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(OBLIGACIONES Y CONTRATOS)
5ª Edición
Coordinador
JOSÉ RAMÓN DE VERDA Y BEAMONTE
Autores
ATIENZA NAVARRO, Mª L.
CARRIÓN OLMOS, S.
CHAPARRO MATAMOROS, P.
CLEMENTE MEORO, M.
DE VERDA Y BEAMONTE, J. R.
ESTRUCH ESTRUCH, J.
GUILLÉN CATALÁN, R.
MARÍN GARCÍA DE LEONARDO, Mª T.
MARTÍNEZ VELENCOSO, L. Mª
MONFORT FERRERO, Mª J.
PLAZA PENADÉS, J.
REYES LÓPEZ, Mª J.
SERRA RODRÍGUEZ, A.
TAMAYO CARMONA, J. A.
tirant lo blanch
Valencia, 2021
Copyright ® 2021
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transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación
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EDITA: TIRANT LO BLANCH
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ISBN: 978-84-1397-853-6
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Nota Introductoria
La lección 1ª ha sido redactada por el Dr. Mario Clemente Meoro (CU Universitat de
València); la lección 2ª por el Dr. José Ramón de Verda y Beamonte (CU Universitat de
València); la lección 3ª por la Dra. María Jesús Monfort Ferrero (TU Universitat de
València); la lección 4ª por el Dr. José Ramón de Verda y Beamonte y Don Pedro
Chaparro Matamoros (Profesor Ayudante Doctor Universitat de València); la lección 5ª
por la Dra. Adela Serra Rodríguez (CU Universitat de València); la lección 6ª por la Dra.
Adela Serra Rodríguez y el Dr. Mario Clemente Meoro; la lección 7ª por la Dra. Adela
Serra Rodríguez; la lección 8ª por la Dra. Raquel Guillén Catalán (TU Universitat de
València); la lección 9ª por la Dra. María Teresa Marín García de Leonardo (CU
Universitat de València); las lecciones 10ª, 11ª y 12ª por el Dr. José Ramón de Verda y
Beamonte; la lección 13ª por la Dra. María Teresa Marín García de Leonardo; la lección
14ª por el Dr. Salvador Carrión Olmos (CU Universitat de València); las lecciones 15ª y
16ª por el Dr. José Ramón de Verda y Beamonte y Don Pedro Chaparro Matamoros; la
lección 17ª por la Dra. Raquel Guillén Catalán; la lección 18ª por la Dra. María José
Reyes López (CU Universitat de València); la lección 19ª por la Dra. Adela Serra
Rodríguez; las lecciones 20ª, 21ª y 22ª por el Dr. José Ramón de Verda y Beamonte y Don
Pedro Chaparro Matamoros; la lección 23ª por el Dr. Jesús Estruch Estruch (CU
Universitat de València); la lección 24ª por la Dra. María José Reyes López; la lección 25ª
por la Dra. Luz María Martínez Velencoso (CU Universitat de València); la lección 26ª
por el Dr. Juan Antonio Tamayo Carmona (TU Universitat de València); la lección 27ª
por el Dr. Javier Plaza Penadés (CU Universitat de València); la lección 28ª por la Dra.
María Jesús Monfort Ferrero; y las lecciones 29ª y 30º por la Dra. María Luisa Atienza
Navarro (TU Universitat de València).
1. CONCEPTO Y FUENTES DE LAS
OBLIGACIONES
SUMARIO: I. EL DERECHO CIVIL PATRIMONIAL. 1. Concepto y contenido. 2. Principios básicos. II. LA
RELACIÓN JURÍDICA PATRIMONIAL. 1. Concepto de relación jurídica patrimonial. 2. Estructura de la relación
jurídica patrimonial. 3. Distinción entre derechos reales y derechos personales o de crédito. III. LA RELACIÓN
OBLIGATORIA. 1. Concepto de obligación. 2. La posición jurídica del acreedor. 3. La posición jurídica del
deudor. 4. Deuda y responsabilidad. 5. La relación obligatoria sinalagmática. IV. LAS FUENTES DE LAS
OBLIGACIONES. 1. La enumeración de fuentes en el art. 1089 CC. A) La ley. B) Los contratos. C) Los
cuasicontratos. D) Los actos y omisiones ilícitos. E) Los actos u omisiones en que intervenga culpa o
negligencia. 2. La voluntad unilateral como fuente de obligaciones. V. CUESTIONARIO. VI. CASO PRÁCTICO.
VII. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
2. Principios básicos
La Constitución española de 1978 (CE) recoge una serie de principios básicos relativos a
la ordenación jurídica de las actividades económicas. Se trata de lo que se ha llamado
“constitución económica”, que integra, junto con otros principios, lo que también se
conoce como “orden público económico”.
Dos son los modelos clásicos de ordenación de las actividades económicas: el mercado y
el Estado. Según el primero son los particulares —los ciudadanos y las personas jurídico
privadas— quienes deciden, mediante los mecanismos del mercado —como la teoría de la
oferta y la demanda—, cómo se atribuyen y circulan los bienes y recursos económicos.
Según el segundo es la autoridad política —el Estado— quién toma tales decisiones. En la
realidad, los sistemas económicos suelen ser una combinación de ambos modelos, con
mayor o menor incidencia de uno sobre el otro, como en nuestro caso.
En efecto, la iniciativa privada aparece en el reconocimiento del derecho a la propiedad
privada y a la herencia (art. 33 CE) y en la libertad de empresa en el marco de la
economía de mercado (art. 38, primer inciso, CE), que se incluyen en la sección segunda,
de los derechos y deberes de los ciudadanos, del título primero de la Constitución, relativo
a los derechos y deberes fundamentales.
Sin embargo, nuestra Constitución también deja margen de maniobra a la actuación de
los poderes públicos. Y así, establece que los poderes públicos garantizan y protegen el
ejercicio de la libertad de empresa y la defensa de la productividad “de acuerdo con las
exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación” (art. 38 segundo
inciso); dispone que los poderes velarán por la utilización racional de todos los recursos
naturales, en relación con el medio ambiente (art. 45.2); subordina la riqueza del país al
interés general (art. 128.1); reconoce la iniciativa pública en la actividad económica (art.
128.2); faculta al Estado para planificar la actividad económica general con objeto de
atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y
sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución
(art. 131.2); y protege especialmente ciertos bienes, los de dominio público y los
comunales (art. 132).
Además de los principios que resultan de la constitución económica, cabe señalar otros
principios básicos del Derecho patrimonial, como que todo desplazamiento patrimonial
debe estar fundado en una causa que el ordenamiento considere suficiente (cfr. art. 1901
CC); que las atribuciones gratuitas se encuentran sometidas a reglas especiales de forma,
capacidad y extensión (cfr. arts. 624, 632, 633, 634 y 635 CC); y que la de buena fe opera
como límite de los derechos subjetivos y fuente de deberes de conducta (arts. 7 y 1258 CC
y 57 CCom).
En tercer lugar, porque cabe que los derechos reales y los derechos de crédito conformen
una unidad compleja y unitaria, como la de la hipoteca con el crédito que garantiza.
Y en cuarto lugar, porque los derechos reales también pueden dar lugar a un entramado
de relaciones de carácter obligatorio, como sucede en el usufructo entre el usufructuario y
el nudo propietario (cfr. arts. 491 y ss. CC).
4. Deuda y responsabilidad
Según acabamos de ver, la posición jurídica del deudor viene caracterizada,
principalmente, por lo que se conoce como deuda o débito, el deber jurídico de llevar a
cabo una determinada conducta (entregar una cosa, pagar un precio, una renta o una
indemnización…). Mas también hay que incluir como elemento estructural de la posición
deudora el fenómeno de la responsabilidad o sujeción al poder del acreedor. Se distingue,
pues, entre la deuda y la responsabilidad, que tiene asimismo carácter patrimonial. El
deudor no sólo debe —ha de realizar la conducta prestacional, esto es, cumplir— sino que
también responde: si no cumple, su patrimonio podrá ser agredido para que el acreedor
vea satisfecho su interés, aunque sea de manera equivalente. Es lo que establece el art.
1911 CC, que del cumplimiento de sus obligaciones responde el deudor con todos sus
bienes, presentes y futuros.
Sin embargo, se ha señalado que no siempre se dan conjuntamente deuda y
responsabilidad.
Así, se afirma que hay deuda sin responsabilidad en las llamadas obligaciones naturales,
en las que el acreedor no puede compeler al deudor para que cumpla con su deber de
prestación, pero si este lo lleva a cabo voluntariamente, no puede luego reclamar la
devolución de lo pagado. Se citan al respecto los casos de pago de una deuda prescrita, de
pago de una deuda de juego ilícito (cfr. arts. 1798 y 1801 CC), de pago de intereses no
pactados en el préstamo (cfr. art. 1756 CC) y de pago aparentemente indebido pero en el
que existe justa causa (cfr. art. 1901 CC). Mas estos supuestos pueden verse como casos
en que una atribución patrimonial es justa y legítima: no se hacen en pago de una
obligación preexistente (solvendi causa) o con el ánimo de lucrar al destinatario (donandi
causa), pero tienen su fundamento en un deber moral o de conciencia o en un deber
social.
También se ha hablado de responsabilidad sin deuda en aquellos supuestos en que ésta
aún no ha llegado a nacer, como en la prenda e hipoteca de obligaciones condicionales o
futuras; de deuda en un sujeto y responsabilidad en otro en la prenda o hipoteca
constituidas por un tercero, esto es, por quien no es deudor; y de responsabilidad limitada
o inferior a la deuda en la aceptación de la herencia a beneficio de inventario (art. 1023
CC) y en la hipoteca de responsabilidad limitada (art. 140 LH).
A) La ley
Conforme al art. 1090, las obligaciones derivadas de la ley no se presumen, sólo son
exigibles las expresamente determinadas en el propio Código Civil o en leyes especiales, y
se regirán por los preceptos de la ley que las haya establecido; y, en todo lo que ésta no
haya previsto, por las disposiciones del libro IV del Código Civil.
Ha de entenderse el término ley en sentido amplio, esto es, como norma jurídica,
incluyendo pues también la costumbre (cfr. art. 1258 CC) y los principios generales del
Derecho, como el que prohíbe el enriquecimiento injusto o sin causa.
Son obligaciones ex lege las que nacen al darse el supuesto de hecho previsto por la
norma. Es el caso de las obligaciones que nacen de la mera situación familiar, como la de
alimentos entre parientes.
B) Los contratos
El art. 1091 CC, de manera gráfica, declara que “las obligaciones que nacen de los
contratos tienen fuerza de ley entre las partes contratantes, y deben cumplirse a tenor de
los mismos”. Con ello se quiere poner de manifiesto la fuerza vinculante de la autonomía
privada, que se equipara a la de la ley. El contrato es la fuente principal de obligaciones
derivadas de la voluntad personal, mas también hay que incluir en esta categoría las
nacidas de negocios mortis causa, como las impuesta en testamento a los herederos.
C) Los cuasicontratos
El art. 1887 CC define los cuasicontratos como “los hechos lícitos y puramente
voluntarios, de los que resulta obligado su autor para con un tercero y a veces una
obligación recíproca entre los interesados”. Y a continuación de esta deficiente definición,
regula dos únicos supuestos: la gestión de negocios ajenos sin mandato y el cobro de lo
indebido. En éstos, no hay contrato porque no hay acuerdo de voluntades pero sí hay
actuación voluntaria que genera obligaciones.
V. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué es el Derecho patrimonial?
2º. ¿Cuáles son y cómo funcionan los modelos clásicos de ordenación de las actividades
económicas?
3º. ¿Qué principios constituyen la llamada “constitución económica”?
4º. ¿En qué se diferencian, según la doctrina clásica, los derechos reales y los derechos
personales?
5º. ¿Qué problemas plantea la distinción entre derechos reales y personales?
6º. ¿Qué se entiende por obligación?
7º. ¿En qué consiste la posición activa o de poder del acreedor?
8º. ¿En qué consiste la posición jurídica del deudor?
9º. ¿En qué se diferencian deuda y responsabilidad?
10º. ¿Qué caracteriza a la obligación sinalagmática?
11º. ¿Qué es la ley como fuente de obligaciones?
12º. ¿Por qué se ha criticado la enumeración de fuentes de las obligaciones del art. 1089 CC?
13º. ¿Es la voluntad unilateral fuente de obligaciones? ¿Por qué?
I. ESTRUCTURA
En la estructura de la relación obligatoria podemos distinguir:
a) Los sujetos o partes de la misma, es decir, el acreedor y el deudor.
b) El objeto, consistente en la prestación o comportamiento que el deudor ha de realizar
a favor del acreedor y que este tiene derecho a exigir a aquel.
c) Unos elementos accesorios, cuya existencia, a diferencia de los anteriores, no es
esencial. Son las denominadas circunstancias de la relación obligatoria (condición, plazo o
modo) y las garantías que pueden acompañar a la misma, las cuales serán objeto de
estudio en el tema siguiente.
II. SUJETOS
En toda relación obligatoria hay siempre un sujeto activo, llamado acreedor, y un sujeto
pasivo, llamado deudor. Sin embargo, en cada una de estas posiciones subjetivas puede
haber varias personas. Se habla, entonces, de una pluralidad de acreedores o de deudores.
Respecto a los sistemas de organización de estos supuestos de pluralidad de acreedores o de
deudores, adoptaremos la clasificación propuesta por DÍEZ-PICAZO, que distingue entre
“solidaridad”, “parciariedad” y “mancomunidad”, la cual parece irse imponiendo, progresivamente,
en la doctrina científica. No obstante, hay que tener en cuenta que la jurisprudencia, siguiendo la
rúbrica legal bajo la cual se agrupan los arts. 1137 y ss. CC, distingue, simplemente, entre
“solidaridad” y “mancomunidad”, englobando, también, en esta última categoría (con el nombre de
“mancomunidad simple”), lo que aquí llamamos “parciariedad”. Por el contrario, nosotros
reservamos el término de “mancomunidad” para los casos de indivisibilidad de la obligación, en los
que el crédito o la deuda se hallan en mano común, por lo que, como dice el art. 1139 CC, “sólo
perjudicarán a los derechos de los acreedores los actos colectivos de éstos, y sólo podrá hacerse
efectiva la deuda procediendo contra todos los deudores”.
1. Pluralidad de acreedores
La pluralidad de acreedores puede organizarse de tres maneras distintas:
A) Solidaridad
En la solidaridad (activa) hay que distinguir, a su vez, dos aspectos: el externo, referido
a las relaciones entre los acreedores y el deudor; y el interno, relativo a las relaciones de
los acreedores entre sí.
En el aspecto externo significa que cada uno de los acreedores, por sí solo, puede
reclamar la totalidad del crédito y el deudor habrá de pagárselo (art. 1142 CC)1.
A tenor del art. 1974.I CC la interrupción de la prescripción por parte de uno de los acreedores,
que, por ejemplo, reclama extrajudicialmente la deuda, aprovecha a todo ellos.
En el aspecto interno significa que el acreedor que haya cobrado la totalidad del crédito
debe pagar a los restantes acreedores la parte que les corresponda en el mismo (art. 1143
CC).
Por ejemplo, en la cuenta corriente indistinta, de la que son titulares dos personas, cada una de
ellas, con su sola firma, puede retirar del banco la totalidad de los fondos (aspecto externo). Ahora
bien, ello no significa que se convierta en propietario de la totalidad del dinero, sino que deberá
entregar al otro titular de la cuenta la suma que le corresponda (aspecto interno).
En realidad, como dice la STS 15 febrero 2013 (RAJ 2013, 2014), el mero hecho de abrir una
cuenta corriente bancaria en forma indistinta a nombre de varias personas lo único que significa es
que cualquiera de ellas, frente al banco, puede disponer del saldo; pero, por sí solo, no determina
que ambas sean cotitulares de los fondos (aunque pueda presumirse). Así, será titular de los mismos
aquella a quien correspondiese la propiedad originaria del dinero ingresado. Concretamente,
declaró que era de propiedad exclusiva del marido el importe de un premio de lotería que le había
donado su madre, sin haberse hecho referencia alguna (en el contrato de donación) a la mujer,
importe, que fue posteriormente ingresado en una cuenta corriente que figuraba a nombre de los
dos cónyuges.2
B) Parciariedad
En la parciariedad cada uno de los acreedores sólo puede reclamar al deudor la parte
que le corresponda en el crédito3 (no, la totalidad del mismo), el cual se presume dividido
en tantas partes iguales como acreedores haya, reputándose créditos distintos los unos de
los otros (art. 1138 CC).
Por ejemplo, si dos copropietarios venden conjuntamente a una misma persona una cosa común,
cada uno de ellos sólo puede reclamar al comprador, en nombre propio, la parte del precio que
corresponda a su cuota. No obstante, hay que tener en cuenta que, conforme a reiterada
jurisprudencia, cada uno de ellos podrá reclamar la totalidad del precio, actuando en beneficio de
la comunidad4, siempre que el otro no se oponga5. La sentencia beneficiará a ambos comuneros, en
lo que les sea favorable, pero no perjudicará a quien no haya ejercitado la acción en lo que no lo
sea6.
C) Mancomunidad
La mancomunidad tiene lugar, respecto de obligaciones indivisibles, bien por su propia
naturaleza, bien por pacto, en cuyo caso todos los acreedores han de proceder
conjuntamente para cobrar el crédito.
Por ejemplo, en la cuenta corriente mancomunada de la que sean titulares dos personas, ninguna
de ellas podrá retirar fondos del banco, sin el consentimiento de la otra, por lo que, para ello, se
exige la firma de ambas.
2. Pluralidad de deudores
La misma distinción debe realizarse en el caso de pluralidad de deudores.
A) Solidaridad
En la solidaridad (pasiva) también deben diferenciarse los dos aspectos: el externo
(relaciones de los deudores con el acreedor) y el interno (relación de los deudores entre sí).
En el aspecto externo significa que cada uno de los deudores puede y debe pagar la
totalidad de la deuda, al acreedor que se la reclama (art. 1144 CC).
La reclamación, judicial o extrajudicial, a uno de los deudores solidarios perjudica a todos ellos
(art. 1974.II).
En el aspecto interno significa que el deudor que paga la totalidad de la deuda tiene
derecho a reclamar de los restantes deudores la parte que en ella les corresponda (art.
1145.II CC)7.
Por ejemplo, si en el contrato de alquiler de vivienda a varios inquilinos, se pacta la solidaridad,
respecto del pago de las rentas, el arrendador podrá reclamarlas a cualquiera de ellos y éstos
deberán pagarlas, pudiendo después exigirse a los demás inquilinos el reembolso de su parte.
B) Parciariedad
En la parciariedad cada uno de los deudores tiene que pagar solamente la parte que le
corresponde en la deuda (no la totalidad de la misma), la cual se presume dividida en
tantas partes iguales como deudores haya, reputándose deudas distintas, las unas de las
otras (art. 1138 CC).
Por ejemplo, si dos personas compran conjuntamente, por partes iguales, una cosa, el vendedor,
salvo pacto en contrario, sólo podrá reclamarles a cada uno de ellos la mitad del precio.
C) Mancomunidad
En la mancomunidad, por ser la obligación indivisible, el acreedor sólo puede hacer
efectiva la deuda, reclamando el pago a todos los deudores (art. 1139 CC).
Por ejemplo, si dos personas venden una vivienda, el comprador, para reclamar su entrega,
deberá demandar conjuntamente a los dos vendedores (litisconsorcio pasivo necesario).
a) La solidaridad tácita
Ha estimado, así, que, a pesar del tenor del art. 1137 CC, que sólo admite la
solidaridad, cuando la obligación “expresamente lo determine”, cabe también una
solidaridad tácita, cuando sea evidente que las partes hayan querido establecerla, a pesar
de no haberlo hecho constar, expresamente, en el contrato11. Pero es más, en muchas
ocasiones, deduce esa solidaridad tácita del solo hecho de existir una pluralidad de
deudores, que se obligaron conjuntamente, sin haberse determinado la parte de deuda que
cada uno asumía, en especial, si se trata de obligaciones mercantiles12, por lo que es
evidente que, en la práctica, se está llegando a una solución contraria a la prevista en el
art. 1137 CC13.
Así ha sucedido, por ejemplo, cuando dos cónyuges contrataron conjuntamente la ejecución de
obras de carpintería artesanal en el domicilio conyugal, “sin haberse determinado la proporción en
que cada uno respondería del pago” del precio de dichas obras14; cuando un grupo de empresarios
contrataron “en un solo momento con el abogado, para actuar en una unidad de dirección, por fines
que eran comunes a todos los litigantes, afectados por unas operaciones, en las que estaban
implicados conjuntamente” y “cuya común supervivencia estaba en juego”15; cuando se compraron
géneros para un establecimiento mercantil llevado en copropiedad, “cuyos integrantes quedan
solidariamente obligados frente al proveedor”16; o cuando los cuatro arrendatarios de industria
explotaban conjuntamente un negocio, consistente en un bar musical, bajo una titularidad única,
por lo que se entendió que se habían obligado solidariamente a pagar las rentas del alquiler17.
III. OBJETO
El objeto de la relación obligatoria es la prestación debida, la cual debe ser posible, lícita
y determinada. No lo dice el Código civil, pero se deduce de los preceptos relativos al
objeto del contrato, a los que nos referiremos en su momento.
A tenor del art. 1088 CC, “Toda obligación consiste en dar, hacer o no hacer alguna
cosa”.
1. Prestaciones de dar
Las prestaciones de dar imponen al deudor un comportamiento consistente en la entrega
de la posesión de una cosa, la cual en nuestro Derecho es presupuesto para que el
acreedor pueda adquirir la propiedad de la misma (arts. 609. II y 1095 CC).
El art. 1094 CC establece que “El obligado a entregar alguna cosa lo está también a conservarla
con la diligencia propia de un buen padre de familia”.
Según resulta del art. 1097 CC27, en esta clase de prestaciones, el deudor, además de
entregar la cosa debida, habrá “de entregar sus accesorios, aunque no hayan sido
mencionados” en el contrato del que surge la obligación.
La STS 28 junio 1995 (Tol 1657698) observa que el precepto “actúa como norma de integradora
del contrato”, ampliando la obligación de entrega a lo que sea necesario para que la obligación
principal “tenga efectividad y vincule al obligado”, pero siempre que los accesorios existan al
tiempo del nacimiento de aquella y tengan carácter permanente.
En general, se dice que una prestación tiene carácter accesorio, cuando cumple una
función de servicio respecto de otra principal, a la que está subordinada, desde un punto
de vista económico (razón por la cual no pueden subsistir sin ella). Concretamente, se ha
considerado que la entrega de un inmueble, “presupone la aportación de la titulación o
documentación acreditativa del derecho de propiedad”, lo que no excluye que deban
entregarse, como accesorios, los planos, proyectos básicos y de ejecución, y la memoria de
calidades28; así como que, entre la documentación que debe entregarse a los compradores
de viviendas, está la licencia de primera ocupación, “a través de la cual se acredita las
condiciones de habitabilidad de la vivienda, su adecuación a la licencia inicial de obras y
al proyecto a sus condiciones de seguridad, habitabilidad o salubridad para el uso a que se
la destina”29.
2. Prestaciones de hacer
En las prestaciones de hacer el deudor viene obligado a desarrollar un comportamiento
positivo, distinto al de la entrega de una cosa (por ejemplo, transportar un bien, ejecutar
una obra, gestionar un asunto, etc.).
En este tipo de prestaciones, la persona del deudor y sus cualidades pueden haber sido
determinantes al contratar sus servicios, en cuyo caso al acreedor le interesará que sea él,
y no otra persona, quien realice el comportamiento debido (por ejemplo, se encarga un
cuadro a un concreto artista), por lo que no podrá ser sustituido por un tercero en la
ejecución de la prestación (art. 1161 CC).
Es tradicional distinguir, dentro de las prestaciones de hacer, entre prestaciones de
medios y de resultados: en las primeras, el deudor cumple, actuando con la diligencia
propia de su arte u oficio (por ejemplo, el abogado30 o médico, al que se contratan sus
servicios, los cuales no pueden garantizar que ganarán un pleito, ni que curarán a un
enfermo); en las segundas, el deudor viene obligado a obtener un determinado resultado
(por ejemplo, construir el edificio).
Durante un largo período de tiempo la jurisprudencia consideró que la obligación del
cirujano plástico era de resultado o se aproximaba a ella, participando de los caracteres
del arrendamiento de obra; y en este ámbito se incluían, no sólo la cirugía estética en
sentido estricto, sino otras intervenciones médicas de carácter voluntario, no necesarias o
estrictamente curativas, como las operaciones de vasectomía y los tratamientos
odontológicos31.
No obstante, existieron dos orientaciones jurisprudenciales distintas: a) algunas sentencias,
calificaron la obligación del cirujano plástico (así como la del odontólogo o del que realizaba un
tratamiento de vasectomía) como una obligación de resultado en sentido estricto, enmarcándola en
el arrendamiento de obra32; b) Otras sentencias no llegaron a encuadrar totalmente la cirugía
voluntaria en el arrendamiento de obra, pero entendieron que la obligación del cirujano desbordaba
el estricto marco de la obligación de medios y se aproximaba a la de resultados, intensificando
además, en este caso, los deberes de información al paciente33.
La doctrina jurisprudencial actual es contraria a la expuesta, considerando que en todo tipo de
cirugía (también la estética) la obligación del cirujano es siempre una obligación de medios, a no
ser que se garantice la obtención de un resultado. En consecuencia, la responsabilidad del deudor
sólo surge en el caso de que el acreedor pruebe la culpa de aquel, la cual no se presume, salvo en
el caso del daño desproporcionado34, pudiendo deducirse la misma del correcto incumplimiento de
los deberes de información (en esto coincide con la doctrina anterior)35.
3. Prestaciones de no hacer
En las prestaciones de no hacer el deudor viene obligado a un comportamiento
meramente negativo, esto es, una omisión o abstención.
Dicho comportamiento negativo puede consistir en no ejecutar ciertos actos materiales
(por ejemplo, no realizar ciertos comportamientos molestos en la vivienda alquilada,
como tocar un instrumento musical) o jurídicos (por ejemplo, no contratar con terceros,
cuando se tiene un contrato con pacto de exclusiva).
V. OBLIGACIONES ALTERNATIVAS
Una obligación puede tener por objeto una pluralidad de prestaciones, de cumplimiento
alternativo, es decir, en el contrato se han previsto diversas prestaciones en forma
disyuntiva, de modo que el deudor ha de realizar solamente una de ellas (art. 1131 CC)38.
Por ejemplo, se transmiten varias fincas, con la obligación del adquirente de pagar al transmitente
y, en su defecto, a su cónyuge, cierta cantidad de productos alimenticios cada año, “compensable
todo ello a elección del perceptor, viviendo él y su esposa en compañía del obligado al pago,
prestándoles este alimento, asistencia médica y farmacéutica y costeándoles el entierro y funerales
con arreglo a su condición y con consideración y afecto filial”39; se reconoce una deuda,
concediéndose al acreedor la opción de exigir su cumplimiento, bien mediante el pago de 500.000
ptas., bien mediante la entrega de varios inmuebles, posibilidad esta última que aquel elige40.
2º) Si alguna de las cosas se hubiese perdido por culpa del deudor, el acreedor podrá
elegir entre las restantes o reclamar el precio de la desaparecida (art. 1136.II.2º CC).
3º) Si todas las cosas se hubieran perdido, sin culpa del deudor, la obligación se extingue
(art. 1182 CC).
4º) Si todas las cosas se hubiesen perdido, por culpa del deudor, el acreedor podrá elegir
recibir el precio de cualquiera de ellas (1136.II.3º CC).
1. Características
Tienen una serie de características, derivadas de la consideración del dinero como un
bien fungible y productor de intereses (frutos civiles del mismo):
1º) Dado que el dinero, como género, no perece (dinero, en cuanto tal, siempre hay), las
obligaciones pecuniarias no se extinguen por pérdida de la cosa debida (cuestión distinta
es que, si el deudor no dispone de la suma debida, no pueda cumplirlas).
2º) Si el deudor incurre en mora, “la indemnización de daños y perjuicios, no habiendo
pacto en contrario, consistirá en el pago de los intereses convenidos, y, a falta de
convenio, en el interés legal” (art. 1108 CC).
Por lo tanto, salvo la existencia de pacto que establezca una cuantía distinta, los
intereses moratorios consisten en el pago del interés legal, el cual, conforme a lo dispuesto
en el art. 1 de la Ley de 29 de junio de 1984, se determinará anualmente en la Ley de
Presupuestos Generales del Estado, pudiendo, no obstante, ser revisado por el Gobierno,
atendiendo a la evolución de los tipos de interés de la deuda pública48.
En préstamos hechos a consumidores hay que tener en cuenta que, tras la STJUE (Sala Primera) de
14 de junio de 2012, asunto c-618/10 (TJCE 2012, 143), si los intereses moratorios pactados son
declarados abusivos (por excesivos), no pueden ser moderados judicialmente, debiéndose tener por
no puesta la cláusula que los haya estipulado, de modo que sólo se deberán los intereses
remuneratorios49.
2. Clases
Dentro de las obligaciones pecuniarias se distingue entre deudas de dinero y deudas de
valor.
A) Deudas de suma
Las deudas de suma son aquellas en las que el dinero funciona como medio de
intercambio de bienes y servicios (por ejemplo, el precio de venta de un inmueble o del
servicio contratado).
Este tipo de deudas (pecuniarias, desde su nacimiento) se rigen por el principio
nominalista50, conforme al cual el deudor debe entregar al acreedor la suma de dinero
pactada, aunque, como consecuencia de la inflación, su valor real se haya depreciado, de
manera que es este último quien debe correr con los riesgos que se puedan derivar “de las
más o menos bruscas alteraciones del poder adquisitivo de la moneda”51; y ello, para “dar
fijeza y seguridad” a las relaciones jurídicas derivadas del contrato52.
No obstante, con el fin de evitar los perjuicios que para el acreedor puede suponer la
depreciación del valor de una moneda, las partes, en los contratos de larga duración (por
ejemplo, un arrendamiento), pueden pactar cláusulas de estabilización, a través de las
cuales se prevé la actualización de la cantidad debida, con arreglo a la variación
experimentada por un índice, como, por ejemplo, el Índice de Precios al Consumo (IPC)
elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (que es el tope máximo para la
actualización anual de las rentas, en el caso de arrendamientos de viviendas según el art.
18.1.III LAU).
B) Deudas de valor
Las deudas de valor son aquellas en las que el dinero funciona como medida o
equivalente de un bien o servicio que no se recibe (por ejemplo, como consecuencia de la
pérdida de la cosa debida, por culpa del deudor) o de la reparación de un daño que se
origina (por ejemplo, el resultante de un accidente de circulación).
A este tipo de deudas, por su propia naturaleza, no se les aplica el principio nominalista;
y, salvo que otra cosa se disponga (como, por ejemplo, sucede en el art. 1307 CC), habrá
que determinar su cuantía en atención al valor que hubiera tenido el bien o servicio al
tiempo en que se dicte sentencia de condena (por lo tanto, no en el momento de la pérdida
de la cosa debida); y lo mismo, en el caso de resarcimiento motivado por un hecho
generador de responsabilidad civil extracontractual (por eso, en la valoración de los daños
ocasionados en accidentes de circulación no se tiene en cuenta el baremo correspondiente
al año en que ocurrieron los hechos, sino el del año en que se produce el alta definitiva del
perjudicado)53.
Las SSTS (Pleno) 17 abril 2007 (Tol 1106740 y Tol 1106818) afirman, en efecto, “que los daños
sufridos […] quedan fijados de acuerdo con el régimen legal vigente en el momento de la
producción del hecho que ocasiona el daño y deben ser económicamente valorados, a efectos de
determinar el importe de la indemnización procedente [en] el momento en que se produce el alta
definitiva del perjudicado”.
Conforme al art. 1170.II CC, “La entrega de pagarés a la orden, o letras de cambio u
otros documentos mercantiles, sólo producirá los efectos del pago cuando hubiesen sido
realizados, o cuando por culpa del acreedor se hubiesen perjudicado”56. Por lo tanto, la
aceptación, por parte del acreedor, de estos documentos mercantiles, salvo que otra cosa
se hubiera pactado, no supone la extinción de la deuda, la cual sólo tendrá lugar en el
momento en que se cobren o queden perjudicados por culpa de aquel (por ejemplo, por
falta de protesto de la letra de cambio57).
El art. 1170.III CC precisa que “Entre tanto [es decir, mientras no llegue la fecha de
cobro de los documentos mercantiles] la acción derivada de la obligación primitiva [por
ejemplo, la de exigir el pago del precio, nacida del contrato de compraventa] quedará en
suspenso”, “porque debe impedirse que se cobre dos veces” por lo mismo58.
En la actualidad, es frecuente el pago de las deudas pecuniarias mediante tarjetas de
crédito o de débito. El deudor no puede imponer al acreedor este medio de pago, a no ser
que este se haya obligado a aceptarlo, a través de un contrato celebrado con el emisor de
las tarjetas, y exhiba públicamente en su establecimiento el distintivo del sistema al que
está adherido59. Lógicamente, el acreedor podrá rehusar el pago mediante tarjeta, cuando
existan dudas acerca de la autenticidad de la firma o de la identidad de quien pretende
utilizarla.
1. Clases de intereses
Se distinguen tres clases de intereses: remuneratorios, moratorios y procesales.
A) Intereses remuneratorios
Los intereses remuneratorios tienen carácter retributivo, siendo el “precio” del dinero
que una persona presta a otra. Según veremos en su momento, sólo se deben si han sido
pactados, pues el art. 1755 CC configura el simple préstamo como un contrato
naturalmente gratuito. Además, dicho pacto deberá respetar las previsiones de la Ley de
23 de julio de 1908, con el fin de no ser calificado como usurario.
B) Intereses moratorios
Los intereses moratorios, previstos en el art. 1108 CC, tienen “una finalidad
indemnizatoria de los daños y perjuicios que pueden ser imputables a la demora en el
cumplimiento de una prestación obligacional consistente en una cantidad de dinero”60.
Este tipo de intereses tratan, pues, de compensar el perjuicio que experimenta el
acreedor, por no poder disponer de la suma de dinero, desde el mismo momento en que le
debía haber sido entregada, privándole de la facultad de usarla o invertirla (por ejemplo,
el prestamista la cantidad correspondiente a los intereses remuneratorios del capital
prestado, o el vendedor el precio del bien entregado). La cuantía de estos intereses se
corresponde, según dijimos, con el interés legal, a no ser que se hubiera pactado otra
superior, para el supuesto de impago de la suma debida.
La situación de mora, según se explicará en el momento, no surge automáticamente,
sino que, como regla general, requiere la previa reclamación del acreedor, por lo que, si
ésta se realiza judicialmente, se originará desde el momento de la interposición de la
demanda, pidiéndose el pago de lo debido, a partir del cual se devengarán, pues, los
intereses moratorios61.
En la práctica se plantea frecuentemente el problema de que el demandante reclame una cantidad
de dinero, pero, en cambio, se le conceda otra inferior. Tradicionalmente, la jurisprudencia
entendía que, en tal caso, la reclamación judicial no determinaba el pago de intereses moratorios
(por no saberse, exactamente, la exacta cuantía debida hasta la fecha de la sentencia de condena62).
Sin embargo, en la actualidad se admite que los intereses moratorios puedan generarse a partir de la
interposición de la demanda (aunque sólo, evidentemente, respecto de la cantidad que se determine
en la sentencia), “en búsqueda de la más completa satisfacción del acreedor”63, cuando la
oposición del deudor a aceptar como debida la cantidad que se le reclama hubiera sido razonable64
y no exista una diferencia “desproporcionada entre lo pedido y lo concedido”65.
Por lo tanto, “sólo una considerable distancia entre lo postulado y lo concedido, según esta nueva
orientación, ha de llevar a no reconocer el derecho al cobro de los intereses legales moratorios”66.
Así sucedió en el caso resuelto por la STS 6 abril 2009 (Tol 1490808), en el que un trabajador pedía
una indemnización de 86.405.775 ptas., por haber quedado contagiado de brucelosis, al manipular,
en su centro de trabajo, un envase que contenía una vacuna contra esta enfermedad del ganado
ovino y caprino. En primera instancia se fijó la cuantía de la indemnización en 30.000.000 ptas.,
reduciéndose en segunda instancia a la cantidad de 90.151,82 euros. El Tribunal Supremo,
revocando la sentencia recurrida, consideró improcedente imponer el pago de los intereses
moratorios desde el momento de la interposición de la demanda, por entender razonable la
oposición de la empresa a pagar el “elevado montante indemnizatorio reclamado”, al haber
argumentado, con apoyo en pruebas periciales, que la enfermedad no tenía carácter crónico, ni
incapacitaba al demandante para el desarrollo de su actividad laboral.
C) Intereses procesales
Los intereses procesales (o de demora procesal) son los establecidos con la finalidad de
fomentar el cumplimiento, por parte del deudor, de las sentencias de condena al pago de
una suma de dinero, disuadiéndole de presentar recursos con el simple objetivo de
retardar la ejecución del fallo condenatorio.
La STC 206/1993, de 22 junio (Tol 82228), se refiere a esta clase de intereses como “medidas de
fomento de la ejecución de Sentencias con un signo negativo y un contenido económico, que han
sido utilizadas por el legislador más de una vez, como habrá ocasión de comprobar, con el fin de
poner coto a la masificación de asuntos en los órganos judiciales por un uso abusivo del proceso,
desviándolo de su fin institucional, para prolongar situaciones cuya ilicitud se ha comprobado ya
judicialmente, con el correlativo beneficio económico del deudor moroso y el simétrico
empobrecimiento del acreedor que ha ganado el pleito. Se trataría, pues, de desalentar el abuso del
derecho a la tutela judicial”.
Están previstos en el art. 576.1 LEC, el cual dispone que “desde que se dicte en primera
instancia, toda sentencia o resolución que condene al pago de una cantidad de dinero
líquida, devengará, en favor del acreedor, un interés anual igual al del interés legal del
dinero incrementado en dos puntos o el que corresponda por pacto de las partes o por
disposición de la ley”.
Los intereses procesales y los moratorios se diferencian, además de por su distinta finalidad, por lo
Los intereses procesales y los moratorios se diferencian, además de por su distinta finalidad, por lo
siguiente:
a) Los intereses moratorios, como regla general (sin perjuicio, pues, de los supuestos de mora
automática previstos en el art. 1110 CC), se deben desde el momento de la reclamación del
acreedor, la cual podrá realizarse de forma judicial (interposición de una demanda) o extrajudicial
(por ejemplo, a través de un requerimiento notarial). Por el contrario, los intereses procesales se
deben desde la fecha en que se dicta la sentencia de condena (al pago de una cantidad de dinero
perfectamente determinada), en primera instancia, momento en que absorberán o sustituirán a los
moratorios67.
b) El pago de los intereses moratorios ha de ser pedido por el acreedor en la demanda, lo cual no
es necesario respecto de los procesales, que se generan “desde que se concreta la cuantía de lo
debido y sin que se precise petición expresa, al generarse por mandato de la Ley”. Por lo tanto, la
sentencia de condena ha de incluir un pronunciamiento sobre los intereses procesales, aunque el
demandante no hubiera solicitado su pago68.
c) En defecto de pacto sobre la cuantía de los intereses, la de los procesales es mayor que la de los
moratorios, ya que, en los primeros, el interés legal del dinero (que es el propio de los segundos) se
incrementa en dos puntos69.
El precepto, que es aplicable tanto en el ámbito civil como mercantil70, se refiere al caso
en que el acreedor ha entregado al deudor un documento en que reconoce habérsele
restituido el capital71 y es coherente con lo previsto en el art. 1173 CC, según el cual, “Si
la deuda produce interés, no podrá estimarse hecho el pago por cuenta del capital,
mientras no estén cubiertos los intereses”.
Se discute cuál es el plazo de prescripción de la acción para reclamar el pago de
intereses, inclinándose la jurisprudencia por el de 5 años, por aplicación del art. 1966.3º
CC72.
3. Anatocismo
Se denomina anatocismo a la acumulación al capital de los intereses, vencidos y no
pagados, a fin de que los mismos, a su vez, produzcan nuevos intereses (se trata, por lo
tanto de los intereses de los intereses).
A esta posibilidad se refiere el art. 1109.I CC, a cuyo tenor “Los intereses vencidos
devengan el interés legal desde que son judicialmente reclamados, aunque la obligación
haya guardado silencio sobre este punto”.
De la redacción del último inciso del precepto se deduce que, junto a este tipo de
anatocismo, llamado legal, puede existir otro, llamado convencional, que se da cuando las
partes pactan que la capitalización de los intereses se produzca, no desde el momento en
que éstos sean judicialmente reclamados (como prevé la norma), sino desde la fecha en
que resultaron impagados73; o también cuando acuerdan un tipo superior al legal (con
respeto siempre a la Ley de represión de la usura de 23 de julio de 1908), como sucede en
los préstamos bancarios, en los que es usual el pacto de que los intereses vencidos y no
pagados se acumulen al capital, con el mismo tipo previsto para los intereses del mismo.
Téngase en cuenta, respecto de los préstamos mercantiles, que el Código de comercio (arts. 317 y
319) excluye el anatocismo legal, admitiendo, exclusivamente, el anatocismo convencional,
entendiendo la jurisprudencia que el pacto de capitación de los intereses devengados y no
satisfechos, que ha de ser expreso74, puede hacerse constar en el contrato de préstamo originario75.
X. CUESTIONARIO
1º. Explique por qué la cuenta corriente indistinta es un supuesto de solidaridad activa.
2º. Explique en qué consiste una cuenta corriente mancomunada.
3º. Explique en qué consiste la denominada solidaridad impropia.
4º. Explique qué es una prestación accesoria.
5º. Explique por qué, en la cirugía curativa, el facultativo asume una obligación de medios
(y no, de resultado).
6º. ¿Se extinguen las obligaciones genéricas por pérdida de la cosa debida?
7º. Diferencie las obligaciones facultativas de las alternativas.
8º. Explique qué diferencia existe entre una deuda de suma y una deuda de valor.
9º. ¿Qué son los intereses procesales?
10º. ¿Admite la legislación española el anatocismo convencional?
1 Así mismo, conforme a lo dispuesto en el art. 1143 CC, cada uno de los acreedores solidarios podrá
novar, compensar, extinguir por confusión o condonar la totalidad de la deuda, sin perjuicio de su
responsabilidad para con los demás acreedores.
2 No son infrecuentes los casos en los que se ingresa dinero de carácter privativo en una cuenta conjunta,
confundiéndose, así, con el dinero de carácter ganancial, y con cargo a dicha cuenta se satisfacen cargas
y obligaciones de la sociedad de gananciales.
En estos casos hay que tener en cuenta las siguientes reglas, expresadas por la STS 11 diciembre 2017 (Tol
7628261): 1º) el mero ingreso del dinero privativo en una cuenta conjunta no le priva de su carácter
privativo; 2º se presume (salvo prueba en contrario por parte de quien lo niegue) que el dinero
privativo gastado no lo fue a título de liberalidad del cónyuge propietario, sino que fue usado para
atender las cargas de la sociedad de gananciales y procede, pues, su reintegro, conforme al art. 1364
CC; 3º) para ejercer el derecho al reintegro no se requiera que el cónyuge propietario, al tiempo de
hacer el ingreso, hubiera realizado una reserva del derecho a la repetición. V. en el mismo sentido SSTS
4 febrero 2017 (Tol 7831819) y 11 noviembre 2020 (Tol 8209276).
3 Esta reclamación no interrumpe la prescripción respecto de los demás deudores (art. 1974.III CC).
4 La STS 3 marzo 1998 (Tol 171461) precisa que “la legitimación activa del comunero se determinará por
su fundamento en el derecho material y el resultado provechoso pretendido, sin que sea imprescindible
la expresión en la demanda de que actúa en nombre e interés de la comunidad, de manera que basta el
ejercicio de una pretensión que, en caso de prosperar, redundará en provecho de la comunidad y
siempre que no se demuestre una actuación en beneficio exclusivo del actor”.
5 V. en este sentido SSTS 8 abril 1965 (RAJ 1965, 2150), 31 enero 1973 (RAJ 1973, 100), 18 noviembre
2000 (Tol 10977) y 13 diciembre 2006 (Tol 1023009).
6 V. en este sentido, entre otras muchas, SSTS 3 julio 1981 (Tol 1739575), 28 octubre 1991 (Tol
1728072) y 8 julio 1997 (Tol 215260).
7 A tal efecto, el codeudor solidario que paga la totalidad de la deuda, no sólo tiene acción de regreso
contra los restantes, sino que, además, se subroga en la posición del acreedor, conforme a lo dispuesto
en el art. 1210.3º CC. V. en este sentido STS 3 febrero 2009 (Tol 1448808).
La STS 26 junio 2009 (Tol 1597468) precisa que el reembolso que puede obtenerse a través de la acción
de regreso comprende también los intereses moratorios y procesales de la cantidad adeudada, por el
tiempo transcurrido entre la fecha de la sentencia de primera instancia y el momento en que ésta quedó
firme, al haberse agotado todos los recursos contra la misma (que fueron infructuosos). Respecto a las
costas, el Tribunal Supremo precisa que habrá que decidir, en cada caso, en atención a “la conducta del
codeudor que paga”.
8 Por ejemplo, en casos de resarcimiento por intromisión ilegítima en los derechos al honor, a la intimidad
o a la propia imagen, el art. 65.2 de la vieja Ley de Prensa e Imprenta de 18 de marzo de 1966,
establece la responsabilidad solidaria del periodista, director y editor del medio, disposición ésta, que
reiterada jurisprudencia ha considerado constitucional. V. en este sentido STC 172/1990, de 12 de
noviembre (Tol 80406).
9 La STS (Pleno) 20 mayo 2015 (Tol 5175621) ha precisado, sin embargo, que, en este caso, no se aplica
el art. 1974.I CC, de modo que la reclamación al promotor, por sí sola, no interrumpe la prescripción
respecto de los demás agentes de la construcción. Fija, así, como doctrina jurisprudencial que la
exigencia de la responsabilidad solidaria derivada de la LOE, “aunque de naturaleza legal, no puede
identificarse, plenamente, con el vínculo obligacional solidario que regula el Código Civil, en los
términos del artículo 1137, por tratarse de una responsabilidad que viene determinada por la sentencia
judicial que la declara”.
10 La STS 7 mayo 1993 (Tol 1662940) la incluye dentro de la denominada “solidaridad impropia”.
11 V. en este sentido SSTS 19 diciembre 1991 (Tol 1728082), 26 enero 1994 (Tol 1664813), 17 mayo
2000 (RAJ 2000, 3413), 20 marzo 2001 (Tol 115299), 24 febrero 2005 (Tol 648607) y 21 noviembre
2005 (Tol 759113).
12 V. en este sentido STS 31 octubre 2005 (Tol 738027).
13 La misma jurisprudencia ha hablado de una “interpretación correctora del precepto del artículo 1137
CC para alcanzar y estimar la concurrencia de solidaridad tácita pasiva”. V. en este sentido SSTS 17
octubre 1996 (Tol 1659069) y 28 octubre 2005 (Tol 738031).
14 V. en este sentido STS 11 julio 1998 (Tol 322166).
15 V. en este sentido STS 4 enero 1988 (Tol 1735298).
16 V. en este sentido SSTS 30 marzo 1973 (RAJ 1973, 1131) y 1 febrero 1975 (RAJ 1975, 323).
17 V. en este sentido STS 28 octubre 2005 (Tol 738031).
18 V. en este sentido SSTS 23 junio 2003 (Tol 286088) y 28 octubre 2005 (Tol 738031).
19 V. en este sentido STS 26 julio 2000 (Tol 8746).
20 V. en este sentido SSTS 26 diciembre 2001 (Tol 130702) y 25 mayo 2004 (Tol 448402).
21 V., sin embargo, STS 15 diciembre 2011 (RAJ 2012, 45).
22 Tampoco, cuando existe una pluralidad de deudores, por cobro indebido o enriquecimiento injusto. V.
en este sentido SSTS 8 abril 1976 (RAJ 1976, 1705), 10 noviembre 1981 (Tol 1739804) y 26 enero
2006 (Tol 820907).
23 V. en este sentido STS 14 mayo 1987 (Tol 1736461), como también SSTS 30 septiembre 1999 (Tol
2541), 24 mayo 2004 (Tol 448392), 31 mayo 2006 (Tol 952785), 16 marzo 2007 (Tol 1050522) y 8
noviembre 2007 (Tol 1221239).
24 La STS 7 marzo 2002 (Tol 155006) precisa que la solidaridad impropia no exige unidad de causa en el
sentido de identidad, aunque sí es preciso la concurrencia o concatenación causal única en la
producción del resultado. Concretamente, en relación a los daños causados en varias fincas, como
consecuencia de la rotura de una conducción subterránea de agua, declaró la responsabilidad solidaria
de la concesionaria de las obras y de la Administración por ordenar o autorizar el cambio de trazado
sin previa información o documentación acerca de la inexistencia de conducciones subterráneas por el
nuevo trazado.
La STS 12 abril 2002 (Tol 155154) condenó solidariamente a la Administración y a la empresa
adjudicataria de las obras de construcción de una autovía a indemnizar el daño ocasionado al vehículo
y a los ocupantes del mismo, que consecuencia de la colisión con un caballo, por no existir una valla
que impidiera el acceso a la misma.
25 V. en este sentido STS 24 septiembre 2003 (Tol 311915).
26 V. en este sentido STS 12 diciembre 1998 (Tol 2288).
27 La STS 29 diciembre 1928 (JC 1928, 175) constata que el precepto se refiere exclusivamente a las
obligaciones de dar.
La STS 19 diciembre 1998 (Tol 75672) explica que la obligación que impone el precepto, “abstracción de
su formulación general, es similar a las específicas que para los depósitos mercantil y civil establecen los
artículos 306 y 1.758 de los Códigos mercantil y civil, respectivamente”.
28 V. en este sentido STS 18 marzo 2002 (Tol 155189).
29 V. en este sentido STS 19 abril 2007 (Tol 1060328).
30 Un caso típico de responsabilidad del abogado tiene lugar, cuando, de modo negligente, deja pasar un
plazo para interponer una acción o un recurso, con la consiguiente pérdida de oportunidad procesal
para el cliente.
Así, para la STS 5 junio 2013 (Tol 379310), “Resulta evidente la existencia de negligencia profesional en
el demandado, pues dejó transcurrir el plazo de 60 días de caducidad previsto legalmente para que su
cliente, la arrendataria hoy demandante, ejercitara judicialmente la acción de retracto y la demandante
perdió la posibilidad de adquirir la propiedad de la vivienda que ocupaba”. La STS 5 marzo 2019 (Tol
7106037) contempló un caso de responsabilidad civil del abogado, por inadmisión de un recurso
extraordinario de infracción procesal a causa de su preparación defectuosa.
No obstante, la negligencia es un criterio de imputación de responsabilidad del daño, presupuesto este.
Por lo tanto, no procederá el resarcimiento cuando la demanda que debiera haberse interpuesto en
forma y plazo no hubiera tenido ninguna posibilidad de prosperar. V., en sentido, p. ej., STS 15 junio
2018 (Tol 6646106), respecto de una reclamación pretendida por el perceptor de una prestación por
desempleo, que se había ausentado del territorio nacional por más tiempo que el autorizado por la
Administración Laboral; e igualmente STS 22 enero de 2020 (Tol 7707832), en relación a la falta de
interposición de un recurso de súplica ante una sentencia de la jurisdicción laboral, la cual había
declarado que no procedía la revisión al alza de una pensión de invalidez permanente absoluta, y de
ejercicio de acción contra el ISNN para exigir responsabilidad patrimonial del Estado, evidenciando
que no existía ningún indicio del que pudiera deducirse el éxito de una eventual actuación procesal o, al
menos, alguna posibilidad de alcanzarlo, aunque fuera parcialmente.
Además, la jurisprudencia es constante en afirmar que, como recuerda la STS 13 julio 2017 (Tol
6210181), la pérdida de oportunidad del cliente “no puede cifrarse en la suma que este pretendía
obtener en el proceso que resultó fallido”.
31 El origen de esta orientación jurisprudencial se halla en la STS 21 marzo 1950 (RJ 1950, 394).
32 STS 28 junio 1999 (Tol 2728468) y STS 11 diciembre 2001 (Tol 4924464).
33 STS 25 de abril 1994 (Tol 1665404), STS 28 junio 1997 (Tol 215270), STS 22 julio 2003 (RJ 2003,
explicable en la esfera de su actuación profesional y que obliga al profesional médico a acreditar las
circunstancias en que se produjo por el principio de facilidad y proximidad probatoria”.
La STS 24 noviembre 2016 (Tol 5899910) precisa que el daño desproporcionado “permite no ya deducir
la negligencia, ni establecer directamente una presunción de culpa, sino aproximarse al enjuiciamiento
de la conducta del agente a partir de una explicación cuya exigencia se traslada a su ámbito, pues ante
la existencia de un daño de los que habitualmente no se produce sino por razón de una conducta
negligente, se espera del agente una explicación o una justificación cuya ausencia u omisión puede
determinar la imputación por culpa que ya entonces se presume”.
35 V. en este sentido STS 20 noviembre 2009 (Tol 1748410), que exime de responsabilidad a la clínica en
la que se había llevado a cabo un tratamiento de fertilidad, porque no puedo acreditarse que el infarto
isquémico sufrido por la paciente fuera causado por un S.H.O; STS 27 septiembre 2010 (Tol 1958896),
que eximió de responsabilidad a los demandados, ante el daño denunciado por la parte demandante,
consistente en una importante deformidad originada tras infección postoperatoria de origen
desconocido; entendió que no había quedado probado que dicha infección se adquiriera en el centro
médico, que se instaurara un tratamiento antibiótico inadecuado o con retraso, o que se hubiera
prescrito el uso de pañal, en lugar de vendaje, que propiciase el desarrollo de la infección; consideró,
además, que hubo consentimiento informado suficiente por escrito y ampliado de forma verbal; STS 28
junio 2013 (Tol 3843023), que absolvió a los cirujanos que habían realizado dos operaciones (de
mamas y abdomen) a una paciente con obesidad mórbida, a la que se le advirtió de las cicatrices que
podrían quedar, del posible cambio de sensación en los pezones y de que el abdomen quedaría
redondeado; STS 19 julio 2013 (Tol 3887671), que condenó a la clínica demanda, por los daños
derivados de una operación mamaria mal realizada; STS 7 mayo 2014 (Tol 4280447), que consideró
procedente la condena por los daños resultantes de una liposucción fallida por falta de consentimiento
informado; y STS 3 febrero 2015 (Tol 4709030), que igualmente condenó por falta de consentimiento
informado, al no haberse conseguido el resultado buscado al someterse la paciente a una operación de
aumento de pecho y drenaje linfático manual.
36 Es la idea que se expresa en la vieja máxima genus numquam perit.
37 V. en el mismo sentido STS 9 enero 1951 (RAJ 1951, 584).
38 Por lo tanto, “las obligaciones alternativas se caracterizan por su contenido disyuntivo, con varias
posibilidades de prestación en concurrencia no acumulativa y con indeterminación relativa en tanto no
se produzca la concentración” (o elección). V. en este sentido SSTS 22 junio 1984 (Tol 1737547) y 13
marzo 1990 (Tol 1729166).
39 V. en este sentido STS 2 marzo 1956 (RAJ 1956, 1138).
40 V. en este sentido STS 28 septiembre 1998 (Tol 2635).
41 Lo que, como recuerda la STS 28 septiembre 1998 (Tol 2635), responde al principio del favor
debitoris.
42 V. en este sentido STS 17 mayo 1988 (Tol 1735241).
43 La STS 16 mayo 1923 (JC 1923, 59) dice, así, que “la efectividad de la opción […] depende de que la
elección hecha se notifique al acreedor y de que este la acepte o se declare procedente”. Por lo tanto,
como observa la STS 2 marzo 1956 (RAJ 1956, 1138), en un supuesto en el que la elección debía ser
realizada por el acreedor “hasta tanto que no la realice, no puede decirse que el deudor haya
incumplido la obligación contraída ni incurrido en demora”.
44 V. en este sentido SSTS 23 marzo 1957 (RAJ 1957, 1177), 28 febrero 1961 (RAJ 1961, 915), 16
diciembre 1983 (RAJ 1983, 6959), 22 junio 1984 (Tol 1737547) y 13 marzo 1990 (Tol 1729166).
45 En este supuesto, es evidente la aproximación entre la obligación facultativa con la dación en pago.
sentencia de condena o se liquide posteriormente en ejecución de sentencia, SSTS 5 julio 1983 (RAJ
1983, 4071) y 4 febrero 1992 (Tol 1661539).
54 El art. 577.1 LEC dispone que, cuando el título ejecutivo fije la cantidad de dinero en moneda
extranjera, se despachará la ejecución para obtenerla, pero las costas, gastos e intereses de demora
procesal se pagarán en moneda nacional.
55 V. en este sentido SSTS 26 diciembre 1985 (Tol 1736279) y 20 febrero 1986 (Tol 1734976). Por el
contrario, el art. 47 de la Ley Cambiaria y del Cheque, en el supuesto de que las letras de cambio
libradas en moneda extranjera no puedan pagarse en ella, por causa no imputable al deudor, la
conversión a moneda nacional se realizará teniendo en cuenta el cambio correspondiente al día del
vencimiento, salvo en caso de mora, pudiendo entonces el acreedor elegir el cambio del día del
vencimiento o el de la fecha del pago.
56 La STS 24 junio 1997 (Tol 215063) observa que la norma no tiene carácter imperativo, razón por la
cual, como afirma la STS 25 mayo 1999 (Tol 1755), cabe que “el deudor acuerde con el acreedor la
dación en pago consistente, en vez de cumplir la obligación pecuniaria, en entregar al acreedor letras de
cambio libradas contra tercero”.
57 V. en este sentido STS 25 noviembre 2004 (Tol 536335).
58 V. en este sentido STS 26 julio 1991 (RAJ 1991, 5422).
59 El Real Decreto Ley 19/2018, de 23 de noviembre, de servicios de pago y otras medidas urgentes en
324929).
61 La STS 16 noviembre 2007 (Tol 1221232) precisa que, a efectos de que surjan los intereses moratorios,
basta con que en la demanda se solicite el pago de “los intereses correspondientes”, sin aludir,
específicamente, a esta clase de intereses, por lo que no puede entenderse que esa mención genérica,
haya de entenderse referida, exclusivamente, a los intereses procesales del art. 576.I LEC.
62 V. en este sentido SSTS 15 febrero 1982 (RAJ 1982, 689), 30 noviembre 1982 (RAJ 1982, 6940), 21
que basta con “que la existencia de la deuda fuera indiscutible y el principal pudiera determinarse
mediante una simple operación aritmética”.
66 V. en este sentido STS 22 julio 2008 (Tol 1353296).
Ahora bien, como observa la STS 8 marzo 2010 (Tol 1808713), la interposición de la demanda no genera
los intereses moratorios, cuando no se reclama “una cantidad de dinero, sino el reconocimiento de un
derecho a percibir una indemnización que se cuantificaría posteriormente”.
67 V. en este sentido SSTS 22 abril 1982 (Tol 1739009) y 17 marzo 1987 (Tol 1739336).
68 V. en este sentido SSTS 29 febrero 1992 (Tol 1661528), 20 junio 1994 (Tol 1665324), 18 noviembre
procesales del art. 576.I LEC quedan subsumidos en los intereses moratorios del art. 20 LCS, en la
medida en que son más elevados. V. en este sentido SSTS 30 diciembre 1999 (Tol 52503), 13 junio
2007 (Tol 1106782), 16 abril 2009 (Tol 1499150), y 22 diciembre 2010 (Tol 2081304).
70 V. en este sentido SSTS 11 febrero 1989 (Tol 1731707) y 21 julio 1993 (Tol 1663233).
71 La jurisprudencia precisa que el art. 1110 CC se refiere al caso en que haya sido pagada la totalidad del
capital, y no, solamente, una parte del mismo. V. en este sentido SSTS 11 febrero 1989 (Tol 1731707)
y 3 febrero 1994 (Tol 1664855).
72 V. en este sentido STS 23 septiembre 2010 (Tol 1994640).
No obstante, actualmente, la cuestión carece de importancia práctica, porque el vigente art. 1964.2 CC
establece el plazo general de prescripción de las acciones personales, también en cinco años.
73 V. en este sentido SSTS 25 mayo 1945 (RAJ 1945, 588) y 8 noviembre 1994 (Tol 1656465).
74 V. en este sentido SSTS 8 mayo 1990 (Tol 1729655), 24 octubre 1994 (Tol 1665647), 30 diciembre
1997 (Tol 215984), 7 mayo 1998 (Tol 171829) y 21 diciembre 2006 (Tol 1025778).
75 V. en este sentido STS 8 noviembre 1994 (Tol 1656465).
3. CIRCUNSTANCIAS Y GARANTÍAS DE LA
RELACIÓN OBLIGATORIA
SUMARIO: I. EL PLAZO. 1. Régimen jurídico. A) El plazo como beneficio. B) Error del solvens. C) Fijación del
plazo por la autoridad judicial. D) Supuestos legales de pérdida del beneficio del plazo. 2. El término esencial.
II. LA CONDICIÓN. 1. Relación obligatoria bajo condición suspensiva. 2. Relación obligatoria bajo condición
resolutoria. III. LAS GARANTÍAS DEL CRÉDITO. 1. La pena convencional. A) Concepto, naturaleza y funciones.
B) La exigibilidad de la pena. C) La moderación judicial. 2. Las arras. 3. El derecho de retención. A) Concepto y
fundamento. B) Efectos. 4. Garantías independientes o autónomas (las cartas de patrocinio). IV.
CUESTIONARIO. V. CASOS PRÁCTICOS. VI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. EL PLAZO
Junto con el lugar, el tiempo es una de las circunstancias de la relación obligatoria. El
tiempo es determinante para conocer el momento inicial y final de la relación obligatoria
o el momento en que la prestación es exigible y debe producirse el cumplimiento1.
Además, en función del tiempo en el que se desarrollen, hay relaciones obligatorias
instantáneas (o de tracto único) y duraderas (o de tracto sucesivo). Son relaciones
obligatorias instantáneas aquellas que se realizan en una única unidad de tiempo, es decir
las que quedan extinguidas, inmediatamente, después de que nazcan, por la realización de
la prestación. Sin embargo, son de tracto sucesivo aquellas relaciones obligatorias en las
que la prestación (continua) o prestaciones (periódicas) se van cumpliendo a lo largo de
un periodo más o menos largo de tiempo.
Las obligaciones pueden cumplirse inmediatamente, después de su constitución, o puede
diferirse el cumplimiento a un momento posterior, en cuyo caso nos encontramos ante
obligaciones a plazo, que se regulan en los arts. 1125 a 1130 CC.
En dichos preceptos las expresiones “plazo” y “término” se utilizan como sinónimas. En
cualquier caso, el Código utiliza estas expresiones para referirse al momento en que debe
realizarse la prestación. Así, del art. 1125 CC se deduce que son obligaciones a plazo
aquellas para cuyo cumplimiento se haya señalado un día cierto.
Día cierto es el que ha de llegar, aunque se ignore cuando (ej. el 14 de mayo de 2017, el día que
se le caiga su primer diente, dentro de tres meses…). “Si la incertidumbre consiste en si ha de llegar
o no el día, la obligación es condicional, y se regirá por las reglas de la sección precedente”.
1. Régimen jurídico
A) El plazo como beneficio
Pese a que tradicionalmente se ha considerado que el plazo beneficia al deudor, el art.
1127 CC recoge la presunción de que el plazo está previsto en beneficio del acreedor y del
deudor, es decir, el primero no puede exigir el cumplimiento antes del plazo, ni el segundo
pagar anticipadamente2.
Es posible que las partes convengan una anticipación del vencimiento de la obligación.
En ese caso, el pago anticipado será válido y eficaz. Lo mismo ocurre si el beneficiado por
el plazo renuncia a él.
B) Error del solvens
De acuerdo con el art. 1126 CC, si se paga anticipadamente, ignorándose la existencia
del plazo, el pago es válido y eficaz, pero el que pagó podrá reclamar del acreedor los
intereses o frutos que este perciba.
Es decir, lo que se paga anticipadamente es irrepetible, salvo los intereses o frutos si el que pagó
ignoraba la existencia de plazo, o erró en su cómputo o duración.
2. El término esencial
El tiempo de la prestación fija el momento en que el crédito es exigible, de manera que si
el deudor se retrasa puede ser colocado en mora (el deudor responde por su retraso). Pero
normalmente la prestación aún es posible y el acreedor podrá exigir su cumplimiento
tardío.
No obstante, existen casos en que el término es determinante o “esencial” para satisfacer
el interés del acreedor. Es decir, no cabe otra alternativa que no sea la del cumplimiento
en el tiempo señalado. En otro caso, el interés del acreedor resultaría frustrado (p. ej., de
nada sirve a la novia que la modista le entregue el vestido después del día de la boda) y,
por ello, puede pedir la resolución del contrato5.
Téngase, en cuenta, no obstante, que es posible resolver el contrato, cuando, aun no siendo
esencial el término, en el sentido estricto de su acepción, sin embargo, el cumplimiento tardío
afecta, de tal modo a la satisfacción del interés legítimo del acreedor, que no puede exigírsele
conforme a la buena fe que continúe vinculado por el contrato6.
La STS 25 mayo 2016 (Tol 5616103) estimó la pretensión de resolución de un contrato de
fabricación y suministro de nueve locomotoras diésel-eléctricas para transporte de mercancías.
Pasados diez meses de la fecha en que debían haber sido entregadas, sin que la parte deudora fuera
capaz de dar una fecha aproximada sobre cuándo podría entregarlas, las entidades financieras
resolvieron los contratos de financiación, ante lo cual la parte acreedora instó la resolución del
contrato de fabricación y suministro, que, como se ha dicho, fue estimada.
II. LA CONDICIÓN
Las partes pueden voluntariamente someter la relación obligatoria a condición, dando
lugar a la llamada relación obligatoria condicional u obligación condicional. Consiste en
hacer depender la obligación de un suceso futuro o incierto, o de un suceso pasado que los
interesados ignoran (art. 1113 CC). La incertidumbre para las partes es, pues,
característica de la condición. La condición no se presume, sino que se requiere que quien
la alegue pruebe su existencia7.
a) Las condiciones pueden ser potestativas, causales y mixtas, según la influencia de la
voluntad sobre el evento puesto como condición. Las potestativas son aquellas que
dependen de la voluntad de una de las partes de la obligación, mientras que las causales
son las que dependen de circunstancias ajenas a dicha voluntad. Las mixtas, como su
nombre indica, en parte, dependen de la voluntad y, en parte, no.
La distinción tiene su importancia, desde el momento en que, según el art. 1115 CC, “Cuando el
cumplimiento de una condición dependa de la exclusiva voluntad del deudor [es decir, sea
potestativa], la obligación condicional será nula”.
1. La pena convencional
A) Concepto, naturaleza y funciones
La cláusula penal (o pena convencional)15 consiste en un pacto accesorio, que se incluye
en el contrato que contiene la obligación principal, y, en virtud del cual, el deudor de
dicha obligación se compromete a pagar una cantidad de dinero, si no la cumple o la
cumple de forma defectuosa o tardía16.
Por ejemplo, el vendedor de una vivienda en construcción se compromete a entregarla en una
determinada fecha, pactándose que, por cada día de retraso respecto de la fecha prevista, deberá
pagar al comprador 100 euros.
b) Sin embargo, las partes podrán atribuir a la cláusula penal una función estrictamente
sancionatoria20, estipulando expresamente que el acreedor pueda exigir, además de la
pena pactada, el resarcimiento de la totalidad de los daños causados (art. 1152.I CC, a
sensu contrario)21. La pena convencional se acumula entonces a la responsabilidad legal
derivada del art. 1001 CC (y agrava esta)22.
Ahora bien, para que proceda la reparación de los daños ocasionados, es necesario la
prueba de los mismos, porque, “a diferencia de la pena contenida en la cláusula penal, en
la que no se exige prueba alguna, la indemnización que se solicita junto con aquella está
sometida al régimen general de prueba del art. 217.2 LEC”23.
La STS (Pleno) 13 septiembre 2016 (Tol 5824311) precisa que la posibilidad de estipular cláusulas
penales con función sancionatoria está sujeta a los límites generales de la autonomía privada del art.
1255 CC, por lo que no pueden ser contrarias a la moral o al orden público. Concretamente, no
considera admisibles “las penas convencionales cuya cuantía exceda extraordinariamente la de los
daños y perjuicios que, al tiempo de la celebración del contrato, pudo razonablemente preverse que
se derivarían del incumplimiento contemplado en la cláusula penal correspondiente”.
Califica como cláusulas penales desproporcionadas (para las que admite una reducción judicial
conservadora de su validez, al margen de lo prevista en el art. 1154 CC), no solo las cláusulas
penales “opresivas”, “intolerablemente limitadoras de la libertad de actuación del obligado” o las
“usurarias”, “aceptadas por el obligado a causa de su situación angustiosa, de su inexperiencia o de
lo limitado de sus facultades mentales”, “sino también aquéllas en las que el referido exceso de la
cuantía pactada de la pena sobre el daño previsible no encuentre justificación aceptable en el
objetivo de disuadir de modo proporcionado el incumplimiento que la cláusula contempla; en
atención sobre todo a la gravedad del mismo y al beneficio o utilidad que hubiera podido preverse,
al tiempo de contratar, que reportaría al deudor incumplidor”.
Por otro lado, el art. 1153 CC permite también a las partes pactar expresamente que la
cláusula penal tenga una función de “arrepentimiento”, concediendo al deudor la facultad
de liberarse del cumplimiento de la obligación principal, mediante el pago de la pena
convencional.
El art. 1153 CC admite esta posibilidad al decir que “el deudor no puede eximirse de cumplir la
obligación pagando la pena, salvo que expresamente se haya pactado”. Por tanto, el pacto en que
se otorgue esta facultad debe ser expreso y en tal caso, la obligación se convertiría en facultativa24,
pudiendo el deudor optar entre cumplirla o pagar el importe de la cláusula penal25.
En todo caso, las dudas sobre la cláusula penal deben ser resueltas acudiendo a las reglas
de interpretación de los contratos, siendo la jurisprudencia favorable a una interpretación
restrictiva sobre la existencia, contenido y alcance de la pena26.
B) La exigibilidad de la pena
Las partes pueden libremente especificar el supuesto en que tendrá efectividad la
cláusula penal. Si no pactan nada, tendrá lugar en los casos de incumplimiento total y
cumplimiento defectuoso, incluyendo el tardío.
Existen, por ello, las llamadas “cláusulas moratorias“, que se establecen únicamente para el
retraso27. En tal supuesto, la pena convencional actúa en función de liquidación de los daños
causados por el retraso, pero no de aquellos otros que pueda ocasionar otro tipo de incumplimiento,
por ejemplo, si el cumplimiento, además de tardío, es defectuoso.
C) La moderación judicial
El art. 1154 CC establece que el Juez modificará equitativamente la pena cuando la
obligación principal sea parcial o irregularmente cumplida29. Es una norma imperativa
que el Juez deberá tener en cuenta aunque no haya sido solicitada por quien pudiera
beneficiarse de la reducción30.
El criterio que debe atender el Juez para reducir la pena es el perjuicio evitado por el
cumplimiento parcial o irregular, es decir, el grado de satisfacción del acreedor.
Evidentemente, el art. 1154 CC presupone el cumplimiento parcial del contrato, por lo que no
puede aplicarse cuando el incumplimiento es total, ni tampoco, cuando la cláusula “está
expresamente prevista para el incumplimiento parcial o para el cumplimiento deficiente o
retardado”, por lo que no cabe la facultad moderadora de las cláusulas penales moratorias,
previstas, precisamente, para el caso de cumplimiento tardío31.
No obstante, según reciente jurisprudencia, cabe una reducción judicial conservadora de su
validez (al margen del art. 1154 CC) en el caso de que el deudor pruebe la existencia de una
elevada desproporción entre la cuantía de la pena pactada y el importe efectivo de los daños,
debida a circunstancias imprevisibles al tiempo de su estipulación32.
2. Las arras
A diferencia de la pena convencional, las arras consisten (normalmente) en la entrega de
suma de dinero que un contratante entrega al otro en el momento de celebración del
contrato (usualmente, el de compraventa), con el fin de confirmarlo, garantizar su
cumplimiento o permitirle desistir de él libremente, perdiendo, a cambio, la cantidad
entregada33.
La consideración de las arras como constitutivas de un contrato distinto e independiente del
contrato principal, respecto del cual funcionarían como accesorio, no parece acertada. Se trata de
un pacto que se inserta en un contrato o negocio jurídico, que no por ello pierde su unidad. No
obstante, es común el uso de la expresión “contrato de arras”.
Presupone una datio rei. Es precisamente ésta la característica que diferencia a las arras de la pena
convencional. En las arras no hay una promesa de prestación futura para el caso de cumplimiento,
sino una entrega efectiva.
3. El derecho de retención
A) Concepto y fundamento
Es la facultad otorgada por la ley al obligado a la entrega o restitución de una cosa para
retardar su cumplimiento, detentando la misma en tanto no se le satisfaga el crédito que
tiene contra el acreedor a esa restitución o entrega (que es, por tanto, deudor del que
retiene). El crédito del retenedor debe ser cierto y exigible.
El derecho de retención, de origen legal, es contemplado por nuestro Código Civil con
referencia a una serie de casos concretos (arts. 453, 522, 1600, 1730), sobre la base de los
cuales la doctrina y la jurisprudencia han tratado de establecer unos perfiles y unos
principios unitarios35.
Se concede, así derecho de retención: al poseedor de buena fe de una cosa, sobre la cosa poseída,
hasta que le sean satisfechos los gastos necesarios hechos por él (art. 453);, al usufructuario por los
desembolsos hechos por él en la cosa usufructuada que le deban ser reintegrados por el nudo
propietario y en particular por el valor de las reparaciones (art. 522); al que ha ejecutado una obra
en cosa mueble hasta que se le pague el precio de la obra (art. 1600); al mandatario, hasta que el
mandante le reembolse las cantidades anticipadas para el cumplimiento de la gestión y le
indemnice los daños y perjuicios que el cumplimiento del mandato le hubiese irrogado (art. 1730),
etc.36.
B) Efectos
El derecho de retención no es en rigor un derecho subjetivo autónomo e independiente,
sino una mera facultad que se confiere al acreedor, que sólo ostenta la facultad de
continuar la detención y de rehusar la restitución37. El acreedor carece de un poder de
realización del valor de los bienes para resarcirse de su crédito con el producto obtenido38.
Tampoco confiere ninguna preferencia para el cobro39.
No obstante, el derecho de retención constituye una forma de garantía, en tanto que el
deudor tendrá que pagar, si quiere recuperar la cosa.
El derecho de retención se extingue con el pago total de la deuda, con la entrega
voluntaria de la cosa y con la desaparición o pérdida de la misma40, entre otras causas.
Sin embargo, las necesidades del comercio y del tráfico jurídico reclaman garantías más
eficaces, no sólo en el sentido de hacer inmediatamente efectiva la obligación del fiador
(evitándose el beneficio de excusión, en virtud del cual el fiador puede oponerse a pagar,
en tanto el acreedor no haya ejecutado todos los bienes del deudor), sino, también, en el
de eludir los trámites que la efectividad de la fianza impone, con la consiguiente pérdida
de tiempo y de dinero.
Entre ellas, destacan la garantía o aval a primer requerimiento (que se estudiará en su
momento), el seguro de caución, regulado en el art. 68 LCS, y las cartas de patrocinio.
Las cartas de patrocinio consisten en que una sociedad dominante, con la intención de
apoyar a una sociedad filial del mismo grupo, a la que en alguna medida controla, y la
cual está en trance de concertar un contrato, generalmente, de financiación, con un banco,
le entrega a este un documento, en el que trata de convencerle del buen fin de la
operación41. Es decir, con motivo de la negociación acerca de la concesión de un crédito a
una o varias sociedades filiales de un grupo, la sociedad matriz, que es la que habrá
negociado con el banco las condiciones del mismo, emite una carta en favor del futuro
concedente del crédito, en la que manifiestan una serie de extremos, con la finalidad de
asegurar o tranquilizar al destinatario del buen éxito de la operación con la sociedad filial
deudora42.
En esa carta se expresa la condición de pertenencia al grupo, el grado de participación
que la sociedad que patrocina posee en la sociedad deudora, declaraciones sobre la
estructura financiera y, en definitiva, cualesquiera otras circunstancias que revelen la
disponibilidad de la filial para el cumplimiento. Con estas declaraciones, la sociedad
patrocina transmite al acreedor un grado de seguridad más difuso, menos comprometido
y, sin duda, más ambiguo que si hubiese prestado un aval.
Las razones que han determinado la aparición y auge de esta figura son diversas, entre
otras, evitar las formalidades necesarias para constituir las garantías tradicionales, eludir
el gravamen fiscal que comportan algunas de estas garantías y evitar determinadas
consecuencias contables que se siguen de la obligación de llevar al balance la constitución
de las garantías tradicionales.
IV. CUESTIONARIO
1ª. ¿Qué es el término esencial?
2ª. ¿Qué ocurre si se vendió una cosa bajo condición suspensiva y la condición no se
cumple?
3ª. ¿Qué ocurre si se vendió una cosa bajo condición suspensiva y la cosa se ha deteriorado?
4ª. ¿Qué ocurre si se vendió una cosa bajo condición resolutoria y la condición se ha
cumplido?
5ª. Explique brevemente las funciones que puede desempeñar la cláusula penal
6ª. Tipos de arras
7ª. ¿Qué es el derecho de retención?
8ª. ¿Qué son las cartas de patrocinio?
V. CASOS PRÁCTICOS
1º. Supuesto de hecho
Por necesidades derivadas de la crisis económica, el 13 de enero de 2011 Don Fernando se
vio obligado a vender su coche a Doña María por 10.000 euros, con la condición de
recuperarlo, si en 6 meses encontraba de nuevo un trabajo. Don Fernando entregó el
coche a Doña María y ésta le pagó los 10.000 euros. El 17 de marzo Doña María se saltó un
semáforo en rojo y recibió un fuerte impacto de otro vehículo. Como consecuencia del
golpe, el lateral derecho del coche quedó completamente abollado. Puesto que la
reparación de chapa y pintura ascendía a 5.000 euros, decidió no repararlo por el
momento. Aprovechando una promoción y, siendo que en Pascua pensaba hacer un viaje
por el norte de España, cambió los neumáticos por 700 euros. El 30 de mayo Don Fernando
es contratado para trabajar en una empresa de Alcira y quiere recuperar su coche.
CUESTIONES
1º. ¿De qué tipo de condición se trata?
2º. ¿Puede Don Fernando exigir a Doña María que le devuelva el coche?
3º. ¿Quién debe hacerse cargo de los desperfectos que ha sufrido el coche?
4º. ¿Puede exigir Doña María el importe de las ruedas?
2º. Supuesto de hecho
La empresa de construcción Cementos S.A. solicita un préstamo a la entidad financiera
“Subanco S.A.” por el importe de 200.000 Euros. En dicho contrato se pactan unos
intereses fijos del 5% y una cláusula penal en caso de incumplimiento por el importe de
30.000 Euros. La empresa de construcción incumple y no restituye la cantidad convenida
en el momento pactado.
CUESTIONES
1º. ¿Qué podrá reclamar “Subanco S.A.” a la empresa de construcción en virtud de la
cláusula penal?
2º. ¿Podrá exigirle, además, que cumpla?
3º. ¿Podrá reclamar que se le indemnicen los daños y perjuicios ocasionados por el
incumplimiento?
cuando se pacta cualquiera otra estipulación que lleva al mismo resultado, pues no es necesaria
ninguna fórmula especial.
16 Hay, pues, una relación de dependencia y accesoriedad entre la cláusula penal y la obligación principal
(art. 1155 CC), que constatan, entre otras, SSTS 30 abril 1991 (Tol 1727097) y 30 marzo 2016 (Tol
5682215).
17 Claro está que el acreedor no “podrá exigir conjuntamente el cumplimiento de la obligación y la
satisfacción de la pena, sin que esta facultad le haya sido claramente otorgada” (art. 1153 CC).
18 La STS 30 marzo 2016 (Tol 5682215) observa que la función esencial de la cláusula penal es la
“liquidadora de los daños y perjuicios que haya podido producir el incumplimiento o el cumplimiento
defectuoso de la obligación principal, sustituyendo a la indemnización sin necesidad de probar tales
daños y perjuicios; solo excepcionalmente opera la función cumulativa, cuando se ha pactado
expresamente que el acreedor pueda exigir la indemnización de los daños y perjuicios causados y
probados, y, además, la pena pactada”.
19 La STS 21 febrero 2012 (Tol 2481149) afirma que, “si las partes, voluntariamente y en aras del
principio de autonomía de la voluntad que proclama el artículo 1255 del Código civil han pactado una
cláusula penal, deben acatar la función liquidadora que impone el mencionado artículo 1152, habiendo
podido pactar —que no lo hicieron— la función cumulativa que permite el último inciso de este mismo
artículo”.
20 También llamada coercitiva, punitiva o agravatoria.
21 La jurisprudencia exige que el pacto sea expreso. V. en este sentido SSTS 30 marzo (Tol 5682215) y 3
cláusula de sustitución.
25 V. en este sentido STS 24 junio 2010 (Tol 1887179).
26 V. en este sentido STS 10 de junio de 1969 (RAJ 1969, 967), y, más recientemente STS 30 marzo 2016
(Tol 5682215).
27 V. en este sentido STS 3 noviembre 1999 (Tol 2356).
28 V. en este sentido STS 4 julio 1988 (Tol 1733756).
29 V. en este sentido SSTS 21 junio 2004 (Tol 454036), 10 mayo 2001 (Tol 55749) y 7 mayo 2012 (Tol
2574732)
30 V. en este sentido STS 1 diciembre 1965 (RAJ 1965, 5736).
31 V. en este sentido SSTS 17 enero 2012 (Tol 2438817) y 17 abril 2015 (Tol 4918432).
32 V. en este sentido SSTS 13 septiembre 2016 (Tol 5824311) y 25 enero 2017 (Tol 5950008).
33 La distinción entre arras confirmatorias, penales y penitenciales (o de arrepentimiento) es claramente
formulada, entre otras, por SSTS 25 febrero 2013 (Tol 3166759) y 17 octubre 2018 (Tol 6861826).
34 V. en este sentido SSTS 24 marzo 2009 (Tol 1485176), 11 noviembre 2010 (Tol 2005213), 25 febrero
cumplimiento de la obligación de satisfacer un crédito (normalmente, los gastos) que tiene el que la
retiene contra el que tiene derecho a la cosa. Se fundamenta en la buena fe, pues contraviene a la buena
fe quien exige la restitución de una cosa sin pagar o indemnizar previamente los gastos realizados sobre
la misma. Obtener la restitución de la cosa sin llevar a cabo el pago de los gastos proporciona al
receptor un enriquecimiento injustificado.
37 El retenedor está obligado a conservar la cosa con la diligencia de un buen padre de familia y no podrá
usar, disfrutar o disponer de ella (arts. 1094 y 1095 CC). Le son de aplicación supletoria las reglas del
depósito, en cuanto sean compatibles.
38 V. en este sentido SSTS 24 junio 1941 (RAJ 1941, 758) y 21 febrero 1997 (RAJ 1997, 1011).
39 No es un verdadero derecho real, aunque es oponible erga omnes, no sólo frente al deudor, sino
también frente a los acreedores y sucesores en su titularidad. No genera la rei persecutoriedad, propia
de los verdaderos derechos reales. El titular del derecho de retención puede retener la cosa, pero no
puede recuperarla si ha pasado a manos de un tercero. No obstante, la STS 7 julio 1987 (Tol
1739918)) habla de “retener en prenda” y reconoce que se trata de un verdadero derecho real.
40 V. en este sentido STS 25 octubre 2005 (Tol 738291).
41 V. en este sentido STS 30 junio 2005 (Tol 687643), 13 febrero 2007 (Tol 1042358) y 18 marzo 2009
(Tol 1485191).
42 Ahora bien, nada impide que estas cartas de patrocinio sean emitidas por empresas que no tengan el
control de la prestataria, e, incluso, que nada tengan que ver con ella. Según el mayor o menor grado
de compromiso jurídico asumido por la sociedad que patrocina, las cartas de patrocinio suelen
calificarse en fuertes o débiles. V. en este sentido STS 18 marzo 2009 (Tol 1485191).
4. EL PAGO
SUMARIO: I. CONCEPTO Y FUNCIONES DEL PAGO. II. SUJETOS DEL PAGO. 1. Sujeto activo. A) Requisitos
de capacidad. B) Pago por tercero. 2. Sujeto pasivo. A) Pago a tercero. B) Pago a acreedor aparente. III.
REQUISITOS OBJETIVOS DEL PAGO. 1. La identidad de la prestación ejecutada. 2. La integridad de la
prestación ejecutada. IV. LUGAR DEL CUMPLIMIENTO. V. PRUEBA Y GASTOS DEL PAGO. VI. IMPUTACIÓN
DE PAGOS. VII. LOS SUBROGADOS DEL CUMPLIMIENTO. 1. El ofrecimiento de pago y la consignación de la
cosa debida. 2. La dación en pago. 3. La cesión de bienes a los acreedores. VIII. LA CONDONACIÓN. IX. LA
COMPENSACIÓN. 1. Concepto y clases. 2. La compensación legal. A) Requisitos. B) Efectos. 3. La
compensación judicial. 4. La compensación voluntaria. X. CUESTIONARIO. XI. CASOS PRÁCTICOS. XII.
BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
Para que el pago pueda provocar los efectos señalados, y, en particular, la extinción de
la obligación, han de concurrir unos requisitos, subjetivos (en las personas que en aquel
intervienen) y objetivos, de los cuales pasamos a ocuparnos.
1. Sujeto activo
Normalmente será el deudor quien pague, aunque, como expondremos posteriormente,
nada impide que lo haga un tercero.
A) Requisitos de capacidad
En cualquier caso, para que el pago sea liberatorio y produzca el efecto extintivo, habrá
de cumplirse lo prescrito en el art. 1160 CC, conforme al cual “En las obligaciones de dar
no será válido el pago hecho por quien no tenga la libre disposición de la cosa debida y
capacidad para enajenarla”.
Son, pues, dos los requisitos que han de concurrir en la persona de quien paga.
a) En primer lugar, ha de tener la libre disposición de la cosa debida, lo que
generalmente ha de entenderse en el sentido de que ha de ser propietario de la cosa que
entrega, lo que es perfectamente lógico, pues, en caso contrario, el verdadero dueño podrá
reivindicarla, por lo que el acreedor perdería su posesión.
b) En segundo lugar, ha de tener capacidad para enajenar la cosa debida o, dicho de
otro modo, ha de tener capacidad general para contratar, que, una vez suprimida la
incapacitación (por la Ley 8/2021, de 2 de junio) corresponde a todos los mayores de
edad (a los que se equiparan los menores emancipados, con las limitaciones previstas en el
art. 247 CC).
De este requisito resulta que el menor no emancipado no puede realizar un pago eficaz,
sino que el pago de sus deudas ha de ser realizado por sus representantes legales.
Tratándose de personas con discapacidad con medidas de apoyo, si se ha previsto la asistencia del
curador para realizar pagos, será necesario que el mismo los consienta; y, en el caso en que,
excepcionalmente, se le hubiera nombrado un curador con funciones representativas, será él quien
los realice, para lo cual requerirá, en todo caso, autorización judicial, si los mismos suponen hacer
“gastos extraordinarios en los bienes de la persona a la que presta apoyo” (art. 287.6º CC).
El tercero que paga tiene dos medios para recuperar lo pagado: por un lado, la acción de
reembolso contra el deudor; y, por otro, la posibilidad de subrogarse en la posición del
acreedor, lo que significa que pasa a ocupar la posición originaria de este frente al deudor;
y, en consecuencia, se beneficiará de las garantías, reales o personales, que tuviera a su
favor: por ejemplo, si la deuda estaba garantizada con una hipoteca o una fianza, dichas
garantías seguirán asegurando que el tercero cobre lo pagado por el deudor, de modo que,
si este no se lo reembolsa, podrá ejecutar la hipoteca o dirigirse contra el fiador.
La STS 23 junio 1969 (RAJ 1969, 3576) describe, con precisión, la diferencia entre reembolso y
subrogación. Observa que “así como en el caso del derecho al reembolso el crédito del tercero es
nuevo e independiente del que tenía el acreedor originario, por lo cual a ese crédito no se
comunican las garantías o privilegios del crédito originario, cuando se trata de subrogación, como
quiera que el tercero pasa a ocupar la posición del acreedor originario frente al deudor, ello
determina el derecho del tercero a exigir el pago efectuado, y, además, a que de igual modo que al
crédito del tercero, por ser el mismo que el originario, pasan las garantías de este, se le puedan
oponer las mismas excepciones”.
La persona autorizada para recibir el pago en nombre del acreedor será su representante
voluntario, a quien haya dado poderes para cobrar, o su representante legal, si es menor
de edad o se halla incapacitado.
También puede ser autorizada para recibir el pago la entidad bancaria6, en la que el
acreedor tenga una cuenta corriente, cuyo número haya facilitado al deudor para que
ingrese en ella la cantidad debida7.
A) Pago a tercero
Fuera de estos supuestos de autorización, a los que nos hemos referido, el pago hecho a
un tercero no produce el efecto liberatorio, a no ser que, como dice el art. 1163.II CC,
dicho pago “se hubiera convertido en utilidad del acreedor”8. Sería, por ejemplo, el caso
de que el tercero que recibió la cosa debida la hubiera después entregado al acreedor, o
también el supuesto en que el deudor ingresase en la cuenta corriente del acreedor la
cantidad debida, a pesar de que aquel no hubiera autorizado al banco a recibir el pago.
Por cuanto concierne a los pagos hechos mediante la utilización fraudulenta de tarjetas
de crédito, el art. 45.1 del Real Decreto-Ley 19/2018, de 23 de noviembre, de servicios de
pago y otras medidas urgentes en materia financiera (en adelante LSP), establece que “en
caso de que se ejecute una operación de pago no autorizada, el proveedor de servicios de
pago del ordenante devolverá a este el importe de la operación no autorizada de
inmediato y, en cualquier caso, a más tardar al final del día hábil siguiente a aquel en el
que haya observado o se le haya notificado la operación, salvo cuando el proveedor de
servicios de pago del ordenante tenga motivos razonables para sospechar la existencia de
fraude y comunique dichos motivos por escrito al Banco de España, en la forma y con el
contenido y plazos que este determine.
“En su caso –añade el precepto, el proveedor de servicios de pago del ordenante restituirá la
cuenta de pago en la cual se haya efectuado el adeudo al estado en el que se habría encontrado de
no haberse efectuado la operación no autorizada”.
El banco, proveedor de los servicios de pago, responderá, así, por las operaciones
realizadas irregularmente por terceros con tarjetas que él emite, salvo si se demuestra la
actuación fraudulenta del usuario o “el incumplimiento, deliberado o por negligencia
grave, de una o varias de sus obligaciones” (art. 46.1 LSP). Esto es, la de adoptar “todas
las medidas razonables a fin de proteger sus credenciales de seguridad personalizadas”; y,
“en caso de extravío, sustracción o o apropiación indebida del instrumento de pago o de
su utilización no autorizada”, la de “notificarlo al proveedor de servicios de pago o a la
entidad que este designe, sin demora indebida en cuanto tenga conocimiento de ello” (art.
41 LSP); y, en todo caso, en el plazo máximo de trece meses desde la fecha del adeudo
(art. 43.1 LSP).
No obstante lo dicho, el usuario de la tarjeta utilizada irregularmente “podrá quedar obligado a
soportar, hasta un máximo de 50 euros, las pérdidas derivadas de operaciones de pago no
autorizadas resultantes de la utilización de un instrumento de pago extraviado, sustraído o
apropiado indebidamente por un tercero” en los términos previstos por el art. 46.1 LSP.
Conforme al art. 1168 CC, los “gastos extrajudiciales que ocasione el pago”, es decir,
los que sean precisos para poder realizarse la prestación (por ejemplo, desplazar la cosa al
lugar en que debe ser entregada), “serán de cuenta del deudor” (aunque, teniendo el
precepto carácter dispositivo, cabe pacto en contrario). “Respecto de los judiciales [costas
de los pleitos que pudieran surgir entre las partes], decidirá el Tribunal con arreglo a la
Ley de Enjuiciamiento Civil”.
VI. IMPUTACIÓN DE PAGOS
La imputación de pagos es “la determinación de la obligación a la que se aplica el pago
y produce su cumplimiento, habiendo varias del mismo tipo entre acreedor y deudor”17.
La imputación de pagos presupone, pues, que una persona tiene varias deudas de la
misma especie (normalmente, de carácter pecuniario) a favor de un mismo acreedor, lo
que determina la necesidad de precisar a cuál de esas deudas debe aplicarse el pago
realizado.
Existen tres clases de imputación:
a) La imputación hecha por el deudor.
A tenor del art. 1171.I CC, “El que tuviere varias deudas de una misma especie en favor
de un solo acreedor, podrá declarar, al tiempo de hacer el pago, a cuál de ellas debe
aplicarse”18.
Por lo tanto, en principio, corresponde al deudor la facultad de imputar el pago
realizado a alguna de sus deudas, mediante una declaración de voluntad dirigida al
acreedor “sobre el destino de la prestación que realiza”19.
Dicha declaración deberá realizarse al tiempo de hacer el pago, siendo ineficaz la
realizada posteriormente20.
En el ejercicio de esta facultad, el deudor deberá respetar lo dispuesto en el art. 1173
CC, según el cual “Si la deuda produce interés, no podrá estimarse hecho el pago por
cuenta del capital mientras no estén cubiertos los intereses”; y ello, porque lo contrario
“supondría convertir una deuda que produce intereses en una simple, en claro perjuicio
del acreedor”21.
b) La imputación convencional.
Es la hecha, de común acuerdo, por el acreedor y el deudor, o por aquel, con el
consentimiento de este22.
A esta clase de imputación se refiere el art. 1172.II CC, según el cual “Si [el deudor]
aceptare del acreedor un recibo en que se hiciese la aplicación del pago, no podrá
reclamar contra ésta, a menos que hubiera mediado causa que invalide el contrato”.
c) La imputación legal.
Con carácter subsidiario, es decir, para el caso de que el deudor no haya hecho la
imputación o la misma no se haya convenido, el art. 1174 CC prevé que “se estimará
satisfecha la deuda más onerosa al deudor entre las que estén vencidas [por ejemplo, la
que devenga un tipo de interés más elevado23 o la garantizada por una hipoteca24]. Si éstas
fueren de igual naturaleza y gravamen, el pago se imputará a todas a prorrata”.
2. La dación en pago
La dación en pago es un negocio, por el que el deudor y el acreedor pactan que el
primero entregará al segundo una cosa distinta a la debida y que, mediante dicha entrega,
en virtud de la cual se transmite la propiedad del bien, quedará extinguida la obligación27.
Por ejemplo, el deudor debe 40.000 euros, pero no tiene dinero en metálico para pagar,
pero sí una finca, cuyo valor se aproxima a la suma debida28. Puede entonces convenir con
el acreedor que acepte dicha finca en pago de su deuda29. Si este lo acepta30, una vez
entregada la finca, el deudor quedará liberado y la obligación extinguida31.
Según se deduce del art. 1166 CC, la dación en pago no puede ser impuesta por el
deudor, sino que tiene que ser aceptada por el acreedor.
Para que exista dación en pago, la jurisprudencia32 exige que haya cesión del dominio pleno en
concepto de pago total de la deuda, que conste el consentimiento del acreedor para la realización
de una prestación distinta a la que inicialmente se había establecido y, por último, que su
regulación se acomode a las normas de la compraventa, al carecer de normas específicas33.
La cesión es un negocio que no debe confundirse con la dación en pago, ya que ésta
implica la entrega de una cosa distinta a la debida, mediante la cual se producen los
efectos propios del pago, esto es, la extinción de la obligación34. En cambio, la cesión de
bienes no produce, por sí misma, la extinción de la obligación35, sino que, a través de ella,
el deudor entrega la posesión (que no, la propiedad36) de sus bienes a los acreedores para
que los vendan y con su importe paguen sus créditos37.
Por ejemplo, “A” tiene una deuda con “B”, por valor de 100.000 euros; y con “C”, por valor de
50.000 euros; al no tener liquidez, les cede la posesión de dos inmuebles de su propiedad, con el
mandato irrevocable de proceder a su enajenación, autorizándoles para que imputen el precio
obtenido a la satisfacción de sus créditos.
VIII. LA CONDONACIÓN
La condonación de deuda se regula en los arts. 1187 a 1191 CC. Por condonación de
deuda se ha de entender aquella declaración del acreedor, a través de la cual este
exterioriza su voluntad de extinguir, total o parcialmente, su derecho de crédito, sin
recibir, a cambio, contraprestación.
En cuanto a la forma de la condonación, a tenor del art. 1187.I CC, ésta puede ser
expresa o tácita (deducible de hechos concluyentes), estando sometida, en ambos casos, “a
los preceptos que rigen las donaciones inoficiosas” (por lo que deberán ser reducidas en
cuanto al exceso, si vulneran la legítima de los herederos forzosos). “La condonación
expresa deberá, además, ajustarse a las formas de la donación” (art. 1187.II CC).
El Código civil prevé dos supuestos de condonación tácita, en los que presume la voluntad de
condonar del acreedor. Así, el art. 1188 CC se refiere a la condonación que se deduce de la entrega
al deudor del documento privado justificativo de un crédito, mientras que el art. 1191 CC
contempla el supuesto de la condonación de la obligación accesoria de prenda, “cuando la cosa
pignorada, después de entregada al acreedor, se hallare en poder del deudor”.
A tenor del art. 1190 CC, la condonación de la deuda principal extingue las
obligaciones accesorias, pero, en cambio, la condonación de éstas no extingue la principal.
Por ello, la STS 2 diciembre 2008 (Tol 1413616) observa que los efectos de la condonación o
remisión parcial de la fianza, acordada en transacción, no se proyectan sobre la obligación principal
garantizada.
IX. LA COMPENSACIÓN
1. Concepto y clases
La compensación es un mecanismo de extinción de las obligaciones, que operará
“cuando dos personas, por derecho propio, sean recíprocamente acreedoras y deudoras la
una de la otra” (art. 1195 CC).
Su finalidad es evitar los dobles pagos, aunque, como resulta lógico, la compensación se
produce en atención a la cuantía de los respectivos créditos40, tal y como resulta del art.
1202 CC.
La compensación, por tanto, podrá ser total o parcial41.
Por ejemplo, si “A” y “B” se deben recíprocamente 6.000 euros, sus respectivas deudas se
extinguirán, por compensación (total). Pero, si “A” debe a “B” 6.000 euros, y este, a su vez, debe a
“A” 4.000 euros, la cuantía del crédito de “B” se reducirá a 2.000 euros, como consecuencia de la
compensación (parcial).
2. La compensación legal
La compensación legal es la que se produce por ministerio de la Ley, al darse los
requisitos, enumerados por el art. 1196 CC.
No obstante, hay que tener en cuenta que la compensación legal puede excluirse cuando así lo
hayan pactado los interesados. Además, el art. 1200 CC prohíbe la compensación en dos supuestos:
cuando alguna de las deudas proviniere de depósito o de las obligaciones del depositario o
comodatario42; y en el caso de alimentos debidos por título gratuito43.
A) Requisitos
Los requisitos de la compensación legal, que han de darse cumulativamente, son los
siguientes:
a) “Que cada uno de los obligados lo esté principalmente, y sea a la vez acreedor
principal del otro”44. Por ello, un deudor no puede pretender que se compense el crédito
que un representante le reclame en nombre de otra persona, argumentando que dicho
representante le debe, a su vez, una suma de dinero (sólo podrá oponer la compensación
por la cuantía del crédito que, en su caso, tuviera contra el representado, en cuyo nombre
se hace la reclamación).
Como excepción a este requisito, el art. 1197 CC señala que “el fiador podrá oponer la
compensación respecto de lo que el acreedor debiere a su deudor principal”.
c) “Que las dos deudas estén vencidas” y sean exigibles. Por lo tanto, no pueden
compensarse deudas sujetas a una condición o plazo, hasta que aquella se cumpla o este
venza46.
La STS 3 abril 2006 (Tol 882971) consideró, así, que un banco no podía compensar lo que le
debía uno de sus clientes (en concepto de fiador de una deuda de una sociedad, que no había sido
satisfecha) con las cantidades que este tenía en tres depósitos a plazo fijo, porque los mismos
todavía no habían vencido. Por ello, reconoció que dicho cliente tenía derecho a los intereses que
hubieran debido devengarse en el período de tiempo comprendido entre la incorrecta retirada de las
sumas depositadas (realizada por el banco a efectos de proceder a la compensación de las deudas
recíprocas) y el momento del vencimiento de los plazos de las respectivas imposiciones.
d) “Que sean líquidas”, es decir, haya certeza sobre su existencia y cuantía, debiendo
recordarse que la jurisprudencia ha declarado que una deuda es líquida, cuando está
determinado su montante o este puede fijarse a través de una simple operación
aritmética47 (por ejemplo, una multiplicación).
La STS 7 diciembre 2007 (Tol 1229943) estimó improcedente la compensación legal, alegada por
el demandado, quien reclamaba la restitución de un capital prestado, por carecer de cuantía
determinada el crédito que aquel alegaba tener contra el demandante. Concretamente, sostenía
haber realizado a favor de este, una serie de servicios, en calidad de abogado. Frente a ello, el
Tribunal Supremo afirma que la mera formulación de la minuta por el abogado demandado no era
bastante para fijar la cuantía del pretendido crédito, dándose, además, la circunstancia de que los
servicios que se minutaban sólo, en parte, habían sido reconocidos48.
e) “Que sobre ninguna de ellas [las deudas] haya retención o contienda promovida por
terceras personas y notificada oportunamente al deudor”, es decir, que no exista un
litigio, por el que este último se convierta en depositario judicial hasta la finalización del
mismo49, momento este, en que se sabrá con certeza quién es el acreedor.
B) Efectos
Cumplidos estos requisitos, la compensación se producirá automáticamente50,
extinguiéndose “una y otra deuda en la cantidad concurrente, aunque no tengan
conocimiento de ella los acreedores y deudores”51.
Ahora bien, la jurisprudencia ha precisado que, si bien este tipo de compensación “se
produce por aplicación de las normas legales, una vez cumplidos todos los requisitos que
las mismas exigen”52, la parte demandada ha de invocarla en juicio53, oponiendo la
correspondiente excepción54, sin que el juez pueda apreciarla de oficio55.
Téngase en cuenta que, a tenor del art. 1201 CC, “Si una persona tuviere contra sí
varias deudas compensables, se observará en el orden de la compensación lo dispuesto
respecto a la imputación de pagos”.
3. La compensación judicial
La jurisprudencia admite la denominada compensación judicial, que tiene lugar en los
casos en que no procede la compensación legal, “por falta de alguno de sus requisitos [los
previstos en el art. 1196 CC] y este se logra durante la tramitación del proceso”56 (y por
efecto de este).
Concretamente, en este tipo de compensación, el requisito de que las deudas estén
vencidas y sean líquidas “puede no concurrir en el momento de plantearse el proceso y sí
darse en el curso del mismo, por lo que es ordenada en la sentencia”57.
La STS 17 julio 2014 (Tol 4469488), matiza, no obstante, que “Ciertamente, la compensación
judicial flexibiliza alguna de las exigencias de la compensación legal, especialmente el requisito de
la liquidez de ambas deudas, pero en momento alguno permite prescindir del requisito de que las
partes sean acreedoras y deudoras recíprocamente entre sí por derecho propio”. Concretamente,
negó la posibilidad de oponer la compensación por los créditos que la demandada tenía con una
empresa perteneciente al mismo grupo empresarial que la demandante, porque se trataba de dos
sociedades distintas, con personalidad jurídica propia y patrimonios separados.
X. CUESTIONARIO
1º. Enumere las tres funciones que desempeña el pago.
2º. ¿Puede un tercero pagar una deuda ajena contra la voluntad expresa del deudor?
3º. ¿Qué beneficia más al tercero que paga una deuda ajena (en orden a recuperar lo pagado
por cuenta del deudor), la acción de reembolso o la subrogación? Razone la respuesta.
4º. En qué casos extingue la obligación el pago hecho a una persona distinta del deudor.
5º. ¿Qué efectos produce el ofrecimiento de pago, no seguido de la consignación de la cosa
debida?
6º. Explique las diferencias existentes entre la dación en pago y el pago por cesión de bienes
a los acreedores.
7º. ¿Queda extinguida la deuda principal, como consecuencia de la condonación de la fianza
que la garantiza?
8º. ¿Cabe la compensación legal de una deuda que no sea líquida?
9º. ¿Cabe la compensación judicial de una deuda que no sea líquida en el momento de la
interposición de la demanda? Si fuera posible, determine el momento en que dicha
compensación tendría lugar.
10º. ¿Es posible pactar la compensación de deudas de diferente especie?
1 Como observa la STS 17 octubre 1996 (Tol 1659069), para que puede hablase de pago por tercero
“quien paga no debe tener condición de contratante en la relación obligacional de la que dimana el
abono llevado a cabo”.
2 La STS 12 marzo 2010 (Tol 1798256), constata que, tal y como resulta del tenor del art. 1158.I CC, la
acción de reembolso procede, con independencia de que el tercero que paga no tenga interés en el
cumplimiento de la obligación, observando que, si lo tiene, procede, además, la subrogación conforme
a lo previsto en el art. 1210.3º CC.
3 En este sentido, la STS 28 febrero 2013 (Tol 3239600) señala que “el pago hecho por tercero sólo
atribuye derechos frente al deudor sustituido, pero no siempre frente al acreedor a quien no se le puede
compeler a reconocer la legitimidad de la tenencia, frente a quien ocupa sin su autorización”.
4 No obstante, hay que tener en cuenta que, conforme a lo previsto en el art. 1210.1º y 3º CC, se presume
la subrogación, si el tercero que paga es, a su vez, un acreedor y lo hace a quien tiene un derecho de
cobro preferente al suyo (por ejemplo, en virtud de una hipoteca de fecha anterior); o, si tiene un
interés en el cumplimiento de la obligación, como, por ejemplo, sucede, cuando el tercero tiene la
condición de hipotecante no deudor (su interés en pagar se explica, porque, si el deudor no cumple,
deberá sufrir la ejecución de la hipoteca), por lo que, como observa la STS 3 febrero 2009 (Tol
1448808), podrá beneficiarse de la fianza constituida a favor del acreedor.
5 En este sentido, afirma la STS 8 mayo 2000 (Tol 171910) que “para que el pago sea liberatorio, ha de
hacerse a la persona a cuyo favor estuviere constituida la obligación, por lo que de acuerdo al indicado
precepto debió haberlo hecho a la persona con la que se obligó en el contrato”.
6 Esta entidad bancaria no es, sin embargo, un representante voluntario del acreedor, ya que no obra en
su nombre, sino un mero autorizado para recibir el pago, al que se denomina adiectus solutionis causa.
7 V. en este sentido SSTS 18 mayo 1984 (Tol 1737788) y 16 febrero 2001 (Tol 26956).
8 V. en este sentido STS 30 octubre 1995 (Tol 1668102).
9 La STS 17 octubre 1998 (Tol 2486) afirma, así, que “El precepto implica protección de la confianza en
profesional inherente al tráfico bancario, por lo que el librado debe sufrir el daño cuando hace efectivo
un talón, cuya firma es falsa, debido a que solo está autorizado a pagar los cheques emitidos por el
librador”.
11 La jurisprudencia entiende que no es negligente la conducta de quien remite un cheque nominativo por
correo ordinario. V. en este sentido SSAP Madrid 31 marzo 1993 (AC 1993, 723), Sevilla 20 mayo
1994 (AC 1994, 797), Madrid 14 diciembre 1994 (AC 1995, 34) y Madrid 19 junio 1998 (AC 1998,
1532). En cambio, sí considera negligente la conducta de quien remite por este tipo de correo un
cheque al portador. V. en este sentido SAP Castellón 12 abril 1997 (AC 1997, 1686).
12 El banco no puede, pues, invocar la negligencia del cliente (en la custodia del talonario o al comunicar
su extravío, sustracción o robo) para eximirse de responsabilidad, si él también obró negligentemente,
al comprobar la autenticidad de la firma, en cuyo caso la jurisprudencia suele aplicar la teoría de la
compensación de culpas, reduciendo el quantum de la indemnización debida por el banco,
normalmente, al cincuenta por ciento del importe de los cheques pagados. V. en este sentido SSTS 18
julio 1994 (Tol 1666231), 9 marzo 1995 (Tol 1667095) y 29 marzo 2007 (Tol 1053710), como
también SSAP Burgos 24 noviembre 1995 (AC 1995, 2582), Vizcaya 11 octubre 1996 (AC 1996,
2033), Castellón 14 octubre 1998 (AC 1998, 2109).
13 La STS 25 mayo 2001 (Tol 63774) observa que, para que el pago produzca sus efectos liberatorios, es
necesario que la cantidad satisfecha “produzca real ingreso en el patrimonio del titular de la misma,
exigiéndose identidad e integridad de la prestación convenida”, es decir, como puntualiza la STS 24
octubre 2001 (Tol 66508), se requiere una “adecuación entre lo debido y lo realizado”.
14 V. en este sentido SSTS 2 noviembre 1994 (Tol 1666351), 2 diciembre 1996 (Tol 1658684), 30 enero
que realiza presenta un evidente carácter fáctico, cuya apreciación corresponde, en consecuencia, a los
Tribunales de instancia. V. en este sentido STS 21 septiembre 2007 (Tol 1150990).
19 V. en este sentido STS 24 marzo 1998 (Tol 12956).
20 V. en este sentido STS 18 diciembre 1991 (Tol 1727899). La STS 3 abril 2009 (Tol 1490812) dice, que
“la imputación se efectúa perentoriamente en el momento del pago y no puede ser modificada después
sin el consentimiento del acreedor y del deudor”.
21 V. en este sentido STS 24 octubre 1994 (Tol 1665647).
22 Como observa la STS 31 diciembre 1999 (RAJ 1999, 9151), la imputación convencional, pactada entre
los hipotecantes y el acreedor hipotecario, impide la aplicación de la imputación legal.
23 V. en este sentido STS 25 mayo 1993 (Tol 1663819).
24 V. en este sentido STS 29 septiembre 2003 (Tol 314140).
25 Así, la STS 4 noviembre 2008 (Tol 1396305) consideró pertinente la consignación, porque el deudor
cedido era requerido para pagar, tanto por la entidad cesionaria del crédito, como por la de los
subcontratistas del cedente, existiendo una situación objetiva de incertidumbre sobre el sujeto con
derecho a recibir la prestación.
26 V. en este sentido SSTS 10 junio 1996 (Tol 1659524) y 30 diciembre 1998 (Tol 171250).
27 V. en este sentido SSTS 29 abril 1991 (Tol 1727076), 19 octubre 2006 (Tol 1006898), 10 mayo 2007
(Tol 1075949), 6 junio 2007 (Tol 1092864) y 1 octubre 2009 (Tol 1627880).
28 La dación en pago de la vivienda habitual se contempla en el apartado 3 del Anexo del RDL 6/2012, de
9 de marzo, de medidas urgentes de protección de deudores hipotecarios sin recursos. Dicho Anexo
establece el denominado “Código de Buenas Prácticas para la reestructuración viable de las deudas con
garantía hipotecaria sobre la vivienda habitual”, el cual ha sido modificado por la Ley 1/2013, de 14 de
mayo; por el RDL 1/2015, de 27 de febrero; por la Ley 25/2015, de 28 de julio, y por el RDL 5/2017,
de 17 de marzo.
Por su parte, el art. 6.1.h) de la Ley 5/2019, de 15 de marzo, reguladora de los contratos de crédito
inmobiliario, prevé la obligatoriedad de incluir en la publicidad de los préstamos inmobiliarios “la
opción del deudor de poder dar en pago el inmueble hipotecado en garantía del préstamo, con carácter
liberatorio de la totalidad de la deuda derivada del mismo”.
29 La STS 9 de junio 2010 (Tol 1908300) contempló un supuesto de dación en pago por parte del
Ayuntamiento propietario a un acreedor de finca embargada por impago de cuotas de propiedad
horizontal y ejecutada a un tercero en procedimiento de ejecución.La STS 1 marzo 2013 (Tol
3266757), por su parte, declaró la nulidad de un contrato en el que se simuló una dación en pago que
encubría un préstamo a un interés usurario. Así, si la prestataria no cumplía con su obligación de pago,
se consumaba la transmisión de la propiedad de la finca objeto de la dación en pago al prestamista.
30 La STS 6 junio 2007 (Tol 1092864) precisa que “en forma alguna cabe presumir que una determinada
transmisión de bienes constituya una dación en pago, aun cuando concurriera en las partes la condición
de acreedor y de deudor, pues para que así se estime ha de constar la voluntad del acreedor de aceptar
la sustitución de la prestación debida por otra distinta mediante la que se extingue la obligación”.
31 La STS 9 febrero 2007 (Tol 1037975) precisa que la pérdida del bien dado en pago, por ejecución
1366372).
36 La STS 28 marzo 2007 (Tol 1053712), constata, así que el pago por cesión de bienes no tiene eficacia
entraña una atribución de propiedad […] sino su simple posesión, unida a un mandato con poder
irrevocable para llevar a cabo las ventas pertinentes y cobrarse con su producto, restituyendo el
remanente al deudor”.
38 V. en este sentido STS 6 junio 2007 (Tol 1092864).
39 V. en este sentido SSTS 7 diciembre 1983 (RAJ 1983, 6923), 7 octubre 1992 (Tol 1661272), 28 junio
1997 (Tol 215207), 30 junio 2009 (Tol 1567580) y 1 octubre 2009 (Tol 1627880).
40 V. en este sentido STS 21 noviembre 1988 (Tol 1734174).
41 V. en este sentido STS 26 noviembre 1991 (Tol 1726779).
42 No obstante, la jurisprudencia admite pacto en contrario. V. en este sentido STS 21 abril 1988 (Tol
1735123).
43 Así mismo, según el art. 153 LC, “Declarado el concurso, no procederá la compensación de los créditos
y deudas del concursado a excepción de aquellos que procedan de la misma relación jurídica”. No
obstante, “La compensación cuyos requisitos hubieran existido antes de la declaración de concurso
producirá plenos efectos, aunque sea alegada después de esa declaración o aunque la resolución judicial
o el acto administrativo que la declare se haya dictado con posterioridad a ella”.
44 La jurisprudencia considera indiferente la fuente de la que procedan las obligaciones. V. en este sentido
SSTS 11 abril 1985 (Tol 1736574), 27 junio 1995 (Tol 1667363) y 24 marzo 2000 (Tol 1619).
45 El art. 1199 CC contempla el supuesto especial de que las deudas sean pagaderas en diferentes lugares,
pudiéndose compensar en este caso “mediante indemnización de los gastos de transporte o cambio al
lugar del pago”.
46 A no ser, como observa la STS 3 abril 2006 (Tol 882971), que el plazo “se hubiera establecido [en
contra de lo que es la regla general del art. 1127 CC] en beneficio de quien opone la compensación y
pueda renunciar a él”.
47 V. en este sentido STS 30 diciembre 1998 (Tol 171252).
48 El Tribunal Supremo entendió que tampoco procedía compensación judicial, entre otras razones,
porque el demandado no había proporcionado elementos de prueba del crédito que invocaba, ni de su
cuantía, como hubiera sucedido si hubiera presentado un dictamen del Colegio de Abogados.
49 V. en este sentido STS 3 abril 2006 (Tol 882971).
50 V. en este sentido SSTS 20 junio 1986 (Tol 1735374), 21 noviembre 1988 (Tol 1734174) y 30 abril
2008 (Tol 1370044).
51 El hecho de que la compensación legal opere automáticamente, por ministerio de la Ley; y no, como
consecuencia de la sentencia que la aprecie, puede tener su incidencia en tema de costas. Así, la STS 30
marzo 2007 (Tol 1050578) confirmó la sentencia recurrida, la cual había desestimado una demanda de
reclamación de cantidad, al acoger la reconvención de la demandada, la cual había opuesto la extinción
(por compensación) del crédito de las actoras y, a su vez, les había reclamado la diferencia existente a
su favor; con la consecuencia de habérseles impuesto las costas, tanto de la demanda principal, como
de la reconvencional. Afirma el Tribunal Supremo que, si “tal y como se ha apreciado en la instancia,
tal compensación se había producido por razón de los créditos concurrentes de una y otra parte antes
de la presentación de la demanda, es claro que los actores no eran acreedores de la demandada al
formularla, sino que eran deudores de ésta, lo que determinó la íntegra desestimación de su pretensión,
sin que ello suponga incongruencia alguna”.
52 V. en este sentido STS 15 febrero 2005 (Tol 590990).
53 Ello, como explica la STS 3 abril 2006 (Tol 882971), por exigencia “del principio dispositivo rector del
proceso civil” y como consecuencia “del poder de disposición del derecho subjetivo […] es reconocido
a las partes”.
54 Sin embargo, basta con que se invoquen los hechos de los que resulte la compensación, sin que sea
necesario que se oponga nominalmente la excepción. V. en este sentido SSTS 18 diciembre 2001 (Tol
129853), 26 junio 2002 (Tol 178195), 15 febrero 2005 (Tol 590990) y 7 diciembre (Tol 1229943).
55 Conforme al art. 408.1 LEC, “Si, frente a la pretensión actora de condena al pago de cantidad de
dinero, el demandado alegare la existencia de crédito compensable, dicha alegación podrá ser
controvertida por el actor en la forma prevenida para la contestación a la reconvención, aunque el
demandado sólo pretendiese su absolución y no la condena al saldo que a su favor pudiera resultar”.
56 V. en este sentido SSTS 15 febrero 2005 (Tol 590990), 30 abril 2008 (Tol 1370044) y 22 junio 2009
(Tol 1560761).
57 V. en este sentido STS 10 diciembre 2009 (Tol 1762165).
58 La jurisprudencia venía exigiendo que el demandado planteara una reconvención explícita. V. en este
sentido SSTS 7 diciembre 2007 (Tol 1229943), 6 noviembre 2008 (Tol 1396311) y 30 abril 2008 (Tol
1370044).
Sin embargo, ya no la exige, a partir de la importante STS 13 junio 2013 (Tol 3799855), que entiende que
el art. 408.1 LEC es también aplicable a la compensación judicial, admitiendo que la misma pueda ser
opuesta al contestar la demanda como excepción, sin necesidad de formular reconvención.
59 V. en este sentido STS 22 junio 2009 (Tol 1560761).
60 V. en este sentido STS 30 abril 2008 (Tol 1370044).
5. EL INCUMPLIMIENTO DE LA OBLIGACIÓN Y
LA RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL
SUMARIO: I. EL INCUMPLIMIENTO. 1. Concepto y tipología. 2. La mora del deudor. A) Concepto y
presupuestos. B) Efectos. C) La mora en las obligaciones recíprocas. 3. El incumplimiento definitivo. A) El
término esencial. B) La imposibilidad sobrevenida de la prestación. C) La voluntad rebelde al cumplimiento. 4.
El cumplimiento defectuoso. A) El defecto de la prestación. B) El incumplimiento de los deberes accesorios o
instrumentales. II. LA RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL. 1. El fundamento de la responsabilidad
contractual. 2. La exoneración de responsabilidad del deudor. A) El caso fortuito y la fuerza mayor. B) La mora
del acreedor. C) La lesión del derecho de crédito por tercero. 3. La responsabilidad por culpa. 4. La
responsabilidad por dolo. 5. La responsabilidad objetiva. 6. Los pactos sobre la responsabilidad. A) Las
cláusulas de exoneración de responsabilidad. B) Las cláusulas de agravación y limitación de responsabilidad.
III. CUESTIONARIO. IV. CASOS PRÁCTICOS. V. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. EL INCUMPLIMIENTO
1. Concepto y tipología
En el Derecho español el concepto de “incumplimiento de la obligación” hace referencia
al llamado “incumplimiento material”, esto es, a aquellas situaciones en que el
comportamiento del deudor no se ajusta al programa obligacional, provocando, con ello,
la insatisfacción del interés del acreedor. Hay incumplimiento material de la obligación
cuando el deudor incurre en mora (porque realiza tardíamente la prestación), incumple
definitivamente la prestación (incumplimiento definitivo) o la ejecuta defectuosamente
(cumplimiento defectuoso).
En cada uno de estos tres tipos de incumplimiento obligacional el interés del acreedor queda
insatisfecho en mayor o menor medida, debiéndose tener en cuenta si es posible, o no, una
posterior realización de la prestación debida por el deudor, que satisfaga el interés del acreedor.
El mero retraso o retardo en el cumplimiento no constituye por sí mora, sino que, por
regla general, se exige la concurrencia de otros requisitos, que resultan del art. 1100 CC.
a) La obligación ha de consistir en dar o hacer.
Según la doctrina, el retraso en el cumplimiento de las obligaciones de no hacer es un
incumplimiento definitivo. Sin embargo, en aquellos casos en que la obligación negativa (de no
hacer o abstenerse de hacer algo) deba empezar en un momento determinado, el deudor podrá
incurrir en mora, cuando continúe con el comportamiento que se ha obligado a no hacer.
b) La obligación debe ser exigible, lo que supone que la deuda sea cierta y determinada,
esto es, que sea líquida y, mientras no lo sea, porque no se sabe ciertamente cuánto o de
qué calidad se debe, el deudor, aunque se retrase en el cumplimiento, no incurrirá en
mora.
Es ilíquida la deuda que requiere un posterior proceso o juicio para determinar su cuantía o si su
fijación depende de un evento incierto o del arbitrio de un tercero. Por ello, si hay controversia
sobre el importe adeudado (basta con que el deudor se oponga), que hace necesaria una decisión
judicial, la deuda se considera ilíquida hasta que recaiga la sentencia. Sin embargo, según se ha
explicado en la Lección 2ª, la jurisprudencia ha matizado esta doctrina atendiendo a la
razonabilidad de la oposición del deudor a aceptar como debida la cantidad reclamada y a las
circunstancias concurrentes, considerando líquida la deuda desde la fecha de interposición de la
demanda, aunque se reconozca en la sentencia una cantidad inferior a la reclamada5 si el deudor se
opuso al pago sin razones suficientes.
c) Debe existir una intimación o interpelación del acreedor al deudor, por la que aquel
hace saber a este que ha de cumplir, de forma inmediata, la prestación debida6.
Dicha interpelación no requiere forma determinada, por lo que puede ser judicial o extrajudicial.
Si es judicial, se toma como fecha de la intimación la de la presentación de la demanda, y no la del
emplazamiento al demandado7. En cualquier caso, no basta una reclamación (extrajudicial)
abstracta, sino que debe concretarse la deuda reclamada8, habiendo precisado la jurisprudencia que
la simple remisión de una factura o una carta al deudor en la que no figura reclamación de pago
alguna no basta para colocarlo en situación de mora9.
Sin embargo, según el art. 1100.II CC, hay dos casos en los que no se precisa la
intimación, por lo que en ellos la mora será automática.
En primer lugar, cuando la exigencia de interpelar al deudor es excluida, expresamente,
por la obligación (en virtud de un pacto de las partes que celebran el contrato del que
surge aquella) o por la ley10.
Así, por ejemplo, el art. 5 de la Ley 3/2004, de 29 de diciembre, por la que se establecen medidas
de lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales, que es aplicable exclusivamente a las
operaciones comerciales realizadas entre empresas o entre empresas y la Administración, prevé la
mora automática “por el mero incumplimiento del pago en el plazo pactado o legalmente
establecido, sin necesidad de aviso de vencimiento ni intimación alguna por parte del acreedor”.
B) Efectos
La mora del deudor tiene los siguientes efectos:
a) En virtud del art. 1101 CC, el deudor viene obligado a indemnizar los perjuicios que
la mora haya ocasionado al acreedor.
Para las obligaciones pecuniarias, según se expuso en su momento, a tenor del art. 1108
CC, “la indemnización de daños y perjuicios, no habiendo pacto en contrario, consistirá
en el pago de los intereses convenidos, y a falta de convenio, en el interés legal”14.
Como ya se ha explicado, cuando la intimación es judicial, y a pesar de haber contienda sobre la
cuantía de la deuda, la doctrina jurisprudencial dominante actualmente considera que los intereses
moratorios se devengan desde la interposición de la demanda, y no desde la fecha de la sentencia
que la cuantifica, aunque ésta conceda una cantidad inferior a la reclamada por el acreedor,
atendiendo al canon de la razonabilidad de la oposición a la reclamación del actor. Esta solución se
estima más adecuada a la naturaleza de la obligación y al justo equilibrio de los intereses en juego.
En la última década han sido numerosos los pronunciamientos sobre el carácter abusivo de las
cláusulas de intereses moratorios impuestas a los consumidores en los contratos de préstamo. Según
la doctrina actual del TS son abusivos los intereses moratorios que superen en dos puntos el interés
remuneratorio pactado. Una vez declarada la nulidad de la cláusula, esta no debe integrarse, pero el
préstamo seguirá devengando el interés remuneratorio [SSTS 22 abril 2015 (Tol 4952038), 8
septiembre 2015 (Tol 5615949), 3 junio 2016 (Tol 5741036), 28 noviembre 2018 (Tol 6931414),
31 enero 2019 (Tol 7028848)].
b) En segundo lugar, se produce la llamada perpetuatio obligationis, esto es, el deudor
responderá de la pérdida de la cosa que se halle en su poder, aunque ésta tenga lugar por
caso fortuito (arts. 1096.III y 1182 CC)15, transformándose su deber de prestación en la
obligación de indemnizar los daños causados (por la no ejecución de la prestación), lo que
absorberá los intereses moratorios16.
En las obligaciones de hacer el riesgo por la imposibilidad sobrevenida fortuita de la prestación (p.
ej. el pintor tiene un accidente y queda impedido físicamente para pintar el cuadro) también lo sufre
el deudor que está en mora, con base en el art. 1184 CC.
La interpretación del precepto que goza de mayor acogida es la que distingue, según se
trate de obligaciones recíprocas de cumplimiento simultáneo o de cumplimiento sucesivo.
a) Si las obligaciones han de cumplirse simultáneamente, el contratante cumplidor puede
considerar en mora (automática) al no cumplidor desde el momento del cumplimiento de
la obligación que le incumbe. Si ninguno ha cumplido, es necesario, para poner en mora al
otro contratante, la intimación y la puesta a disposición de la prestación a la otra parte17.
b) Si las obligaciones no se han de cumplirse simultáneamente, sino en momentos
distintos, el régimen de la mora debe ser el normal, esto es, es necesaria la intimación o
requerimiento al obligado.
Por ejemplo, se ha pactado que el vendedor entregue en el momento de celebración de la
compraventa la cosa vendida, pero el precio se ha aplazado. Si el vendedor no entrega en el
momento pactado, el comprador para ponerlo en mora deberá requerirle o intimarle. Si el vendedor
ha entregado en el momento pactado y llegado el vencimiento de la obligación de pago del precio
el comprador no lo hace, el vendedor deberá interpelar o intimar al comprador para que incurra en
mora18. Si el vendedor no entregó la cosa cuando se comprometió y vence posteriormente la
obligación de pago del precio, el comprador pondrá en mora al vendedor mediante la intimación y
poniendo a disposición de este el precio pactado19.
3. El incumplimiento definitivo
Se habla de incumplimiento definitivo cuando el interés del acreedor queda
definitivamente insatisfecho, porque, tras el vencimiento de la obligación, la prestación
debida ha devenido imposible o porque, siendo posible, ya no tiene utilidad para el
acreedor.
A) El término esencial
Hay supuestos en que el retraso en el cumplimiento de la prestación no supone la mora
del deudor, sino el incumplimiento definitivo, puesto que la prestación tardíamente
ejecutada no puede ya satisfacer el interés del acreedor, para el que ha perdido toda
utilidad, aunque objetivamente podría cumplirse.
En estos casos, se habla de “término esencial” o negocios a fecha fija. El ejemplo típico
es el de la confección del traje de novia para el día de la ceremonia, porque un retraso en
la entrega del traje ya no satisfará el interés de la acreedora, aunque sea objetivamente
posible el cumplimiento tardío; o el de la actuación de un artista conocido para un evento
celebrado en una fecha concreta20.
Para que pueda estimarse que el momento en que ha de cumplirse la obligación es “término
esencial” habrá que estar a la voluntad de las partes al constituir la relación obligatoria, que han
debido configurar el tiempo como determinante de la utilidad de la prestación. No basta una mera
referencia a la época en que debe cumplirse o a una determinada duración de la obligación para
considerar que existe “término esencial”21. Supongamos que en una compraventa de un automóvil
se pacta la entrega un día determinado, porque se tiene previsto salir de viaje y así se hace saber al
vendedor. La entrega tardía del vehículo no determina la insatisfacción absoluta del interés del
acreedor, al que todavía le será útil, aunque le habrá ocasionado daños por no poder emprender el
viaje el día previsto, los cuales deberán ser resarcidos22.
El art. 1184 CC prevé también la liberación del deudor en las obligaciones de hacer
“cuando la prestación resultare legal o físicamente imposible”. Hay imposibilidad jurídica
de la prestación cuando, por ejemplo, no se obtiene la licencia de urbanización que impide
entregar la parcela debidamente urbanizada que se había prometido o cuando un cambio
de la normativa urbanística impide edificar según lo pactado26. Hay imposibilidad
material o física cuando afecta al objeto de la obligación o a las cualidades del deudor. Al
igual que sucede en el caso de pérdida de la cosa debida, contemplado en el art. 1182 CC,
la obligación se extingue y no habrá responsabilidad, si la imposibilidad no es imputable,
a título de culpa o negligencia, al deudor.
La jurisprudencia ha flexibilizado la noción de imposibilidad de la prestación en las obligaciones
de hacer, comprendiendo supuestos en que no es absoluta y objetiva, sino relativa y subjetiva, en
cuanto que sólo afecta al concreto deudor obligado, que no se halla absolutamente imposibilitado
para cumplir, sino que tiene serias dificultades impeditivas. En tales casos, se considera que la
prestación de hacer es imposible, si es exorbitante, por exigir sacrificios absolutamente
desproporcionados para el deudor, equiparándose imposibilidad e inexigibilidad (siempre que haya
sido diligente).
En tal supuesto, el acreedor podrá instar la resolución del contrato, sin necesidad de
esperar al vencimiento o solicitar el cumplimiento forzoso de la obligación, si todavía
tiene interés en ésta.
4. El cumplimiento defectuoso
A) El defecto de la prestación
La prestación es defectuosa cuando, aun habiéndose ejecutado, no se ajusta al programa
obligacional, en cuyo caso se habla de “cumplimiento inexacto o defectuoso”28.
El defecto puede deberse a la falta de identidad o integridad de la prestación (arts. 1166
y 1169 CC), pero también a que el deudor no ajustó su conducta a las reglas de la
profesión (la llamada lex artis), como sucede en las obligaciones de hacer de carácter
profesional (por ejemplo, las asumidas por el médico o el abogado).
El acreedor, una vez ejecutada la prestación, debe examinarla diligentemente, para
asegurarse de si se corresponde, o no, con el programa prestacional (naturaleza,
características, condiciones, utilidad o finalidad del objeto de la prestación). Si el defecto
es aparente, o se manifiesta después del examen, el acreedor podrá rehusar la prestación y
solicitar su corrección (reparación de los defectos o vicios) o pedir la sustitución por otra
nueva que se ajuste a lo pactado29. Además, el deudor deberá responder de los daños y
perjuicios cuando le sea imputable el defecto y no concurra caso fortuito (art. 1101 CC).
Por ello, si el acreedor examinó la prestación y pese a comprobar el defecto o el vicio, que era
manifiesto o aparente, aceptó sin reservas la prestación, el deudor queda liberado de toda
responsabilidad (v. art. 1484 CC y 116.3 TRLGDCU).
Según autorizada doctrina, para que el deudor quede exonerado de responsabilidad, por
caso fortuito o fuerza mayor, han de concurrir los siguientes requisitos:
a) El incumplimiento ha de ser debido a un suceso impeditivo fuera de su esfera de
control.
No se consideran caso fortuito los incendios producidos en el seno de la empresa o en la esfera de
actividad del deudor, que debe ser controlada por él, no pudiendo escapar a su previsión40.
Además, de concurrir tales presupuestos, para que el caso fortuito o la fuerza mayor
exoneren de responsabilidad al deudor, este no deberá estar en mora, ni haberse obligado
a entregar la misma cosa a dos o más personas (art. 1096.III y 1182 CC)45.
c) No se precisa la culpabilidad del acreedor, sino que basta con su negativa injustificada
a recibir la prestación o haber obstaculizado su recepción.
Las consecuencias de la mora del acreedor son:
a) Si el deudor estaba en mora, se compensa ésta con la mora del acreedor.
b) En caso de pérdida o imposibilidad sobrevenida de la prestación por caso fortuito, el
riesgo será del acreedor, y no del deudor de la prestación.
c) Si la prestación consiste en la entrega de una cosa, el deudor podrá consignar la cosa,
liberándose de la obligación (art. 1176 CC).
d) Si la obligación es sinalagmática, el deudor está facultado para resolver el contrato, si
la negativa a recibir la prestación provoca una situación de incumplimiento (voluntad
rebelde al cumplimiento) en el acreedor.
El art. 1104.II CC prescribe, con carácter general, el modelo de diligencia que el deudor
debe adoptar en el cumplimiento de sus obligaciones, que es el del buen padre de familia,
entendido como la diligencia media que las personas ordinarias deben adoptar para los
asuntos de que se trate48. Es un modelo abstracto y supletorio —cuando la obligación no
exprese el nivel de diligencia exigible—, que deberá ser concretado teniendo en cuenta los
criterios enunciados en el párrafo primero del art. 1104 CC (naturaleza de la obligación y
circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar). Es posible, por tanto, que las
partes pacten un grado diverso y superior de diligencia exigible en la concreta relación
obligatoria49.
Cuando la prestación tiene un carácter cualificado, por exigir determinados conocimientos o
técnicas especializadas, el modelo de diligencia del buen padre de familia es sustituido por el del
buen profesional, entendido también como modelo de comportamiento exigible a un profesional
medio de la clase de asuntos de que se trate (art. 1104.I CC). Se habla en estos supuestos de que la
conducta del profesional debe ajustarse a la lex artis (a las reglas de su profesión).
En virtud de la aplicación analógica del art. 1183 CC52, la doctrina entiende que la culpa
del deudor se presume, una vez acaecido el incumplimiento de la prestación, por lo que
será este quien para exonerarse de responsabilidad deberá demostrar que el
incumplimiento no le es imputable (por concurrir caso fortuito o fuerza mayor).
No obstante, esta regla, siendo válida para las prestaciones de dar y de hacer de
resultado, no lo es para las obligaciones negativas y para las obligaciones de medios o de
actividad, en las que incumbe al acreedor la carga de la prueba de la negligencia o falta de
diligencia del deudor (p. ej. la del abogado que pierde un pleito o la del médico que no
cura a un paciente)53.
En ocasiones, a pesar de ser la obligación de medios o de actividad, la jurisprudencia atenúa el
rigor del principio que hace recaer en el acreedor demandante la prueba de los hechos constitutivos
de la demanda (esto es, de la culpa o negligencia del deudor), desplazándola hacia la parte
demandada (el deudor) por estar en mejor posición probatoria. De este modo, corresponderá al
demandado la carga de la prueba de haber ajustado su conducta a la diligencia exigible54.
Así, aun calificándose de obligación de medios la típica del médico, la jurisprudencia ha aplicado
la doctrina del “daño desproporcionado”, según la cual cabe presumir la culpa cuando se produce
“un evento dañoso de los que normalmente no se dan sino por razón de una conducta negligente,
que dicho evento se origen por alguna conducta que entre en la esfera de acción del demandado,
aunque no se conozca el detalle exacto, y que el mismo no sea causado por una intervención o una
acción que corresponda a la esfera de la propia víctima”55 (por ejemplo, un paciente se somete a
una operación quirúrgica de escasa dificultad y muere durante la intervención).
5. La responsabilidad objetiva
Es posible que, pese a no concurrir dolo o culpa, se afirme la responsabilidad del deudor
por incumplimiento de la obligación, siendo suficiente una conexión relevante entre el
incumplimiento dañoso y el deudor.
Es lo que sucede, según la doctrina dominante, en los supuestos de responsabilidad contractual
del deudor por hecho de sus auxiliares, en que basta una conexión entre la actividad dañosa del
auxiliar o dependiente y el cumplimiento de la prestación asumida por el deudor principal, pero
que prescinde de la culpa o negligencia de este.
III. CUESTIONARIO
1º. Defina el incumplimiento y sus tipos.
2º. Una vez constatado el incumplimiento de la prestación, ¿surge necesariamente la
responsabilidad del deudor? ¿Por qué?
3º. ¿Cuáles son los presupuestos de la mora?
4º. Distinga entre la mora y el término esencial.
5º. ¿Es siempre necesario el requerimiento o intimación al deudor para constituirlo en mora?
6º. Si existe contienda sobre la cuantía de la deuda, ¿cuándo se entiende cumplida la
exigencia de que la deuda sea líquida a efectos de que el deudor incurra en mora?
7º. ¿Cuáles son los efectos de la mora?
8º. Producida la imposibilidad sobrevenida de la prestación, ¿en qué casos el deudor se libera
de la obligación y no responde frente al acreedor?
9º. En las obligaciones de hacer, ¿cuándo se entiende que la prestación ha devenido
imposible?
10º ¿Cuándo es defectuosa una prestación? ¿Es todavía posible que satisfaga el interés del
acreedor?
11º. ¿Qué es y qué efectos producen el caso fortuito y la fuerza mayor?
12º. Si el evento impeditivo del cumplimiento de la prestación pertenece al ámbito de
control del deudor, ¿quedará exonerado de responsabilidad por los daños derivados del
incumplimiento?
13º. ¿En qué consiste y qué efectos produce la mora del acreedor?
14º. ¿Qué es la culpa o negligencia? ¿Cuál es el modelo de diligencia que debe adoptar el
deudor en el cumplimiento de sus obligaciones, si la obligación no lo especifica?
15º. ¿A quién incumbe la prueba de la culpa para hacer responsable al deudor por el
incumplimiento de la prestación?
16º. ¿Cuándo se dice que la responsabilidad es objetiva?
17º. ¿Son válidos los pactos de exoneración de responsabilidad del deudor doloso? ¿Por qué?
18º. ¿Es válida la cláusula por la que, en caso de incumplimiento del deudor, se limita la
indemnización a una determinada cantidad, con independencia del daño realmente
sufrido por el acreedor?
V. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
CARRASCO PERERA, Á.: Derecho de contratos, Cizur Menor, 2010; DE VERDA Y BEAMONTE, J.R.:
Las cláusulas de exoneración y limitación de responsabilidad en el derecho español, RdP, núm. 15,
2005, pp. 25 y ss.; DÍEZ PICAZO Y PONCE DE LEÓN, L.: Fundamentos del Derecho Civil
Patrimonial, II, 6ª ed., Madrid, 2008; GALICIA AIZPURUA, G. y GONZÁLEZ CARRASCO, Mª. C.:
“El cumplimiento y el incumplimiento de contrato”, en AA.VV.: Tratado de contratos (dir. R.
BERCOVITZ), I., Valencia, 2009; GÓMEZ POMAR, F.: “El incumplimiento contractual en Derecho
español”, Indret, 2007; JORDANO FRAGA, F.: La responsabilidad contractual, Madrid, 1987;
LLAMAS POMBO, E.: “Comentario a los arts. 1101 a 1108 CC”, en AA.VV.: Jurisprudencia civil
comentada. Código civil, t. II, (dir. M. PASQUAU LIAÑO), Granada, 2001; PANTALEÓN PRIETO,
F.: “El sistema de responsabilidad contractual (materiales para un debate)”, ADC, 1991, pp. 1019 y ss.;
PANTALEÓN PRIETO, F.: “Las nuevas bases de la responsabilidad contractual”, ADC, 1993, pp.
1719 y ss.; SÁNCHEZ ARISTI, R.: “Comentario a los arts. 1100 a 1107 CC”, en AA.VV.:
Comentarios al Código civil (dir. R. BERCOVITZ), 3ª ed., Cizur Menor, 2009, pp. 1292 y ss.
1 Como ha sido puesto de manifiesto por la doctrina, a la responsabilidad derivada del incumplimiento de
una obligación, cualquiera que sea su fuente, se le denomina “responsabilidad contractual” y no
“responsabilidad obligacional”, ya que los contratos constituyen la fuente más importante de las
obligaciones y porque sobre ellos se articulan las reglas del Código civil. Frente a esta responsabilidad,
se habla de “responsabilidad extracontractual” para referirnos al deber de reparar el daño que surge
como consecuencia del contacto social, sin una previa relación obligatoria entre el causante del daño y
el perjudicado.
2 Hay doctrina que comprende dentro de la noción del incumplimiento contractual dos elementos: el
prestación convenida ya no puede realizarse fuera del momento en que interesaba y por ello se
contrató”, que es lo que sucedió cuando el artista, que fue contratado para un espectáculo un día
señalado, no actuó.
5 V. en este sentido SSTS 14 diciembre 2001 (Tol 145282), 16 noviembre 2007 (Tol 1221232), 11
septiembre 2008 (Tol 1373188) y 30 abril 2010 (Tol 1837630). Se consideran fundamentos principales
de ese giro jurisprudencial tanto los principios de buena fe contractual y del equilibrio contractual,
como la consideración de la preexistencia cierta del crédito que se hace valer en la demanda, aunque su
cuantificación final por la sentencia no coincida exactamente.
6 La interpelación es una declaración unilateral y recepticia, porque, para que produzca el efecto
determinado por la Ley de constituir en mora al deudor interpelado, no basta con que la declaración de
voluntad se emita, ya que es necesario que la conozca su destinatario o que no pueda ignorarla sin
faltar a la buena fe. Este carácter recepticio no es incompatible con mantener que, siendo la
interpelación o intimación judicial, la constitución en mora se produce el día de la interposición de la
demanda, posteriormente admitida. V. en este sentido STS 20 enero 2009 (Tol 1441154), que completa
su argumentación con lo dispuesto en el art. 410 LEC respecto del comienzo de la litispendencia, que
tiene lugar con la interposición de la demanda, siempre que sea luego admitida.
7 V. en este sentido SSTS 16 noviembre 2007 (Tol 1221232), 11 diciembre 2008 (Tol 1413627) y 20
cumplimiento, por voluntad de las partes o por la Ley, la mora comenzará al día siguiente de su
vencimiento”.
11 No es suficiente que se haya fijado en el contrato el tiempo en que debe pagarse el resto del precio por
los compradores para entender que tiene la especial significación que la norma exige para que entre en
juego la regla que exime de la interpelación, provocando la mora de modo automático. V. en este
sentido STS 1 septiembre 2004 (Tol 495688).
12 V. en este sentido, STS 15 noviembre 1977 (RAJ 1977, 4222).
13 V. en este sentido SSTS 18 junio 1964 (RAJ 1964, 3930), 8 junio 1966 (RAJ 1966, 3024), 12 diciembre
doctrina que el caso fortuito liberará al deudor de la obligación, pero responderá de los daños
derivados del cumplimiento tardío ex art. 1101 CC.
17 Según la STS 21 noviembre 1994 (Tol 1665724), el art. 1100.III CC “sólo distingue, en realidad, dos
tipos de mora, la que exige requerimiento y la automática, comprendiendo esta segunda dos supuestos
(1º y 2º) de manera que no hay un tercero pues el segundo párrafo debe interpretarse en relación con
los anteriores del artículo en el sentido de acumular a los generales un requisito más de la mora, propio
de las obligaciones recíprocas”, que, como declara la STS 5 marzo 1999 (Tol 2204), es el cumplimiento
de su obligación por quien pretende la mora de la otra parte. Por ello, si se ha configurado como
simultáneas la obligación de elevar a escritura pública la compraventa celebrada, y la entrega de la
posesión material del objeto vendido, momento en que la compradora debía pagar el precio, el
vendedor no podía intimar de mora al comprador si no está en condiciones de cumplir lo que le
incumbe, dada la imposibilidad de hacerlo en las condiciones de acabado pactadas. V. en este sentido
STS 23 marzo 1992 (Tol 1654819).
18 Así lo entiende la STS 5 marzo 1999 (Tol 2204), para un supuesto en que se pactó una fecha de entrega
de la finca por el vendedor y se aplazó el pago del precio por los compradores, de modo que la entrega
de la finca no pone en mora a éstos, sino que era necesario un previo requerimiento, al tratarse de
obligaciones recíprocas de cumplimiento no simultáneo.
19 La STS 9 junio 1986 (Tol 1735401) niega que se produzcan los efectos típicos de la mora cuando el
supuestos en que produce para el acreedor la frustración del fin del negocio, ya que no es posible
obtener la finalidad económica que se pretendía (p. ej. no se pudo disfrutar de un balcón para ver un
espectáculo callejero).
24 La obligación se extingue y, además, el deudor queda liberado de la responsabilidad por
incumplimiento (no tendrá que indemnizar el valor económico del interés del acreedor en el
cumplimiento). Cuestión distinta es la de, si tratándose de obligaciones recíprocas, el acreedor deberá
cumplir con la prestación que le incumbe, a pesar de la extinción de la obligación del deudor por
imposibilidad sobrevenida. Esta cuestión es un problema de atribución de riesgos (arts. 1124 y 1452.III
CC).
25 Cuando el evento extraño se produce en el ámbito en el que el deudor desarrolla su actividad
empresarial o profesional, sometido a su control y vigilancia, la jurisprudencia sostiene que no hay caso
fortuito exonerador de responsabilidad. Así, en la STS 23 noviembre 2004 (Tol 538272), en que,
acaecido un incendio por causas desconocidas en la nave del depositario, se presume que le es
imputable, respondiendo de las mercancías depositadas, “salvo que pruebe que obró con toda la
diligencia exigible para evitar el evento dañoso”, lo que, sin embargo, no se estima acreditado.
26 V. en este sentido SSTS 24 diciembre 1999 (Tol 170586) y 11 noviembre 2003 (Tol 324954). Sin
embargo, en ocasiones se considera que la imposibilidad de la prestación es imputable al deudor, que
debería haber previsto, atendiendo a su condición de empresario o profesional, la no obtención de la
licencia por no reunir las condiciones exigidas.
27 V. en este sentido STS 10 julio 2002 (Tol 202900).
28 El Código civil no contiene una regulación general del cumplimiento defectuoso o inexacto de la
prestación, salvo la referencia en el art. 1101 CC a la obligación de indemnizar los daños por el deudor
que “de cualquier modo contraviniere el tenor de la obligación”. Es en sede de determinados contratos
donde encontramos supuestos específicos de cumplimientos inexactos, así como los remedios con que
cuenta el acreedor. En particular, para la compraventa, los arts. 1484 y ss. CC regulan el saneamiento
por vicios o defectos ocultos en las cosas vendidas, y el art. 1591 CC, en sede de contrato de obra, la
responsabilidad del deudor por vicios o defectos ruinógenos de las cosas construidas. Además, el art.
17 LOE prevé el régimen de responsabilidad por defectos o vicios en las edificaciones y los arts. 114 y
ss. TRLGDCU la regulación de los derechos del consumidor ante una falta de conformidad de un bien
de consumo.
29 En algunos supuestos, también se permite al acreedor solicitar una rebaja del precio del objeto
sede de compraventa.
31 V. en este sentido STS 28 febrero 1997 (RJ 1997, 1332).
32 V. en este sentido STS 9 marzo 2005 (RAJ 2005, 2219).
33 V. en este sentido STS 25 febrero 2010 (Tol 1793038).
34 Así, la STS 16 diciembre 1996 (Tol 1658588) declaró la responsabilidad civil del abogado que no
informó a sus clientes del fracaso de la acción ejercitada en pleito, al haberla interpuesto una vez
prescrita.
35 V. en este sentido STS 25 marzo 1998 (Tol 1669).
36 V. en este sentido arts. 1136, 1183, 1744, 1745 y 1836 CC.
37 V. en este sentido arts. 457, 1777, 1784, 1905 y 1908.3 CC.
38 Esta distinción se contempla en el art. 1784 CC, que exonera al fondista o mesonero de los daños a los
efectos de viajeros si se producen por robo a mano armada u otros sucesos de fuerza mayor, pero no si
provienen de los criados o dependientes o de extraños. Hay propuestas doctrinales que califican de caso
fortuito los hechos que proceden de la naturaleza (riadas, terremotos); mientras que si proceden de la
actuación humana sería fuerza mayor (factum principis, esto es, actos o decisiones de los poderes
públicos).
39 V. en este sentido SSTS 18 abril 2000 (Tol 2627) y 18 diciembre 2006 (Tol 1022975).
40 V. en este sentido SSTS 3 marzo 1999 (Tol 2216) y 23 noviembre 2004 (Tol 538272).
41 V. en este sentido SSTS 6 junio 2002 (Tol 202866) y 2 enero 2006 (Tol 809280). Por la misma razón el
cambio de la normativa urbanística que impide al deudor cumplir su obligación no suele considerarse
por la jurisprudencia como una circunstancia que exonere de responsabilidad del deudor, porque este
podía haberlo previsto. V. en este sentido SSTS 13 julio y 24 diciembre 1999 (Tol 2680 y 170586). En
cambio, el cambio de calificación urbanística por decisión administrativa es caso fortuito para la STS
29 mayo 1998 (Tol 1846), ya que no se podía prever, exonerando, en consecuencia, al deudor.
42 V. en este sentido STS 14 abril 1999 (RAJ 1999, 2822).
43 V. en este sentido STS 21 febrero 2011 (Tol 2082744).
44 V. en este sentido STS 24 noviembre 2008 (Tol 1408457).
45 Cuando el caso fortuito o la fuerza mayor determinen un incumplimiento parcial de la prestación, la
obligación subsistirá mientras el resto de la prestación que siga siendo útil al acreedor.
46 V. en este sentido arts. 1176, 1185, 1452, 1505, 1589 y 1590 CC.
47 Es la llamada “tutela aquiliana del crédito”.
48 Este modelo de diligencia del buen padre de familia es también contemplado en el Código civil para
determinadas relaciones jurídicas. V. en este sentido arts. 270, 498, 1555, 1719.2º, 1889, 1903 CC.
49 Con base en el Derecho romano post-clásico, los autores del Derecho común elaboraron la tripartición
de la culpa en culpa lata (falta grave de diligencia), leve (que es omisión de una diligencia media) y
levísima (omisión de diligencia mínima o exquisita), en atención a la ventaja que las partes obtenían del
contrato (utilitas contrahentium). Esta clasificación no pasó al Código civil, pero, según la doctrina,
pervive la equiparación entre culpa grave y dolo (culpa lata dolo aequiparatur).
50 La impericia consiste en la inobservancia de las reglas técnicas o los conocimientos especializados
exigibles por la naturaleza de la prestación.
51 Sin embargo, este precepto ha sido frecuentemente utilizado por los tribunales, para moderar la
1769 CC.
53 V. en este sentido SSTS 4 febrero 1992 (Tol 1660301) y 23 febrero 2010 (RAJ 2010, 4341).
54 V. en este sentido STS 2 diciembre 1996 (Tol 1658875).
55 V. en este sentido SSTS 9 diciembre 1998 (Tol 8732) y 9 diciembre 1999 (Tol 71964).
56 V. en este sentido STS 30 noviembre 1999 (RAJ 1999, 8439). Pese a esta posición jurisprudencial, hay
autores que entienden que el dolo exige un plus de reproche sobre la conducta del incumplidor,
debiendo existir un ánimo fraudulento o una intención de perjudicar al otro.
57 Nada obsta, sin embargo, en que producido el incumplimiento doloso, el acreedor renuncie
posteriormente a ejercitar la acción para exigir responsabilidad, ya que lo que se prohíbe es la renuncia
anticipada o previa.
58 La doctrina rechaza igualmente, por su equiparación al dolo, las cláusulas de exoneración de
responsabilidad en caso de culpa grave, esto es, cuando existe una omisión de la mínima diligencia
exigible.
59 Se consideran contrarias al orden público las que exoneran, en los contratos de transporte, al deudor de
adoptar deberes de seguridad y protección exigibles, cuando pueden ocasionarse daños a la integridad y
salud de las personas.
60 V. en este sentido STS 21 mayo 1963 (RAJ 1963, 2817).
61 El art. 86.7 TRLGDCU considera abusiva “la imposición de cualquier otra renuncia o limitación de los
derechos del consumidor y usuario”. En virtud del art. 86.1 TRLGDCU corresponderá al juez apreciar
si la cláusula limita “de forma inadecuada” los derechos del consumidor en caso de incumplimiento del
contrato, lo que implicará una evaluación global de los derechos y obligaciones de la relación
contractual.
6. LOS EFECTOS DEL INCUMPLIMIENTO
SUMARIO: I. LOS REMEDIOS DEL ACREEDOR FRENTE AL INCUMPLIMIENTO. II. EL CUMPLIMIENTO
FORZOSO. 1. Prestaciones dinerarias. 2. Prestaciones de dar no dinerarias. 3. Incumplimiento de obligaciones
de hacer. 4. Incumplimiento de obligaciones de no hacer. III. LA INDEMNIZACIÓN DE DAÑOS Y
PERJUICIOS. IV. LOS EFECTOS DEL INCUMPLIMIENTO EN LAS OBLIGACIONES SINALAGMÁTICAS. 1. La
resolución del contrato por incumplimiento. A) Presupuestos. B) Ejercicio de la facultad resolutoria. C) Efectos.
2. La excepción de contrato no cumplido y la excepción de contrato cumplido defectuosamente. V.
CUESTIONARIO. VI. CASO PRÁCTICO. VII. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
Los preceptos del Código civil distinguen, a los efectos de exigir su cumplimiento
forzoso, entre las obligaciones de dar (cosa determinada o genérica), hacer y no hacer. Los
arts. 571 y ss. LEC contraponen, de un lado, las prestaciones dinerarias y, de otro, las no
dinerarias.
En suma, atendiendo a estas normas, cabe distinguir los siguientes supuestos:
1. Prestaciones dinerarias
En el caso de incumplimiento de prestaciones dinerarias, que consisten en la entrega de
una cantidad líquida de dinero, serán de aplicación los arts. 571 y ss. LEC. Dichos
preceptos prevén distintas fases del procedimiento de cumplimiento forzoso: una primera,
consistente en el embargo o traba de bienes del deudor en la medida necesaria para
responder de la cantidad por la que haya despachado la ejecución (principal adeudado e
intereses); y otra, ulterior, de realización forzosa o venta de los bienes, normalmente, a
través de subasta judicial (arts. 643 y ss. LEC), para con lo obtenido satisfacer el crédito
del acreedor.
Antes de proceder al embargo, en determinados casos hay que requerir de pago al
deudor, de manera que sólo si no paga en dicho momento, el tribunal procede al embargo
de sus bienes (arts. 581 y ss. LEC). De otra parte, junto con la subasta se contemplan en la
LEC otras formas de realizar el valor de los bienes embargados, como el convenio de
realización aprobado por el Secretario judicial (art. 640 LEC) o la realización por persona
o entidad especializada, que debe ser autorizada judicialmente (art. 641 LEC).
Según el art. 1101 CC, “Quedan sujetos a la indemnización de los daños y perjuicios
causados los que en el cumplimiento de sus obligaciones incurrieren en dolo, negligencia o
morosidad, y los que de cualquier modo contravinieren al tenor de aquellas”. Luego, este
precepto constituye el fundamento legal de la responsabilidad contractual del deudor, esto
es, de la acción que compete al acreedor para el resarcimiento de los daños derivados del
incumplimiento imputable al deudor.
Este precepto ha sido objeto de críticas por la doctrina ya que pone en el mismo plano nociones
distintas como la culpa y el dolo que, como vimos, son criterios de imputación subjetiva de la
responsabilidad, y la mora o la contravención al tenor de la obligación, que son propiamente
modalidades de incumplimiento7.
En todo caso, la obligación de indemnizar los daños y perjuicios tiene siempre carácter
pecuniario. Se trata de una deuda de valor, esto es, la cuantía de la indemnización
constituirá el equivalente económico en el momento del resarcimiento (cuando se dicte la
sentencia o se acuerde su ejecución) del perjuicio sufrido en su día por el acreedor.
Atendiendo a la doctrina dominante, la indemnización de daños y perjuicios trata de
dejar al acreedor perjudicado en la misma situación que tendría si el contrato se hubiera
cumplido en los términos previstos. En suma, se indemniza el interés contractual positivo
o interés en el cumplimiento. Otros autores, en cambio, consideran que lo que se
indemniza es el interés contractual negativo, esto es, se trata de dejar al acreedor en una
situación económica equivalente a la que tendría si el contrato no se hubiera celebrado.
Una vez constatado el incumplimiento de la obligación es necesario resolver dos
cuestiones relativas a la responsabilidad del deudor.
De un lado, qué pérdidas o perjuicios pueden ser alegados por el acreedor como daños
indemnizables, a lo que responde el art. 1106 CC; de otro, cuáles de entre todos los
perjuicios sufridos por el acreedor, y que están relacionados causalmente con el
incumplimiento del deudor, han de ser puestos definitivamente a su cargo, porque existe
un criterio que permite imputar dichos daños a su conducta. El art. 1107 CC se ocupa de
esta última cuestión, esto es, de delimitar la extensión de la obligación de indemnizar.
Atendiendo al art. 1106 CC, se distinguen, como partidas básicas de la indemnización,
el daño emergente, que es el valor de la pérdida efectivamente sufrida en el patrimonio del
deudor, y el lucro cesante o ganancia dejada de obtener por el acreedor como
consecuencia del incumplimiento.
Por ejemplo: si ante un retraso prolongado en la entrega del inmueble por el promotor-vendedor
el comprador ha de trasladarse a vivir en un hotel y guardar los muebles de su antigua vivienda en
un trastero, es daño emergente el importe del precio del hotel y el del alquiler del trastero. Si el
retraso en la entrega le impide al comprador arrendar a un tercero interesado el inmueble adquirido,
es lucro cesante el importe de las rentas del alquiler dejadas de percibir por dicho tercero9.
El art. 1107 CC fija los límites de la obligación de indemnizar. Delimita hasta qué
consecuencias dañosas, conectadas causalmente con el incumplimiento del deudor, debe
responder el deudor, distinguiendo si es de buena o de mala fe (si bien ambos responderán
del daño emergente y lucro cesante).
El deudor de buena fe, esto es, el no doloso15, responde de los daños “previstos o que se
hayan podido prever al tiempo de constituirse la obligación y que sean consecuencia
necesaria de su falta de cumplimiento”. En cambio, la extensión de la obligación de
indemnizar del deudor doloso se amplía, ya que responde de “todos los que
conocidamente se deriven de la falta de cumplimiento de la obligación”16.
El criterio de la previsibilidad de los daños en el momento de contratar hace referencia a la
valoración de los riesgos que las partes realizan en dicho momento, esto es, a la previsión de las
ventajas/beneficios que les procurará el contrato y de las consecuencias (costes) que podrán
derivarse de su incumplimiento17. Se considera, como regla general, que el deudor ha previsto o
podido prever aquellos riesgos que normal u ordinariamente pueden derivarse del incumplimiento,
de manera tal que puede presumirse que fueron asumidos por él en aquel momento, teniendo en
cuenta las circunstancias concurrentes18.
Por último, el plazo para reclamar los daños y perjuicios es el general de cinco años para
las acciones personales que no tengan señalado plazo especial de prescripción (art. 1964
CC).
A) Presupuestos
Los presupuestos para la resolución son los siguientes:
a) La existencia y vigencia del contrato.
No cabe resolver un contrato inexistente o nulo, pues éstos no producen ningún efecto
jurídico que pueda extinguirse para lo sucesivo21; y la resolución exige la vigencia del
vínculo contractual: el contrato no ha de haber sido consumado; pues si ambas partes han
cumplido con sus respectivas obligaciones, no cabe resolver el contrato.
b) La reciprocidad de las prestaciones.
La interdependencia entre las obligaciones es presupuesto de la resolución, como pone
de manifiesto el art. 1124 CC cuando habla de obligaciones recíprocas.
c) La exigibilidad de las prestaciones.
La resolución sólo cabe cuando las recíprocas prestaciones de las partes sean exigibles22:
no cabe resolver mientras la prestación no sea exigible, ya que no puede haber todavía
incumplimiento.
d) El incumplimiento del deudor.
No cualquier incumplimiento faculta para resolver.
1º) En principio, sólo cabe resolver por el incumplimiento de obligaciones esenciales, y
no de las accesorias23.
Por ejemplo, en la compraventa es obligación del vendedor el pago de los gastos de
otorgamiento de escritura (art. 1455 CC). Pero se trata de una obligación accesoria, pues
la principal es la de entrega del bien —junto con el saneamiento de la cosa (arts. 1461 y
14474 y ss. CC), que tienen su propio régimen—. En consecuencia, no cabe resolver por el
impago de los gastos de otorgamiento de escritura.
2º) El incumplimiento de la obligación principal ha de ser grave24. No basta, pues, para
resolver con cualquier incumplimiento, sino que es preciso que sea verdadero y propio,
grave, esencial, de importancia y trascendencia para la economía de los interesados, o que
tenga la entidad suficiente como para impedir la satisfacción económica de las partes.
Así, no es suficiente para resolver que quien debe 1.000 sólo pague 990; o que la
vivienda vendida tenga ligeros defectos de acabado que no representan más que una
ínfima parte de su valor y pueden ser fácilmente reparados.
3º) En principio, la ejecución parcial no excluye la resolución por incumplimiento, sino
que es preciso valorar la gravedad que tal incumplimiento supone en la economía del
contrato25.
4º) En el caso de retraso en el cumplimiento por causa imputable al deudor, hay que
tener en cuenta que el mero retraso en el cumplimiento, cuando la prestación continúa
siendo útil al acreedor, no es causa de resolución26. En cambio, sí faculta para resolver el
retraso, cuando el cumplimiento tardío determina una frustración del fin práctico
perseguido por el negocio, o un interés atendible en la resolución para el otro
contratante27. Así, podrá resolverse el contrato cuando el retraso evidencie una “voluntad
deliberadamente rebelde al cumplimiento”28.
Salvo que el término pactado sea legal o convencionalmente esencial, un mínimo retraso,
como el de un día en un plazo de dos años, no faculta para resolver.
5º) El art. 1124 CC también resulta aplicable a los supuestos de imposibilidad
sobrevenida fortuita de la prestación.
El art. 1124 se adecua mejor al supuesto de resolución por inejecución culpable que al
de imposibilidad sobrevenida de la prestación, pero también tiene en cuenta los supuestos
de caso fortuito y fuerza mayor —de ahí su referencia a que el incumplimiento haya
resultado imposible—.
e) El último de los presupuestos de la resolución es el previo cumplimiento del acreedor.
La acción resolutoria corresponde a quien cumplió lo que le incumbía y sufre el
incumplimiento de la otra parte, por lo que no tiene derecho a pedir la resolución el
contratante que, a su vez, incumple sus obligaciones29.
Por eso, como declara la STS 7 marzo 2008 (Tol 1347145), no cabe estimar la
resolución instada por el vendedor, por falta de pago de parte del precio, si aquel, por su
parte, no ha cumplido la obligación asumida de cancelar la hipoteca existente sobre la
finca vendida.
C) Efectos
La resolución tiene eficacia liberatoria y restitutoria.
a) El primer y principal efecto de la resolución es el liberatorio: declarada la resolución,
los contratantes dejan de estar obligados a ejecutar las prestaciones pactadas y que
todavía no habían ejecutado; los contratantes quedan liberados de sus obligaciones.
b) Junto a esta eficacia liberatoria existe una eficacia restitutoria de la resolución: como
consecuencia de la resolución, las partes vienen obligadas a restituirse las prestaciones que
recibieron en virtud del contrato (cfr. art. 1123 CC, analógicamente aplicable). Mas esta
eficacia restitutoria, que algunos señalan como el principal efecto de la resolución, no se
produce —a diferencia de la liberatoria— en todo caso. No se produce, por definición, en
el supuesto en que ninguna de las partes haya ejecutado la prestación que conforme al
contrato le correspondía. Es el caso en que existiendo incumplimiento por parte de uno de
los contratantes el otro aún no ha cumplido porque no ha vencido su obligación y
resuelve. En este supuesto la resolución sólo determinará la extinción ex nunc de las
obligaciones de ambas partes y el nacimiento, en su caso, de una obligación de indemnizar
los perjuicios producidos con el incumplimiento.
Por último, hay que tener en cuenta que la resolución no sólo determina la mutua
restitución de las prestaciones, sino también el resarcimiento de los daños sufridos por el
contratante no incumplidor (art. 1124.II CC).
V. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué es el cumplimiento forzoso de la obligación? ¿Y el cumplimiento por equivalente?
2º. Si el obligado a pagar una cantidad de dinero no lo hace, ¿qué acción/es competen al
acreedor?
3º. Si el deudor no cumple voluntariamente la sentencia que le condena a pagar una
cantidad dineraria, ¿qué solicitará el acreedor al juez competente? ¿Qué podrá acordar el
juez?
4º Si una prestación de hacer es incumplida por el deudor obligado, ¿puede compelerle el
acreedor a que la cumpla personalmente? ¿Por qué?
5º. Si una prestación de hacer de carácter personalísimo no es ejecutada voluntariamente
por el deudor, ¿qué podrá exigir judicialmente el acreedor atendiendo al Código civil y la
LEC?
6º. Si el deudor condenado a entregar cosas genéricas no lo hace. ¿puede el acreedor
solicitar al juez que le faculte para adquirirlas él a costa del deudor?
7º. ¿Cuáles son las partidas del daño que puede exigir el acreedor mediante una acción de
indemnización de daños y perjuicios?
8º. ¿A quién incumbe la prueba de la realidad de los daños para que sean resarcidos?
9º. En atención a la extensión de la obligación de indemnizar, ¿de qué daños responde el
deudor doloso? ¿Y el deudor de buena fe?
10º. ¿Cuáles son los presupuestos para resolver un contrato por incumplimiento?
11º. ¿Puede instar la resolución del contrato la parte que no cumplió adecuadamente sus
obligaciones?
12º ¿Cabe el ejercicio extrajudicial de la resolución del contrato por incumplimiento?
13º. ¿Qué efectos produce la resolución del contrato por incumplimiento?
14º. ¿Qué es la exceptio non adimpleti contractus? ¿Cuáles son sus presupuestos?
15º. ¿Qué es la exceptio non rite adimpleti contractus? ¿Qué efectos tiene la admisión de esta
excepción?
natura es preferente, según la regla del art. 1098 CC v. STS 13 julio 2005 (Tol 697624). En cambio,
permiten al perjudicado instar una “indemnización por equivalencia” en vez de la reparación “in
natura”, entre otras, las SSTS 25 marzo y 28 septiembre 2005 (Tol 4799123 y 5503736).
4 Esta solución ya venía preconizada por cierta jurisprudencia. V. en este sentido STS 11 junio 1998 (Tol
1859).
5 Aunque el acreedor opte por el cumplimiento por equivalente, se impondrá al deudor una multa
coercitiva con arreglo a lo dispuesto en el art. 711 LEC.
6 Se le apercibirá de que si vuelve a hacerlo puede incurrir en delito de desobediencia (art. 710 LEC). Para
que deshaga lo mal hecho se le requerirá mediante la imposición de multas coercitivas por cada mes
que transcurra sin deshacerlo.
7 Para algunos autores, la “contravención de cualquier modo al tenor de la obligación” haría referencia al
cumplimiento inexacto o defectuoso de la prestación. Otros, en cambio, sostienen que esta expresión es
el género bajo el cual pueden agruparse todas las modalidades del incumplimiento.
8 Por la primera tesis se inclina la STS 23 marzo 2007 (Tol 1050569), según la cual el cumplimiento
forzoso por equivalente aunque se traduce en una prestación dineraria no es indemnización, no tiene
fundamento en el art. 1101 CC, sino, para las obligaciones de hacer en el art. 1098 CC y los preceptos
sobre cumplimento forzoso de LEC.
9 La STS 6 febrero 2013 (Tol 3054591) considera indemnizable como lucro cesante la diferencia de precio
del arrendamiento de los locales que no se entregaron en tiempo —que podría haber obtenido desde
que la demandada incurrió en mora— en relación con el menor precio percibido por las instalaciones
provisionales que se habían puesto a disposición de la demandante, mientras se llevaba a cabo la
construcción de aquellos.
10 V. en este sentido STS 11 noviembre 1997 (Tol 215029).
11 En este sentido, algunas Sentencias del Tribunal Supremo configuran, en los supuestos de
responsabilidad civil del abogado y del procurador, el daño por la pérdida de la oportunidad procesal
(al dejar prescribir o caducar la acción, que ya no puede ser ejercitada) como moral. V. entre otras,
SSTS 20 mayo 1996 (Tol 1658817), 25 junio 1998 (Tol 14798) y 8 julio 2003 (Tol 295895).
12 A partir de la LEC 2000 la demanda no puede limitarse a reclamar una cantidad de dinero, sino que
debe solicitarse la condena a su pago, “cuantificando exactamente su importe, sin que pueda solicitarse
su determinación en ejecución de sentencia, o fijando claramente las bases con arreglo a las cuales se
deba efectuar la liquidación, de forma que ésta consista en una pura operación aritmética” (art. 219
LEC). Por ello, se permiten sentencias condenatorias con reserva de liquidación, pero siempre que fijen
claramente las bases para proceder a la cuantificación de la indemnización como mera operación
aritmética.
13 Para que el lucro cesante sea indemnizable ha de estar el acreedor en una situación jurídicamente
idónea que le permitía esperar unas ganancias futuras, que aparecen como razonables.
14 Entre otras, las SSTS 15 junio 1992 (Tol 1660740), 18 julio 1997 (Tol 214978) y 10 junio 2000 (Tol
7290), consideran que el incumplimiento determina por sí mismo un daño o perjuicio, una frustración
en la economía, en su interés material o moral; pero ha de tratarse de casos en que de los hechos
reconocidos por las partes se deduzca necesariamente un daño claro, evidente e incontrovertido, por lo
que no será necesaria su prueba. Esta tesis se encuentra actualmente superarada en la mayoría de la
doctrina jurisprudencial que exige la prueba del daño para conceder la indemnización.
15 V. en este sentido STS 29 marzo 2001 (Tol 71713). Luego, bajo la expresión de “deudor de buena fe”
empleada por el art. 1107.I CC cabría incluir al deudor culposo o negligente, al que responde
objetivamente en virtud de un precepto legal (por tanto, aunque no incurrió en culpa) o porque asume
voluntariamente el caso fortuito.
16 Es siempre necesario que concurra una relación de causalidad entre el incumplimiento del deudor y los
daños indemnizables. Lo que ocurre es que, según algunos autores, el deudor doloso responderá del
daño, aunque no sea consecuencia directa e inmediata del incumplimiento. V. en este sentido STS 20
abril 1915 (JC 1915, 29).
17 Por ello, si el deudor previó o pudo prever, al tiempo de contratar, teniendo en cuenta las
1736630).
28 V. en este sentido STS 7 marzo 2008 (Tol 1347145). Así, cuando tres de los doce primeros plazos del
precio fueron desatendidos por la compradora, aunque fueran pagados posteriormente tras
requerimiento por el vendedor, si persiste la conducta al dejar de pagar otros dos plazos entiende la
STS 14 octubre 1994 (Tol 1666418) que la reincidencia en el incumplimiento del pago del precio es
muestra de una clara voluntad incumplidora que faculta a la vendedora a resolver el contrato.
29 V. en este sentido SSTS 27 octubre 2004 (Tol 513422) y 8 octubre 2008 (Tol 1389662).
30 En el Derecho catalán el plazo es de veinte años (art. 121-20 CCC) y en el navarro de treinta (ley 39
FNN).
31 V. en este sentido SSTS 27 marzo 1991 (Tol 1727255), 8 junio 1996 (Tol 1659374), 22 octubre 1997
(Tol 215167).
32 V. en este sentido STS 4 diciembre 1993 (Tol 1663654).
33 Se considera que la oposición de la excepción es contraria a la buena fe cuando el incumplimiento del
demandante no tiene suficiente entidad [STS 13 abril 1989 (Tol 1732600)] o cuando el que la opone ha
provocado el incumplimiento del que le reclama [STS 4 julio 1988 (Tol 1735977)].
34 V. en este sentido STS 30 enero 1992 (Tol 1661409).
35 Procesalmente, la pretensión de cumplimiento forzoso y de indemnización de daños que formule el
demandado se formularán mediante reconvención (art. 406 LEC).
7. LA DEFENSA DEL CRÉDITO
SUMARIO: I. LOS MEDIOS DE DEFENSA DEL DERECHO DE CRÉDITO. II. LA ACCIÓN PAULIANA O
REVOCATORIA. 1. Presupuestos para el ejercicio de la acción. A) La existencia del crédito. B) La conducta
fraudulenta del deudor. a) Los actos impugnables. b) El fraude. C) El perjuicio al acreedor: la insolvencia del
deudor. D) La subsidiariedad de la acción. 2. El ejercicio de la acción. 3. Efectos de la acción pauliana. III. LA
ACCIÓN SUBROGATORIA. 1. Concepto y caracteres. 2. Efectos. IV. CUESTIONARIO. V. CASOS PRÁCTICOS.
VI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
Estas medidas de defensa del crédito son, fundamentalmente, las reconocidas en el art.
1111 CC, esto es, la acción subrogatoria y la acción pauliana o revocatoria3.
Es claro que cabe ejercitar la acción pauliana cuando el acto impugnado es posterior a la
existencia del crédito, pero la jurisprudencia ha estimado que también cabe su ejercicio
cuando el acto impugnado (p. ej. la enajenación de los bienes del deudor) es anterior a la
existencia del propio crédito, siempre que dicho acto se llevara a cabo con la finalidad de
devenir insolvente, teniendo en cuenta la próxima y segura existencia y exigencia del
crédito6.
Por ejemplo, si mientras se sustancia el proceso penal en el que se dilucida la responsabilidad
civil derivada del delito del hijo menor, sus padres donan todos sus inmuebles a sus otros dos hijos,
de manera que cuando aquel proceso finaliza condenando a indemnizar solidariamente a los padres
y al hijo menor, la víctima (acreedora de la indemnización) se encuentra con que los condenados
(sus deudores) han devenido insolventes. En aplicación de la doctrina expuesta prosperará la acción
pauliana porque el acto dispositivo del deudor se llevó a cabo en función de un crédito que con
toda probabilidad nacería más adelante, a fin de procurarse la insolvencia frustrante de los derechos
del acreedor futuro7.
b) El fraude
Requisito subjetivo de la acción pauliana es que el acto realizado por el deudor sea
fraudulento, esto es, el deudor debe haber actuado con el propósito de sustraer sus bienes
a la acción del acreedor, en connivencia o con el conocimiento del tercero (consilium
fraudis).
El art. 1297 CC prevé dos presunciones de fraude: la primera iuris et de iure y la otra
iuris tantum (que admite, por tanto, prueba en contrario). Así, se presume iuris et de iure
el fraude en “los contratos en virtud de los cuales el deudor enajenare bienes a título
gratuito”9. Respecto de estas enajenaciones a título gratuito es irrelevante la buena o mala
fe del tercero (adquirente), que siempre quedará afectado por la ineficacia del negocio.
De otra parte, se presumen iuris tantum fraudulentas “las enajenaciones a título
oneroso, hechas por aquellas personas contra las cuales se hubiese pronunciado antes
sentencia condenatoria en cualquier instancia o expedido mandamiento de embargo de
bienes”. En los casos de actos o negocios onerosos, la posición del tercero, con el que ha
contratado el deudor, resultará afectada si el acreedor demuestra que adquirió las cosas de
mala fe, esto es, con conocimiento de que con dicho acto se estaban frustrando los
derechos de los acreedores (v. art. 1298 CC). Se habla, entonces, de “cómplice del
deudor”.
Fuera de estos supuestos, la prueba del fraude corresponde al acreedor. Sin embargo, la
jurisprudencia la ha objetivizado, al no exigir la difícil demostración de la intención
(meramente subjetiva) del deudor de perjudicar los intereses de sus acreedores o su
conducta dolosa, siendo suficiente la prueba de que el deudor tenía (o debía tener)
conocimiento o conciencia (scientia fraudis) de que el acto realizado causaba un perjuicio
al acreedor (por tanto, una mera culpa civil)10.
Discrepa la doctrina sobre si la acción pauliana tiene carácter ejecutivo, de modo que
sólo pueda ser ejercitada por un acreedor que haya iniciado infructuosamente un proceso
de ejecución contra los bienes del deudor, siendo, por tanto, un complemento de la acción
de ejecución, o si, por el contrario, tiene un carácter conservativo, pudiendo ser ejercitada
antes del inicio de la ejecución, dada su finalidad conservativa del crédito. La doctrina y
jurisprudencia mayoritaria se inclina por esta última tesis, sin que sea necesario, para el
ejercicio de la acción pauliana, promover un pleito previo para acreditar la insuficiencia o
insolvencia patrimonial, bastando con que ésta se demuestre en el mismo procedimiento
en que se impugna el acto fraudulento14.
D) La subsidiariedad de la acción
Conforme al art. 1294 CC, la acción pauliana es subsidiaria respecto de cualquier otro
recurso o acción legal que tenga el acreedor para obtener la reparación del perjuicio
causado15.
Suscita problemas la delimitación de la acción pauliana y la acción de nulidad por
simulación absoluta cuando el negocio simulado se ha llevado a cabo con una intención
defraudatoria de los derechos de los acreedores, lo que provoca que, en la práctica, suelan
acumularse subsidiariamente ambas acciones16.
Por ejemplo, una madre celebra una compraventa con sus hijos, que aparecen como
compradores, por precio vil o insignificante, con la única finalidad de quedarse sin bienes
suficientes para pagar sus deudas. En este caso, el negocio simulado (la compraventa) será nulo por
inexistencia de la causa (art. 1275 CC), ya que realmente no se ha querido realizar ningún negocio
jurídico, sino que los bienes cambien de titularidad aparente para defraudar los derechos de los
acreedores de quien aparece como vendedora.
2. El ejercicio de la acción
La acción pauliana es una acción individual, por lo que están legitimados activamente
los acreedores22, frente a las acciones reintegradoras del concurso (v. arts. 71 a 73 LC),
cuya finalidad última es, mediante la rescisión de los actos perjudiciales realizados por el
deudor concursado, recomponer la masa activa del concurso y para las que se reconoce
legitimación activa a la administración concursal y no a los acreedores individualmente, al
tratarse de acciones colectivas23.
Luego, si el deudor ha sido declarado en concurso cabrá ejercitar las acciones previstas en los
arts. 71 a 73 LC que permiten rescindir los actos perjudiciales para la masa activa realizados por el
deudor dentro de los dos años anteriores a la fecha de la declaración del concurso, aunque no
hubiere existido intención fraudulenta24.
Los efectos de la acción pauliana —la ineficacia del acto fraudulento— pueden
extenderse a los terceros que intervinieron en el acto declarado ineficaz. Así, el adquirente
a título gratuito (donatario) siempre quedará afectado por la rescisión del negocio, con
independencia de su buena o mala fe, de si conocía o no el carácter fraudulento del
negocio. Deberá, en consecuencia, devolver las cosas objeto del contrato con sus frutos y,
si la restitución es imposible, una indemnización (art. 1295.III y 1298 CC).
No obstante, si el donatario es de buena fe, por aplicación de las reglas de liquidación del estado
posesorio, le bastará con devolver la cosa en el estado en que se encuentre o indemnizar el importe
del enriquecimiento, haciendo suyos los frutos que produzca la cosa mientras no sea interrumpida
su posesión de buena fe (arts. 451 y 452 CC). Respecto de los gastos útiles y de puro lujo o recreo
tendrá los derechos reconocidos en los arts. 453 y 454 CC, y no responderá de la pérdida o
deterioro fortuito de la cosa (art. 457 CC).
Respecto del adquirente a título oneroso, si fue cómplice del deudor, esto es, es un
tercero de mala fe, deberá no sólo devolver la cosa, sino también los frutos percibidos o
los que hubiera podido percibir (art. 455 CC), respondiendo, además, de la pérdida o
deterioro fortuito de la cosa (art. 457 CC)31. Si no pudiera devolverla por ser imposible,
deberá indemnizar al acreedor los daños causados (art. 1298 CC).
Una vez declarada la rescisión del acto fraudulento, la posición del subadquirente
(tercero que ha adquirido el bien del adquirente del deudor) es idéntica a la de quien
adquirió del deudor, si conocía el carácter fraudulento del negocio del que trae causa.
Si existe un tercer adquirente (o subadquirente) a título oneroso de buena fe no podrá
quedar afectado por la acción pauliana, en cuyo caso el acreedor reclamará una
indemnización de daños y perjuicios al causante de la lesión (art. 1295.III CC), que será
tanto el deudor como, en su caso, el tercero (adquirente de mala fe).
Según el primer inciso del art. 1111 CC, el ejercicio de la acción subrogatoria exige que
el acreedor haya “perseguido previamente los bienes del deudor, para cobrar cuanto se le
debe”. Luego, la acción subrogatoria es subsidiaria. Sin embargo, al igual que sucede con
la acción pauliana, la jurisprudencia ha flexibilizado este carácter subsidiario de la
subrogatoria, entendiendo que no es exigible haber iniciado previamente un proceso de
ejecución contra los bienes del deudor, que haya resultado infructuoso, sino que basta que
en el mismo procedimiento en el que el acreedor ejercita la acción subrogatoria frente al
tercero acredite la insuficiencia patrimonial del deudor para atender el crédito34. Tampoco
se exige una rigurosa prueba de la insolvencia del deudor, sino que este no se encuentra en
posesión de otros bienes embargables y susceptibles de ejecución, fuera de las acciones y
derechos en los que pretende subrogarse el acreedor.
En virtud del art. 592.2 LEC, es posible que el acreedor, en el seno de un proceso de ejecución,
embargue el crédito que su deudor ostenta frente a un tercero, lo que llevado a la doctrina a
cuestionar la vía de la subrogatoria como la más adecuada, dada la exigencia de la previa
persecución de bienes del deudor, que no existe para el embargo del crédito.
2. Efectos
La finalidad de la acción subrogatoria es la obtención un incremento del patrimonio del
deudor a fin de conseguir la satisfacción del crédito. Por ello, una vez producido este
incremento patrimonial el acreedor deberá dirigirse contra el deudor para que le haga
entrega de las cantidades que le adeuda y, si no lo hace voluntariamente, podrá exigir el
cumplimiento forzoso, iniciando un proceso para hacer efectiva la responsabilidad
patrimonial del deudor. Por tanto, mediante la subrogatoria el bien ingresa en el
patrimonio del deudor, no pudiéndose entregar al acreedor que ejercitó la acción en el
mismo procedimiento.
El acreedor, además, no ostenta ninguna preferencia para la satisfacción de su crédito
por el hecho de haber ejercitado la acción subrogatoria, por lo que podría suceder que, si
hay acreedores preferentes, no cobrara con lo obtenido mediante el ejercicio de tal
acción38.
IV. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué medios tiene el acreedor para defender su derecho de crédito?
2º. ¿Cuál es el fundamento legal de la acción pauliana? ¿Y su finalidad?
3º. ¿Cuáles son los presupuestos del ejercicio de la acción pauliana?
4º. ¿En qué consiste el requisito de la subsidiariedad de la acción pauliana?
5º. Explique qué actos pueden ser objeto de impugnación mediante el ejercicio de la acción
pauliana.
6º. ¿Se ha de probar siempre el fraude en el negocio que se pretende rescindir? ¿A quién
incumbe su prueba?
7º. ¿Cuáles son las consecuencias de la estimación de la acción pauliana?
8º. ¿En qué consiste el efecto limitado y parcial de la rescisión por fraude de acreedores?
9º. ¿Cómo afecta al tercer adquirente del bien la estimación de la acción pauliana? ¿Es
relevante su buena o mala fe?
10º. Si la cosa objeto del negocio rescindido por fraude produjo frutos, ¿deberá devolverlos
el adquirente a título gratuito?; ¿y el adquirente a título oneroso de mala fe?
11º. ¿Cuál es la finalidad perseguida por la acción subrogatoria?
12º. ¿Tiene carácter subsidiario la acción subrogatoria?
13º. ¿Contra quién dirige el acreedor la acción subrogatoria?
14º. ¿Cuál es el efecto principal la acción subrogatoria?; ¿recupera el acreedor el derecho o el
bien que ostentaba su deudor?
15º. ¿Ostenta el acreedor que ejercitó la acción subrogatoria un privilegio para el cobro
respecto de lo ingresado en el patrimonio del deudor?
V. CASOS PRÁCTICOS
1º. Supuesto de hecho
El 24 de febrero de 2000 Don Fernando y Doña Carmen otorgaron escritura pública de
donación de todos sus inmuebles a sus hijos Don Jesús y Don Jaime, cuando los
transmitentes conocían que en el procedimiento que se estaba tramitando contra su hijo
menor Don José por la comisión de un hecho tipificado como delito de lesiones el
Ministerio Fiscal había exigido la condena solidaria de los padres y del menor a pagar,
como indemnización a la víctima Don Carlos, 100.000 euros. Este procedimiento acabó el
24 de junio de 2000 en el cual se condenó, por responsabilidad civil, a los referidos padres
y al hijo a que indemnizaran a Don Carlos con la suma de 60.000 euros. En la búsqueda de
bienes para hacer efectiva la responsabilidad de los condenados, solicita Don Carlos
información del Registro de la Propiedad, de donde se desprende que todos los inmuebles,
que antes pertenecían a Don Fernando y Doña Carmen, son actualmente de titularidad de
sus hijos.
CUESTIONES
1º. Don Carlos ejercita la acción pauliana por haberse realizado la donación en fraude de sus
derechos, ¿contra quién deberá dirigir la demanda? ¿Qué deberá demostrar para que
prospere la acción pauliana?
2º. ¿Qué plazo tiene Carlos para ejercitar la acción pauliana? ¿Desde cuándo se computa?
3º. En la contestación de la demanda, los demandados alegan que no concurre un requisito
inexcusable para la prosperabilidad de la acción ejercitada, cual es, la preexistencia del
crédito respecto del acto impugnado, ya que la fecha de la escritura de donación es
anterior al crédito de Don Carlos, que surgió cuando recayó sentencia del Juzgado de
Menores. Explique cuál es la doctrina jurisprudencial sobre esta cuestión.
4º. Don Jaime y Don Jesús vendieron el 30 de marzo de 2001 uno de los inmuebles a Doña
Julia que la adquirió desconociendo las circunstancias de rodeaban a la donación recibida
por sus vendedores. El 5 de marzo de 2002 recayó sentencia que estimaba la acción
pauliana ejercitada por Don Carlos: ¿quedará afectada Doña Julia por la rescisión,
debiendo devolver la finca adquirida? ¿Será igual la solución si Doña Julia la hubiera
adquirido en connivencia con Don Jaime y Don Jesús para evitar que Don Carlos
encontrara bienes para hacer efectiva la responsabilidad civil?
5º. Don Jaime y Don Jesús arrendaron otro de los inmuebles durante un año, por lo que
obtuvieron unas rentas de 9.000 euros. ¿Cómo afectará la estimación de la acción pauliana
a las cantidades obtenidas en tal concepto?
2º. Supuesto de hecho
La empresa Varela S.A., dedicada a la instalación de aire acondicionado, adeudaba a Don
Miguel la cantidad de 72.000 euros, como indemnización por despido improcedente
acordada por un Juzgado de lo Social. La empresa tenía, a su vez, un crédito, por importe
de 24.000 euros, frente a Don Javier, por haberle realizado la climatización de su negocio
de hostelería. Don Miguel era conocedor de esta última situación, ya que él había
colaborado en los trabajos de instalación del aire acondicionado. Don Miguel acude a un
abogado para ver cómo puede cobrar su crédito, ya que tras haber realizado
investigaciones oportunas en el Registro de la Propiedad, la empresa carece de bienes con
los que pueda responder.
CUESTIONES
1º. El abogado consultado propone que Don Miguel reclame a Don Javier el crédito de 24.000
euros, mediante el ejercicio de la acción subrogatoria. ¿Contra quién deberá dirigir la
demanda?
2º. Para que prospere la demanda de Don Miguel, ejercitando la acción subrogatoria ¿deberá
acreditar que ha iniciado un previo proceso de ejecución contra la empresa Varela S.L.?
3º. ¿Qué efectos tiene la estimación de la demanda ejercitada por Don Miguel? ¿Ingresan los
24.000 euros en su patrimonio?
LEC), como, por ejemplo, el salario, sueldo, pensión o retribución que no exceda de la cuantía señalada
para el salario mínimo interprofesional (607 LEC).
3 Junto a éstas, cabe incluir, las medidas cautelares previstas en el art. 727 LEC, como el embargo
preventivo de bienes o el depósito de cosa mueble sobre la que exista contienda. Además, el CC
reconoce, a lo largo de su articulado y en diversas sedes, la facultad de los acreedores de intervenir,
para salvaguardar sus intereses, en determinados actos del deudor con trascendencia patrimonial (v.
arts. 403, 1001, 1512, 1937).
4 La doctrina ha debatido sobre la naturaleza jurídica de la acción pauliana y su caracterización como
acción rescisoria, que está pensada históricamente para los supuestos de lesión, o como revocatoria.
5 Así, las SSTS 28 diciembre 2001 (Tol 130719), 1 febrero 2006 (Tol 820942) y 6 mayo 2008 (Tol
28 de diciembre de 2001 (Tol 130719), 1 de febrero de 2006 (Tol 820942), 12 noviembre 2008 (Tol
1432559) y 21 diciembre 2016 (Tol 5920361). Según la STS 5 diciembre 2001 (Tol 129791), debe
existir una cercanía temporal entre el acto dispositivo que se pretende rescindir y el nacimiento del
crédito, ya que en otro caso no prosperará la acción pauliana.
7 Tal fue el supuesto de la STS 26 julio 2003 (Tol 305403).
8 V. en este sentido SSTS 14 de enero 1935 (RAJ 1935, 215), 26 septiembre 1974 (RAJ 3558), 28 marzo
1988 (Tol 1735698), 28 noviembre 1997 (Tol 215185), 24 diciembre 2002 (Tol 240328) y 7
septiembre 2012 (Tol 2692672). En contra, no considera que la constitución de hipoteca en garantía de
una deuda propia preexistente pueda ser rescindida por fraude de acreedores la STS 11 diciembre 2003
(Tol 348320), al entender que dicho acto “no comporta la salida del patrimonio del deudor de activo
alguno”.
9 En el mismo sentido, el art. 643.II CC presume “siempre hecha la donación en fraude de los acreedores
cuando al hacerla no se haya reservado el donante bienes bastantes para pagar las deudas anteriores a
ella”. V. en este sentido STS 30 julio 1999 (RAJ 1999, 5724).
10 V. en este sentido SSTS 6 abril 1992 (Tol 1660480), 11 octubre 2001 (Tol 66401), 21 abril 2004 (Tol
pauliana, tanto por su carácter subsidiario como porque no hay perjuicio al acreedor. V. en este sentido
la STS 31 marzo 1989 (Tol 1731456). Además, la insolvencia del deudor tiene que ser sobrevenida,
porque si ya existiera con anterioridad no habría perjuicio al acreedor, al nacer el crédito sin garantía
patrimonial de realización, como sostiene la STS 7 septiembre 2012 (Tol 2692672).
12 Sostiene la STS 12 diciembre 2002 (Tol 229584) que no se puede gravar al acreedor con la prueba del
hecho negativo de la insolvencia del deudor, pues está a disposición del demandado de rescisión la
prueba más fácil del hecho positivo de que tiene bienes realizables que no se han perseguido. Por ello, le
basta al actor con alegar que el único bien que conoce de los deudores, y que fue objeto del negocio
dispositivo que le perjudicado, está gravado con cargas que impide la satisfacción de sus derechos.
13 V. en este sentido SSTS 28 octubre 1993 (Tol 1663377), 11 abril 2001 (Tol 71756), 12 diciembre 2002
1997 (Tol 215317), 14 abril 1998 (Tol 169489), 20 febrero 2001 (Tol 115304), 19 julio 2005 (Tol
674297) y 21 diciembre 2016 (Tol 5920361).
15 La jurisprudencia ha concebido el requisito de la subsidiariedad de la acción en un doble sentido: el
económico, relativo a la insolvencia o carencia de bienes del deudor y al que haría referencia el art.
1291.3º CC y el jurídico, contemplado en el art. 1294 CC, cuando exige que el acreedor carezca de
todo recurso legal para obtener la reparación del perjuicio. Así, resulta de la STS 30 enero 2004 (Tol
348803).
16 V. en este sentido SSTS 31 mayo 1999 (Tol 1743), 23 septiembre 2002 (Tol 212986) y 6 mayo 2008
(Tol 1353154).
17 V. en este sentido SSTS 27 abril 1998 (Tol 170961) y 6 mayo 2008 (Tol 1353154). De otra parte, la
jurisprudencia niega que la acción pauliana pueda ejercitarse por el acreedor por vía de reconvención
para oponerse a una tercería de dominio interpuesta por los adquirentes del bien embargado a instancia
del acreedor, admitiendo, en cambio, que por vía de reconvención o excepción pueda oponerse la
nulidad el título dominical que sirve de apoyo a los terceristas. Tras la LEC 2000, sólo a efectos de
mantener el embargo y enervar el efecto propio de la tercería, puede oponer el acreedor la nulidad del
título de dominio que sobre el bien embargado alegan tener los terceristas, pero sin que el auto que
resuelva la tercería tenga eficacia de cosa juzgada en relación con la titularidad del bien. En cambio, la
acción pauliana sólo puede ser ventilada en el juicio declarativo oportuno. V. en tal sentido, SSTS 11
febrero 2005 (Tol 591013) y 20 octubre 2006 (Tol 1009790).
18 V. en este sentido SSTS 7 junio 1990 (RAJ 4792), 20 octubre 2006 (Tol 1009790) y 6 mayo 2008 (Tol
1353154)
19 V. en este sentido STS 16 octubre 2006 (Tol 1002380). La STS 6 mayo 2008 (Tol 1353154), sobre la
base de que la acción de nulidad y la rescisoria por fraude de acreedores son acciones distintas, niega
que exista efecto de cosa juzgada si se ejercitó por el mismo acreedor las dos acciones en dos procesos
distintos (siendo desestimada la de nulidad en el primer proceso).
20 Por tanto, cae en incongruencia la sentencia que falla la inexistencia del negocio por simulación
absoluta, pero lo fundamenta en la rescisión por fraude de acreedores [STS 12 marzo 2008 (Tol
1353325)].
21 Aunque no es objeto de estudio en esta Lección, téngase en cuenta que, según reciente jurisprudencia, la
escritura pública de compraventa de bienes inmuebles, que encubre una donación (negocio disimulado)
no cumple el requisito formal de validez de la donación, por lo que impide que se considere válida la
donación disimulada. V. Lección 10ª.
22 Según la STS 5 diciembre 2001 (Tol 129791), el fiador solidario no está legitimado para ejercitar la
acción pauliana para rescindir por fraude los actos de enajenación realizados por el deudor afianzado
antes del vencimiento del crédito, ya que hasta el momento del pago el fiador no es acreedor del deudor
afianzado.
23 Sólo en caso de inactividad de la administración concursal se permite el ejercicio individual por los
acreedores de las acciones rescisorias concursales, pero siempre actuarán en beneficio del concurso (art.
72.1 LC).
24 Las acciones rescisorias concursales o reintegradoras prescinden del presupuesto del fraude,
trasladando el centro de atención a la noción de “acto perjudicial para la masa activa del concurso”.
Además, se presume iuris et de iure y iuris tantum el perjuicio de determinados actos dispositivos
realizados por el deudor (art. 71.2 y 3 LC).
25 Reconoce la jurisprudencia que el fiador solidario es deudor desde que contrae la fianza y no desde el
incumplimiento de la obligación por el afianzado, por lo que está legitimado pasivamente para ser
demandado por el acreedor si celebró actos dispositivos con manifiesta intención defraudatoria. V. en
este sentido SSTS 12 noviembre 2008 (Tol 1432559) y 21 diciembre 2016 (Tol 5920361).
26 V. en este sentido SSTS 5 julio 2010 (Tol 1980404). Ahora bien, el cómputo del plazo tampoco puede
quedar al arbitrio del acreedor, esto es, a la mayor o menor actividad en la persecución de bienes de su
deudor. Por ello, el inicio del plazo no se computa desde que el acreedor ha tenido efectivo
conocimiento del acto fraudulento de su deudor, sino desde que ha podido tenerlo, lo que alude a una
diligencia media en el acreedor.
27 V. en este sentido SSTS 16 febrero 1993 (Tol 1664468) y 4 septiembre 1995 (Tol 1669084).
28 A pesar de que el único beneficiado por la rescisión del acto fraudulento es el acreedor que ha
ejercitado la acción pauliana, se considera que este no tiene ningún privilegio para el cobro de su
crédito respecto del resto de los acreedores que pueda tener el deudor. Por tanto, si el bien retorna al
patrimonio del deudor y existe un acreedor privilegiado (por concurrir alguno de los supuestos legales)
este cobrará con preferencia al que ejercitó la acción pauliana.
29 Aunque el tenor literal art. 1295.I CC establece, como consecuencia de la rescisión, la devolución
“recíproca” de las prestaciones, la doctrina coincide en que este precepto es aplicable a la rescisión por
lesión, pero no por fraude de acreedores, de modo que el acreedor impugnante, que no fue parte en el
negocio fraudulento, no tendrá nada que restituir al deudor.
30 V. en este sentido STS 21 noviembre 2006 (Tol 1019041).
31 Respecto de los gastos, sólo se le abonarán los necesarios para la conservación de la cosa, pero sin
corresponde al asegurador, una vez pagada la indemnización, para ejercitar los derechos y acciones que
por razón del siniestro corresponda al asegurado, hasta el límite de la indemnización.
33 Ya que, como veremos, el bien que el acreedor recupera mediante la acción subrogatoria no ingresa
directamente en su patrimonio, sino en el del deudor, para que una vez allí el acreedor pueda dirigirse
contra él para cobrar su crédito. V. en este sentido STS 25 noviembre 1996 (Tol 1658789).
34 V. en este sentido SSTS 3 julio 1979 (Tol 1741245) y 26 febrero 2002 (Tol 155257). La insolvencia del
deudor puede haber quedado demostrada en otro procedimiento diferente, como en el especial de jura
de cuentas, según la STS 5 febrero 1996 (Tol 1669412). Ahora bien, si no queda demostrada por el
acreedor una mínima diligencia en la búsqueda de bienes del deudor, la acción subrogatoria se
desestimará por no respetarse su carácter subsidiario. V. en este sentido SSTS 12 marzo 1984 (Tol
1738407) y 18 octubre 2007 (Tol 1161166).
35 Se puede ejercitar, a través de la acción subrogatoria, el derecho a pedir la moderación judicial de la
pena establecida en una cláusula penal [STS 3 julio 1979 (Tol 1741245)], el derecho a la indemnización
por existencia de una servidumbre no aparente que concede el art. 1483 CC al comprador de la finca
[STS 26 febrero 2002 (Tol 155257)], la reclamación de las rentas atrasadas debidas al deudor
arrendador [STS 6 noviembre 2008 (Tol 1396311)] o el derecho a que se declare que los bienes puestos
a nombre de los fiduciarios no deudores pertenecen en realidad al fiduciante deudor [STS 25 marzo
2011 (Tol 2008075)].
36 Tampoco podría ser objeto de subrogación el poder de revocación de una donación por ingratitud del
donatario (art. 648 CC), ya que se trata de una acción de carácter meramente personal.
37 El acreedor no necesita dirigir la demanda, si ejercita la acción judicialmente, contra el deudor
subrogado, sino que basta que directamente demande al tercero (deudor de su deudor). No obstante, a
pesar de no haber sido parte en el proceso, la sentencia que se dicte tendrá efectos de cosa juzgada
frente al deudor subrogado.
38 V. en este sentido SSTS 26 abril 1962 (RAJ 1962, 1709), 25 noviembre 1996 (Tol 1658789) y 6
noviembre 2008 (Tol 1396311). Ahora bien, el resto de acreedores deberán contribuir a los gastos del
ejercicio de la acción subrogatoria, ya que resultan beneficiados.
8. CONCURRENCIA DE ACREEDORES
SUMARIO: I. EL PRINCIPIO DE IGUALDAD DE CONDICIÓN DE TODOS LOS ACREEDORES. II. LOS
CRÉDITOS PRIVILEGIADOS. 1. Concepto y clasificación de los privilegios. 2. La prelación de créditos. III. EL
CONCURSO DE ACREEDORES. IV. MECANISMOS DE SEGUNDA OPORTUNIDAD PARA EMPRESAS Y
PARTICULARES. V. CUESTIONARIO. VI. CASO PRÁCTICO. VI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
No obstante lo dicho, la regla general de igualdad entre los acreedores deja de aplicarse,
cuando la ley califica a un determinado crédito como privilegiado, en cuyo caso, su titular
tendrá derecho a cobrarlo con preferencia a los demás acreedores.
El art. 1921 CC establece que los créditos se clasificarán, para su graduación y pago,
por el orden y en los términos que a continuación analizaremos, salvo en los
procedimientos concursales, que se regirán por las normas específicas de la Ley Concursal,
que se estudiarán en el capítulo siguiente.
De la lectura de los arts. 1922 y ss. CC podemos observar que el privilegio puede ser
especial, cuando concede a un acreedor preferencia para cobrar sobre el valor de
determinados bienes (muebles o inmuebles), o general, cuando no recae sobre un concreto
bien, sino que, simplemente, reconoce a un crédito preferencia para ser cobrado antes que
los demás créditos, ordinarios o comunes.
a) El art. 1922 CC establece, entre otros, como créditos mobiliarios privilegiados, los
garantizados con prenda que se halle en poder del acreedor, sobre la cosa empeñada y
hasta donde alcance su valor; los créditos por transporte, sobre los efectos transportados,
por el precio del mismo, gastos y derechos de conducción y conservación, hasta la entrega
y durante treinta días después de ésta; los de hospedaje, sobre los muebles del deudor
existentes en la posada, etc.
b) En relación a los privilegios especiales sobre inmuebles y derechos reales del deudor,
el art. 1923 CC señala que gozan de preferencia, por ejemplo, los créditos a favor del
Estado, sobre los bienes de los contribuyentes, por el importe de la última anualidad,
vencida y no pagada, de los impuestos que graviten sobre ellos; o los créditos
hipotecarios, anotados e inscritos en el Registro de la Propiedad, sobre los bienes
hipotecados o los créditos preventivamente anotados en el Registro de la Propiedad, en
virtud de mandamiento judicial, por embargos, secuestros o ejecución de sentencias, sobre
los bienes anotados, y sólo en cuanto a créditos posteriores.
c) Los privilegios generales se encuentran establecidos en el art. 1924 CC, que, entre
otros, se refiere a los créditos a favor de la provincia o del Municipio, por los impuestos
de la última anualidad vencida y no pagada (siempre que no sean considerados créditos
inmobiliarios privilegiados por el art. 1923 CC); a los devengados por los salarios y
sueldos de los trabajadores por cuenta ajena y del servicio doméstico correspondientes al
último año; y a los créditos que sin privilegio especial consten en escritura pública o por
sentencia firme, si hubiesen sido objeto de litigio, los cuales, “tendrán preferencia entre sí
por el orden de antigüedad de las fechas de las escrituras y de las sentencias” (art.
1924.3º, in fine).
Cuando haya varios créditos con privilegio general, a tenor del art. 1929 CC, los mismos se
pagarán por el orden establecido en el art. 1924 CC y los que sean preferentes por fechas, “por el
orden de éstas y los que la tuviesen común, a prorrata”.
2. La prelación de créditos
Por cuanto concierne a la prelación de créditos o criterio de ordenación, cuando
concurren varios créditos privilegiados sobre bienes determinados, debemos acudir a los
arts. 1926 CC y ss. CC.
a) En relación al crédito con privilegio especial mobiliario, el art. 1926 CC señala que
este excluye a todos los demás hasta donde alcance el valor del mueble, objeto del crédito
privilegiado, y, en caso de concurrencia de créditos privilegiados mobiliarios, el crédito
pignoraticio excluye a todos los demás.
b) Por su parte, el art. 1927 CC establece unas reglas similares, pero respecto a los
créditos privilegiados inmobiliarios. En consecuencia, los créditos dotados de privilegio
especial inmobiliario excluyen a todos los demás por su importe hasta donde alcance el
valor del inmueble o derecho real sobre el que recaiga el crédito.
Cuando concurren varios privilegios inmobiliarios, se prefieren los créditos a favor del
Estado y de los aseguradores.
Los créditos hipotecarios, anotados e inscritos y los preventivamente anotados en virtud
de mandamiento judicial gozarán de prelación entre sí por el orden de antigüedad de las
respectivas inscripciones o anotaciones en el Registro de la Propiedad.
Por último, el art. 1928 CC completa las normas anteriores, disponiendo que, cuando se
satisfagan los créditos privilegiados y quede remanente, este se acumulará a los bienes
libres, y, en el caso contrario, de que los créditos especialmente privilegiados no se puedan
pagar en su totalidad con la realización de los bienes a los que están afectos, la parte no
cobrada tendrá la consideración de crédito con privilegio general.
Por su parte, el artículo 443 LC establece que, en todo caso, se calificará como culpable
los siguientes supuestos:
a) Cuando el deudor legalmente obligado a la llevanza de contabilidad incumpliera
sustancialmente esta obligación, llevara doble contabilidad o hubiera cometido
irregularidad relevante para la comprensión de su situación patrimonial o financiera en la
que llevara8.
b) Cuando el deudor hubiera cometido inexactitud grave en cualquiera de los
documentos acompañados a la solicitud de declaración de concurso o presentados durante
la tramitación del procedimiento, o hubiera acompañado o presentado documentos falsos.
c) Cuando la apertura de la liquidación haya sido acordada de oficio por
incumplimiento del convenio debido a causa imputable al concursado9.
d) Cuando el deudor se hubiera alzado con la totalidad o parte de sus bienes en perjuicio
de sus acreedores o hubiera realizado cualquier acto que retrase, dificulte o impida la
eficacia de un embargo en cualquier clase de ejecución iniciada o de previsible iniciación10.
e) Cuando durante los dos años anteriores a la fecha de la declaración de concurso
hubieran salido fraudulentamente del patrimonio del deudor bienes o derechos11.
f) O cuando antes de la fecha de la declaración de concurso el deudor hubiese realizado
cualquier acto jurídico dirigido a simular una situación patrimonial ficticia.
En consecuencia, se establece una presunción iuris et de iure de culpabilidad cuando
concurre uno de los supuestos anteriormente mencionados sin necesidad de que se
acredite la concurrencia de otros requisitos12. Por el contrario, el art. 444 LC establece
una serie de presunciones de culpabilidad en las que cabe prueba en contrario.
Una vez declarado el concurso, se procederá a determinar, por una parte, la masa activa
del concurso que “está constituida por la totalidad de los bienes y derechos integrados en
el patrimonio del concursado a la fecha de la declaración de concurso y por los que se
reintegren al mismo o adquiera hasta la conclusión del procedimiento” (art. 192 LC) y, en
consecuencia, se deben excluir de la masa activa del concurso todos los bienes que no sean
propiedad del deudor como por ejemplo una finca rústica que tiene arrendada el deudor,
o un crédito litigioso13, y reintegrar todos aquellos bienes que hayan salido indebidamente
del patrimonio del deudor.
Por otra parte, se deberá fijar la masa pasiva, que se compone, en virtud del artículo 251
LC, de “todos los créditos contra el deudor, ordinarios o no, a la fecha de la declaración
de concurso, cualquiera que sea la nacionalidad y el domicilio del acreedor”, salvo que
tengan la consideración de créditos contra la masa y que se describen en el art. 242 LC.14
El procedimiento concursal finaliza por la formalización de un convenio, o en caso
contrario, por liquidación.
En relación a la propuesta de convenio, ésta podrá ser formulada por el deudor y los
acreedores cuyos créditos superen una quinta parte de la masa pasiva (art. 315 LC). La
citada propuesta deberá contener proposiciones de quita, de espera o de quita y espera,
que no podrá ser superior a diez años (art. 317 LC), pero podrá contener otro contenido
como cesión de pagos o conversión de créditos en acciones. Posteriormente, la propuesta
de convenio acompañada por el plan de pagos (art. 331 LC), se traslada a la junta de
acreedores para que sea aprobada, conforme a las mayorías necesarias establecidas en el
art. 376 LC. Por último, es importante señalar que, en el supuesto de que el deudor
incumpliera con el convenio aprobado, el art. 402 LC establece que cualquier acreedor al
que le afecte el citado incumplimiento podrá solicitar la declaración de incumplimiento,
cuya estimación supondrá que las quitas y las esperas que en él se contuvieran quedarán
sin efecto (art. 404 LC).
Respecto a la liquidación, ésta comienza por múltiples situaciones: Puede ser solicitada
por el deudor en cualquier momento (art. 406 LC), por el concursado, durante la vigencia
del convenio, desde que éste conozca la imposibilidad de cumplir los pagos
comprometidos (art. 407 LC) o a solicitud de la administración concursal en caso de cese
total o parcial de la actividad profesional o empresarial (art. 408 LC). Además, el art. 409
LC establece la apertura de oficio de la liquidación en los casos contemplados en el citado
precepto.
La liquidación tendrá lugar siguiendo los pasos establecidos minuciosamente en el plan
de liquidación que elaborará la administración concursal y que será aprobada
judicialmente (art. 415 LC) y las reglas de prelación de pago de los créditos de los arts.
429 y siguientes LC.
V. CUESTIONARIO
1º. ¿En qué consiste la regla par conditio creditorum?
2º. Defina la insolvencia.
3º. Diferencie entre preferencia y prelación de los créditos.
4º. Cite varios ejemplos de créditos privilegiados.
5º. ¿Quién puede ser declarado en concurso?
6º. ¿Qué significa que se suspenden las facultades patrimoniales del deudor una vez
declarado el concurso?
7º. ¿Quién es competente para declarar el concurso?
8º. ¿La declaración del concurso imposibilita la ejecución individual del patrimonio del
deudor? Razone la respuesta.
9º. Explique brevemente la adopción del convenio del concurso.
10º. ¿En qué consiste la liquidación concursal?
1 En consecuencia, tal y como señala el ATS 9 diciembre 2003 (Tol 341032), se considera que el citado
principio general se altera cuando se salda “por entero el crédito de la demanda y no simultáneamente
el de los demás acreedores”.
2 En este sentido la STS 9 enero 1984 (Tol 1737928) hace referencia a la “impotencia o incapacidad
patrimonial del deudor”. Previamente ya las SSTS 27 febrero 1965 (RAJ 1965, 1151) y 22 abril 1969
(RAJ 1969, 2199) habían incidido en la delimitación descriptiva de la insolvencia como el resultado
derivado de una valoración patrimonial del deudor que arroja su situación deficitaria o incapacidad
patrimonial para el pago de las deudas, siendo una constante en la definición o desarrollo de su
configuración jurídica, ya sea a través de la referencia de la suficiencia o insuficiencia “del patrimonio
realizable del deudor para cubrir el pago pendiente”.
3 V. en este sentido, por ejemplo, AJM Santander 28 abril 2006 (Tol 982951) o AJM Madrid 17 enero
actividad de su Empresa que permita un seguimiento cronológico de todas sus operaciones, así como la
elaboración periódica de balances e inventarios. Así mismo, el citado precepto señala que el empresario
llevará necesariamente, sin perjuicio de lo establecido en las leyes o disposiciones especiales, un libro de
Inventarios y Cuentas anuales y otro Diario, los cuales son descritos en el artículo 28 CCom.
9 V. en este sentido SAP Zaragoza 11 febrero 2013 (Tol 3662146).
10 Al respecto sería necesario justificar la causalidad entre las enajenaciones de bienes y la generación o
agravación del concurso, y de sustentarse en alguna presunción, también sería precisa su indicación. V.
en este sentido SAP Alicante 30 octubre 2012 (Tol 2720897).
11 Dicho precepto está aplicando la clásica doctrina jurisprudencial desarrollada en la interpretación del
art. 1111 CC, regulador de la acción pauliana encaminada a la impugnación de los actos que el deudor
haya realizado en fraude del derecho de sus acreedores. V. en este sentido SJPI Lugo 15 abril 2013 (Tol
3530700).
12 V. la reiterada jurisprudencia del Tribunal Supremo al respecto, p.ej., SSTS 21 marzo 2012 (Tol
2514502), 20 abril 2012 (Tol 2525404) y 26 abril 2012 (Tol 2525820).
13 V. en este sentido SAP Alicante 21 febrero 2013 (Tol 3706581).
14 A modo de ejemplo se debe señalar que se consideran créditos contra la masa los créditos por salarios,
los gastos y las costas judiciales necesarios para la solicitud y la declaración de concurso o la asistencia
y representación del concursado y de la administración concursal durante toda la tramitación del
procedimiento y sus incidentes, entre otros. La SAP Salamanca 1 marzo 2013 (Tol 3539329) señala que
las cuotas de arrendamiento financiero devengadas con posterioridad a la declaración del concurso
tendrán la consideración de créditos contra la masa hasta la fecha en la que se dicte la sentencia que
declara la resolución judicial del contrato de arrendamiento financiero en el que la concursada es parte.
15 Para más información sobre el concepto y características de la mediación, véase el capítulo IV del Tema
26 de este manual.
9. MODIFICACIÓN Y EXTINCIÓN DE LAS
RELACIONES OBLIGATORIAS
SUMARIO: I. LA MODIFICACIÓN DE LA OBLIGACIÓN: LA NOVACIÓN. 1. Cambio de acreedor y sus formas.
A) Cesión del crédito. B) Subrogación en el crédito. 2. Cambio de deudor y sus formas. A) La asunción de
deuda. B) La expromisión. C) La delegación. 3. La cesión de contrato. II. EXTINCIÓN DE LA RELACIÓN
OBLIGATORIA Y SUS CAUSAS. 1. Mutuo disenso. 2. Decisión unilateral. 3. Imposibilidad sobrevenida de la
prestación. 4. La confusión de derechos. III. ALTERACIÓN SOBREVENIDA DE LAS CIRCUNSTANCIAS. IV.
CUESTIONARIO. V. CASOS PRÁCTICOS. VI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
Esta figura viene reconocida en los arts. 1112 y 1526 CC y, como señala la
jurisprudencia6, en virtud de ella, el cesionario adquiere la titularidad del crédito, con el
mismo contenido que tenía el acreedor cedente, permaneciendo incólume la relación
obligatoria y contando con las mismas garantías y derechos accesorios inherentes al
crédito originario (art. 1528 CC).
La cesión de créditos puede hacerse válidamente sin conocimiento previo del deudor e,
incluso, contra su voluntad7, pero, una vez notificada a este, vendrá obligado a realizar el
pago al nuevo acreedor, no siendo ya liberatorio, el pago hecho a favor del cedente. Por el
contrario, como dispone el art. 1527 CC, “el deudor que, antes de tener conocimiento de
la cesión, satisfaga al acreedor, quedará libre de la obligación”.
El hecho de que no se le haya notificado, en modo alguno, puede suponer fraude o perjuicio para
él8, porque como ha señalado la jurisprudencia, “el negocio jurídico de cesión no puede causar
perjuicio al deudor cedido; el deudor no puede sufrir ninguna merma o limitación de sus derechos,
acciones y facultades contractuales”9.
Como regla general, un crédito es trasmisible, a no ser que las partes hubiesen acordado
lo contrario (art. 1112 CC), se trate de derechos personalísimos, por ejemplo, el derecho
de alimentos (art. 151 CC), o su titular sea una persona que tenga una especial relación
con el cedente o ejerza ciertas funciones públicas en relación con el crédito de que se trate
(art. 1549 CC).
Finalmente, respecto de las relaciones entre el cedente y el cesionario, hay que
diferenciar, si la cesión se ha realizado a título oneroso o gratuito:
a) Si la cesión se ha llevado a cabo a título gratuito, el cedente no incurre en
responsabilidad alguna, en el supuesto de que no fuera posible cobrar el crédito cedido.
b) Si la cesión se ha llevado a cabo a título oneroso, las consecuencias varían, según la
buena o mala fe del cedente:
A tenor del art. 1529.I CC, el cedente de buena fe, “responderá de la existencia y
legitimidad del crédito” al tiempo de la cesión, a no ser que se haya cedido el crédito
“como dudoso”; “pero no de la solvencia del deudor, a menos de haberse estipulado
expresamente, o de que la insolvencia fuese anterior y pública”10.
Por el contrario, el cedente de mala fe, responderá “del pago de todos los gastos y de los
daños y perjuicios” (art. 1529.3 CC), incluido, claro ésta, los que resulten de la
imposibilidad de cobrar el crédito cedido por insolvencia del deudor.
B) Subrogación en el crédito
La subrogación en el crédito es un supuesto de novación modificativa del acreedor
contemplado en el art. 1203.3 CC.
Subrogar supone suceder a otra persona en su posición jurídica, “transfiriendo al
subrogado el crédito con los derechos a él anexos, ya contra el deudor, ya contra los
terceros” (art. 1212 CC). La obligación, por tanto, subsiste con los mismos derechos y
garantías (personales o reales) que aseguran su cumplimiento (por ejemplo, la fianza o la
hipoteca).
En su momento, expusimos que los arts. 1159 y 1210.2º CC permiten al tercero que paga una
deuda ajena, con el consentimiento (expreso o tácito) del deudor, subrogarse en la posición del
acreedor originario, pudiendo beneficiarse de las garantías, reales o personales, constituidas a su
favor.
La subrogación puede ser legal y convencional, teniendo lugar, esta última, por acuerdo
entre el acreedor originario y el subrogado11, aunque, excepcionalmente, cabe también un
subrogación convencional por voluntad del deudor, en los términos expresados en el art.
1211 CC12.
El art. 1210 CC enuncia los supuestos de subrogación legal (aunque existen otros no
contemplados en el precepto, pero sí enumerados a lo largo del Código)13.
Este precepto dispone que “Se presumirá que hay subrogación:
a) “Cuando un acreedor pague a otro acreedor preferente” (por ejemplo, un acreedor
ordinario paga a un acreedor hipotecario).
b) “Cuando un tercero, no interesado en la obligación, pague con aprobación expresa o
tácita del deudor”.
A diferencia de la subrogación convencional, en la que se exige sólo el conocimiento del deudor,
en la subrogación legal es necesaria la aprobación expresa o tácita del deudor.
Por cuanto concierne a los efectos de la subrogación, hay que tener en cuenta que,
además de la subrogación total (art. 1212 CC), cabe la subrogación parcial, establecida en
el art. 1213 CC, a tenor del cual “el acreedor a quien se hubiere hecho un pago parcial,
puede ejercitar su derecho por el resto con preferencia al que se hubiere subrogado en su
lugar a virtud de pago parcial del mismo crédito”.
Un caso importante de subrogación es el específicamente contemplado en la Ley 2/1994, de 30
marzo, de subrogación y modificación de créditos hipotecarios, en los términos previstos en su art.
2 (cuya redacción ha sido modificada por la Ley 5/2019, de 5 de marzo) y, conforme al cual, “el
deudor podrá subrogar a otra entidad financiera de las mencionadas en el artículo anterior sin el
consentimiento de la entidad acreedora, cuando para pagar la deuda haya tomado prestado el
dinero de aquella por escritura pública, haciendo constar su propósito en ella”.
A) La asunción de deuda
La asunción de deuda consiste en sustituir a la persona del deudor, sin extinguir la
primitiva obligación, por lo que, en principio, es un caso de novación modificativa15.
Dicha sustitución se lleva a cabo a través de un contrato atípico, admitido por doctrina
y jurisprudencia, mediante el cual el nuevo deudor asume la deuda existente en lugar del
primitivo deudor (que queda, así, liberado), lo que se debe pactar de forma clara e
inequívoca16.
Se trata de una figura no contemplada en el Código civil, a diferencia de otros ordenamientos
jurídicos como el alemán (aunque se encuentran referencias a la sustitución de un nuevo deudor en
algunos preceptos del mismo, como, por ejemplo, el art. 1203).
La sustitución ha de ser aprobada por el acreedor (art. 1205 CC), aprobación que puede
ser anterior, coetánea o posterior al contrato de asunción de deuda.
Es lógica esta exigencia, porque al acreedor le interesa quién va a ser el nuevo deudor, su
solvencia y su capacidad económica17.
La asunción de deuda provoca la liberación del primitivo deudor, de tal forma que el
art. 1206 CC señala “que la insolvencia del nuevo deudor, que hubiese sido aceptado por
el acreedor, no hará revivir la acción de este contra el deudor primitivo”.
Existen dos excepciones, señaladas en el mismo precepto, en las que no queda liberado el antiguo
deudor: cuando la insolvencia del nuevo deudor fuese anterior y pública o conocida por el
primitivo deudor al delegar su deuda.
Las obligaciones accesorias que hayan sido comprometidas por terceros (por ejemplo, un
fiador) subsisten, si éstos prestan su consentimiento al cambio de deudor, o, si no
habiéndolo prestado, resultan provechosas para los terceros.
Cabe señalar la posibilidad de una asunción de deuda cumulativa, que se produce cuando el
nuevo deudor no se obliga en lugar del primitivo, sino junto a este. El nuevo deudor se introduce en
la obligación en concepto de deudor solidario, por lo que no se produce el efecto liberatorio del
deudor primitivo. En este caso, no es necesaria la aceptación del acreedor, puesto que no se
perjudica sus intereses, ya que el efecto que produce es añadir un deudor al antiguo.
Como señala la jurisprudencia18, el nuevo deudor se adhiere con vínculo solidario a la obligación
contraída por el primitivo, porque ni extingue ni se modifica la primitiva obligación, que se
mantiene intacta, sino que la integra, manteniendo inalterado el primitivo vínculo obligacional, y
refuerza el resultado final del pago en los términos, condiciones, circunstancias y modos que ese
tercero ofrezca, al amparo de la libertad de pactos sancionada en el art. 1255 CC.
B) La expromisión
La expromisión es un acuerdo entre el acreedor y un tercero, en virtud del cual este
último (nuevo deudor) asume la posición del deudor primitivo, que, en consecuencia,
queda liberado, sin que, para ello, se requiera su consentimiento, pudiendo, incluso,
realizarse sin su conocimiento (art. 1205 CC).
Es, pues, clara la diferencia con la asunción de deuda, que, según se explicó, es un
negocio entre el deudor primitivo y el deudor nuevo, que son las partes que intervienen en
su celebración, aunque, para su eficacia, requiera el consentimiento del acreedor.
La jurisprudencia ha admitido también que se pacte, expresa o implícitamente, una expromisión
que sea liberatoria, exclusivamente, en las relaciones entre el acreedor y el deudor primitivo,
reconociéndose entonces a quien paga la posibilidad de ejercitar una acción de regreso contra
aquel.
En este sentido se pronuncia la STS (Pleno) 19 diciembre 2018 (Tol 6963916), para la que las
consecuencias de la expromisión (a la que llama “asunción de deuda”) “están en función tanto del
contenido del acuerdo del acreedor con quien asume el pago como de la relación existente entre
este último y el deudor”. En el caso concreto se consideró procedente la acción ejercitada por los
cesionarios del remate para recuperar de los prestatarios ejecutados (el hijo de aquellos y su
expareja) el importe de la deuda pendiente del préstamo hipotecario que no había quedado cubierta
por la subasta y que, junto al importe de la adjudicación, también habían pagado. Para ello, se tuvo
en cuenta que en el documento en el que se había pactado la expromisión el banco cedente del
remate se comprometía a asistir a los cesionarios para que pudiesen reclamar lo pagado a los
prestatarios.
Dice, así, que “los dos prestatarios eran deudores solidarios de la entidad. Al pagar su deuda, la
prestación de los demandantes constituyó una atribución gratuita a favor de su hijo respecto de la
parte que le correspondía en la deuda. Querían beneficiar a su hijo y nada reclaman ahora frente a
él. Por el contrario, la asunción de deuda [entiéndase expromisión] con pago liberatorio respecto de
la parte correspondiente a la otra prestataria debe ser tratada, de acuerdo con la doctrina
mayoritaria, como un pago, pues el supuesto no es tan distinto del pago por tercero contemplado en
el art. 1158 CC”; y añade: “Del mismo modo que un tercero puede hacer el pago ex art. 1158 CC
puede comprometerse con el acreedor a hacer el pago y, liberado el deudor primitivo, podrá
dirigirse contra este por aplicación de las reglas del pago por tercero. En el caso, producido el pago
por los demandantes, nació el derecho de regreso ejercitado con la finalidad de recuperar, de lo
pagado, la parte que hubiera correspondido a la demandada”.
C) La delegación
La delegación (a la que se refiere el último inciso del art. 1206 CC) tiene como finalidad
facilitar el pago de deudas, llevándose a cabo a través de un convenio entre el deudor
(delegante) y una tercera persona (delegado), que hará efectiva la deuda. En este caso, el
delegante da una orden o invitación de pago al delegado, el cual ejecutará dicha orden o
mandato. Por ejemplo, delego al Banco “X” para que pague los recibos que he
domiciliado en mi cuenta.
En este tipo de delegación, que se denomina “solutoria”, no hay, pues, cambio de deudor. Pero
cabe también una delegación “promisoria”, si el delegado asume, en su propio nombre, la
obligación, sustituyendo, así, al deudor primitivo, lo que dará lugar a una novación, la cual,
lógicamente, requerirá el consentimiento del acreedor19.
3. La cesión de contrato
La novación puede tener lugar, no sólo, mediante el cambio de determinados elementos
de una obligación (como sucede, en los casos, ya expuestos, de cesión del crédito,
subrogación o asunción de deuda), sino también, cuando se transmite, en bloque, la
totalidad de las relaciones jurídicas derivadas de un contrato.
La cesión del contrato consiste en transmitir a un tercero la íntegra posición jurídica que
en él ocupa una de las partes, “de manera que el cesionario adquiere los derechos que
ostentaba el cedente en la relación contractual como si hubiese sido el contratante
inicial”20. “Su esencia es, pues, la sustitución de uno de los sujetos del contrato y la
permanencia objetiva de la relación contractual”21. Por ejemplo, se cede (o traspasa) el
arrendamiento de un local de negocio a una persona distinta del arrendatario, que ocupa
su lugar en el contrato, quedando sujeto a este del mismo modo en que lo estaba aquel22.
El Código civil no contiene una regulación de esta figura, aunque no existe
inconveniente para su admisión general, al amparo del principio de libertad de pactos del
art. 1255 CC.
No obstante, en leyes especiales, sí se regulan concretos tipos de cesión, como, por ejemplo, las
cesiones de arrendamientos, la cesión de los contratos de obra en la legislación administrativa, la
cesión de los contratos de trabajo o la cesión de la cualidad de socio en la LSC.
1. Mutuo disenso
El mutuo disenso no aparece entre las causas generales de extinción, enumeradas en el
art. 1156 CC, pero es aplicable a toda clase de obligaciones.
Consiste en un negocio, por el que las partes, de común acuerdo, ponen fin una relación
obligatoria25.
La STS 7 noviembre 2012 (Tol 3011118) ha señalado que el mutuo disenso constituye una causa
de extinción de las obligaciones reconocida por la doctrina y la jurisprudencia, aun cuando no se
halle expresamente contemplada en la enumeración comprendida en el art. 1156 CC. A este
negocio jurídico consensual y extintivo se puede llegar no sólo por medio de declaraciones
expresas, sino también mediante declaraciones tácitas o actos excluyentes; esto es, con palabras,
signos o actos que no sirven para exteriorizar directamente la voluntad extintiva de quienes los
emplean o ejecutan, pero de los que la misma se infiere o deduce inequívocamente26.
Como el mutuo disenso es un nuevo contrato, deberá cumplir los requisitos generales,
necesarios para la validez del mismo27.
2. Decisión unilateral
La decisión unilateral o desistimiento es causa de extinción de la relación obligatoria,
siempre y cuando se haya autorizado (legal o contractualmente) a una de las partes para
ejercitar dicha facultad28.
Si no existe esa autorización, legal o contractual, una de las partes no puede impone a la otra la
extinción de la relación obligatoria, por lo que el desistimiento unilateral sería un caso de
incumplimiento; a no ser que trate de “relaciones duraderas o de tracto sucesivo, que carezcan de
plazo de duración o este se contemple como indefinido”, pues, en tal caso, la jurisprudencia admite
el desistimiento unilateral, sin justificación de causa, en supuestos no previstos legalmente,
exigiendo, no obstante, un preaviso realizado conforme a la buena fe, a fin de evitar una extinción
sorpresiva para la otra parte, que le impida tomar medidas para proteger sus intereses29.
A través del desistimiento, se pone fin a una relación obligatoria, por iniciativa de una
de las partes y sin necesidad de que ésta alegue ninguna causa30.
El Código civil no contiene una normativa general de esta figura, si bien en los textos
legales aparecen diferentes casos de desistimiento respecto de relaciones obligatorias de
tracto sucesivo o relaciones indefinidas sin plazo contractual de duración, en las que,
normalmente, existe una primacía clara del interés de una de las partes.
En el Código civil encontramos casos de desistimiento en los contrato de obra (art.
1594), mandato (art. 1733), depósito (art. 1775), comodato (art. 1750) y sociedad civil
(art. 1705).
En las leyes especiales cabe destacar el desistimiento en los contratos de arrendamientos
rústicos (art. 25.2 LAR) y urbanos (art. 11 LAU); y el desistimiento, como derecho del
consumidor, en los términos previstos en los arts. 68 y ss. TRLGDCU.
Las consecuencias jurídicas de esta figura y la posible indemnización de los perjuicios
causados vienen establecidas, en los casos que procede, en cada regulación concreta de
desistimiento.
4. La confusión de derechos
La confusión de derechos aparece como causa de extinción en el art. 1156 CC. Consiste
en la reunión, en una misma persona, de los conceptos de acreedor y deudor. Así, el art.
1192 CC establece que “quedará extinguida la obligación desde que se reúnan en una
misma persona los conceptos de acreedor y deudor. Se exceptúa el caso en que esta
confusión tenga lugar en virtud de título de herencia, si ésta hubiese sido aceptada a
beneficio de inventario”.
El fundamento de esta figura se encuentra en que nadie puede ser deudor o acreedor de
sí mismo. Por ejemplo, si un padre presta dinero a un hijo, el posterior fallecimiento de
aquel y la consiguiente sucesión, por parte de este, origina un supuesto de confusión,
porque en la persona del hijo (que hereda el derecho de crédito) concurrirá la cualidad de
prestatario y de prestamista.
Los requisitos, para que pueda darse la confusión, son: en primer lugar, la reunión, en una misma
persona, de la cualidad de acreedor y de deudor principal; en segundo lugar, que esa doble
cualidad de acreedor-deudor, la tenga respecto a la misma obligación (y, no respecto a obligaciones
distintas); y, en tercer lugar, que la reunión sea completa y definitiva. Por ello, cuando el llamado a
la herencia acepta a beneficio de inventario no puede darse la confusión, porque no es completa, ya
que los patrimonios, en este caso, permanecen separados.
La cuestión es, si producida esa alteración sobrevenida de las circunstancias, cabe una
modificación o, en su caso, una extinción de la relación obligatoria, por esta causa.
Este efecto se suele explicar, tradicionalmente, con la denominada doctrina de la cláusula rebus
sic stantibus, según la cual en los contratos de tracto sucesivo se entendería implícitamente pactado
que los efectos del mismo se mantuvieran, mientras las cosas continuasen, tal y como estaban en el
momento de su celebración.
b) Por otro lado, aplicando la cláusula rebus sic stantibus para resolver (y no solo
modificar) contratos compraventa de viviendas respecto de las que no se ha obtenido la
financiación económica esperada para adquirirlas, debido a la crisis económica iniciada en
200838.
La STS 26 abril 2013 (Tol 3711528) resolvió la compraventa de un inmueble, que fue entregado
un año después de lo acordado, año durante el cual estalló la crisis económica, razón por la cual el
banco no autorizó al comprador a subrogarse en la hipoteca que había concedido a la empresa
vendedora, subrogación que estaba prevista en el contrato de compraventa. Dice el Supremo que
“puestas en relación una y otra [circunstancia] [retraso en la entrega y negativa del banco a la
subrogación], es claro que el comprador ha quedado sin posibilidad material (económica) de
adquirir el objeto de la compraventa”39. Considera aplicable la cláusula rebus sic stantibus, “porque
la concurrencia de un conjunto de circunstancias impide que se obtenga el resultado que se
propone el negocio jurídico concreto, por incumplimiento del plazo de entrega y de subrogación en
el préstamo hipotecario”. Observa que “en la actualidad se ha producido un cambio progresivo de
la concepción tradicional de la figura referenciada en un marco de aplicación sumamente restrictivo
o excepcional, como corresponde a una cláusula ‘peligrosa’ y de admisión ‘cautelosa’, con
fundamento derivado del criterio subjetivo de la equidad y con una formulación rígida de sus
requisitos de aplicación: ‘alteración extraordinaria’, ‘desproporción desorbitante’ y circunstancias
‘radicalmente imprevisibles’ (…) Por contra, en la línea del necesario ajuste o adaptación de las
instituciones a la realidad social del momento y al desenvolvimiento doctrinal consustancial al
ámbito jurídico, la valoración del régimen de aplicación de esta figura tiende a una configuración
plenamente normalizada, en donde su prudente aplicación deriva de la exigencia de su específico y
diferenciado fundamento técnico y de su concreción funcional en el marco de la eficacia causal del
contrato”.
En todo caso, hay que tener en cuenta que el requisito de la total imprevisibilidad del
cambio sobrevenido de circunstancias hace que la cláusula rebus sic stantibus no pueda
aplicarse cuando dicho cambio constituya un riesgo expresamente previsto o
implícitamente asumido en el contrato, como, por ejemplo, sucede en los productos
financieros especulativos40.
La STS 9 enero 2019 (Tol 6988754) denegó la resolución de unos contratos de compra de bonos
bancarios, que eran unas notas estructuradas, cuyo rendimiento mensual y precio de venta estaban
referenciados al patrimonio neto de un activo subyacente, que era un Fondo de Inversión. Con
posterioridad, se acordó judicialmente la liquidación forzosa del Fondo, lo que, desde ese
momento, determinó su contabilización con valor cero. La ausencia de valor de referencia impedía
calcular el rendimiento mensual y el precio de venta de los bonos comprados, con lo que, en la
práctica, los adquirentes perdieron la totalidad de su inversión.
Observa el Supremo que “el riesgo de quiebra del fondo estaba previsto contractualmente e
incluso puede considerarse un riesgo intrínseco en las notas estructuradas”. Constata que “en el
folleto informativo se advertía expresamente que la inversión en tales condiciones era de alto riesgo
y que los inversores estaban expuestos a la pérdida total de la inversión, lo que en este caso vino
determinado por la quiebra del fondo”. Concluye afirmando que, al “no poder hablarse de
alteración imprevisible cuando la misma se encuentra dentro de los riesgos normales del contrato
[…] no cabe aplicar la regla rebus sic stantibus”.
IV. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué clases de novación regula el Código civil?
2º. Exponga algún caso de novación modificativa, de carácter objetivo.
3º. ¿En qué casos puede tener lugar una novación modificativa, por cambio de acreedor?
4º. Explique las diferencias existentes entre la cesión de créditos y la subrogación.
5º. Enumere tres supuestos de subrogación legal.
6º. Explique las diferencias existentes entre la asunción de deuda y la expromisión.
7º. ¿En qué consiste la cesión del contrato?
8º. ¿Qué diferencia existe entre el mutuo disenso y el desistimiento unilateral?
9º. ¿Se extinguen las obligaciones genéricas por imposibilidad sobrevenida de la prestación?
10º. ¿Cree que la crisis económica puede influir en la modificación de un contrato basándose
en la cláusula rebus sic standibus?
V. CASOS PRÁCTICOS
1º. Supuesto de hecho
Don Pablo y Don Iván, con la finalidad de sanear la situación financiera de la entidad
“Playas del Mediterráneo SA”, solicitan la cantidad de 60.000 euros, hipotecando en
garantía de dicho préstamo bienes de otra sociedad, de la que Don Iván era administrador
único, y, obligándose solidariamente a devolver el préstamo. Don Iván satisfizo
anticipadamente la totalidad del préstamo, obteniendo la carta de pago y cancelación de
la hipoteca. Posteriormente demanda a Don Pablo, solicitando que le devuelva lo que
había pagado.
CUESTIONES
1º. ¿Se podría considerar que se ha producido una novación por subrogación y qué efectos
produciría en su caso?
2º. Imagine que la cancelación del préstamo la hubiera hecho la sociedad de la que Don Iván
era administrador de la sociedad ¿Qué pasaría en este caso?
2º. Supuesto de hecho
La sociedad cooperativa “Consum” alquiló a Doña Noemí dos locales de negocio, cuya
finalidad concreta, especificada en una de las cláusulas del contrato, era “la utilización
para supermercado o autoservicio de alimentación y venta al por menor de artículos de
perfumería, droguería y todas aquellas actividades que sean preparatorias,
complementarias o auxiliares de tales actividades”. Además, la cláusula quinta del
contrato autorizaba al arrendatario a realizar las obras necesarias para acondicionar el
local a los fines previstos y, especialmente, se autorizaba a la arrendataria para que
cubriera el patio de luces que une ambos locales, con la finalidad de que pudiese llevar a
cabo una unidad comercial.
Celebrado el contrato de arrendamiento, la Comunidad de vecinos se opone al cerramiento
del patio de luces y la consiguiente demanda judicial, interpuesta por aquella, lo hizo
finalmente inviable. Al no poder unir los dos locales en uno, la cooperativa “Consum”
entiende que se ha frustrado su finalidad y deja de pagar las rentas. Doña Noemí demanda
a la cooperativa “Consum” e, invocando la cláusula rebus sic standibus, señala que procede
modificar la renta, pero que el contrato con la cooperativa “Consum” sigue vigente.
CUESTIONES
1º. Analice si existe una modificación sobrevenida de circunstancias, que haga aplicable la
cláusula rebus sic standibus.
2º. Diga si la imposibilidad de cumplimiento de la prestación existía ya en el momento de
perfeccionarse el contrato o si, por el contrario, sobrevino después y explique las
consecuencias que de ello derivan.
1V. en este sentido SSTS 26 marzo 2007 (Tol 1050568) y STS 12 marzo 2009 (Tol 1466721).
La STS (Pleno) 5 noviembre 2020 (Tol 8197328) ha considerado válida la novación modificativa de un
contrato de préstamo bancario, por la que se sustituía la originaria cláusula suelo pactada, por un
interés remuneratorio del 2,75%. Niega su carácter abusivo, porque, cuando se modificó el contrato, la
prestataria era conocedora de la potencial nulidad de la cláusula suelo, por su falta de transparencia, y
de la incidencia que la misma había tenido. Conocía, así, la evolución del índice y de sus concretas
consecuencias económicas, por la incidencia práctica que había tenido esta evolución en la concreción
de la cuantía de la cuota periódica que había venido pagando, y en el propio documento de novación se
especificaba el valor del índice en ese momento.
2 V. en este sentido STS 15 julio 2009 (Tol 1577972).
3 V. en este sentido STS 1 julio 2009 (Tol 1567583).
4 Las obligaciones accesorias de la obligación primitiva “podrán subsistir en cuanto aprovechen a terceros
que no hubiesen prestado su consentimiento” (art. 1207 CC).
5 V. en este sentido STS 15 julio 2009 (Tol 1577972).
6 V. en este sentido SSTS 26 octubre 2012 (Tol 2676104) y 28 noviembre de 2012 (Tol 3266068)
7 Aunque no es necesario el consentimiento del deudor cedido, al cesionario le interesa que preste dicho
consentimiento, de cara a una posible compensación de deudas que le correspondería contra el cedente.
Y ello, porque las consecuencias son distintas, según la posición del deudor cedido: a) Si no tiene
conocimiento el deudor cedido de la cesión, “podrá oponer la compensación de los créditos anteriores
a ella y de los posteriores hasta que tenga conocimiento de la cesión” (art. 1199.3 CC). b) Si tiene
conocimiento de la cesión, “puede oponer la compensación de las deudas anteriores a ella, pero no de
las posteriores” (art. 1198.2 CC). c) Si ha consentido la cesión, “no podrá oponer al cesionario la
compensación que le correspondería contra el cedente” (art. 1198.1 CC).
Por su parte la STS 4 febrero 2016 (Tol 5641593) pone de relieve que, en la cesión de crédito, a diferencia
de la cesión de contrato, no se requiere el consentimiento del deudor cedido, que solo sirve para que
este no pueda liberarse pagando al acreedor cedente.
8 V. en este sentido STS 26 marzo 2007 (Tol 1050568).
9 Así, la renuncia anticipada a la notificación, en tanto que priva de las posibilidades jurídicas anteriores a
la misma, merma los derechos y facultades del deudor cedido y, concretamente, el art. 86 TRLGDCU
establece que “serán abusivas las estipulaciones que prevean la privación o restricción al consumidor y
usuario de las facultades de compensación de créditos, retención o consignación”.
10 La cesión de créditos en la que sólo se responde por la existencia y legitimidad del crédito se denomina
cesión pro solvendo, mientras que aquella en la que también se pacta que el cedente responde de la
solvencia del deudor cedido se denomina cesión pro soluto. V. en este sentido STS 10 julio 2012 (Tol
2662329).
11 Conforme al art. 1209 CC, la subrogación convencional “será preciso establecerla con claridad para
que produzca efecto”, y no requiere el consentimiento del deudor, sino sólo su consentimiento.
12 A tenor del precepto, “el deudor podrá hacer la subrogación sin consentimiento del acreedor, cuando
para pagar la deuda haya tomado prestado el dinero por escritura pública, haciendo constar su
propósito en ella, y expresando en la carta de pago la procedencia de la cantidad pagada”. Los
requisitos mencionados en el precepto son acumulativos y el reconocimiento de este tipo específico de
subrogación facilita al deudor conseguir condiciones más favorables a las pactadas con el primitivo
acreedor.
13 Por su parte, la STS 4 febrero 2016 (Tol 5641593) pone de relieve que, en la cesión de crédito, a
diferencia de la cesión de contrato, no se requiere el consentimiento del deudor cedido, que solo sirve
para que este no pueda liberarse pagando al acreedor cedente.
14 V. en este sentido STS 3 febrero 2009 (Tol 1448808).
15 La STS 21 marzo 2013 (Tol 3412903) ha puesto de relieve cómo la asunción de deuda tan sólo supone
una novación modificativa, a no ser que las partes pacten la extinción de la obligación y el nacimiento
de otra nueva.
16 La STS 16 enero 2008 (Tol 1235314) afirma que la asunción de deuda se debe pactar de forma clara e
inequívoca, sin que pueda presumirse o deducirse de actos que no correspondan a la intención de las
partes.
17 La STS 21 marzo 2002 (Tol 155213) expone que para que surja la asunción de deudas ha de constar el
jurídico de constitución. Si, por ejemplo, las obligaciones que se extinguen pertenecen al contrato de
compraventa, el mutuo disenso deberá cumplir los requisitos de legitimación del contrato de
compraventa.
28 Se ha ejercitar a través de una declaración de voluntad de carácter recepticio y debe notificarse en
tiempo oportuno y de acuerdo con las reglas de la buena fe.
29 V. en este sentido SSTS 16 noviembre 2016 (Tol 5892466) y 20 noviembre 2017 (Tol 6441378), la
última de las cuales considera que debe negarse la facultad unilateral de extinguir la obligación de pago
de una renta pactada voluntariamente, admitiendo, en cambio, el desistimiento unilateral del contrato
de alimentos pactado de manera voluntaria en casos en los que no exista una obligación legal de
alimentos.
30 La STS 13 noviembre 2008 (Tol 1401678) señala que el desistimiento unilateral, establecido legal o
correspondiente al acreedor o deudor en quien concurran los dos conceptos” (art. 1194 CC). Si se trata
de obligaciones solidarias, “la confusión hecha por cualquiera de los acreedores solidarios o con
cualquiera de los deudores de la misma clase, extinguen la obligación” (art. 1143 CC); sin perjuicio,
lógicamente, de consecuencias de cara a la relación interna entre los acreedores o deudores solidarios.
35 Lo constata la STS 1 junio 2010 (Tol 1879039).
36 V. en este sentido STS 26 septiembre 2002 (Tol 225594) como también SSTS 4 febrero 1995 (RAJ
comprador desistir del contrato, porque, en caso contrario, se produciría un manifiesto desequilibrio en
contra del vendedor, propiciándose incumplimientos oportunistas. No obstante, afirma que “la regla
rebus sic stantibus no ha de quedar descartada en todos los casos de imposibilidad de obtener
financiación por parte de los compradores de inmuebles. Antes bien, una recesión económica como la
actual, de efectos profundos y prolongados, puede calificarse si el contrato se hubiera celebrado antes
de la manifestación externa de la crisis, como una alteración extraordinaria de las circunstancias, capaz
de originar, siempre que concurran en cada caso concreto otros requisitos (como la situación
económica de los contratantes antes y después del contrato, si la negativa de financiación lo fue de una
o de todas las entidades de crédito, el destino al que iba a ser dirigida la vivienda etc.), una
desproporción exorbitante y fuera de todo cálculo entre las correspectivas prestaciones de las partes”.
39 La STS 24 febrero 2015 (Tol 4918026), en cambio, no aplicó la cláusula rebus sic stantibus a un
contrato de compraventa de fincas rústicas, que había tenido como base del negocio las expectativas de
desarrollo urbanístico de la zona, las cuales se vieron alteradas por el rigor de la crisis económica.
40 V. en este sentido SSTS 20 julio 2017 y 9 enero 2019 (Tol 6988754).
10. EL CONTRATO Y SUS ELEMENTOS
ESENCIALES
SUMARIO: I. CONTRATO Y AUTONOMÍA PRIVADA. II. CLASES DE CONTRATOS. 1. Contratos
consensuales, reales y formales. 2. Contratos unilaterales o bilaterales. 3. Contratos onerosos o gratuitos. 4.
Contratos conmutativos y aleatorios. 5. Contratos típicos o atípicos. 6. Contratos por negociación y por
adhesión. III. CONDICIONES GENERALES DE LA CONTRATACIÓN. 1. Control formal de incorporación. 2.
Control material de contenido. 3. El segundo control de transparencia (o transparencia cualificada). IV.
ELEMENTOS ESENCIALES. 1. El consentimiento. A) La capacidad para contratar. B) Los vicios del
consentimiento. a) El error. b) El dolo. c) La violencia y la intimidación. 2. El objeto. A) La posibilidad. B) La
licitud. C) El carácter determinado del objeto. 3. La causa. A) La existencia de la causa. B) La falsedad de la
causa. C) La ilicitud de la causa. V. EL AUTOCONTRATO. VI. CUESTIONARIO. VII. CASOS PRÁCTICOS. VIII.
BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
b) Son negocios reales los que, para su perfección, exigen, además del consentimiento, la
entrega de una cosa. En nuestro Derecho son escasos este tipo de negocios. Es, por
ejemplo, el caso del préstamo (art. 1740 CC), del depósito (art. 1758 CC) o de la prenda
(art. 1863 CC), que se perfeccionan mediante la entrega de la cosa prestada, depositada o
pignorada al prestatario, depositario o acreedor pignoraticio (o tercero designado de
común acuerdo), respectivamente.
Aunque la regulación del préstamo contenida en el Código civil presupone que el préstamo es un
contrato real, que se perfecciona en el momento de la entrega de la cosa prestada (art. 1740 CC), sin
embargo, la STS (Pleno) 10 julio 2020 (Tol 8020623) afirma que, con carácter general, el contrato
de préstamo bancario de dinero tiene carácter consensual, no real, teniendo lugar su consumación
cuando el prestamista entrega el capital prestado, no cuando el prestatario paga la última de las
cuotas adeudadas.
Este tipo de cláusulas presuponen, pues, un predisponente, que es una persona que actúa
en el marco de su actividad profesional o mercantil, y un adherente, que, frecuentemente,
será un consumidor, pero que puede no serlo.
Respecto de ellos, hay que distinguir entre el control formal de incorporación y el
control material de contenido.
Las cláusulas abusivas serán nulas, nulidad que no implicará la del entero contrato,
cuando este pueda subsistir sin ellas (art. 83.1 LGDCU).
Un ejemplo típico de este control material de contenido, que, por respeto al principio de
autonomía privada y al de libertad del mercado, no puede afectar a elementos esenciales del
contrato, es el que la jurisprudencia ha llevado a cabo respecto de los intereses moratorios de todo
tipo préstamos (con o sin garantía real), considerando que son abusivos, cuando su cuantía supera
en dos puntos porcentuales la pactada para los remuneratorios: si la superan, la cláusula que los
establece será nula, continuando, no obstante, el préstamo generando, exclusivamente, intereses
remuneratorios sobre el capital pendiente de amortización13.
No obstante, esta doctrina ha de entenderse corregida por el art. 25 de la Ley 5/2019, de 15 de
marzo, respecto a los préstamos hipotecarios sujetos a ella (es decir, en favor de personas físicas y
recayentes sobre bienes inmuebles de uso residencial o cuya finalidad sea la adquisición o
conservación de terrenos o inmuebles construidos o por construir), norma que no admite “pacto en
contrario” (pues se le atribuye carácter imperativo, por lo que no cabe negociar sobre ella) y, según
la cual, “el interés de demora será el interés remuneratorio más tres puntos porcentuales a lo largo
del período en el que aquel resulte exigible”, es decir, un punto porcentual más de lo que venía
admitiendo la jurisprudencia (en el mismo sentido se pronuncia ahora el art. 114.III LH, modificado
por la Ley 15/2919).
Por lo tanto, es necesario, distinguir entre dos tipos de control formal de incorporación.
1º) El primer control formal de trasparencia se corresponde con lo expresamente
previsto en el art. 5 LGCG para todo adherente, sea consumidor o no, es decir, exige la
comprobación de que las condiciones generales son accesibles y comprensibles. Se trata,
pues, de asegurarse de que el adherente ha tenido la oportunidad real de conocerlas de
manera completa al tiempo de la celebración del contrato y de que han sido firmadas por
él, cuando ello sea necesario, así como de que no son “ilegibles, ambiguas, oscuras e
incomprensibles” (art. 7 LGCC).
2º) El segundo control formal de trasparencia (o trasparencia cualificada), aplicable,
exclusivamente, cuando el adherente tenga la condición de consumidor15, es más exigente:
su finalidad va más allá. Con él se busca garantizar que el consumidor tenga un pleno
conocimiento del producto que adquiere (normalmente, financiero) y pueda tomar su
decisión de contratar libremente, comparando otras alternativas, que le debe evidenciar el
predisponente. La consecuencia de no superarse este segundo control (que puede extender
a los elementos esenciales del contrato, como es el caso de las cláusulas suelo respecto de
los intereses remuneratorios de un préstamo) será la nulidad de la condición general, por
abusiva (art. 5.5 LGCC y art. 83.II TRLGDCU).
La STS 20 julio 2020 (Tol 8036230) ha entendido que existió falta de trasparencia cualificada, en
relación con un préstamo hipotecario multidivisa, referenciado en francos suizos, con opción de
cambio de divisa trimestralmente, por no haber suministrado el banco la información necesaria para
que el prestatario conociera adecuadamente el riesgo de fluctuación del valor de cambio de las
divisas. Constata que la lectura de la escritura y la inclusión en ella de fórmulas de estilo
predispuestas, en las que el prestatario afirma haber sido informado y asumir los riesgos, no suple la
falta de información precontractual. En consecuencia, declara la nulidad parcial del negocio
jurídico, eliminándose la referencia a las divisas y quedando el contrato como un préstamo
concedido y amortizado en euros16.
A ellos habría que añadir la forma, pero, exclusivamente, en los contratos formales o
solemnes.
1. El consentimiento
A tenor del art. 1254 CC, “El contrato existe desde que una o varias personas
consienten en obligarse respecto de otra u otras, a dar alguna cosa o prestar algún
servicio”.
Para que el consentimiento dé lugar a un contrato válido, este debe proceder de personas
con capacidad para contratar y debe estar exento de vicios.
La STS 29 diciembre 1978 (RAJ 1978, 4482) afirma que “La voluntad base esencial del contrato,
ha de ser para que lo genere libre, racional y consciente, sin vicios que excluyan o limiten estas
condiciones”.
Los contratos celebrados por los menores no emancipados (salvo los que puedan llevar a
cabo en virtud del art. 1263 CC), por los emancipados, sin el consentimiento de sus
progenitores (o, a falta de ambos, de su defensor judicial) cuando este sea necesario (art.
247 CC), o por las personas con discapacidad, prescindiendo de las medidas de apoyo
previstas cuando las mismas fueran precisas (normalmente, sin la intervención del
curador), son anulables.
1º) La esencialidad, requisito al que alude el art. 1266 CC, significa que el error ha de
recaer sobre una realidad de tal importancia que, de haber sabido exactamente como era
ésta, el contratante que padeció el error no hubiera celebrado el contrato.
El error sobre la persona, en contadas ocasiones, será esencial, pues la consideración a
ella o a sus cualidades raramente será la causa principal de la celebración del contrato.
Esto puede acontecer en la donación, cuando el donante quiere favorecer a una persona, a
la que atribuye ciertas cualidades (por ejemplo, altruismo o defensa de ciertos valores) de
las que realmente carece.
El error sobre el objeto o sobre sus cualidades es más frecuente en la práctica. Será
esencial, cuando recaiga sobre una cualidad de la cosa que, principalmente, hubiera dado
lugar a celebrar el contrato. Esto es, que de haber sabido exactamente quien padeció el
error que la realidad era otra, este no hubiera celebrado el contrato. Por ejemplo, se
compra un cuadro, pensándose que es de un conocido artista, cuando, en realidad, se
trata de una falsificación19; o un chalet en construcción que no tiene vistas al mar, las
cuales se habían anunciado en el folleto publicitario para promover su venta20.
En la práctica jurisprudencial actual el error más frecuentemente invocado es el que recae sobre
productos financieros complejos, como los swap o participaciones preferentes, que un buen número
de pequeños ahorradores confundieron con seguros o depósitos, respectivamente, debido a la
incorrecta información de los bancos al contratarlos21.
2º) El carácter excusable del error no lo exige el Código civil, sino la jurisprudencia, por
razones de seguridad jurídica y para evitar la proliferación de las demandas de
anulación22.
Se considera que un error es inexcusable, cuando quien lo padece no ha empleado una
diligencia regular o media para evitarlo; y excusable, cuando, por el contrario, quien lo
padece ha obrado de manera diligente al celebrar el contrato, pero, aun así, no se ha
percatado de su error.
Para juzgar si el que se equivocó fue, o no, diligente, habrá que examinar sus
circunstancias personales, como su edad, nivel de instrucción o profesión.
No es así, lo mismo que quien compra un cuadro, creyendo que es de Murillo, sea un marchante
en arte o, por el contrario, una persona sin especiales conocimientos artísticos; tampoco es lo
mismo que quien compra un terreno, creyendo que se puede edificar sobre él, sea un constructor o,
por el contrario, una persona sin conocimientos en este sector de la economía; por último, no es lo
mismo que quien adquiere un producto financiero, ignorando que era de alto riesgo, sea un
pequeño inversor de perfil conservador, sin previa experiencia y conocimientos específicos en este
tipo de productos, el cual, por consejo de un trabajador de su banco, contrata productos que se le
presentan como seguros o, por el contrario, sea una sociedad dedicada profesionalmente a realizar
inversiones de carácter especulativo.
Es, pues, exigible, un mayor nivel de diligencia a las personas expertas o conocedoras del
respectivo negocio.
La STS 9 octubre 1981 (JC 1981, 359), por ejemplo, consideró inexcusable el error, en un caso de
falta de autenticidad de un cuadro atribuido a Sorolla, porque el comprador era persona
experimentada en arte y había asumido la garantía de la autenticidad del cuadro en el catálogo de
una exposición donde lo mostró al público.
Por el contrario, la diligencia exigible es menor cuando quien sufre el error es una
persona inexperta.
La STS 9 octubre 1981 (JC 1981, 359), por ejemplo, consideró inexcusable el error, en un caso de
falta de autenticidad de un cuadro atribuido a Sorolla, porque el comprador era persona
experimentada en arte y había asumido la garantía de la autenticidad del cuadro en el catálogo de
una exposición donde lo mostró al público.
La STS 4 enero 1982 (JC 1982, 5) consideró, así, excusable el error, por haberlo padecido una
entidad religiosa, que carecía de una preparación específica en el sector económico al que el objeto
del contrato impugnado venía referido. El error invocado consistía en la ignorancia, por parte de la
compradora de una empresa dedicada a la explotación de un manantial de aguas minero-
medicinales, de que las aguas del manantial no eran aptas para el consumo humano.
Además, hay que tener en cuenta que, al valorar la diligencia desplegada por quien sufre
el error, los Tribunales también tienen en cuenta si el mismo es espontáneo o si, por el
contrario, ha sido causado por un comportamiento incorrecto de la otra parte
contratante, por haber afirmado ésta algo que es falso (aunque no pueda probarse la
existencia de un específico propósito de engaño) o por haber silenciado alguna
circunstancia de la que, en virtud de la buena fe o de una disposición legal concreta, debía
haber informado; en cuyo caso, tienden a calificarlo como excusable23.
Reiteradamente la jurisprudencia se ha referido a la incidencia de la falta del cumplimiento de los
deberes de información por parte de las entidades bancarias que comercializaron productos
financieros complejos (como swaps o participaciones preferentes) en la apreciación del carácter
excusable del error padecido por sus clientes.
Ha dicho, así, que “El deber de información que pesa sobre la entidad financiera incide
directamente en la concurrencia del requisito de excusabilidad del error, pues si el cliente minorista
estaba necesitado de esa información y la entidad financiera estaba obligada a suministrársela de
forma comprensible y adecuada, entonces el conocimiento equivocado sobre los concretos riesgos
asociados al producto financiero complejo contratado en que consiste el error le es excusable al
cliente”24.
Entre otras circunstancias ha deducido el carácter excusable del error, cuando las entidades
bancarias no habían realizado a sus clientes los preceptivos test de conveniencia o de idoneidad: el
primero debe realizarse, cuando la entidad “opera como simple ejecutante de la voluntad del
cliente, previamente formada” y, a través de él, ha de valorar “los conocimientos y la experiencia en
materia financiera del cliente, y evaluar si es capaz de comprender los riesgos que implica el
producto o servicio de inversión que va a contratar”; el segundo, es necesario, cuando “el servicio
prestado es de asesoramiento financiero”, caso en el que la entidad, además de la anterior
evaluación, ha de “hacer un informe sobre la situación financiera y los objetivos de inversión del
cliente, para poder recomendarle ese producto”25.
b) El dolo
El dolo es un vicio del consentimiento caracterizado por el ánimo de engaño de quien lo
comete26.
A él se refiere el art. 1269 CC, cuando afirma que “Hay dolo cuando, con palabras o
maquinaciones insidiosas de parte de uno de los contratantes, es inducido el otro celebrar
un contrato que, sin ellas no hubiera hecho”.
Conforme al art. 1270. I CC, para que el dolo invalide el contrato no debe “haber sido empleado
por las dos partes contratantes”, pues, en este caso, su mala fe se compensa; tampoco debe
proceder de un tercero, no interviniente en la celebración del contrato27.
Entre las maquinaciones de que trata el precepto hay que incluir no sólo la afirmación
de que la cosa vendida tiene cualidades de las que realmente carece (por ejemplo, con
ánimo de engaño y para impulsar la venta, el propietario de un cuadro lo atribuye a
Murillo), sino también lo que se llama “reticencia” dolosa28, es decir, el guardar silencio o
no advertir a la parte contraria de que la cosa tiene un defecto grave del que aquella no se
ha percatado (por ejemplo, el propietario del terreno no advierte al comprador de que no
puede edificar sobre él, a pesar de saber dicha circunstancia y que el propósito de aquel es
construir un chalet29).
No todo dolo da lugar a la invalidez del contrato, sino que, como exige el art. 1270 CC,
a estos efectos, el dolo ha de ser grave, lo que significa que, de no haber mediado las
maquinaciones insidiosas de la otra parte, quien sufre el engaño no hubiera celebrado el
contrato.
Por ejemplo, es el caso resuelto por la STS 26 marzo 2009 (Tol 1485162), en que el adquirente de
un negocio de quiosco-bar, con derecho de uso y disfrute de terraza, no habría celebrado el
contrato, de haberle informado el vendedor la circunstancia (que conocía perfectamente) de que
existía un expediente administrativo, instado de oficio, de recuperación posesoria de la finca, por
ocupación del dominio público marítimo-terrestre; el contemplado por la STS 5 mayo 2009 (Tol
1514760), que anuló el contrato de compraventa de una parcela para construir en ella una estación
de servicio, lo que era imposible, al no tener ésta la superficie que le había atribuido el vendedor y
concurrir una serie de impedimentos urbanísticos silenciados por aquel; o el decidido por la STS 5
septiembre 2012 (Tol 2667031), que anuló un arrendamiento de obra, porque el comitente, que
sería declarado en concurso voluntario pocos días después de la celebración del contrato, había
ocultado al comitente las graves dificultades económicas por las que atravesaba su empresa.
La STS 5 marzo 2010 (Tol 1798255) anuló, por dolo, el contrato de compraventa de un solar para
La STS 5 marzo 2010 (Tol 1798255) anuló, por dolo, el contrato de compraventa de un solar para
construir, porque la vendedora había silenciado que en el terreno había una dolina, no apreciable
por signos externos, que hacía imposible edificar sobre él. Pero, además, condenó a la vendedora a
indemnizar a la compradora, reembolsándole los gastos notariales, los honorarios de intermediario y
el IVA, que había pagado.
c) La violencia y la intimidación
A la violencia y a la intimidación se refiere el art. 1267 CC.
La violencia es, según, el precepto “una fuerza irresistible”, usada por la otra parte
contratante o por un tercero (art. 1268 CC), para arrancar la voluntad de la víctima. La
“fuerza irresistible” parece hacer referencia al empleo de un medio, contra el que no cabe
oposición posible, de manera que, más que viciar la voluntad, la excluiría. Por ejemplo, se
coge la mano de un contratante y se le obliga a firmar.
La intimidación es una amenaza que provoca un estado de temor, que no anula la
voluntad, pero impide que ésta se forme libremente. Dice el art. 1267 CC que hay
intimidación “cuando se inspira a uno de los contratantes el temor racional y fundado de
sufrir un mal inminente y grave en su persona o bienes, o en la persona o bienes de su
cónyuge, descendientes o ascendientes”.
La STS 29 julio 2013 (Tol 3888102) observa que “El concepto de intimidación, concepto clásico
recogido en el artículo 1267 del Código civil que provoca la anulación (…) del consentimiento
negocial y, por ende, del propio negocio jurídico, se concreta en el temor racional y fundado y en el
mal inminente y grave (…) La idea actual de intimidación tiene el mismo sentido pero alcanza a las
relaciones comerciales y económicas, que pueden causar un daño mucho más trascendente que el
mal inminente y grave en qué pensaba el legislador del siglo XIX. Así, la exigencia de una
declaración o, de lo contrario, un perjuicio (mal) que no puede evitar (inminente) y que es
importante (grave) integra el concepto actual de intimidación (…) es el caso que se contempla aquí.
Una de las partes, DIFAMASA exige la aceptación (formal) de una modificación del contrato
originario que fue celebrado libremente por las partes, en la que la parte contratante ZINCOBRE
agrava su posición contractual en forma grave, ciertamente importante, ya que de no hacerlo no se
le entrega el material que debe cargar en el avión fletado para una fecha inminente, lo que le
causaría un perjuicio, mal, frente a un tercero que es el contratante sito en Perú”.
2. El objeto
El art. 1261 CC nos dice que no hay contrato sin objeto cierto, que sea materia del
mismo.
Para que el contrato sea válido, el objeto ha de ser posible, lícito y determinado.
A) La posibilidad
El art. 1272 CC establece que “No pueden ser objeto de contrato las cosas o servicios o
imposibles”35.
Ahora bien, dado que, según el art. 1271.I CC, cabe contratar sobre cosas futuras, hay
que interpretar el precepto en el sentido de que las cosas, objeto del contrato, han de tener
una existencia actual o futura36. Es, por ejemplo, el caso de la venta de una casa en
construcción, que no existe al tiempo de la celebración del contrato, pero existirá, si el
vendedor cumple su obligación de construirla37, o el de la venta de una cosecha futura,
que ya se tiene sembrada38. Lo que el precepto impide es que pueda ser objeto del contrato
una cosa que ha dejado de existir, por ejemplo, una vivienda que ha sido destruida, siendo
tal contrato nulo, según confirma el art. 1460 CC39.
La STS 10 enero 2008 (Tol 1235308) consideró nulo, por imposibilidad del objeto, la venta de
una plaza de garaje, porque “la composición formada entre el espacio de estacionamiento y los
derechos de utilización de zonas y elementos que son instrumentalmente necesarios para el
aprovechamiento, tal y como ha sido prevista en el contrato, ha devenido imposible”.
B) La licitud
Al requisito de la licitud se refiere el art. 1271.I CC, cuando afirma que “Pueden ser
objeto todas las cosas que no están fuera del comercio de los hombres”40, como, por
ejemplo, los bienes de la personalidad o los de dominio público, que necesitan un acto de
desafección o el cambio de destino para poder entrar en el comercio de los hombres41.
El párrafo tercero del mismo precepto se refiere también al requisito de la ilicitud, al
establecer que “Pueden ser igualmente objeto de contrato todos los servicios que no sean
contrarios a las leyes o a las buenas costumbres”. Sería, por ejemplo, nulo el contrato por
quien alguien encomienda a otro la realización de un delito.
El requisito de que el objeto del contrato sea cierto significa, no tanto que esté
perfectamente determinado al momento de la celebración del negocio, como que sea
posible determinarlo, sin necesidad de un nuevo acuerdo entre las partes42, ya que, en caso
contrario, el contrato sólo existirá después de que dicho acuerdo se haya producido.
La STS 5 noviembre 1993 (RAJ 1993, 9097) considera determinable el objeto sin necesidad de un
nuevo convenio entre las partes contratantes, al haberse establecido, “además del precio del metro
cuadrado edificable, un criterio objetivo para la fijación de los metros cuadrados a que habría de
aplicarse ese módulo económico, como es el volumen de la edificabilidad que se estableciese en el
Plan Parcial de Ordenación Urbana”.
No obstante, la jurisprudencia más reciente tiende a admitir la validez del contrato (en
particular, el de permuta de solar por obra), cuando quedan por determinar algunos
detalles del objeto, “incluso en el caso de que las partes no se pusieran de acuerdo con
posterioridad en la concreción de los elementos pendientes”, “si hay algún modo
razonable para determinarlo, teniendo en cuenta las circunstancias y la común intención”
de las mismas43.
La STS 21 junio 2018 (Tol 6654094) consideró válido el contrato de permuta de solar por obra en
el que el constructor se obligaba a entregar al cedente del solar el 40% de la superficie total
construida, especificando que se le entregarían 5 viviendas de distintos tipos y alturas, sin perjuicio
de la debida compensación económica (en favor de uno u otro) en el caso de que la superficie de
las mismas excediera o no llegara al 40% fijado. Desestimó, así, el argumento del recurrente de que
procedía la declaración de nulidad del contrato, por indeterminación del objeto, al no haberse
concretado la localización, calidades y equipamientos de las viviendas que debían ser entregadas.
Afirma que, “Puesto que en el contrato se fijaron criterios que permitían concretar las viviendas que
debían ser objeto de entrega una vez terminada la construcción, el objeto era determinable y no
puede decirse que adoleciera de una indeterminación susceptible de dar lugar a la nulidad de la
obligación de una de las partes y, en consecuencia, del contrato”44.
Ha admitido también la posibilidad de acudir a las normas orientativas del Colegio de
Abogados para determinar los honorarios del Letrado, cuando los mismos no han sido
pactados previamente con el cliente y no existe acuerdo respecto de su cuantía.
La STS 19 febrero 2020 (Tol 7789928) afirma que “las normas colegiales constituyen previsiones
supletorias, destinadas preferentemente a la cuantificación de la condena en costas, la cuenta jurada
y la asistencia jurídica gratuita, pero que pueden tener un carácter orientativo, a falta de pacto, para
cuantificar el precio del arrendamiento de servicios, cuando se utilizan de manera conjunta con
otros datos o referencias, como pueden ser la complejidad del asunto, los motivos del recurso -si lo
ha habido- u otras circunstancias que hayan concurrido en el caso”45.
3. La causa
De la causa se puede hablar en un sentido objetivo o en un sentido subjetivo.
En un sentido objetivo, la causa es la función económico-social del contrato46. A esta
acepción de la causa nos referimos cuando decimos que ésta ha de existir y ser verdadera.
En un sentido subjetivo, la causa es el motivo práctico por el cual las partes celebran un
determinado contrato. A esta acepción de la causa nos referimos cuando decimos que ésta
ha de ser lícita.
El art. 1275 CC afirma que los contratos sin causa no producen efecto alguno47. El
precepto significa que para que un contrato sea válido las partes han de aceptar su
función económico-social. En caso contrario, no habrá un verdadero contrato, sino una
pura apariencia para conseguir fines distintos a los efectos que el ordenamiento asigna al
contrato celebrado.
La causa es inexistente cuando el negocio es simulado absolutamente48. Por ejemplo, una
persona con deudas, para evitar que sus acreedores embarguen sus bienes, se pone de
acuerdo con una persona de su confianza para ponerlos a su nombre. Con tal fin, celebra
un contrato de compraventa, que no es real, sino una pura apariencia, puesto que no se ha
pagado un precio, de modo que las partes no han asumido la función económico-social de
la compraventa (intercambio de cosa por precio)49.
El contrato de compraventa será, pues, nulo50 y el vendedor (o sus herederos) podrá
alegar la simulación absoluta, es decir, la inexistencia de la causa para recuperar sus
bienes, si quien aparecía como comprador se negara a devolvérselos51. Del mismo modo,
los acreedores o legitimarios de quien aparecía como vendedor podrán impugnar la
validez de la compraventa, en cuanto perjudicados por ella52.
La simulación no puede tampoco perjudicar a terceros adquirentes de buena fe, que compran a
quien aparece como propietario “formal” del bien, ignorando que la propiedad “material” del
mismo corresponde a otra persona distinta. La STS 28 septiembre 2012 (Tol 2661635) afirma, así,
que la simulación de un negocio extintivo de una comunidad, con la finalidad de eludir el derecho
de adquisición preferente previamente pactado en favor de un tercero sobre la cuota de un
comunero en caso de enajenación de la misma, no puede perjudicar al tercer adquirente de buena
fe de dicha cuota.
B) La falsedad de la causa
La causa del contrato ha de ser, no sólo existente, sino también verdadera, es decir, que
corresponda al negocio celebrado. Por ello, el art. 1276 CC dispone que la expresión de
una causa falsa en los contratos dará lugar a la nulidad, si no se probase que estaban
fundados en otra verdadera y lícita, lo que parece admitir la conversión del contrato nulo
en otro correspondiente a esa causa verdadera, siempre que este sea válido53.
Así, la STS 27 enero 2012 (Tol 2411988), siguiendo una doctrina jurisprudencial consolidada,
admite la validez de un préstamo sin interés encubierto bajo la apariencia de una venta con pacto
de retro (arts. 1507 y ss. CC). Estamos, evidentemente, ante un caso de simulación relativa: el precio
de la falsa venta (contrato simulado) era, en realidad, el importe del préstamo (contrato disimulado)
que el “comprador” había concedido al “vendedor”, quien, si quería recuperar la cosa “vendida”,
debía devolver el capital prestado, pudiendo aquel retener la posesión de la misma hasta que fuera
realizada dicha restitución (de ahí que la figura se califique como una venta en garantía de
préstamo). La sentencia no admitió, sin embargo, la validez del pacto comisorio que la venta con
pacto de retro encubría, porque el mismo era contrario al art. 1859 CC, el cual prohíbe al acreedor
(el prestamista “comprador”) apropiarse del bien (propiedad del prestatario “vendedor”) dado en
garantía.
C) La ilicitud de la causa
La causa del contrato ha de ser lícita, según el art. 1275 CC, determinando el precepto
que la causa es ilícita cuando se opone a las leyes o a la moral.
Normalmente el Derecho no toma en consideración la causa en sentido subjetivo,
prescindiendo de los motivos perseguidos por las partes al celebrar el contrato para
determinar la validez de este55. Se exceptúa el caso en el que ambas partes se propongan
alcanzar un fin contrario a las leyes o la moral, o dicha finalidad la persiga una sola de las
partes, pero le conste a la otra, incorporándose, pues, dicho motivo “a la declaración de
voluntad a modo de causa impulsiva o determinante” de la celebración del contrato, que,
en consecuencia, será nulo, por ilicitud de la causa56. Por ejemplo, se vende una
embarcación para dedicarla al transporte de droga, siendo el vendedor consciente de este
propósito delictivo57.
La STS 24 octubre 2006 (Tol 1006919) consideró nulo, por tener causa ilícita, el acuerdo del
Consejo de Administración de una sociedad, por el que se concedía al Consejero Delegado, para sí
y para sus herederos, una comisión de cartera del 2% (reducida por renuncia del interesado al 1%),
por el total de las cuotas que se cobraran anualmente, deducidos los ocho primeros millones. El
Tribunal entendió que “los principios éticos que rigen los comportamientos sociales, que
trascienden al orden jurídico, no permiten el aprovechamiento de situaciones de prevalencia o
influencia personal para obtener beneficios futuros exorbitantes a cargo de otras personas, sin que
existan razones que expliquen o justifiquen la desmesura”.
V. EL AUTOCONTRATO
Se habla de autocontrato, cuando una misma persona, actuando como representante,
crea relaciones jurídicas entre dos patrimonios distintos58.
Bajo esta figura se contemplan dos supuestos:
a) La representación simple, esto es, cuando una persona actúa en un mismo negocio en
nombre propio y ajeno, p. ej., compra para sí la cosa que el representado le ha encargado
vender.
b) La representación doble, es decir, una misma persona actúa simultáneamente como
representante de dos personas con intereses opuestos, p. ej., actuando siempre en nombre
ajeno, compra para uno de los representados el bien que el otro le ha encargado vender.
El Código civil no regula esta figura, pero existen normas que evidencian la prohibición
de celebrar actos jurídicos por los representantes, en supuestos en que objetivamente
existe un conflicto de intereses con sus propios representados, que puede poner “en riesgo
la imparcialidad y rectitud del autocontratante”59.
Así, el art. 1459.1º CC, prohíbe a quienes desempeñen el cargo de tutor o funciones de apoyo
comprar “los bienes de la persona o personas a quienes representen”60; y el art. 1459.2º CC prohíbe
a los mandatarios comprar bienes de los mandantes, de “cuya administración o enajenación
estuvieren encargados”. Por su parte, el art. 267 Código de Comercio, dispone que “ningún
comisionista comprará para sí ni para otro lo que se le haya mandado vender, ni venderá lo que se
le haya encargado comprar, sin licencia del comitente”61.
La validez del autocontrato será clara, cuando el representado hubiera determinado las
condiciones básicas del negocio, cuya celebración encomienda al representante66, en
particular, el precio de la compraventa, fijándolo de manera cierta o remitiéndose al que
tuvieran los efectos que se han de vender en bolsa o mercado en determinada fecha,
porque, en tal caso, en principio, no experimentará ningún perjuicio por el hecho de que
aquel haya comprado el bien para sí o para otro representado; en los demás casos, habrá
que examinar las concretas estipulaciones del negocio (en particular, el precio pactado, si
se trata de una compraventa67) para verificar si el representante ha sufrido, o no, un daño.
La STS 28 marzo 2000 (Tol 1511) declaró la invalidez de un contrato de arrendamiento de una
estación de servicios de una gasolinera, otorgado por la administradora única y socia mayoritaria de
una sociedad anónima (tenía el 63,42% de las acciones) en favor de otra sociedad de
responsabilidad limitada, de la que también era administradora única y titular del 99% de las
participaciones. La demandada, en realidad, utilizando una aparente sociedad de responsabilidad
limitada, se había cedido la explotación directa de los únicos bienes de la sociedad anónima,
eludiendo todo control y convirtiéndola en una mera sociedad patrimonial, sin otra actividad que el
cobro de unos porcentajes fijados de forma unilateral por la arrendataria, cuyo pago era exigible por
ella misma68.
VI. CUESTIONARIO
1º. Explique el principio de autonomía privada y enumere sucintamente sus límites.
2º. Explique en qué consiste una cláusula abusiva.
3º. Explique la diferencia entre contratos consensuales, reales y formales.
4º. Enumere los vicios del consentimiento.
5º. ¿Qué significa la exigencia de que un error sea excusable?
6º. ¿Cuál es la diferencia entre dolo grave e incidental?
7º. ¿En qué consiste el requisito jurisprudencial del carácter injusto de la amenaza (en
relación con la intimidación)?
8º. ¿Puede ser objeto de contrato una cosa futura?
9º. ¿Por qué motivo es inválido un contrato simulado?
10º. ¿En qué casos la autocontratación provoca la invalidez del negocio?
1 En cambio, según el precepto, los gastos de tasación del inmueble los soporta el prestatario; los de las
copias de escritura, quien las solicite; y respecto del pago del impuesto de transmisiones patrimoniales y
actos jurídicos documentados, se remite a la lo que establezca la normativa tributaria vigente.
En este último punto, se sigue, pues, la doctrina sentada por la STS (Pleno) 15 marzo 2018 (Tol
6542256), respecto al impuesto de actos jurídicos documentados, que, aplicando la normativa
tributaria, afirmó que es de cargo del prestatario el pago de la cuota variable del impuesto en función
del importe del acto o negocio jurídico autorizado y, respecto al derecho de cuota fija (timbre de los
folios de papel exclusivo para uso notarial), los de la matriz son de cargo del prestatario y los de las
copias autorizadas debe pagarlos quien las solicite.
2 V. en este sentido SSTS 27 enero 1995 (Tol 1668312), 29 marzo 1995 (Tol 1667169), 24 octubre 1995
2004 (Tol 408726). La STS 19 mayo 1988 (Tol 1735247) precisa que la falta de otorgamiento de
escritura pública no exime al vendedor de pagar el precio, lo que es lógico ya que el contrato es válido
y plenamente eficaz entre las partes. La STS 12 mayo 1994 (Tol 1665235) observa que la acción para
exigir la elevación del contrato sobre bienes inmuebles a documento público, mientras subsista la
vigencia del mismo, no está sujeta a “cortapisa de plazo prescriptivo alguno”. La misma doctrina
reitera la STS 10 octubre 2011 (RAJ 2011, 6837), que, sin embargo, desestimó la pretensión del
demandante (comprador), porque había transcurrido el plazo de prescripción de quince años del art.
1964 CC (entonces vigente), sin que, durante dicho término, aquel hubiera exigido la entrega de la cosa
vendida.
4 Lo remarca la RDGRN 7 febrero 2005 (Tol 599884).
5 V. en este sentido STS 22 diciembre 2000 (Tol 27102).
6 V. en este sentido STS 29 diciembre 1987 (Tol 1737649).
7 V. en ese sentido SSTS 19 mayo 1982 (Tol 1739297), 9 diciembre 1988 (Tol 1734188) y 6 octubre
3743970).
10 Para las condiciones generales insertas en contratos con consumidores y usuarios, v. también art. 80.1 a
y b TRLGDCU
11 El TRLGDCU habla de cláusulas no negociadas individualmente”, concepto este, que es equivalente al
respecto de los hipotecarios, extendiendo la misma doctrina STS (Pleno) 3 junio 2016 (Tol 5741036).
Más recientemente, STS 31 enero 2019 (Tol 7028848).
14 La STS 9 marzo 2017 (Tol 5985734) declaró, así, la validez de una cláusula suelo, porque fue
negociada individualmente por las partes, pactándose un suelo inferior al que venía aplicando la
entidad de crédito, siendo, además, advertida por el Notario que autorizó la escritura del préstamo.
15 La STS (Pleno) 3 junio 2016 (Tol 5745035) fija como doctrina jurisprudencial que el segundo control
(Tol 7663967).
20 V. STS 6 febrero 2020 (Tol 7746847).
21 V. en este sentido la emblemática STS (Pleno) 18 abril 2013 (Tol 3743970), seguida por una multitud
de sentencias posteriores.
22 V. en este sentido, entre otras muchas, SSTS (Pleno) 18 abril 2013 (Tol 3743970), 3 febrero 2016 (Tol
5641709), 19 julio 2016 (Tol 5785336), 23 noviembre 2016 (Tol 5899627) 1 julio 2019.
23 La STS 10 junio 2010 (Tol 1891669) entendió, en consecuencia, que era excusable el error padecido
por el comprador de una naviera, que había adquirido la totalidad de las acciones de la misma, con la
garantía, por parte de los vendedores, de un estado contable y patrimonial, del que se desprendía su
viabilidad, cuando, de hecho, estaba en quiebra.
La STS 12 noviembre 2010 (Tol 2006853) anuló el contrato de préstamo solicitado para pagar una serie
de gastos que los clientes habían realizado, como consecuencia de haber heredado una cartera de
valores, a la que el banco, por error, había atribuido un valor muy superior al real, aceptando, como
garantía de dicho préstamo, la pignoración de los valores.
24 V. en este sentido STS (Pleno) 20 enero 2014 (Tol 4103965), cuya doctrina es sistematizada por SSTS 7
julio 2014 (Tol 4429659), 7 julio 2014 (Tol 4430489) y 8 julio 2014 (Tol 4430492), todas las cuales
se pronunciaron en favor de la anulación de swaps comercializadas por Caixa Penedés.
25 V. en este sentido STS (Pleno) 20 enero 2014 (Tol 4103965).
26 V. en este sentido SSTS 11 junio 2003 (Tol 276114) y 12 junio 2003 (Tol 286091).
27 V. en este sentido SSTS 29 marzo 1994 (Tol 1666023), 13 diciembre 2000 (Tol 99668) y 11 junio
(Tol 225416), 21 octubre 2005 (Tol 731293) y 8 noviembre 2007 (Tol 1213841).
35 La imposibilidad puede también ser jurídica, como por ejemplo, cuando la normativa aplicable no
permite la segregación de la parcela edificada con la superficie que se segrega, “por lo que se trata de la
transmisión de una cosa no susceptible de tráfico jurídico”. V. en este sentido STS 26 julio 2000 (Tol
170860).
36 V. en este sentido SSTS 5 junio 1978 (RAJ 1978, 2219) y 11 mayo 1998 (Tol 172191).
37 V. en este sentido SSTS 27 marzo 1993 (RAJ 1993, 2529), 9 noviembre 1993 (RAJ 1993, 8974) y 8
contrato no pueda ser transmitido sin autorización administrativa, no lo convierte en objeto ilícito de
contratación.
41 Tal y como constatan las SSTS 23 junio 1981 (Tol 1739799) y 13 octubre 1981 (Tol 1739567).
42 V. en este sentido arts. 1447 y 1448 CC.
43 V. en este sentido SSTS 21 junio 2018 (Tol 6654094) y 3 julio 2019 (Tol 7387318).
44 V. también en este sentido STS 13 abril 2010 (Tol 6654094).
45 No obstante, advierte de que “una práctica profesional transparente” exige “una información previa
individualizada sobre los honorarios devengados durante las distintas fases procesales”.
46 A esta acepción objetiva de la causa se refiere el art. 1274 CC. V. en este sentido STS 17 diciembre
contratos realizados entre tres sociedades, celebrados con la única finalidad de defraudar a la Hacienda
Pública acreedora (la primera de dichas sociedades era deudora de Hacienda) y evitar el embargo de
bienes.
50 V. en sentido SSTS 21 septiembre 1998 (Tol 2470) y 27 noviembre 2000 (Tol 31025). Ahora bien,
dado que, como dice el art. 1277 CC, se presume que la causa existe, en la duda habrá estimar que “el
acto jurídico es verdadero y eficaz mientras la ficción no se pruebe”. V. en este sentido SSTS 16
septiembre 1991 (Tol 1727598), 30 abril 1999 (RAJ 1999, 7002) y 20 octubre 2005 (Tol 731277). La
STS 27 junio 1996 (Tol 1659495) observa que “La falta de causa en las relaciones contractuales exige
prueba a cargo de quien la invoca, bien directa o indirecta de las presunciones que suele ser la operante
tratándose de simulación absoluta”. La STS 21 mayo 2014 (Tol 4330601) considera insuficiente, a
estos efectos, la demostración de la mera discordancia entre el valor de la finca y el que se hizo figurar
en el contrato.
En realidad, el principio de buena fe y facilidad de la prueba puede llevar a que, ante la afirmación por
parte de la persona interesada de que la compraventa carece de precio, deba ser el que sostiene lo
contrario, quien demuestre que dicho precio se ha pagado (por ejemplo, mediante el documento
acreditativo de haberse realizado una transferencia bancaria). V. en este sentido las consideraciones
hechas por la STS 24 septiembre 2003 (Tol 311916). No obstante, la STS 13 mayo 2016 (Tol
5728408) precisa que el principio de facilidad probatoria no puede imponer a la compradora la carga
de probar el real pago del precio que se declara recibido en la escruta pública de compraventa, veinte
años después del otorgamiento de ésta.
La STS 11 febrero 2016 (Tol 5645234) observa que ha de quedar probada la inexistencia de precio y no
la mera falta de pago del mismo, pues, como dice la STS 5 mayo 2016 (Tol 5718316), la falta de pago
del precio no puede equipararse a la inexistencia del mismo. La STS 3 noviembre 2015 (Tol 5558001)
desestimó la demanda de declaración de nulidad de una compraventa en favor de las personas que
cuidaban de la vendedora, considerando que no había quedado demostrado que el precio pagado fuera
vil o irrisorio, constatando que no existe una exigencia legal del que el precio sea justo.
51 V. en este sentido STS 23 octubre 1992 (Tol 1661164) y 24 octubre 1995 (Tol 1668103).
52 V. en este sentido SSTS 24 octubre 1995 (Tol 1668103), 26 mayo 1997 (Tol 215374), 17 junio 2000
lícita corresponde a quien sostiene la validez del contrato. V. en este sentido SSTS 23 mayo 1980 (Tol
1740526), 16 diciembre 1986 (Tol 1734648) y 26 noviembre 1987 (Tol 1737125).
54 Esto, a partir de la STS (Pleno) 11 enero 2007 (Tol 1038338), seguida posteriormente, entre otras, por
SSTS 20 noviembre 2007 (Tol 1221221), 5 mayo 2008 (Tol 1370043), 27 mayo 2009 (Tol 1547709),
21 diciembre 2009 (Tol 1762173), 30 abril 2012 (Tol 2532591), 14 junio 2012 (Tol 2573053), 18
diciembre 2012 (Tol 3706385) y 16 enero 2013 (Tol 3407348).
55 V. en sentido STS 6 junio 2002 (Tol 202863).
56 V. en este sentido STS 11 abril 1994 (Tol 1665304), como también SSTS 30 septiembre 1988 (Tol
1733780), 21 noviembre 1988 (Tol 1734202), 4 enero 1991 (RAJ 1991, 106), 30 noviembre 2000 (Tol
10994) y 6 junio 2002 (Tol 202863).
La STS 10 junio 2015 (Tol 5199607) explica que “el propósito ilícito buscado por ambas partes ha sido
elevado por la jurisprudencia a la categoría de causa ilícita determinante de la nulidad del contrato
conforme al art. 1275 del Código (…), cuando venga perseguido por ambas partes (o buscado por una
y conocido y aceptado por la otra) y trascienda el acto jurídico como elemento determinante de la
declaración de voluntad en concepto de móvil impulsivo”.
57 La STS 10 junio 2015 (Tol 5199607) desestimó la demanda de declaración de nulidad por causa ilícita,
por considerar no había quedado probado que el propósito del representante de vaciar el patrimonio de
los representados, de haber existido, hubiese sido compartido por los terceros que contrataron con
aquel.
58 La STS 10 junio 2015 (Tol 5199607) observa que la autocontratación no se da cuando el representante
y los representados se encuentran en una misma posición contractual de prestatario (actuando aquel en
nombre propio y ajeno), hallándose en la otra posición contractual de prestamista un tercero ajeno a la
relación de mandato representativo.
59 V. en este sentido STS 5 noviembre 1956 (RAJ 1956, 3430).
60 V. también arts. 163. II. 2º, 226.1º CC.
61 En el ámbito societario, la prohibición de contratar consigo mismo puede deducirse del art. 227.1 LSC,
que impone a los administradores la obligación de “desempeñar el cargo con la lealtad de un fiel
representante, obrando de buena fe y en el mejor interés de la sociedad”. Es doctrina reiterada la de
que “el administrador único, como representante orgánico de la sociedad sólo puede autocontratar
válida y eficazmente cuando esté autorizado para ello por la Junta General” (o, si no estándolo, lo
ratifica posteriormente) o “cuando quede manifiestamente excluida la colisión de intereses que ponga
en riesgo la imparcialidad o rectitud del autocontrato”. V. en este sentido RRDGRN 3 diciembre 2004
(Tol 519268), 13 febrero 2012 (Tol 2479413), 22 mayo 2012 (Tol 2570712), y 3 enero 2013 (Tol
3019497).
La regla general de prohibición de autocontratación tiene su excepción en el caso de las sociedades
unipersonales, por no ser aquí tan evidente la existencia de un riesgo de conflicto entre los intereses del
socio único y los de la persona jurídica. Sin embargo, se establecen cautelas, no tanto para proteger los
intereses sociales, como para evitar transmisiones ficticias de bienes del socio a la persona jurídica (o
viceversa), con el fin de defraudar los derechos de los acreedores. Es por ello que se impone la
obligación de que los contratos celebrados entre el socio único y la sociedad sean transcritos en un
libro-registro de la sociedad y referenciados en la memoria anual, de manera “expresa e
individualizada”, “con indicación de su naturaleza y condiciones” (art. 16.1 LSC); y, a falta del
cumplimiento de dichos requisitos formales, los contratos no serán oponibles a la masa en el caso de
concurso de cualquiera de ellos (art. 16.2 LSC). Además, durante dos años, “el socio único responderá
frente a la sociedad de las ventajas que directa o indirectamente haya obtenido en perjuicio de ésta
como consecuencia de dichos contratos” (art. 16.3 LSC).
62 V. en este sentido SSTS 12 junio 2001 (Tol 230684) y 29 noviembre 2002 (RAJ 2002, 7322), que
exigen que dicha autorización conste con claridad, aunque sin ser necesario que esté sujeta a especiales
requisitos de forma. V. igualmente RDGRN 3 diciembre 2004 (Tol 519268), la cual precisa que no es
necesario que se conceda un poder concreto para cada acto sobre el cual se autoriza la facultad de
autocontratar.
En materia de fundaciones existe una normativa específica, contenida en el art. 28 de la Ley 50/2002, de
26 de diciembre, el cual permite a los patronos contratar con la fundación, en nombre propio o de
terceros, pero siempre, previa autorización del Protectorado, la cual debe cumplir las rigurosas
prescripciones establecidas en el art. 34 del Reglamento aprobado por el RD 1337/2005, de noviembre,
para evitar que el contrato consigo mismo se realice en perjuicio de la fundación.
En cualquier caso, se exige siempre que el representante a quien se haya autorizado para autocontratar no
abuse del ejercicio de la facultad concedida.
La STS 22 diciembre 2001 (RAJ 2001, 414) estimó, así, que había incurrido en abuso de derecho la
representante autorizada para autocontratar, que había comprado para sí una finca de la representada
(su hija), por un precio muy inferior al valor de mercado, sin poder probarse que dicho precio llegara a
ingresar en el patrimonio de la demandante. La STS 24 octubre 2008 (Tol 1393366) llegó a la misma
conclusión en un caso en el que dos ancianos habían autorizado a uno de sus hijos “para hacer y
aceptar donaciones”, facultándole para contratar consigo mismo. El apoderado constituyó una
sociedad a la que aportó los dos inmuebles de sus padres, en los que éstos residían, y, posteriormente,
se donó a sí mismo y a su hija la totalidad de las participaciones sociales, sin conocimiento de los
ancianos. El Tribunal consideró nulas las donaciones por extralimitación del mandatario, al haberse
aprovechado este la confianza que en él se había depositado, para privar al mandante de todo su
patrimonio.
63 V. en este sentido SSTS 24 octubre 1997 (Tol 215960), 14 octubre 1998 (Tol 2521), 12 junio 2001
(RAJ 2001, 5058), 29 noviembre 2001 (RAJ 2002, 7322) y 20 enero 2005 (Tol 582610).
64 V. en este sentido STS 8 octubre 2012 (Tol 2665541).
65 V. en este sentido SSTS 5 noviembre 1956 (RAJ 1956, 3430), 4 enero 1991 (RAJ 1991, 106), 9 junio
1997 (Tol 216594), 29 noviembre 2001 (RAJ 2002, 7322) y 8 octubre 2012 (Tol 2665541).
66 V. en este sentido RRDGRN 14 mayo 1988 (RAJ 1988, 4455) y 2 diciembre 1998 (Tol 132841).
67 V. en este sentido STS 22 diciembre 2001 (RAJ 2001, 414).
68 La STS 10 febrero 2012 (RAJ 2012, 5279) consideró ineficaz un autocontrato, que implicaba un pacto
En efecto, “en ocasiones es frecuente que el proceso formativo del contrato se inicie con
manifestaciones de voluntad, o mejor exploraciones, contenidas en tratos preliminares o
conversaciones previas que los interesados mantienen sin fuerza vinculante antes de
decidirse a la celebración del negocio y mediante las cuales se comunican sus respectivas
aspiraciones”1.
Estos tratos preliminares o actos previos a la celebración del contrato (por ejemplo, las
conversaciones, las discusiones sobre las condiciones del negocio, los simples documentos
de intenciones o el encargo de estudios a expertos), no vinculan a quienes participan en
ellos, teniéndose libertad para apartarse de los mismos. De otro modo, nadie se atrevería a
entrar en negociaciones para preparar una futura contratación.
Sin embargo, excepcionalmente, su ruptura arbitraria (contraria a la buena fe) puede dar
lugar a responsabilidad, no contractual (porque no hay ningún contrato), sino
extracontractual2, en cuyo caso deberán indemnizarse los gastos hechos por quien hubiera
confiado razonablemente en la seriedad de su interlocutor, los cuales pierden su utilidad
como consecuencia de la ruptura (es el denominado interés contractual negativo)3.
La STS 16 mayo 1988 (Tol 1734853) consideró, así, procedente que un banco indemnizara,
pagándole 4.000.000 ptas., a un empleado, a quien había hecho creer, fundadamente, que, en
breve, sería trasladado a una sucursal del Miami, ante lo cual vendió los automóviles y su mujer
pidió la excedencia voluntaria en su puesto de auxiliar de clínica de la Seguridad Social;
posteriormente, el banco no le concedió el traslado.
1. La oferta
La oferta es una declaración de voluntad, hecha con intención de obligarse, dirigida por
una persona a otra u otras, proponiéndoles la celebración de un contrato, debiendo
contener todos los elementos esenciales del mismo, de modo que, concurriendo la
aceptación, el negocio quede concluido4.
Es necesario distinguir entre la oferta y la simple invitación a ofrecer, que es una declaración en la
que no se precisan los elementos esenciales del contrato futuro. Por ejemplo, un cartel fijado en el
balcón de una casa, con la frase “se vende”. La invitación a ofrecer es una mera propuesta de
negociar, por lo que no es susceptible de dar lugar a la perfección de un contrato con la simple
aceptación de los destinatarios de la misma.
La STS 17 septiembre 2010 (Tol 2018668) aplicó dicho precepto a un caso de ejercicio de un
La STS 17 septiembre 2010 (Tol 2018668) aplicó dicho precepto a un caso de ejercicio de un
derecho de opción, entendiendo que, por exigencia de la buena fe, no podía quedar frustrada la
comunicación del concesionario, oportunamente remitida al domicilio del concedente, por el
hecho de que este se hubiera ausentado del mismo durante el plazo de vigencia de la opción, sin
haber indicado otro lugar alternativo en el que poder realizar la comunicación.
La STS 21 diciembre 2016 (Tol 5920392) conoció de un supuesto semejante. Tras recordar que la
comunicación del ejercicio del derecho de opción tiene carácter recepticio, consideró suficiente la
realizada mediante un acta notarial entregada el último día de plazo a un empleado de la
concedente residente en el mismo inmueble en el que se hallaba el domicilio de la misma, al no
haberse encontrado a nadie en este, por imposibilidad de desconocer los efectos de la
comunicación sin faltar a la buena fe.
III. EL PRECONTRATO
Se trata de un contrato, ya determinado en sus elementos esenciales, normalmente
celebrado en un documento privado, cuya eficacia se defiere a un momento posterior. Por
ejemplo, se estipula en un documento privado una promesa bilateral de compraventa,
determinándose el precio y todas las condiciones de la futura venta13, pactándose que, a
los seis meses, deberá entregarse la vivienda y pagarse el precio, pudiendo las partes
compelerse, en tal momento, al otorgamiento de la escritura pública (contrato definitivo).
Según observa la STS 14 diciembre 2006 (Tol 1023033), “El precontrato exige que el objeto esté
perfectamente determinado”; “y así, en el precontrato de compraventa conste la cosa vendida y el
precio: si no estuvieran determinados e hiciera falta un nuevo acuerdo, se trataría de simples tratos
previos, sin eficacia obligacional”14.
Para que exista este precontrato, es necesario fijar un plazo durante el cual se pueda
ejercitar el derecho de opción18 plazo que la jurisprudencia considera de caducidad (por lo
tanto, no susceptible de interrupción)19, así como determinar exactamente el precio y el
objeto sobre el que el mismo puede recaer20.
La STS 15 junio 2004 (Tol 454024) afirma, así, que el plazo es un “elemento esencial del
contrato”, al ser la opción “un derecho de adquisición preferente que no puede quedar su ejercicio
temporal indefinidamente en el supuesto optante, sino que debe ejercerlo en el plazo previsto”.
Ello explica que, conforme a lo dispuesto, en el art. 1281 CC, “Si los términos de un
contrato son claros y no dejan duda sobre la intención de los contratantes se estará al
sentido literal de sus cláusulas”34. Ahora bien, “Si las palabras parecieren contrarias a la
intención evidente de los contratantes, prevalecerá ésta sobre aquellas”35. Por ejemplo, si
las partes denominaron al contrato celebrado como una compraventa, pero, a pesar de
ello, resulta evidente que quisieron concluir un contrato de arrendamiento con opción de
compra, el negocio será calificado como tal y producirá los efectos consiguientes36.
La STS 1 marzo 2007 (Tol 1053705) recuerda que “si la claridad de los términos de un negocio
no deja lugar a dudas sobre la intención de las partes no cabe la posibilidad de huir del canon de la
literalidad de la interpretación hacia la búsqueda de intenciones, motivos o finalidades no
expresadas”.
Según el art. 1282 CC, “Para juzgar de la intención de los contratantes, deberá
atenderse principalmente a los actos de éstos, coetáneos y posteriores al contrato”37 (es
decir los actos de ejecución del mismo), aunque también a los anteriores a su
celebración38.
Piénsese, por ejemplo, en el siguiente supuesto: “A” compra a “B” una finca, pero, por
error, en la escritura de compraventa se hace constar el número y la descripción registral
de otra, de la que “B” también es propietario. Si, a pesar de ello, el comprador toma
después posesión material de la finca que realmente quería adquirir, sin oponerse a ello el
vendedor, el cual, por su parte, continúa en posesión de la finca que se ha hecho constar
en la escritura, cabe deducir que existe un error en la redacción de la misma, por lo que
debe rectificarse para ajustarla a lo realmente querido por las partes.
No obstante, según el art. 1283 CC, “Cualquiera que sea la generalidad de los términos de un
contrato, no deberán entenderse comprendidos en él cosas distintas y casos diferentes de aquellos
sobre que los interesados se propusieron contratar”.
Conforme al art. 1285 CC, “Las cláusulas de los contratos deberán interpretarse las
unas por las otras, atribuyendo a las dudosas el sentido que resulte del conjunto de todas”
(art. 1285 CC). El precepto se refiere a la denominada interpretación sistemática, según la
cual ha de conjugarse “el tenor de cada cláusula para obtener el resultado del conjunto”39,
pues la voluntad de las partes “no se puede encontrar en una cláusula aislada de las
demás, sino en el todo orgánico que constituye” el contrato40.
d) Conforme al art. 1288 CC, “La interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato
no deberá favorecer a la parte que hubiese ocasionado la oscuridad”, precepto este que
encuentra un especial campo de aplicación en los contratos de adhesión.
Así, según el art. 7.1 y 2 LCGC, “Cuando exista contradicción entre las condiciones generales y
las condiciones particulares específicamente previstas para ese contrato, prevalecerán éstas sobre
aquellas, salvo que las condiciones generales resulten más beneficiosas para el adherente que las
condiciones particulares”. “Las dudas en la interpretación de las condiciones generales oscuras se
resolverán a favor del adherente”.
regla de cierre principio de coonservación
e) El art. 1289 CC contiene dos criterios, para el caso de que “absolutamente fuere
imposible resolver las dudas por las reglas establecidas en los artículos precedentes”46.
Si las dudas “recaen sobre circunstancias accidentales del contrato, y este fuere gratuito,
se resolverán en favor de la menor transmisión de derechos e intereses. Si el contrato fuere
oneroso, la duda se resolverá en favor de la mayor reciprocidad de intereses”.
La STS 18 mayo 2005 (Tol 656552) observa que, en este punto, el precepto “contiene una regla
objetiva de cierre, que, inspirada en el deseo de conservar el contrato en armonía con su causa
típica, resulta aplicable cuando las dudas no puedan resolverse conforme a los artículos precedentes
y recaigan sobre circunstancias accidentales de aquel”.
Por el contrario, “Si las dudas de cuya resolución se trata en este artículo recayesen
sobre el objeto principal del contrato, de suerte que no pueda venirse en conocimiento de
cuál fue la intención o voluntad de los contratantes, el contrato será nulo”.
La STS 15 diciembre 1993 (Tol 1664384) consideró nulo el contrato de compraventa de un
inmueble por no poderse averiguar el precio de venta, ya que en el documento privado en el que se
consignaba la entrega de 25.000.000 ptas., en concepto de señal y a cuenta de su importe, no se
concretaba este.
VI. CUESTIONARIO
1º. Explique qué son los tratos preliminares y diga si su ruptura genera algún tipo de
responsabilidad.
2º. ¿Es vinculante una oferta de venta de una casa?
3º. Distinga los conceptos de “oferta” y de “invitación a ofrecer”
4º. ¿Puede perfeccionarse el contrato, a través de una aceptación tácita de la oferta?
5º. ¿En qué momento se perfecciona el contrato celebrado entre ausentes?
6º. Determine si la responsabilidad por ruptura de un precontrato es contractual o
extracontractual.
7º. ¿Puede pedirse judicialmente que un precontrato, celebrado en documento público, sea
elevado a escritura pública?
8º. ¿Qué requisitos deben cumplirse en el contrato de opción para que este pueda acceder al
Registro de la Propiedad?
9º. Explique cuál es el propósito de la interpretación de un contrato.
10º. Enuncie los criterios de interpretación objetiva del contrato.
1 V. en este sentido SSTS 10 octubre 1980 (Tol 1740644) y 31 diciembre 1998 (Tol 2651).
2 V. en este sentido SSTS 10 octubre 1980 (Tol 1740644), 26 febrero 1994 (Tol 1665063), 11 abril 2000
(Tol 2610), 31 octubre 2001 (Tol 66582) y 30 enero 2008 (Tol 1256793).
3 No es, pues, indemnizable el interés positivo o el interés al cumplimiento, es decir, las ganancias que se
habrían obtenido de haberse celebrado y cumplido el contrato proyectado. V. en este sentido,
claramente, STS 16 diciembre 1999 (Tol 2586).
4 V. en este sentido STS 31 diciembre 1998 (Tol 2651).
5 El art. 61.3 TRLGDCU precisa que “No obstante lo dispuesto en el apartado anterior, si el contrato
celebrado contuviese cláusulas más beneficiosas, éstas prevalecerán sobre el contenido de la oferta,
promoción o publicidad”.
6 V. en este sentido SSTS 21 julio 1993 (Tol 1663432), 8 noviembre 1996 (Tol 1658642), 30 junio 1997
medidas de protección establecidas en los arts. 92 y ss. TRLGDCU, en favor de los consumidores y
usuarios, en materia, por ejemplo, de oposición a la recepción de ofertas comerciales no deseadas (art.
96), amplitud de los deberes de información precontractual del empresario (art. 97), requisitos formales
de los contratos (arts. 98 y 99), consecuencias de su incumplimiento (art. 100), necesidad de aceptación
expresa de las ofertas (101) o derecho de desistimiento (arts. 101-108).
13 La STS 13 octubre 2005 (Tol 731298) admite, sin embargo, que en el precontrato “no hayan quedado
determinados los elementos instrumentales o complementarios del mismo, cuando es perfectamente
posible hacerlo en un momento posterior”.
14 La STS 30 enero 2008 (Tol 1256793) dice también que el precontrato “contiene ya los elementos
esenciales del contrato definitivo, pero cuya perfección las partes aplazan”, observando que “se trata de
un contrato completo, que contiene sus líneas básicas y todos los requisitos”.
15 El incumplimiento del contrato generará responsabilidad contractual, conforme a lo previsto en los
arts. 1101 y ss. CC. V. en este sentido STS 13 octubre 2005 (Tol 731298).
16 Obviamente, si el contrato de opción se resuelve a instancia del concesionario de la misma, el
concedente deberá restituirle el precio recibido. V. en este sentido STS 26 febrero 2015 (Tol 4751833),
que estimó fundada la resolución de la opción de compra, por imposibilidad de construir una nave al
existir bajo la superficie de una de las fincas una tubería de una Mancomunidad, cuya existencia había
sido silenciada por el concedente de la opción.
17 V. en el mismo sentido SSTS 4 febrero 1994 (Tol 1664843), 7 marzo 1996 (Tol 1659388), 6 julio 2001
(Tol 230671).
18 V. en este sentido SSTS 15 diciembre 1997 (Tol 216586), 21 noviembre 2000 (Tol 99611) y 15 junio
siempre que se den los requisitos previstos en el art. 14 RH para ello. V. en este sentido RDGRN 20
mayo 2005 (Tol 673610).
27 El art. 14 RH permite la inscripción del derecho de opción en el Registro de la Propiedad, concurriendo
tres requisitos: 1º) “Convenio expreso de las partes para que se inscriba”; 2º) “Precio de venta de la
finca y, en su caso, del convenido para la concesión de la opción”; y 3º) “Plazo para ejercicio de la
opción, máximo 4 años, salvo en el caso de arrendamiento con opción de compra, en cuyo caso, la
opción podrá durar todo el tiempo en que aquel esté vigente, caducando, sin embargo, en los casos de
prórroga, legal o tácita”.
28 V. en este sentido SSTS 9 junio 1990 (Tol 1729101), 26 septiembre 1991 (Tol 1727642) y 11 abril
2000 (Tol 2610), así como RRDGRN 23 julio 2005 (Tol 709563) y 30 enero 2006 (Tol 834191).
29 V. en este sentido STS 13 febrero 1997 (Tol 215839).
30 V. en este sentido SSTS 15 diciembre 1992 (Tol 1655040) y 30 noviembre 2005 (Tol 781278).
31 La jurisprudencia ha declarado reiteradamente que “la interpretación de los contratos es función que
compete a la Sala de instancia, cuyo resultado no puede ser atacado en casación, salvo que se acredite
que este aparece como ilógico o contrario a la Ley”. V. en este sentido SSTS 4 mayo 1984 (RAJ 1984,
395), 26 diciembre 1985 (Tol 1736.279), 24 febrero 1986 (Tol 1735153), 17 mayo 1988 (Tol
1735241) y 24 mayo 1989 (RAJ 1989, 3884).
32 V. en este sentido SSTS 24 mayo 2001 (Tol 99650) y 23 diciembre 2004 (Tol 645283).
33 V. en este sentido STS 24 mayo 2001 (Tol 99650).
34 Lógicamente, el precepto se refiere a “los contratos que consten por escrito, dado que en los verbales
no hay términos ni sentido literal que puedan ser objeto de interpretación conforme a esta norma”. V.
en este sentido STS 22 febrero 1988 (Tol 1732804).
35 El precepto habla de la “intención común de los contratantes”, no de la voluntad interna de una sola de
las partes. V. en este sentido SSTS 9 junio 1994 (Tol 1665045) y 14 marzo 2006 (Tol 866062).
36 La STS 14 mayo 2001 (Tol 30883), entre otras muchas, afirma que “Los contratos son lo que son y la
calificación no depende de las denominaciones de las partes”, debiendo prevalecer “la intención de las
mismas sobre el sentido gramatical de las palabras”. V. en el mismo sentido STS 7 mayo 2013 (Tol
3752797), que consideró que el contrato litigioso era una compraventa, a pesar de que en su
encabezamiento se le denominaba “opción de compra”. V. más recientemente STS 18 diciembre 2019
(Tol 7658412), la cual, en un supuesto en el que se discutía si un contrato lo era de apertura de crédito
o de préstamo, observa que, más allá de que el contrato se denominara de una manera o de otra, lo
determinante es que la cantidad que constituía su objeto fue dispuesta (entregada) de una sola vez, en el
mismo momento de la firma de la escritura, y los clientes fueron devolviéndola mediante cuotas
mensuales periódicas de importe igual, que respondían a la previsión del cuadro de amortizaciones
incorporado y pactado en el propio contrato.
37 Es lo que se ha llamado “cumplimiento interpretativo”. V. en este sentido STS 9 octubre 2007 (Tol
1156473).
38 V. en este sentido SSTS 24 mayo 1989 (RAJ 1989, 3884), 4 octubre 1993 (Tol 1663195) y 28
c) Los usos, según se ha visto, son criterios de interpretación del contrato para atribuir
sentido a las cláusulas ambiguas (art. 1281 CC), pero el art. 1258 CC les atribuye
también una función de fuente de integración del contrato, en defecto de pacto o de ley
aplicable.
La misma solución adopta el art. 708.2 LEC, para los casos de condena a emitir una declaración
de voluntad, disponiendo que, si “no estuviesen predeterminados algunos elementos no esenciales
del negocio o contrato sobre el que deba recaer la declaración de voluntad, el tribunal, oídas las
partes, los determinará en la propia resolución en que tenga por emitida la declaración, conforme a
lo que sea usual en el mercado o en el tráfico jurídico”. La norma es de aplicación a los casos en
que deba elevarse a escritura pública un precontrato, en el que estén determinados los elementos
esenciales del negocio, pero no ciertos elementos instrumentales o complementarios del mismo. La
STS 8 febrero 2010 (Tol 1788460), por ejemplo, consideró válido y vinculante un precontrato de
permuta, por estar determinadas las prestaciones de las partes, entendiendo que la indeterminación
resultante de la cláusula en la que se preveía que la forma de permutar sería consensuada
“valorando siempre las mejores alternativas fiscales”, podía ser salvada por el juez, atendiendo a lo
que resultase “usual en el mercado o en el tráfico jurídico”.
d) Especial consideración merece la buena fe, como concepto objetivo, basado en “las
reglas de conducta ínsitas en la ética social vigente”3, que exige a los contratantes un
“comportamiento honrado, justo, leal”4, la cual integra el contrato, “conforme a una serie
de principios que la conciencia social considera necesarios”5, para darle “cumplida
efectividad en orden a los fines propuestos”6.
Así, en consideración a la buena fe, la jurisprudencia ha resuelto, por ejemplo, que el comitente
no puede retener el precio de la obra ejecutada por la existencia de defectos de pequeña entidad7;
que debe entregarse a los compradores de viviendas y garajes la licencia de primera ocupación o de
primera utilización8; que la prestación de servicios impone al profesional “el deber de ejecución
óptima del servicio contratado”9; o que los vendedores de una vivienda tienen que realizar los actos
que faciliten a los compradores la obtención de un crédito hipotecario para pagar el precio
pactado10.
Así pues, si la designación tiene lugar dentro del plazo previsto y ésta es aceptada, el
estipulante quedará desligado del contrato, ocupando su lugar la persona por él
nombrada, quien adquirirá los derechos y obligaciones derivados de dicho contrato, desde
el momento en que este se celebró19. Si, por el contrario, la designación no se realiza en
tiempo o ésta no es aceptada por la persona nombrada, el contrato se entenderá
definitivamente celebrado entre el estipulante y el promitente20.
III. LA INVALIDEZ
La invalidez es una sanción del ordenamiento jurídico, ante un contrato que adolece de
algún defecto estructural al tiempo de su celebración.
El art. 1300 CC dice, escuetamente, que “Los contratos en que concurran los requisitos
que expresa el artículo 1261 pueden ser anulados, aunque no haya lesión para los
contratantes, siempre que adolezcan de alguno de los vicios que los invalidan con arreglo
a la ley”25.
No obstante la parquedad del precepto, la doctrina y la jurisprudencia distinguen dentro
de la invalidez del contrato dos categorías distintas: la nulidad (también llamada nulidad
absoluta) y la anulabilidad (también llamada nulidad relativa), categorías éstas, que, sin
embargo, diversos preceptos del Código civil confunden, incurriendo en imprecisiones
terminológicas.
1. Nulidad y anulabilidad
La diferencia conceptual entre ambas categorías radica en lo siguiente:
a) El contrato nulo no produce, en ningún momento, los efectos jurídicos que le son
propios: es absolutamente inválido desde su celebración26 (quod nullum est nullum
effectum producit). Por ello, la sentencia que, en su caso, constate la nulidad de un
contrato, será meramente declarativa de la misma27.
b) Por el contrario, el contrato anulable tiene una eficacia claudicante, lo que significa
que, en principio, produce sus efectos, si bien la plena consolidación de éstos se supedita a
que no recaiga una sentencia que lo anule, pues, recaída ésta, habrá que considerar que el
contrato fue inválido desde su celebración28. Se dice que, en este caso, la sentencia no es
declarativa de la anulabilidad, sino constitutiva, de modo que es un presupuesto de este
tipo de invalidez: sin sentencia, no hay anulación posible.
En realidad las consecuencias prácticas de la nulidad y la anulabilidad, una vez recaída
la sentencia constitutiva de ésta, son semejantes, esto es, la inexigibilidad de las
prestaciones o la restitución de las mismas, si el contrato hubiera sido ejecutado, según
dispone el art. 1303 CC (aplicable a ambos tipos de invalidez). Esta asimilación de las
consecuencias prácticas de la nulidad y de la anulabilidad es lógica, ya que, en definitiva,
no parece existir gran diferencia entre un contrato inválido ab initio y un contrato, que, si
bien es originariamente válido, sin embargo, acaba por no serlo, retrotrayéndose los
efectos de la sentencia de anulabilidad al momento de su celebración.
Por el contrario, son causas de anulabilidad los vicios del consentimiento (error, dolo,
intimidación y violencia) la minoría de edad de las partes contratantes y la falta de
medidas de apoyo, cuando las mismas fueran necesarias para que las personas con
discapacidad celebraran el contrato (se tratará, básicamente, de la ausencia del
consentimiento del curador, cuando su intervención fuere precisa).
También, la ausencia del consentimiento de uno de los cónyuges al contrato celebrado por el
otro, en los casos en que dicho consentimiento fuere preciso (art. 1301. 5º CC); por ejemplo, en los
supuestos de nulidad, separación o divorcio, el del cónyuge titular del derecho de uso de la
vivienda familiar perteneciente privativamente al otro, para que este pueda enajenarla a un tercero
(art. 96.3 CC)32.
Entre las causas de nulidad, hay que incluir, pues, los casos de inexistencia de
consentimiento, esto es:
a) Las declaraciones iocandi o docendi causa, hechas sin una intención seria de
obligarse33, con el mero propósito de bromear o con una finalidad didáctica, como sucede
cuando, para explicar el contrato de compraventa, se pone en clase un ejemplo en el que
dos alumnos figuran como comprador y vendedor de una cosa.
La STS 24 julio 1989 (Tol 1732439) matiza, sin embargo, que “el consentimiento manifestado en
forma jocosa no vicia su existencia, ni la del objeto y la causa, cuando éstos resultan claros de
aquella expresión y no cabe dudar de su validez”. Se refería, concretamente, a una declaración,
contenida en un recibo, redactada de la siguiente manera: “número 55.793 lotería nacional”; “el
gacho que exhibe el presente aforo la cantidad de mil legañas pa que se endine la tosta u sease una
pasta mu gansa pa en el caso de que los guarismos indicaos al frontis sean agraciados en el sorteo
de la lote del día 21 de diciembre de 1984. Son mil chulas”; y al final “autógrafo” con la firma
debajo. Observa el Supremo “que el buen humor en la forma, como muestra de alegría y
complacencia e incluso de la duda o esperanza sobre la buena suerte que haya de acompañar a los
contratantes en el juego de la lotería, en nada empece a la seriedad del contrato”.
La STS 19 noviembre 2004 (Tol 514302) confirmó, así, la sentencia recurrida, la cual había
La STS 19 noviembre 2004 (Tol 514302) confirmó, así, la sentencia recurrida, la cual había
declarado nula la venta de una vivienda y de dos locales, hechas por la madre de la demandante a
favor de los hermanos de aquella, por entender que, dado su avanzado estado de salud, y, por
padecer demencia senil, carecía de capacidad para consentir la venta.
La STS 14 febrero 2006 (Tol 846273) se pronunció en sentido semejante, confirmando la
sentencia recurrida, la cual había declarado nula la donación hecha por una anciana, que padecía
Alzheimer, afirmando que la Audiencia “ha extraído razonadamente que la donante carecía de
capacidad suficiente para la formación de su voluntad de modo jurídicamente relevante”, resaltando
que en su historial clínico constaba que, diez meses antes de haberse realizado la donación, se
habían efectuado exploraciones radiológicas, de las que resultó sufrir “una atrofia cerebral mixta de
predominio cortical y cerebelosa”.
Este tipo de error, que origina una divergencia inconsciente entre la voluntad real y la
declarada, se denomina “obstativo”, porque impide (u obsta) la existencia de un
verdadero consentimiento contractual. Se diferencia, pues, del error que, simplemente, lo
vicia (el previsto en el art. 1266 CC), el cual presupone que la voluntad expresada se
corresponde con la real, pero la misma se ha formado imperfectamente, por lo que, si es
esencial y excusable, da lugar a la anulación del contrato.
La divergencia consciente entre la voluntad real y declarada, conocida con el nombre de “reserva
mental” es irrelevante, por aplicación de los principios de responsabilidad y de tutela de la
confianza. Por ejemplo, quien declara vender algo, aunque realmente, no quisiera hacerlo, no
puede alegar que lo declarado no se correspondía con lo realmente querido, para pedir la
declaración de nulidad de la venta, a no ser que el comprador fuera consciente de esa divergencia,
porque, en tal caso, no existirá una confianza razonable en la validez del contrato celebrado que
impida declararlo nulo.
3º) En el caso de contratos celebrados por menores, “desde que salieren de la patria
potestad o la tutela” (la cual se constituirá a falta de titulares de la patria potestad, según
el art. 199.2º CC).
Por lo tanto, el contratante menor, una vez que cumpla la mayoría de edad (y, en consecuencia,
se extinga la patria potestad o la tutela, de haberse constituido esta), tendrá cuatro años para anular
el contrato, a partir de este momento: durante su minoría de edad, la legitimación para ejercitar la
acción corresponde a sus representantes legales (padres o tutor), según el art. 1302.2 CC.
e) “Si la acción se dirigiese a invalidar actos o contratos realizados por uno de los
cónyuges sin consentimiento del otro, cuando este consentimiento fuere necesario, desde
el día de la disolución de la sociedad conyugal o del matrimonio salvo que antes hubiese
tenido conocimiento suficiente de dicho acto o contrato”.
2. Efectos de la invalidez
A tenor del art. 1303 CC, “Declarada la nulidad de una obligación, los contratantes
deben restituirse recíprocamente las cosas que hubiesen sido materia del contrato, con sus
frutos, y el precio con los intereses, salvo lo que se dispone en los artículos siguientes”.
El precepto contempla la nulidad total del contrato, pues, si la nulidad es parcial, por aplicación
del principio de conservación del negocio jurídico, subsiste en la medida en que sea posible sin la
cláusula inválida. La categoría de la nulidad parcial es expresamente recogida en el art. 83.2
TRLGDCU, que en su redacción actual (debida a la Ley 3/2014, de 27 de marzo), dice lo siguiente:
“Las cláusulas abusivas serán nulas de pleno derecho y se tendrán por no puestas. A estos efectos, el
Juez, previa audiencia de las partes, declarará la nulidad de las cláusulas abusivas incluidas en el
contrato, el cual, no obstante, seguirá siendo obligatorio para las partes en los mismos términos,
siempre que pueda subsistir sin dichas cláusulas”. Así sucede, por ejemplo, cuando en un contrato
de préstamo se pactan intereses moratorios abusivos, en cuyo caso, según explica la STS 22 abril
2015 (Tol 4952038), la nulidad se predica solamente respecto de dichos intereses, pero no,
respecto del resto del contrato, que subsiste con la obligación de pagar el interés remuneratorio
pactado (siempre que no sea usurario), que “se seguirá devengando porque persiste la causa que
motivó su devengo, la entrega del dinero al prestatario y la disposición por este de la suma
entregada”. Igualmente, según observa la STS (Pleno) 12 febrero 2020 (Tol 7745679), cuando se
declara nula, por abusiva, una cláusula de vencimiento anticipado por el impago de un solo plazo,
en cuyo caso, si el préstamo es de carácter personal, puede subsistir el resto del contrato sin la
cláusula nula.
Conforme al art. 1307 CC, “Siempre que el obligado por la declaración de nulidad a la
devolución de la cosa no pueda devolverla por haberse perdido, deberá restituir los frutos
percibidos y el valor que tenía la cosa cuando se perdió, con los intereses desde la misma
fecha”.
La pérdida de la cosa podrá tener lugar, por causas físicas o jurídicas, como, por
ejemplo, cuando la finca que deba ser restituida haya sido vendida a un tercer adquirente
de buena fe52, en cuyo caso no cabrá reivindicarla, y, más claramente, cuando haya
pasado a manos de un tercer hipotecario53.
En este caso, no siendo posible la restitución in natura del bien, procede el pago de su
valor, en el momento en que se perdió54, y no, al tiempo de la devolución55.
IV. LA RESCISIÓN
El contrato inválido es ineficaz, pero la invalidez no agota todas las clases de ineficacia,
que comprende también, por ejemplo, los supuestos de resolución, por incumplimiento o
imposibilidad sobrevenida.
1. Concepto
Otra categoría de la ineficacia es la rescisión, a la que se refiere el art. 1290 CC, según el
cual “Los contratos válidamente celebrados pueden rescindirse en los casos establecidos
por la ley”.
Del precepto se deduce, claramente, que la rescisión no es una categoría de invalidez,
sino una clase de ineficacia que tiene lugar, cuando un contrato válido origina un
perjuicio económico grave a una de las partes del mismo, se celebra en fraude de
acreedores o recae sobre un bien litigioso, cuya titularidad se discute57.
El art. 1294 CC configura la rescisión como un remedio subsidiario58, por lo que “no podrá
ejercitarse sino cuando el perjudicado carezca de todo otro recurso para obtener la reparación del
perjuicio”59.
2. Causas
La rescisión en fraude de acreedores, la más frecuente, ya ha sido estudiada, por lo que
me referiré aquí a los otros supuestos.
a) La rescisión por lesión tiene lugar, cuando el tutor (del menor no emancipado sin
padres), el curador con facultades de representación (de las personas con discapacidad) o
el representante legal del ausente, sin autorización judicial, concluyen un contrato que
perjudica a las personas a quienes representan, sufriendo éstas una lesión “en más de la
cuarta parte del valor de las cosas que hubiesen sido objeto” del mismo (art. 1291.1º y 2º
CC), apreciado en el momento de su celebración.
El art. 1293 CC afirma que, fuera de estos dos casos “Ningún contrato se rescindirá por lesión”.
Sin embargo, lo cierto es que el propio Código contempla otros supuestos, como es el de la
rescisión de la partición hereditaria “por lesión en más de la cuarta parte, atendido el valor de las
cosas cuando fueron adjudicadas” (art. 1074 CC), norma que es también aplicable a la división de
la comunidad de bienes (art. 406 CC), así como a la disolución de la sociedad (art. 1708 CC).
b) La rescisión de contratos sobre bienes litigiosos60 tiene lugar, cuando hubiesen sido
celebrados por el demandado sin la aprobación del demandante o del Juez (art. 1291.4º
CC)61.
La finalidad de esta clase de rescisión es clara: “impedir que la sentencia que recaiga en
el pleito sobre la cosa litigiosa no se pueda hacer efectiva o cumplirse”62; se trata, en
definitiva, de proteger al demandante “que espera ser beneficiado por la decisión judicial
que ponga fin al litigio a que se encuentra sometida la cosa”63.
3. Efectos
Los efectos de la rescisión son semejantes a los de la invalidez, pues, en ambos casos, se
pretende que “no surta efectos el contrato atacado por los correspondientes defectos”64,
dando lugar a la restitución de las prestaciones, “obligando a la devolución de las cosas
que fueron objeto del contrato con sus frutos y precio con sus intereses” (art. 1295.I CC).
No obstante, esta norma no se aplica a la rescisión del contrato sobre bienes litigiosos, pues, en
este caso, el demandante no ha celebrado ningún contrato, por lo que no ha recibido ningún precio
y nada deberá devolver, sino, exclusivamente, a los contratos celebrados por tutores en nombre de
sus pupilos o por los representantes del ausente en nombre de este, en los que la persona
representada sí habrá recibido el precio pactado, que es lesivo para sus intereses.
La rescisión no perjudica a terceros de buena fe (art. 1295.II CC), esto es, a quienes
adquirieran el bien del demandado, ignorando su carácter litigioso; como tampoco a los
que adquieran de la persona que, previamente, hubiera comprado al tutor o representante
legal un bien del pupilo o ausente, desconociendo dicho tercero el perjuicio económico
que la primera de las ventas había ocasionado a la persona representada.
En este caso, dispone el art. 1295.III CC que “podrá demandarse la indemnización de
perjuicios al causante de la lesión”. Por lo tanto, el demandante podrá dirigirse, con esta
finalidad, contra el demandado, que vendió la cosa litigiosa; y el pupilo o ausente contra
su tutor o representante legal, que vendieron sus bienes.
Conforme al art. 1299 CC, “La acción para pedir la rescisión sólo dura cuatro años”,
plazo que la jurisprudencia considera de caducidad65, precisando el precepto que “Para los
menores sujetos a tutela, para las personas con discapacidad provistas de medidas de
apoyo que establezcan facultades de representación y para los ausentes, los cuatro años no
empezarán a computarse hasta que se extinga la tutela o la medida representativa de
apoyo, o cese la situación de ausencia legal”.
V. CUESTIONARIO
1º. Explique el tipo de invalidez a que da lugar una cláusula abusiva y la función que la Ley
atribuye al juez en este supuesto.
2º. Explique sucintamente en qué consiste el principio de la relatividad de los efectos del
contrato.
3º. Identifique qué sujetos intervienen en el contrato que contiene una estipulación en
favor de un tercero.
4º. ¿Qué sucede si, en el contrato en favor de persona que se designará, la persona
nombrada no acepta la designación?
5º. Explique sucintamente en qué consiste el contrato en daño de tercero e ilustre la
pregunta con algún ejemplo.
6º. Enumere las causas de nulidad y de anulabilidad.
7º. ¿Quién puede reclamar la declaración de nulidad de un contrato simulado?
8º. ¿Quién puede pedir la anulación de un contrato celebrado por una persona con
discapacidad sujeta a curatela y durante cuánto tiempo puede hacerlo?
9º. ¿Es posible confirmar un contrato nulo?
10º. ¿En qué casos es posible rescindir un contrato?
1 La STS 29 enero 1965 (RAJ 1965, 262) explica que la buena fe, los usos y la ley “han de de ser tenidos
en cuenta, no sólo como complemento de lo convenido, sino como reguladores de los efectos que,
durante la vigencia del pacto, puedan y deban producir ciertos acontecimientos”.
2 Ello, sin perjuicio de lo previsto en el art. 9.3 LAU.
3 V. en este sentido SSTS 26 octubre 1995 (Tol 1667926), 6 marzo 1999 (Tol 1690), 30 junio 2000 (RAJ
estipulante son totalmente ajenas al promitente, que ha de cumplir la prestación prometida frente a
aquel tercero, sin exigir el cumplimiento de ninguna prestación por parte de ese tercero frente a él”.
13 No el contrato en su totalidad. V. en este sentido STS 8 julio 2008 (RAJ 2008, 3353).
14 V. en este sentido STS 8 julio 2002 (Tol 202880).
15 V. en este sentido STS 8 julio 2008 (RAJ 2008, 3353).
16 V. en este sentido SSTS 18 febrero 1994 (Tol 1665837), 21 noviembre 1997 (Tol 215773), 3 diciembre
1999 (Tol 171421), 27 junio 2003 (Tol 286104), 15 diciembre 2003 (Tol 340948), 5 marzo 2004 (Tol
356763), 20 abril 2004 (Tol 392350), 23 septiembre 2004 (Tol 501047), 8 de febrero 2005 (Tol
582596), 9 marzo 2006 (Tol 863832), 22 noviembre 2006 (Tol 1019401), 2 marzo 2007 (Tol
1044164), 16 junio 2008 (Tol 1343832) y 17 septiembre 2010 (Tol 2018668). El contrato en favor de
persona que se designará ha tenido gran arraigo en las subastas judiciales, donde el bien puede
adjudicarse al ejecutante con reserva de cesión del remate, actualmente, conforme a lo previsto por el
artículo 647.3º LEC.
17 V. en este sentido STS 18 febrero 1994 (Tol 1665837).
18 V. en este sentido SSTS 21 noviembre 1997 (Tol 215773), 27 junio 2003 (Tol 286104), 23 septiembre
sobre farmacias; SSTS 10 octubre 2008 (Tol 1386105) y 10 abril 2010 (Tol 1823704), por cuanto
concierne a la infracción de las normas administrativas relativas a juegos de suerte, envite o azar; así
como, más recientemente, STS 7 octubre 2011 (Tol 2259678), la cual declaró nula la transmisión de un
estanco, por ir contra las normas administrativas vigentes sobre la materia, la cual había sido realizada
en previsión de que en un futuro dichas normas pudieran considerarla válida.
31 Sin embargo, la STS (Pleno) 10 enero 2018 (Tol 6484713), con argumentos discutibles, ha considerado
que el contrato celebrado por el tutor sin la previa autorización judicial, cuando la misma es
preceptiva, es anulable, siendo, además, susceptible de confirmación posterior por la autoridad judicial.
32 V. también arts. 1301, in fine, y 1322 CC.
33 Como observa la STS 5 noviembre 1981 (Tol 1740002), el consentimiento ha de ser serio.
34 La jurisprudencia más reciente se inclina en favor de la nulidad del contrato celebrado en virtud de un
error “obstativo”, que no sea salvable a través del proceso interpretativo. V. en este sentido SSTS 22
diciembre 1999 (Tol 11142), 10 abril 2001 (Tol 71750) y 2 febrero 2016 (Tol 5641868), como
también, si bien, con menor claridad, STS 13 julio 2012 (Tol 2636071).
35 V. a este respecto STS 2 febrero 2016 (Tol 5641868).
36 La nulidad puede ser apreciada por el juez de oficio. V. en este sentido SSTS 31 marzo 1981 (RAJ
1981, 1144), 15 diciembre 1993 (RAJ 1993, 9989) y 24 abril 1997 (Tol 215847).
37 V. en este sentido SSTS 17 febrero 2000 (Tol 2406), 10 abril 2001 (Tol 71750) y 6 septiembre 2006
(Tol 1014544).
38 V. en este sentido SSTS 5 junio 2000 (Tol 1584), 14 marzo 2002 (Tol 155161), 18 octubre 2005 (Tol
731263), 4 octubre 2006 (Tol 1014575) y 12 julio 2007 (Tol 1116442).
39 La STS 13 mayo 2016 (Tol 5728408) reconoce la legitimación del socio para impugnar la validez (por
causa de simulación) de los contratos celebrados por la sociedad.
40 Aunque hay fallos contradictorios, la jurisprudencia más reciente parece orientarse prevalentemente a
favor de considerar que el plazo del art. 1301 CC es de caducidad, y no de prescripción (solución esta
última, que, parece más conforme a la naturaleza de la acción). V. en este sentido SSTS 4 diciembre
2018 (Tol 6956933) y 31 enero 2019 (Tol 5728408).
41 La confirmación, según dispone el art. 1312 CC, no necesita el concurso de aquel de los contratantes a
quien no correspondiese ejercitar la acción de anulación.
42 Lo constatan, por ejemplo, SSTS 11 diciembre 1986 (Tol 1734232), 4 noviembre 1996 (Tol 406410) y
21 enero 2000 (Tol 1760).
43 La nulidad parcial ha sido admitida por la jurisprudencia. V. en este sentido SSTS 24 noviembre 1983
(RAJ 1983, 6499) y 24 febrero 1992 (Tol 1661477).
44 V. en este sentido STS 4 diciembre 1986 (Tol 1734102).
45 V. en este sentido STS 25 junio 1946 (RAJ 1946, 838).
La jurisprudencia niega la posibilidad de anular parcialmente por error los préstamos en divisas. La STS
11 diciembre 2020 (Tol 8233752) dice, así, que, si llegara a apreciarse la existencia de un error
(esencial y excusable) del prestatario, por desconocer los riesgos que entrañaba haber referenciado el
crédito al yen japonés (su depreciación frente al euro), el mismo anularía la totalidad del contrato.
46 La cuestión de la confirmación del contrato de permuta financiera anulable por error esencial y
excusable ha sido objeto de diversos pronunciamientos judiciales. Según la STS 3 febrero 2016 (Tol
5641709), el hecho de haber percibido inicialmente liquidaciones positivas o el haber celebrado
consecutivamente siete contratos de swap no implica una confirmación de los mismos y la consiguiente
renuncia a ejercitar la acción de anulación. Para la STS 19 julio 2016 (Tol 5785336), la cancelación
anticipada del contrato ante la existencia de cuantiosas y reiteradas liquidaciones negativas no supone
una confirmación tácita del contrato. Conforme a la STS 23 noviembre 2016 (Tol 5899627), el
ejercicio de la acción de anulación después del vencimiento del contrato no presupone la confirmación
del mismo.
47 Esta restitución de las prestaciones tiene, lógicamente, carácter retroactivo.
La STS (Pleno) 24 febrero 2017 (Tol 5970011) se pronuncia sobre el alcance de la retroactividad de los
efectos de la declaración de nulidad de las cláusulas suelo abusivas, cambiando de criterio, pues con
anterioridad la STS (Pleno) 25 marzo 2015 (Tol 4828169) los limitaba a la fecha de la emblemática
STS (Pleno) 9 mayo 2013 (Tol 3743970), que declaró abusivas las cláusulas suelo de los préstamos
hipotecarios concertados con consumidores que no superaran el segundo control de trasparencia. Por el
contrario, ahora el TS afirma que deben devolverse todas las cantidades indebidamente percibidas en
virtud de la cláusula declarada nula a partir del momento de la celebración del préstamo en el que
estaba inserta.
Tal cambio de criterio es consecuencia de la STJUE 21 diciembre 2016, que, como recuerda el propio
Supremo, consideró que “La limitación en el tiempo de los efectos jurídicos derivados de la declaración
de nulidad de las cláusulas suelo, que el Tribunal Supremo acordó en la sentencia de 9 de mayo de
2013, se opone al art. 6.1 de la Directiva 93/13/CEE y equivale a privar con carácter general, a todo
consumidor que haya celebrado antes de aquella fecha un contrato de préstamo hipotecario que
contenga una cláusula de ese tipo, del derecho a obtener la restitución íntegra de las cantidades que
haya abonado indebidamente a la entidad bancaria en virtud de la cláusula suelo durante el período
anterior al 9 de mayo de 2013”.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que el ATS (Pleno) 4 abril 2017, rec. nº 7/2017, ha denegado
la revisión de las sentencias firmes anteriores a la STJUE de 21 de diciembre de 2016. Recuerda que no
es posible obtener la revisión de una sentencia firme por el hecho de que una sentencia posterior
establezca una jurisprudencia que sea incompatible con los argumentos que fundamentan el fallo de la
sentencia anterior y que la sentencia posterior no es un “documento” a efectos de lo previsto en el art.
510.1.1º LEC.
48 La jurisprudencia considera que no es necesario que se pida expresamente la restitución, al ser este un
efecto previsto por la ley. V. en este sentido SSTS 24 febrero 1992 (Tol 1661477) y 6 octubre 1994
(Tol 1665472). Por ello, tampoco ha de pedirse el pago de los intereses del precio, porque “se trata de
una consecuencia directa e inmediata de la norma que atribuye retroactividad al efecto liberatorio
derivado de la declaración de ineficacia. V. en este sentido STS 23 noviembre 2011 (RAJ 2012, 569).
49 V. en este sentido SSTS 28 septiembre 1996 (Tol 1658960), 25 abril 2001 (Tol 26623) y 6 septiembre
2006 (Tol 1014544).
50 V. en este sentido SSTS 26 julio 2000 (Tol 170860) y 22 abril 2005 (Tol 638995).
51 V. en este sentido SSTS 26 julio 2000 (Tol 170860) y 11 febrero 2003 (Tol 253564).
52 V. en este sentido STS 6 junio 1997 (Tol 216577).
53 V. en este sentido SSTS 24 octubre 1994 (Tol 1665628) y 11 febrero 2003 (Tol 253564).
54 V. por ejemplo, el caso resuelto por la STS 27 mayo 1994 (Tol 1665380).
55 V. en este sentido STS 3 noviembre 1988 (Tol 1734354).
56 V. en este sentido STS 22 octubre 1894 (J.Civ. 1894, 81).
57 La jurisprudencia deslinda claramente la rescisión de la categoría de la invalidez. V. en este sentido
SSTS 17 abril 1943 (RAJ 1943, 418) y 10 octubre 2001 (Tol 66395).
58 La STS 17 abril 1943 (RAJ 1943, 418) insiste en el carácter subsidiario de la acción de rescisión para
declaración de nulidad por simulación; y no la rescisión. V. ya en este sentido la vieja STS 26 diciembre
1930 (RAJ 1930-1931, 1379).
60 La cosa se considera litigiosa, desde que se interpone la demanda referida a ella. V. en este sentido SSTS
I. CONCEPTO Y CARACTERES
La compraventa hay que encuadrarla entre los contratos traslativos del dominio, que,
como su nombre indica, son aquellos que tienen por objeto la transmisión del dominio de
las cosas, ya sea a título gratuito u oneroso.
La importancia del contrato de compraventa se debe fundamentalmente a dos razones:
en primer lugar, el contrato es la base del funcionamiento de la economía de mercado, por
lo que responde al intercambio de bienes; en segundo lugar, su extensa regulación revela
que constituye el contrato tipo de los traslativos de dominio y algunos de sus preceptos se
aplican a los contratos en los que existen prestaciones recíprocas.
El Código civil establece en el art. 1445 que “por el contrato de compra y venta uno de
los contratantes se obliga a entregar una cosa determinada y el otro a pagar por ella un
precio cierto, en dinero o signo que lo represente”.
De la definición se pueden deducir los caracteres:
a) típico, es decir, regulado expresamente por la ley.
b) consensual, porque se perfecciona por el consentimiento de las partes, de acuerdo con
los arts. 1445 y 1450 CC, que ponen de relieve que el consentimiento lo que origina es
que sean exigibles los derechos y obligaciones. No se necesita, por tanto, que la cosa se
entregue ni que el precio se pague para la perfección del contrato1.
c) bilateral, porque para ambas partes se generan obligaciones recíprocas desde que nace
el contrato. Se deduce del art. 1445 CC y está confirmado por el art. 1503.2 CC, el cual
se remite al art. 1124 CC que hace referencia a obligaciones recíprocas.
d) oneroso, por existir sacrificios o desplazamientos patrimoniales y ventajas tanto para
el comprador como para el vendedor.
e) conmutativo, por regla general, (aunque como se verá puede ser también aleatorio) en
la medida en que existe equivalencia de prestaciones de tal manera que el comprador paga
lo equivalente al valor de la cosa.
f) traslativo del dominio, en la medida en que sirve de título para transmitir el dominio,
si bien, de acuerdo con los arts. 609 y 1095 CC, este no se adquiere hasta que la cosa se
ha entregado (traditio). Por tanto, el contrato de compraventa no transmite la propiedad,
sino que sirve de título para la transmisión de la propiedad.
2. Objeto
El objeto del contrato de compraventa es doble: la cosa determinada y el precio cierto.
A) La cosa
En cuanto a la cosa, puede ser objeto de contrato cualquier bien, pero debe recordarse
que, conforme a lo expuesto en su momento, el objeto ha de ser posible, lícito y
determinado.
Si la cosa no tiene existencia real en el momento de perfección del contrato, por ejemplo, una
cosecha, pero es posible que la tenga, caben dos modalidades de contrato:
a) la compraventa de cosa esperada: el vendedor tiene la obligación de llevar a cabo los actos
a) la compraventa de cosa esperada: el vendedor tiene la obligación de llevar a cabo los actos
tendentes a favorecer la existencia de la cosa y el pago del precio queda condicionado a dicha
existencia. Si la cosa no llega a existir no habrá obligación de pago del precio; aunque si ello es
debido a culpa o negligencia del vendedor, el comprador podrá exigirle el resarcimiento de daños
por incumplimiento de la obligación de entrega. Por ejemplo, una cosecha.
b) la compraventa de esperanza: se trata de una venta aleatoria y atípica, aunque se articula como
una compraventa, de tal manera que el comprador se obliga a pagar el precio aunque la cosa no
llegue a nacer. Por ejemplo, venta de la caza que obtendrás el domingo. La obligación del pago del
precio existe tanto si no se caza nada como si la caza es muy abundante.
Podrá tratarse tanto de una cosa genérica (mil kilos de naranja) como específica (una
vivienda), así como de varias cosas (art. 1491CC).
B) El precio
Respecto del precio, es la contraprestación consistente en dinero o signo que lo
represente, que se entrega a cambio de la cosa.
Los requisitos del precio son:
a) Ha de consistir en dinero o signo que lo represente.
Cualquier documento o título dirigido expresamente al pago del precio será válido. Precisamente,
esta característica es la que diferencia la permuta de la compraventa. Si se entrega como precio una
parte de dinero y otra cosa, la calificación del contrato, de acuerdo con el art. 1446 CC se llevará a
cabo de acuerdo con la intención que manifiesten los contratantes y a falta de ésta la calificación
dependerá del mayor valor de la cosa (permuta) o del dinero entregado (compraventa).
Cuestión diferente será que el precio no sea justo. En estos casos será válido porque en
nuestro sistema rige la ley de la oferta y de la demanda; es decir, el precio de las cosas está
en atención a lo que a uno le pagan. No obstante, si el precio es irrisorio puede
considerarse precio simulado4.
Ahora bien, en la actualidad hay que tener en cuenta el intervencionismo del Estado en
materia de fijación de precios, como por ejemplo, en las viviendas de protección oficial,
fijando un precio oficial en la compraventa. Si se vendiere por un precio superior al oficial
deberá sustituirse el precio pactado por el precio oficial.
3. Forma
El contrato de compraventa, al ser típicamente consensual, se perfecciona por el mero
consentimiento, sin exigirse ningún requisito formal.
La STS 11 diciembre 2009 (Tol 1762179) señala, así, que el contrato de compraventa no requiere
la solemnidad del documento público.
Hay que tener en cuenta que en el Derecho español el contrato de compraventa, por sí
solo, no transmite la propiedad de la cosa vendida, porque, de acuerdo con los arts. 609 y
1095 CC, el mero contrato no transmite la propiedad, sino que es necesario que el mismo
(título o causa de la transmisión) vaya seguido de la entrega (traditio) de la cosa: es el
denominado sistema de título (contrato) y modo (entrega).
Ahora bien, para que se produzca la transmisión de la propiedad de la cosa se requiere que quien
la vende y entrega sea el propietario de la misma, pues, si no lo es, no puede transmitirla (carece de
poder de disposición sobre ella), de modo que, en este caso, el comprador solo podrá adquirirla a
non domino (sin conexión con el dueño de la misma) mediante la usucapión o en virtud de la fe
pública registral, que no son modos de adquirir derivativos (o basados en la titularidad de quien
vende), sino originarios, esto es, fundados en una lógica distinta: la protección de la publicidad que
deriva de la posesión en concepto de dueño o del Registro de la Propiedad (tratándose de
inmuebles).
a) Por ejemplo, “A” vende a “B” una finca, creyendo este último que aquel es propietario de ella,
cuando no lo es. “B” no adquiere la propiedad de la finca derivativamente de “A”, aunque el
contrato de compraventa sea válido y haya tenido lugar la entrega (nadie puede transmitir un
derecho, en este caso, de propiedad, que no tiene). Sin embargo, podrá adquirirla a non domino por
usucapión ordinaria si posee la finca en concepto de dueño, de manera pública, pacífica e
ininterrumpida durante 10 años (art. 1957 CC).
b) Por ejemplo, “A”, a cuyo nombre aparece inscrita en el Registro la propiedad de una finca, que,
en realidad, no es suya, la vende a “B”, quien, confiando en lo que publica el Registro (tiene buena
fe), la compra. Tampoco en este caso “B” podrá adquirir la propiedad derivativamente de “A” (no es
suya). No obstante, podrá adquirirla a non domino, si la inscribe a su nombre en virtud del
denominado principio de fe pública registral (art. 34 LH).
3. La doble venta
El art. 1473 CC regula la doble venta que tiene lugar cuando “una misma cosa se
hubiese vendido a diferentes compradores”: en este caso, se produce un conflicto entre los
sucesivos compradores, debiendo decidirse cuál de ellos ha de prevalecer.
La aplicación del art. 1473 CC precisa una identidad en el objeto (“si una misma cosa se hubiese
vendido a diferentes compradores”). No obstante, según observa la STS 28 mayo 2019 (Tol
7271494), dicha identidad también se da cuando “el objeto de las dos ventas no es totalmente
coincidente porque con ocasión de la primera se segregó de la finca matriz una porción que fue la
que se vendió, mientras que en la segunda compraventa se vendió la totalidad de la finca”18.
A tenor del precepto, “la propiedad se transferirá a la persona que primero haya tomado
posesión de ella con buena fe, si fuere mueble.
Si fuere inmueble, la propiedad pertenecerá al adquirente que antes haya inscrito en el
Registro.
Cuando no haya inscripción, pertenecerá la propiedad a quien de buena fe sea primero
en la posesión y, faltando ésta, a quien presente título de fecha más antigua, siempre que
haya buena fe”.
Sin embargo, para los contratos con consumidores, el art. 66 ter TRLGDCU
(introducido por la Ley 3/2014, de 7 de marzo), establece que “Cuando el empresario
envíe al consumidor y usuario los bienes comprados, el riesgo de pérdida o deterioro de
éstos se transmitirá al consumidor y usuario cuando él o un tercero por él indicado,
distinto del transportista, haya adquirido su posesión material. No obstante, en caso de
que sea el consumidor y usuario el que encargue el transporte de los bienes o el
transportista elegido no estuviera entre los propuestos por el empresario, el riesgo se
transmitirá al consumidor y usuario con la entrega de los bienes al transportista, sin
perjuicio de sus derechos frente a este”.
La evicción se puede definir como aquella responsabilidad que pesa sobre el vendedor en
los casos en que el comprador es privado, por sentencia firme y en virtud de un derecho
anterior a la compra, de todo o parte de la cosa comprada (art. 1475 CC).
A) Requisitos
Los requisitos para que se pueda dar la responsabilidad por evicción son:
a) Que se haya dictado sentencia firme en virtud de un derecho anterior a la compra28.
Se admite también la evicción cuando la pérdida se produce por resolución administrativa.
B) Efectos
En cuanto a los efectos que produce la evicción hay que distinguir tres supuestos:
b) Evicción parcial
La evicción parcial de la cosa se produce cuando el comprador pierde una parte de la
cosa vendida y dicha parte en relación con el todo es de tal importancia que sin ella no la
hubiere comprado. Asimismo se produce cuando se venden dos o más cosas
conjuntamente por un precio alzado constando claramente que el comprador no habría
comprado la una sin la otra (art. 1479 CC). La consecuencia jurídica que se establece para
estos casos es la posibilidad de pedir la rescisión del contrato, pero con la obligación de
devolver la cosa sin más gravámenes que los que tuviera al adquirirla. Dado que se trata
de un supuesto de rescisión, el plazo para interponer la acción es de 4 años (art. 1299.1
CC).
Aunque existe una discusión doctrinal sobre la calificación de la acción (anulabilidad por error,
resolución o rescisión), el Tribunal Supremo se inclina por considerar el supuesto como de
rescisión30.
c) Evicción por cargas o gravámenes ocultos31
Viene regulada en el art. 1483 CC en los siguientes términos: “Si la finca vendida
estuviese gravada, sin mencionarlo la escritura, con alguna carga o servidumbre no
aparente, de tal naturaleza que deba presumirse no la habría adquirido el comprador si la
hubiera conocido, podrá pedir la rescisión del contrato, a no ser que prefiera la
indemnización correspondiente. Durante un año, a contar desde el otorgamiento de la
escritura, podrá el comprador ejercitar la acción rescisoria, o solicitar la indemnización.
Transcurrido el año, sólo podrá reclamar la indemnización dentro de un período igual, a
contar desde el día en que haya descubierto la carga o servidumbre.”
El precepto sólo se refiere a bienes inmuebles y los requisitos de aplicación son:
1º) Que se venda una finca gravada con alguna carga o servidumbre no aparente.
2º) Que no se concrete la misma en la escritura de transmisión. Respecto de este
requisito se plantea si puede considerarse gravamen oculto aquel que consta en el Registro
de la Propiedad pero no se declara en la escritura. El Tribunal Supremo excluye el
ejercicio de la acción de rescisión en los supuestos de publicidad registral de la carga o
gravamen, dándole prioridad frente a la buena fe del comprador32.
3º) Que deba presumirse que de haberla conocido no la habría comprado.
El comprador podrá optar entre pedir la rescisión o solicitar una indemnización en los
términos señalados en el art. 1483 CC.
Llama la atención el que tratándose de una rescisión, el plazo para interponer la acción
sea de un año y no de cuatro años (art. 1299 CC). La razón estriba en que el legislador no
quiso responsabilizar de forma excesiva al vendedor por esta causa y protegió al
comprador, buscando una solución intermedia.
A) Requisitos
La relevancia del vicio exige:
a) Que sea oculto.
b) Que sea desconocido por el comprador34.
c) Que sea grave, es decir, nocivo a la utilidad de la cosa o que disminuya de tal modo su
uso que, de haberlos conocido el comprador no la habría adquirido o habría dado un
menor precio por ella.
d) Que sea anterior a la venta.
B) Efectos
Concurriendo tales requisitos, el art. 1486 CC permite al comprador optar entre dos
posibilidades:
a) La rescisión del contrato, a través de la acción redhibitoria, abonándosele al
comprador los gastos que pagó; y, si hay mala fe, es decir, conocía los vicios o defectos
ocultos) del vendedor, se le indemnizarán, además, los daños y perjuicios (art. 1486.2
CC).
b) La reducción de una cantidad proporcional del precio, a través de la acción quanti
minoris o estimatoria.
Las acciones procedentes de los vicios ocultos (tradicionalmente denominadas edilicias)
tienen un plazo de caducidad de 6 meses, contados desde que se realizó la entrega de la
cosa vendida (art. 1490 CC35).
Dada la brevedad de este plazo, que, en muchas ocasiones, hace inviable el ejercicio de las
acciones edilicias (cuando el comprador se percata del vicio, a veces, éstas ya han caducado), la
jurisprudencia ha elaborado la llamada doctrina del aliud pro alio. En virtud de dicha doctrina, si la
cosa tiene un defecto tan grave que la hace totalmente inhábil para el uso al que se la destina, se
entiende que lo entregado no es lo debido, facultándose entonces al comprador para ejercitar las
acciones generales de incumplimiento (incluida la de resolución del contrato) en el plazo de cinco
años del art. 1964 CC36. Así, ha sucedido, por ejemplo, en los siguientes casos: el edificio de cinco
plantas, adquirido para instalar en él oficinas, tenía un error inicial en las vigas principales, que se
intercambian, por lo que se desaconsejó su ocupación37; se vendió una remesa de relojes de marca
internacionalmente conocida, resultando ser relojes transformados para dar apariencia de la referida
marca38; el aceite comprado tenía un contenido de “Delta 7 Estigmasterol” superior al 5%, lo que
impedía que pudiera ser considerado de oliva, en orden a su exportación39; el papel entregado, por
carecer de resistencia a la humedad, no podía servir a la finalidad de transformarlo en etiquetas para
adherirlas a botellas de vino40.
Además hay que tener en cuenta la existencia de leyes especiales, que establecen plazos más
amplios que el previsto en el art. 1490 CC. Por ejemplo, en relación con vicios de la edificación, los
arts. 17 y ss. LOE, que regulan la responsabilidad de los agentes que intervienen en la edificación
(promotor, constructor, arquitecto), estableciendo un plazo de dos años para ejercitar las acciones
que prevén, las cuales son compatibles con las edilicias; así mismo, los arts. 112 y ss. TRLGDCU,
que regulan las acciones de resolución, reparación, sustitución o rebaja del precio, con un plazo de
ejercicio, también más amplio (cinco años), a favor del consumidor, en el caso de entrega de bienes
muebles no conformes a lo previsto en el contrato, las cuales son “incompatibles con el ejercicio de
las acciones derivadas del saneamiento por vicios ocultos en la compraventa” (art. 117).
C) Reglas especiales
Existen, además, unas reglas especiales establecidas en el Código civil para los siguientes
casos:
a) Mala fe del vendedor: el comprador tiene las mismas opciones y si, además, opta por
la rescisión, tiene derecho a una indemnización de daños y perjuicios (art. 1486.2 CC).
b) Venta judicial: no procede la indemnización, pero sí la opción entre la rescisión o
rebaja del precio (art. 1489 CC).
c) Pérdida de la cosa: si el vendedor conocía los vicios ocultos y se pierde por efecto de
los mismos, el vendedor sufre la pérdida y debe abonar al comprador el precio, los gastos
del contrato y los daños y perjuicios causados (art. 1487 CC). Si el vendedor no conocía
los vicios ocultos y la cosa se pierde por caso fortuito o culpa del comprador, este sólo
podrá reclamar el precio que pagó con la rebaja del valor que la cosa tenía al tiempo de
perderse (art. 1488 CC).
d) Venta de varias cosas: procede el saneamiento de cada una de ellas, a no ser que el
comprador no hubiera comprado las sanas sin la cosa viciosa (art. 1491 CC)
e) Venta de animales: el saneamiento no procede cuando la venta se ha hecho en feria o
pública subasta y la acciones deben interponerse dentro de los 40 días contados desde que
se realiza la entrega. Si el comprador opta por la acción redhibitoria, deberá devolver el
animal en el mismo estado en que fue vendido y entregado, siendo responsable de los
deterioros debidos su negligencia. Finalmente, si el animal muere antes de los tres días
siguientes a la compra, será responsable el vendedor, siempre que sea por una enfermedad
anterior a la venta (arts. 1491 y ss. CC).
X. LA PERMUTA
1. Concepto y régimen jurídico
La permuta, regulada en los arts. 1538 a 1541 CC, “es un contrato por el cual cada uno
de los contratantes se obliga a dar una cosa para recibir otra” (art. 1538 CC).
Se trata de un contrato, al igual que la compraventa, consensual, oneroso, bilateral,
conmutativo y traslativo del dominio.
Objeto de la permuta pueden ser tanto las cosas materiales como inmateriales. Cabe
también la posibilidad de que una de las partes entregue una cosa y algo de dinero. En
este caso, la calificación del contrato dependerá de la intención de los contratantes. No
constando ésta, se tendrá por permuta, si el valor de la cosa dada en parte del precio
excede al del dinero o su equivalente; y por venta, en caso contrario (art. 1446).
El contrato de permuta tiene una regulación muy escasa, rigiéndose, en todo lo no
especificado, por las normas de la compraventa. No obstante existen dos disposiciones
específicas:
a) Permuta de cosa ajena. Viene regulada en el art. 1539 CC, en virtud del cual “si uno
de los contratantes hubiese recibido la cosa que se le prometió en permuta, y acreditase
que no era propia del que la dio, no podrá ser obligado a entregar la que él ofreció en
cambio, y cumplirá con devolver la que recibió”.
b) Evicción de la cosa recibida en permuta. El que pierde por evicción la cosa dada en
permuta tiene la opción de reclamar la devolución de la cosa que dio a cambio (siempre
que subsista en poder del otro permutante) o una indemnización de daños y perjuicios.
b) El dueño del solar no cede al constructor la totalidad de la propiedad del mismo, sino
que se reserva una participación indivisa sobre el mismo, calculada en función de los pisos
o locales futuros que le corresponderán, una vez construidos. Entre ambos contratantes,
se constituye una comunidad para construir, estableciéndose en el contrato un régimen de
prehorizontalidad, determinándose los pisos que van a corresponder al cedente, cuya
propiedad adquirirá, una vez finalizados, sin necesidad de un acto formal de entrega.
Esta situación de prehorizontalidad puede tener acceso al Registro de la Propiedad, por lo que el
cedente (parcial) del solar podrá inscribir registralmente su derecho sobre las futuras viviendas (que
no podrán, pues, ser hipotecadas por el otro permutante), quedando, además, a salvo la
participación que se reservó, en el caso de insolvencia del constructor (que responderá solo con su
propia participación).
XI. CUESTIONARIO
1º. Enumere los caracteres de la compraventa.
2º. Diferencie entre la compraventa de cosa esperada y la compraventa de esperanza.
3º. Enumere los requisitos del precio en la compraventa.
4º. Diga si es necesaria la escritura pública en la compraventa de bienes inmuebles para la
validez del contrato.
5º. Distinga los distintos tipos de arras y señalé cuál prevé el Código civil.
6º. ¿Es necesario que el vendedor transmita el dominio? Razone la respuesta.
7º. Diferenciar la doble venta de la venta de cosa ajena.
8º. Determinar a partir de, al menos, dos sentencias del Tribunal Supremo la posición
jurisprudencial respecto de los riesgos en la compraventa.
9º. ¿Qué sucede cuando un inmueble que se vende es de inferior calidad a lo pactado? Buscar
dos Sentencias del Tribunal Supremo que se refieran a la cuestión y plantear las
soluciones que proponen
10º. Enumere los requisitos de la evicción.
11º. Determine qué se entiende por vicios ocultos y qué acciones puede interponer el
comprador por esta causa.
12º. Explique las diferencias existentes entre vicios ocultos y gravámenes ocultos y ponga
un ejemplo de cada supuesto.
13º. Enumere los requisitos de aplicación del pacto comisorio.
14º. Determine las características de la permuta de solar por obra futura configurada como
obligación personal y la que se configura como derecho real ¿Cuál considera más
ventajosa? Razone la respuesta.
entre los cónyuges, de tal forma que sólo se permitían, cuando su régimen económico fuera el de
separación de bienes.
3 La STS 23 mayo 2018 (Tol 6623772), defendiendo el valor real del inmueble y no el valor que la
Administración estime a efectos del pago del impuesto de transmisiones patrimoniales, fija la siguiente
doctrina: el método de comprobación consistente en la estimación por referencia a valores catastrales,
multiplicados por índices o coeficientes (art. 57 LGT) no es idóneo, por su generalidad y falta de
relación con el bien concreto de cuya estimación se trata, para la valoración de bienes inmuebles en
aquellos impuestos en que la base imponible viene determinada legalmente por su valor real.
4 V. en este sentido STS 3 noviembre 2015 (Tol 5558001).
5 V. en el mismo sentido STS 17 octubre 2018 (Tol 6861826).
6 La STS 23 marzo 2021 (Tol 8378796) recuerda que “en el modelo de la compraventa romana, que sigue
el Código”, mediante la tradición “el vendedor cumple su obligación de momento con desprenderse,
desapoderarse o desinvestirse del poder o señorío que pudiese tener sobre las cosas tradidas,
atribuyéndolo, invistiéndolo, incorporándolo o traspasándolo a la persona del comprador, pues una
cosa es afirmar que un negocio jurídico tiene finalidad traslativa del dominio y otra que un negocio sea
de transmisión del dominio”.
7 V., así, la importante STS 20 marzo 2007 (Tol 6956937).
8 La STS 20 marzo 2007 (Tol 1050530) se refiere a la venta de cosa ajena, “cuya validez ha admitido la
jurídico reales que afectan tanto al ámbito de las facultades del vendedor y del comprador (transmisión
de su posición jurídica), como al ámbito de su respectiva responsabilidad patrimonial frente a terceros
(embargo de su respectiva posición jurídica), resulta evidente la oportunidad de su inscripción en el
Registro de la Propiedad”.
11 Aunque pueden acceder, conforme a los arts. 23 LH y 51.6º RH, en cuyo caso se evitará que pueda
surgir un tercero hipotecario protegido por el art. 34 LH, a quien no se pueda oponer el pacto de
reserva de dominio.
12 V. en tal sentido, SSTS 19 mayo 1989 (Tol 1732496) y 16 julio 1993 (Tol 1656211).
13 V. en este sentido SSTS 19 mayo 1989 (Tol 1732496) y 14 octubre 2003 (Tol 316455).
14 V en este sentido STS 16 marzo 2007 (Tol 1050549).
15 Es discutible que, en el caso de que el comprador no pague los plazos adeudados el vendedor, para
recuperar la posesión de la cosa, haya, necesariamente, de resolver el contrato. Sin embargo, según la
STS 24 julio 2012 (rec. núm. 330/2010), “resulta claro que la posesión del comprador está plenamente
justificada mientras no se produzca la resolución y, en consecuencia, siendo el comprador un poseedor
de derecho no cabe contra él la acción reivindicatoria, pues uno de los requisitos de la misma es que el
poseedor demandado no tenga título posesorio válido”.
16 V. en este sentido SSTS 19 mayo 1989 (Tol 1732496), 16 julio 1993 (Tol 1656211), 23 febrero 1995
(Tol 1667326) y 3 julio 1996 (Tol 1659455), como también RDGRN 28 diciembre 2017 (BOE 14
diciembre 2018).
17 V. a este respecto RDGRN 28 diciembre 2017 (BOE 14 diciembre 2018), que considera inadmisible el
pacto, por el que se había estipulado “expresamente la no devolución de cantidad alguna por parte del
vendedor pacto que las partes consideran esencial”.
18 V. también en este sentido STS 7 septiembre 2007 (Tol 1146771).
19 La STS 7 septiembre 2007 (Tol 1146771) señala que el art. 1473 CC “no altera el sistema transmisivo
mediante título y modo, sino que, ante la anomalía de dos o más ventas de una misma cosa por su
propietario, es decir, por quien en principio tenía poder de disposición, ofrece una serie de soluciones,
según los casos, al estricto problema de cuál de los dos o más compradores vencerá definitivamente en
la controversia sobre el dominio de la cosa comprada”.
20 V. en este sentido SSTS 7 septiembre 2007 (Tol 1146771), 27 junio 2012 (Tol 2592752) y 28 mayo
bienes inmuebles.
26 En este sentido se pronuncian SSTS 10 julio 1999 (RAJ 1999, 5902) y 5 mayo 2008 (Tol 1320878),
aunque cuando el comprador opta por la rescisión o anulación del contrato el Tribunal Supremo
considera el plazo como de caducidad, por tratarse del ejercicio de un derecho potestativo. La primera
de las sentencias citadas señala las diferencias entre prescripción y caducidad y la finalidad del plazo
especial del art. 1472 CC.
27 La STS 9 marzo 2009 (Tol 1474907) señala que la renuncia que contempla el art. 1477 CC tiene que
ser clara, terminante e inequívoca, resultado de manifestaciones que expresen de modo inequívoco
necesario e indudable, sin que se admita la renuncia tácita.
28 V. en este sentido STS 8 octubre 2008 (Tol 1386047), en la que se solicita el saneamiento por evicción
por haber prosperado una acción reivindicatoria del verdadero propietario.
La STS 23 marzo 2021 (Tol 8378796) contempló el caso de la compra de una finca, de la que se fue
desposeído por uno de los herederos del vendedor, contra quien se ejercitó la acción reivindicatoria,
que no prosperó, al demostrar este ser propietario de una finca mayor, que incluía aquella, cuyo
dominio adquirió de un tercero, que, a su vez, traía causa del verdadero dueño la misma. Observa que
es indiferente que la sentencia firme que provoca el efecto de la privación del dominio de la cosa
comprada sea el resultado de una acción promovida por un tercero, o por el propio comprador, como
sucedió en este caso, al haber sido previamente despojado el demandante de la posesión, acto frente al
que reaccionó, interponiendo una acción reivindicatoria. Para el éxito de la acción de saneamiento, no
es necesario haber acumulado a la previa acción reivindicatoria la acción de declaración de nulidad del
título del demandado: cuando los títulos invocados por el demandante y por el demandado derivan de
documentos independientes entre sí y contradictorios es innecesario acumular la acción de nulidad del
título que se erige en causa obstativa del éxito de la acción reivindicatoria; en estas situaciones, lo
relevante es que el fracaso de la acción reivindicatoria determine la eficacia enervante del título del
demandado frente al actor.
29 V. en este sentido STS 12 marzo 2008 (Tol 1294067), en la que se señala que es la parte demandada
Internacional de Mercaderías, de 11 de abril de 1980, puede verse la STS 9 diciembre 2008 (Tol
1413639).
49 La STS 20 noviembre 2009 (Tol 1748189) califica este contrato como atípico do ut des y para apreciar
la determinabilidad del piso, señala, habremos de estar a las circunstancias fácticas. Esta misma
sentencia considera el concepto de determinabilidad en estos términos: “el art. 1.271, párrafo primero,
CC admite la posibilidad de que el objeto del contrato sea una cosa futura. No importa que la cosa no
tenga existencia real en el momento de celebrar el contrato, sino basta una razonable probabilidad de
existencia. Ello no es incompatible con la certeza, la cual se refiere a la determinación o
identificabilidad, no a la existencia (arts. 1.273, 1.445, 1.447 CC)”. El objeto está determinado cuando
consta individualizado o existen elementos suficientes para conocer su identidad de modo que no hay
duda sobre la realidad objetiva sobre las que las partes quisieron contratar. La jurisprudencia admite
que es suficiente la determinabilidad, la cual hace referencia a una situación en que no hay
determinación inicial, en el momento de perfeccionarse el vínculo, pero si cabe la determinación
posterior, siempre que no sea necesario un nuevo convenio o acuerdo entre los contratantes para su
fijación.
50 Puede verse los efectos de esta permuta, de con carácter meramente obligatorio, en la STS 26 abril 2007
(Tol 1073421) y en la STS 13 noviembre 2009 (Tol 1748190), en la que se lleva a cabo una permuta de
solar por obra futura en documento privado.
51 V., a este respecto, STS 27 abril 2009 (Tol 1514754), que evidencia que los contratos de transmisión de
solar a cambio de obra futura, están “normalmente caracterizados por la debilidad de la posición del
transmitente del solar frente a los posibles incumplimientos de su adquirente”. La STS 5 diciembre
2018 (Tol 6956938) contempla, no obstante, un supuesto de resolución del contrato de permuta de
solar por obra, que, sin embargo, sí tuvo efectos contra al acreedor hipotecario, por quedar probada la
mala fe de este.
52 V. a este respecto, STS 4 diciembre 2018 (Tol 6956934).
14. LA DONACIÓN
SUMARIO: I. CONCEPTO Y CARACTERES. II. ESTRUCTURA DE LA DONACIÓN. 1. Sujetos. 2. Objeto. 3.
Forma. III. PERFECCIÓN DE LA DONACIÓN. IV. EFECTOS DE LA DONACIÓN. V. EXTINCIÓN DE LA
DONACIÓN. CAUSAS DE REVOCACIÓN. VI. DONACIONES ESPECIALES. VII. REDUCCIÓN DE
DONACIONES INOFICIOSAS. VIII. CUESTIONARIO. IX. CASOS PRÁCTICOS. X. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. CONCEPTO Y CARACTERES
A la regulación de la donación dedica el Código civil los arts. 618 a 656, el primero de
los cuales la define como “un acto de liberalidad por el cual una persona dispone
gratuitamente de una cosa en favor de otra, que la acepta”.
Que la donación es un contrato resulta de todo punto incuestionable, dado que precisa un
acuerdo de voluntades entre donante y donatario, voluntad común que se proyecta sobre un objeto
y sobre una causa, esta última descrita específicamente en el art. 1274 CC: “En los contratos […] de
pura beneficencia se entiende por causa la mera liberalidad del bienhechor”1.
Tres son los caracteres esenciales de la donación: en primer lugar, ser un acto gratuito;
en segundo lugar, ser un acto de liberalidad; y, en tercer lugar, precisar la aceptación por
parte del donatario.
a) Cuando se afirma que la donación es un acto gratuito, se hace referencia a una idea
ya sobradamente conocida por cuanto constituye un término clasificatorio de los
contratos (contratos gratuitos frente a contratos onerosos). La idea de gratuidad se
obtiene así por contraposición a la de onerosidad. En la donación, el donante se
empobrece en cuanto reduce o disminuye su patrimonio, sin que reciba nada del
donatario, y, correlativamente, este último se enriquece como consecuencia de la
atribución patrimonial que, en su favor, lleva a cabo el donante.
El régimen jurídico de la donación es incomprensible al margen del carácter gratuito de aquella.
En la economía moderna los actos gratuitos tienen carácter excepcional. Económicamente, la
gratuidad responde a impulsos morales o religiosos, a impulsos sociales, pero no es un acto
genuinamente económico. La base del sistema económico es el intercambio (DÍEZ-PICAZO). La
inexistencia de un tal postulado en la donación, vendría en el fondo a explicar algunas de las más
importantes particularidades del régimen jurídico de aquella.
Tratándose de los herederos del ausente que, finalmente, sea declarado fallecido, y de
conformidad con lo dispuesto en el art. 196.II CC, no podrán disponer a título gratuito de
los bienes hasta transcurridos cinco años de la declaración de fallecimiento.
Cuando los bienes o derechos objeto de donación venga constituido por bienes pertenecientes a
la sociedad legal de gananciales, será preciso asimismo (por aplicación de la normativa específica
que regula este régimen económico matrimonial, art. 1378 CC), el consentimiento de ambos
cónyuges. A tenor del precepto, “Serán nulos los actos a título gratuito (sobre bienes comunes, se
entiende) si no concurre el consentimiento de ambos cónyuges. Sin embargo, podrá cada uno de
ellos realizar con los bienes gananciales liberalidades de uso” (por ejemplo, utilización de dinero
común por parte de uno de los cónyuges, en cuantía adecuada a las circunstancias socio-
económicas de la pareja, para participar en un regalo colectivo a una compañera de trabajo que ha
contraído matrimonio).
b) Son inferiores los niveles de exigencia del Código civil, por cuanto se refiere a la
capacidad para aceptar o recibir donaciones, es decir, para ser donatario.
Puede, así, aceptarse una donación sin tener la capacidad para contratar, bastando con
ser persona y tener la capacidad natural de entender y de querer. Conclusión ésta, que,
por lo demás, se ofrece, más que segura, a la vista de lo dispuesto por el art. 626 CC,
según el cual “Las personas que no pueden contratar no podrán aceptar donaciones
condicionales u onerosas sin la intervención de sus legítimos representantes” (es decir, de
sus padres o tutores, en el caso de menores no emancipados, y de sus curadores, en el caso
de personas con discapacidad sujetas a curatela representativa). En resumen: las
donaciones que no sean condicionales u onerosas no inspiran recelo al legislador, en
cuanto en principio el donatario no puede resultar perjudicado por ellas y,
consecuentemente, le bastaría a este la sola capacidad natural de entender y de querer
para aceptarlas.
El art. 627 CC admite la validez de las donaciones hechas a favor de concebidos. Dice el
precepto que “Las donaciones hechas a los concebidos y no nacidos podrán ser aceptadas
por las personas que legítimamente los representarían, si se hubiera verificado ya su
nacimiento” (todo ello subordinado, claro es, a la circunstancia de que el concebido llegue
a nacer con vida, una vez producido el entero desprendimiento del seno materno —art. 30
CC, en la redacción que al mismo vino dada por la Disposición Final Tercera de la Ley
20/2011, de 21 de julio, del Registro Civil—).
La finalidad de la norma consiste en impedir que el donante revoque la donación, cosa que ya no
es posible una vez aceptada. Ni reconoce personalidad al aun no nacido, ni le atribuye derechos de
manera inmediata. Simplemente se suspende la atribución de derechos a favor de otras personas
hasta que se produzca o quede claro que no va a producirse el nacimiento en la forma prevista en el
citado artículo. Verificado el mismo, los derechos se adquieren por el nacido con efectos
retroactivos al momento de la concepción.
Es obvio, por elemental, que el donante puede designar un donatario o varios, en este segundo
caso cada uno de ellos deberá aceptar, y si alguno de ellos no acepta, el criterio que sigue el art.
637 CC no es el de que la parte o porción del no aceptante acrezca a los restantes que acepten, sino
que dicha porción seguirá perteneciendo al donante. Dice, así, que “Cuando la donación hubiere
sido hecha a varias personas conjuntamente, se entenderá por partes iguales; y no se dará entre ellas
el derecho de acrecer, si el donante no hubiese dispuesto otra cosa. Se exceptúan de esta
disposición las donaciones hechas conjuntamente a ambos cónyuges, entre los cuales tendrá lugar
aquel derecho, si el donante no hubiese dispuesto lo contrario”.
Es asimismo posible que el donante atribuya la propiedad del bien a un donatario, y conceda a
otro donatario el usufructo de aquel. A este segundo corresponderá entonces, en virtud del acto
jurídico de donación, la totalidad de los frutos y rendimientos del bien cuya propiedad desnuda se
ha atribuido por el donante al donatario primero. En el sentido expuesto, el art. 640 CC establece
que “También se podrá donar la propiedad a una persona y el usufructo a otra u otras, con la
limitación establecida en el artículo 781 de este Código” (sustituciones fideicomisarias).
Finalmente, y para terminar el apartado de los sujetos, es necesario tener presente que, al
igual que ocurre en otras figuras contractuales, no cabe confundir la capacidad para
aceptar donaciones o para ser donatario con los supuestos de prohibiciones para aceptar
donaciones. En este segundo caso, es claro que no se está ante un tema de capacidad sino
que, tratándose de un sujeto capaz, la concreta situación personal en la que el donatario
se encuentra frente al donante, conduce a que (por razones de moralidad) la donación
venga prohibida por el legislador.
El art. 628 CC dice, así, que “Las donaciones hechas a personas inhábiles son nulas,
aunque lo hayan sido simuladamente, bajo apariencia de otro contrato, por persona
interpuesta”. Este precepto debe ser puesto en relación con el art. 226.1º CC, que prohíbe
al tutor “Recibir liberalidades del tutelado o de sus causahabientes, mientras no se haya
aprobado definitivamente su gestión”.
Es obvio por lo demás que, si bien la regulación de la donación en el Código civil parece
presuponer de algún modo que los sujetos de la figura en estudio son personas físicas, no cabe duda
alguna de que, por aplicación de las reglas generales (art. 38 CC), puedan ser asimismo sujetos de
este contrato-modo de adquirir las personas jurídicas.
2. Objeto
El objeto de la donación no se limita, desde luego, aunque habitualmente tienda a
identificarse en exclusiva con ellas, a las cosas físicas o materiales. También pueden ser
objeto de la donación los derechos, y tanto los derechos sobre las cosas (derechos reales)
como los de crédito o personales, y, como lógica consecuencia de lo anterior, es obvio que
la donación puede venir referida al perdón, remisión o condonación de una deuda que el
donatario tuviere frente al donante5.
En principio, el donante tiene plena libertad para donar los bienes que quiera. Las
restricciones que, no obstante lo anterior, impone el legislador responden a una doble
circunstancia: de un lado, las derivadas de la propia naturaleza de acto jurídico
dispositivo, tal y como el Código configura la donación; de otro, el temor del legislador a
que (como consecuencia de la donación) el donante quede de tal modo empobrecido que
no pueda siquiera atender a su propia subsistencia, pudiendo así convertirse en una carga
para el erario público.
Así, a tenor del art. 634 CC, “La donación podrá comprender todos los bienes presentes
del donante, o parte de ellos, con tal que este se reserve, en plena propiedad o en
usufructo, lo necesario para vivir en un estado correspondiente a sus circunstancias”.
Según el art. 635 CC, “La donación no podrá comprender los bienes futuros. Por bienes
futuros se entienden aquellos de que el donante no puede disponer al tiempo de la
donación”.
Que el donante haya de reservarse lo necesario para vivir en un estado correspondiente a
sus circunstancias, encuentra su justificación en lo que se ha dicho anteriormente. En
cuanto a que la donación sólo pueda comprender los bienes presentes del donante,
excluyéndose expresamente los futuros, responde a la propia configuración de la donación
como acto jurídico dispositivo que transmite por sí mismo la propiedad de las cosas
donadas, efecto jurídico este que, obviamente, no puede producirse sino respecto de
bienes presentes. En definitiva: si por bienes futuros se entienden aquellos de que el
donante no puede disponer al tiempo de la donación, mal podría este transmitirlos
cuando dona. Lógico es, pues, que queden estos excluidos del ámbito objetivo de la
donación6.
3. Forma
La donación es un contrato rigurosamente formal. Los arts. 632 y 633 CC confirman
plenamente lo que se acaba de decir. Es incuestionable que el rigor formal de la donación
responde a su misma naturaleza de atribución patrimonial gratuita. Diríase que esa
necesidad de observancia de una forma indispensable para la validez del acto jurídico de
donación, de algún modo, contribuye a la seriedad del propósito del donante de
desprenderse de bienes sin contraprestación alguna7.
Ese carácter rigurosamente formal de la donación apuntado anteriormente, con la subsiguiente
consecuencia de que su incumplimiento determina la nulidad de la donación, es predicable no sólo
de la donación de bienes inmuebles (art. 633.I CC), sino también de la que tiene por objeto una
cosa mueble que no se entrega simultáneamente (supuesto este en el que el art. 632.II CC exige que
se haga por escrito (documento privado) y conste en la misma forma la aceptación). El rigor formal
no decae siquiera (contra lo que a primera vista pudiere parecer) en la donación de cosa mueble
que se entrega simultáneamente (la llamada “donación verbal” o “manual”), puesto que también en
ella la entrega de la cosa es, asimismo, requisito formal.
Así pues, las exigencias formales varían según que el objeto donado sea una cosa mueble
o inmueble:
Si el objeto donado es una cosa mueble, el art. 632 CC distingue dos supuestos:
“La donación de cosa mueble podrá hacerse verbalmente o por escrito.
La verbal requiere la entrega simultánea de la cosa donada. Faltando este requisito, no
surtirá efecto si no se hace por escrito y consta en la misma forma la aceptación” (no
siendo preciso, sin embargo, en este segundo supuesto, que la aceptación del donatario
conste en el mismo escrito en que se ha formalizado la atribución patrimonial del
donante).
Tratándose de bienes inmuebles, y teniendo en cuenta el punto de vista del legislador del
Código civil tendente a atribuir por principio mayor valor patrimonial a esta clase de
bienes, el art. 633 CC exige que tanto la donación como la aceptación de aquella se hagan
en escritura pública:
“Para que sea válida la donación de cosa inmueble, ha de donarse en escritura pública,
expresándose en ella individualmente los bienes donados y el valor de las cargas que deba
satisfacer el donatario.
La aceptación podrá hacerse en la misma escritura de donación o en otra separada; pero
no surtirá efecto si no se hiciese en vida del donante.
Hecha en escritura separada, deberá notificarse la aceptación en forma auténtica al
donante, y se anotará esta diligencia en ambas escrituras”.
Es manifiesto que esa apuntada diversidad de requisitos formales según se trate de bienes muebles
o inmuebles tiene mucho que ver con el tiempo en el que el Código se promulgó, y en el que las
fortunas por excelencia venían constituidas por “bienes raíces”, inmuebles por naturaleza, fincas
rústicas o urbanas. Consecuente con esta visión de la época, el legislador exigiría la escritura
pública para la donación de inmuebles, limitando la exigencia formal al simple documento privado
cuando el objeto de la donación viniere constituido por bienes muebles, que no se entreguen
simultáneamente en el mismo momento de la donación (la llamada “donación manual”).
La más que absoluta inadecuación a la realidad de tal régimen de forma es tan evidente que no
precisa de mayores comentarios (así, la donación de una parcela rústica valorada en 5.000 euros
precisaría, para su validez, el otorgamiento de escritura pública. Por el contrario, la donación de un
cuadro de Picasso que no se entregase simultáneamente al donatario, podría hacerse en documento
privado. Y, en el supuesto de entrega simultánea, el solo hecho de su entrega bastaría para entender
cumplida la exigencia de forma).
Por cuanto se refiere a la problemática planteada por la llamada “donación disimulada”, así como
al tratamiento jurisprudencial de tan interesante cuestión, remitimos a lo dicho en esta misma obra a
propósito de la causa8.
III. PERFECCIÓN DE LA DONACIÓN
La problemática acerca del momento de perfección de la donación arranca de la
pretendida (que no real) antinomia entre los arts. 623 y 629 del CC. Así, mientras el
primero de ellos afirma que: “La donación se perfecciona desde que el donante conoce la
aceptación del donatario”, el 629 establece que “La donación no obliga al donante, ni
produce efecto, sino desde la aceptación”.
Resulta así que mientras el art. 623 CC subordina la perfección de la donación a la
circunstancia de que el donante tenga conocimiento de la aceptación por el donatario de
la atribución patrimonial que aquel realiza en su favor, el 629 CC parece situar el
momento perfectivo de la donación en un momento anterior (el de la aceptación de la
donación por el donatario), sin exigir pues la circunstancia de que dicha aceptación sea
conocida del donante.
La antinomia es puramente aparente, dado que se resuelve del siguiente modo: desde el
momento en que el donatario acepta, la donación existe y produce efectos. Sin embargo,
su eficacia es claudicante puesto que, hasta que el donante tenga conocimiento de la
aceptación, este puede revocar la donación.
Por consiguiente, la irrevocabilidad de la donación (la llamada donatio perfecta) se conecta a la
circunstancia del conocimiento por el donante de la aceptación del donatario (LALAGUNA)9.
Resulta así, una causa de revocación del acto jurídico de donación que se añade a las de
(revocación) por supervivencia o superveniencia de hijos, ingratitud e incumplimiento de cargas. Y
de bien distinto signo a las anteriores: la falta de conocimiento por parte del donante de la
aceptación del donatario.
La entrega de las cosas donadas no es, pues, precisa para la transmisión de la propiedad
de aquellas, sino únicamente para el mero desplazamiento posesorio10. En el caso de que
la entrega física de las cosas donadas tenga lugar con posterioridad al perfeccionamiento
del contrato de donación, el donatario no se hace propietario en el momento de la
entrega, sino que lo es ya desde el momento en el que acto jurídico de donación se
perfeccionó con la observancia de la forma solemne requerida en cada caso.
Dado que se trata de una atribución patrimonial gratuita, es de todo punto lógico que el donante
no responda del saneamiento de las cosas donadas. Según el art. 638 CC, “El donatario se subroga
en todos los derechos y acciones que en caso de evicción corresponderían al donante. Este, en
cambio, no queda obligado al saneamiento de las cosas donadas, salvo si la donación fuere
onerosa11, en cuyo caso responderá el donante de la evicción hasta la concurrencia del
gravamen”12.
V. EXTINCIÓN DE LA DONACIÓN. CAUSAS DE
REVOCACIÓN
Partiendo de que la donación es un contrato (sin perjuicio de que sea además un modo
de adquirir), se impone llegar a la conclusión de que le serán aplicables las causas
generales de extinción de los contratos. Sin embargo, la especificidad de la donación se
deja sentir asimismo en el ámbito de su extinción. Ello se traduce fundamentalmente en la
circunstancia de que el principio general de irrevocabilidad unilateral (contenido en el art.
1256 CC) sufra muy importantes excepciones cuando de la donación se trata: en
definitiva, el Código permite que, en determinadas circunstancias, la sola voluntad del
donante pueda poner fin a los efectos del contrato13. Ya con anterioridad, se ha hecho
referencia a una de estas especificidades: en tanto el donante no tenga conocimiento de la
aceptación por el donatario de la atribución patrimonial gratuita realizada en su favor, el
donante puede revocar (arts. 629 y 623 CC), pero ahora procede referirse aquí a las
causas de revocación de la donación expresamente establecidas en el Código civil14.
No caben más causas de revocación que las que el Código ha establecido y que son: la
supervivencia o superveniencia de hijos, el incumplimiento de cargas y la ingratitud del
donatario.
A ello hay que añadir la revocación de la donación, en tanto el donante no tenga conocimiento
de la aceptación del donatario. Por cuanto se refiere esta causa de revocación nos remitimos a lo
dicho con anterioridad a propósito de la conciliación entre los arts. 623 y 629 CC.
Este tipo de revocación tampoco perjudica a los acreedores hipotecarios del donatario,
en el que caso de que este hubiera hipotecado la cosa donada. No obstante, a tenor del
art. 645.II CC, el donante podrá liberar la hipoteca, pagando la cantidad garantizada, con
derecho a reclamar al donatario su reembolso.
b) La revocación por incumplimiento de cargas viene contemplada en el art. 647 CC,
conforme al cual “La donación será revocada a instancia del donante, cuando el
donatario haya dejado de cumplir alguna de las condiciones que aquel le impuso”17.
El legislador emplea aquí impropiamente en el precepto el término “condición”; de un
lado, en cuanto que no se está haciendo referencia a un acontecimiento incierto (y
consiguientemente futuro) del cual depende que la donación produzca sus efectos; de otro
que la referencia hay que entenderla hecha a una donación “con modo o carga”18. En
definitiva, el donante impone al donatario algún tipo de actividad o conducta19. Lo cual,
como se ha dicho anteriormente, no es de suyo suficiente para desvirtuar el carácter
gratuito de la donación, en cuanto que la dicha actividad o conducta (a desplegar por el
donatario) no constituye ciertamente contraprestación20. P. ej., un padre dona a su hijo la
propiedad de varios inmuebles, imponiéndole la carga de que pague mensualmente cierta
cantidad de dinero a una tío carente de recursos económicos.
La mayoría de la doctrina considera, a lo que creo con razón, que la acción de revocación por
incumplimiento de cargas es transmisible a los herederos del donante y renunciable
anticipadamente por este. Mayor controversia presentan las cuestiones referidas a la naturaleza
misma de la acción y, consecuentemente, a su plazo de ejercicio. Quienes defienden que se trata de
una acción rescisoria postulan para ella el plazo de ejercicio propio de tales acciones (cuatro años);
no faltando sin embargo quienes se inclinan por considerar aplicable por analogía el plazo de un
año previsto en el art. 652 CC para la acción de revocación por ingratitud del donatario, dado que,
en ambos casos, se trataría en definitiva de un comportamiento inadecuado por parte del donatario.
Esta clase de revocación produce efectos, no sólo inter partes (el donatario deberá, pues,
devolver la cosa, si está se encuentra en su poder, así como los frutos percibidos después
de incumplir la carga21), sino también respecto de terceros (art. 647.II CC). Por ello, la
revocación es siempre oponible a los sucesivos donatarios de la cosa donada; y también a
los compradores de la misma, siempre que no estén protegidos por el 34 LH (no lo
estarán, desde luego, cuando la carga no estuviera inscrita en el Registro de la Propiedad).
Esta clase de revocación perjudica a los acreedores hipotecarios, siempre que la carga hubiera
tenido acceso al Registro de la Propiedad.
c) En cuanto a la revocación por ingratitud del donatario, el art. 648 CC enumera las
tres y únicas22 causas que facultan al donante para instar la revocación:
“1º. Si el donatario cometiere algún delito contra la persona, el honor o los bienes del
donante23.
2º. Si el donatario imputare al donante alguno de los delitos que dan lugar a
procedimiento de oficio o acusación pública, aunque lo pruebe; a menos que el delito se
hubiese cometido contra el mismo donatario, su cónyuge o los hijos constituidos bajo su
autoridad.
3º. Si le niega indebidamente los alimentos”.
La primera de las causas remite, en principio, al Código penal por cuanto a su
determinación se refiere. Los términos generales utilizados obligan a concluir que
procederá la revocación por la comisión de cualquier delito contra la vida, el honor o el
patrimonio del donante. Se precisa sentencia que acredite la comisión del hecho delictivo,
resultando indiferente el grado de participación del donatario en el mismo.
La causa segunda plantea, ciertamente, un grave problema de colisión entre de un lado
el deber de gratitud del donatario y, de otro, el que a cualquier ciudadano viene impuesto,
en principio, por la legislación procesal penal de denunciar la comisión de un hecho
delictivo del que tenga conocimiento. La posición del Código civil es la de considerar que,
aún probada efectivamente la comisión del delito por el donante, la imputación por parte
del donatario es causa de revocación de la donación24, sin más excepción que la de que la
víctima del hecho criminal sea el propio donatario, su cónyuge, o los hijos sujetos a la
patria potestad de aquel25.
Por cuanto se refiere a la negación indebida de los alimentos26, es claro que se trata de
un deber (el de prestar alimentos al donante) que es independiente de la circunstancia de
que existan vínculos de parentesco entre donante y donatario que den lugar, en su caso, a
una obligación legal de alimentos a favor del primero al amparo de los arts. 142 y ss. CC.
El régimen de la acción de revocación de la donación por esta causa es sensiblemente
distinto al de las anteriores: sólo puede ser ejercitada por el donante y únicamente contra
el donatario.
En este sentido, el art. 653 CC dispone que “No se transmitirá esta acción a los
herederos del donante, si este, pudiendo, no la hubiese ejercitado” (circunstancia la
anterior de la que el legislador infiere, razonablemente, la existencia de un perdón tácito
por el donante de la afrenta que el donatario llevó a cabo contra él); y añade que
“Tampoco se podrá ejercitar contra el heredero del donatario, a no ser que a la muerte de
este se hallase interpuesta la demanda”; y ello, porque el carácter personalísimo del hecho
ofensivo llevado a cabo por el donatario (ha sido él y no otro), impone como lógica
consecuencia esa regla de “intransmisibilidad” (en línea de principio) de la legitimación
pasiva.
Por su parte, el art. 652 CC establece que “La acción concedida al donante por causa de
ingratitud no podrá renunciarse anticipadamente. Esta acción prescribe en el término de
un año, contado desde que el donante tuvo conocimiento del hecho y posibilidad de
ejercitar la acción”.
Dicho plazo suele calificarse como de caducidad.
Esta clase de revocación sólo produce efectos frente a terceros, si la demanda de
revocación se anota preventivamente en el Registro de la Propiedad, en cuyo caso habrá
que distinguir dos hipótesis:
1º) Las enajenaciones de la cosa donada, posteriores a la anotación preventiva de la
demanda de revocación, quedarán perjudicadas por ésta (art. 649.II CC), ya que el
comprador tenía o pudo tener conocimiento de la demanda (consultando el Registro), por
lo que quedará perjudicado por la sentencia que la estime.
2º) Por el contrario, las enajenaciones anteriores a la anotación preventiva de la
demanda de revocación no quedarán perjudicadas, de modo que, si la demanda es
estimada, el donatario demandado deberá restituir al donante el valor de los bienes
enajenados (vendidos o posteriormente donados), al tiempo de realizarse la primera
donación (art. 649.I CC).
Los efectos de esta clase de revocación frente a los acreedores hipotecarios dependen también de
que se anote preventivamente la demanda de revocación en el Registro de la Propiedad. Por lo
tanto, las hipotecas constituidas anteriormente a la anotación preventiva de la demanda no quedan
perjudicadas por la revocación (art. 649.I CC); sí, en cambio, las constituidas posteriormente (art.
649.II CC).
d) Por lo que se refiere a la “donación con reserva de la facultad de disponer”, suele ser
frecuente que, entre las estipulaciones de la donación, se encuentre la de reservarse el
donante la facultad de disponer de los bienes donados, bienes que quedan entonces en una
situación claudicante, puesto que el ejercicio de dicha facultad resolverá la titularidad del
donatario o la del tercer adquirente, salvo la protección de la buena fe.
P. ej., un tío dona a su sobrino la propiedad de una casa, pero se reserva la facultad de disponer
sobre ella mientras viva. Se asegura, así, que, si situación económica empeora, pueda vender el
inmueble donado, con lo que la donación anterior perderá su eficacia, como también la perderán
los actos de disposición que hubiera podido hacer el donatario sobre la vivienda donada, a no ser
que hubiesen sido hechos en favor de un adquirente de buena fe (señaladamente, un tercero en el
que concurran los requisitos del art. 34 LH). Por el contrario, muerto el donante sin haber ejercitado
la facultad de disponer que se había reservado, la propiedad del donatario sobre la casa se
consolidará de manera definitiva.
La reserva de disponer de alguna cantidad con cargo a los bienes donados representa un
modo puesto a la donación, consistente en la entrega de tal cantidad, llegado el caso, al
donante o persona que designe.
e) Donaciones con cláusula de reversión.
De conformidad con lo dispuesto en el art. 641 CC, el donante tiene facultades para
establecer una reversión convencional o un derecho de retorno de los bienes en su propio
favor o en el de un tercero.
Por ejemplo, un tío dona un bien a su sobrino, pero establece en la donación una cláusula, según
la cual, si el donatario muere sin descendencia, la propiedad del bien retorne a él mismo o a sus
herederos.
VIII. CUESTIONARIO
1º. Ponga ejemplos de actos con causa gratuita que sean, o no, donación, mostrando el
criterio para distinguirlos.
2º. Explique la trascendencia que tiene que un acto con causa gratuita se considere o no
donación.
3º. Argumente la validez y señale los efectos de las llamadas “donaciones obligacionales”.
4º. Argumente cómo la donación, por sí, es suficiente para transmitir el dominio.
5º. Indique los requisitos de forma para la validez de las donaciones de muebles y de
inmuebles, explicando los arts. 632 y 633 CC.
6º. Compare los arts. 623 y 629 CC, y proponga algún criterio de armonización entre ellos.
7º. Compare el régimen y las consecuencias de la revocación: a) por supervivencia o
superveniencia de hijos; b) por ingratitud y c) por incumplimiento de cargas.
8º. Indique los preceptos del Código civil que se refieren a la donación modal (u onerosa, o
con cargas), y explique el sentido de la regulación que de ellos resulta.
9º. Argumente acerca de la imposibilidad de donar bienes futuros.
10º. Argumente acerca de la explicación que, a su juicio, pueda tener el hecho de que la
donación se encuentre regulada en el libro tercero del Código civil, en lugar de en el
cuarto.
X. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
ALBALADEJO GARCÍA, M. y DÍAZ ALABART, S.: La donación, Madrid 2006; ARJONA
GUAJARDO-FAJARDO, J.L.: Promesas unilaterales y donaciones, Madrid, 1998; ARJONA
GUAJARDO-FAJARDO, J. L.: “¿Traslativa u obligacional? El problema de la operatividad del negocio
de donación en el Código civil español”, RCDI, núm. 772, 2019, pp. 569 y ss.; DE LOS MOZOS, J.L:
La donación en el Código civil y a través de la jurisprudencia, Madrid, 2000; DE VERDA Y
BEAMONTE, J.R.: “Donación inter vivos, donación mortis causa y donación inter vivos con entrega
post mortem. Comentario a la Sentencia del TSJ de Navarra de 26 octubre 2002”, RdP, núm. 13, 2004,
pp. 131 y ss.; LALAGUNA DOMÍNGUEZ, E.: “Los modos de adquirir la propiedad y los contratos de
finalidad traslativa”, RDP, 1973, pp. 38 y ss.; RODRÍGUEZ-ROSADO, B.; “Donación disimulada en
escritura pública”, ADC, 2015, 2º, pp. 369 ss.; SIRVENT GARCÍA, J.: “La donación remuneratoria”,
RdP, núm. 29, 2012, pp. 335 y ss.; VALLET DE GOYTISOLO, J.: Estudios sobre donaciones, Madrid,
1978; VIVAS TESÓN, I.: “Gratuidad de la donación y tutela del donante. (Ir)revocabilidad de la
donación por superveniencia de hijo adoptivo mayor de edad”, RdP, núm. 29, 2012, pp. 47 y ss.
del Código trata de enumerar en el art. 1274 CC (dejemos para otro lugar la cuestión de si con fortuna
o sin ella) los tipos de causa en los contratos, se refiere expresamente a “los (contratos) de pura
beneficencia”, señalando que, para éstos, la causa viene constituida por “la mera liberalidad del
bienhechor”: en definitiva, la causa del negocio jurídico de donación es la voluntad del donante de
hacer el bien al donatario, lo que resulta de todo punto incompatible con la existencia de un deber
jurídico justificativo de dicha atribución patrimonial.
Es, pues, evidente a la luz de las anteriores consideraciones, que en el contrato de donación no se
confunden consentimiento y causa, entendida ésta última como “la mera liberalidad del bienhechor”. Y
es que, mientras en el plano del proceso formativo del contrato de donación, la voluntad del donante
participa con la misma intensidad que la del donatario en la génesis bilateral del negocio gratuito (por
ello, desde que se produce el concurso de voluntades hay contrato de donación (art. 630 CC) y desde
entonces es eficaz (art. 629), en cambio en la configuración intrínseca del negocio (al menos en la
donación pura y simple) impera exclusivamente la voluntad liberal del donante (LALAGUNA).
3 En definitiva: el donante ha de tener capacidad para contratar y para disponer. Y ello por la sencilla
razón de que la donación es, a la vez, contrato y acto dispositivo. El donante no sólo contrata (como
ocurre en los llamados “contratos de finalidad traslativa”, como son la compraventa o permuta, que se
encaminan a transmitir pero que no transmiten por sí mismos), sino que transmite ya en ese mismo
acto. La donación que el Código contempla en el Libro III es la donación “acto dispositivo”
(VALLET).
La cuestión se presenta en estrecha conexión con la polémica acerca de si en el Código civil tiene o no
cabida la llamada “donación obligacional”, entendiendo por tal aquella donación en la que el donante
no transmite ya, sino que se obliga a transmitir en un momento posterior.
A lo que entiendo, la respuesta a esta controversia es meridianamente clara: que la dicha “donación
obligacional” tiene cabida en el Código civil, al amparo del art. 1255, parece de todo punto
incuestionable. Pero, de otra parte, no es menos claro que la figura de donación que el Código
contempla, de modo expreso, es la de la donación “acto dispositivo”, en la que el donante transmite ya
en virtud del acto jurídico de donación. La exigencia de los arts. 634 y 635 CC, refiriendo el primero el
acto jurídico de donación a los “bienes presentes” del donante, y excluyendo el segundo que la
donación pueda tener por objeto “bienes futuros”, confirmaría la veracidad del aserto.
Sin embargo, lo cierto es que la jurisprudencia no admite la validez de los contratos de promesa de
donación o donación obligacional. V. así, entre otras SSTS 23 diciembre 1995 (Tol 210356) y 6 febrero
1996 (Tol 1669206); y, más recientemente, STS 10 mayo 2019 (Tol 7235449), que se refiere a la
“promesa de donación”, como una figura que “se encuentra al margen de nuestro ordenamiento
jurídico como reiteradamente ha establecido la doctrina jurisprudencial”.
Sólo admite, excepcionalmente, la promesa de futuro de entrega de bienes dentro de un proceso de
separación o divorcio. V., en este sentido STS 10 mayo 2019 (Tol 7235449), que, con cita de STS 18
julio 2004, admite la validez de la figura razonando en los siguientes términos: “Se trata de una
promesa bilateral y no unilateral, que no tiene un contenido de liberalidad, sino que se inserta en un
negocio jurídico de mayor contenido obligacional recíproco, como es el convenio matrimonial suscrito
de mutuo acuerdo por ambos cónyuges, que fue aprobado por una sentencia firme, en el que se
engloban una serie de contraprestaciones complementarias determinantes de un negocio jurídico
complejo, de carácter familiar y oneroso, y no de una simple donación a favor del hijo, que debe gozar
de la fuerza vinculante del mismo, en tanto no se impugne”.
4 En realidad, la exigencia de que el donante tenga capacidad para disponer se desdobla, de un lado, en
ostentar la titularidad del bien o derecho objeto de la donación; y, de otro lado, en tener capacidad
para enajenarlo (lo que conlleva la inexistencia, por ejemplo, de una prohibición de disponer). La
existencia de esta última impediría al donante realizar el acto dispositivo, aún presupuesta la titularidad
del bien por su parte.
5 Es importante tener presente, a los efectos que aquí interesan, la necesidad de distinguir entre la
donación y los restantes negocios a título gratuito (por ejemplo, mandato, depósito, transporte). La
distinción entonces entre la donación y las restantes liberalidades debe plantearse, siguiendo la
autoridad de LACRUZ, del siguiente modo: la donación es un contrato de atribución de cosas o
derechos que representa un valor cognoscible, valor que se desplaza del patrimonio del donante al del
donatario. Es precisamente esta circunstancia (la certidumbre) la que falta en los restantes contratos
gratuitos; en definitiva: frente a la certeza del valor de las cosas donadas, la incertidumbre característica
de los restantes contratos gratuitos. No hay, pues, donación de servicios. No hay donación de crédito.
6 ¿Cabría entonces la donación de bienes que no se tienen en el momento de la donación pero que, sin
embargo, se espera tener en un futuro más o menos próximo? La respuesta no puede ser otra sino la de
que figura semejante carece de encaje en el tipo contractual de donación que el Código civil regula, es
decir, acto dispositivo que transmite por sí mismo, sin perjuicio de que cupiera admitirla al amparo del
principio de autonomía privada (art. 1255 CC) (la llamada por algunos “donación obligacional”), a
cuya validez la jurisprudencia no es proclive.
7 Las formas de la donación son formas traslativas. El efecto traslativo de la donación es, desde luego, una
connotación del tipo contractual, pero es indisociable de la forma. Por ello, la observancia de aquella es
la que explica que no sea necesaria la entrega para que el donatario se haga propietario de los bienes
donados, y convierte así a la donación en un contrato de eficacia real.
8 V. en cualquier caso, entre los último fallos sobre la materia, STS 15 febrero 2013 (Tol 3166420).
9 V. en este sentido, entre otras, STS 17 abril 1998 (Tol 169804).
10 La STS 5 noviembre 2019 (Tol 7580052) recuerda que en “la donación se produce el traspaso de
propiedad sin necesidad de tradición, al tratarse de un negocio jurídico dispositivo que no precisa de
mas colaboración del donante que la misma cesión o transferencia del dominio”.
11 Ciertamente, los términos “donación” y “onerosa” no resultan fáciles de conciliar al menos en
apariencia. Sin embargo, cuando el art. 638 CC habla de “donación onerosa”, la referencia hay que
entenderla hecha a la llamada donación “modal”, “onerosa” o “con carga”, es decir, a la donación que
impone al donatario una determinada conducta. En este sentido, el art. 619 CC establece que también
es donación “aquella en que se impone al donatario un gravamen inferior al valor de lo donado”. En
definitiva, la donación sigue siendo gratuita, en cuanto que la obligación que grava al donatario no es
contraprestación, lo cual no es óbice para que modalice la donación, que queda sometida a reglas
especiales.
12 El donatario, como se ha dicho, (y excepción hecha de que se trate de una donación modal o con carga,
art. 642 CC) se limita a adquirir el bien o el derecho donado, sin estar obligado a pagar las deudas
anteriores del causante, salvo, conforme al art. 643 CC, que la donación haya sido hecha en fraude de
acreedores; fraude que la ley presume cuando, “al hacerla no se haya reservado el donante bienes
bastantes para pagar las deudas anteriores a ella”.
13 V., resaltando la especificidad de la donación, en cuanto a la revocabilidad de la misma por la voluntad
de una de las partes, STS 20 mayo 2011 (Tol 2136962).
14 ¿Qué es, o en qué consiste, la revocación? El término “revocación” dista mucho de ser preciso. Se
que “nuestro Código Civil configura el régimen jurídico de la revocación de la donación por
superveniencia de hijos de un modo claramente objetivado, que alcanza tanto al ámbito de su
aplicación, como a la caracterización de los supuestos tomados en consideración. En este sentido, tras
la reforma operada por la Ley de 13 de mayo de 1981, las condiciones de revocación resultan
objetivadas conforme a la concurrencia de dos circunstancias, a saber, que, en el momento de realizar
la donación, el demandante no tuviera hijos, ni descendientes de clase alguna, y que después de la
donación, el donante tenga algún hijo, aunque este sea póstumo”.
16 El donatario deberá asimismo devolver los frutos que hubieren producido los bienes donados desde la
interposición de la demanda.
17 Pese al empleo de la expresión “será revocada” en el precepto antedicho, es asimismo obvio que aquella
no debe ser entendida como un supuesto de revocación que se produciría ipso iure por la sola
circunstancia del incumplimiento por el donatario del modo o carga a que se ha hecho referencia, sino
que (al igual que en las restantes causas de revocación) también en ésta se precisa voluntad de revocar
por parte del donante. En la jurisprudencia reciente, se ocupa de la donación con carga la STS 21
octubre 2011 (Tol 2260940), según la cual la revocación no se produce por la sola voluntad del
donante, siendo necesaria una resolución judicial cuando el donatario no la consiente.
18 Lógicamente, para que pueda seguir hablándose de “donación” pese a la existencia del modo o carga,
se impone concluir que el valor de la donación deberá superar en su caso al del modo o carga impuesta
al donatario. De interés en cuanto a la delimitación misma de la figura de donación modal o con carga,
es la STS 20 mayo 2011 (Tol 2136962), que excluye la existencia de la figura en el supuesto en el que
“en una familia, en una asociación o en una organización religiosa: una persona recibe atención de la
familia o de la organización e ingresa en ellas sus propias remuneraciones y emolumentos. Esta relación
humana, con una aceptación personal de una y otra parte no implica una donación de la una a la otra,
ni tampoco a la inversa. La causa de la donación como tal, es para el donante el aumento del
patrimonio del donatario, lo cual es independiente de sus móviles subjetivos y para el donatario un
enriquecimiento gratuito, es decir, sin contraprestación a cambio. Este no es el caso de autos. La
demandante ingresa sus retribuciones en el Club Virunga, integrado en el OPUS DEI y acepta una
forma concreta de vida que implica la renuncia o dación a los fines de la organización religiosa a la que
pertenecía, de los ingresos habidos en su trabajo, en cumplimiento precisamente de los fines vitales
religiosos, que en tal organización abrazó; no pueden suponer o importar, la creación de un título
jurídico que implique, ni la obligación de prestar alimentos a la actora, ni menos aún, que implique la
existencia y prueba de una donación modal, con la regulación que de la misma efectúa el Código civil”.
19 Desde la STS (Pleno) 11 de enero 2007 (Tol 1038338), en materia de forma y simulación, la
jurisprudencia ha declarado que el art. 622 CC se aplica a las donaciones con carga, pero no a las
remuneratorias. A pesar de su tenor literal, observa la STS 20 julio 2018 (Tol 6673274) que el art. 622
“es absolutamente inaplicable a la donación remuneratoria, en cuanto que, por definición, el art. 619
CC, no se impone ningún gravamen al donante, sino que se remuneran servicios ya prestados que no
constituyan deudas exigibles”.
20 V. en este sentido SSTS 6 abril 1999 (Tol 1466) y 20 julio 2007 (Tol 1123956).
Cuando se trata de una donación de inmuebles con carga modal, si bien es cierto que la existencia misma,
alcance y contenido de la carga vendrán asimismo recogidas o contenidas en la propia escritura pública
de donación, la más reciente jurisprudencia matiza que dicha circunstancia “puede resultar no
determinante en aquellos supuestos en donde la causa donandi, como causa digna de tutela, venga
integrada en otros hechos esenciales que diferencien la causa de pedir hacia otros ámbitos de aplicación
del Derecho, particularmente del Derecho de sucesiones”. V. en este sentido STS 6 marzo 2013 (Tol
3527136).
21 V. en este sentido art. 651.II CC.
22 La jurisprudencia más reciente afirma que el carácter tasado de los hechos tipificados como causas de
ingratitud, no obstante, es compatible con la circunstancia de que sí pueda ser objeto de interpretación
la literalidad en la descripción o el contenido de las causas tipificadas. V. en este sentido STS 18
diciembre 2012 (Tol 3706385). De interés sin duda al respecto, es la STS 20 julio 2015 (Tol 5512942),
que sienta la doctrina, según la cual, de acuerdo con los criterios interpretativos de la realidad social del
momento de aplicación de la norma y su propia finalidad, el maltrato de obra o psicológico realizado
por el donatario debe quedar reflejado como un hecho integrado en la causa de ingratitud del art.
648.1 CC. Dice así que “No cabe duda de que en la actualidad el maltrato de obra o psicológico del
donatario, como conducta socialmente reprobable, revista o proyecta caracteres delictivos que resultan
necesariamente ofensivos para el donante. Del mismo modo que su comisión atenta a los más
elementales deberes de consideración y gratitud hacia el donante, dotando de fundamento a la
revocación de la donación por ingratitud como sanción impuesta a los donatarios que infringen dicho
deber básico de consideración hacia el donante”.
23 La STS 27 febrero 1995 (Tol 1667004), que recoge la de 18 diciembre 2012, precisó (conforme a la
doctrina científica) que la literalidad de las expresiones utilizadas no debían adscribirse a títulos
concretos del Código Penal, sino que el precepto debía interpretarse en relación a todos aquellos delitos
por los cuales pudiera resultar ofendido el donante en su gratitud, siendo suficiente para operar el
efecto revocatorio previsto en la norma. En esta línea, tampoco resulta necesario a tal efecto que se
haya producido previamente una sentencia penal condenatoria, ni tan siquiera que el procedimiento
penal se haya iniciado. Sin embargo, esta interpretación flexible de la literalidad tiene la delimitación
causal que impone el precepto, en el sentido de que no basta una conducta que resulte sólo socialmente
o éticamente reprobable, sino que tiene que revestir o proyectar caracteres delictuales aunque no estén
formalmente declarados como tales.
24 Llama la atención, ciertamente, la doctrina sentada al respecto en la STS 13 mayo 2010 (Tol 1854885),
para la cual la declaración de nulidad de la acusación particular ejercida por la hija (contra la madre
donante), al alcanzar a aquella la falta de legitimación que se deriva del artículo 103 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal, “es tanto como decir que desaparece la causa de ingratitud del artículo 648.2
que consiste precisamente en la formulación de acusación que se ha declarado nula”, “ligándose la
ingratitud a la formulación del escrito de acusación particular, deja de existir la causa de ingratitud
cuando se declara la nulidad de esta acusación”. En definitiva, para la sentencia a que se hace
referencia, “la expresión ‘imputare’ significa solo persecución judicial por medio de una acción de la
que sea titular la persona donataria y como en este caso, la hija donataria no podía ejercer la acción
penal contra la donante, mal le podía imputar un delito, por carecer de legitimidad para hacerlo”.
Dudo mucho de que esa falta de legitimación (puramente procesal, por supuesto) pueda enervar de
suyo el comportamiento ingrato del donatario respecto del donante, puesto de manifiesto en la
conducta de aquel encaminada a lograr la condena penal de la persona que llevó a cabo la atribución
patrimonial en su favor.
25 La STS 5 noviembre 2019 (Tol 7571512) recoge la explicación que de esta causa de revocación diera
García Goyena, quien afirmaba que, cuando nos encontramos ante “delitos, cuya persecución debe
instaurarse por el ministerio público, y puede serlo por acción popular, no está bien al donatario
perseguir, sino más bien compadecer a su bienhechor”; a no ser que el delito se haya cometido contra él
mismo, porque, en este caso, “el derecho de vindicarse a sí mismo, o a las personas, cuya defensa le
está encomendada por la ley, es anterior y preferente a todo otro derecho”.
26 Causa esta de revocación, que exige tres circunstancias: a) una situación de necesidad económica del
Ambos deben tener capacidad general para contratar, debiéndose, además, tener en
cuenta la norma especial del art. 1548 CC, cuando el arrendador actúe a través de
representante legal o voluntario. Señala el precepto que “Los progenitores o tutores,
respecto de los bienes de los menores, y los administradores de bienes que no tengan
poder especial, no podrán dar en arrendamiento las cosas por término que exceda de seis
años”5.
2. Elementos reales
Los elementos reales del contrato son la cosa arrendada y el precio.
La cosa arrendada puede ser inmueble o mueble, siempre que no se trate de una cosa
consumible, ya que, en tal caso, no se podría restituir al finalizar el contrato (art. 1545
CC).
Puede ser objeto del contrato, no sólo una cosa concreta, sino también una
universalidad, es decir, un conjunto patrimonial con valor autónomo, por ejemplo, una
empresa.
Respecto del precio, conforme al art. 1543 CC, ha de ser cierto6, aunque, a diferencia de
lo que acontece respecto de la compraventa, no se dice que haya de ser en dinero7. Por lo
tanto, es posible que el precio del arrendamiento consista en las mejoras que el
arrendatario pueda hacer en la finca arrendada.
El art. 17.5 LAU (introducido por la Ley 1/2013, de 4 de junio) establece que “En los contratos de
arrendamiento podrá acordarse libremente por las partes que, durante un plazo determinado, la
obligación del pago de la renta pueda reemplazarse total o parcialmente por el compromiso del
arrendatario de reformar o rehabilitar el inmueble en los términos y condiciones pactadas. Al
finalizar el arrendamiento, el arrendatario no podrá pedir en ningún caso compensación adicional
por el coste de las obras realizadas en el inmueble. El incumplimiento por parte del arrendatario de
la realización de las obras en los términos y condiciones pactadas podrá ser causa de resolución del
contrato de arrendamiento y resultará aplicable lo dispuesto en el apartado 2 del artículo 23”.
El requisito de que el precio sea cierto significa que ha de poder ser fijado sin necesidad
de un nuevo acuerdo de las partes (art. 1273 CC), pues, en otro caso, el contrato sería
nulo por falta de uno de sus elementos esenciales (art. 1261.2º CC).
3. Elementos formales
Respecto de los elementos formales, rige el principio de libertad de forma, aunque,
tratándose de arrendamiento de inmuebles inscribibles en el Registro de la Propiedad, en
virtud de los arts. 1279 y 1280 CC, las partes podrán compelerse recíprocamente al
otorgamiento de escritura pública.
La parte interesada en que el contrato de arrendamiento se eleve a escritura pública será
el arrendatario, con lo que su derecho podrá ser inscrito en el Registro de la Propiedad y
resultará oponible a terceros.
La obligación de reparar cesa cuando el inmueble se halla en estado de ruina física, caso
en el que, según veremos, la LAU prevé la extinción del contrato, lo que, sin embargo, no
eximirá al arrendador de responder por daños y perjuicios, cuando la ruina sea imputable,
precisamente, a su falta de diligencia, al no haber desplegado una diligencia media al
hacer las reparaciones necesarias para la adecuada conservación del inmueble12.
La jurisprudencia admite que el arrendatario haga, por sí mismo, las reparaciones
necesarias, con derecho a reclamar posteriormente su importe al arrendador, si concurren
razones de urgencia.
c) Así mismo, el arrendador está obligado a “mantener al arrendatario en el goce
pacífico del arrendamiento por todo el tiempo del contrato”13.
Por ello, el arrendador deberá ejercitar la acción negatoria frente a los terceros que
aleguen tener un derecho que perjudique al del arrendatario (por ejemplo, un derecho de
usufructo o de servidumbre sobre la finca arrendada). Si se trata de una pura perturbación
de hecho, el arrendatario podrá ejercitar directamente las acciones de retener o recobrar la
posesión, según resulta del art. 1560 CC14.
La STS 23 julio 1993 (Tol 1663256) afirmó que “La noción de ‘perturbación de mero hecho’ se
concreta a supuestos en que un tercero actúa arbitrariamente o por puro capricho o mala fe o con
intención ilícita; pero sin que exista la misma, como aquí ocurrió, cuando la perturbación la realiza
el tercero estimando que le asiste un derecho, en cuyo caso la perturbación es de derecho”.
V. CESIÓN Y SUBARRIENDO
La cesión y el subarriendo son figuras distintas.
La cesión consiste en que el arrendatario cede al cesionario la posición contractual que
ostentaba en el arrendamiento, con todos sus derechos y obligaciones anejos,
desvinculándose totalmente de la relación jurídica que le ligaba con el arrendador19. Es,
pues, un supuesto de subrogación (personal) del cesionario en la posición que tenía el
arrendatario anterior frente al arrendador.
El subarriendo supone, por el contrario, que el arrendatario no pierde su posición
contractual, sino que, en virtud de ésta, celebra un nuevo contrato de arrendamiento con
un tercero (subarrendatario).
No hay previsión específica en el Código Civil respecto de la cesión. Así las cosas, nada
se opone a que las partes pacten inicialmente la facultad del arrendatario de ceder el
contrato o que así lo acuerden una vez vigente este. En este último caso, hay que tener en
cuenta que la cesión implica la transmisión de derechos y obligaciones, de manera que, a
falta de pacto, resulta imprescindible el consentimiento del arrendador para la validez de
la cesión (art. 1205 CC).
En materia de subarriendo, por su parte, hay diferencias significativas entre la legislación
especial de arrendamientos urbanos y el Código civil.
Así, según veremos, la legislación de arrendamientos urbanos prohíbe al inquilino
subarrendar la vivienda sin permiso del arrendador.
En cambio el art. 1550 CC consagra, exactamente, la solución contraria, permitiendo el
subarriendo, siempre que en el contrato de arrendamiento no se hubiera prohibido
expresamente20.
El subarriendo no exime al arrendatario de responsabilidad frente al arrendador, por el
incumplimiento de sus propias obligaciones (art. 1550 CC), en particular, si no paga las
rentas, el arrendador podrá dirigirse contra el subarrendatario para reclamarle las que
este, a su vez, deba al arrendatario, lo que constituye una excepción al principio de la
relatividad de los efectos del contrato (art. 1552 CC).
Por último, el subarriendo no puede existir como contrato independiente, sino que trae
causa del contrato de arrendamiento, de forma que si falta este no puede pervivir aquel21.
2. Efectos de la extinción
Al extinguirse el contrato, el arrendatario deberá devolver la cosa al arrendador en el
estado en que se hallare al tiempo en que se le entregó23, respondiendo de los deterioros
causados en ella por él mismo o por las personas de su casa (arts. 1561, 1563 y 1564 CC).
La STS 4 marzo 2004 (Tol 356772) consideró que el arrendatario de unos locales industriales
debía responder por el deterioro de los mismos causado por un incendio de origen desconocido, en
la medida en que no acreditó, tal y como prevé el art. 1563 CC, la ausencia de culpa o negligencia
por su parte en la producción del mismo, ni tampoco demostró que hubiera tomado las medidas de
cuidado, vigilancia o previsión de dicho evento, sin duda imprescindibles en un caso como el
enjuiciado, en el cual el arrendatario había acumulado materiales de fácil combustión.
VII. CUESTIONARIO
1º. ¿Sería nulo el contrato de arrendamiento celebrado sin fijarse plazo de duración?
2º. ¿Puede pactarse el contrato de arrendamiento por duración indefinida? ¿Qué soluciones
propone la doctrina para este caso?
3º. ¿Es necesario que el precio se pague en dinero? En caso negativo, indique ejemplos de
contraprestaciones que puedan constituir el precio.
4º. ¿Cuál es la obligación primera y principal del arrendador? ¿Qué puede hacer el
arrendatario, en caso de que el arrendador la incumpla?
5º. ¿Tiene alguna obligación el arrendador, en caso de que un tercero alegue tener un
derecho que perjudique al del arrendatario?
6º. Diferencie conceptualmente la cesión y el subarriendo.
7º. ¿Cabe el subarriendo en el contrato de arrendamiento de cosas?
8º. ¿Tiene el arrendatario derecho a que se le indemnice por las mejoras efectuadas en la
cosa arrendada? En caso negativo, ¿puede hacer algo para no perder lo invertido? ¿En qué
supuesto?
1 La STS 7 junio 1979 (Tol 1740898) observa que “La cesión arrendaticia ha de ser por tiempo
determinado, ya que ello supondría imponer al arrendador la duración indefinida del arrendamiento, lo
que es contrario a la naturaleza de este”.
2 V. en este sentido SSTS 19 enero 1965 (RAJ 1965, 202) y 9 julio 1979 (Tol 1741232).
3 V. en este sentido SSTS 9 julio 1979 (Tol 1741232) y 4 diciembre 1987 (Tol 1737124).
4 A tenor del art. 1571.I CC, “El comprador de una finca arrendada tiene derecho a que termine el
arriendo vigente al verificarse la venta, salvo pacto en contrario y lo dispuesto en la Ley Hipotecaria”
La STS 10 noviembre 2020 (Tol 8209067), que recuerda que dicho norma es expresión del aforismo
“venta quita renta”, observa que, “producida la adquisición del inmueble arrendado, tratándose de un
contrato regido por el Código Civil, y habiendo exteriorizado la entidad compradora mediante
comunicación dirigida a la parte demandada, el mismo día de la compra del inmueble, la intención de
dar por finalizada la ocupación del local arrendado por la parte demandada, dándole un plazo para
dejarlo libre y expedito a su disposición, es evidente que no puede operar una supuesta tácita
reconducción, siendo la demandada una tenedora de la cosa sin título para seguir usando y disfrutando
de la cosa”. En conclusión, la circunstancia de haber permanecido varios meses el arrendatario
ocupando el local después de la finalización del arriendo no es una tácita reconducción del contrato
originario, sino, en su caso, un contrato renovado por meses, al pagarse la renta mensualmente (art.
1581 CC).
5 La STS 23 noviembre 2001 (Tol 102007) precisa que “El precepto se constriñe al arrendamiento de
inmuebles y de duración superior a los seis años, entendiendo que excede de los actos de
administración ordinaria, pero sólo alcanza a los administradores que carezcan de poder especial,
equiparada tal limitación a los arrendamientos inscritos (art. 1713.2º CC)”.
6 La STS 30 mayo 2000 (Tol 171314) observa que “El precio es elemento esencial del arriendo y ha de ser
no sólo real, sino determinado o, en su caso, determinable, lo que sirve para acusar la onerosidad de la
relación. Su inexistencia la desnaturaliza, pues es incompatible con la norma del contrato locativo la
gratuidad”. En el mismo sentido, la STS 18 abril 1995 (RAJ 1995, 3424) afirma que “el requisito de la
certeza del precio equivale a que sea determinado, es decir, no aleatorio o contingente”.
7 La STS 1 diciembre 2001 (Tol 130749) explica que “La contraprestación por el uso de la cosa puede
consistir en la entrega de cosa distinta al dinero o en la prestación de algún servicio por el arrendatario
al arrendador”.
8 Como dice la STS 14 abril 1979 (Tol 1741166), es “La primera y más esencial de las obligaciones que
3533203), por su parte, consideró que existía un cumplimiento irregular del art. 1554 CC, “ya que el
terreno objeto de arrendamiento estaba situado en una zona grafiada como zona verde y de
aparcamientos y según dictaminó el Ayuntamiento de Ciudadela no era adecuado para el desarrollo de
la actividad convenida, no concediendo la licencia municipal a tal fin”.
10 V. en este sentido STS 22 diciembre 2006 (Tol 1025785).
11 La STS 18 octubre 1993 (Tol 1663960) explica que “Entre las obligaciones básicas se incluye la de
hacer en la cosa arrendada las reparaciones necesarias a fin de conservar la cosa arrendada en estado de
servir para el uso a que ha sido destinada, y, desde luego, el concepto se extiende a la realización de las
obras pactadas para conseguir la satisfactoria utilización del local arrendado, conforme al uso
convenido”.
12 V. en este sentido SSTS 3 julio 2000, 11 marzo 2002 (Tol 155033), (Tol 6615) y 5 enero 2006 (Tol
809284).
13 V. a este respecto SSTS 29 febrero 2011 (RJ 2012, 4994) y 11 abril 2013 (Tol 3745476).
14 V. en este sentido SSTS 10 junio 1985 (Tol 1736360) y 24 enero 1992 (Tol 1661419).
15 La obligación de pagar la renta implica que el arrendatario ha recibido la cosa arrendada y puede usar
contrato quedó resuelto de pleno derecho, por ser ésta el objeto esencial para su existencia, conforme a
lo establecido en el art. 1568, en relación con los arts. 1136 y 1261 del CC”. Igualmente, la
expropiación forzosa de la finca arrendada por causa de utilidad pública lleva como consecuencia
necesaria la extinción del contrato de arrendamiento, según observa la STS 2 enero 1956 (RAJ 1956,
651).
23 La STS 2 febrero 2005 (Tol 582586) explica que “En el deber de devolución de la cosa, al finalizar el
arriendo, corresponde al arrendador asumir la devaluación del valor de la finca por el transcurso del
tiempo de duración del contrato y por el uso al que su objeto fue destinado (causa inevitable, entre
otras)”. Por otra parte, la STS 22 diciembre 2003 (Tol 340997), observa que “la devolución de la
fianza no implica renuncia a la indemnización por las obras que han deteriorado la finca”.
16. EL ARRENDAMIENTO URBANO
SUMARIO: I. LA LEY DE ARRENDAMIENTOS URBANOS DE 24 DE NOVIEMBRE DE 1994. II. CLASES DE
ARRENDAMIENTOS. 1. Arrendamiento de vivienda. 2. Arrendamiento para uso distinto del de vivienda. III.
DISPOSICIONES COMUNES A AMBAS CLASES DE ARRENDAMIENTOS. IV. REGULACIÓN LEGAL DEL
ARRENDAMIENTO DE VIVIENDA. 1. Cesión y subarriendo. 2. Duración del contrato. 3. La prórroga forzosa. 4.
Prórroga tácita. 5. Desistimiento. 6. Resolución del derecho del arrendador. 7. Enajenación de la vivienda
arrendada. 8. Situaciones de crisis matrimonial del arrendatario. 9. Subrogación mortis causa. 10. La renta. 11.
Conservación de la vivienda. 12. Obras en la vivienda arrendada. 13. Derechos de adquisición preferente. 14.
Suspensión por falta de habitabilidad de la vivienda. 15. Resolución del contrato. A) Incumplimiento grave por
parte del arrendatario.. B) Incumplimiento grave por el arrendador. 16. Extinción del contrato. V. RÉGIMEN
LEGAL DEL ARRENDAMIENTO PARA USO DISTINTO DEL DE VIVIENDA. VI. CUESTIONARIO. VII. CASOS
PRÁCTICOS. VIII. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
Esta reforma tuvo como objeto la mejora de las condiciones del propietario-arrendador
(especialmente, se redujo la prórroga forzosa de cinco a tres años y se admitió el pacto por
el que se pudiera renunciar a los derechos de adquisición preferente de la vivienda), en un
contexto de crisis económica en el que los jóvenes tenían un difícil acceso a la
independencia a través de la compraventa de una vivienda. Así las cosas, la reforma
pretendía suprimir las tradicionales trabas que pudieran llevar a los propietarios a no
arrendar viviendas vacías, tratando de obtener un mayor número de inmuebles
disponibles en el mercado del alquiler de viviendas.
Sin embargo, recientemente, la LAU ha vuelto a ser modificada, en este caso por el RDL
7/2019, de 1 de marzo, de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler. Esta
reforma ha supuesto, en algunos aspectos, la vuelta a la situación anterior a 2013, como
consecuencia de no haber dado la reforma operada en dicho año los resultados esperados.
Toda vez no contener la reforma medidas concretas en relación a la moderación de los
precios del alquiler de viviendas, del Preámbulo se desprende claramente esta
preocupación: “La reforma liberalizadora de 2013, además de no dar los resultados
esperados en lo relativo al incremento de la oferta de vivienda y la moderación de los
precios, ha situado al arrendatario de una vivienda como residencia habitual en una
posición de debilidad que no responde a las condiciones mínimas de estabilidad y
seguridad con las que se debe dotar al inquilino de una vivienda en posesión de justo
título”.
El RDL 7/2019, de 1 de marzo, de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler, se publicó
en el B.O.E. el día 5 de marzo de 2019, entrando en vigor el día siguiente al de su publicación (6 de
marzo), tal y como establece la Disposición Final Tercera.
En cuanto a los contratos celebrados con anterioridad a la entrada en vigor del RDL 7/2019, de 1
de marzo, de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler, la Disposición Transitoria Primera
señala que “continuarán rigiéndose por lo establecido en el régimen jurídico que les era de
aplicación”. Añade, no obstante, que “Sin perjuicio de ello, cuando las partes lo acuerden y no
resulte contrario a las previsiones legales, los contratos preexistentes podrán adaptarse al régimen
jurídico establecido en este real decreto-ley”.
El art. 1 LAU dispone que “La presente Ley establece el régimen jurídico aplicable a los
arrendamientos de fincas urbanas que se destinen a vivienda o a usos distintos del de
vivienda”.
El precepto debe leerse en el sentido de que cualquier contrato de arrendamiento sobre
finca urbana se regula por la LAU, siendo las normas del Código civil sobre la materia
meramente supletorias de aquella.
No obstante, a tenor de lo dispuesto en el art. 5 LAU, quedan excluidos del ámbito de
aplicación de la misma una serie de contratos, que están sujetos a una normativa
específica (laboral o administrativa), como son los relativos al uso de las viviendas que los
porteros, guardas, asalariados, empleados y funcionarios, tengan asignadas por razón del
cargo que desempeñen o del servicio que presten2; o al uso de las viviendas militares o
universitarias; así mismo, los contratos en que, arrendándose una finca con casa-
habitación, sea el aprovechamiento agrícola, pecuario o forestal del predio la finalidad
primordial del arrendamiento (los cuales se regirán por la LAR).
Así mismo, tras la reforma de 2013, también quedan excluidos del ámbito de aplicación
de la LAU, por disposición del art. 5 e) de la misma, los denominados arrendamientos
turísticos, afectando la exclusión a “La cesión temporal de uso de la totalidad de una
vivienda amueblada y equipada en condiciones de uso inmediato, comercializada o
promocionada en canales de oferta turística o por cualquier otro modo de
comercialización o promoción, y realizada con finalidad lucrativa, cuando esté sometida a
un régimen específico, derivado de su normativa sectorial turística”.
El precepto ha sido matizado por el RDL 7/2019, de 1 de marzo, de medidas urgentes en materia
de vivienda y alquiler, que ha suprimido la limitación de que las viviendas turísticas deban ser
necesariamente comercializadas a través de canales de oferta turística, y remite específicamente a lo
establecido en la normativa sectorial turística que resulte de aplicación.
1. Arrendamiento de vivienda
Según el art. 2 LAU, “Se considera arrendamiento de vivienda aquel arrendamiento que
recae sobre una edificación habitable cuyo destino primordial sea satisfacer la necesidad
permanente de vivienda del arrendatario”, aplicándose también sus normas “al
mobiliario, los trasteros, las plazas de garaje y cualesquiera otras dependencias, espacios
arrendados o servicios cedidos como accesorios de la finca por el mismo arrendador”.
En el caso de que lo arrendado sea una plaza de garaje, como finca independiente, y no, como
anejo de una vivienda, la jurisprudencia más reciente parece ser favorable a considerar aplicable el
Código civil, en vez de la LAU3.
Ahora bien, la voluntad de las partes ha de respetar los numerosos preceptos de la LAU,
que, a pesar de la reforma de 2013, siguen teniendo carácter imperativo, es decir: por un
lado, las normas comunes a los dos tipos de arrendamientos en ella regulados, contenidos
en los Títulos I y IV, a las que posteriormente, nos referiremos; y, por otro, las específicas
normas relativas a los arrendamientos de vivienda, contenidas en el Título II.
El art. 6 LAU, con el que se inicia el Título II, dice, así, que “Son nulas, y se tendrán por
no puestas, las estipulaciones que modifiquen en perjuicio del arrendatario o
subarrendatario las normas del presente Título, salvo los casos en que la propia norma
expresamente lo autorice”.
Los pactos contrarios a la Ley darían lugar a la nulidad parcial del contrato,
sustituyéndose los pactos inválidos por la norma infringida.
Del precepto se deduce que la primera fuente de reglamentación contractual es el Título
II de la LAU (arts. 6 a 28), que contiene una serie de normas relativas a la duración del
contrato, a la renta, a los derechos y obligaciones de las partes y a la extinción del
contrato, que tienen un marcado carácter imperativo, ya que tratan de evitar que las
partes puedan llegar a pactos contrarios al inquilino, al que se le supone la parte débil del
contrato.
1. Cesión y subarriendo
A tenor del art. 8 LAU, tanto la cesión del contrato, como el subarriendo parcial (única
modalidad admitida por la Ley) requerirán el “consentimiento escrito del arrendador” y,
en su defecto, este podrá resolver el contrato, según resulta del art. 27.2.c) LAU.
Ahora bien, esta consecuencia parece que hay que matizarla con la aplicación de la
doctrina de la buena fe, en particular, con la prohibición de ir contra los actos propios o
del retraso desleal en el ejercicio de los derechos. Es, así, dudoso, que el arrendador que
hubiera cobrado un precio por la cesión pueda resolver el contrato, alegando que no lo
consintió por escrito, como también en el caso de giro de recibos de renta al cesionario.
En particular, respecto del subarriendo, hay que tener en cuenta las siguientes normas,
que resultan del art. 8.2 LAU: a) “La vivienda arrendada sólo se podrá subarrendar de
forma parcial y previo consentimiento escrito del arrendador”; b) “El derecho del
subarrendatario se extinguirá, en todo caso, cuando lo haga el del arrendatario que
subarrendó”; y c) “El precio del subarriendo no podrá exceder, en ningún caso, del que
corresponda al arrendamiento”12.
3. La prórroga forzosa
El art. 9.1. LAU dice, así, que si la duración pactada “fuera inferior a cinco años, o
inferior a siete años si el arrendador fuese persona jurídica, llegado el día del vencimiento
del contrato, este se prorrogará obligatoriamente por plazos anuales hasta que el
arrendamiento alcance una duración mínima de cinco años, o de siete años si el
arrendador fuese persona jurídica, salvo que el arrendatario manifieste al arrendador, con
treinta días de antelación como mínimo a la fecha de terminación del contrato o de
cualquiera de las prórrogas, su voluntad de no renovarlo”. Añade el precepto que “El
plazo comenzará a contarse desde la fecha del contrato o desde la puesta del inmueble a
disposición del arrendatario si ésta fuere posterior. Corresponderá al arrendatario la
prueba de la fecha de la puesta a disposición”15.
Una de las grandes modificaciones del RDL 7/2019, de 1 de marzo, de medidas urgentes en
materia de vivienda y alquiler, es la vuelta al periodo de 5 años de prórroga forzosa, existente antes
de la reforma liberalizadora de 2013. Además, ese periodo aumenta a 7 años en caso de ser el
arrendador una persona jurídica.
La norma es imperativa, según resulta del art. 6 LAU, por lo que un pacto en el que se
excluyera el beneficio de la prórroga forzosa a favor del inquilino sería nulo de pleno
derecho, dando lugar a un supuesto de nulidad parcial, sustituyéndose el pacto nulo por
lo dispuesto en el art. 9.1 LAU16.
No obstante, a tenor de la nueva redacción del art. 9.3.I LAU, dada por el RDL 7/2019,
de 1 de marzo, de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler, “Una vez
transcurrido el primer año de duración del contrato y siempre que el arrendador sea
persona física, no procederá la prórroga obligatoria del contrato cuando, al tiempo de su
celebración, se hubiese hecho constar en el mismo, de forma expresa, la necesidad17 para
el arrendador de ocupar la vivienda arrendada antes del transcurso de cinco años para
destinarla a vivienda permanente para sí o sus familiares en primer grado de
consanguinidad o por adopción o para su cónyuge en los supuestos de sentencia firme de
separación, divorcio o nulidad matrimonial”.
Continúa diciendo el precepto que “Para ejercer esta potestad de recuperar la vivienda,
el arrendador deberá comunicar al arrendatario que tiene necesidad de la vivienda
arrendada, especificando la causa o causas entre las previstas en el párrafo anterior, al
menos con dos meses de antelación a la fecha en la que la vivienda se vaya a necesitar y el
arrendatario estará obligado a entregar la finca arrendada en dicho plazo si las partes no
llegan a un acuerdo distinto”.
A efectos de esta comunicación, como de cualquier otra, habrá que tener en cuenta la novedad
que supone el nuevo art. 4.6 LAU, introducido en la reforma de 2013. A tenor del mismo, “Las
partes podrán señalar una dirección electrónica a los efectos de realizar las notificaciones previstas
en esta ley, siempre que se garantice la autenticidad de la comunicación y de su contenido y quede
constancia fehaciente de la remisión y recepción íntegras y del momento en que se hicieron”.
El art. 9.3 LAU precisa, en su párrafo tercero, que “Si transcurridos tres meses a contar
de la extinción del contrato o, en su caso, del efectivo desalojo de la vivienda, no hubieran
procedido el arrendador o sus familiares en primer grado de consanguinidad o por
adopción o su cónyuge en los supuestos de sentencia firme de separación, divorcio o
nulidad matrimonial a ocupar esta por sí, según los casos, el arrendatario podrá optar, en
el plazo de treinta días, entre ser repuesto en el uso y disfrute de la vivienda arrendada por
un nuevo período de hasta cinco años, respetando, en lo demás, las condiciones
contractuales existentes al tiempo de la extinción, con indemnización de los gastos que el
desalojo de la vivienda le hubiera supuesto hasta el momento de la reocupación, o ser
indemnizado por una cantidad equivalente a una mensualidad por cada año que quedara
por cumplir hasta completar cinco años, salvo que la ocupación no hubiera tenido lugar
por causa de fuerza mayor, entendiéndose por tal, el impedimento provocado por aquellos
sucesos expresamente mencionados en norma de rango de Ley a los que se atribuya el
carácter de fuerza mayor, u otros que no hubieran podido preverse, o que, previstos,
fueran inevitables”18.
4. Prórroga tácita
Distinta de la prórroga forzosa es la prórroga tácita, la cual opera por voluntad tácita de
las partes (no oponerse a que continúe el contrato, una vez transcurridos como mínimo
cinco años de duración de aquel, o siete años si el arrendador fuese persona jurídica).
El art. 10.1 afirma que “Si llegada la fecha de vencimiento del contrato, o de cualquiera
de sus prórrogas, una vez transcurridos como mínimo cinco años de duración de aquel, o
siete años si el arrendador fuese persona jurídica, ninguna de las partes hubiese notificado
a la otra, al menos con cuatro meses de antelación a aquella fecha en el caso del
arrendador y al menos con dos meses de antelación en el caso del arrendatario, su
voluntad de no renovarlo, el contrato se prorrogará obligatoriamente por plazos anuales
hasta un máximo de tres años más, salvo que el arrendatario manifieste al arrendador con
un mes de antelación a la fecha de terminación de cualquiera de las anualidades, su
voluntad de no renovar el contrato”19. Añade el art. 10.2 que “Al contrato prorrogado, le
seguirá siendo de aplicación el régimen legal y convencional al que estuviera sometido”20.
5. Desistimiento
La facultad de desistimiento del inquilino, esto es, de desvincularse unilateralmente del
contrato, es prevista, por el art. 11 LAU (reformado en 2013)21.
El precepto dice, así, que “El arrendatario podrá desistir del contrato de arrendamiento,
una vez que hayan transcurrido al menos seis meses, siempre que se lo comunique al
arrendador con una antelación mínima de treinta días. Las partes podrán pactar en el
contrato que, para el caso de desistimiento, deba el arrendatario indemnizar al arrendador
con una cantidad equivalente a una mensualidad de la renta en vigor por cada año del
contrato que reste por cumplir. Los períodos de tiempo inferiores al año darán lugar a la
parte proporcional de la indemnización”.
Las partes pueden, pues, pactar una cláusula penal, con función sustitutiva de los daños
y perjuicios (art. 1152 CC), que el desistimiento haya causado al arrendador, cuya cuantía
viene limitada legalmente. La norma, sin duda, está pensada para el caso de desistimiento
legítimo, que tenga lugar una vez transcurridos seis meses desde la celebración del
contrato. Es, pues, dudoso que dicha limitación cuantitativa opere en los casos en que el
desistimiento tenga lugar con anterioridad, en cuyo caso cabría pensar en la reparación
integral del daño22, a no ser, quizás, que el desistimiento tuviera lugar inmediatamente
después de la conclusión del contrato23.
No obstante lo dicho, hay que tener en cuenta que, en el caso de que el arrendatario estuviera
casado o unido de hecho a otra persona durante, al menos, dos años (plazo que no se exige, cuando
haya descendencia en común), el art. 12.1 LAU reconoce al cónyuge o conviviente el derecho a
subrogarse en el arrendamiento en el lugar del inquilino, siempre que no hubiesen consentido el
desistimiento.
10. La renta
La fijación de la renta se rige por el principio de autonomía privada37: arrendador y
arrendatario pueden pactar la renta que tengan por conveniente38.
Sin embargo, en la práctica, la posición de poder del arrendador ha llevado a que los precios del
alquiler sean excesivos, asistiendo en la actualidad en España a un debate sobre la implementación
de medidas que puedan suponer una moderación de precios, ya que, tal y como manifiesta el
Preámbulo del RDL 7/2019, de 1 de marzo, de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler:
“[...] si no se adoptan las medidas oportunas, [el porcentaje de renta que las familias destinan al
pago del alquiler de vivienda] previsiblemente irá en aumento, ya que el precio de los alquileres se
ha incrementado en los últimos tres años en más de un 15% y, en algunas localizaciones, el
incremento duplica el registrado en el conjunto de España”.
Así, conforme al art. 17 LAU, “La renta será la que libremente estipulen las partes39”,
efectuándose el pago en el lugar y por el procedimiento que acuerden las partes (por
ejemplo, ingreso en cuenta bancaria, giro postal o entrega cheque bancario) o, en su
defecto, en metálico y en la vivienda arrendada, quedando el arrendador obligado a
entregar al arrendatario recibo del pago, “salvo que se hubiera pactado que este se realice
mediante procedimientos que acrediten el efectivo cumplimiento de la obligación de pago
por el arrendatario”.
Como novedad, el vigente art. 17.5 LAU (tras la reforma de 2013) establece que “En los contratos
de arrendamiento podrá acordarse libremente por las partes que, durante un plazo determinado, la
obligación del pago de la renta pueda reemplazarse total o parcialmente por el compromiso del
arrendatario de reformar o rehabilitar el inmueble en los términos y condiciones pactadas. Al
finalizar el arrendamiento, el arrendatario no podrá pedir en ningún caso compensación adicional
por el coste de las obras realizadas en el inmueble. El incumplimiento por parte del arrendatario de
la realización de las obras en los términos y condiciones pactadas podrá ser causa de resolución del
contrato de arrendamiento y resultará aplicable lo dispuesto en el apartado 2 del artículo 23”.
En materia de actualización de la renta, tras la reforma de 2013, al igual que lo que
acontece respecto de su fijación inicial, rige el principio de autonomía privada, por lo que
podrá realizarse “en la fecha en que se cumpla cada año de vigencia del contrato, en los
términos pactados por las partes”. Como gran novedad, en esta sede, del RDL 7/2019, de
1 de marzo, de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler, en defecto de pacto
expreso, no procederá la actualización de rentas a los contratos (art. 18.1 LAU).
Según resulta del art. 18.2 LAU, la actualización de la renta no es automática, sino que
sólo tiene lugar a instancia del arrendador, quien, normalmente, la realizará el último mes
en el que expire la anualidad anterior, notificándola al inquilino en el recibo
correspondiente a dicho mes.
Si el arrendador se retrasa al realizar la notificación, pierde el derecho a aplicar la
actualización a las rentas correspondientes a los meses de la anualidad corriente ya
transcurridos antes de realizar la notificación40.
El precepto exige que el consentimiento se dé por escrito. Sin embargo, parece que hay
que flexibilizar este requisito, siempre que el arrendatario pruebe de manera indubitada la
existencia de un consentimiento del arrendador a la realización de las obras47, aunque no
lo hubiera expresado en forma escrita.
La jurisprudencia considera que las obras que modifican la configuración de la vivienda
son, exclusivamente, las fijas o de fábrica48. Se excluyen, pues, las obras de carácter
mueble que puedan separarse sin menoscabo o deterioro del edificio, como, por ejemplo,
un tabique de madera, puramente provisional, divisorio del local arrendado y fácilmente
desmontable49; la sustitución de pavimentos, falsos techos de escayola fácilmente
susceptibles de reversión, revestimientos de madera, placas de mármol o similar que no
afectan a la construcción del local, es decir, a su estructura, así como la instalación
eléctrica50; el simple alicatado, que, por su propia naturaleza, no cabe entenderlo más que
de embellecimiento51; o la colocación de una uralita52.
También se excluyen las obras llevadas a cabo por el arrendatario para evitar un daño inminente o
incomodidad grave, por no tratarse de obras realizadas por su voluntad, sino impuestas por causas o
circunstancias no queridas, como, por ejemplo, sucede cuando se tabica una puerta o ventana,
“como medida expedita y rápida de protección”, ante el riesgo de volver a sufrir un robo53.
Las obras que afectan a la configuración del edificio pueden afectar a la distribución de
la vivienda (por ejemplo, se hacen habitaciones, donde no las había54, o se construye,
derriba o corre un tabique55), a los huecos de los muros (por ejemplo, se abre o cierra una
ventana o una puerta56) o a los elementos arquitectónicos (por ejemplo, se elimina un
pilar57 o se convierte una ventana en puerta, lo que afecta a la estructura de base y vertical
del edificio58).
En caso de realización, por parte del inquilino, de este tipo de obras, sin el
consentimiento del arrendador, este podrá resolver el contrato, según el art. 27.2.d) LAU,
o podrá mantener su vigencia, con la facultad de “exigir, al concluir el contrato, que el
arrendatario reponga las cosas al estado anterior o conservar la modificación efectuada,
sin que este pueda reclamar indemnización alguna” (art. 23.2 LAU).
Si, a pesar de lo establecido en el art. 23.1 LAU, “el arrendatario ha realizado unas obras que han
provocado una disminución de la estabilidad de la edificación o de la seguridad de la vivienda o sus
accesorios, el arrendador podrá exigir de inmediato del arrendatario la reposición de las cosas al
estado anterior” (art. 23.3 LAU).
La perturbación a la que se refiere el precepto puede también derivar de una omisión por
parte del arrendador, que no reacciona frente a terceros que pretendan tener un derecho
sobre la cosa arrendada. Hay que recordar que, en virtud del art. 1560 CC, el
arrendatario puede accionar frente a perturbaciones de hecho de terceros, pero no, de
derecho, en cuyo caso, es el acreedor quien “debe realizar los actos o ejercitar las acciones
para mantener al arrendatario en el goce pacífico del arriendo”91.
c) Los derechos de adquisición preferente tampoco tienen régimen especial, pues, como
señala el art. 31 LAU, “Lo dispuesto en el artículo 25 de la presente ley será de aplicación
a los arrendamientos que regula este Título”. Por lo tanto, es posible el pacto de exclusión
de estos derechos, que desde la reforma de 2013, también es posible en el arrendamiento
de viviendas.
d) El art. 32 LAU establece un régimen específico para la cesión y el subarriendo, que
presenta las siguientes particularidades respecto del arrendamiento de vivienda: el
arrendatario puede subarrendar y ceder el contrato sin necesidad de consentimiento del
arrendador, el cual, sin embargo, tendrá derecho a elevar la renta; cabe el subarriendo
total, y, por último, no hay limitación respecto del precio de la cesión o subarriendo, que
puede exceder, a diferencia del arrendamiento de vivienda, del pactado para el
arrendamiento.
e) El art. 33 LAU prevé la subrogación mortis causa a favor de los herederos o legatarios
del arrendatario, cuando éstos continúen la actividad empresarial o profesional
desarrollada por aquel. Dicho precepto establece que “En caso de fallecimiento del
arrendatario, cuando en el local se ejerza una actividad empresarial o profesional, el
heredero o legatario que continúe el ejercicio de la actividad podrá subrogarse en los
derechos y obligaciones del arrendatario hasta la extinción del contrato. La subrogación
deberá notificarse por escrito al arrendador dentro de los dos meses siguientes a la fecha
del fallecimiento del arrendatario”98.
f) Señala el art. 34 LAU que “La extinción por transcurso del término convencional del
arrendamiento de una finca en la que durante los últimos cinco años se haya venido
ejerciendo una actividad comercial de venta al público, dará al arrendatario derecho a una
indemnización a cargo del arrendador, siempre que el arrendatario haya manifestado con
cuatro meses de antelación a la expiración del plazo su voluntad de renovar el contrato
por un mínimo de cinco años más y por una renta de mercado. Se considerará renta de
mercado la que al efecto acuerden las partes; en defecto de pacto, la que, al efecto,
determine el árbitro designado por las partes”99.
El precepto tiene por objeto indemnizar al arrendatario por la pérdida de clientela o por
el aprovechamiento que otros harán de la misma. La cuantía de la indemnización se
calculará conforme a lo dispuesto en el art. 34.II LAU.
Esta norma operará, al igual que el resto de las aquí tratadas, salvo pacto de las partes
disponiendo otra cosa.
g) El art. 35 LAU se refiere a la resolución del arrendamiento para uso distinto del de
vivienda. Dispone, a tal efecto, que “El arrendador podrá resolver de pleno derecho el
contrato por las causas previstas en las letras a), b), d) y e) del artículo 27.2 [falta de pago
de renta o fianza, realización de daños causados dolosamente en la finca o de obras no
consentidas por el arrendador cuando el consentimiento de este sea necesario, o
realización de actividades molestas, insalubres, nocivas, peligrosas o ilícitas] y por la
cesión o subarriendo del local incumpliendo lo dispuesto en el artículo 32”100. Esto no
obsta a que pueda entrar en juego la resolución del contrato por la vía del art. 1124 CC.
VI. CUESTIONARIO
1º. ¿Por qué regulación se rige el arrendamiento de vivienda suntuaria?
2º. ¿Puede ser un solar objeto de un arrendamiento para uso distinto del de vivienda?
3º. Diferencie los conceptos de subarriendo y cesión del contrato de arrendamiento.
4º. ¿Existe alguna limitación a la libertad contractual para fijar la duración del
arrendamiento?
5º. ¿Cabe un pacto en el que se excluyera el beneficio de la prórroga forzosa a favor del
inquilino?
6º. ¿Hay alguna excepción al beneficio de la prórroga forzosa? Indique qué requisitos deben
cumplirse para que tenga virtualidad.
7º. ¿Cuál es el régimen aplicable al contrato prorrogado por tácita reconducción?
8º. ¿Cuándo cabe el desistimiento y qué requisitos se han de dar para que sea válido?
9º. ¿Ha de soportar el arrendamiento el comprador de la vivienda arrendada? Plantee las
diferentes situaciones que pueden darse.
10º. ¿Es automática la subrogación mortis causa? ¿Qué formalidad debe cumplirse?
11º. ¿Cómo se produce la actualización de la renta?
12º. ¿Tiene derecho el arrendador a elevar la renta por la realización de las reparaciones que
sean necesarias para conservar la vivienda en las condiciones de habitabilidad?
13º. ¿Qué tipo de obras se considera que modifican la configuración de la vivienda? Indique
ejemplos.
14º. Diferencie entre los derechos de tanteo y de retracto.
15º. En el arrendamiento para uso distinto del de vivienda, ¿debe el adquirente soportar el
contrato de arrendamiento? Compare con el arrendamiento de vivienda.
16º. Diferencie el régimen de la cesión y el subarriendo en el arrendamiento de vivienda y
en el de finca urbana para uso distinto del de vivienda.
este sentido SAP Las Palmas 17 octubre 2000 (JUR 2001, 91644).
8 Hay que tener en cuenta que, a tenor del art. 36.5 LAU, las partes podrán pactar cualquier tipo de
garantía del cumplimiento por el arrendatario de sus obligaciones arrendaticias adicional a la fianza en
metálico, por ejemplo, un aval bancario, una fianza personal o una cláusula penal, que no tenga
carácter abusivo. La SAP Cádiz 27 noviembre 2002 (JUR 2003, 72938) consideró que el pacto de
pagar, en concepto de daños y perjuicios, un interés del 10% mensual, acumulable a la cantidad debida
por rentas, tenía la condición de usuario, al equivaler a un 120% anual.
9 V. en este sentido SAP Burgos 15 marzo 2010 (Tol 1841180).
10 En particular, respecto del importe de las rentas pendientes de pago, la compensación sólo será posible
una vez extinguido el contrato, pues, mientras está vigente, el arrendador no sabe si en el inmueble hay
otros desperfectos, que deban ser reparados (además de lo debido por rentas no pagadas). Por ello, el
mero hecho de haberse prestado la fianza o un aval a primer requerimiento no impide al arrendador
resolver por falta de pago de la renta e instar un juicio de desahucio. V. en este sentido SSAP Navarra 1
diciembre 1998 (AC 1998, 2603), Málaga 12 marzo 2008 (Tol 1350053) y Alicante 3 junio 2009 (Tol
1456096).
11 V. en este sentido SSAP Barcelona 19 junio 2008 (Tol 1373928) y 20 enero 2009 (Tol 1487185).
12 En caso contrario, podrá procederse a la resolución del contrato de arrendamiento. V. en este sentido
SAP Madrid 24 octubre 2005 (Tol 771782).
13 Que la temporalidad es una característica esencial del arrendamiento es algo constantemente reiterado
por la jurisprudencia. V. en este sentido SSTS 9 diciembre 1985 (Tol 1736149), 25 noviembre 2008
(Tol 1408465) y 18 diciembre 2009 (Tol 1757033).
14 Hay que tener en cuenta que el art. 1 RDL 11/2020, de 31 de marzo, por el que se adoptan medidas
urgentes complementarias en el ámbito social y económico para hacer frente al COVID-19, prevé que,
desde su entrada en vigor y hasta el 9 de agosto de 2021, en todos los juicios verbales que versen sobre
la expiración del plazo de duración de arrendamientos sujetos a la LAU 1994, en los cuales se pretenda
recuperar la posesión de la finca, “la persona arrendataria podrá instar, de conformidad con lo previsto
en este artículo, un incidente de suspensión extraordinaria del desahucio o lanzamiento ante el Juzgado
por encontrarse en una situación de vulnerabilidad económica que le imposibilite encontrar una
alternativa habitacional para sí y para las personas con las que conviva”.
15 Téngase, en cuenta, no obstante, la prórroga extraordinaria de 6 meses, introducida por el RDL
11/2020, de 31 de marzo (con ocasión de la epidemia causada por el Covid-19), en los arrendamientos
en los que, dentro del periodo comprendido desde la entrada en vigor de dicho RDL y hasta el 9 de
agosto de 2021, finalice el periodo de prórroga obligatoria previsto en el art. 9.1 LAU o el periodo de
prórroga tácita previsto en el artículo 10.1 LAU.
16 Deben considerarse nulos los pactos de prórroga forzosa de duración indefinida. V. en este sentido, STS
necesidad de ocupación, al haber sido ésta buscada de forma intencional, mediante una operación
conjunta del actor, su padre y hermanos dirigida, mediante contratos lícitos (donaciones), a un
resultado antijurídico en perjuicio de la arrendataria.
18 El plazo de tres meses no se interpreta estrictamente por la jurisprudencia, en caso de apreciarse la
voluntad de residir en la vivienda. Así, la SAP León 30 marzo 2006 (JUR 2006, 254672) entendió que
la falta de ocupación era debida a la realización de obras de acondicionamiento necesario de la
vivienda, y que existía una voluntad constatada de residir en la vivienda. Del mismo modo, la SAP
Almería 30 marzo 2006 (JUR 2006, 280299) consideró que, aunque las obras de reconstrucción de la
vivienda fueron iniciadas tras el transcurso de los tres meses, una operación de gran envergadura,
consistente en derribar un inmueble y construir otro en su lugar “no se improvisa ni surge sin la
superación de los correspondientes pasos previos y necesarios, entre ellos los que cita la parte
demandada consistente en la obtención de asesoramiento técnico fiable en torno a la opción entre
realizar obras de reforma o reedificar y la elección de un presupuesto de interés para el dueño de la
obra”.
19 V. en este sentido SSAP Islas Baleares 5 octubre 2001 (JUR 2001, 323282), 31 octubre 2002 (JUR
2003, 102363), 30 marzo 2004 (JUR 2004, 121951), 30 marzo 2011 (Tol 2123998) y 21 septiembre
2012 (Tol 2698100).
20 Una vez expirada la prórroga tácita, se plantean problemas en torno al régimen aplicable al
arrendamiento. La SAP Las Palmas 25 septiembre 2006 (AC 2006, 2224) se inclina por entender que
ya no caben más prórrogas conforme a la LAU y entender aplicable el plazo del art. 1581 CC.
21 La STS 9 junio 2004 (Tol 449271) admite que el desistimiento puede tener lugar mediante la entrega de
llaves y de una carta, haciendo constar la decisión de extinguir el contrato, seguido del silencio del
arrendador, que implica su consentimiento tácito, máxime, cuando posteriormente procedió a poner
nuevamente la vivienda en alquiler, pidiendo permiso para que la misma pudiera ser visitada por los
posibles futuros inquilinos.
22 V. en este sentido SAP Barcelona 24 marzo 2006 (Tol 1002457).
23 V. a este respecto STS 20 mayo 2004 (Tol 434234).
24 En el caso de arrendamientos sobre fincas no inscritas, v. art. 13.1.III LAU.
25 Esta previsión coincide con lo dispuesto en el art. 480 CC. Por el contrario, el art. 114.12º LAU de
1964 admitía la persistencia de los arrendamientos concertados por el usufructuario después de la
extinción del usufructo, salvo que hubieran sido hechos en condiciones notoriamente gravosas para la
propiedad.
26 La jurisprudencia ha precisado que el adquirente de una vivienda no puede reclamar las rentas
jurisprudencia más reciente venía dando al art. 15.1 LAU en su redacción anterior a la reforma de
2013. V. en este sentido SSAP La Coruña 27 septiembre 2003 (JUR 2003, 14466), Barcelona 8 marzo
2004 (JUR 2004, 122474), Madrid 12 julio 2007 (JUR 2007, 336667), Asturias 22 octubre 2010 (Tol
2016414) y Pontevedra 3 diciembre 2012 (Tol 3009932).
28 La SAP Álava 20 septiembre 2000 (AC 2000, 4631) precisa, no obstante, que esa falta de
La jurisprudencia considera, así, probado que el arrendador ha recibido una comunicación de la voluntad
de subrogarse y la ha consentido, por ejemplo, si emite recibos de pago a nombre de la subrogada, que
los paga durante años. V. en este sentido SAP Barcelona 27 abril 2004 (JUR 2005, 60008). También, si
el arrendador no protesta por el cambio del número de cuenta corriente en la que se abona el importe
de las rentas, hasta que decide formular la demanda. V. en este sentido SAP Castellón 30 junio 2005
(JUR 2005, 205521).
34 V. en este sentido STS 30 mayo 2012 (Tol 2641284).
35 No obstante, la SAP Alicante 17 julio 2003 (JUR 2003, 213499) interpreta con flexibilidad la exigencia
de que consten en la notificación todos los extremos previstos en el art. 16.3 LAU, cuando existe una
relación de amistad y de vecindad entre las familias del arrendador y arrendatario, que permiten
conocer a aquel que quien quiere subrogarse era hijo de la inquilina y convivía con ella, habiendo,
además, aceptado el pago de siete mensualidades de renta a nombre del subrogado.
36 Así, la STS 20 julio 2018 (Tol 6673293) afirma que "Por razón de la buena fe, el efecto extintivo del
contrato puede ser un resultado injusto cuando, a pesar de no haberse llevado a cabo una notificación
formal por escrito, el arrendador tiene un conocimiento efectivo de que se ha producido el fallecimiento
del arrendatario y de la voluntad de subrogación de quien tiene derecho a ello". V. en el mismo sentido
las SSAP Barcelona 1 junio 2005 (JUR 2005, 178881), Asturias 6 octubre 2005 (JUR 2006, 29717),
Burgos 3 noviembre 2005 (JUR 2006, 42941) y Barcelona 30 junio 2006 (JUR 2007, 40913).
37 Ha de tratarse de una renta fijada en dinero, considerando la jurisprudencia que los arrendamientos en
los que la contraprestación consiste en la realización, por parte del arrendatario, de obras en la
vivienda arrendada no se rigen por la LAU, sino por el CC. V. en este sentido SSAP Huesca 27 abril
2000 (AC 2000, 3230) y Baleares 27 octubre 2000 (JUR 2001, 27151). No obstante, la SAP Tarragona
24 enero 2005 (JUR 2005, 81951) consideró admisible el pacto de pago parcial en especie, consistente
en la limpieza de la escalera.
38 La SAP Madrid 13 mayo 2005 (JUR 2005, 163256) afirmó que “la fijación y determinación de la renta
en los contratos de arrendamiento, no viene atribuida a una sola de las partes, sino que debe producirse
por acuerdo de arrendador y arrendatario, y en tanto en cuanto no se produzca el referido acuerdo, no
puede tener validez la renta pretendida por el arrendador”.
39 No obstante, en el caso de arrendamientos de viviendas de protección oficial, existe un tope máximo de
renta, fijado por la legislación administrativa, aunque la SAP Vizcaya 9 mayo 2001 (JUR 2001,
244510) entendió que, desde el punto de vista estrictamente civil, era válido el pacto de pagar una
renta superior, sin perjuicio de las sanciones administrativas a que ello pudiera dar lugar.
40 V. en este sentido STS 5 marzo 2009 (Tol 1466724).
41 La SAP Barcelona 1 junio 2005 (Tol 681667) considera reparaciones necesarias, “aquellas que deben
1649738).
47 Es a él, a quien como afirma la SAP Baleares 23 enero 2001 (JUR 2001, 132626), corresponde la
prueba de que el arrendador consintió las obras.
48 V. en este sentido STS 14 diciembre 1990 (Tol 1729495).
49 V. en este sentido STS 30 enero 1991 (Tol 1727527).
50 V. en este sentido STS 8 octubre 1993 (Tol 1656419).
51 V. en este sentido STS 20 diciembre 1988 (Tol 1734400).
52 V. en este sentido STS 18 diciembre 2008 (Tol 1432676).
53 V. en este sentido SSTS 5 febrero 1960 (RAJ 1960, 461) y 19 septiembre 1987 (RAJ 1987, 6068).
54 V. en este sentido SSTS 17 febrero 1993 (RAJ 1993, 1238) y 10 diciembre 1996 (Tol 1658883).
55 V. en este sentido, SSTS 8 marzo 1993 (Tol 1664498), 14 febrero 1994 (Tol 1664902) y 10 diciembre
1996 (Tol 1658883).
56 V. en este sentido SSTS 30 enero 1991 (Tol 1727527), 11 febrero 1993 (Tol 1664701), 22 julio 1997
(Tol 215378), 27 septiembre 1993 (Tol 1663440) y 20 abril 1998 (Tol 170100).
57 V. en este sentido STS 14 octubre 1992 (Tol 1660069).
58 V. en este sentido STS 10 marzo 1995 (Tol 1668343).
59 El tanteo y el retracto son dos derechos de adquisición preferente, de carácter real, por lo que son
oponibles a los compradores de las viviendas, con dos salvedades: En el caso de venta de una cuota de
la vivienda por parte de uno de los condueños, los demás tienen un derecho de adquisición preferente
sobre el del inquilino respecto de dicha cuota (art. 25.4 LAU). Esto se explica porque el legislador mira
con disfavor las situaciones de comunidad, y tiende a propiciar su sustitución por una situación de
titularidad individual. Tampoco “habrá lugar a los derechos de tanteo o retracto cuando la vivienda
arrendada se venda conjuntamente con las restantes viviendas o locales propiedad del arrendador que
formen parte de un mismo inmueble ni tampoco cuando se vendan de forma conjunta por distintos
propietarios a un mismo comprador la totalidad de los pisos y locales del inmueble” (art. 25.7 LAU).
60 El derecho de tanteo no se extingue por el hecho de que los posibles adquirentes renuncien a la compra.
V. en este sentido STS 19 diciembre 1991 (Tol 1728463).
61 La STS 29 abril 2009 (Tol 1514755) ha entendido que, en el caso de expediente por ruina, el
suspensión impide la extinción del arrendamiento por expiración del plazo pactado. V. en este sentido
SAP Asturias 11 diciembre 2002 (JUR 2003, 66278).
65 El desahucio presupone que no hay duda acerca del importe de la renta, pues, en caso de discrepancia,
será necesaria su previa determinación, acudiendo al procedimiento declarativo correspondiente. V. en
este sentido SSTS 25 noviembre 1940 (RAJ 1940, 1015), 19 junio 1944 (RAJ 1944, 819), 14 mayo
1955 (RAJ 1955, 1701), 23 junio 1960 (RAJ 1960, 2593), 25 junio 1964 (RAJ 1964, 3291) y 31 mayo
1991 (Tol 1727112).
66 Es importante el art. 437.3 LEC, redactado por la Ley 19/2009, de 23 de noviembre, conforme al cual,
el arrendador, en la demanda de desahucio, “podrá anunciar en ella que asume el compromiso de
condonar al arrendatario todo o parte de la deuda y de las costas, con expresión de la cantidad
concreta, condicionándolo al desalojo voluntario de la finca dentro del plazo que se indique por el
arrendador, que no podrá ser inferior al plazo de quince días desde que se notifique la demanda”. Se
posibilita, así, un desalojo rápido de la vivienda, en el que el arrendador puede estar interesado, en
particular, si el importe de las rentas o cantidades adeudadas no es muy alto o existe un riesgo de
insolvencia del arrendatario.
67 La STS 12 abril 2021 (Tol 8403571) afirma, así, que “No ofrece duda que el impago del IBI constituye
motivo legítimo del ejercicio de la acción resolutoria por impago de la renta y cantidades asimiladas”.
68 V. en este sentido SSAP Segovia 11 diciembre 1995 (AC 1995, 2383), Cuenca 4 noviembre 1997 (AC
1997, 2289), Pontevedra 18 octubre 1999 (AC 1999, 6468) y Soria 24 febrero 2001 (JUR 2001,
126830).
69 La STS 29 marzo 2021 (Tol 8394951) observa que el requerimiento de pago del art. 22.4 LEC, a
efectos de evitar la enervación, ha de ser fehaciente y hecho con la claridad suficiente, no pudiendo
evitar la enervación el requerimiento que no hace referencia alguna a los conceptos ni a las cantidades
concretas adeudadas, limitándose a pedir que se pague “la renta convenida y los atrasos
correspondientes”.
No obstante, como recuerda la STS 12 abril 2021 (Tol 8403571), no se “exige que se comunique al
arrendatario que el contrato va a ser resuelto y que no procederá enervación de la acción de desahucio
si no se paga en el plazo preceptivo”.
70 V. en este sentido SAP Gerona 3 mayo 2002 (JUR 2002, 175564).
71 V. en este sentido SAP Alicante 10 abril 2001 (AC 2001, 831).
72 V. en este sentido STS 12 noviembre 1993 (Tol 1663618), respecto de un arrendamiento para uso
distinto al de vivienda.
73 V. en este sentido SAP La Coruña 11 febrero 2000 (JUR 2000, 200443).
74 V. en este sentido SSTS 17 febrero 1993 (RAJ 1993, 1238) y 10 diciembre 1996 (Tol 1658883).
75 V. en este sentido STS 30 junio 1982 (RAJ 1982, 3450).
76 V. en este sentido SSTS 11 febrero 1993 (Tol 1664701), 13 julio 1993 (Tol 1663302) y 27 septiembre
nocivas y peligrosas, aprobado por D 2414/1961, de 30 de noviembre, que, si bien ha sido derogado
por la Ley 34/2007, de 15 de noviembre, de calidad del aire y protección de la atmósfera, sin embargo,
mantendrá su vigencia en aquellas comunidades autónomas que no tengan normativa aprobada en la
materia, en tanto no se dicte dicha normativa.
78 Hay que tener en cuenta que la resolución del contrato podrá también ser instada por la comunidad de
propietarios del edificio en el que se halle la vivienda arrendada, en virtud del art. 7.2 LPH.
79 V. en este sentido SAP Barcelona 16 mayo 2000 (JUR 2000, 238092).
80 V. en este sentido SAP Navarra 17 octubre 2001 (AC 2002, 340).
81 V. en este sentido SAP Murcia 2 enero 2003 (JUR 2003 113919).
82 V. en este sentido SAP Madrid 9 junio 2009 (Tol 1924030).
83 V. en este sentido SSAP Valencia 24 noviembre 2000 (JUR 2000, 52476) y 31 marzo 2005 (JUR 2005,
158386).
84 El arrendador ha de acreditar la transformación o cambio de destino de la vivienda arrendada. Así, la
SAP Barcelona 10 marzo 2003 (JUR 2003, 245445) no concedió la resolución del contrato de
arrendamiento por esta causa, al no haber quedado acreditado el supuesto cambio de destino de
vivienda permanente a local de negocio destinado a trabajos de pintura.
85 La SAP Alicante 12 abril 2000 (AC 2000, 1743) desestimó la resolución del contrato, instada por el
arrendador, al entender que la actividad de la sociedad, de la que los demandados eran socio y
administrador, respectivamente, dedicada a la construcción, instalación y comercialización de maquetas
de precisión con efectos multimedia, era desarrollada en la vivienda arrendada de manera secundaria.
Afirmó que no parecía posible que “la actividad fundamental” de la sociedad pudiera tener lugar en la
vivienda “habida cuenta de su configuración física y, sí en el local” arrendado por la misma; que,
aunque en las varias dependencias de la vivienda se habían encontrado tres monitores y tres
impresoras, no existían “signos en la parte exterior ni en el interior de la misma”, de los que se pudiera
deducir que se estaba utilizando con fines comerciales; y que el consumo de energía eléctrica era muy
similar al del inicio del arrendamiento. Consideró que el hecho de que en la vivienda se hubieran
concertado reuniones comerciales, se hubiese instalado una centralita telefónica y un fax a nombre de
la sociedad y de que el número de teléfono del piso figurara en la publicidad de la empresa sólo
manifestaban que la vivienda también se utilizaba por los arrendatarios, “con carácter secundario, para
poder contactar con clientes o con personas interesadas en la actividad de la mercantil”.
86 Si el arrendador consiente el cambio de destino, no puede lógicamente pedir la resolución del contrato
por esta causa. V. en este sentido SAP Lérida 26 enero 1998 (AC 1998, 103).
87 V. en este sentido SAP Madrid 3 febrero 2001 (JUR 2001, 104634).
88 V. en este sentido SAP Santa Cruz de Tenerife 29 abril 2002 (JUR 2002, 168453).
89 Por ejemplo, la SAP Albacete 11 marzo 2002 (AC 2002, 722) concedió la resolución del contrato de
añadir otras, como por ejemplo, la expiración del plazo pactado, el desistimiento del contrato o la
resolución del derecho del arrendador (p. ej., usufructuario, después de la conclusión del arriendo).
93 Si la cosa se pierde por causa imputable al arrendador, que no hizo las obras de conservación
necesarias, procederá la resolución del contrato, en virtud del art. 27.3.a) LAU, pudiendo el arrendador
pedir, además, la reparación de daños y perjuicios, pero no podrá exigir la reconstrucción de la
vivienda, según resulta del art. 21.1.II LAU. V. en este sentido SSAP Segovia 10 noviembre 2000 (JUR
2001, 48584) y Sevilla 22 julio 2004 (JUR 2004, 256030).
94 V. en este sentido SSAP Gerona 26 junio 2001 (JUR 2001, 249756), Madrid 12 abril 2004 (JUR 2004,
2020991) confirmó la sentencia recurrida, que había declarado resuelto el contrato de arrendamiento
por retrasos en el pago de las mensualidades. La SAP Alicante 17 enero 2007 (JUR 2007, 226961), por
su parte, declaró resuelto el contrato de arrendamiento de local de negocio celebrado entre actor y
demandado sobre un local ubicado en el bajo de la vivienda en la que residía el actor y su familia,
“pues se evidencia que la demandada en la explotación de su negocio de bar causa unos ruidos que
exceden de lo tolerable en la convivencia ordinaria, y perturban el derecho a disfrutar de su vivienda de
la que es titular el actor, y en especial del de mantener el descanso adecuado”.
17. EL ARRENDAMIENTO RÚSTICO
SUMARIO: I. EL ARRENDAMIENTO RÚSTICO. 1. Concepto, naturaleza y ámbito de aplicación. 2. Elementos
del contrato de arrendamiento rústico. A) Sujetos. B) Objeto. a) La finca arrendada. b) Estipulación, pago y
actualización de la renta. C) Forma del contrato. 3. Duración. 4. Gastos y mejoras. A) Arrendador. a) Gastos de
conservación. b) Otros gastos a cargo del arrendador. B) Arrendatario. 5. Cesión y Subarriendo. 6. Enajenación
y derechos de adquisición preferente. A) Subrogación del adquirente. B) Derechos de tanteo y de retracto. 7. La
finalización del arrendamiento rústico. II. EL CONTRATO DE APARCERÍA. III. CUESTIONARIO. IV. CASOS
PRÁCTICOS. V. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. EL ARRENDAMIENTO RÚSTICO
1. Concepto, naturaleza y ámbito de aplicación
La Ley 49/2003, de 26 de noviembre, de Arrendamientos Rústicos (LAR), en su art. 1,
señala que se considerarán arrendamientos rústicos aquellos contratos mediante los cuales
se ceden temporalmente una o varias fincas, o parte de ellas, para su aprovechamiento
agrícola, ganadero o forestal, a cambio de un precio o renta.
Continúa el citado precepto, señalando que tendrán también la misma consideración los
arrendamientos de explotaciones agrícolas, ganaderas o forestales, a los que se aplicarán
las disposiciones de esta Ley que sean compatibles con su naturaleza y siempre en defecto
de lo que las partes hayan expresamente acordado.
Estos contratos se rigen por lo expresamente acordado por las partes, siempre que no se
oponga a esta Ley. Supletoriamente, regirá el Código Civil y, en su defecto, los usos y
costumbres que sean aplicables.
En consecuencia, se consagra el principio de autonomía de la voluntad de las partes, en
todo aquello que no sea contrario al contenido imperativo de la Ley.
Se aplica en todo el territorio nacional, salvo en aquellas Comunidades Autónomas que
tengan Derecho propio en esta materia, conforme a lo establecido en la disposición final
segunda de la LAR.
También, se debe señalar que los contratos de arrendamiento y de aparcería vigentes a la
entrada en vigor de esta Ley, se regirán por la normativa aplicable al tiempo de su
celebración, según menciona la disposición transitoria primera.
La LAR entró en vigor a los seis meses de su publicación en el BOE.
B) Objeto
a) La finca arrendada
Como ya se ha mencionado, se considerarán arrendamientos rústicos aquellos contratos,
mediante los cuales se ceden temporalmente una o varias fincas, o parte de ellas, para su
aprovechamiento agrícola, ganadero o forestal a cambio de un precio o renta, y también
los que recaigan sobre explotaciones agrícolas, ganaderas o forestales.
Se entenderá que el arrendamiento es de explotación, ya esté constituida con
anterioridad o al concertar el contrato, cuando sea ella objeto del mismo en el conjunto de
sus elementos, considerada como una unidad orgánica y siempre que lo hagan constar las
partes expresamente, acompañando el correspondiente inventario
Los arrendamientos no podrán tener como objeto, según el art. 6 LAR, ni fincas
adquiridas por causa de utilidad pública o de interés social; ni aprovechamientos de
rastrojeras, pastos secundarios, entre otros; ni aprovechamientos encaminados a semillar
o mejorar barbechos; ni fincas destinadas a la caza o explotaciones ganaderas de tipo
industrial, o locales o terrenos dedicados exclusivamente a la estabulación del ganado,
entre otros. Al igual que tampoco se considerarán como arrendamientos rústicos los
contratos de recolección de cosechas a cambio de una parte de los productos (art. 5 LAR).
Así mismo, tampoco se aplicará la LAR a aquellos arrendamientos que se constituyan
sobre suelo urbano o urbanizable, que se regirán por la LAU.
El arrendador podrá recuperar las fincas objeto de arrendamiento una vez finalizado la
duración del contrato, siempre y cuando se lo notifique fehacientemente al arrendatario
con un año de antelación. De lo contrario, si el arrendatario no pone la posesión de las
fincas arrendadas a disposición del arrendador a la finalización del plazo, el contrato se
prorrogará por otros 5 años. El contrato se podrá prorrogar indefinidamente si no se
produce el citado requerimiento del arrendador.
La SAP Murcia 13 marzo 2012 (Tol 2501367) entiende expirado el plazo del contrato de
arrendamiento rústico por no haberse acreditado, en modo alguno, como alegaba el recurrente, que
las partes hubieran llegado a un acuerdo verbal para prorrogar el contrato de arrendamiento con
posterioridad a la fecha en la que la arrendadora comunicó a la arrendataria su voluntad de dar por
extinguido el contrato transcurridos los cinco años de su vigencia, debiendo destacarse que dicha
comunicación se realizó con una antelación superior a un año, tal como exige el artículo 12.3 LAR.
4. Gastos y mejoras
Derivado del contrato de arrendamiento rústico nacen los mismos derechos y
obligaciones que, con carácter general, disponen los arts. 1554 y ss. CC. Por ejemplo, el
arrendador deberá entregar al arrendatario la finca objeto del contrato en los términos
convenidos y, por su parte, el arrendatario deberá pagar el precio del arrendamiento en la
forma y el lugar estipulado. Nos centraremos en analizar las cuestiones relativas a los
gastos y mejoras que son las que especifica la LAR.
A) Arrendador
a) Gastos de conservación
El arrendador debe realizar todas las obras y reparaciones que exijan los desperfectos o
deterioros existentes en la finca y que resulten imprescindibles para la conservación del
uso a que se destina la finca en ese determinado momento (art. 18 LAR). En consecuencia,
si el arrendador no realizara las obras y reparaciones necesarias estaría incumpliendo el
objeto del contrato de arrendamiento al no posibilitar el disfrute de la finca al
arrendatario.
La SAP Murcia 5 noviembre 2010 (Tol 2030444) señala que la obligación de reparar los
invernaderos derivada de los daños producidos por los fuertes vientos es una obligación que
corresponde al arrendador en los términos del art. 18.1 LAR, por ser gastos necesarios para
conservar la finca en condiciones de ser explotada en los términos que se fijó en el contrato, sin
perjuicio del derecho de reparación a costa de la renta pactada que se le reconoce en el art. 18.2
LAR.
El arrendador podrá ser requerido para que realice las obras y reparaciones necesarias.
A este respecto se debe tener en cuenta que la LAR no especifica quién debe hacer el
requerimiento, por tanto, aunque lo habitual será que la realice el arrendatario, también
se admite que sea un representante del mismo. En cuanto a la forma en la que se debe
hacer el citado requerimiento tampoco se dice nada en la Ley. En consecuencia, será
suficiente cualquier medio que deje constancia fehaciente del cumplimiento de dicho
requisito.
Si, a pesar de ser notificado, no realiza las mencionadas obras, el arrendatario podrá
elegir entre las siguientes opciones:
1º) Obligarlo judicialmente. Ello supone que si se estimara la demanda y el arrendador
no quisiera cumplir la sentencia se ejecutaría la misma a su costa.
2º) Resolver el contrato. El contrato finalizaría y se devolvería la finca al arrendador.
3º) Obtener una reducción proporcional de la renta, es decir, una disminución del precio
equivalente a la pérdida de rendimiento de la finca por la necesidad de realizar obras.
4º) Realizarlas él mismo y, consecuentemente, reintegrándose mediante compensación
con las rentas pendientes a medida que vayan venciendo, lo que significa que el
arrendatario no pagará las mensualidades del arrendamiento hasta que no se alcance el
valor de las reparaciones y obras efectuadas a su costa.
Así mismo, podrá reclamar los daños y perjuicios causados.
Por el contrario, el arrendador no estará obligado a reparar los daños no indemnizables
producidos por fuerza mayor, cuyo coste fuera mayor a una anualidad de renta, pero
deberá comunicárselo al arrendatario y este optar por rescindir el contrato,
comunicándoselo por escrito al arrendador, o continuar el arriendo con la disminución
proporcional de la renta a que hubiese lugar.
B) Arrendatario
Por su parte, el arrendatario sufragará, de conformidad con el art. 20 LAR, las
siguientes reparaciones, mejoras e inversiones: por un lado, las que sean propias del
empresario agrario en el desempeño normal de su actividad; y, por otro, las que le vengan
impuestas por disposición legal o por resolución judicial o administrativa firmes, o por
acuerdo firme de la comunidad de regantes relativo a la mejora del regadío que sea
también propia del empresario agrario en el desempeño normal de su actividad.
La realización por parte del arrendatario de dichas obras y mejoras no supondrá una
disminución de la renta, ni la prórroga del arriendo, salvo que, por acuerdo de las partes o
de las propias disposiciones legales o resoluciones judiciales o administrativas, resultase
otra cosa.
No obstante, el arrendatario, una vez finalizado el contrato, tendrá derecho a pedir una
indemnización al arrendador por el aumento del valor de la finca arrendada por las
mejoras realizadas, siempre que éstas se hayan efectuado con el consentimiento del
arrendador.
Por último, el art. 21 LAR establece que las cuestiones relativas a las mejoras útiles y
voluntarias4 se resolverán conforme a lo establecido por las partes en el contrato y, en
defecto de pacto, se aplicará el régimen establecido por el Código Civil para el poseedor
de buena fe.
5. Cesión y Subarriendo
Según el art. 23 LAR, para la cesión y el subarriendo, se estará a lo pactado por las
partes y, en todo caso, deberá referirse a la totalidad de la finca o explotación, y deberá
otorgarse por todo el tiempo que reste del plazo del arrendamiento por una renta que no
podrá ser superior a la pactada entre arrendador y arrendatario.
Dicha cesión o subarriendo no podrá llevarse a cabo sin el consentimiento expreso del
arrendador.
Dicho consentimiento no será necesario cuando la cesión o subarriendo se efectúe a
favor del cónyuge o de uno de los descendientes del arrendatario. No obstante, el
subrogante y el subrogado notificarán fehacientemente al arrendador la cesión o el
subarriendo, en el plazo de 60 días hábiles a partir de su celebración.
III. CUESTIONARIO
1º. ¿En qué consiste el contrato de arrendamiento rústico?
2º. ¿Qué características debe reunir el arrendatario?
3º. ¿Cuál es el ámbito temporal y territorial de la LAR?
4º. Si el propietario diera su consentimiento para la cesión del arrendamiento a otra
persona, ¿podría el arrendatario realizar la citada cesión? En caso afirmativo, explique en
qué modo.
5º. Si se estableciera en el contrato la no actualización de la renta, ¿podría el arrendador
actualizarla conforme al IPC? Razone su respuesta.
6º. ¿Quién debe sufragar los gastos producidos en la finca derivados de una granizada?
7º. ¿En qué consisten las mejoras útiles?
8º. ¿Puede el arrendador, en todo caso, resolver el contrato por impago de la renta?
9º. ¿En qué supuestos puede el arrendatario finalizar el contrato?
10º. Defina el contrato de aparcería.
V. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
AA.VV.: “La nueva Ley de arrendamientos rústicos”, Cuadernos de derecho judicial, núm. 6, 2005;
AA.VV.: Comentarios a la Ley de arrendamientos rústicos, Ley 49/2003, modificada por la Ley
26/2005 (dir. BALLARÍN HERNÁNDEZ, R. y MÁS BADÍA, M.) Madrid, 2006; CABALLERO
LOZANO, J. M.: “Ámbito de aplicación de la Ley de Arrendamientos Rústicas”, Segunda Época, nº 42,
año XX; DÍEZ PICAZO Y PONCE DE LEÓN, L.: Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, IV, 6ª
ed., Cizur Menor, 2010; DOMÉNECH MARTÍNEZ, G.: “La aparcería asociativa y los contratos
agroindustriales en la Ley de Arrendamientos Rústicos”, Revista de derecho agrario y alimentario, año
20, núm. 42, 2004, pp. 79 y ss.; DOMÍNGUEZ LUELMO, A.: “Comentario al art. 1579 CC”, en
AA.VV.: Código civil comentado (dir. A. CAÑIZARES LASO, P. DE PABLO CONTRERAS, J.
ORDUÑA MORENO y R. VALPUESTA FERNÁNDEZ), vol. IV, Cizur Menor, 2011; ESTRUCH
ESTRUCH, J.: “Algunas cuestiones sobre la facultad de desistimiento del arrendatario”, RCDI, año 86,
núm. 719, 2010, pp. 981 y ss.; FLORES GONZÁLEZ, B.: “Enajenaciones que originan los derechos de
tanteo y retracto en la Ley de arrendamientos rústicos”, Act. Civ., núm. 6, 2011.; FLORES
GONZÁLEZ, B.: “La notificación para el tanteo en la Ley de Arrendamientos rústicos”, RCDI, núm.
730, 2012, pp. 703 y ss.; MARTÍN RODRÍGUEZ, M. A.: “El principio de autonomía privada en la Ley
49/2003, de 26 de noviembre, de Arrendamientos rústicos”, “Revista de Derecho agrario y
alimentario”, Segunda Época, nº 42, año XX; SÁNCHEZ HERNÁNDEZ, A.: “Gastos y mejoras en la
Ley de Arrendamientos Rústicos de 2003”, LL, núm. 6040; TORRES GARCÍA, T.F.: “Comentario al
art. 1575 CC”, en AA.VV.: Código civil comentado (dir. A. CAÑIZARES LASO, P. DE PABLO
CONTRERAS, J. ORDUÑA MORENO y R. VALPUESTA FERNÁNDEZ), vol. IV, Cizur Menor,
2011. ZUMAQUERO GIL, L.: “La regulación del contrato de arrendamiento rústico en la Ley 49/2003,
de 26 de noviembre: régimen jurídico y competitividad”, Revista de derecho agrario y alimentario, núm.
73, 2018, pp. 137 y ss.
1 A estos efectos, se consideran actividades complementarias la participación y presencia del titular, como
consecuencia de elección pública, en Instituciones de carácter representativo, así como en órganos de
representación de carácter sindical, cooperativo o profesional, siempre que éstos se hallen vinculados al
sector agrario, las de transformación y venta directa de los productos de su explotación y las
relacionadas con la conservación del espacio natural y protección del medio ambiente, al igual que las
turísticas, cinegéticas y artesanales realizadas en su explotación.
2 Además, tal y como establece la STS 29 junio 2012 (Tol 2593758), el hecho de pagar, que excluya la
condición de precarista, no está constituido por la mera entrega de una cantidad de dinero, sino que ha
de ser esa entrega por cuenta propia y a título de renta o de alquiler del arrendamiento constituido o
presunto a nombre del que paga.
3 En apoyo de dicha interpretación puede invocarse el art. 1279 CC.
4 Son mejoras útiles las obras incorporadas a la finca arrendada que aumenten, de modo duradero, su
producción, rentabilidad o valor agrario. Son mejoras de carácter social las que, quedando igualmente
incorporadas a la finca, faciliten la prestación del trabajo en condiciones de mayor comodidad o
dignidad o tengan por objeto la promoción de los trabajadores. Estas mejoras están sujetas al mismo
régimen que las útiles (art. 57 derogada LAR).
5 V. SAP Tenerife 19 diciembre 2011 (Tol 2463329), que versa sobre la resolución de un contrato de
I. CONCEPTO Y CARACTERES
Esta modalidad se encuentra regulada en el Libro IV, Título VI, capítulo III, sección 2ª
del Código civil, que de manera genérica regula el contrato de arrendamiento. En sus
disposiciones generales el art. 1544 CC define conjuntamente el arrendamiento de obra y
de servicios y, ya en concreto, los arts. 1588 a 1600 regulan este contrato. Esta ubicación
obliga con carácter previo a establecer ciertas precisiones tanto respecto a su
diferenciación con el arrendamiento de servicios, como a su denominación y al contenido
de lo dispuesto en su regulación.
Con relación al primer extremo, el criterio por el que se ha decantado, tanto la doctrina
como la jurisprudencia, ha sido atender a si las partes perseguían la realización de una
actividad o de un resultado1. En esta modalidad, el contratista no cumple con desarrollar
una actividad diligente, a diferencia del arrendamiento de servicios, sino sólo con la
producción del resultado prometido. Por ello, hasta ese momento soporta el coste de
destrucción de la obra por caso fortuito o fuerza mayor (art. 1589 CC), así como ciertos
riesgos si el resultado no se produce como consecuencia de causas sobrevenidas no
imputables a él (art. 1595 CC)2.
Respecto a su denominación, esta figura ha sido objeto de varias acepciones entre la que
de manera considerable cabe destacar la conocida usualmente como contrato de obra
porque es la que mejor armoniza con el contenido de lo dispuesto en los arts. 1588 y ss.
CC, cuyo tenor literal parece que está enfocado principalmente a regular actividades
encaminadas a la edificación. Ello ha provocado que tras la entrada en vigor de la Ley
38/1999, de 5 de noviembre, de ordenación de la edificación, (en adelante, LOE), en los
contratos dirigidos a la realización de obra inmobiliaria, las disposiciones de esta Ley se
apliquen con carácter preferente a las dispuestas en el Código civil, mientras que los
contratos que persigan la realización de otro tipo de obra, seguirán sujetos a estas
disposiciones, salvo que cuenten con una normativa específica que regule su actividad.
En este contrato cabe distinguir dos modalidades según se haya realizado la obra
aportando trabajo o industria o materiales por parte del comitente; sin embargo, mientras
el primero de ellos no suscita dudas respecto a su calificación, el segundo entraña la
dificultad de diferenciarlo del contrato de compraventa3 cuando estos materiales
componen la obra4. Como especifica la STS 28 noviembre 1973 (RAJ 1973, 4340), la
distinción reside en que el empresario inicia o despliega su actividad, que es “encargada”
por el dueño, que asume la titularidad o propiedad de los avances, porciones o parciales
resultados en los que se desarrolla, y el empresario se obliga a “ejecutar” y al tiempo que
ejecuta, el producto entra en el patrimonio del dueño… mientras que en la compraventa, a
lo que se obliga el vendedor es a “entregar”.
No obstante, para el Código civil el mero hecho de suministrar los materiales no es
impedimento para que pueda tratarse de un contrato de obra. Por eso, debe interpretarse
atendiendo a lo querido por las partes y a las circunstancias objetivas del contrato.
El criterio que suele utilizarse a este respecto es que si el comitente los suministra,
poniendo el contratista otros accesorios se tratará de un contrato de obra. Algunos
criterios de distinción se centran en la envergadura del proceso productivo y en la
interpretación de la voluntad de las partes, o bien si el contratista realiza la obra según su
propio proyecto o bajo las directrices del comitente….
En atención a lo expuesto y, siguiendo el criterio establecido en la STS 4 octubre 1989
(Tol 1731387), se puede definir este contrato como: “aquel negocio jurídico en virtud del
cual una de las partes se obliga a ejecutar una obra a otra, por precio cierto;
contemplándose más que una actividad, el resultado de esa actividad, o lo que es igual,
una prestación de resultado, asumiendo los riesgos de su cometido, íntimamente ligada
con la necesidad deseada y prevista por los contratantes, lo cual exige que el contratante
realice su cometido adecuadamente, de acuerdo con lo establecido en el contrato, y, a
falta de acuerdo, conforme a la buena fe y a los usos profesionales (art. 1.258 CC),
realizando la obra con la diligencia precisa (art. 1104 CC), es decir, con arreglo a la lex
artis o pericia profesional”.
Se trata, por tanto, de un contrato consensual porque se perfecciona por el mero
consentimiento de las partes; oneroso porque el art. 1544 exige que medie precio cierto, si
bien la jurisprudencia considera que lo es aun cuando no haya sido fijado inicialmente por
las partes pero sea susceptible de serlo en el futuro; sinalagmático porque genera
obligaciones recíprocas entre las partes y conmutativo.
Como no contiene ninguna norma que disponga la necesidad de forma, cabe entender
que no requiere formalidad alguna para su constitución, por lo que se rige por el principio
de libertad formal y habrá que estar a lo dispuesto con carácter general en el art. 1278
CC5. No obstante, los contratos de obra inmobiliaria suelen establecerse por escrito,
acompañados de un proyecto realizado por el técnico competente y visado por el Colegio
profesional.
II. SUJETOS
Las partes que forman parte de este contrato son: el comitente o dueño de la obra y el
contratista, que asume la obligación de ejecutarla y de facilitar el resultado. Pueden ser
tanto personas físicas como jurídicas.
Además, en el ámbito de la construcción inmobiliaria, los arts. 1591 y 1593 CC
contemplan la figura del arquitecto, y la interpretación jurisprudencial sobre el art. 1591
CC fue reconociendo y perfilando la actividad de otros sujetos, especialmente la del
promotor y la del arquitecto técnico, que finalmente la LOE ha recogido.
El art. 9 LOE define al promotor como: “cualquier persona, física o jurídica, pública o
privada, que, individual o colectivamente, decide, impulsa, programa y financia, con
recursos propios o ajenos, las obras de edificación para sí o para su posterior enajenación,
entrega o cesión a terceros bajo cualquier título”.
Esta figura encuadra diversas modalidades: a) el promotor, en sentido amplio, que es el
empresario que edifica con el fin de vender dichos pisos o locales; b) el promotor-
constructor, que es el sujeto titular de derecho sobre el suelo que construye por el mismo
para enajenar lo edificado a terceros y, c) el promotor-vendedor, es un sujeto que, como
comitente, encarga la obra al contratista para enajenar lo construido a terceras personas.
Entre sus obligaciones, si bien con carácter no exhaustivo, el art. 9.2 LOE cita las
siguientes: ostentar sobre el solar la titularidad de un derecho que le faculte para construir
en él; facilitar la documentación e información previa necesaria para la redacción del
proyecto, así como autorizar al director de obra las posteriores modificaciones del mismo;
gestionar y obtener las preceptivas licencias y autorizaciones administrativas, y suscribir el
acta de recepción de la obra; suscribir los seguros previstos en el artículo 19 y, entregar al
adquirente, en su caso, la documentación de obra ejecutada, o cualquier otro documento
exigible por las Administraciones competentes.
El constructor es el agente que asume contractualmente ante el promotor, el
compromiso de ejecutar con medios humanos y materiales, propios o ajenos, las obras o
parte de las mismas con sujeción al proyecto y al contrato (art. 11.1 1 LOE). Debido a la
complejidad del proceso constructivo en la actualidad suele ser una persona jurídica.
El constructor requiere ejecutar la obra sujetándose al proyecto y al contrato. Sus
obligaciones se encuentran recogidas en el art. 11.2 LOE y son las siguientes: ejecutar la
obra con sujeción al proyecto, a la legislación aplicable y a las instrucciones del director
de obra y del director de la ejecución de la obra, a fin de alcanzar la calidad exigida en el
proyecto; tener la titulación o capacitación profesional que habilita para el cumplimiento
de las condiciones exigibles para actuar como constructor; designar al jefe de obra que
asumirá la representación técnica del constructor en la obra y que por su titulación o
experiencia deberá tener la capacitación adecuada de acuerdo con las características y la
complejidad de la obra; asignar a la obra los medios humanos y materiales que su
importancia requiera; formalizar las subcontrataciones de determinadas partes o
instalaciones de la obra dentro de los límites establecidos en el contrato; firmar el acta de
replanteo o de comienzo y el acta de recepción de la obra; facilitar al director de obra los
datos necesarios para la elaboración de la documentación de la obra ejecutada y, suscribir
las garantías previstas en el art. 19.
Junto a estos agentes intervienen otros técnicos y profesionales, cuyas competencias se
encuentran referidas en la LOE, que resultan de especial importancia a la hora de fijar
responsabilidades en el proceso de construcción.
Salvo que se trate de obras de carácter estrictamente personalista, el contratista puede, a
su vez, contratar la ejecución de determinadas partidas de la obra… de forma que queda
vinculado con otro contrato de obra, denominado, subcontrato, independiente del
principal, en el que el contratista pasa a ocupar la posición de dueño de la obra y el
subcontratista, la de aquel.
Cuando sea comitente una Administración pública su regulación y contenido deberá
sujetarse a lo dispuesto en el Texto refundido de la Ley de Contratos de las
Administraciones públicas a la Ley 13/2003, de 23 de mayo, reguladora del contrato de
concesión de obras públicas.
III. OBJETO
Los elementos fundamentales en este contrato son dos: la obra y el precio.
1. La obra
Dada la heterogénea naturaleza de este contrato, pueden ser objeto del mismo todas las
cosas, ya sean muebles6 o inmuebles, tangibles o intangibles, siempre que presenten un
resultado material, industrial, científico o artístico y que no se encuentren reguladas en
contratos específicos, como ocurre fundamentalmente en el ámbito de la propiedad
intelectual e industrial.
Como la doctrina ha puesto de manifiesto, ello obliga a destacar la dificultad de aplicar
la regulación unitaria del contrato de obra contenida en los arts. 1588 a 1600 CC,
haciendo que algunos autores se decanten por aplicar con carácter preferente la teoría
general de la obligación y del contrato. La aportación jurisprudencial en este ámbito
también es relevante puesto que ha ido elaborando un cuerpo propio de doctrina con la
finalidad de suplir las carencias del Código civil. Una de las modalidades que cuenta con
un conjunto de normas específicas tras la entrada en vigor de la LOE es el contrato de
obra de edificación, cuyo articulado hay que complementar con las disposiciones
recogidas en el Código civil, debido a que dicha Ley no ha empleado la técnica de la
derogación expresa.
2. El precio
El precio deberá pagarse en el momento en que se entregue la obra salvo, como establece
el art. 1599 CC, pacto o costumbre en contrario. Aunque el art. 1544 CC establece que el
precio debe ser cierto la jurisprudencia ha matizado dicho requisito, entendiendo que la
ausencia de fijación previa del precio de la obra no impide tener por cumplimentado el
requisito de precio cierto7. Igualmente ha dictaminado que no es indispensable que se
concrete de antemano o en el instante de celebrarlo8, por ser suficiente con que su
determinación pueda llevarse a efecto con posterioridad por los propios interesados o un
tercero o a través de tasación pericial emitida en atención al coste de los materiales
invertidos y la mano de obra utilizada9.
En ningún caso, la realización de pagos parciales o adelantados podrá suponer la
presunción de aceptación (art. 1592 CC).
El precio puede fijarse por alguna de las formas siguientes:
A) Ejecución de la obra
El objeto del contrato es una obligación de hacer consistente en la realización de la obra
pactada.
Las disposiciones del Código civil, que se refieren con carácter particular al contrato de
obra inmobiliaria, señalan como objeto del mismo, edificar o construir un edificio,
aportando los materiales o utilizando los facilitados por el comitente. Dicha actividad
también alcanza a la fabricación y colocación de instalaciones accesorias de carácter fijo o
en trabajos que modifiquen la forma o sustancia del terreno o del subsuelo y en la
reforma, reparación, conservación o demolición de edificaciones.
Durante la ejecución de la obra, el contratista debe atenerse a las instrucciones del
comitente, concretadas en planos… y dadas a través de la dirección técnica. En todo caso,
a los profesionales se les exige un nivel de conducta adecuado a las reglas del arte o
profesión que ejercen, de forma que la impericia debe interpretarse como sinónimo de
culpabilidad. Tienen igualmente importancia los usos profesionales, como normas por las
que debe discurrir la actuación del obligado
El contratista actúa a su riesgo y bajo su responsabilidad. Salvo que el comitente no le
advierta, soportará la pérdida fortuita ocasionada por los materiales no idóneos
aportados por el comitente (art. 1590 CC).
B) Entrega de la obra
Al contratista le incumbe entregar la obra al comitente de conformidad con el contrato
pactado.
Es objeto de discusión si en este momento tiene o no lugar la transmisión de la
propiedad al comitente. En el caso de bienes muebles se podría entender que el contratista
no es el propietario tomando como referencia lo dispuesto en el art. 1600 CC, que faculta
al que ha ejecutado una obra en cosa mueble para que pueda retenerla en prenda hasta
que se le pague. Pero a ello debe sumarse las posturas que centran su atención en si ha
mediado aportación de materiales por parte del contratista. La primera de ellas entiende
que sí existe transmisión de propiedad en ese momento si el contratista puso los
materiales para ejecutar la obra. Se basa para ello en la teoría de los riesgos y en el art.
609 CC. La segunda tesis considera que el comitente va adquiriendo progresivamente lo
que se incorpora al suelo o a la cosa mueble de su propiedad, pero salvo en esto, del resto
no se convierte en dueño hasta la tradición. Esta tesis permite explicar por qué en caso de
desistimiento el comitente se queda con la propiedad de la obra.
El contratista debe entregar en el plazo pactado. En ausencia de pacto sobre el plazo,
habrá que remitirse a lo dispuesto en el art. 1128 CC. No obstante, el contrato suele
contener un plazo límite de ejecución de obra, susceptible de alteración convencional por
las partes. En caso de incumplimiento, el contratista incurrirá en mora. También es
frecuente la inclusión de una cláusula penal imponiendo al contratista una indemnización,
alzada o proporcional al tiempo por el retraso en la entrega respecto al plazo pactado14.
C) Obligaciones accesorias
El contratista está obligado a guardar y custodiar el lugar donde se realice la obra, los
materiales y la parte de obra ejecutada. Igualmente le incumbe el deber de informar y
aconsejar al comitente acerca de las cuestiones que se presenten durante la construcción
de la obra. Incluso dependiendo de la normativa específica de algunas actividades pueden
existir deberes de aseguramiento y precaución sobre el contratista.
B) Recepción de la obra
La recepción de la obra es una obligación fundamental y correlativa a la obligación de
entrega. Consiste en la asunción por parte del comitente de la obra de manera definitiva.
Este término cierra las fases que tiene que solventar el comitente, que pasan por la
aprobación, verificación y finalmente recepción de la obra16.
La verificación de la obra se centra en comprobar si ha sido ejecutada según lo
convenido. La aprobación, que es la segunda fase, implica la aceptación. Finalmente, en la
fase de recepción, que el Código civil denomina de entrega, el comitente se hace cargo de
la obra (art. 1599 CC). En el caso de que el comitente ya tuviese la obra, su aprobación
supone la recepción de la misma.
Antes de que tenga lugar, suele preverse una recepción provisional de la entrega de la
obra y la apertura de un plazo que posibilite al comitente su examen y la verificación de
su estado17. Transcurrido dicho plazo se debe producir o, el rechazo de la obra o la
protesta por los defectos o la recepción definitiva, que se entiende producida cuando
transcurre el plazo sin protesta por parte del comitente.
El retraso injustificado en la recepción pone en mora al comitente, desplazándose de su
cargo los riesgos que pueda padecer la obra desde entonces (arts. 1589 y 1590 CC).
Si la recepción se ha efectuado sin reservas provoca el desplazamiento del riesgo, que
deja de pesar sobre el contratista. También extingue la responsabilidad del contratista por
incumplimiento.
La eficacia de la entrega como acto de cumplimiento no está supeditada a la previa
aprobación y recepción del comitente. La mera puesta a disposición genera todos los
efectos del cumplimiento aunque el comitente no lo haya recibido18. Pero el hecho de que
la obra conste entregada, según certificado final y recepción provisional de la misma
“encontrándola correcta, conforme al proyecto y a las órdenes dadas por la dirección
facultativa” no implica por parte del dueño de la obra renuncia al ejercicio de acciones
futuras ni siquiera referidas a la corrección de la ejecución ante la posible aparición de
vicios que se manifiesten con posterioridad y tampoco la renuncia al ejercicio de tales
acciones por el retraso padecido19.
La regulación actual de la recepción de la obra de edificación se encuentra contenida en
el art. 6 LOE, que mejora la regulación de los arts. 1592 y 1598 CC.
Una vez concluida la obra, tras recibir el certificado final por el director de la misma y el
de ejecución, el constructor lo notificará al promotor, que tendrá treinta días para
proceder a la verificación de lo construido y proceder a la recepción. Se trata de una
declaración unilateral de voluntad, de naturaleza recepticia, en virtud de la cual, el
promotor manifiesta su conformidad con la obra recibida, reconociendo que ha sido
ejecutada a su satisfacción, conforme a lo estipulado y a la lex artis.
La recepción puede ser total o parcial; así como hacerse de forma expresa o tácita (art.
6.4 LOE)20. Puede hacerse con reservas en aquellos casos que el promotor manifiesta su
voluntad reticente a aceptar la obra no en su totalidad sino en alguno de sus extremos por
entender que adolece de ciertos vicios constructivos que han de ser subsanados por el
constructor (art. 6.2 d LOE).
2. Derecho de retención
El art. 1600 CC establece a favor del contratista un derecho de retención. En contra del
sentido que indica la Ley, no se trata de un derecho de prenda, regulado en los arts. 1857
a 1873 CC, sino de un mero derecho de retención. Lo que se puede retener es la obra
hecha, y no la base o presupuesto entregado para su realización23.
VII. EXTINCIÓN
Además de atenerse a las causas generales de extinción de las obligaciones, este contrato
recoge una serie de causas específicas, como la que figura en el art. 1594 CC, que
contempla el desistimiento unilateral del comitente27, la muerte del contratista o la
imposibilidad sobrevenida de la ejecución por causas ajenas a su voluntad.
El desistimiento actúa mediante declaración de voluntad de carácter recepticio, emitida
por el comitente y dirigida al contratista, sin necesidad de utilizar una forma determinada.
Cuando tenga lugar, el comitente deberá abonar al contratista el importe de los gastos que
haya efectuado en la obra, del trabajo y la ganancia que habría obtenido de haberla
concluido (art. 1594 CC)28.
Si la obra se ha encargado atendiendo a las cualidades personales del contratista, la
muerte o cualquier otra causa independiente de la voluntad del contratista que
imposibilite la conclusión de la obra, extinguen el contrato (art. 1595 CC). En este caso,
el comitente habrá de abonar al contratista o a sus causahabientes la parte proporcional
correspondiente a la parte de obra realizada y, en su caso, al valor de los materiales, en la
medida en que reporten enriquecimiento al comitente.
Finalmente, como establece el apartado tercero del art. 1595 CC, se producirá la
extinción del contrato si el contratista no puede concluir la obra por alguna causa ajena a
su voluntad. Debe tratarse, por tanto, de causas fortuitas, que no pueda resolver el
contratista, habiendo empleado toda la diligencia exigible.
El contratista tendrá derecho a ser indemnizado según lo dispuesto en el art. 1595.2 CC.
IX. CUESTIONARIO
1º. Diferencie entre el arrendamiento de obra y de servicios.
2º. ¿Cuál puede ser el objeto de un contrato de obra?
3º. Explique las analogías y diferencias entre el contrato de compraventa y el de obra.
4º. ¿Cuál es la responsabilidad de los agentes intervinientes en la edificación?
5º. ¿En qué casos se podría invocar el art. 1591 CC?
6º. ¿Durante cuánto tiempo se responde por los vicios de la construcción?
7º. ¿Se pueden compatibilizar los preceptos del Código civil correspondientes al
arrendamiento de obra con los estudiados de la LOE?
8º. ¿Son aplicables las disposiciones de la LOE a todos los contratos de obra?
9º. ¿Cuáles son las causas de extinción del contrato de obra?
10º. ¿Cuándo y en qué circunstancias se produce la recepción de la obra?
11º. Diga cuáles son los plazos de ejercicio de acciones en el contrato de obra.
12º. Explique las modalidades de pago del precio en el contrato de obra.
X. CASOS PRÁCTICOS
1º. Supuesto de hecho
A las pocas semanas de su apertura, un conocido centro comercial en la ciudad de Las
Palmas tuvo que cerrar sus instalaciones debido a la aparición de una serie de defectos
constructivos en la zona de sótano, planta baja, entreplanta de zona comercial, zona de
aparcamiento, en planta 2ª y en toda su fachada, que imposibilitaba atender a los clientes
con la debida seguridad.
Uno de los propietarios de un local solicita asesoramiento sobre los siguientes extremos.
CUESTIONES
1º. ¿Tiene alguna acción que le proteja?
2º. En su caso, ¿qué acciones puede ejercitar?
3º. ¿Contra quién puede dirigir su reclamación?
4º. ¿Puede exigir resarcimiento por daños y perjuicios?
2º. Supuesto de hecho
Mediante documento privado de fecha 15 de octubre de 2001 la entidad “Icsa SA” vendió
a Doña Teresa V. G., esposa del señor C., la parcela núm. 64, situada en la Urbanización
“Alhambra”, en Salobreña (Granada), por el precio de 60.000 euros.
Los compradores pagaron íntegro el referido precio a la entidad vendedora y ésta entregó
a aquellos la parcela vendida.
Tres años más tarde las mismas partes volvieron a celebrar un segundo contrato, en el que
la entidad “Icsa SA” se obligó a construir en dicha parcela, un chalet, por el precio de
50.000 euros, obligándose la entidad constructora a terminarlo y entregarlo a los
propietarios el 1 de octubre de 2004.
Este segundo contrato fue plenamente cumplido por la entidad constructora, que el 23 de
septiembre de 2004 comunicó a los esposos señor C. y señora V. G., que entonces residían
en Bélgica, que el chalet ya estaba terminado y a su absoluta disposición, requiriéndoles
para que se hicieran cargo del mismo.
En septiembre de 2006 los esposos, que continuaban residiendo en Bélgica, todavía no
habían venido a recibir el chalet terminado, excusándose en razones de enfermedad de la
esposa.
En dicho período de tiempo, el Ministerio de Obras Públicas realizó obras de ampliación de
la Carretera Nacional 340, Cádiz-Barcelona, que produjeron la rotura del talud que
separaba dicha carretera de la Urbanización “Alhambra”, ocasionando serios desperfectos
en los chalets de esta urbanización y, entre ellos, el de Doña. Teresa V.G. y su esposo.
Amparándose en este suceso, el matrimonio sigue adeudando a la constructora la cantidad
de 15.000 euros.
CUESTIONES
La empresa constructora solicita asesoramiento sobre las siguientes cuestiones:
1º. ¿Puede reclamar a Doña Teresa V.G. y a su esposo la cantidad que le adeuda?
2º. ¿Con base en qué normativa? ¿Qué modalidad contractual tiene este segundo contrato?
3º. ¿Quién debe responder por los desperfectos ocasionados?
1 V. en este sentido SSTS 24 octubre 2002 (Tol 225577) y 7 febrero 1995 (Tol 1668328).
La SAP Barcelona (Sección 4ª) 15 enero 2019 (Tol 7014726) versa sobre la naturaleza del contrato de
gestación subrogada y sus consecuencias.
2 La STS 12 julio 2002 (Tol 202933) afirma que “En el arrendamiento de obra la prestación del
1998 (Tol 1866) califica de contrato único y complejo, la venta de bienes de equipo para una destilería
de alcoholes y su instalación en las dependencias industriales.
4 V. en este sentido STS 18 abril 1995 (Tol 1657687).
5 V. en este sentido STS 5 noviembre 2004 (Tol 513436).
6 V. en este sentido SSAP Cantabria 25 junio 2002 (JUR 2002, 260089) y Asturias 7 octubre 2005 (JUR
2005, 234631).
7 V. en este sentido STS 7 octubre 1964 (RAJ 1964, 4326).
8 V. en este sentido STS 22 diciembre 1954 (RAJ 1954, 3014).
9 V. en este sentido STS 4 julio 1961.
10 V. en este sentido SSTS 10 octubre 2003 (Tol 316443) y 17 octubre 2006 (Tol 1002384).
11 V. STS 11 enero 2011 (Tol 2406159); SAP Sevilla (Sección 6ª) 28 diciembre 2019 (AC 2019, 184).
12 V. en este sentido SSTS 7 diciembre 1959 (RAJ 1959, 4491) y 19 octubre 1961 (RAJ 1961, 3311).
13 V. STS 23 octubre 2013 (Tol 4022954).
14 V. en este sentido SSTS 27 diciembre 2010(Tol 2042132) y 28 octubre 2010 (Tol 1989432).
15 V. SAP Barcelona (Sección 11ª) 19 diciembre 2018 (Tol 7022560).
16 V. en este sentido STS 6 mayo 2009 (Tol 1514763).
17 V. en este sentido STS 14 febrero 2003 (Tol 253583).
18 V. en este sentido STS 27 diciembre 2010 (Tol 2042132).
19 V. en este sentido STS 15 junio 2009 (Tol 1554274).
20 V. en este sentido STS 14 enero 2010 (Tol 1773350).
21 V. en este sentido STS 22 septiembre 1997 (Tol 216477).
22 V. en este sentido STS 7 octubre 2008 (Tol 1378507).
23 V. en este sentido STS 7 diciembre 2006 (Tol 1025102).
24 V. en este sentido SSTS 15 junio 2004 (Tol 376566) y 17 marzo 2016 (RAJ 2016, 1544).
25 V. en este sentido STS 14 octubre 2010 (Tol 1972239).
26 V. en este sentido STS 15 junio 1994 (Tol 1666620).
27 V. en este sentido STS 4 mayo 2006 (Tol 948870).
28 V. en este sentido SSTS 28 julio 2000 (RAJ 2000, 6202) y 25 abril 2003 (Tol 275456).
29 V. en este sentido STS 28 septiembre 2010 (Tol 1960888).
30 V. en este sentido STS 7 abril 2011 (JUR 2011, 133580).
31 V. en este sentido SSTS 22 julio 2009 (Tol 1577947) y 18 diciembre 2018 (Tol. 27071).
32 V. en este sentido arts. 1 y 2 LOE.
33 SAP Salamanca (Sección 1ª), 27 diciembre 2018 (Tol 7039498).
34 V. en este sentido STS 14 febrero 2011(Tol 2051700).
35 V. en este sentido STS 28 febrero 2011 (Tol 2054430).
36 V. en este sentido STS 15 febrero 2011 (Tol 2046192).
19. EL ARRENDAMIENTO DE SERVICIOS
SUMARIO: I. CONCEPTO Y CARACTERES. 1. La temporalidad. 2. El precio cierto. II. RÉGIMEN JURÍDICO DEL
CONTRATO DE SERVICIOS. III. DISTINCIÓN CON FIGURAS AFINES. 1. El arrendamiento de obra. 2. El
mandato. 3. Arrendamiento de servicios y contrato de trabajo. IV. LAS OBLIGACIONES DE LAS PARTES. V. LA
EXTINCIÓN DEL CONTRATO. VI. CUESTIONARIO. VII. CASO PRÁCTICO. VIII. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. CONCEPTO Y CARACTERES
El Código civil, en su Título VI del Libro IV, inspirado en la tripartición romanista de la
locatio-conductio, parte de una concepción unitaria del contrato de arrendamiento, que
gira en torno a la cesión del uso o goce de una cosa o de un servicio a cambio de precio,
siendo la diversa naturaleza de la cosa o servicio objeto del contrato la que da lugar a los
diferentes tipos contractuales (arrendamiento de cosas, de obra y de servicios). Sin
embargo, actualmente tanto doctrina como jurisprudencia consideran superada esta
concepción unitaria del arrendamiento, sobre todo si se tiene en cuenta que el Código civil
no prevé disposiciones comunes a los diversos tipos de arrendamiento (salvo el 1546 CC,
este ya en sede de arrendamientos de fincas rústicas y urbanas), siendo preferible la
distinción entre “contratos de uso o disfrute”, en los que se encuadraría el arrendamiento
de cosas, junto con el comodato y precario, y una categoría genérica de “contratos de
servicios” (entendidos en sentido amplio), que comprenderían el arrendamiento de
servicios en sentido estricto, el contrato de obra y el mandato1.
Según el art. 1544 CC, “en el arrendamiento de obras o servicios, una de las partes se
obliga a ejecutar una obra o a prestar a la otra un servicio por precio cierto”. Se llama
arrendatario al sujeto que obtiene la utilidad en que consiste el servicio, que deviene, por
ello, en deudor de la contraprestación pactada (precio cierto), mientras que el arrendador
es el obligado a prestar el servicio y, en consecuencia, acreedor de aquella remuneración
(v. art. 1546 CC).
Es el arrendamiento de servicios un contrato consensual, bilateral, porque de él surgen
obligaciones para ambas partes, que, además, son recíprocas, oneroso, conmutativo y no
formal2. La relación arrendaticia típica es de tracto sucesivo o continuado, en cuanto que
la ejecución de la prestación del arrendador (prestador del servicio) se prolonga en el
tiempo. Además, sobre todo para los servicios prestados por profesionales, suele ser un
contrato intuitu personae, esto es, celebrado en atención a las condiciones personales del
prestador del servicio.
Dos son las notas características de este contrato:
1. La temporalidad
El art. 1583 CC prevé, para los servicios prestados por “criados y trabajadores
asalariados”, que se pueden contratar “sin tiempo fijo, por cierto tiempo, o para obra
determinada”, añadiendo su segundo inciso que “el arrendamiento hecho para toda la
vida es nulo”. A pesar de su ubicación, este precepto es aplicable a cualquier clase de
servicios, incluidos los prestados por profesionales liberales3, constituyendo, además, el
fundamento legal del carácter esencialmente temporal del arrendamiento de servicios4.
En efecto, el arrendamiento perpetuo o celebrado por toda la vida es nulo, porque se
considera un atentado contra la libertad individual5. Ahora bien, contrato de duración
indefinida no es lo mismo que contrato “de por vida” o perpetuo6.
Así, en los últimos años se ha ido consolidando, para los contratos de duración
indefinida, la doctrina jurisprudencial que distingue, por sus consecuencias jurídicas, entre
el contrato celebrado a perpetuidad y el contrato de duración indefinida o indeterminada
(esto es, aquel cuyo plazo de vigencia no consta)7. Mientras el primero sería nulo, por
vulnerar el art. 1583 CC, el segundo se considera válido, siempre que se reconozca a
cualquiera de las partes la facultad de poner fin al mismo, sin necesidad de alegar justa
causa (desistimiento ad nutum) y sin perjuicio de las consecuencias indemnizatorias que
puedan derivarse cuando la resolución unilateral se produzca de manera abusiva (por
ejemplo, sin un razonable preaviso), ocasionando perjuicios al otro contratante, o si existe
un enriquecimiento injusto, por aprovechamiento del trabajo ajeno8.
El art. 1583.II CC prevé la sanción de la nulidad al contrato de servicios vitalicio. Sin
embargo, la doctrina no es pacífica, ya que para algunos autores la sanción debería ser la
de anulabilidad del contrato, a instancia del prestador del servicio, mientras que otros
proponen la conversión del contrato nulo en contrato de duración indefinida.
2. El precio cierto
El contrato de arrendamiento de servicios es un contrato oneroso, pudiendo consistir la
retribución del prestador del servicio en una suma de dinero (precio9) o en cualquier otro
bien económicamente valuable. Sin precio no puede haber arrendamiento de servicios,
incardinándose la prestación gratuita de servicios en el ámbito de las liberalidades o
donaciones10 o en otro tipo contractual como el mandato11.
El precio ha de reunir el requisito de la certeza, lo que se entiende cumplido no sólo
cuando está determinado en el momento de celebración del contrato, sino también cuando
puede fijarse posteriormente, de acuerdo con los criterios previstos en el propio contrato
o, incluso, cuando no habiéndose pactado nada al respecto, puede determinarse conforme
a los usos o la costumbre12.
La jurisprudencia entiende que, ante la ausencia de pacto sobre el precio, es suficiente si
puede determinarse por un tercero o incluso por propio prestador del servicio —lo que no
se considera que vulnere el art. 1256 CC—, siempre que atienda a la costumbre o uso del
lugar o a determinadas pautas orientadoras como la entidad del servicio o trabajo
prestado, la complejidad de la tarea desempeñada, el valor económico y naturaleza del
asunto13.
Al respecto, ha sido frecuente, en el ámbito de prestación de servicios profesionales, la
determinación del precio por referencia a las tarifas de honorarios, meramente
orientativos, aprobadas y publicadas por los correspondientes Colegios profesionales. En
la actualidad, tras la reforma operada por la Ley 25/2009, de 22 de diciembre, se prohíbe
a los Colegios profesionales establecer baremos orientativos, ni cualquier otra
recomendación sobre honorarios profesionales, salvo a los exclusivos efectos de tasación
de costas y jura de cuentas de los abogados14.
Nada obsta, tampoco, a que en el contrato de arrendamiento de servicios la retribución
se pacte en atención al tiempo empleado en su ejecución, a las actuaciones
individualmente realizadas o resultados obtenidos15, o se fije una cantidad fija y global
por todos los servicios contratados, que habitualmente se denomina “iguala” para los
desempeñados por abogados16.
2. El mandato
El mandato aparece configurado ampliamente en el Código civil como un contrato de
gestión de asuntos ajenos (art. 1709 CC), por lo que su distinción con el arrendamiento de
servicios aparece, en ocasiones, como una labor compleja. Doctrina y jurisprudencia los
han delimitado atendiendo a diversos criterios, entre los que destacan:
a) El objeto de la prestación, que en el mandato comprendería “actos jurídicamente
relevantes” (tales como transigir, enajenar, hipotecar o ejecutar actos de riguroso
dominio, según prevé el art. 1713 CC), mientras que el arrendamiento de servicios
abarcaría actos de cualquier índole, material o jurídica28.
b) La gratuidad del mandato. El mandado es un contrato naturalmente gratuito (art.
1711 CC), mientras que el arrendamiento es oneroso al constituir el precio un elemento
esencial del contrato. No obstante, el CC excepciona de esta presunción de gratuidad el
supuesto de que el mandatario se dedique profesionalmente a los servicios a los que se
refiere el mandato, en cuyo caso se presume retribuido (art. 1711.II CC)29.
c) El intuitus personae y la fiducia. El mandato es un contrato intuitu personae, ya que
las cualidades personales de quien debe realizar la gestión encomendada son relevantes al
contraer la obligación, entablándose una relación de confianza (fiducia) entre el
mandatario y el mandante, que justifica la facultad de las partes para desistir del contrato
unilateralmente o ad nutum. Sin embargo, la presencia del intuitus personae y el carácter
fiduciario de la relación caracterizadora del mandato no es, sin embargo, ajena a ciertas
relaciones de servicios, como las entabladas con los profesionales liberales (médicos,
abogados) y que suelen venir enmarcadas generalmente en el arrendamiento de servicios30.
d) La ajenidad de la actuación del mandatario. En el mandato, el mandatario actúa no
sólo por encargo sino también por cuenta del mandante, gestionando sus asuntos frente a
terceros y sometido a sus instrucciones (arts. 1714 y 1719 CC). En cambio, en el
arrendamiento de servicios, el prestador del servicios no actúa frente a terceros por cuenta
del principal (aunque puede hacerlo también), gozando, además, de una mayor
independencia en su ejecución, debiendo ajustar su actuación tan sólo a la “lex artis”31.
e) La representación. Se ha subrayado el carácter representativo del mandato, pero no
del arrendamiento de servicios32. Sin embargo, cabe destacar que el mandato hace
referencia a la relación jurídica subyacente de la representación, pero que el poder de
representación puede tener su fuente en otras relaciones jurídicas distintas del mandato,
como el arrendamiento de servicios o la sociedad. La concesión de un poder de
representación evoca la idea de gestión, a la que responde sin lugar a dudas el contrato de
mandato, pero también el arrendamiento de servicios propios de profesionales liberales33.
f) La sustituibilidad. El mandato es un mecanismo de cooperación por la vía de
sustitución, lo que no sucede en el arrendamiento de servicios. De este modo, se considera
que sólo son objeto de mandato aquellos actos en que quepa la sustitución, o sea, los que
el mandante podría realizar por sí mismo, por pertenecer a la esfera de su vida ordinaria,
mientras que cuando se encomienda a otro la gestión de asuntos que normalmente no
puede realizar por sí mismo, porque no constituyen su actividad habitual, por requerirse
determinados conocimientos, técnicas o cualidades, nos hallaremos ante un
arrendamiento de servicios34.
En suma, como tiene declarado el Tribunal Supremo, la expresión “prestar algún servicio”
contenida en el art. 1709 CC es “tan vaga e imprecisa que… habrá de examinarse el negocio de que
se trate en cada supuesto concreto, con la vista puesta siempre en que la regulación legal del
mandato se refiere siempre a actos o negocios jurídicos a realizar por el mandatario”35.
VI. CUESTIONARIO
1º. ¿Es lícito un arrendamiento de servicios perpetuo o vitalicio?; ¿cuál es la sanción prevista
en el Código civil?
2º. Según la orientación jurisprudencial mayoritaria ¿cuál es la diferencia principal entre un
arrendamiento de servicios perpetuo y un arrendamiento en el que no se ha especificado
su duración o por tiempo indefinido?
3º. ¿La prestación gratuita de un servicio puede ser calificada de contrato de arrendamiento
de servicios?
4º. ¿Ha de estar determinado en el momento de la celebración del contrato el precio del
servicio?
5º. Atendiendo a la doctrina y la jurisprudencia ¿cuáles son los criterios utilizados para
distinguir un arrendamiento de servicios de un contrato de obra?
6º. ¿Qué consecuencias tiene la calificación de la obligación asumida como de medios o de
actividad?
7º. ¿En qué consiste el criterio de la sustitución o sustituibilidad para delimitar un contrato
de mandato de un arrendamiento de servicios?
8º. ¿Los servicios profesionales pueden ser objeto de un contrato de trabajo?
9º. ¿Qué plazo existe para reclamar el pago del precio de los servicios prestados por un
abogado?
10º. ¿Puede extinguirse por voluntad de uno de los contratantes un contrato de servicios
celebrado por tiempo determinado?
VII. CASO PRÁCTICO
1º. Supuesto de hecho
Don Pedro, tras haber sido demandado por incumplimiento de un contrato, acudió al
despacho de Don Jacinto, prestigioso abogado, que aceptó hacerse cargo de su defensa en
dicho proceso. El abogado y el cliente no acordaron el precio que habría que pagarse a
cambio de la mencionada actividad.
El abogado, Don Jacinto, se sirvió de uno de los pasantes de su despacho para la redacción
del escrito de contestación de la demanda, ocupándose después personalmente del resto
de los trámites.
Antes de la finalización del proceso, Don Juan le comunicó que había decidido prescindir
de sus servicios, mostrando su disconformidad con la actuación del letrado al haberse
servido del pasante.
CUESTIONES
1º. ¿Cómo calificaría el contrato celebrado entre Don Pedro y Don Jacinto?
2º. ¿Existe precio cierto?; ¿cómo se determinará el precio del servicio prestado?
3º. ¿Puede Don Jacinto servirse de auxiliares o colaboradores en la ejecución del servicio
contratado?
4º. ¿Es legítima la pretensión de Don Juan de poner fin unilateralmente al contrato
celebrado con el abogado?; ¿deberá reembolsarle alguna cantidad?; ¿podrá exigirle Don
Jacinto una indemnización por los daños y perjuicios ocasionados?
1 Incluso cabría incluir en esta categoría los contratos mercantiles de comisión, distribución, agencia y
mediación o corretaje, así como el contrato de depósito o el de aparcamiento de vehículos.
2 No obstante, existen varios supuestos en que el contrato deberá formalizarse por escrito, como requisito
ad probationem o de mera eficacia, si cualquiera de las partes compele a la otra a cumplimentar dicha
forma. Así, cuando sea aplicable el art. 1280 in fine CC, esto es, si las prestaciones exceden de 1500
pesetas; o para el contrato de servicios profesionales del trabajador autónomo, en virtud del art. 7
LETA. Además, si se trata de un contrato celebrado entre un profesional y un consumidor, en virtud
del art. 63 TRLGDCU, debe entregarse a este “copia o documento acreditativo con las condiciones
esenciales de la operación, incluidas las condiciones generales de la contratación, aceptadas y firmadas
por el consumidor y usuario, cuando éstas sean utilizadas en la contratación”.
3 V. en este sentido STS 5 junio 2009 (Tol 1547705).
4 Para el arrendamiento de cosas es el art. 1543 CC el que determina su carácter esencialmente temporal.
5 V. en este sentido SSTS 19 enero 2005 (Tol 564815) y 5 junio 2009 (Tol 1547705).
6 V. en este sentido STS 14 marzo 1986 (Tol 1734746). Es más, cuando no se haya fijado plazo de
duración del contrato de servicios no es posible aplicar analógicamente el art. 1581 CC, pues se
encuadra entre las disposiciones referidas a los arrendamientos urbanos que “nada tienen que ver con
el trabajo personal ni con los contratos intuitu personae”. V. en este sentido STS 12 mayo 1997 (Tol
215648).
7 Esta doctrina surge en el ámbito de los contratos mercantiles de comisión, agencia y distribución de
duración indefinida o indeterminada. V. en este sentido SSTS 16 diciembre 2003 (Tol 348.313) y 19
diciembre 2005 (Tol 809.272). No obstante, la jurisprudencia la ha estimado aplicable a todos los
contratos de duración indefinida y, entre ellos, al arrendamiento de servicios.
8 V. en este sentido SSTS 12 mayo 1997 (Tol 215.648) y 5 de junio de 2009 (Tol 1547705). Para la STS
24 junio 2010 (Tol 1887179), en defecto de pacto sobre la necesidad de un preaviso razonable para
extinguir unilateralmente el contrato de servicios de duración indefinida, su omisión no genera por sí
daños o perjuicios indemnizables, sino que éstos deberán acreditarse suficientemente.
9 En la concepción del Derecho Romano los trabajos de carácter intelectual (operae liberales) se
consideraban inestimables y, por ello, no susceptibles de pago de precio, sino de honorarios, expresión
ésta que pervive para ciertas profesiones.
10 V. en este sentido STS 25 mayo 1992 (Tol 1655165). Según la STS 29 noviembre 2007 (Tol 1227483)
la prestación de servicios propios de la profesión crea la presunción de su carácter retribuido, pero a
ello no obsta que por razones de amistad o familia se puedan considerar prestados gratuitamente. En
tal caso, estaremos ante un contrato atípico.
11 V. en este sentido STS 30 noviembre 2010 (Tol 2009051).
12 Según la jurisprudencia, a diferencia del arrendamiento de cosas, en el de servicios o de obra el precio
puede fijarse durante o al final del contrato. V. en este sentido STS 20 noviembre 2003 (Tol 348292).
13 V. en este sentido SSTS 12 julio 1984 (RAJ 1984, 3848), 3 febrero 1998 (RJ 1998, 614), 25 octubre
2002 (Tol 225588) y 20 noviembre 2003 (Tol 348292). Además, el precio del servicio puede ser fijado
judicialmente, cuando exista controversia, acudiendo al criterio de la equidad a fin de fijar la cuantía
que se estime justa para la tarea adecuada.
14 V. en este sentido art. 14 y Disp. Adic. 4ª Ley 2/1974, de 13 de febrero, sobre Colegios Profesionales.
embargo, no tuvo éxito. V. en este sentido el Proyecto de Ley 121/43, de 12 de abril de 1994, de
modificación del Código Civil, (B.O.C.G., Congreso de los Diputados, serie A, 12 de abril de 1994,
núm. 58-1).
19 Así, en el Fuero Nuevo o Compilación de Derecho civil foral de Navarra, aprobado por Ley 1/1973, de
1 de marzo, el contrato de prestación de servicios se rige por las disposiciones del mandato, en la
medida en que no esté regulado por disposiciones especiales (Ley 562).
20 El art. 147 TRLGDCU establece una regla de inversión de la carga de la prueba a favor del
consumidor, al declarar que “los prestadores de servicios serán responsables de los daños y perjuicios
causados a los consumidores y usuarios, salvo que prueben que han cumplido las exigencias y
requisitos reglamentariamente establecidos y los demás cuidados y diligencias que exige la naturaleza
del servicio”. El art. 148 TRLGDCU instaura un régimen especial de responsabilidad (objetiva) para
los prestadores de determinados servicios, “cuando por su propia naturaleza o por estar así
reglamentariamente establecido, incluyan necesariamente la garantía de niveles determinados de
eficacia o seguridad, en condiciones objetivas de determinación, y supongan controles técnicos,
profesionales o sistemáticos de calidad”. Se someten a este régimen, entre otros, los servicios sanitarios,
de reparación y mantenimiento de ascensores, electrodomésticos y vehículos a motor, rehabilitación y
reparación de vivienda y los relativos a medios de transporte.
21 V. en este sentido STS 8 junio 2000 (Tol 6623).
22 V. en este sentido SSTS 18 enero 1941 (RAJ 1941, 5) y 24 enero 1961 (RAJ 1961, 116)
23 V. en este sentido STS 5 octubre 1905 (JC 1905, 58).
24 V. en este sentido STS 10 febrero 1987 (Tol 1736186).
25 V. en este sentido SSTS 7 febrero 1995 (Tol 1668328), 30 mayo 1995 (Tol 1668703), 31 enero 1996
(Tol 1669252) y10 febrero 1996 (Tol 1669322).
26 La obligación típica del abogado es una obligación de medios o de actividad, según reiterada
jurisprudencia. El abogado no está obligado a la satisfacción del interés último del acreedor, como
puede ser la obtención de una sentencia favorable en el litigio o el reconocimiento de su pretensión, a
pesar de que, como consecuencia del cumplimiento de su prestación, se pudiera obtener. Este último
resultado no es exigible al profesional, porque es aleatorio o eventual, no depende exclusivamente de su
actuación diligente, sino de la actuación o convicción del órgano jurisdiccional o de la propia
“bondad” o “acierto” de la pretensión ejercitada. Así, entre otras, las SSTS 12 diciembre 2003 (Tol
343601), 22 octubre 2008 (Tol 1396293) y 23 febrero 2010 (Tol 1798251).
27 En el contrato de obra el deudor se compromete a conseguir un resultado, que está a su alcance, con
independencia del trabajo o esfuerzo empleado para ello (p. ej. el contrato celebrado con el arquitecto
para elaboración de un proyecto).
28 V. en este sentido SSTS 26 marzo 2007 (RJ 2007, 2010) y 7 mayo 2007 (Tol 1075933).
29 Por tanto, si el que presta los servicios no tiene la condición de profesional, por no dedicarse a dicho
género de actividades, y no se demuestra pacto alguno sobre la retribución, habrá que concluir que
estamos ante un mandato no retribuido y no un arrendamiento de servicios al faltar el elemento del
precio cierto que exige el art. 1544 CC [STS 19 diciembre 1953 (RAJ 1953, 3515)].
30 Así, cuando se contrata el asesoramiento jurídico y la gestión de asuntos con un profesional
I. CONCEPTO Y CARACTERES
El art. 1709 CC define el mandato como aquel contrato por el cual “se obliga una
persona a prestar algún servicio o hacer alguna cosa, por cuenta o encargo de otra”.
Se trata, pues, de un contrato por el cual una persona, llamada mandante, confía a otra,
llamada mandatario, la gestión o la realización de algún acto o negocio jurídico,
aceptando esta última desempeñarlo por cuenta de aquella1.
a) Se trata de un contrato consensual, que se perfecciona por el mero consentimiento, sin
exigirse forma alguna, según resulta de los arts. 1709 y 1710 CC.
b) Es un contrato gratuito, salvo que se pacte lo contrario2, aunque, “cuando el
mandatario tiene por ocupación el desempeño de servicios de la especie a la que se refiere
el mandato, se presume la obligación de retribuirlo” (art. 1711 CC).
La STS 19 diciembre 1953 (RAJ 1953, 3515) desestimó la demanda del administrador de los
bienes de una mujer, que, por cuenta de esta, había investigado la conducta del marido,
desplazándose a diferentes poblaciones, pretendiendo que le pagara dichas actividades, con
independencia de su sueldo de administrador, entendiendo el Supremo que las mismas no entraban
dentro de sus ocupaciones habituales3.
El mandato puede ir unido a un poder de representación, pero ello no tiene por qué ser
así. En el primer caso, se habla de mandato representativo, que es aquel que contiene un
poder de representación, de modo que el mandatario (representante) actúa en nombre y
por cuenta del mandante (representado), obligando a este frente a terceros5. Por el
contrario, el mandato no representativo es aquel que no va acompañado de un poder de
representación, por lo que el mandatario actúa por cuenta del mandante, pero en nombre
propio, quedando él mismo obligado frente al tercero.
Además, del mismo modo que hay mandato sin representación, también es posible que
exista representación sin mandato. Así sucede en la representación legal de los padres o
tutores respecto de sus hijos sujetos a patria potestad o pupilos y en la representación
voluntaria, cuando el poder no acompaña al contrato de mandato, sino a otro distinto,
como, por ejemplo, el contrato de sociedad, habilitando al administrador único para
actuar en nombre de la sociedad.
2. Elementos reales
El objeto del mandato son los actos o negocios jurídicos que el mandatario se obliga a
realizar por cuenta del mandante6, que han de ser posibles, lícitos y determinados.
Se excluyen, lógicamente, aquellos actos de carácter personalísimo que solo pueden ser
realizados personalmente por el interesado. La STS 10 mayo 2018 (Tol 6602805) afirma que,
mientras la mandataria sí podía vincular a su mandante frente a la aseguradora en la contratación
del seguro en sí misma (art. 1727 CC), en cambio, la cumplimentación del cuestionario de salud
habría exigido, en principio, una actuación personal de la propia asegurada, es decir, de la
mandante, ya que los datos de salud no solamente son privados, sino que, además, gozan de la
condición de datos de carácter personal especialmente protegidos. En consecuencia, debe afirmarse
que la cumplimentación del cuestionario de salud para la valoración del riesgo en un seguro de vida
es un acto personalísimo del asegurado.
3. Elementos formales
A tenor del art. 1710 CC, el mandato puede ser expreso o tácito7, pudiendo darse el
primero de ellos por documento (público o privado) o de palabra8. La aceptación puede
ser también expresa o tácita, deducida esta última de los actos del mandatario.
La STS 30 noviembre 2001 (Tol 130737) distinguió entre la forma del mandato y la forma de la
aceptación, afirmando que “Aunque la sentencia recurrida califique la relación entre los litigantes
como de mandato tácito, una detenida lectura de toda ella en su conjunto bien permite afirmar, a
partir de sus hechos probados, que el mandato, desde la perspectiva del art. 1710 CC, fue en
realidad expreso, aunque verbal, y que lo tácito fue su aceptación por el mandatario mediante actos
tan concluyentes como gestionar totalmente la concertación del seguro”.
A este tipo de mandato se refiere el art. 1725 CC, con notoria impropiedad, hablando
del mandatario que “obra en concepto de tal”, afirmando que, en tal caso, “no es
responsable personalmente frente a la parte con quien contrata”, por lo que no puede ser
demandado por ella18.
El precepto exceptúa esta regla cuando el mandatario “se obliga a ello expresamente”,
es decir, asume la responsabilidad del cumplimiento del contrato19; y también si “traspasa
los límites del mandato, sin darle conocimiento suficiente de sus poderes” (a la parte con
quien contrata), en cuyo caso el mandante representado no quedará obligado frente al
tercero, pero, como dicha extralimitación no puede perjudicar “a quien, de buena fe,
contrató con él”20, será el mandatario quien quede obligado (por ejemplo, si, en vez de
vender el vehículo para cuya enajenación se le había autorizado, vende otro, que no
pertenecía al mandante y que había adquirido de otra persona21).
b) En el mandato no representativo el mandatario actúa por cuenta del mandante, pero
en nombre propio, quedando él mismo obligado frente al tercero.
Esta clase de mandato aparece contemplado en el art. 1717 CC, cuyo párrafo 1º dispone
que “Cuando el mandatario obra en su propio nombre, el mandante no tiene acción
contra las personas con quienes el mandatario ha contratado, ni estas tampoco contra el
mandante”. En este caso, dice el párrafo 2º, “el mandatario es el obligado directamente en
favor de la persona con quien ha contratado, como si el asunto fuera personal suyo”.
El mandato no surte, pues, efectos frente a terceros, que no lo conocen, sino solo entre
las partes: es, por ello, que el párrafo 3º deja a salvo “las acciones entre mandante y
mandatario”.
No obstante lo anterior, el párrafo 2º del art. 1717 CC admite la vinculación del
mandante con el tercero, en el caso “en que se trate de cosas propias del mandante”,
entendiendo la jurisprudencia la expresión “cosas”, en el sentido amplio, de “asuntos o
negocios” suyos22, interpretando que, si el tercero sabía la condición de mandatario de la
persona con la que contrataba, puede dirigirse directamente contra el mandante23.
La STS 11 marzo 1987 (Tol 1739408) permitió, así, al vendedor dirigirse directamente contra la
“Citroën” para exigir el cobro, al no haber ocultado la entidad compradora que actuaba como
mandataria de aquella.
Por otro lado, en el mandato no representativo, dado que los efectos de la actuación del
mandatario se producen en el patrimonio de este, es necesario un posterior acto de
transferencia formal al patrimonio del mandante.
La jurisprudencia interpreta que, en las relaciones internas, el mandatario tiene una titularidad
provisional “en tránsito hacia el patrimonio del mandante”24 e incluso que el bien le pertenece
desde el momento de la consumación del contrato, es decir, desde su entrega al mandatario, siendo
este un mero poseedor en nombre ajeno, aunque, sin embargo, es necesario “un acto que revele
hacia el exterior la titularidad” real del mandante, lo que puede hacerse mediante una escritura de
reconocimiento de su propiedad, otorgada de común acuerdo, y, en su defecto, por sentencia
declarativa del dominio, previa prueba en el proceso de la existencia de una relación representativa
oculta25.
V. EFECTOS
1. Obligaciones del mandatario
Las obligaciones del mandatario son las siguientes:
a) Cumplir el mandato, respondiendo “de los daños y perjuicios que, de no ejecutarlo, se
ocasionen al mandante”26 (art. 1718.I CC).
El art. 1726 CC, establece que “el mandatario es responsable, no solamente del dolo, sino también
de la culpa27, que deberá estimarse con más o menos rigor por los Tribunales según que el mandato
haya sido o no retribuido”28.
c) Conforme al art. 1720 CC, el mandatario deberá abonar al mandante cuanto haya
recibido en virtud del mandato, “aun cuando lo recibido no se debiera al segundo”, lo que
comprende, no solo lo recibido del propio mandante, sino también de terceros respecto de
los cuales haya actuado el mandato48.
La STS 12 julio 2000 (RAJ 2000, 6751) excluye que el mandatario pueda retener la cantidad que
debe entregar al mandante para efectuar un autopago sobre las cantidades retenidas49.
Por otro lado, “En el caso de morir el mandatario, deberán sus herederos ponerlo en
conocimiento del mandante y proveer entretanto a lo que las circunstancias exijan en
interés de este” (art. 1739 CC).
d) Por concurso del mandante o mandatario (art. 1732.3º CC).
La explicación de esta causa de extinción radica en que, en el caso de concurso necesario del
mandante o del mandatario, estos tendrán suspendidas las facultades de administración y
disposición de la masa activa, siendo sustituidos en su ejercicio por los administradores concursales
(art. 106.2 LC); y, si el concurso es voluntario, mantendrán dichas facultades, pero quedando
sometido su ejercicio a la autorización de los administradores (art. 106.1 LC).
Sin embargo, el art. 1732.5º CC deja a “salvo lo dispuesto en este Código respecto de
los mandatos preventivos”.
Esto significa que el mandato no se extingue, si el mandante, “preventivamente”,
hubiera nombrado un mandatario con poder de representación (que lógicamente, será una
persona de gran confianza), precisamente, para el caso de que fuera sujeto a curatela
representativa (art. 257.I CC) o se hubiera incluido en el contrato una cláusula, previendo
la subsistencia del mismo, de darse esta eventualidad (art. 256 CC): en estos supuestos, los
poderes de representación conferidos al mandatario mantendrán su vigencia64.
Cuando el mandato preventivo “comprenda todos los negocios” del mandante, el mandatario,
“sobrevenida la situación de necesidad de apoyo, quedará sujeto a las reglas aplicables a la curatela
en todo aquello no previsto” en aquel, “salvo que el poderdante “haya determinado otra cosa” (art.
259 CC).
X. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
ÁLVAREZ LATA, N.: “Contratos de prestación de servicios”, en AA.VV.: Tratado de Contratos (dir. R.
BERCOVITZ), III, Valencia, 2009; BARCELÓ DOMÉNECH, J.: “La intervención del corredor o
alfarrassador en los contratos agrarios valencianos”, Revista Boliviana de Derecho, 2015, núm. 19, pp.
292 y ss.; CREMADES GARCÍA, P.: Contrato de mediación o corretaje y estatuto del Agente de la
Propiedad Inmobiliaria, Madrid, 2009; BLANCO CARRASCO, M.: El contrato de corretaje, Madrid,
2008; DÍEZ-PICAZO, L.: La representación en el Derecho Privado, Madrid, 1979; GUTIÉRREZ
JEREZ, L. J.: “La necesaria concurrencia de la buena fe en relación a la libre disposición de bienes y en
cuanto a la actuación mediante apoderado cuando el poder esté extinguido”, Revista de Derecho Civil,
vol. VI, núm. 1, 2019, pp. 29 y ss.; LEÓN ALONSO, J.: “Comentarios a los arts. 1709 a 1739 CC”, en
AA.VV.: Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales (dir. M. ALBALADEJO), t. XXI, vol. 2º,
Madrid, 1986; LINARES NOCI, R.: Poder y mandato. Problemas sobre su irrevocabilidad, Madrid,
1991; MARÍN GARCÍA DE LEONARDO, Mª T.: “Sustituto, subapoderado y auxiliar: una
interpretación de los artículos 1721 y 1722 del CC”, RJN, 1993, núm. 8, pp. 65 y ss.; RIVERO
HERNÁNDEZ, F.: “De nuevo sobre la autorización en Derecho Privado”, ADC, 2016, 2º, pp. 345 y ss.
1 Dado que el mandatario actúa por cuenta ajena, se plantea el problema de distinguir el mandato del
arrendamiento de servicios. La jurisprudencia los diferencia, en atención a si la prestación encargada
entra dentro de la esfera ordinaria de la vida de la persona, que normalmente, realiza por sí misma, o
si, por el contrario, excede de ella, entrando dentro de la actividad profesional del arrendatario, por
ejemplo, de defensa en juicio o de asistencia médica. V. en este sentido SSTS 14 marzo 1986 (Tol
1734746), 25 marzo 1988 (Tol 1735717) y 21 diciembre 1992 (Tol 1654863). La STS 21 diciembre
1992 (Tol 1654863), afirma que la diferencia entre el mandato y el contrato de obra radica en que “el
contratista realiza su trabajo con independencia de la propiedad, y tiene derecho a la correspondiente
remuneración en relación con el valor de la obra realizada”.
2 Por ello, la STS 30 abril 1993 (Tol 1663716) afirma que la gratuidad es un elemento natural del
mandato.
3 Por su parte, la STS 2 abril 1979 (Tol 1741121) señaló que “declarada la existencia de una relación de
mandato entre demandante y demandado sin establecimiento de precio o merced y probado que el
actor no tiene por ocupación el desempeño de servicios de la clase a que el mandato se refiere, es
evidente la gratuidad del mandato”.
4 En igual sentido, STS 10 julio 2007 (Tol 1116424).
5 La STS 1 marzo 1988 (Tol 1735446) declaró que “si efectivamente la doctrina moderna excluye del
concepto de mandato a la representación como elemento necesariamente esencial y consustancial al
mismo, por entender que, por su naturaleza, cae fuera del contenido primeramente obligacional que
constituye la materia propia y exclusiva de todo contrato, sin embargo no impide la posibilidad de
actuación del mandatario con poder, cual se deduce del contenido del artículo 1.717 del Código Civil”.
6 V. en este sentido STS 27 noviembre 1992 (Tol 1661010).
7 A este respecto, la STS 29 marzo 1995 (Tol 1668499) aclaró que “la utilización de un mandato tácito
tuvo lugar, según hechos probados, en la presencia del mandante sin oponerse. Luego no puede con
posterioridad el mandante ir contra sus propios actos productores de efectos jurídicos y negar el
mandato en perjuicio de terceros, como es la recurrida”.
Más recientemente, la STS 27 noviembre 2012 (Tol 2732120) afirmó que “El mandato tácito, admitido
por el art. 1710 CC, se deduce de hechos concluyentes del mandante, esto es, actitudes o
comportamientos que, interpretados en un contexto relacional determinado, revelan inequívocamente
la voluntad de dar vida a un contrato de mandato”.
8 V. en este sentido SSTS 28 junio 1996 (Tol 1658910), 7 febrero 1997 (Tol 215721) y 4 diciembre 1997
(Tol 215391).
9 V. a este respecto STS 15 marzo 1996 (Tol 1669421).
10 Las SSTS 3 noviembre 1997 (Tol 215134), 7 abril 1998 (Tol 72803) y STS 3 julio 2019 (Tol 7389316)
observan que nada impide que el mandato expreso se confiera de forma oral, si bien plantea, en este
caso, problemas de prueba.
11 V. en este sentido SSTS 1 marzo 1990 (Tol 1729257), 30 abril 1992 (Tol 1660482), 18 diciembre 2006
(Tol 1042355), 8 enero 2007 (Tol 1033419), 6 junio 2008 (Tol 1333422) y 10 junio 2010 (Tol
1877819).
12 V. en este sentido SSTS 20 noviembre 1989 (Tol 1732009), 10 junio 2010 (Tol 1877819) y 27
No obstante la STS 16 mayo 2008 (Tol 1331062) confirmó la sentencia recurrida, la cual había entendido
que, al autorizarse la realización de “actos de riguroso dominio”, se había incluido la donación,
considerando el Supremo que se estaba “ante un problema interpretativo del alcance del mandato
otorgado y que esta es una cuestión que está atribuida al tribunal de instancia”.
18 V. en este sentido SSTS 10 noviembre 2006 (Tol 1014476) y 3 abril 2000 (Tol 1526).
19 V. en este sentido SSTS 16 mayo 1984 (Tol 1737755) y 3 noviembre 2010 (Tol 1992303).
Posición contraria mantiene, sin embargo, la STS 26 noviembre 2010 (Tol 2032965), la cual afirma que,
“cuando el mandato tiene por objeto actos de disposición es menester que se designen específicamente
los bienes sobre los cuales el mandatario puede ejercer dichas facultades, y no es suficiente con referirse
genéricamente al patrimonio o a los bienes del mandante”.
20 V. en este sentido STS 17 mayo 1971 (RAJ 1971, 2857).
21 V. en este sentido STS 12 noviembre 1982 (RAJ 1982, 6540).
22 V. en este sentido STS 3 enero 2006 (Tol 809287).
23 V. en este sentido SSTS 10 julio 1946 (RAJ 1946, 938), 1 diciembre 1982 (RAJ 1982, 7454), 18 enero
aunque hayan sido nombradas simultáneamente, a no ser que se diga lo contrario (art. 1723 CC).
29 La STS 10 noviembre 1992 (Tol 1661352) precisa que este precepto “exige la concurrencia de situación
expresa de ausencia de actuaciones concretas impuestas por el mandante, como objeto específico del
mandato, que vienen a delimitarlo, en cuanto limitan los poderes otorgados”.
30 V. en este sentido STS 20 mayo 1988 (Tol 1734923).
31 STS 26 mayo 1964 (RAJ 1964, 2772).
32 La STS 27 enero 2000 (Tol 72857) entendió que “La extralimitación o no, ha de determinarse
La STS 27 noviembre 2019 (Tol 7597216) afirma, en general, que “La validez y suficiencia de un poder
no impide que los tribunales puedan apreciar la falta de eficacia o de validez del negocio celebrado en
representación cuando, en atención a las circunstancias (la relación subyacente existente entre las partes
y sus vicisitudes, la intención y voluntad del otorgante en orden a la finalidad para la que lo dispensó y
en relación a las circunstancias concurrentes, el conocimiento que de todo ello tuvo o debió tener el
tercero, etc.), se haya hecho un uso abusivo del poder”. En el caso concreto consideró que hubo abuso
del poder de representación, con conocimiento, por parte del tercero, de que el precio del contrato de
opción de compra sobre la vivienda habitual (que funcionaba como garantía de la devolución de un
préstamo personal concedido al representado) era la mitad del valor del inmueble en mercado.
A nuestro entender, es dudoso entender que el denominado “abuso de poder” origine la nulidad del
contrato celebrado por el representante. Más bien parece que, en este caso, nos encontraremos ante un
contrato estructuralmente válido, pero que no producirá el efecto traslativo y no vinculará al
representado, pues el supuesto considerado no deja de ser, en esencia, una extralimitación, si se tiene en
cuenta, no solo el tenor literal del poder de representación, sino también la buena fe como contenido
integrador del mimo. Resulta absurdo considerar que el contrato celebrado por quien no tiene
conferido un poder de representación, o por quien obra fuera de los límites marcados por el mismo, sea
válido, pero ineficaz (art. 1727.II CC); y, en cambio, afirmar que sea nulo el concluido por quien obra
dentro de los límites marcados por el tenor del poder, aunque, abusando del mismo, contrariamente a
la buena fe.
39 V. en este sentido STS 27 noviembre 2007 (Tol 1213852).
40 V. en este sentido STS 25 noviembre 1999 (Tol 2583).
41 V. en este sentido STS 19 diciembre 1983 (RAJ 1983, 6967).
42 La STS 18 diciembre 1996 (Tol 1658563) observa que “La rendición de cuentas estará pendiente
mientras subsista el mandato”.
43 V. en este sentido STS 1 mayo 1998 (Tol 14785).
44 V. en este sentido STS 27 abril 1978 (RAJ 1978, 1458).
45 La STS 12 julio 1935 (RAJ 1935, 1567) declaró que “el mandatario no puede ser compelido a rendir
cuentas de su gestión cuando dispuesto a rendirlas, no lo hace por propia oposición del demandante”.
46 V. en este sentido STS 25 enero 2008 (Tol 1245332).
47 V. en el mismo sentido SSTS 28 octubre 1969 (RAJ 1969, 5053) y 13 abril 1995 (Tol 1667151).
48 V. en este sentido STS 5 abril 2005 (Tol 633083).
49 En el mismo sentido, STS 30 noviembre 2009 (Tol 1875622).
50 La STS 24 marzo 1997 (Tol 216034) declaró, en este sentido, que “el mandatario ha de ser reintegrado
de todo lo adelantado en el cumplimiento del encargo de confianza y demás cantidades pactadas en las
relaciones internas”.
51 La STS 12 marzo 1993 (Tol 1664427) afirma que “Cuando el mandatario anticipa cantidades tiene
derecho al reembolso aunque el negocio salga mal con tal que esté exento de culpa el mandatario”.
52 V. en este sentido STS 23 marzo 2006 (Tol 872724).
53 La tenencia, por parte del mandatario, del documento en que conste el mandato permite presumir la
vigencia de este. V. en este sentido RRDGRN 2 enero 2005 (Tol 570864) y 5 marzo 2005 (Tol
610012).
54 V. en este sentido STS 25 febrero 1992 (Tol 1661487).
55 V. en este sentido STS 4 enero 1991 (RAJ 1991, 106).
56 La STS 10 julio 1946 (RAJ 1946, 938) observa que la “revocación, tanto expresa como tácita, requiere,
por su carácter de declaración de voluntad, unilateral y recepticia, que esta llegue al conocimiento del
mandatario, para que produzca con respecto a este, sus naturales efectos”.
57 El mandato no es irrevocable si simplemente se ha establecido un plazo para su vigencia. No obstante,
la revocación, sin justo motivo, antes del transcurso del plazo fijado, dará lugar a la indemnización de
daños y perjuicios. V. en este sentido SSTS 21 diciembre 1963 (RAJ 1963, 5363), 12 junio 1980 (Tol
1740561), 25 noviembre 1983 (RAJ 1983, 6502) y 3 marzo 1998 (Tol 171458), que condenó al
mandatario, en este caso una empresa dedicada a la prestación de servicios industriales, a indemnizar
los daños y perjuicios ocasionados por la revocación extemporánea del contrato de mandato, el cual
había sido pactado por un período de duración de tres años, efectuándose tal revocación, sin haber
mediado ningún tipo de incumplimiento, ni cumplimiento defectuoso por parte de la mandataria.
Existen numerosos casos en los que el administrador de una comunidad de propietarios demanda una
pretensión de resarcimiento por revocación anticipada del contrato (cuya calificación jurídica oscila
entre el arrendamiento de servicios y el mandato). La suerte de la pretensión resarcitoria se hace
depender de si la comunidad tenía, o no, un justo motivo para poner fin a la relación contractual antes
del plazo pactado. V. en este sentido SAP Madrid 17 diciembre 2002 (Tol 269017), SAP Madrid 19
febrero 2004 (JUR 2004, 250137) y SAP Madrid 8 septiembre 2005 (Tol 746728).
58 V. en este sentido SSTS 31 octubre 1987 (Tol 1737140) y 20 julio 1995 (Tol 1668992).
59 V. en este sentido SSTS 6 mayo 1968 (RAJ 1968, 4537), 31 octubre 1987 (Tol 1737140), 19
noviembre 1994 (Tol 1665713), 30 enero 1999 (Tol 2684), 3 septiembre 2007 (Tol 1138373) y 20
noviembre 2007 (Tol 1213839). La STS 3 septiembre 2007 (Tol 1138373) aplicó esta doctrina, en un
supuesto en el que los socios iniciales de una Sociedad Anónima habían procedido a una ampliación de
capital de la misma, dando entrada a otros socios, a los que, en consecuencia, se les permitía participar
de la titularidad y explotación de las marcas, modelos industriales y nombres comerciales de la misma.
A cambio de ello, en la correspondiente Junta General, de la cual ya formaban parte, se adoptó un
Acuerdo en el que se reconocía que la propiedad material de los bienes que hasta ese momento estaban
a nombre de dicha sociedad, pertenecían a los socios iniciales en la proporción de 80% y 20%
respectivamente; así mismo, se acordaba otorgarles un poder irrevocable con el fin de que pudieran
cambiar la titularidad formal, de los bienes en cuestión a su favor. Posteriormente, la Junta General de
la referida Sociedad, acordó revocar dicho poder, revocación que fue considera improcedente por el TS,
que afirma que “cuando el mandato es, en definitiva, mero instrumento formal de una relación jurídica
subyacente […] que le sirve de causa o razón de ser”, en esos casos, se exige “la irrevocabilidad para
evitar la frustración del fin perseguido”.
60 La renuncia, sin embargo, no exime al mandatario de la responsabilidad en la que hubiera podido
incurrir por el inadecuado desempeño del mandato. V. en este sentido STS 3 febrero 1962 (RAJ 1962,
920).
61 V. en este sentido RDGRN 30 junio 1997 (Tol 223617).
62 V. en este sentido SSTS 22 marzo 1986 (Tol 1734462), 16 junio 1990 (Tol 1730384), 30 abril 1992
(Tol 1660482) y 3 marzo 1994 (Tol 1665815) así como RDGRN 2 enero 2005 (Tol 570864).
63 V. en el mismo sentido STS 22 enero 2015 (Tol 4697972), la cual considera inválido el contrato
celebrado por el mandatario, conocedor de la revocación del poder, pues la aplicación del artículo
1738 CC exige la buena fe, tanto del mandatario, como del tercero que contrata con él.
64 No obstante, “Cuando se hubieren otorgado a favor del cónyuge o de la pareja de hecho del
poderdante, el cese de la convivencia producirá su extinción automática, salvo que medie voluntad
contraria del otorgante o que el cese venga determinado por el internamiento de este” (art. 257.II CC).
65 V. en este sentido STS 18 marzo 2010 (Tol 1808712).
66 V. en este sentido STS 2 octubre 1999 (Tol 170148).
67 V. en este sentido STS 6 octubre 1990 (Tol 1729569)
68 La STS 30 diciembre 2011 (Tol 2394576) pone de manifiesto las dificultades existentes a la hora de
probar la celebración de un contrato de mediación verbal, lo que tiene su reflejo en la dificultad para
determinar la cuantía de los honorarios correspondientes, siendo aplicables las reglas de los colegios
profesionales orientativas sobre esta cuestión.
La STS 10 mayo 2019 (Tol 7235448) conoció de un supuesto en el que una inmobiliaria que había
realizado gestiones para la venta de un piso, y el propietario de este, que finalmente lo había vendido
sin apoyo de aquella, discutían en torno al cobro de la retribución correspondiente. El propietario
esgrimía la abusividad de la cláusula de exclusiva pactada con la inmobiliaria, si bien, tanto la
sentencia de segunda instancia, como el Tribunal Supremo, condenaron a aquel al pago de los
honorarios pactados, entendiendo que la indemnización fijada por el incumplimiento de la cláusula de
exclusiva no era desproporcionada, habiendo quedado acreditado, además, que el comprador había
tenido noticia del inmueble debido a las gestiones realizadas por la inmobiliaria.
69 V. en este sentido SSTS 26 marzo 1991 (Tol 1727280), 10 marzo 1992 (Tol 1654797), 30 noviembre
1993 (Tol 1663533), 7 marzo 1994 (Tol 1665300), 16 octubre 2007 (Tol 1161165) y 18 marzo 2010
(Tol 1808712).
21. EL DEPÓSITO
SUMARIO: I. CONCEPTO Y CLASES. II. DEPÓSITO VOLUNTARIO. 1. Concepto y caracteres. 2. Constitución.
3. Objeto. 4. Obligaciones del depositario. 5. Obligaciones del depositante. 6. Pérdida de la cosa depositada.
III. DEPÓSITO NECESARIO. EL DEPÓSITO REALIZADO EN ESTABLECIMIENTOS DE HOSTELERÍA Y
RESTAURACIÓN. IV. EL CONTRATO DE APARCAMIENTO. V. CUESTIONARIO. VI. CASOS PRÁCTICOS. VII.
BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. CONCEPTO Y CLASES
Dispone el art. 1758 CC que “Se constituye el depósito desde que uno recibe la cosa
ajena con la obligación de guardarla y de restituirla”.
Lo característico del depósito es la existencia de una obligación principal y autónoma de
custodia de un bien ajeno, previa su entrega, y su posterior restitución1. En otras figuras,
como la prenda, el transporte o el arrendamiento, existe una obligación de custodia
instrumental o al servicio de otra finalidad (posibilitar la ejecución de la garantía, que el
bien llegue a su destino en correcto estado o que sea restituido al arrendador, tal y como
lo entregó al arrendatario).
La STS 10 junio 1987 (Tol 1736691) precisó que “La doctrina científica enseña que debe
distinguirse el contrato de depósito, propiamente dicho, que no tiene otra finalidad sino la guarda y
custodia de bienes a disposición del depositante, de otros contratos en los que, entre otras
prestaciones se encuentra la del deber de custodia, pero cuya finalidad y naturaleza jurídica son
diferentes (por ejemplo, comisión, hospedaje, transporte) y cuyas consecuencias, en orden al
incumplimiento, admiten matizaciones respecto del deber que corresponde al mero depositario”2.
Por ejemplo, según observa la SAP Toledo 13 mayo 2013 (Tol 3776848), es un depósito el
negocio jurídico consistente en la entrega de décimos de Lotería Nacional al Banco o Caja para que
sean guardados y devueltos a petición del depositario.
A tenor del art. 1759 CC, “El depósito puede constituirse judicial o extrajudicialmente”.
a) El depósito o secuestro judicial se constituye, tanto sobre bienes muebles, como sobre
bienes inmuebles, cuando sobre ellos existe una controversia. Se regula por los arts. 1785-
1789 CC y arts. 624-628 LEC.
b) El depósito extrajudicial, por su parte, solo puede constituirse sobre muebles, y “es
necesario o voluntario” (art. 1762 CC).
2. Constitución
El depósito requiere, no solo la entrega, exigida por su naturaleza real (art. 1758 CC y
art. 305 CCom), sino también el pacto de las partes, que puede ser expreso o tácito, esto
es, deducible de hechos concluyentes.
La STS 20 febrero 1999 (Tol 2455) consideró no probada la existencia de un contrato de depósito
entre el demandado (un club marítimo) y los demandantes (propietarios de la embarcaciones
amarradas), entendiendo que el club se había obligado, exclusivamente, a facilitar a sus socios el
amarre de sus barcos, pero no había asumido obligación de custodia respecto de los mismos.
Las partes han de tener capacidad general para contratar. No se exige que el depositante
sea propietario (puede ser por ejemplo, un arrendatario), ni el depositario puede exigirle
que pruebe ser propietario de la cosa depositada. “Sin embargo, si llega a descubrir que la
cosa ha sido hurtada y quién es su verdadero dueño, debe hacer saber a este el depósito. Si
el dueño, a pesar de esto, no reclama en el término de un mes, quedará libre de toda
responsabilidad el depositario, devolviendo la cosa depositada a aquel de quien la recibió”
(art. 1771.II y III CC)7.
No obstante, según el art. 1364 CC, “El depósito hecho por un menor o por persona
con discapacidad sin contar con la medida de apoyo prevista vinculará al depositario a
todas las obligaciones que nacen del contrato de depósito”. Esta vinculación del
depositario se explica por la regla general de que no es posible alegar la minoría de edad,
ni la falta de apoyo de la otra parte (en este caso, del depositante), para anular el contrato
(art. 1302.4 CC).
La incapacidad del depositario, por su parte, viene contemplada en el art. 1765 CC,
según el cual, “Si el depósito ha sido hecho en un menor, el depositante solo tendrá acción
para reivindicar la cosa depositada mientras exista en poder del depositario, o a que este
le abone la cantidad en que se hubiese enriquecido con la cosa o con el precio”. Esta regla
es consecuencia de la consideración del contrato anulable como válido, en tanto que la
persona legitimada para pedir la anulación no la solicite. No obstante, si, ni la cosa, ni el
precio están en el patrimonio del menor, este no estará obligado a restituir (véase también
art. 1304 CC).
El art. 1364 CC aplica la misma regla para favorecer al depositario con discapacidad, cuando este
ha aceptado el deposito sin el consentimiento del curador, pero, exclusivamente, cuando el
depositante hubiera tenido mala fe, esto es, “fuera conocedor de la existencia de medidas de apoyo
en el momento de la contratación o se hubiera aprovechado de otro modo de la situación de
discapacidad obteniendo de ello una ventaja injusta”.
3. Objeto
El objeto depositado ha de ser un bien mueble (art. 1761), nunca un inmueble. Puede
tratarse de títulos valores, que devenguen intereses o dividendos (acciones), en cuyo caso
habrá que entregarlos al depositante (art. 1770 CC)8.
Se discute si el depósito puede tener por objeto cosas fungibles (el llamado “depósito
irregular”), en particular, una cantidad de dinero, de tal modo que el depositario adquiera
la propiedad de lo depositado y venga obligado a devolver otro tanto de la misma calidad
y especie.
La jurisprudencia parece admitirlo9, pero entiende que un depósito bancario a plazo se
aproxima al préstamo10 y que el depósito en una cuenta corriente se inserta en un contrato
autónomo11.
a) La obligación de custodia del depositario exige desplegar la diligencia propia del buen
padre de familia12, como, con carácter general, exige el art. 1104.II CC (al que se remite el
art. 1766 CC) en el cumplimiento de las obligaciones, diligencia que deberá apreciarse,
con mayor rigor, cuando el depósito sea retribuido, como suele suceder en el depósito
mercantil13.
La STS 19 abril 1988 (Tol 1735051) consideró negligente la conducta de la entidad demandada,
que, a cambio de precio, se había obligado a conservar unas mercancías, que resultaron dañadas
por un descuido en el aparato frigorífico. Entiende el Supremo que “la esencia del depósito es la
guarda y custodia de la cosa, así como su restitución”.
La SAP Orense 22 marzo 2013 (Tol 3726779) consideró igualmente negligente la conducta del
depositario, a quien se le había encargado la custodia de una partida de madera, que resultó
deteriorada como consecuencia de que, en lugar de mantenerse en una nave cerrada, se sacó al
exterior y se cubrió con toldos de una manera inadecuada (se cubrió solo parcialmente y con un
toldo defectuoso).
En cambio, la SAP Zaragoza 30 julio 2012 (Tol 2610866) no consideró incumplida la obligación
de custodia en el supuesto de robo de motor de una embarcación que había sido dejado para su
reparación en una explanada cercada con una valla metálica de dos metros de altura debidamente
iluminada por focos y con cámaras de seguridad.
No obstante, a tenor del art. 1777 CC, “El depositario que por fuerza mayor hubiese
perdido la cosa depositada y recibido otra en su lugar, estará obligado a entregar esta al
depositante”, por aplicación del principio de subrogación real, por ejemplo, el importe de
un seguro, que hubiera satisfecho, repercutiendo su precio en el depositante23.
El depositario tampoco responde en el supuesto especial de venta por el heredero, recogido en el
art. 1778 CC en los siguientes términos: “El heredero del depositario que de buena fe haya vendido
la cosa que ignoraba ser depositada, solo está obligado a restituir el precio que hubiese recibido o a
ceder sus acciones contra el comprador en el caso de que el precio no se le haya pagado”. El
precepto prevé la posibilidad de que el heredero del depositario ignore que la cosa mueble
depositada no pertenece al causante y la venda. En este caso, se excluye una indemnización de
daños y perjuicios, de los que, en cambio, sí deberá responder el heredero de mala fe, esto es, aquel
que conozca que la cosa mueble depositada no pertenece al causante, y aun así la venda.
Hay que hacer notar que la responsabilidad de los fondistas es más estricta que la del
depositario en el depósito voluntario, ya que solo cesa en caso de fuerza mayor, pero no,
en el de caso fortuito31, entendido este como “aquellos hechos que están fuera del círculo
industrial de la empresa, que causen un daño material y que excedan visiblemente de los
accidentes propios del curso normal de la vida por la importancia de su manifestación”32,
como es el robo a mano armada33.
Así resulta del art. 1784 CC, según el cual la responsabilidad de fondistas y mesoneros
“comprende los daños hechos en los efectos de los viajeros, tanto por los criados o
dependientes de los fondistas o mesoneros, como por los extraños; pero no los que
provengan de robo a mano armada, o sean ocasionados por otro suceso de fuerza
mayor”.
La STS 15 marzo 1990 (Tol 1729175) observa que el precepto no distingue si “el viajero entregó
sus efectos en el establecimiento o él mismo los conservó bajo su custodia”, eximiendo de
responsabilidad al hotel, por el robo de unas joyas depositadas en su caja de seguridad, abierta con
la llave que se encontraba en un cajón de recepción, por unos atracadores que intimidaron a los dos
vigilantes con pistolas y escopetas, “hecho frente al cual no pudieron reaccionar los empleados de
la empresa por ser imprevisto y a la sazón inevitable”.
La STS 27 enero 1994 (Tol 1664815) observa que los “hoteleros responden de los casos fortuitos
que impidan el cumplimiento de sus obligaciones, aunque no de los casos de fuerza mayor
incluidos en los artículos 1783 y 1784; fuerza mayor que en el caso discutido no ha sido invocada,
sino que los hechos origen de la responsabilidad de los demandados surgieron dentro del círculo
industrial que dominan y sin exceder visiblemente de los accidentes propios del curso normal de la
vida, tratándose de un hecho frente al que con una mayor diligencia pudieron muy bien reaccionar
los implicados dependientes de los demandados y recurrentes”. En el caso enjuiciado
desaparecieron, sin que pudiera explicarse cómo, dinero y joyas, efectos que habían sido
depositados en la caja de seguridad del hotel. Respecto del valor de los efectos robados, que no
habían sido descritos por los empleados del hotel, se aplicó analógicamente el art. 1769.III CC, al
apreciarse la existencia de identidad de razón entre el supuesto de entrega de cosa cerrada y el de
entrega de cosa para ser guardada en caja de seguridad cerrada, estándose en cuanto al valor de lo
depositado a la declaración del depositante, aunque no se concedió la cantidad de 3.080.000
pesetas reclamada, sino solo 2.027.000 pesetas.
La prueba del daño y de que este tuvo lugar en el aparcamiento, corresponde al usuario36, aunque
La prueba del daño y de que este tuvo lugar en el aparcamiento, corresponde al usuario36, aunque
hay ciertos tipos de daños, que, dada su naturaleza, cabe presumir que se produjeron en el interior
del aparcamiento, por ejemplo, en supuestos de roturas aparentes de lunas, puertas o daños que
impidan circular37. Otro elemento de prueba del daño puede ser la declaración testifical del
acompañante del usuario38. En caso de robo del vehículo, este puede probarse mediante la
presentación del ticket de entrada y la posterior denuncia ante la Policía, realizada en un período de
tiempo breve39. Las grabaciones procedentes de las cámaras de seguridad de los aparcamientos son
de gran utilidad para los titulares de aquellos, en orden a discutir la realidad del daño que se
reclama, en particular, en el caso de robo del vehículo40.
b) El titular del aparcamiento responde por “los componentes y accesorios que se hallen
incorporados funcionalmente de manera fija e inseparable [al vehículo] y sean habituales y
ordinarios, por su naturaleza o valor, en el tipo de vehículo de que se trate”.
Se trata, pues, de dos requisitos, el de su incorporación funcional al vehículo y el del
carácter habitual y ordinario, que han de darse cumulativamente en los componentes y
accesorios respecto de los cuales rige la obligación de restitución en el estado en el que se
hallaban al aparcarse el automóvil.
Así lo evidencia la SAP Málaga 24 octubre 2006 (Tol 1093183), que confirmó la sentencia
recurrida, la cual había considerado que las etapas de potencia y la televisión D.V.D, que resultaron
sustraídas y cuya indemnización se reclamaba, a pesar de estar unidas de manera fija al automóvil,
sin embargo, no podían ser calificadas como habituales y ordinarias, por su naturaleza o valor, en
un vehículo como el que estaban instaladas, un “Opel Tigra”, de 10 años de antigüedad. Consideró,
en definitiva, que no se trataba de elementos “de serie”, que llevaran incorporados los vehículos de
similares características “que salen de fábrica”, destacando, en particular, que la televisión D.V.D.
es un accesorio que no suele encontrarse, “salvo contadas excepciones, y en vehículos de alta
gama, y desde luego, no es habitual y ordinario que un vehículo como el que nos ocupa, de once
años de antigüedad, lo lleve incorporado”.
V. CUESTIONARIO
1º. ¿En qué se diferencia el depósito de otras figuras como la prenda, el transporte o el
arrendamiento, en las que también existe una obligación de custodia?
2º. ¿Es necesario que el depositante sea propietario de la cosa depositada?
3º. ¿Está obligado a restituir el depositario incapaz la cosa que se le hubiere dado en
depósito, si esta no se encontrara en su patrimonio?
4º. ¿Puede imponer el depositario la devolución de la pérdida al depositante de la cosa antes
del tiempo pactado? ¿En qué caso?
5º. ¿En qué supuestos responde el depositario de la cosa depositada? ¿Qué valor debe
restituir y en qué concepto?
6º. ¿Cómo se determina el valor de lo depositado, en el supuesto de cosa entregada cerrada?
7º. ¿Responden los hosteleros de los robos de las maletas de los clientes que se encontraran
en el maletero de coches aparcados en el garaje del hotel?
8º. Diferencie el contrato de aparcamiento del contrato de garaje.
9º. ¿Cuándo se puede considerar que existe “retribución indirecta” en el contrato de
aparcamiento?
10º. ¿Qué requisitos deben concurrir para que el titular del aparcamiento responda por los
efectos, objetos o enseres introducidos por el usuario en su vehículo?
el negocio por el que cambió la titularidad de las acciones depositadas, alegando falta de capacidad de
una de las depositantes al tiempo de constituirse el depósito, es evidente, puesto que aceptó el depósito,
no tiene, como depositario, deber de comprobar la validez del título de propiedad de los depositantes
(artículo 1771), y nada impide que una menor por decisión de sus padres pueda adquirir unas acciones
y es esta la que al adquirir la mayoría podría discutir la legalidad de la transmisión, pero no el Banco”.
8 En este sentido, según el art. 308 CCom, “Los depositarios de títulos, valores, efectos o documentos que
devenguen intereses, quedan obligados a realizar el cobro de estos en las épocas de sus vencimientos,
así como también a practicar cuantos actos sean necesarios para que los efectos depositados conserven
el valor y los derechos que les correspondan con arreglo a disposiciones legales”.
9 V. en este sentido STS 4 noviembre 1997 (Tol 215778).
10 V. en este sentido SSTS 19 septiembre 1987 (Tol 1739833) y 10 enero 1991 (Tol 1727551).
11 V. en este sentido STS 4 diciembre 1975 (RAJ 1975, 4361).
12 V. en este sentido STS 14 marzo 2001 (Tol 72904).
13 V. en este sentido STS 8 julio 1988 (Tol 1733266).
14 V. en este sentido STS 23 noviembre 2004 (Tol 538272).
15 V. en este sentido STS 20 diciembre 2004 (Tol 528638).
16 La jurisprudencia ha reiterado que los depósitos indistintos no presuponen la copropiedad de lo
depositado, ni, mucho menos, su pertenencia a los depositantes por partes iguales. V. en este sentido
SSTS 19 octubre 1988 (Tol 1734379) y 8 febrero 1991 (Tol 1727346).
17 La STS 21 octubre 1991 (Tol 1727943) ha precisado que “la expresión ‘justos motivos’ que utiliza el
art. 1.776 del Código Civil, en cuanto concepto jurídico indeterminado que es, exige la apreciación, en
cada caso concreto, de si el motivo aducido por el depositario es razonable y ciertamente justificativo
de su pretensión exoneratoria de las obligaciones que contrajo como tal depositario”.
18 V. en este sentido STS 18 diciembre 1991 (Tol 1728451).
19 V. a este respecto SAP Islas Baleares 15 abril 2013 (Tol 3753821).
20 V. en este sentido STS 25 junio 1977 (RAJ 1977, 3014).
21 V. en este sentido STS 20 octubre 1951 (RAJ 1951, 2170).
22 V. en este sentido STS 20 octubre 1951 (RAJ 1951, 2170).
23 V. en este sentido SAP Navarra 23 abril 2012 (Tol 2726039).
24 V. en este sentido STS 4 noviembre 1997 (Tol 215778).
25 V. en este sentido STS 26 mayo 1980 (Tol 1740540).
26 V. en este sentido STS 27 enero 1994 (Tol 1664815).
También en este sentido, la SAP Salamanca 24 noviembre 2010 (Tol 2033035) concedió veracidad a la
declaración del actor (que no había sido suficientemente desvirtuada por el taller demandado), de que
en el coche que había ordenado reparar tenía un reproductor MP3, un navegador GPS y un radio CD,
coche que fue posteriormente abandonado en la calle por el dueño del taller. Señala la Audiencia a este
respecto que “Si a ello añadimos que dada la naturaleza de los hechos, relativos a la entrega de un
vehículo en depósito a un taller para su reparación, sin que nadie conste que le exigiese al demandante
que hiciese una relación de los objetos entregados con el vehículo, y tenemos en cuenta que los objetos
cuya indemnización solicita la parte demandante pueden considerarse de uso común y corriente, de
acuerdo con la realidad social del tiempo actual, a cuyo tenor manda el artículo 3.1 CC interpretar
toda norma jurídica, así como que pese a las obligaciones como depositario del demandado, dueño del
taller al que se entregó el vehículo para su reparación, este lo abandonó en la calle hasta el punto de
que fue recogido por la policía local por el estado de abandono y deterioro en que se encontraba, con
las puertas abiertas, el parabrisas roto y daños en su interior; si tenemos en cuenta todo lo anterior,
decimos, no cabe sino concluir que en efecto tales objetos, la radio CD, el navegador GPS y MP3
fueron sustraídos por personas desconocidas cuando realizaron los daños en el exterior e interior del
vehículo abandonado por el taller al que se le entregó un depósito para su reparación, por ser objetos
de uso corriente cuya titularidad anterior aparece acreditada documentalmente por el demandante”.
27 La STS 16 noviembre 1994 (Tol 1665679) consideró que el demandante tenía derecho al resarcimiento
por la pérdida de veinte depósitos de alhajas realizados por el padre de aquel el 8 de septiembre de
1937, como consecuencia del Decreto de 6 de agosto de ese año, que imponía a todos los ciudadanos el
depósito necesario “de toda clase de piedras, metales preciosos, perlas y alhajas que tuvieran en su
poder, con la sanción de reputar la detentación de los mismos como constitutiva de la comisión de
delito de contrabando, a más de las responsabilidades políticas por desobediencia al Gobierno y
desafección al régimen de la República”. El Tribunal consideró que la Ley de 13 de abril de 1942, que
disponía la no asunción por el Estado de obligación alguna por los débitos del Gobierno de la
República, había quedado derogada por la Constitución de 1978, al suponer una incautación, sin
compensación económica, contraria al derecho de propiedad reconocido en su art. 33. Consideró
debidamente acreditada la constitución de los depósitos a través de la presentación de los
correspondientes resguardos y no prescrito el plazo de quince años para el ejercicio de la acción de
reclamación de la indemnización, que había comenzado a contarse a partir del 29 de diciembre de 1978
(fecha de publicación de la Constitución), por no haber podido ejercitar antes (art. 1969 CC), al haber
interrumpido su prescripción a través de una carta, dirigida al Presidente del Banco de España, por
conducto notarial, el 28 de diciembre de 1984.
28 V. en este sentido STS 11 julio 1989 (Tol 1732062).
29 La STS 8 mayo 2008 (Tol 1343842) ha entendido que el contrato de hospedaje incluye también el
servicio de aparcamiento, debiendo cumplirse la obligación de custodia que caracteriza a dicho servicio,
y ello con independencia de que el hotel disponga de un servicio de aparcamiento cerrado remunerado.
30 V. en este sentido STS 8 febrero 2008 (Tol 1294056).
31 V. en este sentido STS 11 julio 1989 (Tol 1732062).
32 V. en este sentido STS 2 enero 1945 (RAJ 1945, 117).
33 V. en este sentido STS 15 marzo 1990 (Tol 1729175).
34 Otro caso, que ha dado lugar a jurisprudencia contradictoria es el de los robos de caravanas. El
I. EL PRÉSTAMO EN GENERAL
El art. 1740.I CC dispone que “Por el contrato de préstamo, una de las partes entrega a
la otra, o alguna cosa no fungible para que use de ella por cierto tiempo y se la devuelva,
en cuyo caso se llama comodato, o dinero u otra cosa fungible, con condición de devolver
otro tanto de la misma especie y calidad, en cuyo caso conserva simplemente el nombre de
préstamo”.
El precepto distingue, pues, dos clases de préstamo, en función de su objeto: el
comodato, que recae sobre bienes no fungibles, que no se consumen por su uso (muebles o
inmuebles), por lo que también se le llama “préstamo de uso”; y el simple préstamo o
mutuo, que tiene por objeto dinero u otra cosa fungible, por lo que se le denomina
“préstamo de consumo”.
Ambos tipos de contrato tiene en común su carácter real, ya que solo se perfeccionan
mediante la entrega de la cosa prestada, como claramente se deduce del tenor del art.
1740 CC.
La STS 11 julio 2002 (Tol 202918) dice, así, que el CC “parece asignar carácter real tanto al
préstamo de uso (comodato), como al préstamo de consumo (mutuo), puesto que en el artículo
1740 se menciona la entrega de la cosa como elemento de especial significación en la formación y
perfección de los contratos de comodato y mutuo”; y añade: “la jurisprudencia ha interpretado este
precepto en el sentido de considerar que la entrega de la cosa en estos contratos es uno de los
elementos esenciales, juntamente con el consentimiento, objeto y causa”.
1. Concepto y caracteres
Al mutuo o simple préstamo se refiere el art. 1753 CC en los siguientes términos: “El
que recibe en préstamo dinero u otra cosa fungible, adquiere su propiedad, y está
obligado a devolver al acreedor otro tanto de la misma especie y calidad”.
Por lo tanto, como ya expusimos, se trata de un tipo de préstamo que recae sobre dinero
u otros bienes fungibles, que, según explica el art. 337 CC, son “aquellos de que no puede
hacerse el uso adecuado a su naturaleza sin que se consuman”, por ejemplo, aceite o
grano.
Los caracteres del simple préstamo son los siguientes.
a) Es un contrato traslativo del dominio, ya que, como claramente expone el art. 1753
CC, el prestatario adquiere la propiedad de lo que se le entrega, estando obligado a
devolver al prestamista, no la misma cosa recibida, sino “otro tanto de la misma especie y
calidad”.
b) Al igual que el comodato, es un contrato real, para cuya perfección no basta el mero
consentimiento de las partes, sino que se exige la entrega de la cosa prestada1.
c) Es, en consecuencia, un contrato unilateral2, en el que únicamente surgen obligaciones
a cargo del prestatario (devolver otro tanto de la misma especie y calidad y, en su caso,
pagar los intereses pactados), habida cuenta que la entrega de la cosa es constitutiva del
mismo y que, una vez realizada, el prestamista no asume ninguna obligación.
No obstante, hay que tener en cuenta que, aunque la regulación del préstamo contenida en el
Código civil presupone que el préstamo es un contrato real, que se perfecciona en el momento de la
entrega de la cosa prestada (art. 1740 CC), sin embargo, la STS (Pleno) 10 julio 2020 (Tol 8020623)
afirma que, con carácter general, el contrato de préstamo bancario de dinero tiene carácter
consensual, no real, teniendo lugar su consumación cuando el prestamista entrega el capital
prestado, no cuando el prestatario paga la última de las cuotas adeudadas.
d) Es un contrato naturalmente gratuito, aunque, como prevé el art. 1755 CC3, cabe
pactar el pago de intereses, lo que es la regla general en el ámbito bancario.
e) Por último, se trata de un contrato de duración temporal, pues, en su esencia, se halla
que existe un término dentro del cual deberá realizarse la restitución.
B) Elementos reales
Según se ha señalado, el objeto del simple préstamo puede ser dinero o cualquier otra
cosa de carácter fungible, a tenor de lo dispuesto en el art. 1740.I CC. Esto es, pueden ser
objeto de dicho contrato los bienes que puedan ser sustituidos por otros de la misma
especie y calidad sin que ninguna de las partes se vea perjudicada por ello.
C) Elementos formales
El simple préstamo podrá celebrarse conforme al principio general de libertad de forma
establecido por el art. 1278 CC4.
No obstante, deberán tenerse en cuenta las disposiciones especiales que otra cosa establezcan,
como, por ejemplo, la Ley 16/2011, de 24 de junio, de contratos de crédito al consumo, cuyo art.
16 dispone que los préstamos sujetos a su ámbito de aplicación, concedidos a consumidores,
deberán “constar por escrito, en papel o en otro soporte duradero”, bajo pena de anulabilidad del
contrato (art. 21).
3. Efectos
Como ya se ha dicho, el contrato de préstamo únicamente produce obligaciones a cargo
del prestatario, que son, necesariamente, la de devolución de lo prestado y,
eventualmente, la de pago de intereses.
A) La obligación de devolución
a) Objeto de la restitución
Es necesario diferenciar dos supuestos, según que lo que deba devolverse sea una
cantidad de dinero u otra cosa fungible.
1º. Cuando el objeto del préstamo es dinero, habrá que estar a lo dispuesto por el art.
1170 CC, en virtud de la remisión efectuada a dicho precepto por el art. 1754.I CC (“La
obligación del que toma dinero a préstamo se regirá por lo dispuesto en el artículo 1.170
de este Código”), de lo que resulta que “El pago de las deudas de dinero deberá hacerse
en la especie pactada y, no siendo posible entregar la especie, en la moneda […] que tenga
curso legal en España”, siendo posible la entrega de efectos mercantiles, como pagarés o
letras de cambio, cuya entrega “solo producirá los efectos del pago cuando hubieren sido
realizados, o cuando, por culpa del acreedor, se hubieren perjudicado”.
2º. En cambio, si se trata de cosa fungible, o de cantidad de metal no amonedado, hay
que estar a lo establecido en el art. 1754.II CC para estos casos, de modo que “el deudor
debe una cantidad igual a la recibida y de la misma especie y calidad, aunque sufra
alteración en su precio”.
Hay que recordar que en nuestro Derecho rige el principio nominalista5, lo que significa
que el prestatario deberá entregar la misma cantidad de dinero recibida, y ello con
independencia de su posible devaluación por el tiempo transcurrido entre el momento de
la entrega y la devolución, salvo, claro está, que se haya pactado alguna cláusula de
estabilización. Igualmente, cuando la cosa prestada sea una cosa fungible o una cantidad
de metal no amonedado, deberá devolverse la misma cantidad recibida, y de la misma
especie y calidad, aunque la cosa prestada haya sufrido alteración en su precio.
b) El momento de la devolución
El momento de la devolución será el que las partes hayan estipulado en el contrato de
préstamo, siendo de aplicación subsidiaria, para el caso de que nada se haya pactado al
respecto, el art. 1128 CC6, según el cual “Si la obligación no señalare plazo, pero de su
naturaleza y circunstancia se dedujere que ha querido concederse al deudor, los
Tribunales fijarán la duración de aquel. También fijarán los Tribunales la duración del
plazo cuando este haya quedado a voluntad del deudor”, lo que sucederá, si se ha pactado
que el prestatario devolverá el dinero, “cuando pueda”.
La STS 22 marzo 1989 (Tol 1732093) contempló un caso, en el que se había pactado que la
prestataria (hija del prestamista) se obligaba “a devolver las cantidades que pueda, siempre que el
negocio proporcione beneficios que lo permitan”. El Tribunal consideró válida la cláusula, ya que la
efectividad de la devolución dineraria no se hace depender de la mera voluntad del deudor […]
sino de cuando pueda […] hacerlo, de tal manera que [el prestamista] ni renuncia a reintegrarse del
capital, ni la apremia con un plazo concreto, pero obra en la conciencia de que su hija habrá de ir
haciéndole reintegros parciales hasta completar la suma correspondiente; y es lógico que habiendo
pasado un gran número de años sin que la obligada le haya entregado cantidad alguna pueda el
interesado en el cobro invocar el art. 1128 CC”.
Como se explicará posteriormente, aunque las partes son libres para pactar el tipo de
interés remuneratorio que tengan por conveniente, este no puede ser usurario; como
tampoco pueden ser abusivos los intereses moratorios estipulados, si el prestatario es un
consumidor.
En los préstamos a consumidores son abusivas las cláusulas de redondeo “al alza” en el
tipo referenciado, que fueron usuales en los préstamos hipotecarios (art. 87.5
TRLGDCU), porque, en contra de las exigencias de la buena fe, causaban al prestatario
un desequilibrio importante9.
La STS 2 marzo 2011 (Tol 2067091) explica, en efecto, que, “con este tipo de cláusulas, la
posición del Banco queda reforzada mediante la recepción de unos ingresos sin contraprestación, y
contrariamente, debilita la posición del prestatario que se ve obligado a pagar siempre un exceso sin
recibir nada a cambio”.
Recuérdese que, como se expuso en su lugar, se discute cuál es el plazo de prescripción
de la acción para reclamar el pago de intereses, inclinándose la jurisprudencia más
reciente por el de 5 años, por aplicación del art. 1966.3º CC10.
En cualquier caso, como también se dijo, la misma solución resulta de la aplicación del vigente
art. 1964.2 CC.
4. Extinción
El mutuo se extingue por la devolución de la cantidad prestada y los intereses, en su
caso, pactados; además de por las restantes causas previstas en el art. 1156 CC, salvo la
pérdida de la cosa debida, cuyo riesgo asumió el prestatario al recibir su propiedad;
además, de que siendo el objeto del contrato dinero u otra cosa fungible (bienes
genéricos), el prestatario podrá siempre devolver otro tanto, de la misma especie y
calidad; y, para el caso de extinción del género, deberá pagar su equivalente en metálico11.
Es, obviamente, posible pactar una condición resolutoria expresa, para el caso de impago (total o
parcial), por parte del prestatario, del capital o de los intereses convenidos. Sin embargo, la
jurisprudencia se ha mostrado contraria a entender aplicable la categoría de la resolución por
incumplimiento, dado que, al ser tradicionalmente considerado mutuo un contrato real, este solo
genera obligaciones para el prestatario, por lo que falta la reciprocidad de las obligaciones a la que
el art. 1124 CC supedita el ejercicio de la facultad resolutoria12.
Esta posición, a pesar de ser impecable conceptualmente, no parece adecuada, al menos respecto
del mutuo oneroso, en el que el prestamista entrega un capital con el fin de obtener su restitución y
obtener unos intereses, propósito este, que, exteriorizado y compartido por ambas partes, se
incorpora a la causa del contrato; por ello, si el mutuatario no restituye la cantidad prestada o deja
de pagar los intereses convenidos, pierde todo sentido la entrega del capital realizada por el
mutuante y, en definitiva, quiebra la finalidad perseguida por este con la celebración del contrato;
de ahí que, en tal caso, debiera reconocérsele la posibilidad de resolver el contrato13.
Una mención específica, a efectos de la extinción del préstamo, merecen los préstamos
vinculados, regulados en el art. 29 de la Ley 16/2011, de 24 de junio, de contratos de
crédito al consumo, que los define como aquellos que están destinados, de manera
exclusiva, “a financiar un contrato relativo al suministro de bienes específicos [por
ejemplo, la compra a distancia de un electrodoméstico] o a la prestación de servicios
específicos” [por ejemplo, un curso de inglés], de manera que ambos constituyan “una
unidad comercial desde un punto de vista objetivo” (aunque se celebren con empresas
distintas).
Conforme a dicho precepto, si el consumidor, legítimamente, desiste o resuelve el
contrato financiado, “dejará de estar obligado [por el contrato de préstamo], sin
penalización alguna”14.
Según el art. 29 de la Ley 16/2011, para que el consumidor pueda ejercitar frente al prestamista
los mismos derechos que le correspondan frente al proveedor de los bienes o servicios, deberán
concurrir, conjuntamente, los requisitos siguientes:
“a) Que los bienes o servicios objeto del contrato no hayan sido entregados en todo o en parte, o
no sean conforme a lo pactado en el contrato.
b) Que el consumidor haya reclamado judicial o extrajudicialmente, por cualquier medio
acreditado en derecho, contra el proveedor y no haya obtenido la satisfacción a la que tiene
derecho”.
La STS 24 noviembre 2016 (Tol 5641868), en relación con un contrato de financiación vinculado
a la compraventa de un automóvil que sufrió 43 averías, precisa que la reclamación previa al
proveedor (legalmente exigida para poder dirigirse contra el financiador) no exige, ni interposición
de demanda, ni presentación de escrito, y que tampoco es necesario demandar en vía
reconvencional al financiador que solicita el pago de las cantidades adeudadas, sino que basta con
oponerle la excepción de cumplimiento defectuoso.
b) El contrato que se estipule “en condiciones tales que resulte aquel leonino, habiendo
motivos para estimar que ha sido aceptado por el prestatario a causa de su situación
angustiosa, de su inexperiencia o de lo limitado de sus facultades mentales”.
Por lo tanto, aquí se tiene en cuenta, además, de las condiciones del contrato, la
situación de necesidad o debilidad de la persona del prestatario, que le lleva a aceptar un
préstamo en condiciones desventajosas, entre las que puede estar la del pago de un interés
elevado19.
La STS 29 septiembre 1992 (Tol 1660889) consideró usurario el préstamo con un interés del 18%,
que en 1976, fecha de la conclusión del contrato, era superior al normal del dinero, encontrándose
los prestatarios en situación angustiosa, como consecuencia de tener que pagar una serie de
préstamos en cascada, situación de la que era conocedor el prestamista, “por sus relaciones
personales y profesionales con los directores de las entidades que en ellos habían intervenido”. El
Tribunal se refiere, así, a “la concesión de unos préstamos para cancelar otros, aumentos de los
tipos de interés, constitución de hipotecas, venta de fincas, concesión de poderes irrevocables para
enajenar y utilización de los mismos”, para concluir, “con criterios objetivos que la normalidad de
las gentes vería afectadas sus facultades de decisión en situaciones semejantes”.
Así mismo, la STS 1 marzo 2013 (Tol 3266757) considera usurario el préstamo, “no solo por el
interés […] todo con la devolución del capital en el breve plazo de tres meses, sino también por las
circunstancias en que la prestataria veía la subasta inmediata de la finca y la imposibilidad de
obtener un préstamo bancario y aceptó el interés consignado porque no podía negarlo y ni siquiera
discutirlo”.
El préstamo usurario es nulo24, por lo que, a tenor del art. 3 de la Ley, “el prestatario
estará obligado a entregar tan solo la suma recibida; y si hubiera satisfecho parte de
aquella y los intereses vencidos, el prestamista devolverá al prestatario lo que, tomando en
cuenta el total de lo percibido, exceda del capital prestado”. Por lo tanto, la sanción civil
consiste en la pérdida, por parte del prestamista, del derecho a cobrar los intereses
pactados o la restitución de los percibidos25.
Sin embargo, esta práctica jurisprudencial no puede mantenerse, tras haber entendido la
jurisprudencia comunitaria que, si el juez nacional constata la existencia de una cláusula
abusiva, no es posible que modifique el contenido de la misma, sino que debe limitarse “a
dejarla sin aplicación frente al consumidor”28.
En consecuencia, el juez aplicando el vigente art. 83 TRLGDCU, únicamente debe
limitarse a declarar el carácter abusivo de la cláusula que imponga unos intereses
moratorios desproporcionados, sin estar facultado para integrar el contrato, moderando
la cuantía de estos29. Por lo tanto, declarada nula dicha cláusula, el préstamo continuará
generando, exclusivamente, intereses remuneratorios sobre el capital pendiente de
amortización30.
Se había consolidado en la jurisprudencia la doctrina de que, en principio, cabía
considerar abusivos, los intereses moratorios, cuando su cuantía superase en dos puntos
porcentuales la pactada para los remuneratorios31.
Sin embargo, esta doctrina ha de entenderse corregida por el art. 25 de la Ley 5/2019, de
15 de marzo, respecto a los préstamos hipotecarios sujetos a ella (los concedidos a
personas físicas, sobre bienes inmuebles de uso residencial o cuya finalidad sea la
adquisición o conservación de terrenos o inmuebles construidos o por construir), norma
que no admite “pacto en contrario” (pues tiene carácter imperativo, por lo que no cabe
negociar sobre ella) y, conforme a la cual “el interés de demora será el interés
remuneratorio más tres puntos porcentuales, a lo largo del período en el que aquel resulte
exigible”, es decir, un punto porcentual más de lo que venía admitiendo la jurisprudencia
(en el mismo sentido se pronuncia ahora el art. 114.III LH, modificado por la Ley
15/2019)32.
V. EL COMODATO
1. Concepto y caracteres
Por el contrato de comodato una de las partes entrega a la otra “alguna cosa no fungible
para que use de ella por cierto tiempo y se la devuelva” (art. 1740.I CC).
Caracterizaremos al comodato, por contraposición al mutuo o simple préstamo, que ya
hemos diferenciado en atención al objeto sobre el que recaen ambos contratos (cosas no
fungibles o fungibles, respectivamente).
A lo dicho podemos añadir las siguientes diferencias:
a) En el mutuo, el prestamista pierde la propiedad de la cosa prestada (quedando el
prestatario obligado a devolverle, en su momento, “otro tanto de la misma especie y
calidad”), mientras que, por el contrario, el comodante la conserva, cediendo,
exclusivamente, el uso de la misma.
b) El mutuo puede ser gratuito u oneroso (si así se pacta); sin embargo, en el comodato
la gratuidad es esencial (art. 1740.II CC), de modo que, si se acuerda una retribución por
el uso del bien, nos encontraremos ante un contrato distinto, es decir, ante un
arrendamiento de cosa, como claramente resulta del art. 1741 CC, según el cual “si
interviene algún emolumento que haya de pagar el que adquiere el uso, la convención deja
de ser comodato”.
B) Elementos reales
El objeto del comodato será “alguna cosa no fungible”, que no se consuma por su uso33,
normalmente, un bien mueble, aunque también podrá serlo un inmueble (por ejemplo, si
el propietario de un piso cede su uso gratuito a su hijo para que resida en él con su futuro
cónyuge).
C) Elementos formales
No se exige ningún requisito de forma para la constitución del comodato, aunque sí la
entrega de la cosa, como consecuencia de su carácter real.
3. Efectos
El contrato de comodato produce únicamente, en principio, obligaciones a cargo del
comodatario.
b) Deberá, durante el tiempo que dure el contrato, conservar la cosa prestada con la
diligencia propia de un buen padre de familia (art. 1094 CC)38.
c) Tendrá que “satisfacer los gastos ordinarios que sean de necesidad para el uso y
conservación de la cosa prestada” (art. 1743 CC). Son gastos ordinarios los contemplados
en el art. 500.II CC, relativo a las obligaciones del usufructuario, según el cual son
reparaciones ordinarias “las que exijan los deterioros o desperfectos que procedan del uso
natural de las cosas y sean indispensables para su conservación”.
d) Habrá de dar a la cosa el destino pactado (art. 1744 CC) y, en defecto de un concreto
destino, habrá que estar al destino que sea conforme con la costumbre de la tierra (art.
1750.I CC) o con la naturaleza de la cosa39. Hay que tener en cuenta que no se concede al
comodante la posibilidad de extinguir el contrato, en el caso de que el comodatario lleve a
cabo un uso indebido, sino que este únicamente da lugar al nacimiento de una especial
responsabilidad del comodatario (art. 1744 CC).
4. Extinción
El comodato se extingue por las siguientes causas:
a) Por transcurso del plazo establecido o terminación del uso para el que se prestó la
cosa (arts. 1749 y 1750 CC). También, si, con anterioridad a dicho momento, la reclama
el comodante, por tener urgente necesidad de ella (art. 1749 CC).
b) Por reclamación efectuada por el comodante, a su sola voluntad, en los supuestos en
que no se pacte la duración del contrato ni el uso a que ha de destinarse la cosa (art. 1750
CC)41
c) Por muerte del comodatario en los casos en que el comodato se haya celebrado intuitu
personae, es decir, “en contemplación a la persona del comodatario” (art. 1742 CC).
d) Por pérdida de la cosa (con independencia de quién deba soportar la responsabilidad
por dicha pérdida), pues en tal caso el contrato quedaría privado de objeto.
VI. EL PRECARIO
Junto al comodato se suele estudiar el precario, caracterizado por ostentar el precarista
una posesión concedida también a título gratuito, pero revocable, en cualquier momento,
por el propietario (a diferencia, pues, de lo que sucede en el comodato, en el que el
comodante solo puede reclamar la devolución del bien, después de finalizado el plazo o el
fin para el que se prestó, a no ser que tenga urgente necesidad de recuperarla42).
El precario comprende dos situaciones43:
a) La primera, que se denomina “simple precario”, tiene lugar en el caso de “posesión
simplemente tolerada por la condescendencia o el beneplácito del propietario”44.
Según observa la STS 30 octubre 1986 (Tol 1734716), se trata del disfrute o simple tenencia de
una cosa sin título y sin pagar merced, por voluntad de su poseedor, o sin ella, por lo que, como
afirma la STS 26 diciembre 2005 (Tol 795335), “la oposición del propietario pone fin a la tolerancia
y obliga al que posee a devolver la cosa a su dueño”.
b) La segunda se refiere a una posesión que, originariamente, se basó en una relación
contractual, posteriormente extinguida. Así, si una vez cumplido el plazo o el fin para el
que se prestó el bien, “el concedente no reclama la devolución del inmueble dado en
comodato, la situación del usuario es la de un precarista”45.
La STS 14 noviembre 2008 (Tol 1432560) conoció de la reclamación por los titulares de la
posesión de la vivienda (cedida gratuitamente al hijo para que la usara como hogar conyugal) tras la
separación del matrimonio, habiéndose atribuido a la esposa el uso de la vivienda familiar en el
procedimiento de separación. El Supremo confirmó la sentencia de instancia, que había
considerado, en esencia, “que la relación jurídica que vinculaba a los demandantes, titulares de la
vivienda, y la demandada, usuaria de la misma y beneficiaria de un derecho de uso y disfrute de la
vivienda familiar por resolución judicial, era la propia del precario, al no reconocer a esta título
bastante que justificase su posesión, toda vez que faltaba el uso específico, concreto y determinado
que permitiría caracterizar como comodato la cesión de la vivienda efectuada en su día al hijo y
esposo”, teniendo en cuenta que “de admitir que la cesión lo fue para un uso específico, y
reconocer como tal la utilización como hogar conyugal y familiar, se debería concluir que dicho
uso había desaparecido una vez se rompió la convivencia conyugal, no constituyendo por sí mismo
título oponible a los demandantes el derecho de uso y disfrute de la vivienda atribuido por
resolución judicial a la esposa demandada en el proceso de separación matrimonial”, motivos por
los cuales declaró haber lugar al desahucio por precario46.
1. Leasing
El leasing (también llamado “arrendamiento financiero”) constituye una forma de
financiación muy difundida en la práctica actual de los negocios47.
Se trata de un contrato por el que, quien necesita un determinado bien, que suele tener
un coste elevado (generalmente maquinaria), contrata con un intermediario financiero (las
sociedades de leasing), para que este, dada su mayor capacidad financiera, lo adquiera en
el mercado al fabricante, para posteriormente cederle su uso al primero por tiempo
determinado a cambio de unas cuotas periódicas. Transcurrido el plazo pactado, el
financiado dispondrá de un derecho de opción, que le permitirá, bien quedarse con el bien
abonando su valor residual, o bien no quedarse con él, siendo lo habitual en estos casos
celebrar un nuevo contrato de leasing sobre el bien.
En el leasing existen, pues, tres partes: el financiado, la sociedad de leasing y el
fabricante. Entre ellas se establecen relaciones complejas, que ligan, por una parte, al
financiado y a la sociedad de leasing (esto es el contrato de leasing en sentido estricto);
por otra, a la sociedad de leasing y al fabricante vendedor del bien.
Uno de los grandes atractivos de este contrato es su tratamiento fiscal, pues al
financiado se le permite deducir como gasto en las declaraciones de impuestos todo o gran
parte de las cuotas satisfechas.
En cuanto a su naturaleza, existe un debate sobre si estamos ante un arrendamiento, una
compraventa a plazos con opción de compra48 o un contrato sui generis de financiación.
2. Factoring
El factoring es un contrato por el que una sociedad presta a sus clientes diversos
servicios relacionados con el área financiera de la empresa49.
No existe una lista cerrada de servicios que conformen dicho contrato, sino que
dependerá de cada caso concreto, pudiendo asumir también la sociedad de factoring
funciones que no vengan “especialmente pactadas”50. No obstante, con carácter general,
dichos servicios comprenderán, principalmente: el análisis de los riesgos (solvencia de los
clientes, riesgos del sector…); la gestión y cobro de los créditos cedidos por el cliente y
aceptados por la sociedad de factoring, liberando al empresario de la carga de medios
materiales y humanos que debería arbitrar en orden a obtener el abono de los mismos
(“función de gestión”); y, según los casos, la asunción, o no, por la sociedad de factoring
del riesgo de insolvencia de los deudores (la denominada “función de garantía”)51.
Además, existen otros servicios que puede prestar la sociedad de factoring, relacionados
con el área comercial de la empresa, como la investigación de mercados, informes
comerciales, etc. Igualmente, es frecuente que la sociedad de factoring asuma la obligación
de llevanza de la contabilidad.
Junto a la gestión de los asuntos propios de la empresa, la sociedad de factoring lleva a
cabo una función de financiación, en cuanto anticipa el importe de determinados créditos
con anterioridad a su vencimiento (los descuenta)52.
VIII. CUESTIONARIO
1º. Diferencie entre el simple préstamo y el comodato.
2º. ¿En qué momento se perfeccionan el simple préstamo y el comodato?
3º. ¿Qué bienes pueden ser objeto del simple préstamo? ¿Qué características tienen dichos
bienes?
4º. Cuando el préstamo es gratuito, ¿en beneficio de quién se considera concedido el plazo
de devolución? ¿Qué consecuencias se derivan de ello?
5º. ¿Qué sucede si alguien paga intereses que no estuvieran estipulados?
6º. ¿Qué consecuencias tiene que un préstamo usurario sea declarado nulo?
7º. ¿Puede el comodante reclamar la restitución de la cosa prestada antes de cumplirse el
plazo pactado? ¿En qué supuesto?
8º. ¿Quién soporta los gastos extraordinarios causados para la conservación de la cosa
prestada en el comodato?
9º. Diferencie entre comodato y precario. ¿Qué situaciones comprende el precario?
10º. ¿En qué consiste el contrato de leasing?
11º. ¿Qué funciones cumple, con carácter general, el contrato de factoring?
X. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
BERROCAL LANZAROT, A. I.: “Criterio y efectos de la abusividad de las cláusulas de interés de
demora en la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y del Tribunal Supremo”,
Actualidad Jurídica Iberoamericana, núm. 10 bis, 2019, pp. 238 y ss.; CHAPARRO MATAMOROS,
P.: “Cláusulas abusivas en los contratos de préstamo hipotecario. Especial referencia a las denominadas
cláusulas suelo”, CEFLegal: Revista práctica de Derecho, núm. 157, pp. 49 ss.; BARCELÓ
DOMÉNECH, J.: “Precios de transferencia y operaciones vinculadas”, en AA.VV.: Tratado de la
compraventa (homenaje al Profesor Rodrigo Bercovitz) (dir. A. CARRASCO PERERA), t. II, Aranzadi,
Cizur Menor, 2013, pp. 895 y ss.; COSTAS RODAL, L.: “Comodato”, en AA.VV.: Tratado de
Contratos (dir. R. BERCOVITZ), III, Valencia, 2009; DIÉGUEZ OLIVA, R.: “Concurrencia de la ley
de represión de la usura y de la normativa de represión de los consumidores”. Comentario a STS 18
junio 2012, RdP núm. 30, 2013, pp. 279 y ss.; DÍEZ PICAZO Y PONCE DE LEÓN, L.: Fundamentos
del Derecho Civil Patrimonial, IV, 6ª ed., Cizur Menor, 2010; FUSTER, A. I.: Nulidad y Usura: la
nulidad del préstamo usurario a la luz de la Ley de Represión de la Usura, Cizur Menor, 2004;
GALICIA AIZPURUA, G.: Fiducia, leasing y reserva de dominio, Madrid, 2014; HERNÁNDEZ
PAULSEN, G.: La obligación precontractual de la entidad de crédito de informar al cliente en los
servicios bancarios y de inversión, Madrid, 2014; HORNERO MÉNDEZ, C.: “¿Cesión de vivienda a
hijo casado: comodato o precario?”, RdP, núm. 8, 2000, pp. 129 y ss.; MÚRTULA LAFUENTE, V.: La
protección frente a las cláusulas abusivas en préstamos y créditos, Reus, Madrid, 2012; MÚRTULA
LAFUENTE, V.: “Formación y perfección de los contratos de crédito al consumo”, en AA.VV.:
Negociación y perfección de los contratos (dir. M.A. PARRA LUCÁN), Cizur Menor, 2014, pp. 849 y
ss.; PARRA LUCÁN, Mª. A.: “Préstamo usurario”. Comentario a la STS 28 octubre 2004”, Nul-
Comentarios, 2005; PÉREZ MONGE, M.: “Préstamo usurario y garantía hipotecaria. Comentario a la
STS de 20 de junio de 2001”, ADC, 2003, I, pp. 295 y ss.; REYES LÓPEZ, Mª J.: “Intereses usurarios y
cláusulas abusivas”. Comentario a la STS 7 de marzo de 1998”, RdP, vol. 1, 1999; SABATER BAYLE,
I.: Préstamo con interés, usura, cláusulas de estabilización, Pamplona, 1986; SABETER BAYLE, E.:
“Contratos usurarios: perspectiva jurisprudencial actual”, Actualidad Jurídica Iberoamericana, núm. 9,
2018, pp. 106 y ss.; VIVAS TESÓN, I: El contrato de comodato, Valencia, 2002.
1 La jurisprudencia es clara a este respecto. V. en este sentido SSTS 27 octubre 1994 (Tol 1657128), 6
marzo 1999 (Tol 1690) y 22 mayo 2001 (Tol 63764).
2 Lo constata la STS 9 mayo 1944 (RAJ 1944, 665), según la cual “El préstamo mutuo, con pacto de
intereses o sin él, es, en nuestro Derecho, un contrato unilateral”.
3 V. en el mismo sentido art. 314 CCom.
4 La STS 6 junio 2006 (Tol 956079) señaló, en este sentido, que “como el préstamo no es un contrato que
requiera forma, su existencia puede probarse por cualquier medio aceptado en Derecho”.
5 Afirma la STS 27 noviembre de 1986 (Tol 1735754) que “nuestro Derecho, como la mayoría de los
existentes, si bien se abre a medidas correctoras no obstante profesa el nominalismo que inspira
diversos preceptos, así el art. 312 del Código de Comercio y, dentro del Código Civil, los artículos
1.170 en relación con el 1.753 y el 1.754, que deben interpretarse en su conjunto”.
6 La STS 15 octubre 2004 (Tol 514222) afirma que, “Aunque el préstamo es una obligación a plazo, el
Código Civil no contiene preceptos específicos sobre este particular, por lo que ha de acudirse a las
normas generales de las obligaciones a plazo (artículos 1125 y siguientes)”.
7 V. en este sentido STS 12 diciembre 2008 (Tol 1413596), la cual afirma que los arts.1125, 1127 y 1129
también compensatoria de la depreciación monetaria. V. en este sentido STS 8 marzo 1997 (Tol
215661).
9 V. en este sentido SSTS 4 noviembre 2010 (Tol 1994356), 29 diciembre 2010 (Tol 2031067) y 2 marzo
2011 (Tol 2067091), como también, más recientemente, STS 11 febrero 2015 (Tol 4719668), que
considera posible plantear la nulidad de una cláusula de redondeo de un préstamo hipotecario en un
juicio declarativo posterior al procedimiento del art. 131 LH.
10 V. en este sentido STS 23 septiembre 2010 (Tol 1994640).
11 V. en este sentido art. 323.III CCom.
12 V. en este sentido, entre otras, STS 13 mayo 2004 (RAJ 2004).
13 De hecho, la STS (Pleno) 10 julio 2020 (Tol 8020623), con una interpretación más acorde a la realidad
social, afirma que, con carácter general, el contrato de préstamo bancario de dinero tiene carácter
consensual, no real.
14 V. a este respecto, si bien bajo la vigencia de la anterior Ley 7/1995, de 23 de marzo, de crédito al
consumo, SAP Barcelona 20 junio 2007 (Tol 1142737), así como, SSTS 22 febrero 2011 (Tol
2053142) y 4 marzo 2011 (Tol 2062480).
El art. 77 TRLGDCU (en la redacción dada por la Ley 3/2014, de 7 de marzo) dispone que “Cuando se
ejercite el derecho de desistimiento en los contratos celebrados entre un empresario y un consumidor y
usuario, incluidos los contratos a distancia y los celebrados fuera del establecimiento mercantil del
empresario, y el precio a abonar por el consumidor y usuario haya sido total o parcialmente financiado
mediante un crédito concedido por el empresario contratante o por parte de un tercero, previo acuerdo
de este con el empresario contratante, el ejercicio del derecho de desistimiento implicará al tiempo la
resolución del crédito sin penalización alguna para el consumidor y usuario”.
15 Entre dichas circunstancias deberá, sin duda, tenerse en cuenta si el préstamo es mercantil, pues nada
impide que un comerciante, que no se encuentre en situación de necesidad, tome dinero a préstamo a
un interés muy elevado, si con ello pretende realizar una operación comercial en la que prevé alcanzar
grandes beneficios. Por ello, la jurisprudencia se muestra más flexible al valorar el carácter usurario de
este tipo de préstamos. V. en este sentido STS 17 diciembre 1984 (Tol 1737363) y SAP Valencia 8
febrero 2006 (Tol 892485).
16 La STS 29 septiembre 1992 (Tol 1660889) afirma que, “para calificar de usurario al préstamo ha de
atenderse al momento de la perfección del contrato”; “y no la vigente cuando se pretende que el
contrato tenga efectividad”. V. en el mismo sentido SSTS 10 junio 1940 (RAJ 1940, 518), 1 febrero
1957 (RAJ 1957, 1938) y 30 junio 1998 (Tol 72794).
17 Hay que señalar que la Ley prevé, en su art. 9, un mecanismo para evitar el fraude de ley, consistente
remuneratorio del 20%, muy por encima del usual en el mercado, que, junto con las comisiones
pactadas, suponía un TAE del 32% anual, aprovechándose el prestamista de la angustiosa situación
económica del prestatario, que había entrado en contacto con él, en su calidad de asesor financiero, con
el fin de obtener financiación para recuperar la vivienda de sus padres, que había sido subastada.
20 Lo cual, como afirma la STS 18 octubre 1976 (RAJ 1976, 4072), deberá ser justificado cumplidamente,
sin que basten a este efecto las meras declaraciones del prestatario.
21 La STS 24 abril 1991 (Tol 1726984) señaló, en este sentido, que “se trata de una norma de carácter
objetivo que entraña una presunción ‘iuris et de iure’ de usura, ya que así se declarará ‘cualquiera que
sean su entidad y circunstancias’”.
Las SSTS 12 marzo 1958 (RAJ 1958, 1428), 23 septiembre 1958 (RAJ 1958, 2832) y 15 febrero 1964
(RAJ 1964, 1032), afirman que “el hecho de que figure en el contrato mayor cantidad que la
verdaderamente entregada es una operación fraudulenta que acredita por sí sola el dolo, hasta excusar
la presencia de cualquier otro elemento cuantitativo o circunstancial”.
V. en el mismo sentido SSAP La Coruña 10 julio 1998 (AC 1998, 7297) y Pontevedra 23 febrero 2009
(JUR 2009, 188313).
22 La STS 15 junio 2020 (Tol 7972636) declaró la nulidad de un préstamo usurario en que se supuso
recibida una cantidad mayor que la verdaderamente entregada, sin que pudiera considerarse que las
cantidades retenidas lo fueran como pago a servicios prestados o se correspondieran a gastos que
corrieran a cuenta del prestatario. Constató la desproporción de la suma de todas las cantidades
descontadas respecto del dinero que se decía prestado, que comportaba un interés anual remuneratorio
del 43%, lo que era inusual para un préstamo garantizado por una hipoteca, concertado en 2008,
aunque el mismo no se destinara a la adquisición de la vivienda y el riesgo asumido por la prestamista
se basara en la imposibilidad de conseguir financiación de una entidad de crédito.
23 La STS 14 junio 1984 (Tol 1737567) consideró nulo el contrato en el que la cantidad que se decía
recibida era de 16.400.000 ptas., en vez de los 10.239.500 ptas. entregados; y la STS 7 abril 1997 (Tol
215823) hizo lo propio en un caso de un préstamo de 5.000.000 ptas., respecto del cual se había hecho
un reconocimiento de deuda de 10.000.000 ptas.
24 Por ello, como observa la STS 12 julio 2001 (Tol 230686), no puede convalidarse. En consecuencia, la
STS 30 diciembre 1987 (Tol 1738136) negó validez a la novación del contrato, en virtud de la cual el
hijo del prestatario había asumido la obligación de su padre de pagar el préstamo usurario. Así mismo,
la STS 28 octubre 2004 (Tol 514234) afirma que la nulidad del préstamo afecta tanto al prestamista
originario como al cesionario del crédito usurario.
25 Es dudosa la suerte de las garantías del préstamo declarado usurario. En principio, cabría pensar que,
siendo aquellas accesorias de este, se verían afectadas por la declaración de nulidad. Sin embargo, la
STS 6 marzo 1961 (RAJ 1961, 937) entiende que debe subsistir la fianza, aunque limitándose la misma
al importe del capital pendiente de restitución, siguiendo la misma posición las SSTS 14 junio 1984
(Tol 1737567) y 8 noviembre 1991 (Tol 1728097), respecto de la hipoteca. V., sin embargo, en sentido
contrario STS 20 junio 2001 (Tol 115301).
26 V. en este sentido claramente ya STS 18 junio 2012 (Tol 2652597).
27 El antiguo art. 83.2 TRLGDCU (suprimido por la Ley 3/2014, de 27 de marzo) permitía al Juez, en
efecto, integrar la parte del contrato afectada por la nulidad con arreglo a la buena fe. Decía, así, que,
“A estos efectos, el Juez que declare la nulidad de dichas cláusulas [esto es, de las abusivas] integrará el
contrato y dispondrá de facultades moderadoras respecto de los derechos y obligaciones de las partes,
cuando subsista el contrato”.
Esta posibilidad ya no se recoge en el actual art. 83.II TRLGDCU, que se limita a decir que “Las cláusulas
abusivas serán nulas de pleno derecho y se tendrán por no puestas”, sin perjuicio de prever la
posibilidad de subsistencia del contrato, cuando, por aplicación del principio de conservación del
negocio jurídico, proceda la nulidad parcial del mismo: “A estos efectos, el Juez, previa audiencia de las
partes, declarará la nulidad de las cláusulas abusivas incluidas en el contrato, el cual, no obstante,
seguirá siendo obligatorio para las partes en los mismos términos, siempre que pueda subsistir sin
dichas cláusulas”.
28 Tal es la doctrina que sienta la STJUE (Sala Primera) de 14 de junio de 2012, asunto c-618/10 (TJCE
2012, 143), que resolvió una cuestión prejudicial sobre la interpretación, entre otros preceptos, del art.
6.1 de la Directiva 93/13/CEE, entendiendo con apoyo en dicho precepto que “los jueces nacionales
están obligados únicamente a dejar sin aplicación la cláusula contractual abusiva, a fin de que ésta no
produzca efectos vinculantes para el consumidor, sin estar facultados para modificar el contenido de la
misma. En efecto, el contrato en cuestión debe subsistir, en principio, sin otra modificación que la
resultante de la supresión de las cláusulas abusivas, en la medida en que, en virtud de las normas del
Derecho interno, tal persistencia del contrato sea jurídicamente posible”.
Añade el TJUE que, de admitir la facultad de modificar el contenido de las cláusulas abusivas, se correría
el riesgo de poner en peligro el objetivo previsto en el art. 7 de la Directiva 93/13/CEE, consistente en el
cese del uso de cláusulas abusivas en los contratos celebrados entre profesionales y consumidores. Ello
es así porque, según explica el TJUE, “la mencionada facultad contribuiría a eliminar el efecto
disuasorio que ejerce sobre los profesionales el hecho de que, pura y simplemente, tales cláusulas
abusivas no se apliquen frente a los consumidores […], en la medida en que los profesionales podrían
verse tentados a utilizar cláusulas abusivas al saber que, aun cuando llegara a declararse la nulidad de
las mismas, el contrato podría ser integrado por el juez nacional en lo que fuera necesario,
garantizando de este modo el interés de dichos profesionales”.
29 Cabría, no obstante, pensar que la inaplicación de la cláusula no impediría la aplicación del art. 1108
CC, de manera que el deudor moroso viniera obligado a pagar el interés legal. Sin embargo, la STS 22
abril 2015 (Tol 4952038) ha rechazó esta posibilidad, afirmando que la consecuencia que resulta de la
apreciación del carácter abusivo de una cláusula es la supresión de la misma, “sin que el juez pueda
aplicar la norma supletoria que el Derecho nacional prevea a falta de estipulación contractual” (esto es,
el art. 1108 CC). Esta es actualmente la tesis indiscutida en la jurisprudencia.
30 V. en este sentido, STS 22 abril 2015 (Tol 4952038) y posteriormente, entre otras muchas, SSTS 31
enero 2019 (Tol 7028848), 21 marzo 2019, 19 febrero 2020 (Tol 7789928) y 19 febrero 2020 (Tol
7790804).
31 V. en este sentido, respecto de los préstamos sin garantía real, STS 22 abril 2015 (Tol 4952038) y,
respecto de los hipotecarios, extendiendo la misma doctrina STS (Pleno) 3 junio 2016 (Tol 5741036).
32 Sin embargo, respecto de los préstamos personales, cabe seguir manteniendo la doctrina jurisprudencial
del carácter abusivo de los intereses moratorios superiores a dos puntos porcentuales del interés
remuneratorio pactado. V. en este sentido SSTS 19 febrero 2020 (Tol 7789928) y 19 febrero 2020 (Tol
7790804).
33 La doctrina admite, también, la posibilidad de que un comodato recaiga sobre cosas fungibles
entregadas al comodatario para un uso que no implique consunción.
34 Deberá restituir la cosa al finalizar el tiempo pactado, sin que pueda, “a pretexto de lo que el
comodante le deba”, retener la cosa, pues carece del derecho de retención, debido al carácter gratuito y
basado en la confianza del comodato (art. 1747 CC). La STS 9 febrero 2006 (Tol 827050) afirmó que
“El derecho de retención de la cosa únicamente puede reconocerse en el poseedor con título, es decir,
en el poseedor civil, pero no en el precarista, que carece de título para ello y goza solo de la mera
tenencia o posesión natural de la cosa, y por tal motivo no puede retener esta por los gastos que en la
misma hubiera realizado”.
35 V. en este sentido STS 30 junio 2009 (Tol 1560746).
36 La jurisprudencia viene estimando que, cuando cesa el uso que legitimaba la duración del comodato, la
situación de quien posee la cosa es la propia de un precarista. V. en este sentido SSTS 26 diciembre
2005 (Tol 795335), 2 octubre 2008 (Tol 1378500) y 13 abril 2009 (Tol 1499152).
37 V. en este sentido SSTS 31 enero 1995 (Tol 1667029), 29 febrero 2000 (Tol 2435), 26 diciembre 2005
(Tol 795335), 2 octubre 2008 (Tol 1378500), 29 octubre 2008 (Tol 1396318), 30 octubre 2008 (Tol
1396292), 13 noviembre 2008 (Tol 1401711) y 14 noviembre 2008 (Tol 1432560).
La STS 13 abril 2009 (Tol 1499152) resolvió un caso curioso. El propietario de la vivienda vendió a su
madre el derecho de usufructo sobre la misma, permitiéndole esta continuar viviendo en la casa con su
familia. Posteriormente, los cónyuges se divorciaron, asignándose el uso de la vivienda familiar a la
madre y a los hijos, ante lo cual la usufructuaria instó el desahucio por precario. El Tribunal Supremo,
al igual que suele hacer cuando es el propietario quien cede el uso gratuito del inmueble a su hijo para
que resida en él con su familia, entendió que no había precario, sino un contrato de comodato. Pero, a
diferencia de lo que es habitual en dichos casos, denegó el lanzamiento, por entender que el contrato no
tenía como finalidad ceder el uso de una vivienda para la iniciación de la vida familiar, sino permitir la
continuación de la que ya estaba comenzada antes de la venta del usufructo, apoyándose, además, en la
circunstancia de que el comodante no era pleno propietario de la vivienda, sino un mero usufructuario.
Esta solución no nos convence, ya que, en el problema que nos ocupa, no nos parece que deba
valorarse de manera distinta el hecho de que el comodante sea un propietario o un usufructuario, ya
que este último está plenamente facultado para ceder el uso de la vivienda, como también para
reclamar su restitución, una vez que deja de tener sentido el fin para el que la prestó, sin que acertemos
a ver qué diferencia pueda haber entre que se trate de permitir iniciar en el inmueble la convivencia del
hijo con su propia familia o la continuación de la misma después de la constitución del usufructo. Si la
mujer del propietario no estaba de acuerdo con la venta del usufructo sobre la vivienda familiar debió
haberse opuesto, ya que su consentimiento era también necesario para realizar dicho acto de
disposición (art. 1320 CC) o haber anulado el contrato en su momento (art. 1322 CC), cosa que no
hizo.
38 “El comodatario no responde de los deterioros que sobrevengan a la cosa prestada por el solo efecto
del uso y sin culpa suya” (art. 1746 CC), es decir, de aquellos que, de encontrarse la cosa en poder del
comodante, también se hubiesen producido. La doctrina entiende que, aunque no se señale
expresamente en el precepto, esta exención de responsabilidad se aplica también en los casos de pérdida
de la cosa sin mediar negligencia. En cambio, sí que respondería el comodatario de la pérdida y de los
deterioros de la cosa si no empleó la diligencia exigible a un buen padre de familia. V. en este sentido
SSTS 3 junio 1983 (Tol 1738504) y 25 septiembre 2000 (Tol 170755).
39 “Si el comodatario destina la cosa a un uso distinto de aquel para que se prestó, o la conserva en su
poder por más tiempo del convenido, será responsable de su pérdida, aunque esta sobrevenga por caso
fortuito” (art. 1744 CC). A la pérdida han de equipararse los deterioros en la cosa no debidos al
transcurso del tiempo o al uso normal de la misma.
40 V. en este sentido STS 14 febrero 1984 (Tol 1738004).
41 En este caso, la aproximación del comodato al precario parece evidente.
42 V. en este sentido SSTS 26 diciembre 2005 (Tol 795335), 22 octubre 2009 (Tol 1641343), 14 julio
2010 (Tol 1911613) y 14 marzo 2013 (Tol 3266832).
43 A las que se refiere la STS 26 diciembre 2005 (Tol 795335).
44 V. en este sentido STS 11 junio 2012 (Tol 2645805).
45 V. en este sentido STS 26 diciembre 2005 (Tol 795335).
46 V. en el mismo sentido SSTS 31 enero 1995 (Tol 1667029), 29 febrero 2000 (Tol 2435), 26 diciembre
2005 (Tol 795335), 2 octubre 2008 (Tol 1378500), 29 octubre 2008 (Tol 1396318), 30 octubre 2008
(Tol 1396292) y 13 noviembre 2008 (Tol 1401711).
47 Si bien este contrato carece de regulación jurídico-sustantiva, se trata de un contrato nominado, pues a
él se refiere la Disposición final 3ª.1 de la Ley 10/2014, de 26 de junio, de ordenación, supervisión y
solvencia de entidades de crédito, definiéndolo en los siguientes términos: “Tendrán la consideración de
operaciones de arrendamiento financiero aquellos contratos que tengan por objeto exclusivo la cesión
del uso de bienes muebles o inmuebles, adquiridos para dicha finalidad según las especificaciones del
futuro usuario, a cambio de una contraprestación consistente en el abono periódico de cuotas. Los
bienes objeto de cesión habrán de quedar afectados por el usuario únicamente a sus explotaciones
agrícolas, pesqueras, industriales, comerciales, artesanales, de servicios o profesionales. El contrato de
arrendamiento financiero incluirá necesariamente una opción de compra, a su término, en favor del
usuario”.
48 La STS 10 abril 1981 (Tol 1739585) niega tal carácter al leasing. Ello no obstante, la jurisprudencia ha
entendido que el leasing puede entenderse como una compraventa a plazos con opción de compra,
cuando de la voluntad de las partes resulte que la verdadera intención era llevar a cabo este último
negocio, si bien motivos fiscales les impulsaron a darle apariencia de leasing. V. en este sentido SSTS 29
mayo 1999 (Tol 1887), 6 marzo 2001 (Tol 26767) y 29 mayo 2001 (Tol 71717).
49 Se trata de un contrato que carece de regulación. En todo caso, la heterogeneidad de servicios que
No existe regla específica acerca de la capacidad de las partes para celebrar un contrato
de sociedad, por lo tanto, serán de aplicación las reglas generales. Téngase presente, no
obstante, que la puesta en común de dinero o bienes (art. 1665 CC) debe considerarse
como un acto de disposición, lo cual puede incidir en la capacidad para celebrar este
contrato (cfr. art. 247 CC).
V. ADMINISTRACIÓN DE LA SOCIEDAD
Una vez celebrado el contrato de sociedad con la voluntad de los contratantes de que la
misma intervenga como tal en el tráfico jurídico, y, en consecuencia, una vez producida la
adquisición de la personalidad jurídica de esta sociedad civil externa, es preciso resolver
una serie de problemas jurídicos que se plantean de inmediato.
Así, hay que determinar quién y cómo administrará los bienes que constituyen el
patrimonio social para que pueda alcanzarse el fin común. Igualmente habrá que
determinar quién o quiénes representarán en el tráfico jurídico a la sociedad y, finalmente,
qué patrimonios responderán de las actuaciones de la sociedad en el tráfico.
A la administración y representación de la sociedad se dedican los arts. 1692 y ss. De
estos preceptos del Código Civil se desprende que la facultad para administrar integra la
de representar en el tráfico jurídico a la sociedad (arts. 1695. 1ª y 1698 III)10.
El Código Civil prevé distintas reglas que se aplicarán en punto a la administración-
representación de la sociedad.
1º) La primera regla que ofrece el Código Civil se refiere al caso de que el nombramiento
de administrador se produzca en el propio contrato de sociedad. En este supuesto, el socio
nombrado como tal puede ejercer todos los actos propios de la administración de la
sociedad, aunque sobre dicha actuación hubiese oposición expresa de los asociados, salvo
que proceda de mala fe. Además, este nombramiento es irrevocable sin causa legítima (art.
1692 CC).
Por el contrario, si en el contrato de sociedad se hubiese dejado libertad a los socios para
designar administrador, el nombramiento de administrador producido por acuerdo de los
socios posterior al contrato será revocable en cualquier momento (art. 1692 II CC). Y los
socios podrían nombrar administrador tanto a uno de ellos como a un tercero.
2º) La segunda regla del Código contempla el supuesto de que dos o más socios (bien en
el contrato social, bien posteriormente) hubieran sido encargados de la administración
social sin determinarse en concreto las funciones de cada uno de ellos o sin haberse
expresado que no podrán actuar sin el consentimiento de todos los demás. En este caso, la
regla contenida en el art. 1693 CC es que cada uno de los socios encargados de la
administración social podrá ejercer todos los actos de administración por sí solo, pero
cualquiera de ellos podrá oponerse a las operaciones del otro antes de que éstas hayan
producido efecto legal.
3º) En tercer lugar, para el caso de que se hubiera estipulado que los socios
administradores no puedan actuar los unos sin el consentimiento de los otros, se
necesitará el acuerdo de todos ellos para la validez de los actos, sin que se pueda alegar
ausencia o imposibilidad de alguno de ellos, a menos que hubiera peligro inminente de un
daño grave o irreparable para la sociedad (art. 1694 CC).
4º) Finalmente, también prevé el Código Civil las reglas que deben aplicarse para el caso
de que no exista previsión en el contrato social sobre la administración o acuerdo de los
socios sobre tal cuestión. Estas reglas recuerdan el régimen jurídico aplicable a los
supuestos de comunidad de bienes. Así, el art. 1695 CC señala que cuando no se haya
estipulado el modo de administrar, se deberán observar las siguientes reglas:
a) En primer lugar, todos los socios se considerarán facultados para administrar y
representar a la sociedad, de tal manera que lo hecho por cualquiera de ellos obligará a la
sociedad, aunque cada uno de los socios podrá oponerse a las operaciones de los demás
antes de que hubieran producido efectos legales.
b) Cada socio podrá servirse según la costumbre de las cosas que integran el fondo
social, con tal que no lo haga vulnerando el interés de la sociedad o de modo que impida
el uso a que tienen derecho los demás socios (véase el art. 394 CC).
c) Todo socio podrá obligar a los demás a abonar los gastos necesarios para la
conservación de las cosas comunes (véase el art. 395 CC).
d) Únicamente se podrán realizar alteraciones en los bienes inmuebles sociales si hay
acuerdo unánime de los socios, aunque se alegue que dichas alteraciones son útiles para la
sociedad (véase el art. 397 CC).
5º) No da el Código Civil reglas concretas sobre la forma en que debe actuar el
administrador de la sociedad. Sin embargo, es evidente que el administrador está
vinculado por el contrato social, y deberá comportarse con la debida lealtad y de manera
diligente en el cuidado de los asuntos de la sociedad, procurando la obtención del fin
social, y responderá frente a la sociedad y frente a los socios de los daños que por su
indebido actuar se pudieran ocasionar11.
Sin embargo, el Código sí que regula un caso específico de posible conflicto de intereses
entre el administrador y la sociedad. Se trata del supuesto en el que un socio autorizado
para administrar cobre una cantidad exigible que le era debida personalmente por un
tercero que, a su vez, también debía dinero a la sociedad. En este caso, la regla es que la
cantidad cobrada debe imputarse a los dos créditos en proporción a su importe, aunque el
socio autorizado para administrar hubiera dado el recibo únicamente por cuenta del pago
de su crédito personal. Ahora bien, si el socio administrador hubiera dado el recibo por
cuenta del crédito social, al pago de este se imputará todo el importe cobrado. Todo ello
sin perjuicio de que si el crédito personal del socio es más oneroso para el deudor que el
crédito de la sociedad, pueda el deudor utilizar la facultad de imputación de pagos
contemplada a su favor en el art. 1172 CC.
También establece el Código Civil una regla específica para que la sociedad responda
frente al socio y, evidentemente, también frente al administrador, por las cantidades que
éstos hayan desembolsado por cuenta de la sociedad. Igualmente responderá la sociedad
de las obligaciones que con buena fe hayan contraído para la ejecución de los negocios
sociales y de los riesgos inseparables de su dirección (art. 1688 CC).
Si, por el contrario, el pasivo social fuera superior al activo, los socios deberán
responder personal e ilimitadamente de las deudas sociales en el modo que hemos visto.
Una vez liquidadas todas las relaciones jurídicas que tenía la sociedad y repartidas, en su
caso, las ganancias y aportaciones, la sociedad se extinguirá.
Las causas por las que puede disolverse la sociedad (y, en consecuencia, abrirse el
período de liquidación como paso previo a la extinción de la sociedad civil) están
previstas, fundamentalmente, en el art. 1700 CC, que recoge supuestos de gran
heterogenidad.
Como ha señalado la jurisprudencia, la enumeración de causas de disolución
contemplada por el art. 1700 CC no es taxativa o cerrada, sino simplemente enumerativa,
por lo que existen otros supuestos no contemplados en la norma que producirán la
disolución, como, por ejemplo, la decisión unánime de los socios de extinguir la sociedad.
En este sentido, la STS 14 septiembre 2006 (Tol 995549) dice: “La enumeración de las causas de
disolución que contiene el art. 1700 CC no es cerrada, sino que debe ser integrada con otras de
indudable efecto disolutorio por su aptitud para abrir la fase de liquidación, como es, dada la
naturaleza contractual de la sociedad, el mutuo disenso o acuerdo de quienes celebraron el contrato
de extinguir la relación jurídica nacida de él. O, en términos de la sentencia de 5 de abril de 1979,
la retractación bilateral del contrato [causa, por lo demás, prevista expresamente en las legislaciones
que se apartaron del silencioso art. 1844.7 del Código civil francés: arts. 2227.3º del Código civil
italiano y 1007.a) del portugués]. A este negocio jurídico consensual y extintivo se puede llegar no
sólo por medio de declaraciones expresas, sino también mediante declaraciones tácitas o actos
concluyentes, esto es, con palabras, signos o actos que no sirven para exteriorizar directamente la
voluntad extintiva de quienes los emplean o ejecutan, pero de los que la misma se infiere o deduce
inequívocamente”.
X. CUESTIONARIO
1º. Diferencias entre las sociedades personalistas y las capitalistas
2º. ¿Cuándo una sociedad civil podrá tener forma mercantil?
3º. ¿Qué comprende la sociedad universal de ganancias?
4º. ¿Qué derechos tiene el heredero del socio fallecido?
5º. ¿Qué reglas deben aplicarse para el caso de que no exista previsión en el contrato social
sobre la administración o acuerdo de los socios sobre tal cuestión?
6º. ¿En qué casos responderá la sociedad frente al socio o administrador?
7º. ¿Cuándo quedará vinculada la sociedad por los actos realizados por un socio?
8º. ¿En las sociedades civiles cómo responden los socios por las deudas sociales?
9º. ¿Responde el patrimonio social de las deudas personales de los socios?
10º. ¿Puede excluirse a algún socio de las pérdidas de la sociedad?
11º. ¿Cómo se repartirán las pérdidas o ganancias entre los socios?
12º. ¿Puede impugnarse el reparto de beneficios realizado por un tercero?
13º. ¿Qué se entiende por liquidación de la sociedad?
14º. ¿Cuándo se produce la disolución de la sociedad por pérdida de la cosa?
15º. ¿Cuándo puede disolverse la sociedad por voluntad de uno de los socios?
asociado no ingresará en la sociedad sin el consentimiento unánime de los socios, aunque aquél sea
administrador”.
7 Bien es cierto que con algunas matizaciones en las denominadas sociedades capitalistas cerradas.
8 Evidentemente, para que la transmisión de la deuda a la sociedad produzca también efectos frente al
acreedor es preciso que este la consienta, cfr. art. 1205 CC.
9 En relación con las sociedades que tengan por objeto social el ejercicio en común de actividades
de aplicación el art. 1686 CC, que dispone: “Todo socio debe responder a la sociedad de los daños y
perjuicios que ésta haya sufrido por culpa del mismo y no puede compensarlos con los beneficios que
por su industria le haya proporcionado”.
12 Por el contrario, la responsabilidad de los socios en las sociedades mercantiles personalistas es solidaria.
Este régimen de responsabilidad protege mejor la seguridad del tráfico mercantil, ya que con la
responsabilidad solidaria de los socios se incrementan las posibilidades de satisfacción del acreedor
social.
13 Al igual que ocurre en las sociedades mercantiles personalistas.
14 Dice la STS 31 enero 2006 (Tol 820939) que “la extinción propiamente tal de la sociedad no se
produce sino hasta el momento en que se han realizado todas las operaciones necesarias para aislar a la
sociedad del tráfico en que se hallaba inserta y, por ello, dentro del proceso extintivo de la sociedad se
han de diferenciar tres momentos principales: la disolución que consiste en la concurrencia de una
causa que determina la apertura de la liquidación […]; la liquidación que es el proceso a través del cual
se libera a los socios y al patrimonio social de los vínculos contraídos con motivo de la sociedad; y la
extinción en sentido estricto, que se produce al cierre de la liquidación con la distribución del
remanente, si lo hubiere, entre los socios”. V. también STS 14 enero 2014 (Tol 4719899).
15 V. en este sentido la STS 4 julio 2006 (Tol 964437).
16 El art. 1706 CC señala cuándo se deberá entender que la renuncia es de mala fe o se realiza en tiempo
inoportuno.
24. FIANZA Y AVAL A PRIMER
REQUERIMIENTO
SUMARIO: I. CONCEPTO. II. CARACTERES DEL CONTRATO DE FIANZA. III. CLASES DE FIANZA. IV.
CONSTITUCIÓN. 1. Elementos personales. 2. Elementos reales. A) Objeto. B) Extensión. 3. Elementos formales.
V. EFECTOS DEL CONTRATO DE FIANZA ENTRE LAS PARTES. 1. Las relaciones entre acreedor y fiador (el
beneficio de excusión). 2. Las relaciones entre deudor y fiador. A) La acción de relevación. B) Acciones
posteriores al pago: las acciones de subrogación y reembolso. VI. LA COFIANZA. 1. La relación de los
cofiadores entre sí. VII. LA SUBFIANZA. VIII. CAUSAS DE EXTINCIÓN DE LA FIANZA. IX. AVAL A PRIMER
REQUERIMIENTO. X. CUESTIONARIO. X. CASOS PRÁCTICOS. XI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. CONCEPTO
La fianza es un tipo especial de garantía de carácter personal, que consiste en que un
tercero se compromete a pagar o a cumplir la prestación debida por el deudor al acreedor
en el caso de que aquel no lo haga.
Esta acepción también se utiliza en sentido genérico para referirse a cualquier garantía
que se preste o que se exija para asegurar el cumplimiento de una obligación, como puede
apreciarse en distintos preceptos del Código civil o de la LAU, que exige al arrendatario
que preste una fianza como garantía.
En sentido estricto sin embargo el concepto de fianza es el definido en el primer párrafo
del art. 1822 CC.
Dicho precepto contiene dos párrafos, cuyo tenor literal requiere de alguna precisión
conceptual.
En primer lugar, el enunciado que encabeza su primer párrafo: “Por la fianza…”, pone
de manifiesto que dicha mención no queda referida únicamente al contrato de fianza sino
que es extensible a todas las situaciones en que dicha garantía pueda nacer como
consecuencia de la realización de otros actos. Su segundo párrafo expresa asimismo que el
fiador puede obligarse solidariamente con el deudor principal, en cuyo caso remite a lo
dispuesto en la sección cuarta, capítulo III, título primero, que regula el régimen de las
obligaciones solidarias.
Ello no obstante no significa que el fiador pase a ser un nuevo deudor principal, ni
tampoco un obligado condicional puesto que este queda obligado desde el instante mismo
en que ha contraído su obligación de garantía. En virtud de la dualidad de obligaciones
existentes en la fianza, el fiador ostentará, en todo caso y situación, la condición de
garante y quedará, por tanto, sujeto al régimen propio de la fianza en sus relaciones con el
deudor mientras que frente al acreedor las normas de aplicación serán las propias de la
solidaridad.
Aunque en la práctica es más usual la fianza solidaria, su existencia no se presume y
debe pactarse de modo expreso.
IV. CONSTITUCIÓN
1. Elementos personales
Según se desprende de su estructura, la fianza crea un vínculo que tiene lugar entre el
acreedor y el fiador en cuanto tiende a otorgar una garantía al deudor.
El deudor afianzado no siempre es parte. Es más, según se desprende del párrafo 2º del
art. 1823 CC, la intervención del deudor no es relevante e incluso puede existir incluso
aun no contando con el consentimiento o con la ignorancia del deudor principal (art.
1823.2 CC).
Los sujetos han de tener capacidad general para obligarse (art. 1828 CC).
No obstante, la propia regulación de la fianza también contempla la posibilidad de que
intervenga el deudor siempre que no se haya negado al cumplimiento, ni mostrado su
oposición. En este supuesto, el fiador que haya pagado no podrá ejercitar la acción de
reembolso contra el deudor y, sólo podrá reclamar contra él en lo que le haya sido útil el
pago (remisión art. 1838 CC).
Los sujetos podrán vincularse entre sí, de forma simple o solidaria. En este último caso,
el régimen aplicable entre el acreedor y el fiador será el propio de las obligaciones
solidarias. El que surge entre deudor y fiador se regirá por las normas de la fianza.
2. Elementos reales
Procede aquí distinguir entre el objeto y la extensión de la fianza.
A) Objeto
Debido al carácter accesorio de la fianza, la obligación principal debe ser válida (art.
1824.1º CC).
Lo habitual es que las obligaciones que se afiancen sean dinerarias. Nada impide, sin
embargo, que pueda garantizarse cualquier otro tipo de obligación.
En el caso de que la obligación afianzada fuese una obligación de hacer, el cumplimiento
se sustituiría por una indemnización de daños y perjuicios.
También, como pone de relieve el art. 1824.2º CC, la fianza puede recaer sobre una
obligación cuya nulidad pueda ser reclamada en virtud de una excepción de carácter
personal, como la de menor edad. Dicha situación, como la doctrina ha puesto de relieve,
puede extenderse igualmente a los supuestos de incapacitación. Son siempre nulos, sin
embargo, los préstamos concedidos al hijo de familia.
Puede igualmente prestarse fianza en garantía de deudas futuras (art. 1825 CC), cuyo
importe no sea aún conocido; pero no se podrá reclamar contra el fiador hasta que la
deuda sea líquida y esté perfectamente determinada.
La especialidad de esta modalidad reside en que el fiador queda vinculado antes del
nacimiento de la obligación principal. Esta modalidad, como puso de manifiesto la STS 23
febrero 2000 (Tol 2422), es una práctica habitual en el tráfico mercantil.
B) Extensión
Con carácter general, la fianza se limitará a garantizar el montante de la obligación que
se haya pactado. Si no hubiese pacto, la fianza podría llegar a garantizar como máximo el
mismo contenido que tuviese la obligación principal. En este caso, comprenderá no sólo la
obligación principal, sino todos sus accesorios, incluidos los gastos del juicio devengados
con posterioridad al requerimiento al fiador para el pago.
Dado sin embargo el carácter de garante del fiador, el art. 1826 CC impone como límite
que el fiador no pague más que el deudor principal. Si se ha obligado a más, se reducirá su
obligación a los límites de la del deudor principal (supuesto de nulidad parcial). Esta
reducción, al venir impuesta legalmente se podrá obtener tanto por vía de acción como de
excepción.
El carácter de la fianza in duriorem causam hay que referirlo a situaciones que se
contraen con condiciones más onerosas, que no afectan a la cantidad sino a la situación
del fiador respecto a la prestación debida, como puede darse si el fiador establece pactos o
condiciones no coincidentes con los contenidos en la obligación principal, si se somete a
condición o a término aunque estos elementos accidentales no existan para el deudor
principal… En estos casos habrá que recurrir a las condiciones que figuran en la
obligación principal, pudiendo el fiador solicitar la extinción de la fianza, de conformidad
con lo prescrito en el art. 1851 CC o, en atención a la naturaleza de la obligación
estipulada, reconvertir ese pacto en otro contrato.
El contenido de este precepto hay que vincularlo además con el del art. 1838 CC, que no
permite reclamar al fiador más de lo que ascienda el montante total de la deuda.
3. Elementos formales
La fianza no requiere formalidad especial en cuanto a su constitución para ser válida. Su
forma es, por tanto, libre. Únicamente se exige que se manifieste de forma expresa6. La
exigencia de este carácter expreso ha llevado a la doctrina a interpretar este criterio de
forma restrictiva, apreciando que su existencia debe deducirse de hechos o
manifestaciones claras e inequívocas7 y excluyendo presunciones a favor de su existencia8.
En caso de duda sobre la subsistencia o no de un afianzamiento, la regla que prevalece
es que las declaraciones que den lugar a ambigüedades se resolverán en contra de la
existencia de la fianza9.
V. EFECTOS DEL CONTRATO DE FIANZA ENTRE LAS
PARTES
1. Las relaciones entre acreedor y fiador (el beneficio de excusión)
Son las que derivan propiamente del contrato de fianza. En ella, el fiador se compromete
al cumplimiento de la obligación del deudor en el caso de que este no lo haga10.
Para garantizar al fiador su condición de garante y de obligado no principal se le
concede con carácter previo al pago la facultad de que pueda alegar el beneficio de
excusión con la finalidad de que pueda oponerse al cumplimiento si el deudor dispone de
bienes suficientes para hacer frente al pago de la deuda.
Tradicionalmente la doctrina ha definido dicho beneficio como la facultad que le
corresponde al fiador, para que, una vez haya tenido lugar el incumplimiento de la
obligación principal, pueda aplazar el pago que ha garantizado y paralizar la pretensión
de cobro del acreedor hasta que este haya intentado, sin éxito, la ejecución forzosa del
deudor.
Como el fiador tiene un interés directo e inmediato en que se verifique la deuda, se le
impone la obligación de hacer excusión de los bienes que tenga el deudor, debiendo
señalar, a este efecto, todos los bienes que el deudor tenga dentro del Reino y en cuantía
suficiente para saldar la deuda. No es suficiente, por tanto, su mera indicación11. Debe
tratarse de bienes concretos y determinados, de existencia comprobada y real, y suficientes
para hacer frente a la obligación12. En el supuesto de que no haya bienes suficientes, el
fiador deberá responder por el importe no pagado al que previamente se hubiera
comprometido en su condición de garante de la obligación principal.
El beneficio de excusión no implica un turno determinado en orden a la reclamación.
Como ha reconocido reiterada doctrina del Tribunal Supremo, podrá proceder
directamente contra el fiador y este oponerle el beneficio de excusión o dirigirse
simultáneamente contra ambos13. Podrá, por tanto, ser alegado por el fiador, bien en la
contestación de la demanda, en un momento posterior o anterior a la ejecución de
sentencia o incluso en un acto previo, como pueda ser el acto de conciliación. Las costas
correrán a cuenta del fiador14.
La oposición del beneficio de excusión y el señalamiento de bienes del deudor no
impedirá que se dicte la sentencia condenando al fiador a pagar al acreedor con carácter
subsidiario.
En la sentencia ni siquiera tiene que hacerse pronunciamiento alguno sobre el beneficio
de excusión aunque el fiador lo hubiera opuesto con señalamiento de bienes del deudor, al
ser requerido extrajudicialmente de pago o en el escrito de contestación a la demanda
(reiterando su contestación al requerimiento extrajudicial o, en ausencia de este, por
primera vez). El beneficio de excusión sólo va a desplegar su eficacia en la fase de
ejecución de la sentencia firme que condene al pago del deudor y del fiador con carácter
subsidiario, de tal manera que no podrá acudirse a la vía de apremio contra los bienes del
fiador mientras previamente no se haya agotado esa vía de apremio contra los bienes del
deudor designados por el fiador al oponer el beneficio de excusión15.
El ejercicio del beneficio de excusión requiere seguir una serie de pasos, que son los
siguientes.
En primer lugar debe oponerlo y notificarlo al acreedor “luego que este le requiera para
el pago”. Es opinión unánime entender que el requerimiento de pago se entiende por
cumplido con la presentación de la demanda o del acto de conciliación.
En segundo lugar, el fiador debe designar bienes del deudor que sean suficientes para
cubrir el importe de la deuda.
Una vez cumplidas estas condiciones, el acreedor que sea negligente en la excusión de los
bienes señalados es responsable, hasta donde ellos alcancen, de la insolvencia del deudor
que por aquel descuido resulte (art. 1833 CC).
El fiador, sin embargo, no podrá oponer estas excepciones cuando:
a) El fiador renuncia expresamente a la excusión. Esta renuncia puede hacerse en el
momento de la constitución de la fianza o posteriormente, pero siempre antes del
vencimiento de la obligación.
La renuncia al beneficio de excusión no implica que el fiador pierda el resto de las
condiciones inherentes a la condición de garante.
b) El fiador se haya obligado solidariamente con el deudor.
En este caso, el acreedor queda liberado de tener que proceder a ejecutar previamente los
bienes del deudor16.
c) Situación de concurso del deudor. Esta situación acredita la situación de insolvencia
del deudor.
Estos procedimientos se ven reconducidos en la actualidad a la Ley concursal 22/2003,
de 9 de julio, en virtud del cual, el deudor debe encontrarse en situación de insolvencia,
como fase previa para el concurso voluntario o legal.
d) El deudor no podrá ser demandado judicialmente por su condición de extranjero o
por haberse celebrado el negocio fuera de España.
Esta situación normalmente se dará cuando el deudor no pueda ser demandado ante los
Tribunales españoles por su condición de extranjero y por haberse celebrado el negocio
fuera de España. Pero, como también ha señalado la doctrina, la condición de extranjero
del deudor principal o la residencia o ausencia del deudor español fuera del territorio
nacional no siempre conllevan la aplicación de esta excepción. Esta situación puede
producirse cuando se haya pactado de forma expresa el sometimiento a los Tribunales
españoles. Parece, por tanto, que el supuesto que cabe vincular con esta excepción es la
resultante de la fianza constituida en España entre fiador y acreedor en garantía de una
obligación contraída y que deba ser cumplida en el extranjero. En este caso, aunque el art.
1828 CC establezca que la jurisdicción donde deba cumplir el fiador sea la
correspondiente a la obligación principal, atendiendo a lo dispuesto en el art. 50 LEC, el
fiador podrá ser compelido al cumplimiento ante los Tribunales españoles.
VI. LA COFIANZA
Esta modalidad se caracteriza por la existencia de una pluralidad de garantes.
El análisis de la cofianza requiere distinguir dos relaciones: la externa, que es la que se
establece entre el acreedor y los fiadores, que pueden vincularse con el primero de forma
mancomunada o solidaria y la relación interna, que es la que se establece entre los
garantes entre sí. Estos, sin perjuicio de cómo hayan quedado vinculados con el acreedor,
pueden obligarse entre sí de forma mancomunada o solidaria. De ahí, que la cofianza se
pueda establecer de forma simple o solidaria con el acreedor y a la inversa entre los
cofiadores o de la misma manera con el acreedor y con los cofiadores, dando así lugar a la
cofianza simple y/o solidaria.
VII. LA SUBFIANZA
El apartado segundo del art. 1822 CC permite que la fianza se pueda constituir, no sólo
a favor del acreedor sino también en beneficio del fiador.
El fiador queda asegurado por otra persona, que cumplirá si no lo hace el deudor
principal. Por tanto, en esta modalidad, la relación es ajena al deudor.
La subfianza no cuenta con normativa propia por lo que, en principio, le resultan de
aplicación las normas de la fianza, a excepción de las disposiciones concretas establecidas
en los arts. 1836, 1846, 1848 y 1856 Código Civil.
La finalidad de la subfianza es asegurar la obligación del fiador principal que, en última
instancia, repercute sobre la situación del acreedor al reforzar también su crédito. De ahí,
que su situación sea todavía más compleja que la fianza en sí misma considerada puesto
que estará constituida por la obligación principal y dos obligaciones accesorias de
garantía, de distinto grado: la del fiador y la del subfiador.
Al igual que la fianza, la subfianza no se presume, por lo que, ante la existencia de una
obligación principal y varios fiadores, si no se ha establecido nada en sentido contrario, se
estará ante un supuesto de cofianza y no de subfianza. Ello no obsta para que un cofiador
pueda, a su vez, asegurar su obligación con un subfiador, como de modo expreso
establece el art. 1846 CC en el supuesto de que uno de los cofiadores sea insolvente,
quedando responsable a los cofiadores en los mismos términos en que lo estaba el fiador.
Al igual que en la fianza, la subfianza se puede establecer contando con el
consentimiento, ignorancia o incluso la oposición del fiador principal. Asimismo, el
subfiador se podrá obligar de forma simple o solidaria y, salvo que renuncie al mismo,
podrá oponer el beneficio de excusión.
El subfiador en caso de insolvencia del fiador por quien se obligó queda responsable a
los cofiadores en los mismos términos que lo estaba el fiador (art. 1846 CC).
Respecto al montante de la deuda, el subfiador no puede obligarse a más que el fiador
principal, ni en condiciones más gravosas que él.
X. CUESTIONARIO
1º. Diferencie entre la fianza simple y la solidaria.
2º. Diferencie entre la fianza solidaria y la cofianza.
3º. Acciones que corresponden al fiador antes del pago.
4º. Diga qué acciones corresponden al fiador después de haber pagado.
5º. Diga qué acciones corresponden al cofiador antes del pago.
6º. Diga qué acciones corresponden al cofiador después del pago.
7º. ¿Cuáles son las relaciones que surgen en la subfianza?
8º. ¿Cuáles son las causas de extinción de la fianza?
9º. ¿Puede el fiador solidario ejercitar la acción de subrogación?
10º. ¿Cuáles son las acciones que corresponden al subfiador que ha pagado?
11º. ¿Qué excepciones puede ejercitar el fiador?
12º. ¿Puede ejercitar el fiador solidario la acción de subrogación?
13º. ¿En qué consiste el beneficio de excusión?
14º. ¿En qué consiste el beneficio de división?
X. CASOS PRÁCTICOS
1º. Supuesto de hecho
La entidad Serpentina, S.L. concertó en 2002 con el Banco Surquito, S.A. dos préstamos
con garantía hipotecaria.
En 2003 se amplió el principal de ambos préstamos a la cantidad de 54.091,09 euros más
intereses y costas, manteniéndose invariables las condiciones. En la ampliación del
préstamo se añadió la fianza solidaria de Don Flavio, quien renunció a los beneficios de
excusión, división y orden. En las escrituras de préstamo se acordó que el Banco acreedor
podía instar el juicio ejecutivo y también ejercer la ejecución hipotecaria del art. 131 LH
en caso de impago.
Como ambos préstamos no se pagaron, el Banco interpuso demanda ejecutiva en 2005
frente al deudor, Serpentina, S.L. y el fiador Don Flavio, dictándose posteriormente
sentencia en la que se ordenaba seguir la ejecución frente a ambos demandados. Dicha
sentencia fue confirmada en apelación, procediéndose al embargo de bienes del fiador.
El 31 de octubre de 2007, Serpentina, S.L. vendió una de las fincas registrales objeto de la
hipoteca, dando carta de pago el Banco, al que le había satisfecho la total cantidad
adeudada, así como los intereses correspondientes y cancelaba la hipoteca. Lo mismo
ocurrió con la otra finca hipotecada, aclarándose en ambos casos que la carta de pago se
otorgaba exclusivamente sobre la citada hipoteca.
Como consecuencia de esos pagos, el Banco Surquito presentó en 2009 un escrito en los
autos del juicio ejecutivo, en el que se decía que había recibido la cantidad de 49.583,50
euros a cuenta del total reclamado, solicitando que se cancelase el embargo preventivo
trabado sobre una de las fincas registrales, sin perjuicio de continuar el pleito por el
principal restante, intereses y costas.
Ante dicha situación Don Flavio decidió oponerse.
CUESTIONES
1º. ¿Qué modalidad de fianza ha asumido el fiador?
2º. ¿Qué acciones podría ejercitar Don Flavio en su favor?
3º. ¿Podría solicitar la extinción de la fianza?
4º. Comente el supuesto apoyándose en la STS 4 diciembre 2008 (Tol 1413622).
2º. Supuesto de hecho
El 7 de febrero de 2002, Don José P. A., Doña Teresa M. G. y Don Antonio P. S.
suscribieron una póliza de afianzamiento para garantizar las operaciones de la mercantil
“Las Vegas” S.A., con expresa renuncia a los beneficios de excusión, orden y división.
Debido a la mala situación económica que atravesaba la empresa, Don José pagó las
deudas que la mercantil tenía contraídas, que ascendían al montante de 300.000 euros,
con el fin de evitar el incremento de dicha cantidad.
CUESTIONES
1º. ¿Qué acciones puede entablar el fiador que realizó el pago?
2º. ¿Están obligados los restantes cofiadores a resarcirle lo pagado? ¿En qué cuantía? En su
caso, ¿en qué preceptos podría basar su pretensión?
3º. ¿Cabría contemplar un supuesto de vencimiento anticipado de la obligación a
consecuencia de la insolvencia de la deudora principal? ¿Actuó perjudicando los intereses
de los restantes fiadores? ¿Podrían interponer alguna excepción?
4º. Comente el supuesto apoyándose en la STS 13 octubre 2009 (Tol 1635077).
1 Son muchos los pronunciamientos que avalan estas notas. V. en este sentido SSTS 25 febrero 1958 (RAJ
1958, 1043), 21 marzo 1962 (RAJ 1962, 1450), 3 junio 1968 (RAJ 1968, 3064), 16 junio 1970 (RAJ
1970, 3114), 11 junio 1984 (Tol 1737725), 30 octubre 1984 (Tol 1738238), 13 junio 1986 (Tol
1735376), 26 diciembre 1986 (Tol 1735591), 10 abril 1987 (Tol 1739180), 7 mayo 1987 (Tol
1738871), 12 enero 1989 (Tol 1732331), 13 abril 1989 (Tol 1732566); 3 marzo 1990 (Tol 1729280) y
16 junio 1999 (Tol 2667), entre otras.
2 Al respecto, la STS 23 marzo 1988 (Tol 1735740), definió la fianza convencional como contrato
1984 (Tol 1737896), 12 junio 1985 (Tol 1736534), 20 febrero 1987 (Tol 1739655), 13 marzo 1987
(Tol 1736245) y 29 diciembre 1987 (Tol 1938376).
5 V. en este sentido STS 23 marzo 1988 (Tol 1735740).
6 V. en este sentido STS 6 octubre 2005 (Tol 725220), con cita de numerosa jurisprudencia anterior,
como también STS 2 marzo 2006 (Tol 856101).
7 V. en este sentido STS 6 octubre 2005 (Tol 725220).
8 V. en este sentido STS 29 abril 2008 (Tol 1311961).
9 V en este sentido SSTS 8 mayo 1984 (Tol 1737908) y 4 junio 1985 (Tol 1736505).
10 V. SAP A Coruña (Sección 4ª) 5 febrero 2019 (AC 2019, 256).
11 STS 3 junio 2004 (Tol 448428).
12 V. en este sentido SSTS 29 octubre 1991 (Tol 1727851), 21 febrero 2003 (Tol 253618) y 20 febrero
2008 (Tol 1343800).
13 V. en este sentido STS 3 de octubre 1985 (Tol 1736855), con referencia a anteriores pronunciamientos.
14 La STS 15 abril 2005 (Tol 633090) reitera, no obstante, siguiendo el criterio de las SSTS 31 enero 1986
(Tol 1734945), 29 octubre 1991 (Tol 1727851) y 21 febrero 2003 (Tol 253618), que debieron señalar
bienes del deudor al acreedor, en territorio español suficientes para cubrir el importe de la deuda, en el
momento de contestación a la demanda.
15 V. en este sentido STS 20 febrero 2008 (Tol 1343800).
16 V. en este sentido STS 28 mayo 2003 (Tol 274475).
17 V. en este sentido SSTS 17 octubre 1990 (Tol 1729700) y 21 octubre 2003 (Tol 322255).
18 V. en este sentido STS 7 mayo 1997 (Tol 215750).
19 V. SAP Sevilla (Sección 6ª) 30 mayo 2018 (JUR 2018, 258865).
20 V. en este sentido STS 24 julio 1996 (Tol 1658636).
21 V. en este sentido STS 5 diciembre 2001 (Tol 129791).
22 V. en este sentido STS 14 mayo 1979 (Tol 1740932)
23 V. en este sentido STS 16 febrero 1983 (RAJ 1983, 1042).
24 V. STS 23 julio 2015 (RAJ 2015, 3706).
25 V. en este sentido STS 9 julio 2001 (Tol 66379).
26 V. STS 1 diciembre 2016 (Tol 5903755).
27 V. SAP Gipúzcoa (Sección 1ª) 18 julio 2018 (Tol 845.870).
28 V. SAP Vizcaya (Sección 3ª) 23 junio 2016 (Tol 5827408).
29 V. en este sentido STS 17 febrero 2000 (Tol 2404), entre otras.
30 V. STS 21 noviembre 2016 (Tol 900.006).
31 V. SAP Pontevedra (Sección 6ª) 4 diciembre 2017 (Tol 6495199).
25. LOS CONTRATOS ALEATORIOS
SUMARIO: I. CONCEPTO. II. TIPOLOGÍA. 1. Contrato de alimentos. A) Concepto. B) Caracteres del contrato.
C) Sujetos del contrato. D) Contenido del contrato. E) Modificación del contrato. F) La resolución del contrato y
las facultades del acreedor en caso de incumplimiento. G) Las garantías registrales del derecho del alimentista.
H) Las causas del cese de la obligación. 2. Los contratos de juego y apuesta. A) Cuestiones generales. B) La
clásica distinción entre juego y apuesta. Su irrelevancia actual. C) Caracteres del contrato. D) Régimen legal. 3.
El contrato de renta vitalicia. A) Concepto legal. B) Caracteres del contrato. C) Sujetos del contrato. D) Objeto
del contrato. E) El incumplimiento del contrato. F) La extinción del contrato. III. CUESTIONARIO. IV. CASOS
PRÁCTICOS. V. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. CONCEPTO
Dentro de la categoría de los contratos onerosos tradicionalmente se ha venido
distinguiendo entre los contratos conmutativos y los contratos aleatorios en atención al
conocimiento de la ganancia, la proporción de las prestaciones o la certidumbre sobre el
resultado económico del contrato. Lo que caracteriza a los contratos aleatorios es
precisamente el alea (la incertidumbre, la suerte o el azar), que afecta a la causa del
contrato y determina su función social.
El Código civil se refiere a los contratos aleatorios en los arts. 1790 a 1808. Como notas
características del contrato podríamos señalar: a) la indeterminación inicial del resultado,
b) la dependencia definitiva del resultado de circunstancias aleatorias que lo hacen
incierto, c) la voluntariedad de los interesados en asumir este riesgo.
En el art. 1790 CC se contiene una definición de contrato aleatorio en el siguiente
sentido: “Por el contrato aleatorio, una de las partes, o ambas recíprocamente, se obligan
a dar o hacer alguna cosa en equivalencia de lo que la otra parte ha de dar o hacer para el
caso de un acontecimiento incierto, o que ha de ocurrir en tiempo indeterminado”. La
definición legal plantea inconvenientes, tales como que no diferencia adecuadamente el
contrato aleatorio del condicional, así como tampoco incluye contratos considerados
aleatorios como el de renta vitalicia, donde la aleatoriedad se manifiesta en el equilibrio
de las prestaciones.
Aunque los particulares cuentan con una amplia autonomía en la configuración del
contenido y en la creación de contratos aleatorios típicos, en el Código civil se regulan los
siguientes contratos típicos dentro de los contratos aleatorios: el contrato de alimentos
(arts. 1791 a 1797 CC), el contrato de juego y apuesta (arts. 1798 a 1801 CC) y el
contrato de renta vitalicia (arts. 1802 a 1808 CC).
En la jurisprudencia hay algunas referencias a los contratos aleatorios atípicos, es decir, aquellos
en los que las partes dan a la aleatoriedad valor causal, asumiendo el riesgo en tanto que
determinante de su voluntad contractual.
a) La STS 2 noviembre 2012 (Tol 2708761), que se refiere al contrato de permuta financiera, no
aprecia la existencia de un error vicio del consentimiento, debido a la propia naturaleza del
contrato en el que se produce “la lógica asunción por los contratantes de un riesgo de pérdida
contrapuesto a la esperanza de ganancia1”.
b) La STS 19 noviembre 2012 (Tol 2705357), en relación con el contrato de mediación, afirma
que el mismo “se integra en los contratos de colaboración y gestión de intereses ajenos, cuya
esencia reside en la prestación de servicios encaminados a la búsqueda, localización y
aproximación de futuros contratantes, sin intervenir en el contrato ni actuar propiamente como
mandatario. Constituye un contrato atípico, consensual, bilateral y aleatorio, puesto que su
resultado es incierto, y se rige por las estipulaciones de las partes que no sean contrarias a la ley, a
la moral o al orden público y, en lo no previsto, por los preceptos correspondientes a figuras afines,
como el mandato, el arrendamiento de servicios o la comisión mercantil”.
c) La STS 19 julio 2012 (Tol 2642020) se refiere a la venta de esperanza (emptio spei),
contraponiéndola a la venta de cosa esperada (emptio rei speratae). Observa que, mientras la
primera es un contrato aleatorio, la segunda es un contrato conmutativo, que “presupone
ineludiblemente en el vendedor la obligación esencial y constitutiva de entregar al comprador la
cosa vendida, una vez que ésta haya alcanzado su existencia real y física, aparte de desplegar la
actividad necesaria para que dicha existencia llegue a tener lugar”. Para que la compraventa de
cosa futura sea aleatoria, la asunción del riesgo por parte del comprador debe surgir claramente del
contrato, aunque no se diga expresamente.
d) La STS 10 julio 2012 (Tol 2662329), a propósito de la cesión onerosa de créditos, expone que
“Aunque la obligación de garantía por la bonitas nominis [solvencia del deudor] viene contemplada
como parte integrante del contenido obligacional de la cesión onerosa del crédito, no obstante, hay
que señalar que en determinados supuestos la responsabilidad del cedente puede resultar excluida:
[…] cuando se modifica el carácter conmutativo de la cesión configurándose la bondad del crédito
como un evento aleatorio (spes), de modo que el negocio celebrado se entiende realizado a ‘pleno
riesgo’”.
II. TIPOLOGÍA
1. Contrato de alimentos
A) Concepto
De acuerdo con la definición legal, mediante este contrato una de las partes se obliga a
proporcionar vivienda, manutención y asistencia de todo tipo a una persona durante su
vida, a cambio de la transmisión de un capital en cualquier clase de bienes y derechos (cfr.
art. 1791 CC). Su regulación se contiene en los arts. 1791 a 1797 CC, cuya redacción fue
introducida por la Ley 41/2003, de 18 de noviembre, de Protección Patrimonial de las
personas con discapacidad. No obstante, analógicamente se podrían aplicar a este
contrato los arts. 1802 a 1808 CC.
Pese a que el contrato se introduce legalmente con la LPPPD, jurisprudencialmente se había
construido el contrato denominado de “vitalicio”. Ahora bien, para que se aplique la nueva
regulación es preciso que en el momento de la perfección del contrato ya estuviese vigente la
misma2.
En el contrato de alimentos, el deudor no está sujeto a una obligación de dar, sino mixta
de dar y hacer, como es proporcionar vivienda, manutención y asistencia.
D) Régimen legal
El Código distingue entre los juegos y apuestas prohibidos y los no prohibidos para
aplicar consecuencias jurídicas distintas en un caso y en otro.
a) La Ley no concede acción para reclamar lo que se gana en un juego de suerte, envite o
azar, pero el que pierde no puede repetir lo que ya haya pagado voluntariamente, a no ser
que haya mediado dolo, o que fuera menor o estuviese inhabilitado para administrar sus
bienes.
Esta filosofía de protección de los menores y de las personas con discapacidad se encuentra
también presente en la Ley del Juego, donde en su artículo 1 se prevé que “El objeto de esta Ley es
la regulación de la actividad de juego, en sus distintas modalidades, que se desarrolle con ámbito
estatal con el fin de garantizar la protección del orden público, luchar contra el fraude, prevenir las
conductas adictivas, proteger los derechos de los menores y salvaguardar los derechos de los
participantes en los juegos, sin perjuicio de lo establecido en los Estatutos de Autonomía”. Por otro
lado, en el art. 6.2 se prohíbe la participación en juegos que regula la Ley a “a) Los menores de
edad y los incapacitados legalmente o por resolución judicial, de acuerdo con lo que establezca la
normativa civil”. Aunque este precepto no ha sido modificado formalmente por la Ley 8/2021, de 2
de junio, por la que se reforma la legislación civil y procesal para el apoyo a las personas con
discapacidad en el ejercicio de su capacidad jurídica, es evidente que, una vez suprimida la
incapacitación, la referencia a los “incapacitados” debe ser entendida hecha a las personas con
discapacidad sujetas a medidas de apoyo.
Por otro lado, en cuanto a la improcedencia de la restitución de lo pagado en los juegos no
regulados legalmente conviene traer a colación la STS 10 abril 2010 (Tol 1823704) donde el
demandante en primera instancia pretende que se le restituya el dinero (9 millones de las antiguas
pesetas) y los cuatro solares que en su día entregó al demandado por una deuda de juego contraída
en una partida de bacarrá, así como que se le indemnice por el valor de una casa transmitida en esa
misma ocasión al demandando por la misma deuda. En opinión del Tribunal Supremo, lo
determinante para que el pago sea irrepetible es que se haya hecho voluntariamente, aunque sean
posteriores a la partida, como sucedió en este caso. “En definitiva, despenalizados hoy el juego y la
apuesta, aunque no legalizados sino bajo determinadas condiciones, el origen de la deuda en una
partida de cartas no incluible entre los juegos no prohibidos del art. 1800 CC permite poner su art.
1798 en relación con su art. 1306. 1ª y, en consecuencia, negar al perdedor de la partida la
repetición de lo “dado en virtud del contrato”, pues participó en el hecho de igual modo que el
ganador de la partida”.
b) No se consideran prohibidos los juegos que contribuyen al ejercicio del cuerpo, como
son los que tienen por objeto adiestrase en el ejercicio de las armas, las carreras a pie o a
caballo, las de carros, el juego de pelota y otros de naturaleza análoga. Ni tampoco, según
la jurisprudencia, los juegos de suerte, envite o azar declarados legales y practicados en
lugares autorizados al efecto.
De acuerdo con la STS 10 octubre 2008 (Tol 1386105), si un casino otorga un préstamo a un
jugador infringiendo la prohibición establecida en la normativa administrativa, el juego habría
dejado de ser lícito o no prohibido desde el momento en que se prestó dinero al jugador. En
consecuencia, el casino carecerá de acción para reclamar lo ganado en el juego, ya que no será de
aplicación el art. 1801 CC, sino el art. 1798 CC. A este mismo resultado se llega en aplicación del
criterio de la causa torpe del art. 1306 CC. Esta sentencia supone una rectificación de la
jurisprudencia existente sobre la materia, ya que en sentencias anteriores el Tribunal Supremo había
entendido que el préstamo no convertía en ilícito el juego que era lícito3.
Otra de las posibilidades previstas por el Código civil para el acreedor de la prestación
es el aseguramiento de las rentas futuras. Este aseguramiento consiste en cualquier
garantía de cumplimiento de las obligaciones que habrá de hacerse por acuerdo de las
partes o, en su defecto, por decisión judicial.
En la STS 18 junio 2010 (Tol 1888171) se había constituido una hipoteca rentaria en garantía de
cumplimiento del contrato de renta vitalicia. En este caso en concreto el contrato había sido
constituido por la madre y su hijo en cuya virtud el segundo se obligaba al pago de una cantidad
mensual a su madre y a cubrir otros gastos y en garantía de ello constituía hipoteca conforme al art.
157 LH. El obligado al pago dejó de pagar la renta y en consecuencia, la acreedora ejecutó la
hipoteca con lo que las fincas gravadas le fueron cedidas. No obstante, la madre reclamaba el pago
de las rentas pendientes, a lo que se opuso el hijo, dado que al adquirir las fincas hipotecadas el
hijo quedó liberado de la deuda. En opinión del Tribunal Supremo, se debe entender que el
adquirente por enajenación forzosa de una finca hipotecada con hipoteca rentaria la adquiere con
la carga de tal hipoteca, y al tiempo, asume la obligación de pago de la renta que está garantizada
con tal hipoteca. En este caso en concreto, la obligación de pago de la renta debe considerarse
extinguida, ya que la adquirente de las fincas es acreedora de la renta, con lo que estamos ante un
supuesto de confusión del art. 1192 CC.
III. CUESTIONARIO
1º. Defina qué es un contrato aleatorio y distíngalo del contrato sujeto a condición.
2º. Distinga entre el contrato de alimentos y el de renta vitalicia.
3º. Explique los efectos que tiene el juego no prohibido según el Código civil.
4º. Explique el funcionamiento del contrato de alimentos con una prestación a favor de
tercero.
5º. Distinga entre juego y apuesta. ¿Tiene sentido en la actualidad esta distinción?
6º. Enumere las obligaciones del deudor en el contrato de alimentos.
7º. Explique los efectos del incumplimiento del contrato de renta vitalicia.
8º. Enumere los caracteres del contrato aleatorio.
9º. Enuncie la tipología de contratos aleatorios.
10º. Explique los remedios de que dispone el alimentista en caso de incumplimiento del
deudor en el contrato de alimentos.
V. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
ALGARRA PRATS, E.: El contrato de juego y apuesta, Madrid, 2012; ALGARRA PRATS, E., y
BARCELÓ DOMÉNECH, J.: “Internet y contrato de juego. El juego on line y la regulación del contrato
de juego y apuesta en el Derecho español”, Actualidad Jurídica Iberoamericana, núm. 2, 2015, pp. 327
y ss.; BERENGUER ALBALADEJO, C.: “El contrato de alimentos a favor de tercero: particularidades
de su configuración la luz del Derecho Europeo de contratos”, RDP, 2012, noviembre, diciembre, pp.
61 y ss.; BERENGUER ALBALADEJO, C.: El contrato de alimentos, Madrid, 2012; DÍAZ GÓMEZ,
M.J., El contrato aleatorio, Granada, 2004; DÍEZ PICAZO Y PONCE DE LEÓN, L.: Fundamentos del
Derecho Civil Patrimonial, IV, 6ª ed., Cizur Menor, 2010; ECHEVARRÍA DE RADE, T., El contrato
de alimentos en el Código Civil, Dykinson, Madrid, 2010; LÓPEZ MAZA, S.: El contrato de juego y
apuestas en el Código civil, Cizur Menor, 2011; ESPEJO RUIZ, M: “Extinción, incumplimiento y forma
de garantías del contrato de alimentos”, RCDI, núm. 772, 2019, pp. 689 y ss.; MORENO
MARTÍNEZ, J.A.: “Comentario a los arts. 1790-1797 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código Civil
(dir. R. BERCOVITZ), t. IX, Valencia, 2013, pp. 12036 y ss.; NÚÑEZ ZORRILLA, M.: El contrato de
alimentos vitalicio: configuración y régimen jurídico, Madrid, 2003; PEÑA LÓPEZ, F.: “Juego y
apuesta. Peñas y participaciones de lotería”, en AA.VV.: Tratado de Contratos (dir. R. BERCOVITZ), t.
III, Valencia, 2009; PÉREZ CONESA, C.: “Renta vitalicia y contrato de alimentos”, en AA.VV.:
Tratado de Contratos (dir. R. BERCOVITZ), t. III, Valencia, 2009; POUS DE LA FLOR, M.P., “Los
contratos aleatorios y el tiempo”, en AA.VV.: Libro Homenaje a Manuel Albaladejo García, v. I,
Madrid, 2004; ZURITA MARTÍN, I.: Contratos vitalicios, Madrid, 2001.
1 En relación con los contratos de protección de tipos de intereses cap, floor y collars, la doctrina ha
entendido que se trata de contratos aleatorios atípicos que poseen en su forma social típica una causa
merecedora de tutela por el ordenamiento jurídico a través del pleno reconocimiento de la eficacia de la
obligación del contrato celebrado. Cuestión distinta es que si se trata de un contrato con condiciones
generales, la cláusula en cuestión no supere el control de transparencia. V. a este respecto STS 9 mayo
2013 (Tol 3671048).
2 V. en este sentido SAP Tarragona 23 octubre 2004 (Tol 587103).
3 V. en este sentido SSTS 23 febrero 1988 (Tol 1735503) y 30 enero 1995 (Tol 1658051).
4 V. en el mismo sentido STS 24 junio 1996 (Tol 1659440).
26. TRANSACCIÓN, CONVENIO ARBITRAL Y
ACUERDO DE MEDIACIÓN
SUMARIO: I. CONTRATOS SOBRE DECISIÓN DE UNA CONTROVERSIA JURÍDICA. II. EL CONTRATO DE
TRANSACCIÓN. 1. Concepto y caracteres. 2. Clases. A) Transacción propia o impropia. B) Transacción simple
o compleja. C) Transacción judicial o extrajudicial. 3. Elementos del contrato. A) Capacidad. B) Objeto. C)
Forma. 5. Eficacia de la transacción. 6. Invalidez del contrato. 7. Resolución del contrato. III. EL CONVENIO
ARBITRAL. 1. Concepto. 2. Elementos del convenio arbitral. A) Capacidad. B) Objeto. C) Forma. 3. Contenido y
efectos del convenio. IV. EL ACUERDO DE MEDIACIÓN. 1. Concepto y caracteres. A) La mediación. B)
Acuerdo de mediación. 2. Ámbito de aplicación y objeto de la mediación. 3. El procedimiento de mediación.
A) Inicio del procedimiento de mediación. B) Sesión constitutiva y desarrollo del proceso. C) Terminación del
procedimiento y el acuerdo de mediación. D) El procedimiento de mediación por medios electrónicos. E) La
figura del mediador. 4. Eficacia ejecutiva. V. CUESTIONARIO. VI. CASOS PRÁCTICOS. VII. BIBLIOGRAFÍA
SUMARIA.
A partir de la definición del art. 1809 CC, la transacción se puede concebir como el
contrato consensual, oneroso y sinalagmático, mediante el cual las partes resuelven,
mediante recíprocas concesiones, una situación o relación jurídica incierta, siendo
doctrina jurisprudencial reiterada que tales sacrificios o concesiones no tienen que tener,
necesariamente, carácter patrimonial1, ni ser equivalentes2.
La transacción parte de una situación jurídica con pretensiones adversas entre dos o más
sujetos. Ahora bien ¿es necesario partir de un estado de “incertidumbre” sobre la
efectividad de las pretensiones, o basta con tal “conflictividad” para dar lugar a un
contrato de transacción válido? Desde el momento en que el reconocimiento judicial de
una situación jurídica no responde a leyes físicas o mecánicas, sino fundamentalmente
formales (p.ej., la prueba), la incertidumbre en sí no puede jugar como presupuesto de la
transacción, pudiendo responder ésta a motivos distintos (p.ej., los costes de oportunidad,
o el denominado “desgaste procesal” para hacer valer los derechos en cuestión)3.
2. Clases
La transacción puede ser clasificada con arreglo a diversos criterios.
B) Objeto
El objeto del contrato es la situación o relación jurídica controvertida. En general, no se
podrá transigir sobre aquello que queda fuera del ámbito de la autonomía de la voluntad
(art. 1255 CC), especificando el art. 1814 CC tres posibles materias indisponibles: el
estado civil de las personas10, las cuestiones relativas a la existencia, subsistencia o ruptura
del vínculo matrimonial11 o finalmente los alimentos futuros, debidos por ley, y
ajustándose la prohibición tanto al derecho de poder exigirlos, como a las pensiones no
vencidas en el momento de la transacción; pero no, a las devengadas y no pagadas (art.
151.II CC)12.
El precepto, sin embargo, no tiene carácter exhaustivo: p.ej., tampoco pueden ser objeto de
transacción los derechos de la personalidad, la herencia futura o la legítima13.
C) Forma
La transacción es un contrato consensual14, por lo que no requiere especial forma para
perfeccionarse15.
De ahí que haya sido aceptado que pueda celebrarse por fax16, a través de correo electrónico17 o,
incluso, de forma oral18.
5. Eficacia de la transacción
Conforme al art. 1816 CC, “La transacción tiene para las partes la autoridad de cosa
juzgada”, lo que supondrá la imposibilidad de someter, o volver a someter la controversia
a decisión judicial19.
Es por ello, que se habla de una eficacia preclusiva de la transacción, al impedir ésta que se pueda
discutir, judicialmente, el objeto de la misma, permitiendo paralizar la demanda mediante una
excepción similar a la de cosa juzgada: la denominada exceptio rei per transactionem finitæ.
La transacción judicial, además, tendrá eficacia ejecutiva, sirviendo como título hábil
para iniciar el correspondiente procedimiento (art. 517.2.3 LEC)20.
El instituto del arbitraje está integrado por tres elementos básicos: en primer lugar, el
convenio arbitral, por el que se acuerda la sumisión a arbitraje; en segundo lugar, el
contrato de dación y recepción del arbitraje, a realizar entre las partes que acuerdan el
arbitraje y los árbitros; y, en tercer lugar, el procedimiento arbitral, que finaliza con la
resolución de la controversia mediante un laudo.
Vamos a centrarnos en el primero de los elementos, esto es, el contrato de arbitraje o
convenio arbitral, propiamente dicho, por el que se establecerá el sometimiento de las
partes a la decisión de terceros ajenos a la controversia, y por mandato legal,
independientes (art. 17 LA).
1. Concepto
Según el art. 9.1 LA, “El convenio arbitral, que podrá adoptar la forma de cláusula
incorporada a un contrato o de acuerdo independiente, deberá expresar la voluntad de las
partes de someter a arbitraje todas o algunas de las controversias que hayan surgido o
puedan surgir respecto de una determinada relación jurídica, contractual o no
contractual”.
Aproximación legal, de la que se pueden destacar tres puntos: su calificación como “convenio”, y
no contrato; que puede ser autónomo o bien revestir la forma de cláusula inserta en otro contrato; y,
en tercer lugar, el grado de determinación de las controversias surgidas o que puedan surgir de una
“determinada” relación jurídica, fórmula ciertamente genérica, pero válida.
Así, se puede definir el convenio de arbitraje como el acuerdo de voluntades, por el que
dos o más personas, naturales o jurídicas, acuerdan que la resolución de una o varias
controversias jurídicas que puedan plantearse en la dinámica de una relación jurídica
cierta sea resuelta por terceros, con exclusión de la autoridad judicial.
Esta figura negocial presenta perfiles que, en cierta medida, la alejan del régimen típico
de los contratos: en primer lugar, la ausencia en ella de una contraposición de intereses
entre las partes (los consentimientos convergen en una voluntad común, someterse a la
decisión de un tercero ajeno al negocio); y, en segundo lugar, su no patrimonialidad, al
menos de una forma directa.
Además, puede constituirse como negocio unilateral, dispuesto por el testador (art. 10 LA).
Por todo ello, esta figura parece encontrar mejor acomodo en la órbita de los
“convenios” que en la de los “contratos”, si bien, a efectos prácticos, de tal precisión no
derivarán cambios sustantivos respecto a su régimen jurídico, el cual tiene como fuente
primaria la Ley de Arbitraje y sus reglamentos de desarrollo o sectoriales, y,
subsidiariamente, la normativa común a todos los contratos28.
B) Objeto
Tal y como dispone el art. 9.1 LA, pueden ser objeto de arbitraje las controversias
relativas a una determinada relación jurídica, sea contractual o no.
La controversias pueden ser actuales o futuras, pero, tal y como exige el art. 2 LA,
deberán versar sobre materias de libre disposición30.
C) Forma
Según el art. 9.3 LA, “el convenio arbitral deberá constar por escrito, en un documento
firmado por las partes o en un intercambio de cartas, telegramas, télex, fax u otros medios
de telecomunicación que dejen constancia del acuerdo”.
Es decir, es necesaria la forma escrita, a efectos de que conste, de manera fehaciente, la
voluntad de las partes del contrato31.
Desde el punto de vista práctico, el propio art. 9.1 LA prevé la posibilidad de realizarse, bien
como contrato independiente, o bien como integrado en otro contrato. Pero, en todo caso, el
convenio arbitral deberá encontrarse vinculado a otra relación jurídica: la que genere o pueda
generar controversias. Tal y como ha sido puesto de manifiesto por la doctrina32, referirse al
convenio arbitral como cláusula o como contrato independiente sólo tiene sentido desde el punto
de vista documental, tratándose en buena técnica jurídica de un supuesto de yuxtaposición o,
cuanto menos, conexión de y entre contratos. En este punto, cobra especial importancia la inclusión
de la cláusula de arbitraje en los denominados contratos de adhesión, y la posibilidad de declarar su
invalidez por carácter abusivo, a tenor de los arts. 2 y 90.1 TRLGDCU, precepto, este último, que
considera abusivas las cláusulas de “sumisión a arbitrajes distintos del arbitraje de consumo, salvo
que se trate de órganos de arbitraje institucionales creados por normas legales para un sector o un
supuesto específico”.
Por su parte, los efectos del convenio se pueden resumir en dos: en cuanto acuerdo de
voluntades, vinculará a las partes respecto de su contenido, y, en segundo lugar, excluirá
la vía judicial, al hacerlo valer el interesado, en su caso, mediante una declinatoria (art. 11
LA).
No obstante, ello no impedirá que se pueda solicitar al Tribunal que eventualmente sería
competente del caso, las medidas cautelares pertinentes para asegurar el buen fin del arbitraje (art.
11.3 LA)
1. Concepto y caracteres
Tal y como dispone el art. 1 de la Ley de Mediación (en adelante, LM), se entiende por
tal “aquel medio de solución de controversias, cualquiera que sea su denominación, en
que dos o más partes intentan voluntariamente alcanzar por sí mismas un acuerdo con la
intervención de un mediador”.
Entendida así la mediación se articula a lo largo de un proceso que finalizará en su caso
con el efectivo acuerdo entre las partes mediadas, caracterizado por dos notas: la
autocomposición de intereses (acuerdo entre las partes) y la intervención de un tercero (el
mediador).
Su puesta en funcionamiento, a tenor del art. 16 LM, vendrá determinada sea por la
existencia de un pacto previo y accesorio a un negocio celebrado entre las partes,
contemplando la posibilidad de que surja alguna controversia en la dinámica de este, o
bien mediante un acuerdo sobrevenido antes o durante el curso de una reclamación
judicial o extrajudicial, pudiendo solicitar la suspensión del procedimiento (art. 6 LM).
Aunque la Ley refiere la existencia del pacto de mediación sobrevenido sustentándose un
procedimiento judicial (art. 16.3 LM), la propia finalidad de la mediación así como el principio de
voluntariedad y libre disposición sancionado en su art. 6 parece permitir tal solución cualquiera que
sea el proceso iniciado, o por iniciar, siempre evidentemente dentro del ámbito material de
aplicación de la Ley. De igual modo, la causa de la controversia a someter a mediación no
necesariamente deberá provenir de un contrato.
A) La mediación
Acudiendo al Título II de la Ley, bajo la denominación de “Principios informadores de
la mediación”39, y Título IV, referido propiamente al procedimiento40 se pueden
diferenciar entre principios materiales o sustantivos, y formales:
Con relación a los primeros de ellos, encontramos el principio de voluntariedad y libre
disposición, en consideración al inicio y mantenimiento de la mediación, permitiendo a las
partes desligarse de la misma y sin la necesidad en cualquier caso de que se deba llegar a
un acuerdo.
No obstante, en el caso de que hubiese un pacto expreso de sometimiento a mediación, se podrá
impedir que las partes puedan iniciar unilateralmente cualquier otro procedimiento (judicial o
extrajudicial) sin haber iniciado antes, aun formalmente, la mediación (art. 6.2 LM y arts. 39 y 63.1
LEC).
B) Acuerdo de mediación
En este punto es necesario distinguir dos tipos de acuerdo de mediación; uno cierto,
referido al pacto por el cual las partes acuerdan someterse a la mediación (propiamente, el
contrato de mediación), y otro eventual, pero igualmente acuerdo o convenio: el
resultante de la mediación y que en puridad pondría fin a la controversia que le ha dado
inicio.
Tal y como ha puesto de relieve la doctrina, este último tendrá naturaleza contractual44, y no
jurisdiccional, y podrá suponer un contrato de transacción, aunque no necesariamente. La
negociación desarrollada en el procedimiento de mediación puede desembocar en otro convenio
resolutivo. En cualquier caso, nos detendremos en el análisis del acuerdo o pacto de sometimiento a
mediación.
Por su parte, si el pacto de mediación se articula en una cláusula accesoria a una relación
obligatoria45, la mera remisión a un proceso de mediación a efectos de resolver posibles
conflictos derivados del contrato, desplegará toda su eficacia integrándose con las
disposiciones de la Ley 5/2012, que permite el inicio del procedimiento de mediación de
forma unilateral46; y ello, independientemente de que el otro estipulante no comparezca,
en cuyo caso se dará por desistida la mediación, generando los efectos pertinentes47. En
estos casos, calificado el acuerdo de mediación en cuanto contrato independiente, como
contrato bilateral, es inviable técnicamente darle naturaleza contractual per se, en cuanto
faltaría la otra parte de este contrato (el mediador, o la designación del mediador y la
correspondiente aceptación). Por lo tanto, su operatividad obligatoria vendrá determinada
por el contrato en que se integra (fuente de los posibles conflictos entre las partes a
mediar), dando lugar a responsabilidad contractual ante su falta de cumplimiento.
Por ejemplo, abono de los costes del inicio de la mediación48. Cuestión distinta es si por razón del
incumplimiento de la cláusula de mediación podría generar responsabilidad contractual por los
gastos que, ante una demanda directa ante los Tribunales, podría haber generado a la contraparte
para hacer valer el acuerdo de mediación (interponer una declinatoria)49.
3. El procedimiento de mediación
Como ya se ha apuntado, los principios que regirán la mediación se encuentran
recogidos en el Título II de la Ley. En este punto se perfilarán los aspectos formales del
procedimiento de mediación, tanto su puesta en funcionamiento, desarrollo y
terminación, como de la figura del mediador.
En cuanto a la responsabilidad del mediador (art. 18 LM), hay cuanto menos tres
cuestiones a resolver: la naturaleza jurídica de las obligaciones del mediador, el tipo de
responsabilidad ante una pluralidad de mediadores, y finalmente la posición de las
instituciones de mediación ante el incumplimiento o cumplimiento defectuoso del
mediador por ella designado.
En consideración al primer aspecto, calificado el contrato de mediación como un
contrato de servicios entre las partes en conflicto y el mediador, nos encontraríamos ante
una obligación de hacer de medios o actividad, exigiéndose una actuación conforme a los
parámetros de la diligencia ad hoc.
En forma negativa, podrá exonerarse de responsabilidad probando una imposibilidad sobrevenida
a él ajena, o bien que ha actuado conforme a la diligencia debida en ese tipo de asuntos (en tal
caso, no habría lugar a hablar propiamente de responsabilidad, porque no habría incumplimiento).
4. Eficacia ejecutiva
Una vez plasmado el contrato resolutivo entre las partes mediadas —y sólo ellas—,
podrá obtener fuerza ejecutiva directa de dos formas: bien elevándolo a escritura pública,
en el caso de que el procedimiento de mediación se hubiese iniciado sin estar en curso
ningún procedimiento judicial o arbitral (art. 25.1 y 2 LM) o bien obteniendo su
homologación, sea judicial (art. 25.4 LM), mediante una resolución en forma de auto, sea
arbitral, a partir del laudo; posibilidad ésta no prevista por la Ley de Mediación, pero
igualmente eficaz, tal y como ha sido puesto de manifiesto por la doctrina.
V. CUESTIONARIO
1º. ¿Cuáles son los presupuestos del contrato de transacción?
2º. Explique el carácter de la incertidumbre jurídica en el contrato de transacción.
3º. Enumere y explique los caracteres del contrato de transacción.
4º. ¿El objeto de las concesiones recíprocas de los transigentes ha de ser necesariamente
patrimonial? ¿Y proporcional?
5º. ¿Qué materias no pueden ser objeto de transacción?
6º. ¿Qué es una transacción judicial y en qué se diferencia de una extrajudicial?
7º. Explique la relevancia del error en el contrato de transacción.
8º. ¿Es aplicable el art. 1124 CC al contrato de transacción? Argumente y matice su
respuesta.
9º. ¿Qué es un convenio arbitral y cuál es su régimen normativo?
10º. ¿Cuál es el objeto del convenio arbitral?
11º. ¿Qué se entiende por acuerdo de mediación?
12º. ¿Se puede obligar a una de las partes a iniciar el procedimiento de mediación?
13º. ¿Cuántas partes hay en el acuerdo de mediación en cuanto contrato?
14º. ¿Pueden desvincularse los sujetos a mediar una vez iniciado el proceso de mediación?
15º. ¿Tiene fuerza ejecutiva directa el contrato que pone fin al procedimiento de mediación?
VI. CASOS PRÁCTICOS
1º. Supuesto de hecho
Como consecuencia de un accidente de circulación, Don Sixto sufre heridas de diversa
consideración, y tras la debida rehabilitación pretende demandar al causante del luctuoso
suceso, y a su compañía aseguradora, en reclamación de cantidad por 650.000 euros.
Estando apoderado su abogado con un poder general para pleitos, realiza una transacción
con los causantes del daño por un total de 9.000 euros. Don Sixto se opone a la misma, y
nombrando nuevo abogado interpone finalmente la demanda.
CUESTIONES
1. ¿Ante qué tipo de transacción nos encontraríamos?
2. ¿Sería válida la transacción realizada?
3. Interpuesta efectivamente la demanda, ¿podría paralizarse?
2º. Supuesto de hecho
Don Caspio, heredero universal de Don Sepelio es requerido extrajudicialmente por Doña
Angustias reclamándole la propiedad de serigrafía de R. Motherwell núm. 34/50 al
habérsela regalado el difunto diez años antes del fallecimiento y que por razones
personales había permitido que lo retuviera hasta el final de sus días. Ante esto, y con el
propósito de evitar un litigio, a cambio de la renuncia de Doña Angustias a plantear la
reivindicación, le entrega, en concepto de concesión recíproca, 30.000 euros. Con
posterioridad, Don Caspio sabe que la autoría de la lámina no corresponde a la presupuesta
por las partes.
CUESTIONES
1. ¿Podría impugnarse la transacción?
2. ¿Y si en lugar de entregar 30.000 euros hubiesen sido 1.000 euros?
3º. Supuesto de hecho
Tras 15 años desaparecido y habiendo sido declarado fallecido, D. Álvaro Pespunte regresa
a la localidad de Vitigudino, siendo demandado judicialmente mediante una reclamación
de alimentos por filiación extramatrimonial. Habiendo perdido todo su patrimonio,
acuerda con la demandate iniciar un procedimiento de mediación, designando como parte
mediadora a la institución Concordia discordiorum.
CUESTIONES
1. ¿Paralizaría el procedimiento judicial? ¿Y en su caso, cómo?
2. ¿Cabría iniciar un procedimiento de mediación, teniendo en cuenta el objeto del proceso?
1 V. en este sentido STS 6 noviembre 1993 (Tol 1664143), y las que cita. Lo que plantea alguna que otra
objeción teórica, con relación a la onerosidad del contrato. Al respecto la jurisprudencia ha oscilado en
considerarlo como elemento esencial y distintivo de otras figuras con iguales efectos, como el
reconocimiento de deuda o la renuncia (STS 23 noviembre 1956), o por el contrario, se ha afirmado su
carácter no necesario (aunque sí frecuente), llegando a calificar el contrato de transacción como
abstracto [STS 20 diciembre 2001 (Tol 115313) y las que cita].
2 V. en este sentido, SSTS 21 octubre 1977 (RAJ 1977, 3904), y las que cita; y 30 junio 2001 (RAJ 2001,
4982).
3 Tal y como recoge la STS 20 diciembre 2001 (Tol 115313), recogiendo lo dicho en otras sentencia
anteriores, si “bien es cierto que en la transacción es de esencia eliminar por recíprocas concesiones la
incertidumbre en que las partes se encuentran respecto a la existencia o exigibilidad de un determinado
derecho en litigio o pendiente de hallarse en semejante situación […] no menos exacto es que la
inseguridad jurídica propia de dicho negocio jurídico, no se refiere al elemento objetivo de la relación
obligacional transigida, que necesariamente debe ser cierto, preciso, conocido y determinado según se
ha proclamado por la jurisprudencia de esta Sala […] sino al resultado de la decisión jurisdiccional que
pudiera poner fin a las diferencias de los contratantes, lo cual constituye el factor psicológico (‘timor
litis’) que les mueve al otorgamiento del contrato”.
4 V. en este sentido STS 10 junio 1968 (RAJ 1968, 3179).
5 V. en este sentido SSTS. 20 octubre 1952 (RAJ 1952, 3879) y 10 junio 1968 (RAJ 1968, 3179).
6 V. en este sentido SSTS 5 abril 2010 (Tol 1829026) y 14 julio 2010 (Tol 1919816). Resulta, pues,
intrascendente, a efectos de esta calificación, la existencia, o no, de litigio de las partes, o que le ponga
fin, o no, mediante el acuerdo. En puridad, toda transacción es extrajudicial, en cuanto está basada en
el acuerdo de las partes, sin más limitaciones que las propias de la autonomía de la voluntad, en general
(art. 1255 CC), y de la transacción, en particular (art. 1814 CC). Lógicamente, si la finalidad del
acuerdo es evitar someter el asunto a los Tribunales, la transacción será en todo caso extrajudicial, pero
igualmente podrá serlo si, mediando el pleito, las partes llegan a un acuerdo que no llega a incorporarse
al procedimiento, que finalizará por otras causas (p.ej., desistimiento).
7 Si bien la doctrina y jurisprudencia consideran mayoritariamente la naturaleza contractual de la
transacción, principalmente, porque esa es la que le otorga el art. 1809 CC, la distinta eficacia que se le
dispensa a la transacción judicial, al contar con la posibilidad de acceder directamente a la vía de
apremio de modo semejante al de una resolución judicial (sentencia o auto), ha dado lugar a entender
que la transacción presentará una naturaleza bifronte o dual: manteniendo su idiosincrasia contractual,
la “aprobación judicial le confiere un carácter procesal como acto que pone fin al proceso” [STS 5 abril
2010 (Tol 1829026)], de modo que, aprobado y homologado el acuerdo, la transacción se revestirá de
una eficacia ejecutiva directa (art. 517.2.3º LEC) y no podrá someterse la misma controversia ante los
Tribunales, al menos de una forma directa.
8 Por cuanto concierne a la representación voluntaria, recuérdese que el art. 1713.II CC exigirá mandato
entre asignar a la transacción una naturaleza traslativa, en cuanto a la trasferencia de bienes y derechos
de un patrimonio a otro, o bien declarativa, constatando y en cierto modo dotando de firmeza a
situaciones o relaciones jurídicas tenidas por inciertas. La posición mayoritaria doctrinal y
jurisprudencial considera más ajustada su naturaleza meramente declarativa, al no ser la finalidad de la
transacción la transferencia de bienes o derechos —ni siquiera reconocerlos—, sino la pretensión sobre
ellos.No obstante, dada la heterogeneidad de supuestos objeto de este contrato parece que la respuesta
no puede ser unívoca, estando en función del tipo de transacción de que se trate. Parece claro que
estando frente a una transacción compleja, en el supuesto en que el objeto de una concesión sea la
transferencia de un bien fuera de controversia, el efecto será traslativo, y no meramente declarativo en
cuanto tal bien o derecho nace ex novo en otro patrimonio. La transacción per se actuaría como justo
título sea para la adquisición a partir de la traditio, sea para adquirir por usucapión, en su caso. P.ej.,
la transacción por la que el heredero ab intestato desiste del recurso de apelación de una sentencia que
reconoce la validez del testamento, a cambio de un bien de la herencia, no supondrá la necesidad de
celebrar un contrato posterior para transferirlo, un contrato además de naturaleza gratuita. La
transacción por sí misma sería título hábil para la adquisición del bien, tras su entrega.
20 Así, por un lado, ante una transacción extrajudicial no se podrá instar judicialmente la apertura o
reapertura del proceso judicial, si bien no tendrá eficacia ejecutiva. Por otra, para tenerla, será
necesario acudir a los Tribunales en un procedimiento ordinario por incumplimiento —
incumplimiento, no invalidez— de contrato, como en el resto de contratos. La resolución judicial
resultante (o en su caso, el acuerdo transaccional, e incorporado al procedimiento: la transacción
judicial), ya podrá acceder directamente a la vía de apremio (procedimiento ejecutivo).
21 La cualidad de cosa juzgada del contrato, asignada por el art. 1816 CC, hará que el objeto de la
controversia no pueda ser revisado siempre que el acuerdo transaccional sea válido. V. en este sentido
SSTS 20 abril 1989 (Tol 1732597), 30 octubre 1989 (Tol 1732013), 16 mayo 1991 (Tol 1727090), 20
noviembre 1991 (Tol 172772), 6 noviembre 1993 (Tol 1664143), 20 diciembre 2002 (Tol 229619), 26
noviembre 2010 (Tol 2032965) y 30 octubre 2011 (Tol 3466874).
22 Al primero de dichos errores se le denomina error in caput controversum y al segundo error in caput no
controversum.
23 La misma distinción parece aplicable respecto del error de Derecho (al que no se refiere el art. 1817.II
CC). Por lo tanto, al igual que sucede con el error de hecho, el de Derecho no podrá ser invocado (para
anular el contrato), cuando hubiese recaído sobre la relación que se trata de regular o resolver, pero sí
(en cuanto sea esencial y excusable), cuando hubiera recaído sobre extremos que no sean objeto de
controversia (p.ej., transacción extrajudicial sobre responsabilidad civil extracontractual limitada en su
cantidad a las determinada por la Ley de Supervisión de Seguros privados, pensando que es vinculante:
la controversia se centra en la existencia de daños y la procedencia o no de su indemnización, para lo
cual se transige por una determinada cuantía, evitando que se puedan pronunciar los Tribunales).
24 Tanto el art. 1818 CC como el art. 1819 CC hacen referencia a la posibilidad de “rescindir” el
acuerdo. Se considera poco adecuado técnicamente el uso de dicha expresión, en cuanto el fundamento
de las normas apuntadas parece descansar sobre el consentimiento (error o dolo), y no en alguna de las
causas propias de la acción rescisoria (art. 1290 CC). La referencia a este término puede encontrar su
explicación en el ámbito procesal, en una alusión implícita al recurso de revisión de la antigua LEC
(arts. 1796 y ss.), resaltando así mutatis mutandi el valor de cosa juzgada de este contrato, al
equipararlo a una sentencia firme. En el ámbito sustantivo, la rescisión como causa de ineficacia se
encuentra debidamente tasada y no encuentra fácil acomodo en los arts. 1818 y 1819 CC; en el
primero de ellos, porque lo relevante es la ocultación maliciosa y en su caso, el error; en el segundo,
porque la existencia de una previa sentencia firme es por sí suficiente para invalidar la transacción.
25 Art. 454 bis LEC.
26 V. en este sentido SSTS 29 septiembre 1930 (RAJ 1930, 1144), 16 mayo 1951 (RAJ 1951, 1616), 26
abril 1963 (RAJ 1963, 2418), 16 diciembre 1996 (Tol 1658810) y 10 octubre 1997 (Tol 216449).
Incluso en casos de infracción de deberes formales, como presentar el acuerdo al Tribunal que conocía
del caso y proceder a su incorporación a los autos, y correspondiente homologación. V. así STS. 14
julio 2012 (Tol 1919816).
27 Modificada por la Ley 11/2011, de 20 de mayo, de reforma de la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de
Arbitraje y de regulación del arbitraje institucional en la Administración General del Estado, y Ley
42/2015, de 5 de octubre.
28 O en su caso, por la normativa testamentaria, respecto a la validez del testamento en que se disponga el
arbitraje para solucionar cualquier controversia que surja en torno a la distribución y administración
de la herencia.
29 Se podrá actuar mediante mandatario a través de poder especial, precisando el art. 1713 CC que la
facultad para transigir no integra la facultad para someterse a arbitraje.
30 Y en este sentido, habrá que referirse a los intereses y derechos en liza, siendo intrascendente que estén
regidos por normas imperativas o de ius cogens, lo que supondrá, tan solo, que en la resolución del
conflicto se deba pasar por ellas. V. en este sentido SAP Zaragoza 12 febrero 2010 (AC 2010,1098), en
consideración a la nulidad de unos contratos de permuta, relación jurídica de la que derivaban las
controversias.
31 V. SSTS. 1 junio 1999 (Tol7539) y 23 mayo 2002 (Tol 162027).
32 Del mismo modo, la SAP Murcia 15 marzo 2011 (JUR 2011, 190628), para la que la validez del
convenio arbitral, no prejuzga la validez del contrato que lo contiene, ni viceversa, siendo contratos
separables. Pero siempre habrá un “contrato principal”, que será aquel que recoge la relación jurídica
de la que derivarán las controversias. Si este es nulo, el subsiguiente convenio arbitral no puede
mantener su validez, por falta de objeto.
33 El plazo de transposición acababa el 21 de mayo de 2011 —salvo el art. 10 de la Directiva, que lo hacía
1 año antes—. Por ello la promulgación de la Ley vino precedida por el RD Ley 5/2012, de 5 de marzo,
evitando el riesgo de sanción que orbitaba sobre el Estado desde hacía casi un año.
34 Celeridad, eficacia y rentabilidad, en cuanto a la disminución de la litigiosidad y en consecuencia, de los
costes.
35 Y con anterioridad el RD Legislativo 2/1995, de 7 de abril, que aprueba el texto refundido de la Ley de
llegar a un acuerdo resolutivo, con la intervención de un tercero, añadiéndose que la propia norma
hace irrelevante cómo se haya denominado el mecanismo en cuestión.
39 Arts. 6 -10 LM.
40 Arts. 16 -24 LM.
41 Es decir, que tan sólo se podrá romper —sin sanción— mediante resolución judicial.
42 Art. 15 LM.
43 Arts. 20 y 21 LM. De igual modo, se posibilita la realizacion de forma telemática cuando así lo siliciten
las partes y quede garantizada su identidad, fomentando tal medio cuando se trate de un asunto de
reclamación de cantidad, y su importe no supere los 600 € (art. 24 LM).
44 Cfr., art. 23.4 LM, al remitir el régimen de impugnación del acuerdo a las causas de invalidez de los
contratos.
45 Que a su vez delimitará el objeto de la mediación.
46 Art. 16.1 LM.
47 Art. 17.1 LM.
48 Art. 15.1 LM.
49 Art. 63.1 LEC.
50 El art. 1 LM habla de “derechos y obligaciones”, pero la mediación igualmente podrá versar sobre
asuntos en que se discuta precisamente el nacimiento de éstos (p.ej., perfección de un contrato, en sede
de tratos preliminares).
51 Con relación a la materia de consumo, anteriormente excluida, Vid. DF 7ª de la ley 7/2017, de 2 de
noviembre, por la que se incorpora al Ordenamiento Jurídico español la Directiva 2013/11/UE, del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 21 de mayo de 2013, relativa a la resolución alternativa de
litigios en materia de consumo. Igualmente, en la resolución arbitral de conflictos, la mediación aparece
como mecanismo para eludir el inicio del procedimiento (art. 38 RD 231/2008, de 15 de febrero, del
Sistema arbitral de consumo).
52 Art. 16 LM.
53 O determinable, si se acude a una institución de mediación, que será la encargada de designar al
mediador (art. 5 LM).
54 Art. 4.2 LM.
55 Vid art. 19 LM.
56 Cfr., art. 4.3 con relación al art. 19.2 LM.
57 Arts. 20 y 21 LM.
58 Art. 22.2 LM.
27. LOS CONTRATOS INFORMÁTICOS Y
ELECTRÓNICOS
SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. LA PROTECCIÓN DE LA INFORMÁTICA Y LOS PROGRAMAS DE
ORDENADOR. 1. Concepto de programa de ordenador y su protección como derecho de autor a través de la
Ley de Propiedad Intelectual. 2. Contratos de encargo o creación de un programa de ordenador. 3. Protección
del interfaz. 4. Titularidad del programa de ordenador y la delimitación contractual de su autoría. 5. Las
licencias de uso. III. LOS CONTRATOS INFORMÁTICOS Y LOS CONTRATOS ELECTRÓNICOS. IV. LA
CONTRATACIÓN ELECTRÓNICA. V. PROTECCIÓN DEL CONSUMIDOR EN LA CONTRATACIÓN
ELECTRÓNICA. 1. La aplicación de la normativa de la contratación a distancia. 2. Deberes de información
previo y posterior a la contratación. 3. Derecho de desistimiento y resolución. 4. Régimen administrativo
sancionador. VI. CUESTIONARIO. VII. CASOS PRÁCTICOS. VIII. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
I. INTRODUCCIÓN
Ni el Código Civil ni ninguna ley especial contiene una regulación sistematizada de los
contratos informáticos o contratos relacionados con la informática.
Pero lo mismo se puede decir, en general, con los llamados “delitos informáticos”, ya
que dicha categoría no existe como tal en el vigente Código Penal, sin perjuicio de que
bajo dicha expresión se estudian diversos delitos relacionados directa o indirectamente
con la informática.
Partiendo pues de la premisa de que no existe ninguna ley ni ningún capítulo o sección
del Código en el que se regule los contratos informáticos, podemos definir los contratos
informáticos como aquellos directamente relacionados con el uso y utilización de los
programas de ordenador y aplicaciones informáticas o sobre la adquisición y renovación o
actualización de terminales y programas informáticos. Ello nos llevará en algunas
ocasiones a la aplicación de contratos típicos, como la compraventa de equipos
informáticos (sometida a las normas del contrato de compraventa y a la normativa de
protección de consumidores y usuarios), pero en la mayoría de las ocasiones nos
encontraremos con supuestos de contratación atípica, donde deberemos conjugar las
normas de la teoría general del contrato (art. 1254 CC y ss.) con las especialidades
propias de la protección de programas de ordenador y de la normativa en materia de
sociedad de la información y aplicación de tecnologías de la información y la
comunicación, por lo que antes de proceder a exposición de los principales aspectos de los
contratos informáticos es necesario conocer la protección de los programas de ordenador
a través de los Derechos de autor.
Las fases de análisis funcional y de análisis orgánico se encuentran aún en el terreno de los
Las fases de análisis funcional y de análisis orgánico se encuentran aún en el terreno de los
proyectos o ideas, ya que todavía no está materializado el programa de ordenador.
c) Fase de creación del código fuente: en ella se elabora de forma creativa el código
fuente, auténtica “alma” del programa de ordenador. Consiste en trasladar todas las
funciones del programa a un lenguaje de programación, comprensible para un técnico o
experto pero no por el hardware o sistema operativo del ordenador.
El código fuente del programa de ordenador por su complejidad y laboriosidad, pero también por
su funcionalidad, suele ser uno de los secretos que con más recelo guarda el programador, ya que
su conocimiento por un experto revela el concreto funcionamiento de este, del mismo modo que la
modificación del código fuente supone también la modificación las funciones reales del programa.
Es más, en los contratos de cesión del código fuente para su modificación en algunas de sus
funciones, con el fin de posibilitar dicho cometido manteniendo el secreto del código fuente, suele
intervenir un tercero que hace de custodio o depositario, permitiendo el acceso sólo a concretas
partes del código fuente del programa de ordenador (contrato de Escrow).
d) Fase de transcripción del código fuente al código objeto: finamente, el código fuente
se transcribe al código objeto o código máquina, esto es, a un lenguaje binario compuesto
únicamente por ceros y unos (corriente y no corriente) comprensible por el hardware o
sistema operativo del ordenador para que pueda ejecutar las funciones del programa.
Pues bien, de acuerdo con la opinión generalizada, la protección del programa nace con
la elaboración del código fuente (siempre que se dé el criterio de originalidad mínima)
aunque el programa no esté totalmente concluido y listo para ser comercializado como
producto. Así se deduce también del sentido del propio artículo 96 LPI.
Además, más allá de su modulación por el contrato, existe, salvo pacto en contrario, la
obligación de revelar el código fuente en los programas de ordenador creados por
encargo.
En ese sentido, la STS 17 mayo 2003 (Tol 274503) se pronuncia sobre un contrato de instalación
integral de un sistema informático para dos centros de trabajo (contrato complejo de compraventa y
arrendamiento de servicios) y declara que en este supuesto, “por tratarse de un programa
personalizado, y de haber corrido el cliente con todos los gastos de investigación y desarrollo del
programa, la proveedora debió de entregarle una copia de las fuentes, ya que sin ella no se puede
actualizar el programa hecho a medida ni introducir posibles mejoras”.
Esta información exigible antes de la ejecución del contrato debe de facilitarse por
escrito o, salvo oposición expresa del consumidor y usuario, en cualquier soporte de
naturaleza duradera, adecuado a la técnica de comunicación a distancia utilizada.
VI. CUESTIONARIO
1º. ¿Dónde se regulan los contratos informáticos?
2º. Distinga entre contrato informático y contrato electrónico
3º. ¿Dónde se regula la protección de los programas de ordenador?
4º. ¿Cuándo nace la protección del programa de ordenador?
5º. ¿Qué clase de contratos informáticos existen?
6º. ¿Puede el consumidor, con carácter general, desistir del contrato electrónico?
7º. ¿En qué supuestos no se puede ejercitar el derecho de desistimiento?
I. LOS CUASICONTRATOS
Siguiendo la tradición propia de nuestro Derecho y que se remonta a la compilación
justinianea, el art. 1089 CC menciona los cuasicontratos entre las fuentes de las
obligaciones. Más adelante, dedica el Capítulo primero del Título XVI a la regulación
“De los cuasi contratos”. El Código regula en este capítulo dos figuras: la gestión de
negocios ajenos sin mandato y el cobro de lo indebido (la obligación de restituir lo
indebidamente cobrado).
El concepto de cuasicontrato nos lo da el art. 1887 CC, según el cual “son cuasi
contratos los hechos lícitos y puramente voluntarios, de los que resulta obligado su autor
para con un tercero y a veces una obligación recíproca para los interesados”. La
obligación surge, pues, de un comportamiento humano, lícito y voluntario.
Tanto la definición que nos ofrece el Código Civil, como la categoría en sí del
cuasicontrato han recibido críticas, algunas de las cuales son: No son hechos, sino actos
jurídicos; De ellos pueden surgir obligaciones, pero no necesariamente para su autor, y
cuando recaen sobre las dos partes, no son recíprocas en sentido estricto; Es una categoría
inútil, ya que no existe un régimen común a las dos figuras típicas reguladas por el Código
(sólo el art. 1887); Es mejor entender que las obligaciones que nacen de ellos vienen
impuestas por la ley.
2. Objeto de la restitución
Dándose el supuesto de hecho descrito por la norma surge para el solvens el derecho a
reclamar lo indebidamente entregado, y para el accipiens la obligación de restituirlo. Si el
accipiens no restituye voluntariamente, dispone el solvens de una acción restitutoria y,
según los casos, una indemnizatoria.
Ahora bien, el objeto de la restitución y su alcance varía según cúal sea la cosa entregada
y la buena o mala fe del accipiens. Hasta el punto de que la buena fe del accipiens puede
determinar la exención de la obligación de restituir en determinados supuestos que luego
veremos. Se entiende que accipiens de buena fe es el que, actuando con una diligencia
media, ignora el carácter indebido del pago y de mala fe, el que lo conoce. La buena fe se
presume.
A) Accipiens de buena fe
El art. 1897 CC determina el alcance del objeto de la restitución para el accipiens de
buena fe, aunque sólo contempla el supuesto de que lo que se haya entregado
indebidamente sea una cosa cierta y determinada.
Si la cosa todavía se encuentra en el patrimonio del accipiens, se devuelve in natura. Si
ya no está en su patrimonio y no puede ser recuperada, se devuelve su valor, esto es, el
precio por el que se enajenó, o su valor en el momento en que fue enajenada. No debe,
pues, restituir los frutos.
El accipiens de buena fe responde de los deterioros y pérdidas de la cosa y de sus
accesiones, en cuanto por ellas se hubiese enriquecido (ej. si ha recibido una
indemnización por la pérdida o deterioro de la cosa). Además tiene derecho a gastos y
mejoras según la liquidación de la posesión, como establece el art. 1898 CC.
Si no se trata de cosa especifica sino que el objeto de la restitución es una cosa fungible,
el accipiens habrá de restituir otro tanto de la misma especie y calidad, aunque el código
no lo diga expresamente.
Por último, como se apuntaba anteriormente, dice el art. 1899 que “queda exento de la
obligación de restituir el que, creyendo de buena fe que se hacía el pago por cuenta de un
crédito legítimo y subsistente, hubiese inutilizado el título, o dejado prescribir la acción, o
abandonado las prendas, o cancelado las garantías de su derecho. El que pagó
indebidamente sólo podrá dirigirse contra el verdadero deudor o los fiadores respecto de
los cuales la acción estuviese viva”.
El fundamento se encuentra en entender que el error del que pagó no debe suponer un
perjuicio al acreedor de buena fe, teniendo en cuenta que a este se le hace prácticamente
imposible proceder contra su verdadero deudor tras llevar a cabo los actos que describe el
art. 1899 CC.
El solvens podrá, bien subrogarse en la posición del accipiens y reclamar la restitución al
verdadero deudor o a sus fiadores, cosa que por la misma razón probablemente resulte
también muy difícil, o bien entablar contra dicho deudor una acción de enriquecimiento
sin causa9.
4º Falta de causa del enriquecimiento (injustificado). Hay causa cuando hay título legal,
contractual o similar, de la atribución. La justa causa autoriza al beneficiario a retener y
conservar la atribución. Sin embargo, no habría causa cuando no exista hecho, acto o
situación que sea lícito y justifique el desplazamiento patrimonial. La causa, señala el
Tribunal Supremo, es un concepto-válvula para poder introducir elementos de carácter
valorativo, y decidir de tal manera acerca de la justificación, o falta de la misma, en un
supuesto determinado17.
V. CUESTIONARIO
1º. ¿Son los cuasicontratos un subtipo de contrato?, ¿Qué son y dónde se regulan?
2º. ¿Cuáles son los presupuestos de la gestión de negocios ajenos?
3º. ¿Cuáles son las principales obligaciones del gestor?
4º. ¿Qué efectos produce la ratificación de la gestión por parte del dueño?
5º. ¿En qué casos responde el dominus que no ha ratificado la gestión?
6º. ¿Cuáles son los presupuestos del cobro de lo indebido?
7º. En el cobro de lo indebido ¿Qué deberá restituir el accipiens de mala fe?
8º. ¿Qué deberá restituir el accipiens de buena fe?
9º. ¿Cuáles son los presupuestos del enriquecimiento sin causa?
10º. ¿Cuál es la naturaleza y el plazo para ejercitar la acción de enriquecimiento?
1 V. en este sentido STS 12 junio 1957 (RAJ 1957, 2205) y 16 octubre 1978 (RAJ 1978, 3076), entre
otras.
2 V. en este sentido STS 9 abril 1957 (RAJ 1957, 2498) y 8 julio 1957 (RAJ 1957, 2196).
3 V. en este sentido SSTS de 2 de febrero de 1954 (RAJ 1954, 322) y 20 de mayo de 2004 (Tol 442180).
4 V. en este sentido SSTS 17 de marzo de 1950 (RAJ 1954, 387) y 2 de febrero de 1954 (RAJ 1954, 322).
5 V. en este sentido STS 14 mayo 1991 (RAJ 1991, 6372).
6 La jurisprudencia suele exigir, para que se dé el supuesto de hecho del cobro de lo indebido, tres
requisitos: el pago efectivo con animus solvendi; falta de obligación entre quien paga y quien recibe el
pago y error por parte de quién hizo el pago. V. en este sentido SSTS 30 enero 1986 (Tol 1734996), 14
junio 2007 (Tol 1123894) y 30 julio 2010 (RAJ 2010, 6948).
7 V. en este sentido STS 7 julio 1950 (RAJ 1950, 1237).
8 V. en este sentido SSTS 21 mayo 1980 (Tol 1740544) y 30 septiembre 1987 (Tol 1739866), 11
diciembre 2000 (Tol 71760), en las que el Tribunal Supremo considera que se trata de una presunción
iuris tantum.
9 V. en este sentido STS 28 diciembre 1999 (Tol 1616).
10 La idea de enriquecimiento injusto se presenta en nuestro Derecho como factor de corrección de una
equidad como un concepto de Derecho natural, como una manifestación del principio de igualdad… es
el substatum o fundamento de la figura jurídica constituida por el enriquecimiento injusto”.
12 V. en este sentido STS 21 marzo 2006 (Tol 872709), 4 junio 2007 (RAJ 2007, 5554), 4 febrero 2009
(Tol 1441155) o 12 diciembre 2012 (Tol 2710180).
13 V. en este sentido STS 28 enero 1956 (RAJ 1956, 669).
14 V. en este sentido STS 5 octubre 1985 (Tol 1736865).
15 V. en este sentido STS 30 septiembre 1993 (RAJ 1993, 6754).
16 V. en este sentido STS 12 julio 2000 (Tol 169301), 6 octubre 2006 (Tol 1002375), 12 mayo 2005 (Tol
656553) o 4 abril 2013 (Tol 3536994), en la que se dice que la causa que debe existir para justificar el
enriquecimiento no es la mera explicación de lo sucedido, sino una razón jurídica que autorice el
beneficio obtenido.
17 V. en este sentido STS 12 septiembre 2005 (Tol 725211), 6 octubre 2006 (Tol 1002375).
18 V. en este sentido STS 19 febrero 1999 (Tol 2693), 28 febrero 2003 (RAJ 2003, 2723), 3 enero 2006
(Tol 809286), 22 febrero 2007 (Tol 1050540), 23 julio (Tol 1919983) o 17 mayo 2012 (Tol 2571587),
entre otras.
En otras sentencias, sin embargo, entiende que la acción de enriquecimiento injusto no es subsidiaria,
aunque lo hace obiter dicta, en manifestaciones que no tienen que ver con el fallo. STS 19 mayo 1993
(Tol 1664066).
19 V. en este sentido STS 12 abril 1955 (RAJ 1955, 1126), 5 octubre 1985 (Tol 1736865).
20 V. en este sentido STS 5 octubre 1985 (Tol 1736865).
21 V. en este sentido STS 25 abril 2002 (Tol 162037).
29. LA RESPONSABILIDAD CIVIL (I)
SUMARIO: I. CONCEPTO Y FUNCIONES DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL. DELIMITACIÓN. EVOLUCIÓN.
1. Concepto y funciones de la responsabilidad civil. 2. Delimitación. A) Responsabilidad penal y
responsabilidad civil. Las mal llamadas “responsabilidad civil pura” y “responsabilidad civil derivada de
delito”. B) Responsabilidad civil contractual y responsabilidad civil extracontractual. 3. Del sistema de
responsabilidad subjetiva o por culpa a la responsabilidad objetiva. La responsabilidad por riesgo y su
evolución jurisprudencia. II. LOS ELEMENTOS DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL. 1. Consideraciones generales.
2. El comportamiento: la acción u omisión. La antijuridicidad de la conducta. 3. El daño. 4. La relación de
causalidad. A) La causa: definición. Los criterios de imputación objetiva del daño. B) Interferencias en la
relación de causalidad. Interrupción. a) Consideraciones generales. b) La conducta de la víctima. c) La
intervención de un tercero. d) El caso fortuito y la fuerza mayor. 5. El criterio de imputación del daño al sujeto:
la culpa o negligencia. El riesgo. La imputabilidad civil. A) Consideraciones generales. B) La culpa o
negligencia. C) El riesgo y su evolución en la jurisprudencia. La responsabilidad objetiva. D) La imputabilidad
civil. III. LA REPARACIÓN DEL DAÑO. IV. EL SEGURO DE RESPONSABILIDAD CIVIL. V. CUESTIONARIO.
VI. CASOS PRÁCTICOS. VII. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
2. Delimitación
A) Responsabilidad penal y responsabilidad civil. Las mal llamadas
“responsabilidad civil pura” y “responsabilidad civil derivada de
delito”
El art. 1089 CC al enunciar las fuentes de las obligaciones distingue los “actos y
omisiones ilícitos” de aquellos “en que intervenga cualquier género de culpa o
negligencia”. Con los primeros se refiere el legislador a los supuestos en que la conducta
causante del daño está tipificada en el Código penal como delito, cuya regulación se
encuentra en dicho cuerpo legal por remisión del art. 1092 CC (“Las obligaciones civiles
que nazcan de los delitos se regirán por las disposiciones del Código penal”). A esta
responsabilidad se la denomina responsabilidad civil “derivada de delito”. Con los
segundos supuestos se alude a las acciones u omisiones dañosas no merecedoras de
reproche penal, en cuyo caso el régimen a aplicar es el de los arts. 1902 y ss., por remisión
del art. 1093 CC, que establece: “Las (obligaciones) que se deriven de actos u omisiones
en que intervenga culpa o negligencia no penadas por la ley, quedarán sometidas a las
disposiciones del capítulo II del título XVI de este libro” (a esta responsabilidad civil se la
acuña de “pura o autónoma”).
En este punto, hay que tener en cuenta que la reforma del CP, producida por la Ley
Orgánica 1/2015, de 30 de marzo, por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23
de noviembre (entrada en vigor: 1 de julio de 2015, Disposición Final 8ª), ha suprimido
“las faltas”, reguladas en el Libro III del CP, de forma que una gran cantidad de asuntos
de menor gravedad sólo originarán responsabilidad civil “pura” o, si procede,
administrativa. La eliminación de las faltas del CP ha supuesto la consiguiente
modificación de los artículos en los cuales se hacía referencia a las mismas en la
regulación de la responsabilidad civil contenida en el CP (como, por ejemplo, los arts.
109, 116, 120, etc.).
Así las cosas, en el Derecho español, la responsabilidad civil es objeto de doble
regulación por el legislador civil y por el penal: cuando el hecho dañoso está tipificado en
el Código penal como delito, y una sentencia penal así lo reconoce, las normas para el
resarcimiento del daño han de buscarse, en principio, en dicho cuerpo legal (así lo
señalan, además, los arts. 109 y 116 CP).
La doctrina civilista, de forma unánime, ha considerado absurda esta dualidad de regulaciones.
No se entiende por qué en el Derecho español las normas —civiles, por su objeto— para el
resarcimiento del daño continúan regulándose en el Código penal, además de en el Código civil: la
obligación de resarcir nace pura y simplemente de la existencia de un daño sin que tenga relevancia
la naturaleza del acto origen del mismo. Que la responsabilidad civil nace del “daño” y no del acto
que lo causa es un dato claro. De hecho, habrá casos en que podrá articularse la pena y no podrá,
en cambio, exigirse resarcimiento alguno (p. ej.: delitos de mera actividad o las formas imperfectas
de aparición de determinadas infracciones)1.
La doble regulación de la responsabilidad civil, según el hecho dañoso origen del daño
sea o no un delito, plantea muchos problemas: de un lado, cuándo se debe aplicar uno u
otro texto legal (así, p. ej., si es necesario que exista una sentencia condenatoria para
acudir al Código penal); la existencia de contradicciones entre las normas de
responsabilidad civil contenidas en el Código penal y las reguladas en el Código civil (así,
p. ej., la distinta naturaleza de la responsabilidad civil de los empresarios por los daños
causados por sus dependientes en los arts. 1903.V CC y 120.4º CP).
Sin embargo, a pesar de todas estas críticas, la jurisprudencia ha consagrado, lamentablemente, la
distinción entre la “responsabilidad civil ex delicto” y la “responsabilidad civil autónoma”, de modo
que se ha sentado una importante doctrina acerca de las diferencias entre ambas. Son innumerables
las sentencias que señalan que la acción ex delicto es distinta de la aquiliana del 1902 CC2.
3. El daño
Del daño se ha dicho que es el elemento principal de la responsabilidad civil. Sin él, por
muy reprochable que resulte la conducta (imaginemos un sujeto que intenta matar a otro
sin que este se percate de ese hecho) nunca podrá originarse aquella dado que su finalidad
es la de resarcir o compensar.
Así las cosas habrá conductas que podrán ser sancionables desde un punto de vista penal (p. ej.,
los delitos cometidos en grado de tentativa o frustración) o administrativo (imposición de sanciones,
p. ej., por no poseer una licencia de armas), pero que nunca originarán responsabilidad civil si de
ellas no se deriva un daño.
4. La relación de causalidad
A) La causa: definición. Los criterios de imputación objetiva del
daño
La “relación de causalidad” o la “causa” es uno de los requisitos más controvertidos en
sede de responsabilidad civil. En una primera aproximación podría decirse que la relación
de causalidad pretende establecer si el comportamiento (acción u omisión) de la persona
llamada a responder puede o no considerarse la causa del daño.
La causa puede entenderse en dos sentidos diversos: uno físico y otro jurídico. Desde el
primer punto de vista, la causa puede ser cualquier condición que contribuya a la
producción del daño; sin embargo, con una perspectiva jurídica es necesario poner límites
a esa definición que se revela demasiado amplia; de ese modo, el Derecho no puede acoger
la noción que las ciencias naturales aportan acerca de la causa, sino que debe establecer
unos criterios que permitan atribuir las consecuencias dañosas al comportamiento de un
sujeto.
A primera vista, determinar cuál es la causa del daño parece tarea fácil, pero en la
práctica es muy compleja (como ejemplo didáctico de esa dificultad suele ponerse el caso
de una persona que tira una piel de plátano en la acera y otra se lesiona al pisarla. De
camino al hospital, el lesionado sufre un accidente a consecuencia de la conducción
negligente de otro sujeto y fallece). La doctrina y la jurisprudencia han elaborado distintas
teorías al respecto:
a) La teoría de la equivalencia de las condiciones, según la cual “causa” serían aquellas
condiciones sin cuya intervención el daño no se habría verificado.
Así, la STS 29 diciembre 1997 (Tol 216340) señala que la teoría de la equivalencia de las
condiciones “supone lisa y llanamente que una conducta es causa del evento dañino, cuando sin
ella no hubiera acaecido”.
De esta teoría se ha derivado otra, que en cierto modo la limita, según la cual “causa”
sería aquella condición que, eliminada mentalmente (condición sine qua non), llevaría
consigo la desaparición del resultado dañoso.
En cualquiera de sus dos formulaciones, la teoría ha sido criticada por varios motivos,
pero principalmente porque es excesivamente amplia y puede dar lugar a resultados
injustos. No obstante, en ocasiones ha sido acogida por la jurisprudencia16.
En el ejemplo antes citado, según esta teoría, el comportamiento del sujeto que tira la piel de
plátano podría ser considerado causa del daño finalmente verificado.
f) El de la asunción del riesgo por la víctima, que, en fin, impide que el sujeto responda
de aquellos daños cuyo riesgo de producción es asumido voluntariamente por la propia
víctima (como ocurre en la práctica de determinados deportes de riesgo). Interesante, en
este sentido, es la STS 7 marzo 2018 (Tol 6538422), que aplicó esta criterio para
considerar que no había responsabilidad por los daños sufridos por una espectadora que
recibió un balonazo en la cara durante un partido de fútbol.
Por último, hay que observar, además, que la causa ha de ser cierta, esto es, que el
resultado dañoso debe atribuirse al comportamiento del agente con plena seguridad22. Si
no existe esa seguridad, la sentencia debe ser desestimatoria23.
No obstante, hay ocasiones en las que no puede individualizarse el daño y este acaba
imputándose a varios sujetos (como ocurre en los llamados daños causados por un miembro
indeterminado de un grupo24). Distinto, en cambio, es el supuesto en que varios comportamientos
concurren la causación del daño, porque en este caso hay que hablar de “concurrencia de causas”,
e intentar individualizar en qué medida cada comportamiento lo ha causado; cuando ello no resulta
posible la jurisprudencia condena solidariamente a todos los sujetos intervinientes (en sede de
responsabilidad extracontractual —a diferencia de lo que ocurre en la contractual— se aplican los
criterios de la solidaridad entre los llamados a responder).
b) La conducta de la víctima
La víctima puede intervenir en la causación del daño, de tal modo que este no se habría
verificado —o, al menos, no de esa manera— si hubiera llevado a cabo una conducta
distinta.
La jurisprudencia y muchos autores plantean la cuestión en sede de culpabilidad, y no de
causalidad, dado que, según se dice, el comportamiento de la víctima, a su vez, ha de ser
negligente25. Se habla así de “culpa concurrente de la víctima” cuando tanto la conducta
negligente del agente inicial como la de ésta contribuyen a la causación del daño (p. ej., el
paciente, a quien le quedan secuelas tras una intervención quirúrgica, realizada
negligentemente, que no sigue el tratamiento postoperatorio prescrito de forma correcta),
y de “culpa exclusiva de la víctima” cuando, al final, el daño sólo puede imputarse
objetivamente a su comportamiento (p. ej., persona que quiere suicidarse y se arroja a las
vías del tren para ser arrollada por este). Por ello, en todos estos supuestos se acude a la
llamada “compensación de culpas” y se modula o excluye la responsabilidad civil. El
apoyo legislativo para hacerlo es el art. 1.103 CC que faculta a los tribunales a moderar la
responsabilidad procedente de la culpa.
El problema en la institución de la culpa de la víctima se suscita en los casos en que ésta es
civilmente inimputable (por tener una corta edad o cualquier otra causa de incapacidad de entender
o de querer). Y ello porque cabría concluir que si lo que puede reducir o excluir la indemnización
es la intervención de la conducta negligente de la víctima, será necesario que ésta sea civilmente
imputable, esto es, capaz de culpa civil, para que su proceder tenga relevancia a tales efectos. Sin
embargo, la mayor parte de la doctrina y de la jurisprudencia afirman que no es necesaria la
imputabilidad civil de la víctima del daño para que su conducta pueda provocar una moderación o
una exoneración de la responsabilidad del agente26.
Especial consideración merece el supuesto de las víctimas civilmente inimputables en los casos de
accidentes de circulación. La Ley 35/2015, a la que ya se ha hecho referencia, ha modificado
sustancialmente su tratamiento en la Ley de Responsabilidad Civil y Seguro en la Circulación de
Vehículos a Motor. En la actualidad, la nueva redacción del art. 1.2 de esta Ley establece que: “Sin
perjuicio de que pueda existir culpa exclusiva de acuerdo con el apartado 1, cuando la víctima
capaz de culpa civil sólo contribuya a la producción del daño se reducirán todas las
indemnizaciones, incluidas las relativas a los gastos en que se haya incurrido en los supuestos de
muerte, secuelas y lesiones temporales, en atención a la culpa concurrente hasta un máximo del
setenta y cinco por ciento (…). En los supuestos de secuelas y lesiones temporales, la culpa
exclusiva o concurrente de víctimas no conductoras de vehículos a motor que sean menores de 14
años o que sufran un menoscabo físico, intelectual, sensorial u orgánicos que les prive de capacidad
de culpa civil, no suprime ni reduce la indemnización y se excluye la acción de repetición contra
los padres, tutores y demás personas físicas que, en su caso, deban responder por ellas legalmente”.
Por consiguiente: cuando se trata de víctimas no conductoras que sufran un daño (secuelas o
lesiones) y sean civilmente inimputables ya sea por edad (menores de catorce años), ya por
enfermedad, no se tiene en cuenta su actuación a los efectos de reducir o excluir la responsabilidad
del agente.
c) La intervención de un tercero
Consiste en que a la producción del daño concurre, junto con la del agente inicial, la
conducta de un tercero. Al igual que ocurre en el caso de la llamada “culpa de la víctima”,
habrá que valorar la entidad de su actuación en orden a la causación de los daños:
a) Si se concluye que el resultado dañoso en su totalidad se ha debido a la conducta del
tercero, habrá de exonerarse al agente inicial (porque en ese caso su conducta habrá sido
una mera causa física del daño, sin que llegue a tener relevancia jurídica).
Respecto de la interrupción del nexo causal a consecuencia de la intervención de un tercero, la
STS 11 marzo 1988 (Tol 1735484) señala que “en los supuestos en que se da la intervención dolosa
o intencionada y no viene determinada por la del agente inicial […] se producirá una auténtica
interrupción del nexo, determinativa de una irresponsabilidad de este último”.
b) Si, por el contrario, se deduce que la actuación del tercero contribuye a la causación
de los daños, deberá distribuirse —cuando sea posible— el resarcimiento entre ellos en
proporción a la participación de cada uno en el resultado dañoso, y cuando ello no sea
posible se les condenará solidariamente. En este último supuesto hay que hablar, de
nuevo, de concurrencia de causas.
Interesante, en este sentido, el caso resuelto por la STS 28 mayo 1993 (RAJ 1993, 4082) que
apreció tanto la concurrencia de varios comportamientos en la causación del daño, como la
intervención del de la propia víctima. La base fáctica de la decisión fue la siguiente: dos menores
jugaban en la calle y uno de ellos lanzó una cerilla a un bidón con cola que había en la puerta de
una carpintería, produciendo quemaduras a su compañero de juegos. Según el Tribunal Supremo la
gravedad de la culpa del dueño de la carpintería era de mayor entidad; por ese motivo, un 50 %
debió pagarlo este último y el otro 50 % se distribuyó en parte iguales entre los padres de los dos
menores.
B) La culpa o negligencia
Aunque el art. 1902 CC hace referencia únicamente a la culpa o negligencia, debe
entenderse también incluido el dolo como criterio subjetivo de imputación de la
responsabilidad. Hay que tener en cuenta, no obstante, que cuando los daños se ocasionen
dolosamente, además de responsabilidad civil, habrá responsabilidad penal.
¿Qué ha de entenderse por dolo y por culpa? Suele afirmarse que el dolo es la voluntad
directa de producir el daño, mientras que la culpa se da cuando sin la intención de
ocasionarlo, no se usa la atención o cuidado necesarios para prever o evitar el resultado
dañoso. Dicho en otras palabras, se actúa negligentemente cuando no se adoptan las
medidas necesarias para prever lo que debería haberse previsto, o para evitar lo que
debería haberse evitado28.
Ahora bien, ¿qué es lo que en cada momento se debe prever y evitar y que es lo
imprevisible e inevitable? Para su apreciación hay que acudir a un parámetro objetivo
comparativo o de referencia. La doctrina considera, de forma mayoritaria, que este
parámetro ha de ser el del “buen padre de familia”; por tanto, ésta será la diligencia
normal o media con la que hemos de actuar. Así podría afirmarse que actuará con culpa
quien no adopte las medidas que habría adoptado cualquier ciudadano normal, ni muy
diligente, ni muy descuidado, en orden a la previsión y evitación de los daños29.
En cuanto al dolo, actúa con él tanto el sujeto que intencionadamente busca causar el
daño como aquel que es consciente de que su comportamiento puede provocarlo y no
adopta las medidas necesarias para evitarlo.
Hay que tener en cuenta, no obstante, la evolución producida en el ámbito de la
responsabilidad civil, a la que se hizo referencia supra. En ese sentido, en ciertas parcelas
el criterio del riesgo ha sustituido al de la culpa, con la consiguiente objetivación de la
responsabilidad. Además, incluso en aquellos ámbitos en los que sigue rigiendo la culpa
como criterio de imputación se ha producido una relajación en su demostración mediante
el expediente de la inversión de la carga de la prueba: ya no ha de ser la víctima la que
pruebe la existencia de dolo o de culpa, sino que corresponde al autor del daño demostrar
que actuó con la diligencia debida. Amén de que la jurisprudencia está implantando un
criterio de diligencia mucho más riguroso, que lleva consigo la responsabilidad incluso
por culpa levísima30.
Si bien el riesgo, así entendido, sirvió durante algunos años para que la jurisprudencia
pudiera objetivar la responsabilidad civil en los ámbitos en que resultaba de aplicación, tal
y como acaba de comentarse, en la actualidad, las cosas han cambiado. En ese sentido,
tanto la doctrina como la jurisprudencia entienden que el riesgo ha de incluirse en los
sistemas de responsabilidad subjetiva o por culpa, aunque en dichos sectores, por los
motivos explicados, cabe presumir la culpa del agente, que es quien debe acreditar haber
actuado con toda la diligencia que le es exigible para exonerarse de responsabilidad
(inversión de la carga de la prueba de la culpa y presunción de culpabilidad para quien
lleva a cabo ese tipo de actividades). De ese modo se entiende que sólo en los casos en que
el legislador lo establece expresamente podrá prescindirse de la culpa para fundamentar la
responsabilidad civil.
Dicho en otras palabras: los sistemas de responsabilidad objetiva solamente pueden ser
establecidos por la Ley; así sucede, por ejemplo, en el ámbito de los daños corporales
producidos por los accidentes de circulación, en el de los derivados de la navegación
aérea, del funcionamiento de los servicios públicos, etc., que serán explicados en el tema
siguiente.
D) La imputabilidad civil
Es lugar común en la doctrina señalar que, para que el comportamiento pueda ser
valorado en términos de reprochabilidad, el sujeto que lo lleve a cabo debe tener la
aptitud suficiente para comprender adecuadamente el valor social de sus propios actos u
omisiones y comportarse en consecuencia. Es decir: para que haya culpa es necesario pues
que se actúe con voluntad libre y con consciencia. Y en ello consiste, precisamente, la
imputabilidad civil.
La imputabilidad es la posibilidad de atribuir psicológicamente un hecho dañoso a su
autor. Es, por consiguiente, un requisito estrictamente subjetivo (referido al agente y no al
acto), que implica una determinada capacidad natural de entender y de querer. Así, a los
efectos de la responsabilidad civil es imputable quien tiene la suficiente capacidad de
discernimiento para valorar el alcance de sus actos y actuar en consecuencia; o lo que es lo
mismo, quien tenga madurez de juicio suficiente para captar el significado social de
“dañar a otro”.
Nuestro Código civil no contiene ninguna norma acerca de la capacidad que se requiere
para responder extracontractualmente. Sin embargo, la idea de culpa, ex art. 1902 CC,
imperante como principio rector de nuestro Derecho de daños, lleva también implícita la
exigencia de que el agente sea civilmente imputable para responder conforme a dicho
precepto. Esto es: la imputabilidad es un presupuesto básico de la responsabilidad civil
clásica o subjetiva, que puede deducirse, por consiguiente, del art. 1902 CC31.
Por ello, en lo concerniente a los menores de edad, cabría defender que a pesar de su
estado civil —minoría de edad—, responderán cuando hayan adquirido esa capacidad
natural de entender y de querer. Será el juez quien decida, en cada caso, si el menor, autor
del acto dañoso, en el momento de su causación, tenía el grado de discernimiento
suficiente.
En nuestro Código Civil no hay ninguna norma que determine a partir de qué edad, en
condiciones mentales normales, el menor adquiere esa capacidad de discernimiento; sin embargo,
de los preceptos de otros Códigos extranjeros y de modernos estudios psicológicos podría concluirse
que por debajo de los siete años no se tienen todavía desarrolladas las facultades volitivas e
intelectuales, que permiten valorar las consecuencias sociales de las propias conductas. De los siete
a los diez años, por contra, hay un período en que, al parecer, es dudoso saber si se ha adquirido ya
la capacidad de discernimiento que permite hablar de culpa civil, y, por encima de los diez, suele
admitirse que así sea.
En otro orden de cosas, hay que tener en cuenta que si la culpa exige un
comportamiento consciente y voluntario, por definición, no podrían llevarlo a cabo las
personas jurídicas. Sin embargo, se entiende que éstas también responden puesto que,
conforme al art. 38 CC, pueden contraer todo tipo de obligaciones (también por tanto las
derivadas de la responsabilidad extracontractual). De ese modo, se les atribuye
responsabilidad directa por los actos y omisiones realizados a través de sus órganos de
dirección.
V. CUESTIONARIO
1º. Distinga la responsabilidad civil contractual de la extracontractual.
2º. ¿Cuál es la diferencia entre la responsabilidad civil subjetiva y la responsabilidad civil
objetiva?
3º. ¿Qué es el daño moral? ¿Cómo se valora? Cite algunos ejemplos de daños morales.
4º. ¿Qué son los criterios de imputación objetiva del daño?
5º. ¿En qué medida puede afectar la conducta negligente de la víctima al quantum
indemnizatorio?
6º. ¿Cómo puede la intervención de un tercero interrumpir el nexo de causalidad? ¿Qué
efectos tendría?
7º. Distinga entre el caso fortuito y la fuerza mayor.
8º. ¿En qué consiste la culpa como criterio de imputación de la responsabilidad al sujeto? ¿Y
el riesgo?
9º. ¿Cuáles son las principales formas de reparación del daño?
10º. ¿En qué consiste el seguro de responsabilidad civil?
1 La doble regulación de la responsabilidad civil en nuestro Derecho tiene, no obstante, una explicación
histórica: en el momento en que se promulgó el Código penal de 1822 las víctimas de los ilícitos debían
acudir al complicado sistema de las normas de las Partidas para obtener el resarcimiento civil de los
daños; por ello, el legislador penal —a la espera de la entrada en vigor de un Código civil que regulase
la materia— incluyó en el texto legal punitivo normas destinadas a reglamentar la llamada
responsabilidad civil “derivada de delito”. El verdadero problema surgió cuando el legislador civil de
1889 no sólo no derogó esas normas de responsabilidad civil del Código penal, sino que en el propio
Código civil (art. 1092 CC) se remitió al Código penal para la regulación de las obligaciones civiles
derivadas de los delitos. Esa situación se ha mantenido inalterada, a pesar de las sucesivas reformas
legislativas, hasta nuestros tiempos.
2 V. en ese sentido STS 1 abril 1990 (Tol 1729118).
3 V. en este sentido STS 8 junio 2006 (Tol 956074), pronunciada en un caso de responsabilidad civil de
un notario.
4 La STS 26 marzo 1994 (Tol 1666027) señala: “la tendencia a objetivar la responsabilidad
estético que le supone a la víctima una cojera producida por una lesión en la cadera.
8 V. en este sentido la STS 4 febrero 1999 (RAJ 1999, 748), que considera que cabe resarcir la pérdida de
la facultad de elegir continuar o no con la gestación (en el caso del nacimiento de un niño con una
enfermedad no diagnosticada durante el embarazo).
9 No es lo mismo, sin embargo, que en esos casos se indemnice el daño moral derivado estrictamente de la
privación a la madre de la facultad de abortar, que el patrimonial o moral que aquella sufre por dar a
luz un niño con deficiencias o malformaciones. En el primer supuesto, sólo cabría resarcir la pérdida de
la facultad de elegir continuar o no con la gestación [v. en ese sentido STS 4 febrero 1999 (RAJ 1999,
748)]; en el segundo, en cambio, el daño resarcible es el originado por el nacimiento de un niño
enfermo [v. en este sentido STS 6 junio 1997 (Tol 216553) y STS 21 diciembre 2005 (Tol 795310)]. Y,
en tiempos recientes, hay que tener en cuenta la interesante STS 31 mayo 2011 (Tol 2137553), que
reconoce el derecho a la indemnización por privación de la libertad de abortar a una madre que fue
informada de la deficiencia con que iba a nacer su hija (privación de uno de los brazos) en la semana
20 de embarazo. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la sentencia considera que ambos
progenitores sufren daños de índole material y moral por ese tipo de nacimientos y concede una
indemnización de 30.000 euros a cada uno de ellos.
10 En ese sentido su art. 9.3 señala: “La existencia de perjuicio se presumirá siempre que se acredite la
intromisión ilegítima”.
La LO 1/1982 no sólo reconoce el daño moral, sino que además es pionera en presumir un elemento de la
responsabilidad civil, que ni siquiera los Tribunales habían presumido nunca: el daño, aunque, según
entiende la doctrina y la jurisprudencia mayoritarias, el único que se presume es el moral —dada su
dificultad de prueba— y no el patrimonial, que habrá de ser demostrado por la víctima. V. en este
sentido la STS 25 noviembre 2002 (Tol 225592).
11 El art. 104 CP de 1973 (que corresponde al art. 113 CP vigente) ya reconocía la indemnización del
daño moral en los casos en que fuera ocasionado por un delito, y, como ya se ha señalado, las normas
de responsabilidad civil contenidas en el CP son normas civiles.
12 La reforma introducida por la LO 5/2010, de 22 de junio, de modificación del Código penal ha
eliminado loablemente, de entre los criterios de valoración del daño, el que tenía en cuenta “el
beneficio que haya obtenido el causante de la lesión como consecuencia de la misma”, que ya no juega
por tanto como tal, sino como finalidad que cabe perseguir con la tutela judicial frente a las
intromisiones ilegítimas (art. 9.2 LO 1/1982).
13 V. en ese sentido, entre otras, las SSTS 2 febrero 2006 (RAJ 2006, 2694) y 4 octubre 2006 (RAJ 2006,
6427), que señalan: “Sin duda el derecho a indemnización originado en el perjuicio moral y material a
terceros por consecuencia de la muerte, no surge como iure hereditatis, sino como un derecho
originario y propio del perjudicado, cualidad que puede o no coincidir con la de heredero, pero que en
cualquier caso es distinta y con efectos jurídicos muy diferentes, siendo doctrina de esta Sala, que están
legitimadas para reclamar indemnización por causa de muerte iure propio, las personas, herederos o no
de la víctima, que han resultado personalmente perjudicadas por su muerte, en cuanto dependen
económicamente del fallecido o mantienen lazos afectivos con él; negándose mayoritariamente que la
pérdida en sí del bien “vida” sea un daño sufrido por la víctima que haga nacer en su cabeza una
pretensión resarcitoria transmisible mortis causa a sus herederos y ejercitable por éstos en su condición
de tales iure hereditatis”.
14 V. en este sentido STS 11 diciembre 1989 (Tol 1731883), con abundante cita de otras sentencias.
15 En ese sentido, en materia de protección al honor, intimidad y propia imagen, en la jurisprudencia se ha
consolidado la regla según la cual el Tribunal Supremo puede llegar a modificar la indemnización fijada
en la instancia cuando considere que en su ponderación no han sido tenidos en cuenta los criterios
legales especificados en el art. 9.3 LO 1/1982 o lo hayan sido de manera arbitraria, inadecuada o
irracional. V. en este sentido la STS 16 octubre 2009 (RAJ 2009, 5579).
16 V. en este sentido las SSTS 10 febrero 1959 (JC 1959, 76), 26 septiembre 1967 (JC 1967, 515), y 28
un piloto de un helicóptero no se habría producido, a pesar de las fuertes ráfagas de viento “con gran
probabilidad rayana en la certeza” sin su actuación.
21 Suele ponerse como ejemplo el caso resuelto por la célebre STS 22 febrero 1946 en el que unos obreros,
que estaban trabajando en domingo en contra de lo establecido en la normativa laboral, fallecieron en
una fábrica a consecuencia del estallido de un polvorín cercano. Con base en el criterio del fin de
protección de la norma fundamentadora de la responsabilidad, el hecho de estar trabajando en
domingo no podía considerarse como causa del daño, porque el fin perseguido por la norma que
impone el descanso dominical no es el de impedir ese tipo de sucesos.
22 V., en este sentido, SSTS 29 mayo 1995 (Tol 1658024) y 2 abril 1996 (Tol 1659658).
23 En cuanto a la prueba del nexo de causalidad, hay que señalar que su carga corresponde al
demandante, sin que, en este ámbito puedan operar presunciones. V., en este sentido, SSTS 24 octubre
1984 (RAJ 1984, 7472), 8 abril 1992 (Tol 1659808) y 24 enero 1995 (RAJ 1995, 165).
24 V., en este sentido, STS 8 febrero 1983 (RAJ 1983, 867).
25 La doctrina se ha planteado, en muchas ocasiones, si lo que sirve para reducir o excluir la
de esa diligencia media o del buen padre de familia se producirá por medio de la culpa leve. En cambio,
si adoptamos el parámetro de una persona muy diligente, muy cuidadosa, se producirá la
responsabilidad por culpa levísima. Si por el contrario el modelo es mucho más flexible, para incurrir
en responsabilidad será necesario que exista una culpa grave. Sin embargo, muchos autores sostienen
que, en la actualidad, no se pueden distinguir grados en la culpa, puesto que la culpa relevante es la
ordinaria o media, es decir la que resulta de no actuar con la diligencia exigida al “buen padre de
familia”.
Además, hay que tener en cuenta que en los casos de los profesionales el modelo de referencia no se hará,
lógicamente, atendiendo, al buen padre de familia sino al buen profesional y a la aplicación de
conocimientos que exigen la les artis (en ese sentido, respecto de la valoración de la culpa del abogado
pueden verse las SSTS 27 noviembre 2011 (RJA 2001/772) y 22 abril 2013 (Tol 3783216) y en relación
con la del médico, en tiempos recientes, cabe citar las SSTS 31 mayo 2011 (Tol 2137553) y 24 abril
2012 (Tol 2546609).
30 V., por todas, STS 21 noviembre 1998 (Tol 6598).
31 Pero, aún en un sistema culpabilístico, el legislador puede introducir, como es sabido, derogaciones a
ese principio de responsabilidad por culpa. Así, en lo que concierne a los mayores de edad
inimputables, el art. 118 CP establece que la exención de responsabilidad penal no les exime de su
responsabilidad civil directa (también puede verse para las personas con discapacidad, el art. 120.I CP).
Ambas normas han sido recientemente modificadas por la Ley 8/2021, a la que se hace referencia en el
texto principal.
32 De ahí se deriva que el asegurador no está obligado a indemnizar cuando no lo esté el asegurado, ni a
satisfacer cantidades mayores a aquellas a las que haya sido condenado este último. Con todo, alguna
sentencia, apartándose de la jurisprudencia mayoritaria, condena al asegurador aun cuando el
asegurado no fue declarado responsable civil del evento dañoso. V., en este sentido, STS 5 julio 1989
(RAJ 1989, 5297).
30. LA RESPONSABILIDAD CIVIL (II)
SUMARIO: I. LA LLAMADA RESPONSABILIDAD CIVIL POR HECHO AJENO. 1. Consideraciones generales. 2.
La responsabilidad civil de padres, tutores y curadores con facultades de representación plena.. A) Sujetos
responsables y requisitos. B) El fundamento de la responsabilidad. C) La responsabilidad civil en los casos en
que el hecho dañoso del menor está penalmente tipificado. 3. La responsabilidad civil del empresario. A)
Consideraciones generales. B) El fundamento de la responsabilidad del empresario. C) Requisitos de la
responsabilidad. a) La relación de dependencia. b) La causación del daño en el servicio o con ocasión de las
funciones. c) La culpa del dependiente. D) La acción de regreso del empresario frente al dependiente. 3. La
responsabilidad civil de los titulares de centros docentes. A) Consideraciones generales. B) Centros docentes
privados. C) Centros docentes públicos. II. LA RESPONSABILIDAD CIVIL POR LOS DAÑOS CAUSADOS POR
LOS ANIMALES Y POR LAS COSAS. 1. Daños causados por los animales. 2. Daños causados por las cosas. A)
Responsabilidad por ruina de los edificios. B) Responsabilidad por explosiones e inmisiones. C)
Responsabilidad del “cabeza de familia”. III. SUPUESTOS DE RESPONSABILIDAD CIVIL REGULADOS EN
LEYES ESPECIALES. 1. La responsabilidad civil de la Administración Pública. 2. Responsabilidad civil por la
circulación de vehículos a motor. 3. Daños causados por la navegación aérea. 4. Daños nucleares. 5. Daños
causados por la caza. 6. La responsabilidad civil por productos defectuosos. IV. CUESTIONARIO. V. CASOS
PRÁCTICOS. VI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA.
Sin embargo, en esta sede es habitual afirmar que una cosa es lo que la ley dice y otra
muy distinta es lo que los Tribunales le hacen decir. La doctrina ha denunciado,
continuamente, la escasa trascendencia práctica de lo dispuesto en el último párrafo del
art. 1903 CC. El Tribunal Supremo suele dificultar su aplicación, elevando tanto el nivel
de diligencia exigida, que la prueba liberatoria del precepto en muchos casos apenas
puede funcionar en la práctica (aunque, como después se verá, no se da el mismo
tratamiento a todos los supuestos contemplados en el art. 1903 CC). De ese modo, al no
permitir la exoneración del sujeto llamado a responder, ex art. 1903 CC, la
responsabilidad se convierte en cuasi-objetiva (y en una auténtica responsabilidad por
hecho ajeno porque se acaba haciendo responsables a estas personas por razón de su
condición, solvencia, etc. y no porque realmente hayan sido negligentes).
En otro orden de cosas, hay que hacer dos precisiones: 1ª) la responsabilidad de los
sujetos mencionados en el art. 1903 CC es directa y no subsidiaria. Es más, ni siquiera es
necesario demandar al causante directo del daño (hijo, pupilo, persona con discapacidad,
dependiente, alumno). Si se hiciera y resultaran condenados los unos y los otros, la
condena debería ser solidaria, siempre y cuando no fuera posible individualizar la
responsabilidad de cada uno de ellos. 2ª) Se suscita la duda de si cabe ampliar el círculo de
sujetos responsables y aplicar analógicamente el art. 1903 CC a supuestos que no están
contemplados por la norma (como, p. ej., al guardador de hecho). Comoquiera que se
trata de una norma civil, en ocasiones se ha defendido esa posibilidad, siempre y cuando
se den las mismas características, de jerarquía o subordinación, en la relación1.
Respecto de los requisitos que pone el precepto, hay que hacer varias precisiones:
a) No hay duda de que los menores o las personas con discapacidad deben convivir con
el tutor y con el curador con facultades de representación plena para que éstos respondan
de los daños que ocasionan. En cambio, la cuestión es controvertida en relación con los
padres. El párrafo segundo del art. 1903 CC exige que los hijos se encuentren “bajo su
guarda”. Según una opinión, ello implica que en los casos de separación, nulidad o
divorcio deberá responder el progenitor a quien la sentencia haya puesto al hijo a su
cuidado, aunque el otro no haya sido privado de la patria potestad. Y ello porque, según
se defiende, aunque en esos casos ambos padres conservan intactas sus obligaciones para
con sus hijos, sólo quien viva con ellos podrá “guardarlos” y evitar que causen daños. Por
el contrario, según otra línea de pensamiento los dos progenitores deberían responder
porque, de lo contrario, se premiaría a aquel que precisamente presta menos cuidados y
compañía al menor. Se propugna, en este sentido, que el concepto de guarda ha de
interpretarse en sentido amplio y que cabe entender que no es necesaria la convivencia
para que exista responsabilidad de los padres.
Algunas sentencias afirman que el hecho de que los padres estén separados no exime de
responsabilidad a aquel con quien no conviva el hijo. En ese sentido, la STS 11 octubre 1990 (Tol
1729729) afirmó que “no se puede ignorar el carácter flexible de la expresión bajo su guarda, que
admite situaciones transitorias derivadas del derecho de visita”. En el caso, el hijo de diecisiete años
causó daños en un accidente de circulación durante los días en que se encontraba con su padre en
régimen de visita.
b) Cabe también cuestionar si es necesario que los hijos sean menores de edad para que
los padres respondan.
Antes de la reforma llevada a cabo por la Ley 8/2021, como el párrafo segundo del art.
1903 CC hacía referencia a la guarda, había que entender que también se originaba la
responsabilidad por los daños causados por los hijos, mayores de edad, sujetos a patria
potestad prorrogada o rehabilitada. Actualmente, la Ley 8/2021 ha eliminado las
instituciones de la patria potestad rehabilitada y prorrogada, con lo que, cuando el menor
con discapacidad llegue a la mayoría de edad, se establecerá la correspondiente medida de
apoyo que necesite, de las contempladas en el art. 299 CC, y de sus daños responderá él
mismo, conforme al art. 299 CC, y/o su curador con facultades plenas de representación,
conforme a lo dispuesto en el ahora párrafo IV del art. 1903 CC.
En estos casos, en estos supuestos, si el hecho dañoso está contemplado en el Código
penal como delito se aplicarán los arts. 118.1, regla 1ª, y 120.1º CP2.
Por el contrario, según se entiende, no cabría aplicar los párrafos segundo y tercero a los
menores emancipados (o con el beneficio de la mayoría de edad). De esos actos
responderá únicamente su autor porque la ley le reconoce, prácticamente, la misma
capacidad que a un mayor de edad.
B) El fundamento de la responsabilidad
La responsabilidad civil de los padres y de los tutores, según el art. 1903 CC, es
subjetiva, bien que con inversión de la carga de la prueba: estos sujetos responden porque
se presume que podrían haber evitado el daño causado por sus hijos, pupilos o personas
con discapacidad, ya que si los hubiesen vigilado y educado correctamente ese daño no se
habría producido.
Su fundamento, pues, reside en la culpa in vigilando o en la culpa in educando3.
En ese sentido, se propugna que el concepto de vigilancia no debe entenderse de un modo
restrictivo; por el contrario, va más allá de una mera observación directa del menor (lo cual, en
tiempos como los actuales sería prácticamente imposible). Un ejercicio correcto del deber de
vigilancia por parte de los progenitores abarca desde una serie de actividades de carácter
preventivo, destinadas a evitar que los hijos menores causen daños (aleccionar acerca de las
posibles situaciones peligrosas, prohibir determinadas actividades, etc.), hasta otras en las que el
control que requiere el menor, por su edad, carácter, etc., es más directo. Controvertido, sin
embargo, resulta el criterio basado en la culpa en la educación por cuanto se critica la paradoja de
que cuanto menos educado esté el menor será preciso vigilarlo más, y viceversa.
El problema es que el Tribunal Supremo, a pesar de lo que dice el último párrafo del art.
1903 CC, eleva tanto el nivel de diligencia que pocas veces exonera a los padres de
responsabilidad. De ese modo, esta última se ha convertido en una suerte de
responsabilidad objetiva. Lo cual ha sido criticado por muchos autores: si los padres han
perdido autoridad para controlar los actos de sus hijos, porque así lo exigen, por otra
parte, las modernas corrientes pedagógicas y el propio art. 10.1 CE, que impone dar al
menor un margen de libertad, adecuado a su edad, para conseguir el libre desarrollo de su
personalidad, lo lógico sería que éstos pudieran exonerarse, conforme al último párrafo
del art. 1903 CC, en un mayor número de supuestos, y no al revés.
Cosa distinta es que se propugne una reforma de este tipo de responsabilidad en el Código civil
con base en la idea de que los padres deberían responder de forma objetiva, responden por el mero
hecho de serlo, y como forma de proporcionar a la víctima un patrimonio solvente que se haga
cargo de la indemnización del daño.
Se estima, por otro lado, que de ese modo se consigue proteger a la víctima del daño
porque la solvencia del empresario es una garantía, frente a la posible insolvencia del
causante directo del evento dañoso.
C) Requisitos de la responsabilidad
a) La relación de dependencia
La propia justificación de este tipo de responsabilidad requiere que exista una relación
de dependencia del dependiente o empleado respecto del empresario, en virtud de la cual
ha de seguir las instrucciones u órdenes de este. La jurisprudencia insiste formalmente en
la exigencia de este requisito6.
Sin embargo, en la práctica el mismo se diluye y no es necesario que la relación tenga un
carácter jurídico-laboral. Así llega a entenderse que hay relación de dependencia siempre
que se realiza cualquier trabajo, función o tarea con el beneplácito o autorización del
principal.
En ese sentido, p. ej., la STS 17 septiembre 2008 (Tol 1384051) apreció que existía relación de
dependencia entre el dueño del piso y el contratista de la obra en él realizada.
El plazo para el ejercicio de la acción de regreso es de cinco años (art. 1964 CC).
b) El daño del que responde el titular del centro docente es el causado directamente por
un alumno menor de edad (dato que fue introducido por la Ley 1/1991, de 7 de enero). La
limitación es lógica: los alumnos menores de edad son los únicos que están bajo la esfera
de control o vigilancia de sus educadores; aquellos que ya han alcanzado la mayoría de
edad son perfectamente capaces de gobernarse por sí mismos y no necesitan que otros
controlen sus actos, para evitar que causen daños o que los sufran.
c) La doctrina mayoritaria afirma el fundamento subjetivo de la responsabilidad de los
titulares de los centros docentes porque, conforme a lo dispuesto en el último párrafo del
art. 1903 CC, pueden quedar exonerados cuando acrediten que emplearon toda la
diligencia de un buen padre de familia para prevenir el daño causado por el alumno.
Además, a diferencia de lo que sucede con la responsabilidad de los padres y del
empresario, también los tribunales parten de que la responsabilidad es subjetiva; así, el
Tribunal Supremo en muchas ocasiones da por buena la prueba de la diligencia que exige
el último párrafo del art. 1903 CC para liberar de responsabilidad a los titulares de
centros docentes.
En ese sentido, p. ej., la STS 8 marzo 1999 (Tol 1451) exoneró al titular de un centro docente
porque entendió que en la producción del hecho dañoso “no intervino absolutamente ninguna
culpa por parte de aquellos a quienes se les imputa, sino que el mismo fue debido exclusivamente a
un imprevisible acaecimiento de caso fortuito”; o la STS 28 diciembre 2001 (Tol 130721), que
resolvió que no cabía apreciar la vigilancia negligente del profesorado en un caso en que una
alumna había sufrido un daño mientras saltaba la comba con otras compañeras en el patio de
juegos; por ese motivo exoneró al titular del colegio y a su compañía de seguros.
Por el contrario, en los casos en que se ha condenado a los titulares de centros docentes
puede adivinarse alguna culpa en la vigilancia del alumnado o en la adopción de las
medidas organizativas.
Ilustrativa, en ese sentido, resulta la STS 5 noviembre 2004 (Tol 513426), que apreció la
responsabilidad del titular de un centro de enseñanza por las lesiones sufridas por un alumno de
diecisiete años de edad al caerle encima una portería del campo de futbito tras haberse balanceado
en la misma, porque el Tribunal Supremo consideró que la existencia de porterías sin anclaje fijo
era reveladora de una clara negligencia en las medidas organizativas del centro.
La negligencia del titular del centro puede tener dos contenidos diversos: a) culpa en la
vigilancia o en la elección del profesorado del centro (en los casos en que la negligencia en
la vigilancia del alumno haya contribuido a la causación del daño); b) defectuosa
organización de las actividades escolares, extraescolares y complementarias (cuando dicha
causa contribuya a la producción del hecho dañoso).
En la práctica, a veces, el daño puede imputarse simultáneamente tanto a la vigilancia negligente
de un profesor como a defectos en las medidas de organización de las actividades del centro (como
ocurrió, p. ej., en el caso resuelto por la SAP Cantabria 6 febrero 1996 (AC, 1996, 2, núm. 771-772),
en el que un niño se lesionó mientras jugaba en el patio del colegio, al resbalar con los restos de
espuma que habían dejado los bomberos tras una exhibición; en este supuesto se apreció tanto la
conducta negligente del titular del centro docente (por no ordenar que se retirasen los mencionados
restos de espuma), como la del profesorado, que permitió que, en esas circunstancias, los alumnos
se quedaran jugando en el patio del colegio).
Conforme a lo establecido en el último párrafo del art. 1903 CC el titular del centro
docente quedará exonerado cuando demuestre que empleó toda la diligencia de un buen
padre de familia, en orden a la prevención o evitación del daño. Así, se exonerará cuando
demuestre que el acto dañoso fue absolutamente ajeno a cualquier culpa en la adopción
de medidas organizativas del centro, y cuando pruebe que a su causación no contribuyó el
comportamiento de los profesores encargados de la vigilancia del alumno.
Hay una serie de circunstancias que son tenidas en cuenta por los Tribunales para valorar si
concurre o no la diligencia exigible.
Así, el hecho de que el daño se produzca de forma rápida, súbita e inopinada, sin que exista
ningún indicio que haga preverlo, sirve en muchas ocasiones para estimar la existencia de caso
fortuito. La STS 10 marzo 1997 (Tol 215742), por ejemplo, apreció la existencia de caso fortuito,
porque el hecho (un alumno lesionó a una compañera en un ojo con un bolígrafo) aconteció de
manera rápida e inopinada, sin que hubiera habido una pelea previa entre los alumnos.
Otra circunstancia que se tiene en cuenta es el tipo de actividad, como consecuencia de la cual se
produce el daño. Los jueces son especialmente rigurosos a la hora de valorar la diligencia de los
profesores de gimnasia y suelen exigir una vigilancia tan extrema que, en la práctica, resulta difícil
de conseguir. En ese sentido, la STS 22 diciembre 1999 (RAJ 1999, 9487) condenó, así, a una
profesora de gimnasia por el daño sufrido por un alumno al saltar sobre un trampolín; por el
contrario, la STS 28 diciembre 2001 (Tol 130721), respecto del juego de la comba, entendió que no
cabía hablar de negligencia en la vigilancia del profesorado, dado que se trataba de un juego sin
riesgo y muy practicado entre niños de esa edad12.
Por último, hay que tener en cuenta que el art. 1906 CC contiene una previsión especial
para los daños causados por la caza. Según el precepto: “el propietario de una heredad de
caza responderá del daño causado por ésta en las fincas vecinas, cuando no haya hecho lo
necesario para impedir su multiplicación o cuando haya dificultado la acción de los
dueños de dichas fincas para perseguirla”. Contempla, así, una responsabilidad por culpa
basada en su actitud obstativa (al haber dificultado la acción de los dueños de las fincas
vecinas) o en no haber adoptado las medidas de precaución necesarias para evitar el daño
causado por las piezas de caza. En cambio, para los daños producidos por el ejercicio y
práctica de la caza hay que estar a lo establecido en el art. 33 de la Ley de Caza de 4 de
abril de 1970, según el cual la responsabilidad es objetiva (vid. infra).
Hay que tener en cuenta, además, que si la conducta dolosa o gravemente negligente de
un funcionario público ha contribuido a la causación del daño, la Administración, una vez
satisfecha la indemnización, debe dirigirse, por vía de regreso, contra él, art. 36 Ley
40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector Público.
Por último, hay que hacer referencia a una de las cuestiones más controvertidas en
materia de responsabilidad civil de la Administración Pública: la jurisdicción competente.
Hoy, la cuestión se ha zanjado, definitivamente, a favor de la competencia de la
jurisdicción contencioso-administrativa, gracias a las reformas que, en este ámbito, se han
producido (Ley 29/1998, de 13 de julio, Reguladora de la Jurisdicción Contencioso-
administrativa, y LO 6/1998, de 13 de julio, de reforma del art. 9.4 LOPJ)20.
4. Daños nucleares
La materia se regula en la Ley de 29 de abril de 1964 y en el Reglamento sobre
cobertura del riesgo de daños nucleares, aprobado por el Decreto de 22 de julio de 1967,
modificados por la Ley 12/2011, de 27 de mayo, sobre responsabilidad civil por daños
nucleares o producidos por materiales radiactivos.
El sujeto responsable será el explotador de las instalaciones que responderá de los que se
irroguen durante el almacenamiento, transformación, manejo, utilización en cualquier
forma o transporte de sustancias nucleares. Se trata de una responsabilidad objetiva,
puesto que el art. 4.1 de la Ley 12/2011, señala que “esta responsabilidad será
independiente de la existencia de dolo o culpa”, y estará limitada en su cuantía hasta la
cobertura contemplada por la ley. Cabrá, no obstante, moderar o excluir la
responsabilidad cuando el dolo o la negligencia grave de la víctima hubiera contribuido a
la causación del daño. Además, también procederá la exoneración cuando los daños de
actos de conflicto armado, hostilidades, guerra civil o insurrección, sean causados a la
propia instalación nuclear y a cualquier otra instalación nuclear, o a los bienes que se
encuentren en el mismo emplazamiento y que sean o deban ser utilizados en relación con
una u otra de dichas instalaciones. Y tampoco se incluyen los daños que padecieran
trabajadores de las instalaciones nucleares o de las empresas de transporte de sustancias
nucleares, siempre que sean calificados de accidente de trabajo o enfermedad profesional
con arreglo a lo establecido en la normativa del sistema de la Seguridad Social.
IV. CUESTIONARIO
1º. Explique cuál es el fundamento de la responsabilidad civil de los padres por los daños
causados por sus hijos.
2º. ¿Quiénes y de qué manera responden civilmente de los hechos dañosos penalmente
tipificados de los menores de edad?
3º. ¿Cuáles son los requisitos para que el empresario responda de los daños causados por sus
dependientes? ¿Significa esta responsabilidad que estos últimos no pueden ser
demandados por la víctima?
4º. ¿Cuándo y por qué motivos los titulares de los centros de enseñanza responden de los
daños causados por sus alumnos?
5º. ¿En qué consiste la acción de regreso contemplada en el art. 1.904 CC? ¿Quiénes pueden
entablarla?
6º. ¿Cuáles son las causas de exoneración de responsabilidad en los casos de daños causados
por los animales?
7º. ¿En qué precepto cabe fundamentar la responsabilidad civil por los daños producidos por
las inmisiones?
8º. Explique cuál es el fundamento de la responsabilidad de la Administración Pública y la
jurisdicción competente para conocer de la misma.
9º. ¿Cuáles son las causas de exoneración de responsabilidad que pueden alegar las
compañías aéreas por los daños sufridos por los viajeros?
10º. ¿Quién responde de los daños causados por los productos defectuosos?
V. CASOS PRÁCTICOS
1º. Supuesto de hecho
Un menor, de quince años de edad, descubrió que su padre —con quien pasaba los fines
de semana, dada la separación judicial habida entre sus progenitores— tenía escondida
una pistola en el maletero de su auto. Apropiándose de las llaves de este último, cogió el
arma en repetidas ocasiones. El día del incidente, tres personas mayores de edad se
acercaron, bromeando, al grupo formado por el menor y sus amigos; tras “tener algunas
palabras”, el menor les disparó, falleciendo los tres a consecuencia de los impactos de las
balas. Los padres de los fallecidos entablaron una demanda de reclamación de daños y
perjuicios contra los progenitores del menor causante del daño.
CUESTIONES
1º. ¿Cree que los padres son responsables civiles de los daños irrogados? ¿Por qué?
2º. Imagine que el joven era multimillonario, gracias a una herencia recibida de su tío:
¿podría la víctima dirigirse contra el menor? ¿cómo sería, en ese caso, la responsabilidad
entre los padres y el menor?
2º. Supuesto de hecho
Al concluir las clases de la mañana, y antes de la hora de entrar al comedor, Pedro, de
doce años de edad, salió del colegio privado al que asistía asiduamente, sin que nadie lo
advirtiera. Aprovechó para su escapada el momento en que los alumnos, que no se
quedaban a comer, salían del centro para ir a comer a sus casas. Una vez en la calle, se
dirigió, junto con otro escolar que le acompañó en su travesura, a un edificio industrial
sito en los alrededores. Allí, Pedro —que tampoco fue visto por nadie— se introdujo en
un montacargas, que carecía de cristales de protección, y asomó la cabeza por el mismo.
De forma inesperada, el aparato se puso en marcha, accionado por el compañero del niño,
que quiso asustarle. El súbito ascenso del montacargas provocó a Pedro un fuerte golpe en
la cabeza que le ocasionó la muerte al instante.
CUESTIONES
1º. ¿Cree que cabría exigir responsabilidad civil al titular del centro docente? ¿Por qué? ¿Y a
los profesores encargados de la vigilancia? ¿Qué ocurriría si no hubiera docentes que
tuvieran encomendada dicha tarea? ¿Cambiaría la resolución del caso si el centro docente
fuera de titularidad pública?
2º. ¿Podría apreciarse culpa concurrente de la víctima? ¿Qué efectos tendría, en ese caso,
dicha apreciación?
3º. Respecto del escolar que accionó el montacargas, ¿cree que podría responder ex art. 1902
CC? ¿Y sus progenitores?
4º. ¿Habría responsabilidad del propietario del edificio industrial? ¿Por qué?
establece que los padres, tutores, acogedores y guardadores legales o de hecho responden “por este
orden”. Para dar cierta coherencia al régimen de responsabilidad del art. 61.3 LORPM, habría que
entender que la alusión al “orden” no ha de interpretarse en un sentido estricto y que deberá responder
el sujeto que, en el momento de producción del hecho dañoso, tenga encomendada la vigilancia del
menor (de lo contrario, nunca llegarían a responder los guardadores de hecho). Puede verse, en ese
sentido, la SAP Lérida 11 marzo 2002 (ED 2002, 14117), que se pronunció en un caso en que el daño
se causó en un Centro Educativo de Atención a la Infancia perteneciente a la Generalitat de Cataluña,
que había asumido la tutela del menor.
6 La apreciación de la inexistencia de relación de dependencia es una de las principales causas por las que
se exonera de responsabilidad al empresario. V. en este sentido STS 6 mayo 2009 (Tol 1514757).
7 V., en este sentido, STS 16 diciembre 1961 (RAJ 1961, 4158).
8 V., en esta línea, SSTS 30 diciembre 1992 (Tol 1661079) y 26 febrero 1996 (Tol 1669259).
9 E, incluso, puede ocasionar también problemas de orden procesal. Como el empresario y su dependiente
son responsables solidarios frente a la víctima, puede ocurrir —y así sucede normalmente en la práctica
— que aquella no demande al segundo (no existe litisconsorcio pasivo necesario). Sin embargo, la
sentencia que declara civilmente responsable al empresario suele también pronunciarse acerca de la
culpabilidad del dependiente (porque, en la práctica, en la mayoría de las ocasiones, la responsabilidad
del segundo se propaga al primero). Si el empresario pretendiera valerse, de esa declaración de
culpabilidad contenida en la sentencia, al ejercitar la acción de regreso contra el dependiente ex art.
1904.I CC, podría producirse una vulneración del principio (reconocido en el art. 24 CE) que impone
que nadie pueda ser condenado sin ser oído en juicio. Y, de modo contrario, en caso de no conceder
efectos de cosa juzgada a dicha declaración judicial, podrían llegar a obtenerse sentencias
contradictorias (en el proceso de la víctima contra el empresario y en el de este último contra su
dependiente).
10 En la Sala 2ª, sin embargo, se exige siempre la culpa en el subordinado para hacer responsable al
principal porque en el art. 120.4º CP la responsabilidad del empleado “se propaga” al empresario en
los casos de insolvencia del primero.
11 V., en este sentido, SSTS 11 noviembre 1991 (RAJ 1991, 8720) y 4 julio 1996 (RAJ 1996, 5588).
12 V., en el mismo sentido, la STS 27 septiembre 2001 (RAJ 2001, 8155), respecto del juego al “tren chu-
chu”.
13 Así la STS 15 diciembre 1994 (RAJ 1994, 421) estableció la responsabilidad del titular del centro
docente por la muerte de un alumno en un inmueble industrial al que se había dirigido con otros
compañeros, tras escaparse del colegio. Se entendió, con buena lógica, que aunque el menor no estaba
en ese momento bajo el control del centro, “debería haberlo estado” (era la hora del comedor escolar).
14 Cuestión problemática es determinar cuándo empieza y cuándo acaba la obligación de vigilar a los
alumnos. La jurisprudencia ha afirmado reiteradamente que aquella no cesa hasta que los menores
abandonen el centro, una vez finalizada la jornada escolar. En los casos en que los alumnos
permanecen en el recinto escolar cuando acaba la jornada lectiva, y llegan antes de que ésta comience
(para mayor comodidad de padres y alumnos) parece lógico entender que el centro docente responde
siempre que haya asumido la obligación de vigilar a los menores en esos momentos, y así sucederá
cuando lo comunique expresamente a los progenitores. V., no obstante, la STS 3 diciembre 1991 (RAJ
1991, 8910), que entendió que, como el centro docente no había dicho nada al respecto, los padres
podían concluir que aquel asumía la obligación de vigilar a los alumnos porque permanecía abierto una
vez finalizada la jornada escolar.
15 La jurisprudencia ha insistido en el carácter objetivo de esta responsabilidad. V., en este sentido, entre
otras, SSTS 10 julio 1995 (RAJ 1995, 5556) y 21 noviembre 1998 (RAJ 1998, 8751). La STS 15 marzo
1982 (RAJ 1982, 1379) afirma que el precepto claramente proclama la responsabilidad “con alcance
objetivo, del dueño de los animales, sin más causa de exoneración que la fuerza mayor o la culpa de la
víctima, y, por tanto, sin consideración a su personal participación en los hechos, lo que obliga a
estimarlo responsable por el solo hecho de poseer o servirse del ganado, cualquiera que sea la persona
que lo conduzca en el instante de producirse los hechos dañosos e, incluso, aunque, en ese momento,
nadie lo maneje”.
16 La STS 16 mayo 2008 (Tol 1331057) exoneró al propietario por entender que no se había probado su
negligencia y que este había sido diligente en la realización de las reparaciones exigidas.
17 V. en este sentido STS 12 junio 2008 (Tol 1336000), con cita de otras sentencias.
18 Dice el art. 32 de la Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector Público 1 de octubre
que “los particulares tendrán derecho a ser indemnizados por las Administraciones Públicas
correspondientes, de toda lesión que sufran en cualesquiera bienes y derechos, salvo en los casos de
fuerza mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los
servicios públicos, salvo en los casos de fuerza mayor o de daños que el particular tenga el deber
jurídico de soportar de acuerdo con la Ley”.
19 En ese sentido, puede verse la STS (Sala de lo Contencioso-administrativo) 17 junio 1998 (RAJ 1998,
3149). La sentencia declaró que la Administración educativa debía responder de la muerte de una
alumna, que fue atropellada por el autobús escolar, al que se disponía a subir. El TS insistió en que
“tratándose de una responsabilidad objetiva, resulta indiferente, a efectos de su nacimiento, la mayor o
menor diligencia observada por la Administración para evitar el resultado dañoso —así, en cuanto a la
vigilancia de los menores—, o la concurrencia o no de culpa de la Administración en la aplicación de la
normativa rectora del transporte escolar”.
20 Sin embargo, hasta esas intervenciones legislativas recientes, la determinación de la jurisdicción
de 1984, como la Ley de Responsabilidad civil por los daños causados por productos defectuosos de
1994. La primera contenía, según una opinión mayoritaria, dos regímenes distintos de responsabilidad:
por un lado, el de los arts. 26 y 27 LGDCU, de carácter subjetivo, aunque con inversión de la carga de
la prueba a favor de la víctima; por otro, el contemplado en el art. 28 que sentaba un principio de
responsabilidad objetiva. Por su parte, la Ley de Responsabilidad civil por los daños causados por
productos de defectuosos, promulgada para adaptar el Derecho español a la Directiva de la Comunidad
Económica Europea de 25 de julio de 1985, excluyó de la aplicación de la LGDCU a los daños
irrogados por productos defectuosos, para los que estableció un régimen de responsabilidad objetiva.