Los textos expositivos presentan información precisa acerca
de un tema, es decir, aportan conocimientos y saberes de una disciplina, explican por qué ocurre un fenómeno o describen la forma como se produce. Estos plantean la información ordenada de manera que el lector pueda comprenderla con claridad. Generalmente, se presenta el tema en la introducción; luego se exponen las ideas o conceptos y se explica la relación que hay entre ellos. Por último, se cierra el tema con alguna conclusión. Para lograr esto, el mismo texto funciona como guía: contienen claves –títulos, subtítulos, palabras destacadas- que facilitan la comprensión. La primera característica de un texto expositivo es que suele responder a un interrogante que puede aparecer de forma explícita o implícita en el texto, por lo que podemos afirmar que todo el texto es una respuesta a ese interrogante. Otra característica de este tipo de textos es la objetividad, especialmente puesta de manifiesto en el empleo de la tercera persona. El autor evita dar opiniones al respecto del tema abordado. A su vez, los textos expositivos suelen estar acompañados de imágenes, gráficos, cuadros, mapas, que ayudan a comprender el fenómeno explicado. Todos estos fenómenos, junto a los títulos y subtítulos, constituyen el paratexto. En cuanto a la organización de los textos expositivos, algunos proporcionan descripciones de objetos, sujetos o fenómenos: refieren a sus rasgos y propiedades, a las relaciones entre sus partes, etc. respetando un orden lógico: de lo general a lo particular, del todo a la parte. Suelen combinar la descripción con la clasificación de elementos. Son frecuentes también los textos expositivos que narran una secuencia cronológica de hechos para mostrar de qué manera se produjo, por ejemplo, la evolución de un invento o el proceso de independencia de un país, con una relación lógico-temporal. Para que un texto expositivo resulte coherente, se utilizan ciertos recursos para ordenar y organizar al mismo: * Definiciones: es posible aclarar los significados de términos propios de la disciplina, que pueden resultar desconocidos para el lector. * Clasificaciones: permiten ordenar las diferencias que surgen dentro de un mismo concepto (por ej. clases de novelas: de aventura, policial, de terror, etc.). A veces, suelen ser históricas (por ej. la novela del siglo XVII, del XVIII, etc.), geográficas (por ej. la novela argentina/inglesa, etc.). * Ejemplificaciones: ayudan a comprender mejor los conceptos tratados. * Reformulaciones: permiten expresar con otras palabras, desde otros puntos de vista, lo que se acaba de explicar, para facilitar la comprensión de los lectores. Los textos expositivos tienen como propósito transmitir información en relación con un tema determinado. Es habitual que en este tipo de textos se incluyan explicaciones que den cuenta de cómo o por qué ocurren ciertos fenómenos. Poseen introducción-desarrollo- conclusión. Es frecuente que este tipo de textos estén acompañados por gráficos, cuadros, mapas, ilustraciones, que ayuden a comprender el fenómeno explicado. Estos elementos, junto con los títulos y subtítulos, constituyen el paratexto. Para que la exposición resulte comprensible al lector, en los textos expositivos suelen aparecer definiciones para los conceptos propios de una disciplina; ejemplos que actúan o ilustran una idea, clasificaciones, que permiten aportar las diferencias entre las categorías y reformulaciones, que consisten en decir de otro modo una misma idea o concepto. Respecto de la organización de los textos expositivos, proporcionan descripciones de objetos, sujetos o fenómenos mientras que otros narran una secuencia cronológica de hechos. La comunicación humana es un proceso complejo en el que aparecen involucrados diferentes códigos, además del lingüístico, y que puede ser abarcado desde diversos ángulos de estudio. Dentro de las distintas y numerosas posibilidades de abordaje del estudio de la comunicación, sin lugar a dudas la semiótica o semiología y la lingüística ocupan un lugar central. La semiótica es la ciencia general de los diferentes sistemas de signos. La lingüística, como su nombre lo indica, es la ciencia que se dedica al estudio de los signos lingüísticos. Estas dos disciplinas tienen como objeto de estudio la comunicación y sus códigos. Pero aun las ciencias que no tienen la comunicación como objeto central de estudio se preocupan por ella. Algunas ramas del estudio del lenguaje están a mitad de camino entre una disciplina y otra. El estudio de la conversación, por ejemplo, pertenece al ámbito de la lingüística, pero también toma elementos de la sociología. Entre los tipos de comunicación humana podemos distinguir la interpersonal, la masiva y la institucional. La primera se produce entre dos o más individuos. Puede ser oral, como la conversación, o escrita, como en el caso de la correspondencia. La masiva, en cambio, se dirige a un público muy amplio y utiliza canales especiales de transmisión, como la prensa, la televisión, la radio, el cine y los carteles. Finalmente, la comunicación institucional se produce en el ámbito de las empresas e instituciones públicas o privadas, tanto en lo que hace a la comunicación interna, entre la dirección y el personal, como hacia el exterior, con otras instituciones o con el público. Además, estas interacciones entre los miembros de una sociedad se producen de muy diversos modos. Algunas de ellas no son específicamente verbales, es decir, no incluyen necesariamente la palabra. Si observamos el tránsito vehicular, por ejemplo, vemos que se requiere la interacción entre los automovilistas, ya que cada uno debe “avanzar a su turno”. Las interacciones verbales, en cambio, se producen principalmente por medio de la palabra. Para que haya interacción no basta con dos o más interlocutores, sino que deben interaccionar entre sí. Es decir, el discurso en una interacción verbal es construido mediante el trabajo colectivo de los diferentes participantes y es el resultado de una colaboración mutua. Fuente: FERNANDO AVENDAÑO y GABRIEL CETKOVICH. Lengua y comunicación. Buenos Aires, Santillana, 1999.