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El misterio de la Inmaculada como paradigma de la

antropología cristiana 1

INTRODUCCIÓN

La celebración del 150 aniversario de la definición del dogma de la Inmaculada


Concepción de María -justamente ayer- nos invita a hacer un ejercicio de memoria,
recordando el largo camino recorrido por la reflexión mariológica en torno a esta verdad
de la fe católica. Pero también nos ofrece una buena ocasión para hacer un balance crítico
del pasado y, aleccionados por la historia, mirar hacia el futuro y -en la medida en que
sea posible y conveniente- explorar caminos nuevos. En esta línea de búsqueda y
exploración nos situamos en esta conferencia, tratando de identificar algunas claves que
pueden ayudarnos a comprender y -ojalá también- a vivir mejor el misterio de la
Inmaculada.

Al buscar nuevas formas de comprender la verdad de fe sobre María hemos de ser


conscientes de que, como enseñó el Beato Papa Juan XXIII en su discurso de
inauguración del Concilio (el 11 de octubre de 1962), “una cosa es el depósito de la fe o
las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se
enuncian estas verdades, conservando, sin embargo el mismo sentido y significado”.2

Y es que todos los discursos teológicos -incluidas las definiciones dogmáticas- son
deudores y tributarios de una cultura, una mentalidad y un lenguaje particulares, que
hacen absolutamente necesaria la tarea de interpretación y de traducción para poder
trasvasarlos a otros contextos culturales. Con el agravante de que, aunque invirtamos en
ellas todas nuestras fuerzas y saberes, las mejores formulaciones teológicas serán siempre
una expresión pobre e imperfecta del Misterio; como reza el adagio, “Dios es siempre más
grande” (Deus semper maior!). Por eso habría que decir -por utilizar una expresión feliz
del gran escriturista alemán Heinrich Schlier- que una definición dogmática no significa
“el fin del pensamiento, sino la elevación de lo pensado al ámbito de lo que sin discusión
y sin falta merece pensarse”.3

1
Texto de la conferencia dada en el Centro Francisco Suárez de Granada con motivo de la
celebración del 150 aniversario de la proclamación del dogma, el día 9 de diciembre de 2004. Se ha
publicado -con leves diferencias- en la revista EPHEMERIDES MARIOLOGICAE , vol. 54 (2004) 481-488.
2
AAS 54 (1962), p. 792 (trad. BAC 526, p. 1095). El Concilio recogió esta distinción
fundamental en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual: Aliud est ipsum depositum
fidei seu veritates, aliud modus secundum quem enuntiantur, eodem tamen sensu eademque sententia
(GSp 62b).
3
“Nicht das Ende des Gedenkens, sondern die Erhebung des Bedachten in das unbestreitbar und
unverlierbar Denkwürdige”: H. SCHLIER , Besinnung auf das Neue Testament. Exegetische Aufsätze und

1
Para cualquiera que se asome al actual panorama mariológico resulta evidente que,
cuando se va a cumplir un siglo y medio de la definición, el dogma de la Inmaculada
Concepción de María sigue dando que pensar.4 En buena parte, este interés teológico en
el dogma de la Inmaculada se debe a su relación con el tema del pecado original, con el
que histórica y doctrinalmente ha estado tan unido que hasta podría parecer imposible
separarlos.5

Sin detenernos en este tema más de lo necesario, me parece interesante recordar que,
entre los esquemas preparatorios del Concilio Vaticano II, había prevista una larga
declaración sobre el pecado original, que los Obispos finalmente no llegaron a debatir por
considerar esta cuestión demasiado difícil.6 Cuatro años después, en 1966, el Papa Pablo
VI convocó un coloquio sobre El pecado original ante la ciencia y el pensamiento
contemporáneo, que debería proponer “una definición y una presentación del pecado
original que sean más modernas, es decir, que satisfagan mejor a las exigencias de la fe
y de la razón tal como son sentidas y expresadas por los hombres de nuestro tiempo”.7 El
coloquio, que reunió a los mejores especialistas en el tema, fue tan reservado y controlado
que nunca se han publicado las actas. Veinte años después, en 1985, el Card. Ratzinger
reconocía lealmente que “la incapacidad de comprender y de presentar el ‘pecado
original’ es ciertamente uno de los problemas más graves de la teología y de la pastoral
actual”.8

Vorträge, Vol. II, Freiburg-Basel-Wien 1964, p. 32 (citado por W. BEINERT , Die mariologischen Dogmen
und ihre Entfaltung, en: HANDBUCH DER MARIENKUNDE , vol. I, Regensburg 2 1996, p. 278).
4
A título de muestra, podemos remitirnos a dos recientes simposios mariológicos: S. DE FIORES -
E. VIDAU , Maria santa e immacolata segno dell’amore salvifico di Dio Trinità. Prospettive ecumeniche.
Atti del 2º Colloquio Internazionale di Mariologia. Ascoli-Piceno, 5-7 ottobre 1998 (Roma, Ed.
Monfortane 2000); Il Dogma dell’Immacolata Concezione di Maria. Problemi attuali e tentativi di
ricomprensione. XIV Simposio Internazionale Mariologico (Pont. Fac. Teol. Marianum, 7-10 ottobre
2003), en curso de publicación. Véase también el número monográfico que ha dedicado a este tema la
revista Ephemerides Mariologicae, vol 54 (2004), fasc. 3-4: “La Inmaculada Concepción de María”, en
donde hemos publicado una primera versión del texto de esta conferencia (pp. 481-488).
5
En seguida veremos que no es una misión imposible, y ni siquiera puede considerarse como una
novedad teológica. Sin remontarnos a la tradición antigua o a la visión oriental, de nuestro entorno
inmediato baste recordar los trabajos de Alejandro de Villalmonte OFM y de nuestro querido Domiciano
Fernández CMF (q.e.p.d.). De este último puede verse, por ejemplo, su artículo: La crisis de la teología
del pecado original, ¿afecta al dogma de la Concepción Inmaculada?: EphMar 35 (1985) 277-297.
6
Nos referimos al capítulo VIII en el esquema de la Constitución dogmática De deposito fidei
pure custodiendo, que llevaba por título De peccato originali in filiis Adae. Puede verse el texto en ACTA
SYNODALIA I/IV, pp. 680-687. Los documentos por el Concilio hablan sobre el pecado original de
manera muy breve y alusiva; el texto más amplio es el nº 13 de la Constitución Pastoral, que ni siquiera
lo menciona por el nombre.
7
Cf. La Documentation Catholique nº 1476 (1966), col. 1348.
8
J. RATZINGER - V. MESSORI, Informe sobre la fe, Madrid 1985, p. 87. Han pasado ya otros
veinte años, pero no parece que hayamos avanzado mucho... Puede verse el nº monográfico que la revista
Concilium ha dedicado recientemente a este tema, donde un especialista como B. Sesboüé habla todavía

2
Así las cosas, habrá quien se conforme con repetir unas fórmulas doctrinales que
hoy apenas resultan comprensibles. Pero el hecho de repetirlas no garantiza su vigencia,
ni las hace más inteligibles o provechosas para la vida de los cristianos. En el otro
extremo, habrá también quien sienta la tentación de decir “adiós al pecado original” como
si en esta doctrina tradicional no hubiera ningún elemento valioso que merezca
conservarse, más aún, que sea vinculante. Pero habría que apurar bien esta posibilidad
ante el peligro de que -como suele decirse- al tirar el agua sucia de la bañera, tiremos
también al niño...

En todo caso, una mirada a la tradición oriental nos atestigua que la verdad de fe
proclamada en el dogma de la Inmaculada puede también profesarse sin la mediación
categorial del pecado original. Así, al concluir su valiosa monografía sobre “la
Inmaculada Concepción en la Sagradas Escritura y en la Tradición oriental”, un
especialista como Martin Jugie subraya el hecho de que

“el Oriente ha ignorado, hasta aproximadamente el siglo XVI, cualquier


controversia sobre el punto preciso que se discutía en Occidente: ¿La Santa Virgen
ha sido preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción
en el seno materno?... La mayor parte de los que han admitido expresamente esta
doctrina le han dado una formulación equivalente en términos positivos. En lugar
de decir: María ha sido eximida, preservada del pecado original desde el primer
instante de su concepción, ellos dicen: María ha estado siempre en gracia con
Dios. –Ella ha sido semejante a Eva antes de su pecado. –Ha sido santificada desde
el seno materno. –Ha sido siempre bendita...”.9

De este modo, al afirmar con la Iglesia de Oriente que María es “Toda Santa”
(Panaghía) estamos diciendo, no sólo que ella está libre del pecado original y de
cualquier otro pecado, sino que -positivamente- María es la Llena de gracia, la mujer
enteramente plasmada por el Espíritu, la obra maestra de la Creación... Pero antes de
seguir por este camino, tenemos todavía que desbrozar y roturar el terreno.

ALGUNOS OBSTÁCULOS A EVITAR

De entrada, esta presentación positiva del misterio de la Inmaculada, desde la


perspectiva de la gracia (“caritológica” o “caritocéntrica”), evita algunos obstáculos y
hasta desviaciones que han desfigurado esta verdad de fe y permite disipar diversos

de la “dificilísima cuestión del pecado original” (en su artículo La racionalización teológica del pecado
original: Concilium 304 (2004) 11-19, cit. p. 11). Más recientemente, un especialista como Alejandro
de Villalmonte acaba de publicar un artículo títulado “Preguntas ‘escandalosas’ sobre el pecado original”
(Naturaleza y Gracia 51 (2004) 685-701), en el que la primera cuestión que plantea es si sabe alguién qué
es “eso” del pecado original (pp. 686-688). A la vista del confusionismo existente, su respuesta es
decididamente negativa.
9
M. JUGIE , L’Immaculée Conception dans l’Écriture Sainte et dans la tradition orientale,
Romae 1952, pp. 473s.

3
malentendidos a los que se presta fácilmente, y de los que no están exentos, no digo ya
la devoción popular, sino los propios tratados de teología...

1. Me refiero, ante todo, a una interpretación literal e historicista de los primeros


capítulos del Génesis, que desconoce su género literario y no alcanza a penetrar su
intencionalidad profunda. La exégesis y la teología bíblica actual descubre en ellos un
relato de carácter no histórico sino etiológico, que intenta explicar el origen y la extensión
del mal en el mundo, destacando al mismo tiempo -por encima de ese mal- la bendición
y la promesa divina. Pero muchos libros de teología -por no hablar de algunos
documentos oficiales- siguen hablando todavía de Adán y Eva, del estado paradisíaco, de
la primera caída y de sus desastrosas consecuencias, como si fueran personajes y
acontecimientos históricamente sucedidos. Ya es hora de que la reflexión teológica en
general, y la teología mariana en particular, se liberen de esta pesada hipoteca. Si se me
permite la expresión, tenemos que hacer una teología que sea científicamente sostenible
“después de Atapuerca”.10

2. Pero el lenguaje sobre la mancha del pecado original, y sobre la preservación de


ella en el primer instante de la concepción de María (“Ave María Purísima - Sin pecado
concebida”), se halla también -casi inevitablemente- lastrado por una visión negativa de
la sexualidad que asocia el acto generativo con la propagación del pecado, hasta llegar
a considerar el deseo, el ejercicio y el placer sexual como algo sórdido y pecaminoso, que
sólo sería admisible en aras de la conservación de la especie. 11 Este lastre tan fuertemente
adherido a la idea de la Inmaculada Concepción de María explica que con frecuencia se
la confunda con una concepción virginal, o incluso que se identifique con la concepción
virginal de Jesús.12 Lo grave es que, si se entiende que María no incurrió en la mancha
del pecado porque porque concibió -o porque fue concebida- virginalmente, con ello se
está presuponiendo que el modo humano normal de concebir es un pecado.

3. Junto a este rechazo de la sexualidad, de origen maniqueo y encratita, la idea de


“inmaculada” o “purísima concepción” puede arrastrar otras connotaciones espiritualistas
que, en última instancia, negarían la verdadera humanidad de María y -con ello también-

10
Como ensayos en esta línea, cf. J.-M. MALDAM É , Que peut-on dire du péché originel à la
lumière des connaissances actuelles sur l’origine de l’humanité?: Bulletin de Littérature Ecclésiastique
97 (1996) 3-27; M. NEUSCH , Le péché originel. Son irréductible vérité: Nouvelle Revue Théologique
118 (1996) 237-257.
11
Ha pesado en la tradición católica la postura radicalmente negativa de S. Agustín. Véase, p.ej.,
su debate con Julián de Eclana en De nuptiis et concupiscentia II, 19,34 - 21,36, donde el Obispo de
Hipona considera la libido como un mal en sí mismo, aunque pueda darse un uso lícito dentro del
matrimonio y al servicio de la procreación.
12
Un ejemplo chocante de esta confusión se encuentra en el conocido manual de Iniciación a
la práctica de la teología, tomo 3/2, Madrid 1985, p. 469, donde bajo el epígrafe de la “Inmaculada
Concepción”, el editor castellano -responsable de la bibliografía- cita La virginité de Marie, de Hervé
Nicolas, y Sens et historicité de la Conception virginale, de René Laurentin, extendiéndose “sobre la
controversia católica acerca de la concepción virginal”. Todo esto tendría que estar en el apartado
siguiente (“Maternidad divina y virginidad”).

4
el realismo de la encarnación del Verbo. Llevada al extremo, esta tendencia vería en la
inmaculada concepción de María una especie de “cortafuegos” que impide la propagación
del pecado original, de modo que no pueda alcanzar a su Hijo. Con lo cual se invierte
completamente el sentido del dogma, atribuyendo a quien es preservada la función de
preservadora.13

De hecho, sin llegar a hacer de María una diosa, tanto la piedad popular como cierta
teología han podido hacer de ella un ser angelical o etéreo, al que no afectarían las
servidumbres inherentes a la condición humana, hasta el punto de llegar a postular su
exención de la muerte. O bien la ha convertido en una especie de “niña burbuja”, aislada
y protegida frente a cualquier realidad mundana que pudiera mínimanente contaminarla.
Baste recordar aquí la leyenda del Protoevangelio de Santiago sobre la consagración y
el modo de vida de la pequeña María, en la casa paterna y en el templo.14

4. La idea misma de “consagración” puede estar afectada por una visión dualista,
característica de la mentalidad del “tabú”, que establece una rígida separación y hasta
oposición entre lo sagrado y lo profano. Desde el punto de vista de la fe cristiana, el
desmentido más radical y absoluto a esta mentalidad está en el hecho mismo de la
encarnación del Verbo: en el Dios-hecho-hombre han quedado definitivamente abolidas
todas las barreras entre lo sagrado y lo profano. La realidad humana y la entera creación
han quedado consagradas: no hay ya nada que sea profano o impuro, a menos que -por
el mal uso de la libertad- se sustraiga o se rebele a esta acción consagradora y
recapituladora, que restituye a las realidades creadas por Dios aquella bondad original que
les había sido negada u ocultada por el hombre.15

5. Una última observación crítica merecerían las connotaciones belicosas, agresivas


y militantes que a lo largo de la historia se han ido adhiriendo a la imagen de la
Inmaculada. Según el relato del Génesis, la enemistad entre la Serpiente y la Mujer, y
entre sus respectivos linajes, concluirá cuando el descendiente de la Mujer pise la cabeza

13
Un ejemplo de esta confusión podría ser la postura de A. MITTERER , Vom differentialem zum
integralem Begriff der Unbefleckten Empfängnis: Zeitschrift für Katholische Theologie 76 (1954) 317-
327.
14
Según este Protoevangelio, Ana no habría dado el pecho a María hasta que se cumplieron los
días de su purificación, o sea, hasta pasados los ¡ochenta días! (V,2; cf. Lv 12,5); durante sus primeros
años María habría vivido recluida en su habitación, convertida en oratorio (VI,1); al cumplir los tres años
habría sido llevada al templo (VII,2), donde permaneció otros doce años, siendo alimentada por un ángel
(VIII,1), etc. Puede verse una traducción del texto en la colección Apócrifos Cristianos nº 3: El
Protoevangelio de Santiago (ed. Ciudad Nueva -Fundación San Justino, Madrid 1997).
15
Sobre la ambigüedad y las transformaciones en el concepto bíblico de impureza, es interesante
el artículo de P. SACCHI, Isaia 6 e la concezione di impurità nel medio giudaismo: Vivens Homo 13
(2002) 55-76 (con ulterior bibliografía). La ruptura de la mentalidad tabú encuentra una ilustración muy
expresiva en la escena de Belén, donde un establo se convierte en el templo del Dios-con-nosotros y el
pesebre viene a ser el primer altar eucarístico en el que María deposita al Pan de Vida!: cf. J.Mª
HERNÁNDEZ MARTÍNEZ , María en el ministerio eucarístico de los sacerdotes claretianos. V Semana
Sacerdotal Claretiana, Vic 2003 (en curso de publicación).

5
de la Serpiente, mientras que ésta intenta inútilmente morder su calcañar (cf. Gn 3,15).16
En la relectura actualizadora que hace de este mito el capítulo 12 del libro del
Apocalipsis, el gran Dragón rojo -identificado con la Serpiente antigua y llamado también
Diablo y Satanás- pretende vanamente devorar al Hijo de la mujer, que es exaltado hasta
el trono de Dios; e igualmente inútiles son los sucesivos ataques que dirige contra la
Mujer, puesta siempre a salvo por la protección divina... La interpretación mariológica
de este episodio ha visto en la madre del Mesías la mujer victoriosa sobre el poder del
mal. Pero en la perspectiva de la revelación cristiana, esta victoria sobre el mal se realiza
siempre con las armas de Dios (la verdad, la justicia, el martirio...) y nunca va dirigida
contra la carne y la sangre, sino contra los poderes malignos que oprimen a los hombres
(cf. Ef 6,12s).

Según esta imagen bíblica, la inmaculada concepción de María significa mucho más
que una simple preservación del pecado, al revelar también su implicación activa en la
lucha contra las fuerzas y estructuras del mal, claramente denunciadas ya en su
Magnificat. Pero esto no significa que se pueda utilizar a la Inmaculada como bandera o
estandarte -no digamos ya nombrarla Generala o Capitana- de ninguna guerra fratricida
(todas lo son)... ¡Por más que pretendan vestirse con capa de cruzada!17 La ideología de
la violencia convierte aquí a la perseguida en perseguidora, olvidando que María es
siempre, y para todos, madre de misericordia.18

Podríamos prolongar este repaso a los errores o mixtificaciones que se han adherido
a la verdad de fe sobre María (vgr., a partir de una concepción excesivamente jurídica,
mecánica y cuantitativa de la Redención), pero no debemos quedarnos en la labor crítica
(“deconstructiva”). Es hora de hacer una propuesta más positiva para situar y comprender
el misterio de la Inmaculada desde las claves de la teología actual.

16
Aunque tanto el texto hebreo como los LXX hablan de su descendencia (uno de su linaje),
la traducción latina de la Vulgata interpreta que es la mujer misma quien pisa la cabeza de la Serpiente
(Ipsa conteret caput tuum). Como es sabido, la iconografía mariana ha popularizado esta interpretación,
con algunas variantes de interés (pensamos, p.ej., en el cuadro de Caravaggio La Madonna dei
Palafrenieri, conservado en la Galleria Borghese de Roma).
17
Es interesante cómo San Antonio María Claret, en la carta pastoral que escribió con motivo
de la proclamación del dogma de la Inmaculada, sabe distinguir entre la cabeza de la serpiente, que es
quebrantada por la Mujer (sigue la traducción de la Vulgata), y el resto de su cuerpo, formado por los
pecadores, que son objeto de su mirada misericordiosa: “la Virgen sólo pisa la cabeza y mira con lástima
y compasión el cuerpo de esta serpiente, deseando su conversión”. Puede verse el texto completo en SAN
ANTONIO MARÍA CLARET , Escritos espirituales, [BAC 471] Madrid 1985, pp. 435-485 (cit. p. 483). Nada
más lejos de ese “espíritu de venganza” (Geist der Rache) que se ha infiltrado en cierta apocalíptica
mariana: cf. G. BACHL , Über den Tod und das Leben danach, Graz-Wien-Köln 1980, pp. 192ss.
18
Para una ampliación sobre el tema, cf. J.Mª HERNÁNDEZ MARTÍNEZ , Ex abundantia cordis.
Estudio de la espiritualidad cordimariana de los Misioneros Claretianos, Madrid 1991, pp. 188-192
(“María victoriosa en la lucha contra el mal”). Digamos que tanto Pío X (“Ad diem illud”, 2/2/1904)
como Pío XII (“Fulgens corona”, 8/9/1953) interpretan el dogma de la Inmaculada en clave de lucha
contra los errores modernos (racionalismo, materialismo...) y con una óptica de “neo-cristiandad”. Sobre
el tema, cf. CL . BOFF , Dogmas marianos e politica: Marianum 62 (2000) 121-142.

6
LA INMACULADA COMO PARADIGMA DE LA ANTROPOLOGÍA
CRISTIANA

Tras denunciar estos errores y descartar algunos caminos que nos parecen desviados,
es hora ya de proponer una visión más positiva. Sin pretender una exposición completa
y sistemática, voy a indicar algunas pistas y perspectivas que considero más pertinentes
e iluminadoras para la comprensión y la vivencia del misterio de la Inmaculada.

1. Y ante todo, como ya indicábamos, el misterio de la inmaculada concepción de


María ha de entenderse desde la perspectiva de la gracia y de la santidad con que Dios
la ha revestido, haciendo de esta mujer de nuestra raza la “Toda Santa”, “la Llena de
Gracia” por antonomasia (perspectiva “caritológica”). Ahora bien, dando un paso más,
esta verdad de nuestra fe no debería entenderse de manera excluyente, afirmando en
María una gracia o una santidad original que al mismo tiempo se niega al resto de los
seres humanos. La profesión de fe en Cristo como único mediador o como salvador
universal no implica necesariamente que todos los hombres, con la única excepción de
María, nazcan ya en pecado, apartados de Dios y sometidos a la esclavitud del demonio...
Al contrario, la revelación cristiana nos habla de que, en el plan divino de la salvación,
todos somos amados y agraciados en el Hijo de una manera completamente gratuita, y
mucho antes de que lleguemos a conocer y podamos corresponder personalmente a este
designio amoroso. El Apóstol lo ha expresado maravillosamente en los versos iniciales
de la Carta a los Efesios:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos
ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados
en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la
gloria de su gracia, con la que nos agració en el Amado” (Ef 1,3-6).

La llamada a la santidad, a la filiación y a la vida divina no es privilegio de nadie,


sino el regalo que Dios nos hace a todos en su Hijo Amado. En este sentido, la unión
personal con Jesucristo mediante la fe y el bautismo nos habilita para vivir la común
condición filial a imagen y semejanza del Hijo, y en comunión con todos los miembros
de su Cuerpo, que se saben llamados y se esfuerzan para ser santos e inmaculados en su
presencia por el amor (cf. Ef 1,4).19 Este amor, que es participación en la vida divina, es
también la quintaesencia de la santidad cristiana (cf. Lc 6,36; Jn 15,1-17). Por eso, bien
entendida, la santidad no implica nunca segregación o alejamiento de los otros, sino al

19
El hecho de que el sacramento del Bautismo -dentro del proceso global y unitario de la
iniciación cristiana- nos habilite para vivir como hijos de Dios en Cristo no significa -como parece dar
a entender el Catecismo de la Iglesia Católica- que los no bautizados “estén privados de la gracia
inestimable de ser hijos de Dios” (cf. CCC nº 1250). La condición de hijo de Dios, propia de todo ser
humano, se puede vivir de muchas maneras. En el caso del cristiano, la incorporación a Cristo le permite
vivirla de manera más plena, consciente y activa: a imagen y semejanza del Hijo.

7
contrario: solidaridad y cercanía, misericordia y compasión, entrega y servicio.20 Y sin
olvidar, claro está, que este amor humano, a la vez filial y fraterno, es siempre el fruto y
la respuesta al Amor primero (cf. 1Jn 4,7-21).

2. Esta perspectiva bíblica nos lleva a interpretar la inmaculada concepción de


María, no como un privilegio, sino como un paradigma.21 Así, al afirmar que la gracia de
Dios está presente y operante desde el primer instante de la existencia histórica de María,
no hablamos de un caso único, sino más bien del ejemplo más eminente de una realidad
de gracia original que afecta a todo hombre que viene a este mundo: ese Amor primero
por el que todos somos elegidos, amados y agraciados en el Hijo, llamados a vivir su
misma vida divina y a participar de su herencia eterna. Esta realidad de gracia precede a
la respuesta humana y sólo podría quedar en entredicho -nunca totalmente anulada- por
el pecado personal, es decir, en la medida en que la persona libremente la rechaza.22

3. Al mismo tiempo que afirmamos esta gracia original no podemos ignorar la


realidad multiforme del pecado, que no se agota en la suma de los pecados individuales,
y tampoco en las estructuras sociales creadas por el pecado (“pecado estructural”). En este
sentido, la doctrina tradicional del pecado original -originado- nos recuerda, por un lado,
la existencia de una realidad maligna que como una atmósfera difusa nos envuelve y nos
va afectando desde el mismo comienzo de nuestra vida, pues venimos a nacer en una
situación ya marcada y contaminada por el pecado de todos los que nos han precedido.
Pero, por otro lado, la doctrina del pecado original apunta también a esa tendencia
desordenada que interiormente nos predispone y nos inclina hacia el mal, presentándolo
como algo atractivo y apetecible (cf. Gn 3,5s).

Para precisar más -dentro de lo que cabe- esa realidad interior negativa, inherente
a nuestra condición humana, tendríamos que partir de esa fragilidad y menesterosidad
radical que provoca en el ser humano la angustia ante la muerte y de la que, como

20
Esta novedad ha sido captada y desarrollada por el autor de la Carta a los Hebreos cuando
presenta al Sumo Sacerdote de nuestra fe como el que no se avergüenza de llamarnos hermanos (2,11),
pues se ha hecho en todo semejante a nosotros (2,17), y como el que puede compadecerse de nuestras
flaquezas porque ha sido probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado (4,15). Al final de su
encíclica Veritatis Splendor, el Papa Juan Pablo II ha aplicado también esta clave de comprensión a la
santidad inmaculada de María: “María comparte nuestra condición humana pero con total transparencia
a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda
debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de madre” (nº 120)
21
En el simposio celebrado en el Marianum Ignacio Calabuig notaba cómo el término
“privilegio” en la Ineffabilis Deus pretendía expresar la grandeza de María y cómo el Vaticano II ha
abandonado esta terminología sustituyéndola por la de servicio y comunión. Por nuestra parte, hemos
desarrollado ya esta clave de comprensión a propósito del dogma de la Asunción: cf. J.M. HERNÁNDEZ
MARTÍNEZ , La Asunción de María como paradigma de la escatología cristiana: EphMar 51 (2000) 249-
270. A diferencia de la mariología de privilegios, de cuño neoescolástico, esta perspectiva responde
mejor a la visión bíblica y patrística de María como miembro eminente y ejemplar de la Iglesia.
22
Incluso en este caso, la revelación nos enseña que por encima del pecado sobreabunda la gracia
(cf. Rom 5,20), al menos como oferta gratuita y permanente que abre espacios para la conversión, la
reconciliación y la vida nueva.

8
reacción, brota en nosotros el deseo instintivo de aferrar y poseer todo lo que parece
ofrecernos alguna seguridad, y también el miedo instintivo ante todo lo que pudiera
amenazarla o arrebatarla. Tales miedos y deseos -generalmente inconscientes- nos llevan,
además, al enfrentamiento y a la violencia contra todos aquellos que en esta situación
existencial, de una u otra manera, se nos presentan como rivales o potenciales enemigos
(¡incluido el mismo Dios!).23 Desde este punto de vista, la Serpiente del Génesis no sería
más que la figura simbólica de esa avidez instintiva en el ser humano que, al ignorar los
propios límites, se hace productora de engaño y de muerte. La codicia, en efecto, nos lleva
a considerar al otro como un objeto, como un rival o como un instrumento de los propios
deseos.24

4. Pues bien, de esta menesterosidad radical y de sus manifestaciones pecaminosas


(voluntad de poder y dominio, codicia, envidia, rivalidad...) sólo puede liberarnos la
experiencia de un amor absolutamente gratuito, eterno e incondicional, providente y
misericordioso: el amor de Dios. Esta experiencia del amor de Dios, a la que todos
estamos llamados, se ha realizado en María de una manera singular y eminente, en
función de su particularísima misión en la historia de la salvación: nada menos que ser
la Madre del Hijo de Dios, del Amado... A posteriori, la experiencia que María ha tenido
de ese amor divino se manifiesta en la confianza con que acoge la llamada de Dios y en
la entrega incondicional a lo que Dios quiere de ella, aunque de hecho llegue a
desconcertar y trastocar sus proyectos iniciales. Así lo proclama ella misma en el canto
del Magnificat, expresión palmaria de un corazón liberado del orgullo, la codicia y la
ambición, de todos esos “ídolos de muerte” que seducen, esclavizan y -finalmente-
sacrifican a los hombres (poder, dinero, fama...). El profundo contraste que existe entre
los sentimientos y actitudes que afloran del corazón de María -aquí y a lo largo de todo
el Evangelio- y las que subyacen en los primeros pecados narrados en el libro del Génesis,

23
Esta interpretación del pecado original en relación con la codicia y la rivalidad que provocan
la indigencia y angustia radical del ser humano ha encontrado apoyo en el psicoanálisis y otras ciencias
del hombre. Así, p.ej., puede decirse que “este deseo edípico de ser el centro del mundo, de ser amado
y admirado como ninguna otra persona, de ser el primero entre los hermanos y compañeros, de poseer
todo el poder y el saber, es, desde el punto de vista de la psicología, el pecado original”: D.B. COZZENS ,
La faz cambiante del sacerdocio, Santander 2003, p. 81, en referencia al estudio de P.C. VITZ - J.
GARTNER , Christianity and Psychoanalysis. Part I: Jesus as the Anti-Oedipus, en: Journal of Psychology
and Theology 12 (1984) 1-14. Puede verse también el ensayo de E. DREWERM ANN , Strukturen des Bösen,
T. 2: Die jahwistische Urgeschichte in psychoanalytischer Sicht, Paderborn 1977. Desde el punto de vista
de la antropología cultural, son también convergentes los estudios de R. Girard sobre la envidia mimética
como mecanismo desencadenante de la violencia. Como introducción al tema, cf. el brillante ensayo de
G. BAILIE , Violence Unveiled. Humanity at the Crossroads (New York 1995); desde el punto de vista
bíblico, cf. R. SCHW AGER , Brauchen wir einen Sündenbock? Gewalt und Erlösung in den biblischen
Schriften (Thaur-Wien-München 3 1994).
24
Cf. A. WÉNIN , La serpiente y la mujer, o el proceso del mal según Génesis 2-3: Concilium 304
(2004) 47-55. El núcleo de esta interpretación se encuentra ya en un pasaje de la Carta de Santiago:
“Ninguno, al verse incitado a pecar diga: ‘Es Dios quien me está incitando a pecar’; pues nadie puede
incitar a Dios para que haga el mal, y él no incita a nadie a pecar. Cada uno es incitado a pecar por su
propia avidez, que lo arrastra y lo seduce. Después la avidez concibe y da a luz al pecado, y el pecado,
una vez consumado, origina la muerte” (Sant 1,13-15).

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es la confirmación elocuente de que María ha sido inmune a esta fuerza contagiosa del
pecado. Ella misma nos revela cuál es el antídoto que la ha preservado: la experiencia de
la gracia original, que es una fuente inagotable de confianza y de gozo exultante: «Se
alegra mi espíritu en Dios mi salvador... El Poderoso ha hecho obras grandes por mí... Ha
mirado la humillación de su esclava...». El gozo en Dios fue su fortaleza.

5. Pero esta experiencia de la gracia se verifica en un entorno humano y en un


itinerario vital concreto, en el que existen múltiples mediaciones. El Magnificat de María
habla de las obras grandes que Dios ha realizado en su vida, pero también de la promesa
de Dios a los padres y de la misericordia que ha mostrado a sus fieles de generación en
generación. Así, la experiencia de María enraiza y entronca en una larga historia de
salvación, en la que ella se ha sentido y se siente muy bien acompañada. Por eso, histórica
y teológicamente, la figura de María sólo puede entenderse unida a su Hijo, desde luego,
pero también dentro de un entorno familiar que se va ensanchando a la comunidad de los
discípulos -la nueva familia de Jesús- y que se prolonga -más allá de su itinerario terreno-
en el gran misterio de la comunión de los santos. Así nos la presentan los recientes
acuerdos ecuménicos que han abordado el tema mariológico.25

En este ámbito comunitario de la gracia, María ha ido descubriendo la mirada


amorosa de Dios y su vocación personal dentro del plan divino. Como todos los seres
humanos, también ella ha sido agraciada en la persona del Hijo, pero de la manera más
plena y directa en que puede participar una criatura: siendo su propia madre. La elección
y habilitación de María para esta misión materna (primero como madre del Hijo de Dios,
y luego como madre de todos sus hermanos) implican una gracia singular, inmerecida e
inigualable, que hace de María la «llena de gracia» por antonomasia. Pero, como ha
señalado el Grupo ecuménico des Dombes, «si María ha sido “llena de gracia” de una
manera única, es para testimoniar que nosotros, por nuestra parte, somos alcanzados por
el don sobreabundante de la gracia que Dios nos ha concedido en su Hijo querido (cf. Ef
1,6)».26

6. Para terminar, permitidme un apunte de teología sacramental. Como pueblo de


Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, la Iglesia está llamada a ser en medio del
mundo el ámbito y el instrumento visible de la gracia. En la medida en que introduce en
este ámbito de gracia, el Bautismo nos libera de ese otro ámbito de pecado que con la
tradición podemos llamar «pecado original». Pero, más que la dimensión negativa,

25
Cf. especialmente el documento del GROUPE DES DOM BES , Marie dans le dessein de Dieu et
la communion des saints (París 1999); también el documento de acuerdo luterano-católico en Alemania,
Communio Sanctorum: Die Kirche als Gemeinschaft der Heiligen (Paderborn 2002). También E.A.
JOHNSON , Truly Our Sister. A theology of Mary in the communion of saints (New York 2003); BLAS
RIVERA BALBOA , María en la comunión de las Iglesias (Jaén 2004).
26
Marie dans le dessein de Dieu, nº 274 (p.141s). De este modo se comprende que “la
Inmaculada Concepción -no menos que la Asunción- habla de hecho de nuestra propia vocación” (ibid.).
“Igual que la Asunción de María significa el cumplimiento de la salvación que Dios comunica a todos
los hombres (nn. 264-265), así también su Inmaculada Concepción significa la vocación a la santidad a
la que Dios nos llama a todos (cf. Ef 1,4)” (nº 268).

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también aquí importa subrayar la dimensión positiva: el Bautismo es el sacramento que
recrea y simboliza la experiencia original de Jesús en el acontecimiento del Jordán: “Tú
eres mi Hijo, el Amado”... Por lo demás, tanto la liberación del pecado como la
personalización de la gracia han de entenderse, no de modo puntual y abstracto -como si
el sacramento actuara por arte de magia- sino de manera procesual, dinámica e histórica:
como un camino de vida, en el que -animados por el Espíritu de Jesús y acompañados por
la comunidad de la Iglesia, vamos haciendo realidad el sueño de Dios sobre nuestro
mundo. Ese sueño que en María ha encontrado la realización más perfecta, la respuesta
más generosa.

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