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1.- ¿ESTAMOS SOLOS EN ESTA GALAXIA?

El universo es un sitio grande, muy grande, y ahora somos


conscientes de que, además de galaxias y estrellas, los
planetas son muy comunes en él. Esto puede parecer algo
muy obvio, pero hasta 1992 no tuvimos constancia
observacional de la existencia de planetas orbitando estrellas
distintas de nuestro Sol.
Así que hoy día tenemos constancia de que en la parte del
universo que podemos ver, el universo observable, hay unas
cien mil millones de galaxias. En cada una de esas
galaxias estimamos que han de haber unas cien mil millones
de estrellas. Y ahora sabemos que hay aproximadamente un
planeta por cada estrella.
Conociendo todos estos datos no es extraño que el ser
humano se cuestione: ¿Estamos solos en el universo? No es
para nada un planteamiento original, pues la humanidad se
lo ha preguntado desde que tuvo la constancia de su
lugar en el universo.

LA VISITA DE LOS EXTRATERRESTRES


En el verano de 1950, Fermi estaba pasando un día junto a
otros tres colegas, Edward Teller, Herbert York y Emil
Konopinski y salió a colación la posible existencia de
civilizaciones extraterrestres presentes en nuestra galaxia.
Como no podía ser de otra manera, Fermi se mostró
entusiasmado con la cuestión y, de hecho, se planteó la
posibilidad de que nos hubieran visitados tales
civilizaciones. Y el planteamiento fue tal que así:

 Tenemos unas cien mil millones de estrellas en nuestra


galaxia. Muchas de ellas serán similares a nuestro Sol y
muchas de estas serán mucho más viejas que nuestra
estrella.
 Seguro que algunas de esas estrellas tienen planetas
que pueden soportar vida.
 En muchos de esos planetas con vida se darán las
circunstancias y características de estabilidad que hayan
permitido el desarrollo de vida inteligente.
 Algunas de esas civilizaciones habrán sobrevivido en el
tiempo y habrán avanzado tecnológicamente tanto como
para afrontar viajes espaciales.
 Aunque no se puedan mover a la velocidad de la luz ni
superior, han tenido el tiempo suficiente de llegar a la
Tierra.

¿DÓNDE ESTÁ TODO EL MUNDO?


Si todos estos puntos son correctos, deberíamos de haber
tenido constancia inequívoca de la visita de
extraterrestres. Como no es el caso, Fermi se preguntó:
¿Dónde está todo el mundo?
Hoy día, se habla de problema o paradoja de Fermi en un
sentido más amplio, la cuestión no es ya si nos han visitado o
no, es simplemente si podremos tener contacto con alguna
civilización extraterrestre en caso de existir. Este problema
de Fermi ha suscitado mil y unas posibles resoluciones,
sin embargo, aún nos queda mucho por conocer del universo,
de la física, de la química y de la biología para poder dar una
respuesta definitiva
a creencia en la existencia de vida extraterrestre más allá de
las bacterias y otros organismos unicelulares se encuentra
bien implantada en nuestro inconsciente. Ya sea gracias a las
películas de ciencia-ficción como a la infatigable propaganda
realizada por numerosos científicos, lo cierto es que se trata
de un dogma casi inamovible. “Si estuviéramos solos…
¡menuda pérdida de espacio!” decía Jodie Foster en la
película Contact, basada en la novela homónima del
conocido Carl Sagan. Dejando a un lado la pueril teleología
que oculta semejante afirmación –parece como si al cosmos
le importase algo que solo existiera una especie inteligente-,
lo que se esconde tras esa frase grandilocuente es un
peculiar golpe de efecto filosófico, el reconocimiento de la
mediocridad, que hábilmente expusieron Sagan y el
astrofísico ruso Iosif S. Shklovskii en su clásico libro de
1966 Vida inteligente en el universo.
La idea subyacente es que el ser humano no es especial.
Según ellos, ni el ser humano, ni nuestro planeta, ni el Sol
son algo raro, una anomalía cósmica. La región del cosmos
en la que vivimos es típica, no tiene nada de especial, por
tanto todos los procesos que han dado origen a la vida y la
inteligencia se pueden repetir en cualquier otro lugar si se dan
las condiciones adecuadas. Esto es, solo necesitamos dejar
pasar un tiempo prudencial para que la vida (y la
inteligencia) aparezca de manera natural.
En las últimas décadas del siglo pasado dos descubrimientos
dieron alas a esta forma de pensar que el Premio Nobel de
Medicina Christian de Duve resumió con la frase “la vida
como imperativo cósmico”. El primero fue el hallazgo
de planetas extrasolares, condición sine qua non para la
aparición de vida. El segundo, descubrir que la vida es
robusta, capaz de sobrevivir en condiciones impensables:
desde ambientes muy ácidos -como en río Tinto-, a
temperaturas por encima de los 100º C, a presiones
equivalentes a 11.000 metros bajo el mar... e incluso en el
espacio. Esto parece indicar que la vida no exige de unas
condiciones muy específicas para florecer. Y viendo los
millones de galaxias que hay en el universo, cada una con
más de cien mil millones de estrellas, resulta difícil pensar
que la Tierra sea el único planeta con seres vivos en su
superficie. ¿La conclusión? Si unimos estas consideraciones
con la 'hipótesis de la pérdida de espacio', no hay duda de
que el universo debe rebosar vida. ¿O no?
Hay unos cuantos científicos que reman contracorriente y no
son tan optimistas. Por un lado -dicen- por muchas galaxias
que haya en el cielo, no todas son válidas para la vida.
Por ejemplo, en las galaxias activas, como las Seyfert, sus
núcleos emiten unos flujos de radiación capaces de esterilizar
la superficie de cualquier planeta que se encuentre allí.
Tampoco son válidas aquellas que, como las galaxias
elípticas, posean una baja cantidad de elementos como el
hierro, el carbono, el fósforo, el sodio... (en lenguaje
astronómico se dice que son galaxias de baja metalicidad).
Sin materia prima es inviable la aparición de planetas y
formas de vida. Y aunque encontremos una galaxia amigable
para la vida, no todos los lugares de ella son apropiados.
Miremos a la Vía Láctea: en las regiones cercanas al
superagujero negro del centro los niveles de radiación que
llega a las regiones colindantes son tan elevados (250.000
veces superior a la que recibe nuestro planeta) que hacen
imposible la aparición de moléculas compleja. Del mismo
modo, las zonas con una alta densidad de estrellas también
están prohibidas por la amenaza que suponen las
supernovas, que al explotar son capaces de afectar
seriamente a la vida en planetas situados a menos de 30
años-luz. Esto crea una esfera estéril alrededor del centro
galáctico de al menos 10.000 años-luz de radio. Por
contra, en las regiones más externas sucede lo mismo que en
las galaxias elípticas: hay una importante escasez de
elementos pesados fundamentales para la formación de
planetas rocosos. El universo puede no estar tan repleto de
vida a pesar de la cantidad de espacio que hay.
El geólogo Peter D. Ward y el astrónomo Donald Brownlee
han desarrollado en detalle esta idea a la que han llamado
la Hipótesis de la Tierra Rara, un disparo a la línea de
flotación de la astrobiología más optimista. La idea es
simple: la vida es común en el universo pero únicamente
en sus formas más simples, que han demostrado ser
capaces de sobrevivir en las condiciones más adversas, pero
no podemos decir lo mismo de la vida superior, animal y
vegetal, muchísimo más sensible a las condiciones
ambientales. Además no solo tiene que aparecer sino que
debe poder sobrevivir en el tiempo, lo que significa que el
planeta debe proporcionar un entorno estable durante eones.
Así, se necesita una estrella que proporcione luz de forma
más o menos estable, sin explosiones ni cambios bruscos de
brillo, y sin que produzca grandes cantidades de la letal
radiación ultravioleta (cosa que hacen las estrellas masivas),
al menos durante 5.000 millones de años. También es
necesaria una cierta tranquilidad climática -algo que en la
Tierra lo proporciona la Luna, que al estabilizar la orientación
del eje de la Tierra impide que suframos variaciones caóticas
en el clima-. Y eso sin hablar, por ejemplo, de la necesidad de
un efecto invernadero contenido que proporcione una
temperatura agradable y que no se desboque, como es el
caso de Venus.
Dicho de forma simple: al contrario que en el caso de la vida
microbiana, la existencia de seres vivos superiores requiere
de tal finura en el ajuste de las condiciones ambientales -ya
sean astronómicas, planetarias o ecológicas- que hace muy
difícil su aparición en la superficie de un planeta.
Ahora bien ¿y la vida inteligente? Pensar, como defendía el
famoso Carl Sagan, que nos encontramos en una Vía Láctea
con más de un millón de civilizaciones esperando a contactar
con nosotros, es un viva Cartagena: hasta el propio Carl
Sagan admitía que usar este principio era “esencialmente un
acto de fe”.
El cosmólogo sueco-estadounidense Max Tegmark en su
libro Our mathematical universe también analiza la hipótesis
de la 'pérdida de espacio' de Sagan. Tegmark parte de que
no hay ninguna razón para creer que dos civilizaciones
inteligentes deban encontrarse a una determinada distancia,
sino que es igualmente probable que estén separadas mil, un
millón, un billón o un trillón de años-luz. Teniendo esto en
mente y suponiendo que (1) la colonización interestelar es
tecnológicamente posible para una civilización un millón de
años más avanzada que la nuestra; (2) que hay miles de
millones de planetas habitables en la Vía Láctea, que se
pueden haber formado miles de millones de años antes que
la Tierra; y (3) que hay civilizaciones que pudiendo colonizar
el espacio, escogen hacerlo, el cálculo de Tegmark nos dice
que la distancia mínima a la cual encontraremos la
civilización más cercana es mayor que el tamaño de
nuestra galaxia.

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