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EL MENSAJE DEL PREDICADOR LAICO

Tomado del libro El Predicador Laico y su Mensaje, por Germán Núñez Bríñez

I. Debe Ser un Mensaje Bíblico


Dios ha mandado a sus siervos de todos los tiempos que prediquen la Palabra
que Él mismo ha inspirado, o bien sea la Sagrada Escritura. En el Antiguo
Testamento vemos la lucha con los profetas falsos, los cuales no siendo enviados
por Dios, su mensaje procedía de las tinieblas (Jer. 23:28-29). En el Nuevo
Testamento el maestro asegura a sus apóstoles la asistencia del Espíritu Santo para
guiarnos a toda le verdad (Juan 16:13). De esa manera ellos nos han legado los
tesoros de la verdad espiritual que es lo que todo predicador fiel debe predicar (1
Ped. 4:11).
Satanás siempre ha procurado neutralizar el poderoso mensaje de Dios
infiltrando doctrinas del averno (2 Tim. 4:1), filosofías de hombres (1 Tim. 1:3-4),
tradiciones religiosas (Col. 2:8), o la forma retórica de la literatura humana (1 Cor.
2:1-5).
El mensaje que Dios ha prometido bendecir, es aquel que expresa su misma
palabra, y no los discursos meramente humanos (Isaías 55:10-11; Jer. 23:29; Heb.
4:12-13). Prediquemos, pues, la Biblia inmortal.
Hemos tenido muchas experiencias con referencia al poder de la Palabra de
Dios. En 1942 el autor realizó una campaña de evangelización por el Edo. Guárico,
Venezuela, durante tres meses. En la ciudad de Valle de la Pascua, predicó durante
diez días. Un joven asistió a todas las reuniones y en la última se convirtió al Señor.
Al atenderlo le pregunto: ¿Cuál de mis mensajes hizo efecto en Ud.? –De sus
mensajes ninguno, respondió-. Fueron aquellas palabras que Ud. Citó: “Donde
estuviere vuestro tesoro allí estará vuestro corazón”. Yo sabía que no tenía ningún
tesoro en el cielo y por eso resolví entregarle mi corazón a Cristo”, terminó hablando
él. Fijémonos, fueron las palabras de Dios las que usó el Espíritu Santo para la
conversión de este joven.
En otra ocasión el que esto escribe se encontró con una monja, a la cual había
conocido antes de ella serlo. Me dijo que siempre rezaba por mí para que volviera a
la “santa madre iglesia católica”. Yo le agradecí respetuosamente sus buenos
deseos. Entusiasmada por mi cortés respuesta prosiguió dándome sermoncitos.
Cuando hacía una pausa, yo le contestaba: Ud. dice así hermana; pero la palabra de
Dios dice así. Este procedimiento lo hice varias veces hasta que cayó vencida por el
poder de la Biblia, y dijo: “Yo voy a leer la Biblia nuevamente”. Eso sería lo mejor, le
respondí. A los pocos meses abandonó los errores del romanismo, dejó los hábitos y
murió en su casa con Cristo.
Amados del Señor, nuestras palabras ni las de ningún otro hombre tienen el
poder de salvar una sola alma; solo la Palabra de Dios que es “viva y eficaz y más
cortante que toda espada de dos filos”.
Ahora, en cuanto al mensaje bíblico debemos hacer algunas sugerencias:

1. Debe elegir textos vitales.


Figuradamente hablando vital quiere decir de suma importancia. Aquí
podemos usar este término con toda propiedad desde el punto de vista literal.
Textos vitales son los que tengan un gran contenido en cuanto a la vida
espiritual.
Toda la Biblia es igualmente inspirada por Dios; per naturalmente hay
porciones que contienen verdades más valiosas que las de otras. Hay trozos
bíblicos que son impropios para la predicación por no presentar verdades
espirituales, por referirse a hechos íntimos, vergonzosos o que resultarían de
algún modo vulgares.
Deben elegirse textos que tengan clara y directamente las verdades del
evangelio. Muchos de estos trozos son extraordinarios ya que nos son
altamente familiares, y por lo mismo el predicador novel no los usa. Prefiere
textos oscuros, raros, intrincados o que no implican enseñanzas espirituales
directas, por lo que tienen que recurrir al recurso de espiritualizarlo, o bien
sea, dar un sentido espiritual a las declaraciones literales. Todo con el fin de
aparecer novedosos, eruditos u originales.
Algunos de estos textos que a menudo son pasados por alto son los
siguientes: Deu. 6:5-6; Josué 24:15; Isaías 1:18, 53; 55:1-7: Jer. 2:22; Lam.
3:22-23; Ez. 36:25-27; Dan. 12:1-3; Miq. 6:8; Mal. 4:2; Mat. 1:21; 6:33; 7:13-
14; 11:28; 16:16; Mar. 1:15; 7:21-23; Luc. 9:23; 10:30-37; 13:3-5; 19:10; Jn.
1:12-13, 29; 3:16; 6:35; 8:12; 11:25; 14:6; Hech. 4:12; 16:31; Rom. 1:16; 5:1,8;
6:23; 10:9-10; 2 Cor. 5:17, 20, 21; Gal. 5:19-23; Ef. 2:1-10; Fil. 4:13; 1 Tim.
1:15; 2:5; Tito 2:11-14; 3:4-7; Heb. 2:3; 7:25; 1 Ped. 1:3-5, 18; 1 Jn. 1:7; 2:1;
5:13; Apoc. 2:10.

2. Debe desarrollar el mensaje que el texto presenta.


No basta con solo elegir un buen texto. Eso casi todo el mundo lo hace.
Pero es harto frecuente el hecho de que el predicador anuncie su texto y luego
se va por otro camino. Durante la disertación no se acuerda más de la porción
bíblica que escogió, y solo predica sus propias ideas. Esto no es un mensaje
bíblico, y por lo mismo sin autoridad, poder ni eficacia.
El predicador leal a las Sagradas Escrituras tiene la obligación de someterse
a la verdad que proclama el texto enunciado. Tiene la obligación y la alegría,
porque descubrirá maravillado –como el minero que descubre un venero de
oro puro- las ricas enseñanzas que el texto le presenta.
Al estudiar debidamente y con oración su pasaje, puede el obrero descubrir
una cantidad de enseñanzas, las cuales puestas en debido orden le
proporcionará un mensaje cabal para entregarlo al pueblo.
3. Debe construir su mensaje de conformidad con las enseñanzas de la palabra
de Dios.
Muy a menudo un breve texto no nos proporciona todo el mensaje que
queremos presentar al pueblo, entonces tenemos que valernos del contexto, o
sea lo que va antes y después del texto; bien de expresiones del mismo libro:
ora de pasajes paralelos en otros libros y de las enseñanzas relacionadas con
el tema revelado por el texto y que se encuentran diseminadas por todas las
Sagradas Escrituras.
En consecuencia el predicador no debe anunciar nada que sea contrario a la
Palabra de Dios; antes bien, su responsabilidad es predicar todo el “consejo
de Dios”, aunque parezca inaceptable a las mentes enturbiadas por el pecado,
pues el predicador cristiano no es sino un embajador de Cristo, y como
embajador está en la obligación –y tiene el privilegio- de entregar el mensaje
que se le ha confiado, y no su propio mensaje (2 Cor. 5:20)

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