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Ana la pequeña pastora

Había una vez una hermosa niña llamada Ana, quien tenía la
edad de 12 años, ella vivía junto a sus padres en un maravilloso
Autora: Sonia Lisbet pueblo del altiplano, rodeado de hermosos paisajes montañosos.
Salvatierra Bartolome Desde que era muy pequeña, Ana acompañaba a su madre a
pastorear a sus llamitas, mientras que su padre trabajaba en el
terreno. A ella le gustaba mucho las llamitas que pastaban en las colinas cercanas.
Su lana suave y sus ojos brillantes le traían una sensación de calma y alegría.
Un día, mientras Ana caminaba por los pastizales, se
encontró con un pequeño rebaño de llamas perdidas.
Sin dudarlo, se acercó a ellas y notó que estaban algo
asustadas y confundidas porque se encontraban solas.
Entonces decidió quedarse con las llamitas hasta que
encontrara a su verdadero dueño, pero el día pasó y
nadie apareció.
Ana sintió un fuerte vínculo con esas llamitas y, como
ya había aprendido mucho sobre su cuidado y
pastoreo junto a su madre con su propio rebaño, decidió hacerse cargo de ellas
puesto que desde sus 10 años ella sola se hacía cargo de ir a buscar pastizales
para sus llamitas. Con el apoyo de sus padres, construyó una pequeña cabaña en
las colinas para vivir cerca de sus nuevas amigas.
Desde ese día, Ana se convirtió en la pastora más joven y valiente que el pueblo
había conocido. Se dedicaba a proteger y cuidar a las llamas todos los días. Las
peinaba con suaves cepillos y les daba deliciosas hierbas que encontraba en el
campo. Jugaba con ellas, saltando y riendo
mientras las veía correr felices; tanto que cada una
de ellas tenía un nombre y a su amiga llamita con la
que más compartía la nombró Imillita.
Ana y las llamas se convirtieron en una
representación encantadora de amistad y
dedicación para los lugareños. Los turistas de otras
tierras lejanas que llegaban al pueblito donde vivía
la pequeña junto a su familia, presenciaban y
apreciaban la increíble conexión que Ana tenía con
las llamitas. A menudo, la niña organizaba pequeñas excursiones en las que
invitaba a sus amiguitos del pueblo a caminar junto a su rebaño, con la intención
de divertirse sanamente unos con otros.
Un día, mientras Ana y las llamas caminaban por una nueva ruta por las
montañas, en el cielo se formó unas grandes nubes grises oscuras, la cual todo
indicaba que se aproximaba una tormenta. La lluvia caía sin piedad, y Ana sabía
que debían buscar refugio rápidamente. Sin pensarlo dos veces, condujo a las
llamitas hacia una cueva cercana. Se aseguró de que estuvieran a salvo y secos
antes de preocuparse por ella misma.
Dentro de la cueva, Ana abrazó a las llamitas y le susurraba a cada una de ellas
palabras lindas de aliento mientras la tormenta seguía con mucha fuerza afuera.
Pasaron la noche juntas, compartiendo calor y compañía. La valiente pastora
sabía que la amistad y el cariño que había creado con las llamitas eran algo único
y especial para ella.
Desde ese día, Ana y sus llamitas se volvieron inseparables. Juntas, recorrieron
los paisajes montañosos, disfrutaron de la belleza de la naturaleza y compartieron
momentos de felicidad y aventura.
La historia de la niña pastora y sus amadas llamas se esparció por todo el país,
inspirando a muchas otras personas a conectarse con la naturaleza y a cuidar de
aquellos seres vivos que la habitan a su
alrededor. Ana demostró que, a veces, la
valentía, sincera y verdadera amistad de una
niña pequeña pueden hacer una gran
diferencia en el mundo.
Y así, Ana siguió pastoreando a sus llamitas
con amor y dedicación, y su historia se
convirtió en una leyenda que perduró en el
tiempo, recordando a todos que, cuando
cuidamos de la naturaleza y sus criaturas,
también cuidamos de nosotros mismos. Y así
fue como una pequeña niña se convirtió en la
guardiana de la montaña y en la amiga
leal de las llamitas.
Cuento verdadero, cuento inventado, cuéntame el tuyo que el mío ha
terminado.

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