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La Espiritualidad de la Comunión: aporte para la reconstrucción del tejido social

El tejido social, soporte de las relaciones en comunidad, requiere, para su


restablecimiento y fortalecimiento, de los vínculos que genera la convivencia. El cometido es
ajustar las relaciones humanas para que la convivencia se funde en el esfuerzo por fortalecer
valores para la vida social. Ya Adela Cortina sugiere algunos valores para dicho restablecimiento
y afirma que “otros valores como la belleza, la simpatía, la utilidad, nos parecen deseables y
recomendables, porque la vida es sin duda más agradable con ellos”1. Si bien, éstos valores son
imprescindibles, sin embargo, nos decía San Juan Pablo II, “si queremos ser fieles al designio de
Dios y responder a las profundas esperanzas del mundo, es hacer de la Iglesia la casa y la
escuela de la comunión”2, donde se teje lo social.
De esta suerte, quienes estamos llamados a vivir en comunión y a tejer lo social,
entendemos que éstos son elementos esenciales y constitutivos de nuestra identidad cristiana, y
que por consiguiente, no son optativos, ni secundarios ni mucho menos periféricos, ya que el ser
humano siente el deseo de relacionarse con afecto, respeto y solidaridad, y anhela relaciones
capaces de sostener la vida, sustentos del tejido social para la construcción de comunidad y de
una verdadera espiritualidad de comunión, como necesidad apremiante.
En muchas ocasiones olvidamos que cuando el hombre desarrolla una verdadera
solidaridad disuelve el sentido del individualismo, se disminuyen o se acaban los riesgos, como
fuente de sus miedos. La vivencia en comunidad sigue siendo nuestro gran aprendizaje, en el que
día a día, ponemos en juego las fortalezas y las debilidades que como humanos tenemos.
Por ello, y desde la óptica de la vivencia de la espiritualidad de la comunión desde la
perspectiva de reconstrucción del tejido social, hemos de preguntarnos ¿qué significa
concretamente esta espiritualidad de la comunión y qué alcance tiene? Mirémoslo desde cuatro
aristas3:
1. Desde relación íntima y profunda con Dios que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser
reconocida también en las palabras de los hermanos que están a nuestro lado.
2. Desde la capacidad de sentir al hermano a quien veo como «uno que me pertenece».
Implica entonces que debemos estar atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos
en la defensa de los derechos de los más débiles, promotores de la cultura de la solidaridad y
llenos de misericordia.
3. Desde la capacidad de ver lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo
como regalo de Dios: un «don para mí».
4. Desde la capacidad de saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga
de los otros (cf. Gal. 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y
engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.
Es claro que desde estas aristas el tejido social se puede reconstruir y para ésto, no nos
podemos hacer ilusiones, el Papa Juan Pablo II lo reafirmaría: “sin este camino espiritual, de
1
Cfr. ADELA CORTINA. Ciudadanos del mundo: Hacia una teoría de la ciudadanía. Madrid: Editorial Alianza.
p. 225
2
Cf. JUAN PABLO II., Carta apostólica Novo Millennio Ineunte. 43.
3
Ibídem. No. 43

1
poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma,
máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”. 4 Así, la comunión da
alma (álito de vida) a la estructura institucional, y lleva a vivir en el amor, solidaridad, caridad y
unidad. Recordemos, La Iglesia, nos decía Benedicto XVI, no crece por proselitismo, crece por
atracción, por testimonio. Y cuando la gente, los pueblos ven este testimonio de humildad, de
mansedumbre, sienten la necesidad que dice el Profeta Zacarías: “¡Queremos ir con ustedes!”. La
gente siente esa necesidad ante el testimonio de la caridad, de esta caridad humilde, sin
prepotencia, no suficiente, humilde, que adora y sirve. La Iglesia atrae cuando vive en comunión,
pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como él nos amó.
(cf. Rm. 12, 4-13; Jn. 13, 34). Desde nuestras propias realidades hemos de ser comunidades de
amor, de solidaridad, de caridad y de unidad, a reflejar el amor de Dios que, es comunión, y así
atraer a las personas y a los pueblos hacia Dios.
Justamente, en esta tarea mancomunada de construir tejido social desde la espiritualidad
de la comunión, se debe mover a cada persona, a cada parroquia, a cada estructura a concretizar
en signos solidarios su compromiso social en los diversos medios que se mueve, en su propio
ambiente y realidad, con la imaginación de la caridad, con iniciativas renovadas y
comprometedoras.5 La Iglesia no puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría
de nuestra gente y que, con mucha frecuencia, son pobrezas escondidas.
Una Espiritualidad de comunión y tejido social vistos sólo como conceptos no nos
permiten realizar un combate frontal de la pobreza, ni nos permiten atender los espacios
deprimidos por la miseria urbana o rural, primera exigencia de solidaridad y primeros focos de
desestabilización social. No desconozcamos ni ignoremos que allí donde predomina la miseria y
la desigualdad, se generarán espacios donde crecerá siempre el rencor y la tentación de caminos
equivocados para el desarrollo personal y social.
Urge más conciencia de humanidad que nos indique que el eje del ego humano, del
individualismo y soledad se pueden cambiar y despertar a una conciencia más social, desde el
horizonte del vivir juntos sostenidos por lazos de apoyo ante las situaciones que nos presenta la
actualidad y que lastiman a las personas, los grupos y las comunidades.
La invitación desde la espiritualidad de Comunión es a crear formas de construir tejido
social, a reconocer y a encontrar los brotes y formas de vivir las solidaridades en las comunidades
para hacer el reconocimiento sobre las manifestaciones de lo que dignifica la vida. Una invitación
a hacer abordajes comunitarios con procesos de asunción, inserción e intervención destinados al
mejoramiento de la calidad de vida, incluyendo interacciones que generen formas de
acercamiento, organizaciones parroquiales, diocesanas, públicas o privadas, dotadas de
creatividad, procesos de autogestión económica y en las interacciones propicias para la
participación, incorporación de la solidaridad y la cooperación y una convivencia para la
felicidad.

4
Ibídem. No. 43.
5
Ibídem. No. 50.

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