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Sacrificio de amor

Ana era una mujer encantadora, sus ojos eran dos ventanales hacia el misterio de las emociones. Su cabellera
era abundante, larga y negra, su piel era un poco bronceada. Su rostro siempre estaba decorado con una
sonrisa radiante, hasta el sol sentiría envidia ante tanto esplendor.

Ana era viuda, tenía dos hermosa hijas, dignas de cualquier elogio, tan hermosas como la madre, pero muy
traviesas. Tanto, que Ana se acostaba exhausta de tanto correr y estar pendiente de las traviesas niñas. Ella
había cerrado toda esperanza de amor en su corazón, su vida se centraba en sus dos hijas.

Pasaron dos años y ella comenzó a compartir con un nuevo amigo.


Siempre él tenía la misma excusa para verla. Le invitaba a tomar un café. Era educado, amable y muy dulce.
Pero sobre todo se ganó el amor de sus dos pequeñas traviesas.

Así pasó algún tiempo y Ana se sentía sola. El amigo, de ella se enamoró, le propuso matrimonio y
tiernamente ella aceptó. Pasaron algunos meses y un tormento en ella nació, un viejo amor regresaba y toda
su vida se nubló.

Su vida ahora era triste, pensando en su viejo amor, igual aquél sufría viendo que ella se casó. Ella se separó
de aquél hombre noble y bueno, para intentar una nueva vida con ese hombre que había regresado de muy
lejos.

Pero lo que Ana no sabía era que aquel hombre estaba acostumbrado a la soledad, al silencio, a la
independencia, lo cual fue un terrible choque entre el comportamiento travieso de sus hijas que tanto lo
irritaba.

Una torre de cristal de ilusiones se derrumbaba en un solo día.


Ana era una mujer un poco impetuosa y tomó una decisión arrebatadora. Volvería a su casa con sus hijas.
Nada la detuvo, pues, una vez que se alejó de esa casa una frase escrita por él en las redes sociales la
marcaría de por vida… “La Paz no tiene precio”.

Ella sintió que su mundo interior se desplomaba, que moría, que su alma se iba deshojando como los árboles
en otoño… un frío indescriptible recorrió su cuerpo y peor aún… su alma.

Pasaron los días y alguien esperaba en silencio, en la oscuridad.


Alguien con los brazos abiertos, con el alma llena de amor para dar. Allí seguía, esperando, dispuesto a coser
aquel corazón roto con hilos de esperanza.

Pasó el tiempo y con gestos de afecto, sinceridad, su antiguo esposo le ofreció cobijo, formar un hogar
y Ana aceptó. Comprendió que quien te ama te acepta con tus defectos y virtudes. Sus hijas, pilares
fundamentales en su vida, se sentían felices, estables. Ella echó a andar su vida, pues ésta no se detiene y
mucho menos el tiempo, el cual es inclemente y no perdona.
La rana que quería ser princesa

Desde hace tiempo, una rana soñaba con ser princesa, ella pasaba todo los días viéndose al espejo con
frecuencia, a cada hora, a cada instante, inclusive mucho antes de irse a dormir. Cierto día, le tocaron la
puerta y al abrir era un sapo que la esperaba allí. Lo primero que ella le vio fue un físico perfecto y una forma
de hablar espectacular, pero finalmente se quedó viendo su vestimenta parecida a la de un obrero y lo rechazó
porque estaba completamente sucio.

El sapo a duras penas iba a comenzar a hablar; pero se fue muy apenado porque la rana le cerró la puerta con
fuerza. El mismo sapo estuvo volviendo al lugar por siete veces y ella con la misma le cerraba la puerta
cuando le tocaba responderle. Un día ella decidió salir a inhalar aire y llevar un poco de sol, pero nunca dejó
de verse en el espejo, nunca dejó de ponerse sus mejores vestidos, nunca dejo de soñar su vida como
princesa.

Y al salir vio un grupo reunido, cosa que le dio curiosidad y se unió a el sin decir nada, y vio que en el centro
del grupo se encontraba el mismo sapo que ella le cerró la puerta en ocasiones anteriores; vestido como todo
un príncipe, con el mejor traje que allá visto jamás. Entonces sin perder más tiempo se le acerco a el sapo y le
dijo hola te acuerda de mi, al final el le contesto que si, mientras se alejaba del lugar.

Entonces fue allí donde ella prefirió entrar nuevamente a su casa. Al día siguiente el sapo volvió a vestirse
como antes igual a un obrero y se dirigió a la casa de la rana, tocándole de nuevo a la puerta; pero al abrir la
rana por vez última le cierra la puerta con fuerza y el sapo con la palabra en la boca se aleja del lugar. Dos
días más tarde ella volvió a salir a inhalar aire y a llevar un poco de sol y otra vez volvió a ver al mismo sapo
vestido con la misma facha de ropa anterior.

Pronto llegó el papá del sapo al lugar; que era el rey. Ella contempló muy animada al sapo muchas veces, el
rey le preguntó al sapo si había buscado a su princesa y el muy apenado le dijo que si, pero ella le lanzaba la
puerta en la mayoría de veces que iba allá. El rey le dijo que se quedara tranquilo, que pronto la encontraría y
que sólo quería que fuese feliz. El sapo le respondió padre: “voy a volver a ir allá. Voy a volver, a ver si
puedo hacer el intento nuevamente”. Pero cuando aquella rana escuchó aquello, se fue corriendo a su casa sin
decir nada.

Pero al llegar a la casa se dijo una y mil veces: “la próxima vez que toque aquel sapo lo oiré”. Paso un día y
otro detrás de otro, y así fueron pasando los años; pero ella seguía sola en la puerta o en el espejo se quedaba
esperando a su príncipe. Pero ya cuando ella se dio cuenta de que ya su príncipe no vendría, ya era
demasiado tarde; ya había perdido toda una larga vida esperando.
Aprendiendo de los animales
Esta es la historia de unos simpáticos animalitos que vivían muy felices en las orillas de un rió. Todos los
días se reunían para  compartir sus experiencias mientras que bebían agua y se daban un refrescante baño.
– Que sabroso es beber agua. Dice el jaguar mientras toma un sorbo de agua.
– Si jaguar es por eso que este río vale oro. Dice el conejo.
– ¿Qué seria de nosotros los animales sin este rio? Dice el conejo.
– No diga eso conejo este rio es la vida para todos nosotros sin el todos moriríamos.
En esos momentos llega la mariposa, acompañada de la tortuga y la venada, pues todos eran amigos y esa
hora se encontraban en el río.
– Buenas tardes amigos. Dice la mariposa.
– Buenas tardes responden el conejo y el jaguar.
– Hola amigos. Dicen la venada y la tortuga.
– Hola. Responden todos.
Así los animales pasaban momentos muy amenos a las orilla del rió, se sentían muy bien y se divertían
mucho. El tiempo fue pasando y los alrededores del río se fueron poblando de personas, que empezaron a
arrojar los desperdicios al río causando la contaminación de este. Los animales se fueron enfermando y otros
murieron debido a esta situación.
– Amigos debemos hacer algo la situación es grave ya muchos de nuestros hermanos han muerto, el agua esta
contaminada si la bebemos nos enfermaremos y si no la bebemos moriremos de sed. Dice muy preocupado el
jaguar.– Hemos tenido que recorrer grandes distancias para conseguir otras fuentes de agua. Dice el conejo.
– Que tristeza que esto este pasando. Dice muy triste la mariposa.
– Todo esto es culpa de los humanos que no saben cuidar la naturaleza. Dice muy lentamente la tortuga.
– Si los humanos son inteligentes, pero a veces no la demuestran. Dice enojada la venada.
Los animales querían ayudar de alguna manera a buscar una solución, pero no sabían como hacerlo.
Un día fueron al río dos niñas llamadas Daniela y Andrea, estas habían sido enviadas por su madre a botar
una basura. Los animales estaban cerca reunidos hablando de la terrible situación, cuando vieron a las niñas
arrojando desperdicios al río se enojaron mucho y las enfrentaron.
– ¿Es que no les da vergüenza lo que están haciendo? Dice el jaguar a gran voz.
Las niñas por poco se desmayan del susto al ver todos los animales, se abrazaron y no podían hablar por el
miedo que sentían.
– Ustedes no saben que hay que cuidar la naturaleza, sobre todo el agua, todos la necesitamos para vivir.
Dice el conejo. – ¿Por que hacen eso niñas? Dice la tortuga.
– ¿Es que ustedes los humanos no pueden vivir en armonía con los recursos que Dios nos ha dado? Dice la
venada. – Este río esta contaminado por culpa de ustedes. Dice la mariposa.
Las niñas temblaban de miedo, pero se animaron a hablar ya que se dieron cuenta de que los animales tenían
razón.
– Por favor no nos hagan daño ustedes tienen mucha razón, yo se lo he dicho a mi madre, pero ella dice que
es mas fácil botar todo aquí. Dice Daniela.
– Mi maestra siempre nos dice que debemos cuidar el ambiente. Dice Andrea.
– Por favor dígnanos que podemos hacer para ayudar.
– Nuestra situación es grave niñas porque no tenemos agua para beber. Dice el jaguar.
– ¡Ya se que podemos hacer para ayudar Dice Andrea!
– ¿Qué? Pregunta el conejo.
– Vamos a organizar una campaña de la conservación del ambiente con ayuda de nuestra maestra.
– Si eso haremos nosotras los vamos ayudar. Dice Daniela.
Las niñas organizaron una campaña sobre la conservación del ambiente con ayuda de la maestra. Los
pobladores limpiaron el rió y todos aprendieron la lección ya que la campaña tenia por nombre “aprendiendo
de los animales” se dieron cuenta de que los animales saben convivir con la naturaleza a pesar de que no
cuentan con la misma inteligencia de nosotros los humanos. Tiempo después los animales volvieron a sus
habituales reuniones  y se sentían muy felices de poder beber agua y refrescarse a las orillas de su amado río.
El cuarto de espejos

El cuarto de espejos narra la historia de una princesa que era muy presumida y vanidosa. No le importaba
más nadie que ella misma. Ni su familia, ni su servidumbre, nadie. A todos los trataba con indiferencia; no
necesitaba a nadie, ni quería a nadie. Un día vino un hada madrina como invitada a su casa y la muchacha la
trato mal, los padres quedaron horrorizados, no sabían que hacer con su hija. El hada madrina como castigo
le dijo a la muchacha:
Si crees que no necesitas a más nadie, y sólo te quieres a ti, vivirás sola, con tu propio reflejo hasta que tu
corazón cambie.

La princesa fue encerrada en un cuarto de espejos, no podía salir, y día tras día lo único que veía era su
reflejo en todos lados. Así pasaron años; se despertaba y lo único que veía era su cara reflejada en los espejos
del cuarto; arriba, abajo, a los lados, en todo. Un día después de varios años la princesa empezó a sentirse
sola y pensó que quizás no era mejor estar siempre sola, que quizás sí necesitaba a su familia, los extrañaba.
A medida que iba progresando con estos sentimientos un espejo se tornaba invisible, y podía ver a través de
el hacia afuera del cuarto. En un rincón veía al padre sentado escribiendo, en otro lado estaba su madre
tejiendo. En la cocina veía su niñera que la había criado y era como una segunda madre, mas abajo en el
jardín veía al hijo de la niñera, que estaba podando las rosas, él también había sido como un hermano, y
recordó cuando jugaban juntos de niños. Poco a poco a medida que iba sintiendo afecto por todos ellos, los
espejos iban desapareciendo y veía más y más hacia afuera, lo que se perdía, lo que extrañaba, lo que
anhelaba. Hasta que llegó el día en que todo se tornó invisible y no aguantó las ganas y abrió la puerta y salió
del cuarto. Al salir, toda su familia se contentó, ella lloró y los abrazó. Los extrañaba tanto…
En esto llega el hada madrina; la princesa se asusta y le dice que no la vuelva a encerrar, no lo podría tolerar
más, que ya aprendió, que no la vuelva a meter allí, ya no puede despertar día tras día viéndose solo ella
misma en ese cuarto de espejos. El hada sonríe y le responde que ella nunca la encerró allí, que solo la metió,
y fue su orgullo el que hizo que nunca abriera la puerta. Que ella pudo haber salido de allí en cualquier
momento que hubiera querido. Pero su orgullo nunca le dejó tomar ese primer paso. Ella asumió lo peor y
actuó en base a ello. Luego le dijo que el cuarto no era un cuarto de espejos, era un cuarto de cristal, y que
siempre pudo haber visto a través de él, pero que a causa de sus sentimientos, lo único que veía reflejado en
el cristal, era su propio reflejo. Y tenia que pasar un tiempo a solas antes de que empezara a ver a través de
él, mas allá de ella misma, para poder ver las personas a su alrededor, cuánto la querían y cuánto ella los
necesitaba. Que no tuviera miedo que eso ya no le volvería a pasar; ya era libre, que siempre lo fue, pero
ahora lo era de corazón.
Días de radio
Eran los últimos días de entrega del informe y la realización del programa radial. Realmente, me gustaba la
materia; sin embargo creía que debía prepararme más en literatura. Tenía muy presente, que eran cuatro
novelas, tres obras teatrales y tres libros de poemas y se debía obtener lo máximo posible, PORQUE
SIEMPRE EL CIELO ES EL LIMITE.

Además, el Ministerio de Educación de mi país, pedía buenas calificaciones para poder ingresar. Mi
compañera y yo llegamos al estudio de grabación; pero como coincidió con una revuelta social, tuvimos que
salir de la Universidad, desairadas. Bajamos por la calle y yo iba maquinando, cómo imponerme a lo
negativo. Alguien me ayudó o lo hice sola. Pensé venimos preparadas para entrevistarnos en un estudio de
grabación, así que porqué no vamos al ente supremo, EL MINISTERIO DE EDUCACION. Así se lo sugerí a
mi compañera y a ella le pareció bien. Así que tomamos una camioneta, y nos dirigimos allí. Nuestra
profesora de Radio, trabajaba en ese lugar. Entramos muy solemnes y apelamos por la cordialidad y el buen
trato. Cuando señalamos el nombre de nuestra profesora, nos trataron maravillosamente, como si nos
conocieran. Mi amiga manejaba, los códigos de radio y todavía posee una voz excelente, además ser muy
inteligente, ya que obtuvo la máxima calificación de nuestra graduación.

Ella presentó el proyecto, estaba redactado en primera persona. Yo se lo había sugerido, ya que quería más
convicción, más veracidad y más entrega. Y fue así, el locutor con una voz melodiosa y años de experiencia.
A mí me preguntaban por la música y todas me parecían bien. Solamente al final, dije mi criterio. El locutor
si impuso su experiencia y decía -no me quedó bien el parlamento y a repetir. Mi amiga hacia correcciones
en el papel, porque después deberíamos presentarlo. Era la época, de los cassetes y allí nos llevamos nuestro
tesoro. Mi amiga iba a corregir la diferencia entre lo auditivo y lo escrito. En verdad, le dábamos gracias a
Dios. El día que tuvimos que presentar el micro de radio y el informe, fuimos el 5 grupo en participar.
Algunos de nuestros compañeros tuvieron que cancelar gran cantidad de dinero, por el trabajo.

Nosotras nos veíamos unas a otras y cuando se iba acercando nuestro turno, mi amiga me dijo que yo
comentara la parte anecdótica (ya que cuando me pongo a hablar, soy espontánea; tanto que pareciera que
estoy en el patio de mi casa). Ella referiría lo programado, lo establecido. Y así pasó, conté lo ocurrido,
previo a la realización del micro y ella explicó detalladamente su estructura. Así que la profesora, procedió a
escuchar lo sonoro y a revisar lo escrito. Después de escucharlo, explicó los rasgos positivos y allí finalizó.
Continuó con el otro grupo, le dio las correcciones y su calificación. Y la nuestra brillaba por su ausencia.
Miré a Elimar y enseguida me levanté y le pregunté la calificación; y me dijo – para qué me la preguntan si
saben que tienen la máxima calificación. Abrimos los ojos grandemente y supimos que nuestro esfuerzo
había sido recompensado. Sin embargo, siempre estaban las hienas esperando por la carroña, faltaría tiempo
para que tuvieran protagonización. Realizarían sus actos y después salieron al mundo exterior a estrellarse.
Pero eso es otro cuento, donde prevalece la constancia y los valores de familia. Para concluir, es de señalar
que mi amiga se ha desempeñado con gran éxito en la radio del país y yo he vivido de la literatura. Cada una
feliz a su modo. Reviviendo recuerdos y haciendo otros para el futuro. Porque no hay nada mejor que los
recuerdos.
Lunalena y la oveja pata rota 

Una mañana de neblina vuelta hilachos entre las ramas de los árboles, Lunalena se encontró una oveja de
algodón, que lucía una cinta amarilla alrededor del cuello.
Al levantarla del piso, Lunalena observó que la oveja tenía, además de fiebre, una pata rota. La niña la
cobijó en uno de los bolsillos de su chaqueta, no sin antes decirle algunas palabras amables y secar unas
lágrimas en los ojos asustados de la oveja.
Desde ese día, después de remendarle la pata y ponerle el nombre de «Callela», Lunalena convirtió a la
oveja en su fiel compañera. Instalada en un bolsillo de su chaqueta, la oveja iba con la niña hasta para la
escuela. Allí, algunas veces durante el recreo, ella permitía que sus amigos más cuidadosos jugaran
con Callela. ¡Ah!, pero al llegar la noche, Lunalena la acostaba bien abrigada junto a Sofía, su muñeca, para
dormirse juntas oyendo el murmullo del viento por las calles solitarias.
Pues bien, andaba ese mismo viento rezongando por haber pasado la noche despierto, cuando una mañana de
diciembre a Lunalena sin saber el momento exacto, se le perdió la oveja en el colegio.
Buscó a Callela en todos aquellos rincones de la escuela…
… por donde recordaba haber pasado, e interrogó a los amigos a quienes solía prestársela; fue inútil, la oveja
no apareció.
Lunalena, entonces, se puso bastante triste, y en medio de su congoja llegó a pensar que hubiera sido mejor
que no llegara el mes de la Navidad, pues así no se le habría perdido su oveja.
La señora Trina Josefa, mamá de Lunalena, preocupada por la pena de su hija, no quiso dejarla sola en la
casa y decidió llevársela a la misa de aguinaldos. Claro, algo contrariada porque Lunalena insistió en
que Sofía fuera con ella.
Entre tanto la señora Trina Josefa participaba de la misa, Lunalena se acercó al Nacimiento de la iglesia
con Sofía en sus brazos.
El corazón le dio dos volteretas, alarmando a Sofía.
Al lado de un pastor que la tenía agarrada por la cinta, estaba Callela.
Lunalena alborozada la tomó con cuidado, y la alzó hasta su cara para que Sofía también la viera. De
inmediato notó que la oveja tenía de nuevo la pata rota.
Su regocijo se apagó al considerar el sufrimiento de la oveja.
Con cuidado y hablándole suavemente, Lunalena metió la oveja en el bolsillo de su abrigo.
Iba ya a regresar al banco donde estaba su mamá, cuando volvió a mirar el Pesebre. Aquello no le gustó: el
espacio que antes ocupara Callela, estaba ahora desolado. El pastor señalaba con la derecha la gruta
de Belén; pero la otra mano, con los dedos doblados, agarraba la nada.
Lunalena decidió consultar con la oveja.
– «Callela, creo que ese pastor te necesita más que… nosotras» -dijo la niña con tono apagado, para luego
agregar resuelta-. «Pero tampoco puedo dejarte ahí, con tu pata rota.»
Sofía se agitó debajo del brazo izquierdo de la niña.
Lunalena dejó de mirar a la oveja, y observó pensativa a la Sagrada Familia. Justo en ese momento una voz
de hombre, por encima de los cantos de aguinaldos, dijo a su lado:
– «Ella está aquí porque alguien la trajo. No obstante, puedes llevártela si lo deseas. Aunque también podrías
dejarla hasta que nazca Jesús, luego te la regresaríamos. No te preocupes por su pata.»
Lunalena, rápidamente, buscó al autor de aquellas palabras.
Miró y remiró a su alrededor, pero cerca de ella no había persona alguna.
Desconcertada, la niña volvió la vista hacia la Sagrada Familia como buscando una explicación. Las figuras
permanecían en sus posturas, arrulladas por los cantos navideños.
Tras breve pausa, Lunalena tomó a la oveja con delicadeza y la enganchó de la mano izquierda del pastor.
Sus ojos recorrieron el cuerpo lanoso de la oveja. ¡Caracoles! Callela ya no tenía la pata rota.

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