc.
Aislar la condición auditiva como único parámetro para la comparación entre niños con
hipoacusia es poco real, pero aún intentando hacer un recorte de las características de la
audición solamente, dos niños con problemas de audición, y aún con idénticos audiogramas,
también tendrán respuestas diferentes frente a los estímulos acústicos, y requerirán de
estimulaciones distintas de acuerdo a como aprendan a procesar el material acústico de la
lengua de su entorno.
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Bibliografía