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UNIVERSIDAD DEL ISTMO

FACULTAD DE HUMANIDADES
Licenciatura en Educación Administrativa

“PERSONA Y SOCIEDAD”

Profesora: Licenciada Ma. Mercedes Pineda de Carranza

Guatemala, enero 2022.


Tabla de contenido

INTRODUCCIÓN ................................................................................................................................... 4
1. Objetivos del capitulo .............................................................................................................................. 6
2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo? ..................................................................................6
3. Desarrollo de contenido ......................................................................................................................... 6
3.1. ¿Quién es el hombre? ...................................................................................................................................... 6
3.2. ¿De dónde viene y adónde va el hombre? ................................................................................7
3.3. Características distintivas del ser humano-corporalidad, inteligencia, voluntad y
afectividad, y sus operaciones propias. ............................................................................................. 7
Capítulo 2. El hombre en sociedad ............................................................................................ 41
1. Objetivos del capítulo ........................................................................................................................... 41
2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo? ............................................................................... 41
3. Desarrollo de contenido ...................................................................................................................... 41
3.1. ¿Qué significa vivir en sociedad?..............................................................................................................41
b) El individualismo:...........................................................................................................................................43
c) El personalismo comunitario: ...................................................................................................................44
3.2. Reglas de la vida en sociedad que permiten fomentar la armonía entre los hombres, la
concordia entre los pueblos y la paz entre las naciones .................................................................46
a) El lenguaje .........................................................................................................................................................46
b) Los valores.........................................................................................................................................................47
c) Las normas sociales .......................................................................................................................................47
3.3. El papel de la educación en el progreso de las naciones. ...............................................................48
Capítulo 3. Doctrina Social de la Iglesia................................................................................... 49
1. Objetivos del capítulo ........................................................................................................................... 49
2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo? ............................................................................... 49
3. Desarrollo de contenido ...................................................................................................................... 49
3.1. ¿Cuál es la mirada que posan las instituciones de la sociedad civil sobre esta
cuestión? .................................................................................................................................................... 49
3.2. Los filósofos, las asociaciones, los gremios, los organismos internacionales y las
iglesias reflexionan acerca del devenir de la sociedad............................................................. 53
3.4. El hombre en todas sus dimensiones: personal, familiar, profesional, social y
espiritual. .................................................................................................................................................. 57
Capítulo 4. El trabajo humano..................................................................................................... 63
1. Objetivos del capítulo ........................................................................................................................... 63
2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo? ............................................................................... 63
3. Desarrollo de contenido ...................................................................................................................... 63
3.1. El hombre que encuentra en el trabajo la satisfacción, el placer y la alegría de la Obra
Bien Hecha, que lo dignifica y lo acerca a su creador. .....................................................................63
a) Motivos Extrínsecos: .....................................................................................................................................64
b) Motivos internos. ............................................................................................................................................65
c) Motivos de mejora personal.......................................................................................................................65
3.2. El gusto por la obra bien hecha es uno de los primeros deberes del educador. ..................65
a) La Obra Bien Hecha .......................................................................................................................................66
b) ¿Qué se consigue a través de la Obra Bien Hecha? ...........................................................................66
c) La O.B.H. es exigente......................................................................................................................................66
d) La obra bien hecha debe estar ..................................................................................................................66
INTRODUCCIÓN

El estudio de la persona humana inició desde la misma existencia del ser humano,
cuando estudió todo aquello que lo rodeaba y descubrió la maravilla del universo, el uso y
manejo de las cosas, el medio ambiente y todo lo que le proveía, hasta el conocimiento de
su propio ser.

El ser que fue descubriendo al paso de los tiempos, fue uno con capacidades y
facultades completamente diferentes a los demás seres vivos, las mismas que le
permitieron interrelacionarse con los demás, vivir en sociedad.

Para conocer y avanzar en el estudio de la persona humana han sido profesionales


de diferentes ramas de estudio, quienes han aportado investigaciones certeras sobre los
temas y las preguntas que se suele hacer el ser humano sobre sí mismo.

Son ellos quienes nutren el presente documento, Juan Fernando Selles con su libro
Antropología para inconformes, los investigadores Lorda y Álvarez con el libro Antropología
Teológica, Antonio Lucas Marín con el libro Sociología el Estudio de la Realidad Social, José
Ramón Ayllón con el libro En Torno al Hombre, entre otros.

Considerando los puntos anteriores el profesor podrá:

a. Propicia en los estudiantes una formación integral centrada en los núcleos


fundamentales de la Antropología en general.
b. Propicia en los estudiantes una formación integral centrada en los núcleos
fundamentales del orden social.
c. Conoce y reflexiona sobre la vida y mensaje de personajes que han marcado el
pensamiento social, político y económico desde la edad antigua hasta la
contemporánea.
d. Conoce y valora las luces y sombras que han aportado los distintos pensamientos
que han surgido a lo largo de la historia sobre los interrogantes antropológicos
más importantes
e. Propicia en los alumnos la reflexión sobre el compromiso personal como
fundamento del trabajo profesional y la importancia de desarrollar el juicio
crítico ante los dilemas morales más importantes en la realización del trabajo.

Para alcanzar estos objetivos, se establecen cuatro capítulos:


1. Misión del docente desde el punto de vista de la antropología filosófica.
2. El hombre en sociedad.
3. Doctrina social de la Iglesia.
4. El trabajo humano.

Cada uno de los capítulos contiene un texto que nos introduce al tema y que nos
lleva a la reflexión, incluye un contenido temático y unas lecturas complementarias que
aborda el tema tratado, en muchas ocasiones desde otra perspectiva.

La metodología que se utilizará en este módulo consiste en:

- Lectura del corpus documental.


- Resolución de un caso.
- Cine foro.
La evaluación consistirá en:

- Evaluación en la plataforma académica Blackboard.


- Resolución de caso.
Capítulo 1. Misión del docente desde el punto de vista de la
antropología filosófica.
1. Objetivos del capitulo
Profundizar en la noción de persona humana y la misión que tiene en el ámbito docente.

2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo?


a. ¿Quién es el hombre?
b. ¿De dónde viene y adónde va el hombre?
c. Características distintivas del ser humano-corporalidad, inteligencia, voluntad y
afectividad, y sus operaciones propias.

3. Desarrollo de contenido

3.1. ¿Quién es el hombre?


El hombre es una persona humana, poseedora de una dignidad. Una explicación de
lo que es la persona humana, se puede hacer basándose en su naturaleza, en su origen, su
meta final, sus dimensiones de convivencia, solo entonces se podría fundamentar un
verdadero humanismo.
Es así que fue Aristóteles, quien dio la primera definición de persona “animal
racional” o como “animal poseedor de razón”. Este término fue poco utilizado hasta los
primeros siglos de esta era, ha llegado a ser ahora un concepto clave. Se asumió el vocablo
griego prosopon y equivalente latino persona (peronso_ sonar en todas direcciones). El
prosopon era la máscara que utilizaban los actores antiguos en las representaciones
teatrales. La máscara escondía el rostro del actor y hacía resonar la voz fuertemente, por
eso, prosopon también significaba personaje, el que representa a través de la máscara del
actor.
La definición metafísica es, en lo fundamental formulada por Severino Boecio, que
influenciado por Aristóteles enunció una definición más precisa de persona, que se hizo
después clásica, porque la aceptó Santo Tomás de Aquino, y tras él, toda la filosofía
medieval y gran parte de la modera, persona est naturae rationalis individua substancia,
“sustancia individual de naturaleza racional”.

Aclarando el término, sustancia en el sentido aristotélico significa un ser-en-sí, es


decir que no está inherente en otro. La individualidad se refiere a que posee una unidad
interna en sí misma y es diferente a otros, cada persona es única e irrepetible. Al hablar
de racionalidad no es un acto que la persona hace, sino un modo de ser. Indica todas las
capacidades, superiores del hombre (inteligencia, voluntad, afectividad y libertad).
Todo lo anterior nos lleva a reconocer que la persona es un ser que pertenece orden
ontológico, por tanto, su condición de persona humana no disminuye o crece
gradualmente. No se es más o menos persona, se es persona.
La persona tiene un valor y una dignidad absoluta y por tanto, es un fin en sí misma,
esto hace que posea una inviolabilidad y derechos-deberes fundamentales. El término
dignidad designa en latín lo que es estimado o considerado por si mismo, no como derivado
de otro. La dignidad humana significa el valor interno e insustituible que le corresponde al
hombre en razón de su ser, no por ciertos rendimientos que prestara ni por otros fines de
sí mismo.

3.2. ¿De dónde viene y adónde va el hombre?


Es posible que las preguntas sobre el hombre se planteen términos de ¿quién soy?,
de modo similar a cuando un niño les pregunta a sus padres ¿de dónde vine?, o cuando un
adolescente pregunta ¿a dónde voy?

3.3. Características distintivas del ser humano-corporalidad, inteligencia,


voluntad y afectividad, y sus operaciones propias.
Este hombre está conformado por un cuerpo orgánico (material) y un alma espiritual
(no material). El cuerpo humano tiene la característica de que está vivo. Es necesario
estudiar cada una por individual, aunque en la persona humana son indivisibles.
a. Cuerpo orgánico
El cuerpo humano vivo, sus funciones y facultades constituyen la naturaleza humana, la
vida recibida; la herencia biológica que debemos a nuestros padres.
El cuerpo vivo no es tal antes de recibir la vida. Sin ella las realidades físicas no son
cuerpo orgánico, sino materia inerte, cuerpo con vida es cuerpo orgánico. Los órganos son
los soportes bilógicos de las potencias o facultades de que está dotado un ser vivo corpóreo.
Ejemplo los oídos son los órganos de la facultad auditiva, los ojos lo son de la vista, etc. Tales
potencias son soporte orgánico son principios próximos que ordenan, configuran, informan,
una parte del cuerpo, no el cuerpo entero, sino cada una a su órgano. Ejemplo la facultad
auditiva activa a los oídos, la de la vista a los ojos, etc.
La vida, lo que los antiguos denominaban alma, es pues, la que ordena y coordina las
distintas facultades y las hace compatibles entre sí.
Los cuerpos orgánicos tienen mayor o menor complejidad dependiendo del mayor o
menor número de potencias o facultades que posean y del tipo de las mismas. Los órganos
son para las facultades; no al revés. Ejemplo el ojo es para la vista, no la vista para el ojo, no
se trata sólo de que veamos porque tenemos ojos, sino de que los ojos son para ver. De
modo semejante, hay que recordar a menudo que le cuerpo es para el alma, y a la inversa.
No se pueden comprender, pues, enteramente los órganos dese una perspectiva
meramente anatómica, fisiológica, biologicista, sino que se los entiende bien sólo en
atención a las facultades. Ejemplo no se adquiere enteramente el sentido del ojo es el
órgano de la visión, o sea, de que está configurado para ver.
En suma, se trata de ver que el fin del cuerpo no es el cuerpo, sino, en rigor, el alma. El
fin del cuerpo no es corpóreo, y no sólo en cada una de sus partes, sino en el conjunto.
Ejemplo el fin del ojo es ver, pero el ver no se ve, no es corpóreo. No se puede estudiar
anatómica o bilógicamente el ver, porque tal acto no es ni anatomía ni bilogía ninguna, sino
conocimiento, que es el fin de aquélla. Tal conocer no es vida puramente biológica, sino
vida cognoscitiva. Del mismo modo el fin de cuerpo humano es el alma humana, su principio
vital. No es ésta para aquél, sino el cuerpo para el alma. El yo ni es cuerpo ni es para el
cuerpo, sino que el cuerpo es para el yo, para manifestar sensiblemente, en la medida de lo
posible, el sentido del yo.
El cuerpo no es la persona humana, sino de la persona. El cuerpo tampoco es el yo. Es
manifesto que no cabe persona humana en este mundo sin cuerpo, pero si la persona se
midiera como tal por el cuerpo, uno sería menos persona en la niñez, en la enfermedad, en
la vejez, en las lesiones, como el cuerpo deshecho, la realidad parece justo la contraria, en
esas situaciones resplandece más –si se sabe advertir- el carácter de persona en los
humanos.
El cuerpo es de la naturaleza humana, pero no es la persona humana. El cuerpo es para
la persona, no la persona para el cuerpo.

b. Sentidos de la palabra “alma”


La palabra “alma” se emplea de distintas formas tanto en las tradiciones religiosas como
en las filosóficas. Esta palabra está asociada a tres fenómenos que conviene diferenciar:
▪ La animación, o lo que es lo mismo, la vida. Etimológicamente “alma” significa el
principio que anima a los seres vivos: algo interior que explica sus fenómenos vitales.
Es la diferencia entre lo vivo y lo muerte o inerte.
▪ La pervivencia tras la muerte. Es la idea religiosa o la intuición sapiencial de que el
hombre no puede morir del todo: de que tiene una existencia ultraterrena: de que
hay algo espiritual que trasciende el cuerpo y no se disuelve con él, sino que
permanece. A ese componente espiritual que pervive, se le llama “alma”.
▪ La sede de las funciones espirituales. Esta institución se desarrolla con la filosofía
griega, cuando se distinguen mejor las características iguales del espíritu humano.
De aquí nace un argumento filosófico que todavía es válido: puesto que el hombre
tiene operaciones espirituales que trascienden la materia, deber ser un sujeto
espiritual, porque el obrar sigue al ser.
Por tanto, la idea de “alma” está unida, por un lado, a la descripción de las propiedades
de la vida, en sus distintos estratos (vegetativa, sensitiva, racional), a la pervivencia personal
tras la muerte, y a la condición espiritual de las personas. Son ideas distintas, aunque no del
todo separables.
Al alma otorga a la persona humana facultades que le permiten alcanzar en definitiva
la libertad. Descritas de la siguiente manera: inteligencia y voluntad.

b.1. Facultades de la persona humana


La inteligencia y la voluntad no forman parte de la naturaleza humana, sino de la esencia
humana. Estas facultades humanas no se pueden encuadrar en lo que se denomina vida
recibida, la que se les debe a los padres, puesto que carecen –como se verá- de soporte
orgánico. No son pues algo fisiológico o biológico.

• Inteligencia, es la facultad que le permite a la persona humana se capaz de adecuar


su entendimiento a la realidad de las cosas, eso significa alcanzar la verdad. De
hecho, es una capacidad de la cual no puede renunciar por su propia naturaleza.
Nadie puede permanecer indiferente a la verdad de su saber. Si la persona descubre
que es falso, lo rechaza, en cambio si puede confirmar su verdad, se siente
satisfecho.
Es así que la persona necesita conocer la verdad y vivir de acuerdo a ella. Esto es
posible por las capacidades cognoscitivas que posee, pero es la persona entera la
que conoce. Hay varios caminos para alcanzar la verdad, tales como:
✓ Conocimiento espontáneo, esto por el conocimiento ordinario captamos una
serie de verdades de manera espontánea. Se trata de verdades que suelen
denominarse sentido común, porque provienen del común sentir de los
hombres. Junto a verdades evidentes, el conocimiento espontáneo
proporciona también un saber no sistemático, poco preciso e imperfecto
acerca de la realidad que reclama una profundización critica, pero que es
muy necesario para conducirnos en la vida cotidiana.
✓ Conocimiento científico-experimental, el conocimiento sensible tiene por
objeto el aspecto particular y sensible de las cosas materiales. Estos
conocimientos sensibles pueden ser controlados de manera metódica y
programada, sirviéndose también de un instrumento técnico que permite ir
más allá de los simplemente observado por los sentidos. Este método de
observación empírica es lo propio de las ciencias experimentales que buscan
corroborar con la experimentación las hipótesis y conjeturas científicas.
✓ Conocimiento intelectual, es el específico del ser humano, que tiene por
objeto lo esencial y universal de las cosas: es decir, es capaz de trascender lo
presentado por la experiencia sensible. Mediante la inteligencia formamos
ideas (o conceptos), juicios y razonamientos, gracias a los cuales el hombre
accede a la verdad esencial de la realidad. Los animales irracionales poseen
únicamente el conocimiento sensible, mientras que el hombre por su
racionalidad asume y eleva el conocimiento sensitivo dirigiendo su conducta
más allá de lo percibido sensiblemente. Por la racionalidad, el hombre es
libre y es capaz de amar y relacionarse con otros hombres.
✓ Conocimiento por el testimonio, mediante el cual cada uno conoce entrando
en una relación personal con otro sujeto. El testimonio es verdadero
conocimiento que alcanza los grados más altos de comunicación
interpersonal, y supone un acto de libertad, puesto que se asiente al
testimonio de otra persona gracias al abandono confiado a la otra persona,
es decir, a la creencia y no a la evidencia.

➢ El lenguaje humano y el lenguaje animal

En sentido amplio se podría decir que el lenguaje es toda forma de comunicación y


de transmisión de información llevada a cabo a través de ciertos signos. Según esta
definición se debería admitir que también los animales poseen un cierto
«lenguaje» (por ejemplo, la danza de las abejas trasmite información acerca de la
proximidad de alimento). Sin embargo, para Sapir (uno de los «padres» de la
lingüística contemporánea) el lenguaje —en sentido estricto— es un valor
específicamente humano, y se define del siguiente modo: «es un método
exclusivamente humano, no instintivo, de comunicar ideas, emociones y deseos por
medio de un sistema de símbolos producidos de manera deliberada» Para ilustrar
esta definición podemos establecer algunas diferencias importantes entre el
lenguaje animal y el humano:

✓ El lenguaje animal es producto de un instinto fijo, mientras que el lenguaje


humano es un producto cultural y convencional: se trata de una función
«añadida». El lenguaje humano se expresa en una lengua concreta,
aprendida y transmitida en un entorno socio-cultural determinado, que varía
geográfica e históricamente: es decir, no está fijo porque es una convención
y por lo tanto, algo cultural. La capacidad humana de comunicarse mediante
signos es natural, pero la realización concreta de dicha capacidad es un
producto cultural. En este sentido, los lingüistas hablan del lenguaje como la
facultad humana de comunicarse, común a todos los hombres, mientras que
el habla es la realización concreta de esa facultad en un determinado grupo
social.
✓ El lenguaje animal es icónico, es decir que hay una relación simple, directa y
constante entre el signo y el mensaje (el signo representa siempre y sólo el
mismo mensaje). El hombre es también capaz de usar lenguaje icónico, por
ejemplo, cuando llora (el bebé emplea este tipo de lenguaje para expresar
que tiene hambre). Sin embargo, lo específico del hombre es el empleo del
lenguaje dígito. Esto quiere decir que la relación entre el signo y el mensaje
es convencional o arbitraria y, por tanto, modificable: un mismo mensaje
puede decirse con varios signos, y un mismo signo puede llegar a tener
mensajes o significados diferentes. Por lo tanto, los signos o símbolos del
lenguaje humano son elegidos o producidos por el hombre de manera
deliberada.
✓ En el lenguaje animal el mensaje que se transmite es un determinado estado
orgánico del individuo. En el lenguaje dígito, por el contrario, no sólo se
expresan estados interiores con respecto a la realidad, sino que se hace
referencia específica a objetos del entorno: es decir, puede tratar acerca de
la realidad en sí misma, y no en relación a la propia subjetividad. Esta
distinción corre paralela a la que se establecía entre la estimativa animal
(significado para-mí) y la idea objetiva (la realidad en sí misma).
✓ El número de mensajes del lenguaje humano es ilimitado, por lo cual siempre
cabe novedad. Siempre se pueden formar nuevas proposiciones con viejas
palabras. Por eso el lenguaje humano es siempre creativo. Los animales, en
cambio, sólo emiten un número fijo y limitado de mensajes, siempre iguales.
✓ El lenguaje animal es producto de un instinto, mientras que el lenguaje
humano debe ser aprendido. Es cierto que para el lenguaje humano se
requiere una cierta base orgánica (por ejemplo, una superficie cerebral
suficiente) pero es sólo una condición de posibilidad, puesto que se debe
actualizar con el aprendizaje de una determinada lengua.

• Voluntad, es la facultad que permite a la persona humana tender de modo natural


al bien, este bien es captado intelectualmente.
En la experiencia cotidiana resulta difícil a veces distinguir entre las tendencias
sensibles (deseo) y las del orden intelectual (querer). «La confusión procede de que
en general querer y deseo son concomitantes y concurrentes, porque el mismo
objeto a la vez es querido y deseado (...). Pues el querer, sin duda es despertado por
la representación abstracta de un bien, pero no se dirige hacia el bien como
abstracto, tal como está en la inteligencia. Como todo apetito, se dirige hacia el bien
en sí mismo, real, concreto, que está representado de un modo abstracto». Si
queremos satisfacer el hambre, es cierto que deseamos comer y cuando comemos
estamos queriendo comer: en este caso desear y querer se unifican
intencionalmente en su objeto.
La diferencia entre las dos tendencias se comienza a percibir cuando el bien
concebido intelectualmente no es sensible, de tal modo que podemos tener un bien
sin deseo. Cuando quiero obrar con justicia puede que no desee ningún bien
sensible. La diferencia aparece con más claridad aun cuando hay oposición entre la
voluntad y el deseo. El deseo tiende a los bienes sensibles (percibidos o imaginados),
mientras que la voluntad tiende al bien inteligiblemente captado. Por ejemplo,
cuando quiero la salud y para ello me privo de bienes sensibles muy deseables para
el paladar (como un buen bistec rebosante de colesterol, para un enfermo de
corazón).

➢ El bien como objeto natural de la voluntad


El objeto propio al que está abierta por naturaleza la voluntad es el bien. Bien
es aquello que todas las cosas apetecen. El bien dice referencia al querer o desear,
lo cual significa que no se explica aisladamente.
En sentido preciso hay que decir que es el querer o desear es que es relativo
al bien. Por tanto, la voluntad puede crecer en la medida en que se adapte a bienes
mayores. Dicho crecimiento se denomina virtud. A lo que se inclina la voluntad por
naturaleza es, pues, a quiere más bien.
La verdad está en la mente, pero el bien está en la realidad. El bien está en
lo real, pero ello no implica que no sea entendido, que no esté conocido en la mente.
Si no lo estuviera no sería objeto de la voluntad, porque nada se quiere si antes no
es conocido, la voluntad solamente sigue a lo que se conoce como bien. En
consecuencia, el conocimiento del bien es correlativo al descubrimiento de lo real.
Tampoco el bien se reduce a ser mero objeto de la voluntad, pues la persona
también está implicada en él. De lo contrario no se podría hablar de bien y mal
moral, por ejemplo. El hombre que se adapta al bien mejora por dentro; el que se
aleja de él, lo contrario. El adaptarse a bienes menores, correlativo de la renuncia a
los mayores, a los que uno está llamado, empeora no sólo a la voluntad humana,
sino que también compromete a la persona.
La filosofía clásica solía decir que la felicidad humana consiste en la
consecución del último fin o bien perfecto. Esta tesis es bastante difícil de entender
hoy en día, porque se existen bienes inmediatos y, consecuentemente, no se sabe
qué puede significar eso del bien último. Se daba también por supuesto que todos
los hombres querían ser felices. También esto se pone hoy en duda.
Los cristianos, entre otros muchos, en cambio, ponen el bien último en Dios.
Si bien y realidad coinciden, es decir, son idénticos, a más realidad más bien. Sólo en
un bien relacionado con el hombre (personal, por tanto) en el que no quepa mezcla
de mal, residirá la felicidad humana si a ese bien se adapta el hombre. Ese bien sólo
puede ser Dios.
La voluntad está inicialmente abierta a la felicidad, pero sin concretar todavía
esa felicidad en Dios. Se puede descubrir a Dios y quererlo como bien. Al principio
la voluntad tiende al bien, pero se trata del bien en común, es decir, que la voluntad
en estado de naturaleza desea el bien, pero no ama tal o cual bien, por eso caben
errores en las elecciones.

• Libertad Para una adecuada comprensión de la libertad real se suelen distinguir al


menos cuatro sentidos fundamentales de la palabra:

1o. Libertad fundamental, también llamada libertad trascendental por Heidegger.


Consiste en la radical apertura del hombre a la realidad: a la belleza, a la verdad y al
bien. Esta apertura proviene de la apertura infinita del entendimiento y voluntad
humanas a todo lo real.

2o. Libre albedrío o libertad psicológica. Es la capacidad de autodeterminación del


hombre según unos fines previamente elegidos por él mismo, esta
autodeterminación tiene sus límites.

3o. Libertad moral. Desde este punto de vista se referimos a la dimensión ética y
perfeccionamiento de la persona mediante los hábitos o virtudes morales. Con las
virtudes («hábitos operativos buenos») crece la capacidad operativa de la persona,
mientras que los vicios («hábitos operativos malos») entorpecen la auténtica
realización personal.

4o. Libertad social o libertad política. Se trata de la capacidad de intervenir en la


vida social y política sin prohibiciones, de tal modo que el hombre sea capaz de crear
un orden social justo y humano.

A los dos primeros sentidos de libertad se les puede denominar «libertad innata o
nativa» puesto que todos los hombres la poseen por derivarse necesariamente de
la esencia metafísica del hombre. A las dos últimas, por el contrario, se la llama
«libertad adquirida» ya que es una libertad conquistada mediante la
autodeterminación personal.

Así pues, la persona humana es una realidad que posee el ser en sí mismo, y por lo
tanto es principio de sus operaciones, principalmente conocer y amar que son las
operaciones específicamente humanas. El hombre posee unas enormes
posibilidades de perfeccionamiento a través de estas operaciones: puede conocer
cada vez más cosas y, sobre todo, puede cada vez amar más intensamente. Esas
posibilidades no se dan ya perfeccionadas en acto desde un principio, sino que se
deben perfeccionar en el tiempo. A ese proceso de perfeccionamiento algunos
autores lo denominan «realización»; en el hombre es más preciso hablar de
«autorrealización» porque su realización como persona en el plano dinámico-
existencial no procede de un principio extrínseco, o «desde fuera», sino que es una
realización «desde dentro mismo del sujeto». El trozo de mármol se puede
perfeccionar hasta llegar a ser el Moisés de Miguel Ángel, pero su perfeccionamiento
se produce gracias a la acción de un agente externo (el artista). Sin embargo, el
hombre con sus acciones libres se perfecciona a sí mismo (se «auto perfecciona»);
con otras palabras, se convierte en protagonista de su vida, autor de su propia
biografía.

La existencia de la libertad en el hombre se puede captar mediante algunas


experiencias profundamente humanas, entre las cuales pueden mencionarse las
siguientes:

a) En primera instancia, acudiendo a la experiencia personal observamos que nos


sentimos libres cuando no estamos obligados por ningún agente externo; cuando no
hay obstáculos para hacer lo que queremos. A esta ausencia de coacción se le puede
denominar «libertad de»; apunta hacia una de las dimensiones de la libertad, pero
se trata de una descripción meramente negativa. La libertad admite una
caracterización positiva como la de «auto posesión», dominio de los propios actos.
En este sentido, se habla de la «libertad para», puesto que es evidente que
la libertad no es un fin en sí mismo, sino para «autodestinarnos» hacia aquello que
queremos.

b) También experimentamos la libertad cuando captamos la no necesidad de


realizar las propias acciones. Es decir, no sólo estamos libres de agentes externos,
sino que en nosotros mismos captamos que no hay ningún principio intrínseco que
nos fuerce a obrar de una manera u otra. La libertad «aparece perfectamente
reflejada en la experiencia del ser humano, que se resume en la frase “podría, pero no es
necesario».

c) En tercer lugar, la experiencia de la responsabilidad manifiesta la libertad, porque


ser libre quiere decir «ser dueño de mis acciones», lo que implica también ser
responsable de las mismas. Ser responsable equivale a ser capaz de
«responder» de los propios actos, y esto lo hacemos en la medida en que esos actos
nos «pertenecen»: por esta razón podemos explicar sus motivaciones. Si no se
asume la responsabilidad de los actos estamos negando que se hicieron libremente:
Responsabilidad es otro nombre de libertad o, si se prefiere, dos caras de la misma
moneda. Ahora bien, ¿ante quién hemos de responder de nuestras acciones? En
primera instancia, ante la propia conciencia personal: «La responsabilidad ante
alguien, cuando se da integrada en la voz de la conciencia, coloca a mi propio ego en
posición de juez de sí mismo (...). La responsabilidad ante alguien en el sentido de
autorresponsabilidad parece corresponder a la auto dependencia y
autodeterminación propias del hombre; en esta correspondencia se expresa y
encarna la voluntad y la libertad de la persona (...) Si el hombre en cuanto persona
es el que se gobierna y posee a sí mismo, lo puede hacer porque, por una parte, es
responsable de sí mismo y, por otra, en algunos sentidos es responsable ante sí
mismo». De todas formas, en última instancia hemos de responder de nuestras
acciones ante Dios.

d) Otra experiencia de la libertad es la obligación de cumplir las promesas: Ser


dueño de las propias acciones implica ser «dueño» de mi futuro. El hombre es capaz
de prometer «poniéndose en el futuro»; en otras palabras, es capaz de determinarse
o comprometerse. «Prometer es (...) poseerse en el futuro, proyectarse por encima
del tiempo y en él, determinarse en un sentido concreto, garantizar que, a través de
cualesquiera vicisitudes, uno mismo será siempre uno mismo y estará siempre allí
para alguien o para algo, de esta o aquella manera y eso es poseerse en el futuro».
Por esta razón, cumplir las promesas o ser fiel a los
compromisos adquiridos es una manifestación de libertad, de responsabilidad y
coherencia, aspectos que manifiestan una personalidad madura.

e) La indecisión supone también una buena prueba de la existencia de la libertad en


el hombre. Aunque sea de manera negativa, se capta la libertad en la conciencia de
la indeterminación de la voluntad. Ante las diversas alternativas que se presentan y
cuando ninguna posee una fuerza determinante sobreviene la duda que sólo se
vence con una decisión de la voluntad. De aquí deriva también el sentimiento de
«angustia», que proviene de percibir las diversas posibilidades abiertas de elección
en lo cual el hombre puede fracasar. El sentimiento de angustia ha sido objeto de
estudio por parte de la filosofía existencialista contemporánea.

Lo dicho hasta el momento demuestra la experiencia de la libertad dentro de la


conciencia humana. Sin embargo, no basta la mera experiencia subjetiva de la
libertad, es decir, la «vivencia subjetiva» de la libertad o el hecho de conciencia de
«sentirse libre». La mera «sensación de libertad» no garantiza de hecho la existencia
real de la libertad. Es necesario dar un paso más hasta alcanzar la dimensión
metafísica de la libertad humana.

➢ La libertad moral: nace del buen uso de la libertad de elección y consiste en el


fortalecimiento y ampliación de la capacidad humana que se llama virtud. La libertad
moral es adquirida o Conquistada por el hombre, que se va configurando con un
modo de ser determinado. En efecto, las distintas elecciones humanas van
configurando la persona moralmente (un ladrón si roba, un hombre justo si hace
actos de justicia). A la síntesis pasiva y al aprendizaje hay que añadir los hábitos que
el hombre desarrolla con el ejercicio de su libertad. Por ejemplo, en las biografías se
relatan las circunstancias del nacimiento del sujeto (lugar y tiempo), familia,
educación, etc. pero son las acciones las que configuran a un hombre de modo
pleno, sobre todo moralmente.

La libertad moral consiste en la realización de la libertad fundamental a lo largo del


tiempo según un proyecto vital. La realización de la libertad consiste en el conjunto
de decisiones libres que van configurando la propia vida. El vivir para el hombre ya
no es el mero subsistir, sino la realización de los proyectos personales. Llegar a ser
lo que uno quiere o no llegar tiene mucho que ver con la consecución o no de la
felicidad. En definitiva, la realización de un proyecto vital propio, libremente
decidido y realizado es lo que da autenticidad y sentido a la propia vida.

Hay que tener en cuenta que no está asegurado el buen uso de la libertad. En algún
momento se ha hecho mal uso de la libertad. La persona virtuosa es la que posee la
facilidad para obrar bien. En gran medida, obrar bien quiere decir obrar por lo que
la inteligencia le presenta a la persona como bueno, por encima de las inclinaciones
sensibles (o pasiones): un aspecto importante de la libertad moral consiste en la
educación de las tendencias naturales. De manera elemental se puede describir la
libertad moral como la capacidad de querer realmente bienes arduos, difíciles de
conseguir a través de un esfuerzo. En último término sería lo que vulgarmente se
llama «fuerza de voluntad», es decir, no sólo la capacidad de elegir un proyecto vital
(libertad de elección) sino de realizarlo efectivamente: o lo que es lo mismo, la fuerza
moral para llevarlo a cabo. ¿Por qué se llama libertad? Porque para querer
realmente bienes arduos es preciso ser capaz de superar obstáculos e inclinaciones
orientadas a la satisfacción sensible que es agradable. Es libertad porque supone
autodominio y no ser esclavo de esas tendencias.
Lectura complementaria
Persona humana, Educación y Libertad
Licda. Jacqueline Wurmser

Como sabemos, la sociedad de hoy navega dentro del materialismo en todas sus
facetas: la del consumo, la de lo útil, la del placer, la del relativismo. En otras palabras, todo
esto redunda en la evasión de cualquier cosa que signifique esfuerzo. En la barca del aula,
encontramos jóvenes que se escudan y disfrazan en toda suerte de conductas repelentes que
no hacen más que manifestar su profunda inseguridad y vulnerabilidad, pues, en algunos
casos, tanto padres como maestros, no les han enseñado a desarrollar una interioridad fuerte
que les permita enfrentar el duro embate que significa ser comprados y no ser queridos. Es
decir, pienso que muchos estudiantes hoy en Guatemala, están acostumbrados a llevar una
máscara que les asegura un anonimato en el que se resguardan por no sentirse entendidos ni
queridos.

Esta es una realidad innegable que se da en Guatemala inmersa en el mundo


globalizado. Como bien hemos advertido, muchas de estas situaciones serán oportunamente
analizadas dentro de este curso de capacitación.

Hemos de afrontar la situación actual con la bandera de la confianza en las personas.


Cada persona tiene la capacidad de ser perfectible, tanto los padres, como los maestros y, por
supuesto, los alumnos. Cada hombre tiene un proyecto personal de vida, que busca una meta,
y se esfuerza por realizarla. La vocación del verdadero maestro debe notarse en su habilidad
por ahogar el error en abundancia de verdad, el mal en abundancia de bien, el egoísmo en
abundancia de amor… por supuesto, sin “ahogar” a las personas que están en el error o no se
comportan bien. Es muy importante la actitud con que abordemos estas realidades. Si la visión
de uno mismo y del mundo externo es negativa, eso, sin duda, se hará notar. Y ante el
pesimismo, sólo cabe un ataque de optimismo.

Una sociedad y cultura sanas se reflejan y se nutren de la salud de la familia.


Igualmente, una sociedad y cultura enfermas revelan una familia débil y deteriorada. ¿Por qué
la sociedad y la cultura se enferman? Por muchas razones. Entre ellas, una parece resumirlas
todas: se ha perdido el recto concepto de persona humana y de su dignidad. Este equívoco de
lo que verdaderamente supone una persona se traduce en reducciones de diversas índoles:
productor-consumidor de bienes y servicios, peldaño para escalar más alto, obstáculo que hay
que eliminar, objeto de placer, de culto al cuerpo; en definitiva, se anula la dimensión
espiritual y cualitativa para llegar a valorar únicamente los aspectos externos y materiales. El
mercantilismo, concebido como una compra-venta de calificaciones, es un reflejo de lo
anterior dentro del aula.
Si reflexionamos a fondo en la desvirtuación del concepto de persona y deseamos
proponer la visión correcta, nos topamos con una clara dicotomía: en el reduccionismo la
persona es objeto y medio para ser utilizado. En el personalismo, la persona es sujeto, no
medio, sino un fin digno de amor y respeto.
La persona humana es dual, pues, como sabemos, está formada por una parte biológica
y una espiritual que redundan en una unión sustancial donde cuerpo y alma se interrelacionan
constantemente. Esto es sólo para recordar –pues viene bien en estos tiempos- que no somos
sólo cuerpo, sino también espíritu. No es ninguna novedad que el ser humano alcance su
felicidad satisfaciendo su espíritu, pues en esta idea han insistido ampliamente los clásicos.
Sin embargo, en la actualidad se ha desdibujado esta prioridad y la sociedad de consumo nos
ha empujado a rendir directa satisfacción a lo más inmediato, es decir: lo material y corporal.
Se ha olvidado que las necesidades espirituales tales como la ciencia, el arte y la religión son
las que verdaderamente nos hacen felices.

El entendimiento y la voluntad son las potencias de las que dimana lo esencialmente


humano: la libertad. Lo que define la libertad es precisamente el autodominio, la capacidad
de proponerse una meta y dirigirse hacia ella. La libertad es una característica esencial del
ser del hombre, es el núcleo mismo de toda acción realmente humana.

En pocas palabras: la libertad nos constituye como personas, porque ese per se (hacer
por uno mismo) es lo que nos distingue de todo otro ser animado. Detrás de todo acto libre
siempre hay alguien, es decir, todo acto humano es imputable, atribuible a un sujeto
ejecutor. Por tanto, el sujeto que lo realiza debe responder de él. Del mismo modo que la
libertad es el poder de elegir con vistas a una finalidad, la responsabilidad es la aptitud para
dar cuenta de esas elecciones. Libre y responsable son las dos caras de la moneda humana,
y por eso se ha dicho que a la Estatua de la Libertad le falta, para formar pareja ideal, la
Estatua de la Responsabilidad.

Sin entendimiento no hay libertad; sin voluntad, tampoco. Antes de actuar, hay que
pensar –esto es lo que Aristóteles denominó prudencia- y enseñar a pensar es la clave de la
educación para la libertad.
La dignidad de la persona humana se deriva precisamente de ese actuar libre y
responsable. Ahora bien, por dignidad hemos de entender una superioridad que se deriva
de esa naturaleza y todo ello en forma independiente del modo en que una persona actúe.
Se es digno por naturaleza, no por el modo de comportarse. La dignidad de la persona
humana es de su ser, no de su actuar. Es decir, si se compara un hombre que obra
moralmente bien con otro de conducta reprobable, se concluye que “tan persona” es el uno
como el otro, aunque el primero sea “mejor persona”.

Como es sabido, desde los inicios del quehacer filosófico, uno de los más importantes
argumentos ha sido demostrar, por la vía racional, la existencia de Dios. Y el ser humano
puede demostrar, con sólo pensar, que Dios existe. Y, si Dios existe, el ser humano es una
criatura suya. Dicha condición de criatura lo eleva a un destino trascendente que es Dios
mismo.

Ahora bien, si el ser humano es una criatura con una finalidad trascendente, ¿cómo ha
de concebirse el camino que le lleva a ésta? Es decir, ¿cómo debe ser considerada la
educación? Al buscar la referencia etimológica de educación, encontramos varios
significados de los que podemos escoger algunos: conducir y extraer. Si la educación es
conducir, a mi modo de ver hay que conducir a nuestros alumnos hacia su propio fin, es decir
a su propio camino, a su propia felicidad, a su propia plenitud vital, o dicho en términos más
filosóficos, a su propia perfección. Si educar significa “sacar de, extraer”
¿qué hemos de extraer en cada uno de nuestros alumnos? Esto se logra facilitando el
ejercicio recto de sus potencias o facultades superiores: el entendimiento y la voluntad.

Ya Aristóteles dice a Nicómaco que la felicidad es el fin de la educación. Soy difusora de


la educación personalizada, y el fin de la misma es -según Víctor García Hoz- ayudar a los
alumnos a encontrar la alegría del propio vivir, en cada uno de los momentos del actuar
humano. Este mismo autor, plantea que la alegría es una consecuencia de las acciones bien
hechas -el trabajo bien hecho-; y de las relaciones bien llevadas, con el mundo circundante,
con los demás y con Dios.

Siempre se ha enfatizado que la educación va estrictamente dirigida a la inteligencia.


Sin embargo, la educación no es completa si no se dirige también a la voluntad. Se ha de
educar la cabeza y el corazón. La educación ha de ser integral, ha de abarcar al ser humano
por completo. Por eso, educar a seres humanos supone ayudarlos a que logren ser personas
con voluntades recias, que alcancen el señorío de sí mismos.
La fortaleza, la fuerza en la voluntad redunda en no huir de todo lo que represente
esfuerzo, una persona que no quiere hacer esfuerzo no pone interés en nada que no le sea
fácil. Con el adecuado fortalecimiento de la voluntad se consiguen hombres y mujeres
responsables, capaces de comprometerse, capaces de ser fieles, capaces de realizar un
esfuerzo por conseguir los altos valores a los que está llamado el ser humano.

Por lo tanto, educar significa ayudar a los alumnos a buscar lo alto, y eso alto son el bien
y la verdad. Al hablar de bien no se refiere a querer el bien una vez, sino una, otra y otra vez,
en buscarlo siempre; por eso es necesario que, a fuerza de buscar, de repetir una y otra vez,
de continuar en el esfuerzo, los alumnos vayan afianzando eso que se llama virtud, la cual se
define como el hábito de hacer el bien. Interesa que los alumnos aprendan a buscar el bien,
viviendo las virtudes. Sólo quiero recordar que las principales - prudencia, justicia, fortaleza
y templanza- no han dejado de ser provechosas ni deben desaparecer del vocabulario y de
la vida de las personas, pues ayudan a que el ser humano alcance la felicidad. Son el modo
de caminar en la felicidad. Como dije antes, educar es conducir y extraer, por lo tanto, educar
es ayudar a desarrollar las propias capacidades en forma integral.
Para realizar una educación integral es de vital importancia que el maestro se adelante,
es decir que “ponga la muestra” que arrastre con su propio ejemplo, y esto se consigue con una
voluntad fuertemente desarrollada, que sea un líder, viviendo él mismo el constante
esfuerzo de superarse. Esto se nota y contagia.

El contagio de un entusiasmo vital a ir hacia arriba se logra sirviendo. Servir significa ser útil
y hacerse útil por una interior disposición de darse a los demás. Hay algunas profesiones en
las cuales el servicio se hace más patente que en otras. No es lo mismo trabajar con un barro
inerte como lo hace el ya aludido alfarero que trabajar con personas. Cuando se trabaja con
personas es más fácil servir y meter el corazón.
Lectura complementaria
La Unidad de la persona humana
Extracto Medicina Pastoral
Miguel Ángel Monge

Corporeidad y espiritualidad
Se ha llamado al hombre, con razón, “un espíritu en el cuerpo”1. Pero el cuerpo no es
entendió como una cárcel o tumba para el espíritu humano, de la que sería preciso escapar,
tal como sostenían los platónicos y pitagóricos. Es visto, más bien, como la realidad material
y sensible que es actualizada por un principio espiritual, que es el alma. Ambas magnitudes
son inseparables. Una vez que se unen, forman una sola sustancia. De ahí que se afirma que
le hombre es un compuesto sustancial de cuerpo y alma (una “unidad sustancial”). El alma
es la fuerza configuradora del cuerpo (” forma corporis”); vivifica y estructura la materia para
que sea un cuerpo humano, y se mezcla y funde tan estrechamente con éste, que sólo
juntos constituyen una existencia.
El alma es aquello “por lo que primeramente vivimos, sentimos, nos movemos y
entendemos”2 Es el principio de todas las operaciones, tanto somáticas como psíquicas y
espirituales, y, en cuanto tal, está en todo el cuerpo y en cada una de sus partes. Una vez
unida al cuerpo ya no hay más que una sola sustancia responsable de todos los actos del
hombre3
Dicho esto, podemos obtener cierta luz sobre las relaciones concretas entre alma y
cuerpo, mente y cerebro. El hecho de que algunos se plantean estas interacciones mutuas
como un problema, indica que, en el fondo, se parte de una concepción dualista. El cerebro
no es materia sólo (mientras pertenece a un ser vivo) ni la mente es algo desencarnado. El
cerebro, como el estómago, están animados por el mismo principio. Por esto se ha llegado
a decir: “Uno piensa y digiere con todo su organismo”. Es como decir: “Es el hombre quien
piensa y digiere. Es la persona la que realiza toda la acción”. No es la inteligencia la que
entiende algo, sino el hombre4.
El cuerpo del hombre goza de una dignidad especial ya que está, junto con el alma,
en estrecha relación con Dios. Los órganos humanos (cerebro, corazón, hígado, etc.) por
tanto, aunque morfológica y bioquímicamente sean parecidos a los de los animales, sin

1 Cfr.RATZINGERJ., Teoría de los principios teológicos. Barcelona 1985, p. 413


2 Cfr.ARISTÓTELES, De Anima II, 414 a. La noción de alma,
3 Cuando se rompe una unidad, sobreviene la muerte: por un lado queda el alma espiritual y, por otro, un

cadáver (que ya no es cuerpo humano)


4 Cfr. WOJTYLA, K. Persona y acción, Madrid 1982: “El hombre es sujeto no sólo por ser autoconciencia y

autodeterminación, sino también la base del propio cuerpo. La estructura de este cuerpo es tal, que le permite
ser el autor de una actividad puramente humana”, p. 2
embargo, mientras pertenecen al hombre vivo, son esencialmente distintos. Se distinguen
por el principio que los vivífica; éste no es un “alma” animal (vegetativa o simplemente
inmaterial), sino un alma humana. Los órganos corporales del hombre no son mera materia,
ya que están sustancialmente unidos a un alma espiritual. Tienen el valor que les da el alma.
Esto no obsta para no perder de vista que lo que da sentido y valor a cada órgano es el todo,
es la persona.

Cuando hablamos del cuerpo humano, hablamos del alma que los estructura e
informa (o formaliza). Cuando hablamos del alma, decimos algo sobre el cuerpo que lo
manifiesta. No es posible separar uno del otro ya que –como hemos visto- cuerpo y alma
no son dos “cosas”, sino más bien dos aspectos recíprocamente implicados de un solo ser real, que
es la persona humana.

El significado del cuerpo


En cierto sentido, el hombre es verdaderamente su cuerpo. No se reduce a poseerlo
o habitarlo. Existe en el mundo no solamente “siendo su cuerpo” (Merleau. Ponty), sino
“dentro de su cuerpo”, “siendo su cuerpo” (Congar). Por su constitución intrínseca, en su
cuerpo y a la vez, misteriosamente, lo sobrepasa.
El cuerpo es para el hombre un medio de expresión5. Da a conocer su medio interior,
“traduce” las emociones y aspiraciones, la alegría y la decepción, la generosidad y la angustia, el
odio y la desesperación, el amor, la súplica, la resignación y el triunfo; y difícilmente engaña.
San Agustín habla de un “lenguaje natural de todos los pueblos”6 que se muestra en el rostro,
la mirada, la voz, en el modo de andar y bailar (danzas fúnebres, guerreras, festivas).
El cuerpo es como una imagen del alma, “un signo de nuestro misterio personal”7 Lo
modelamos, hasta cierto punto, e inscribimos en él, poco a poco, nuestra propia historia.
Esto significa el adagio: “La cara es el espejo del alma”. Es el espejo de lo que una persona
quiere sobre todas las cosas. “Quien se mira a sí mismo, no resplandece”, dicen los niños.
Por otro lado, el cuerpo es también un medio de acción en el mundo, “El significado
del propio cuerpo –dice el Papa Juan Pablo II- emerge precisamente del hecho de que le
hombre vivirá para “cultivar la tierra” y “someterla”8 El hombre forma el mundo mediante sus
manos. Es, según decían los antiguos, inteligencia y manos (“ratio el manus”)9 Santo Tomás
le llama “el único animal con manos”: no tiene pezuñas o garras
5 Cfr. ibíd.
6 AGUSTÍN, San, Confesiones I, S. en MOUROUX, J., Sentido cristiano del hombre, o.c., p. 55
7 MOUROUX, J., Sentido cristina del hombre, o.c., p 58
8 JUAN PABLO II, Alocución, 31 de octubre de 1979
9 Cfr. MOUROUX, J., Sentido cristiano del hombre, o.c. p 53
para acaparar cada vez más cosas, sino manos para arreglar y cuidar, y para orientar todo
hacia un bien mayor10. El hombre no solo tiene manos para poseer, sino también para dar.
Es un índice más de que se realizar en la donación.
Por otro lado, el cuerpo también es un límite. Permite ciertas acciones y otros no (el
hombre no tiene alas para volar). Es bastante frágil; una simple picadura de un insecto
puede convertirse en obstáculos para expresar lo que piensa y quiere. El cuerpo puede
llegar hasta paralizar o suprimir la actividad espiritual. Y se gasta con el tiempo.
Además, el cuerpo nunca expresa del todo el mundo interior; también lo oculta. Las
palabras se encuentran, a veces, muy lejos de lo que siento y realmente quiero decir. Dos
personas nunca pueden comprenderse directamente. Siempre lo hacen “a través de” la mirada o
la sonrisa, un apretón de manos, un beso, un abrazo.
El cuerpo es para el hombre, pues, un medio de expresión y un velo. Manifiesta y
oculta su vida interior. Es un instrumento y, a la vez, cierto obstáculo para actuar en el
mundo.
El cuerpo con todo su valor y belleza, no es un fin en sí, no debe convertirse en un
ídolo. Si posee una dignidad radical, lo debe al alma que le constituye en el cuero de un ser
creado a imagen de Dios. Es el alma la que confiere a esa parcela de “barro” su ser corporal. Sin
el alma no es más que mera materia. Su dignidad se define por su relación al alma. Un
“culto al cuerpo”, por tanto, no puede justificarse desde una visión cristiana del mundo.

MONGE SÁNCHEZ, Miguel Ángel. Medicina Pastoral. Cuestiones de Biología, Antropología,


Medicina, Sexología, Psicología y Psiquiatría. EUNSA, 2010.

10 Cfr. Yepes Stork, R. Las claves del consumismo, Rialp, Madrid 1989 pp. 10-12
Lectura complementaria
La distinción entre las funciones animales y humanas a nivel vegetativo
Antropología Filosófica, Fernando Sellés

Si la vida y alma son equivalentes, las plantas y árboles también tiene un alma. De
manera que llamar “animado” a un bosque no es una metáfora literaria, sino una realidad
básica. Lo que pasa es que se trata de un alma peculiar, muy distinta –por inferior- de la
sensible y, por supuesto, que la humana. La vegetativa está conformada exclusivamente por
tres funciones: nutrición, reproducción celular y desarrollo.
Como es sabido, la vida vegetativa es un movimiento vital que transforma en su propia vida
lo inerte (nutrición), reduplica su propia vida (reproducción celular) y desarrolla su vida
especializándola en determinadas funciones (desarrollo). No es la vida vegetativa una
acción-reacción como los movimientos físicos, tal como se da, por ejemplo, en el impulso
que recibe una pelota de tenis al ser golpeada por la raqueta del jugador, sino una
incorporación de lo externo a sí, transformándolo en su propia vida, y sacando de ello más
vida. Las funciones vegetativas son las que tienen por objeto el mismo cuerpo, siendo éste
vivificado por el alma a través de ellas. Se trata de tres funciones jerárquicamente distintas
vinculadas entre sí, por una neta subordinación de la inferior a la superior.
La primera de las funciones vegetativas, la más baja, es la nutrición, a la que también
se le llama metabolismo. Consiste en asimilar a sí, al propio cuerpo, lo externo posible de
ser asimilado. Por eso no respeta lo otro en su ser, sino que lo cambia amoldándolo en la
medida que puede al modo de ser propio. En efecto, al ser asimilado, lo inorgánico es
trasformado, porque pasa a ser orgánico, vida de la vida del ser vivo. La nutrición transforma
la índole de lo físico. Es decir, para que el alimento se incorpore a la vida del ser vivo debe
dejar de ser la realidad inerte o viva que es. Los compuestos químicos, por ejemplo, del
subsuelo en el que el árbol hunde sus raíces dejan de estar como estaban tras absorberlos,
y pasan a incorporarse a la vida del vegetal: en nuestro cuerpo hay hierro, pero no en las
mismas condiciones que en la realidad física, sino en mejor disposición. Lo que era
meramente inerte ha pasado a ser un movimiento intrínseco: vida. La manzana que come
una muchacha deja de ser la naturaleza vegetal que era para transformare en la propia vida
corpórea de la chica. Sin embargo, no todo se asimila por igual en la nutrición. De lo
contrario la dietética estaría de más. Además, no todo se asimila. Por eso, lo que sobra se
expulsa.
La reproducción es la actividad mediante la cual se reduplica un organismo. Como
los vegetales y animales están cada uno de ellos en función de la especie, la reproducción
es el medio por el cual estos seres vivos perviven en sus especies, es decir, el medio del que
disponen para perpetuarse en el tiempo. A distinción de la nutrición, la reproducción
respeta lo otro como otro, no como alimento para uno. El otro generado no se subordina a
uno, como en el caso del alimento, sino que se respeta su relativa independencia, su vida.
No se trata de la vida aislada, sino por así decir, de una co-vida, y ello tanto en la
reproducción asexuada (celular) como en la sexuada (animal). En efecto, el conjunto de las
células de un organismo no es la sumatoria extrínseca de individuos que nada tenían que
ver entre sí, sino un conjunto unitario interrelacionado ordenadamente según una clara
subordinación de lo inferior a lo superior. La forma vegetativa superior en el organismo vivo
es el sistema nervioso, pero de éste carecen los vegetales. A su vez, lo inferior nace de lo
superior, tiene a éste como a su fin y es gobernado por él. Por su parte, un conjunto de
animales forma su especie, ninguno es ajeno o superior a ella, sino que la especie se reparte
entre los individuos y todos están en función de ella.
Al desarrollo también se le suele llamar con otros nombres: ontogénesis,
crecimiento, etc. El desarrollo o crecimiento es la función central de la vida vegetativa. En
sentido estricto, no consiste en un aumento de tamaño, en ser más alto, grueso, etc. Sino
en la operación que lleva a cabo la distinción orgánica.
CAPÍTULO 5. EL CUERPO HUMANO
EXTRACTO ANTROPOLOGÍA PARA INCONFORMES
Juan Fernando Selles

En esta Parte II del Curso se estudia la naturaleza humana, la vida recibida. Tampoco
esto en lo más importante en el hombre. En efecto, las biografías no se limitan a decir cómo
fueron los rasgos físicos y el contexto espacio temporal del personaje estudiado, sino que
se centran en mayor medida en sus hechos y dichos, y si el historiador es más perspicaz, en
el significado de los mismos, para mejor descubrir de ese modo la personalidad del
protagonista.
De modo similar, lo más importante en antropología no estriba en el estudio de la
corporeidad humana, porque ninguna persona se reduce a su cuerpo, aunque esta tesis sea
un poco sorprendente en una sociedad como la nuestra en que se rinde bastante culto al
cuerpo, y se miden en exceso las cualidades y relaciones humanas en función de él. Con
todo, por tratarse del cuerpo de la persona humana, este tema es digno de atención, pero
no debe perderse de vista que el sentido del cuerpo se entiende si se subordina al sentido
personal, no a la inversa.

1. Cuerpo orgánico
El cuerpo humano vivo, sus funciones y facultades constituyen la naturaleza
humana, la vida recibida; la herencia biológica que debemos a nuestros padres. De ellos no
hemos recibido la persona que somos, a saber, el acto de ser personal, ni tampoco la esencia
humana, es decir, el partido que cada cual saca de sus facultades superiores sin base
orgánica. Señalábamos en el Capítulo 1 de este Curso que la vida no es algo sobreañadido
extrínsecamente al cuerpo orgánico, sino su movimiento intrínseco. Conviene añadir ahora
que la vida es lo que hace que un cuerpo sea precisamente un organismo. Vivificar a un
cuerpo es constituirlo como organismo.
El cuerpo vivo no es tal antes de recibir la vida. Sin ella las realidades físicas no son
cuerpo orgánico, sino materia inerte. Cuerpo con vida es cuerpo orgánico. Los órganos son
los soportes biológicos de las potencias o facultades (de ellas se trata en el Tema 6) de que
está dotado un ser vivo corpóreo (ej. los oídos son los órganos de la facultad auditiva, los
ojos lo son de la visiva, etc.). Tales potencias con soporte orgánico son principios próximos
que ordenan, configuran, informan, una parte del cuerpo, no el cuerpo entero, sino cada
una a su órgano (ej. la facultad auditiva activa a los oídos; la de la vista, a los ojos, etc.). La
vida es el principio remoto unitario que vivifica enteramente al cuerpo. Es, por tanto, el
origen del que dimanan todas las facultades o potencias, que contribuyen a que el cuerpo
sea un organismo. La vida (lo que los antiguos denominaban alma) es, pues, la que ordena
y coordina las distintas facultades y las hace compatibles entre sí. Es curioso que el cuerpo
humano reciba su vida del alma y que “no hay mayor duelo que el del alma y del cuerpo”. Algo
debe de haber ocurrido para que se haya producido un notable desajuste entre ambos;
desorden agudo que, además, al fin de esta vida termina inexorablemente con la ruptura
definitiva.
Los cuerpos orgánicos tienen mayor o menor complejidad dependiendo del mayor
o menor número de potencias o facultades que posean y del tipo de las mismas. Los órganos
son para las facultades; no al revés (ej. el ojo es para la vista, no la vista para el ojo; no se
trata sólo de que veamos porque tengamos ojos, sino de que los ojos son para ver). De
modo semejante, hay que recordar a menudo que el cuerpo es para el alma, y no a la inversa.
De ahí la importancia de seguir el consejo de aquella sentencia castiza: “hoy en la vida, mañana
en la fosa y mortaja; bienaventurado el cuerpo que por su alma trabaja”. No se pueden
comprender, pues, enteramente los órganos desde una perspectiva meramente anatómica,
fisiológica, biologicista, sino que se los entiende bien sólo en atención a las facultades (ej.
no se advierte enteramente el sentido del ojo desde un mero estudio fisiológico, es decir,
al margen de que el ojo es el órgano de la visión, o sea, de que está configurado para ver).
A la par, no cabe una entera compresión de cada órgano por separado, ni tampoco una
entera comprensión psicológica de cada facultad por separado. La comprensión completa
es la que compara unos órganos con otros y unas facultades con otras en atención a la
armonía jerárquica del conjunto.

En suma, se trata de ver que el fin del cuerpo no es el cuerpo, sino, en rigor, el alma.
El fin del cuerpo no es corpóreo, y no sólo en cada una de sus partes, sino en el conjunto
(ej. el fin del ojo es ver, pero el ver no se ve, no es corpóreo. No se puede estudiar anatómica
o biológicamente el ver, porque tal acto no es ni anatomía ni biología ninguna, sino
conocimiento, que es el fin de aquéllas. Tal conocer no es vida puramente biológica, sino
vida cognoscitiva). Del mismo modo, el fin del cuerpo, tomado enteramente, tampoco es
corpóreo. El fin del cuerpo humano es el alma humana, su principio vital. No es ésta para
aquél, sino el cuerpo para el alma. El yo ni es cuerpo ni es para el cuerpo, sino que el cuerpo
es para el yo, para manifestar sensiblemente, en la medida de lo posible, el sentido del yo.
Por eso, concepciones filosóficas que describen a la persona según la "unidad" o "totalidad"
del alma y cuerpo tales como la de Zubiri, no pueden dar razón de la persona post mortem.
El cuerpo humano es el cuerpo vivo más complejo de la realidad, no sólo por la
composición biológica, sino por el de su funcionalidad. Aunque la biología y la ciencia
médica han progresado mucho, todavía estamos en los prolegómenos la investigación del
cuerpo humano, al menos en alguna de sus partes neurálgicas, como es el sistema nervioso
central. Nos admiramos ante la pluralidad de las células de nuestro cuerpo, diversificadas
entre sí desde la embriogénesis, de cómo esas pueden desarrollarse a partir de una única
célula; nos sorprende la intrincada armonía que guardan los diversos órganos, funciones y
facultades entre sí. No sólo eso, sino que, además, el cuerpo humano
es incomprensible al margen de su engarce con lo que no es meramente orgánico o
corpóreo, a saber, con lo inmaterial y espiritual (ej. una sonrisa no es sólo un movimiento
facial, sino expresión, a través del gesto, de algo que no es meramente biológico:
agradecimiento, felicidad, engaño, etc.). El cuerpo y el alma no funcionan cada cuál por su
cuenta -al menos no es pertinente que así procedan-, sino que están vinculados
armónicamente. La unión es de subordinación del cuerpo al alma. El uno depende de la
otra.
El cuerpo no es la persona, sino de la persona. El cuerpo tampoco es el yo. Es
manifiesto que no cabe persona humana en este mundo sin cuerpo, pero si la persona se
midiera como tal por el cuerpo, uno sería menos persona en la niñez, en la enfermedad, en
la vejez, en las lesiones, con el cuerpo deshecho (la realidad parece justo la contraria, en
esas situaciones resplandece más, si se sabe advertir, el carácter de persona de los
humanos). Sería menos persona cualquiera de la calle que un atleta, o lo sería menos
cualquier ama de casa que “miss Universo”. Además, dejaría de ser persona al morir. Todo ello es
absurdo. No; el cuerpo es de la naturaleza humana, pero no es la persona humana. El cuerpo
es para la persona, no la persona para el cuerpo. Si no fueran asuntos distintos esta
afirmación sería ininteligible. Cabe preguntar ¿para qué de la persona? Se puede ofrecer
esta respuesta: para que la persona se manifieste sensiblemente en cierto modo a través
de su cuerpo, o, al menos, para que no encuentre impedimentos en su corporeidad para
expresar en cierto modo quién es. Esto constituye una peculiaridad exclusiva de los
humanos.

Por eso, debemos estudiar a continuación el carácter distintivo de nuestro cuerpo


con respecto al de los animales. Indagaremos también sobre la armonía entre las funciones
de nuestra corporeidad y el fin supra orgánico, supra biológico, de las mismas, finalidad de
la que carecen los animales. En rigor, se trata de reparar que cada cuerpo humano es
aquello orgánico de la naturaleza humana según lo cual dispone una persona humana
irrepetible (no un individuo de la especie) para manifestarse.

2. Carácter distintivo del cuerpo humano


La tesis a esclarecer se puede enunciar así: el cuerpo humano no es ni orgánica ni
funcionalmente como el del resto de los animales superiores, sino justamente inverso
respecto de ellos. Es sentencia clásicamente admitida que el hombre es un “animal
racional”. Esta definición parece sostener que tenemos algo en común con el género animal,
que sería la “animalidad”, y algo propio y distintivo nuestro, que vendría a ser exclusivamente
lo “racional” que, por cierto, perdemos con frecuencia... Sin embargo, intentaremos aclarar
que el hombre se distingue radicalmente no sólo de grado de los animales a todo nivel
corpóreo, y no sólo por la razón (y en la pérdida de ella). En rigor, el hombre no es animal.
El hombre no es su cuerpo, y su cuerpo no es animal. Por lo demás,
en virtud de ese carácter propio del cuerpo humano se distinguen, al menos hasta nuestros
días…, las Facultades de Medicina y Veterinaria. También por suerte, hasta la fecha, tiene más
demanda la primera. El cuerpo humano está espiritualizado. Comencemos, pues, por ver la
distinción esencial entre el cuerpo humano y el de los demás animales.

El cuerpo de los animales es sumamente determinado constitucionalmente, y


especializado en orden a una función; el del hombre, por el contrario, es abierto y
desespecializado. En lenguaje aristotélico se podría decir que el cuerpo humano es
potencial, o sea, no hecho para esto o lo otro, sino abierto para hacerse con esto, con lo
otro y con lo que se desee y, además, para hacerse con ello de un modo u otro, es decir,
como se desee. Es moldeable por la persona que lo vivifica, como el barro en manos del
alfarero, o como la plastilina en las de los niños. Con todo, vale la pena moldearlo bien,
personalizarlo, porque, al igual que los precedentes materiales, con el uso el cuerpo pierde
sus virtualidades.
Reparemos en el nacimiento. Siempre se nace (como advierte Polo)
prematuramente. Los animales nacen casi viables, maduros. Al menos, con pocos minutos,
horas, o máximo pocos días, éstos son viables tras el nacimiento. Tienen de entrada
incrustados en su instintividad todos los movimientos y funciones de un adulto de su
especie. El hombre no. Tiene que aprenderlo todo, respirar, comer, beber, andar, etc.
Atendamos al bipedismo. Los animales tienen las extremidades especializadas para un sólo
menester: pezuñas para pisar duro, garras para desgarrar, aletas para nadar, pies prensiles
como los de los monos para trepar, etc. Nosotros sólo andamos, a diferencia de los
cuadrúpedos, con los pies, pero nuestros pies no están especializados para ningún hábitat
determinado. En caso contrario, ser buena bailarina de ballet, por ejemplo, tendría poco
mérito, pues todas las mujeres estarían inclinadas a serlo, y es manifiesto que sólo la que lo
es educe movimientos de sus pies no heredados nativamente.
Los pies humanos están arqueados, de modo que ese arco pueda soportar el peso
del resto del cuerpo a fin de que permita a la par desplazarlo. Tener pies planos es un
defecto que impide el equilibrio del cuerpo, de modo que a tales personas les resulta
dificultoso apoyarse sólo sobre una de sus extremidades unos breves instantes, o se cansan
más al estar de pie o al caminar. El arco del pie humano es compatible con la fuerte
articulación del tobillo; con la posición vertical de las piernas; con la articulación resistente
de la rodilla, que soporta con suficiente juego el peso del cuerpo; con la reciedumbre de la
tibia y del fémur que facilitan la posición erguida (que tanto se echa de menos cuando se
rompen), etc. A su vez, esta postura es perfectamente compatible con no dedicar las
extremidades superiores a menesteres de soporte y desplazamiento del cuerpo. Ello implica
liberarlas para otras tareas. Eso sólo se da en el hombre. Al igual que los pies, tampoco las
piernas están especializadas. Por eso unos las especializan, por
ejemplo, en orden a practicar fútbol y otros en orden al ciclismo, siendo ambos desarrollos
no sólo heterogéneos sino incompatibles. Nosotros, además, nos sentamos para liberar
esfuerzo físico de cara a desarrollar esfuerzo mental. En cambio, cuando no se trata de
pensar sino de actuar, cuando se monta a caballo, por ejemplo, conviene no tanto sentarse
como aguantar todo el peso en las piernas y en los estribos.
¿Y el resto del cuerpo humano? Está sumamente desespecializado, e incluso
desasistido, es decir, no recubierto con plumas para volar, o de piel dura o abundancia de
pelo para resistir el frío, etc. Suele decirse que el hombre está desnudo. A ello hay que
añadir que el hombre es el único animal que se da cuenta que lo está, y que le conviene no
estarlo. Si no lo notara no tendría sentido vestirse, a menos que con ello se defendiese, por
ejemplo, del frío. Pero también se visten los que viven en los trópicos, y en las zonas
templadas costeras. Cubrirse no es cultural (cultural es hacerlo de un modo u otro), sino
natural al hombre; y tiene que ver con el pudor, pues no hacerlo denota una pérdida de
honestidad, asunto ético. El cuerpo humano es un gran don, una inmensa riqueza, aunque
este regalo admite ciertos límites y necesidades. En efecto, el hombre posee carencias
biológicas, pues está corporalmente necesitado, indeterminado, y, sin embargo, mediante
la versatilidad de su cuerpo y, sobre todo, con su inteligencia puede cubrir sus necesidades,
aunque hasta cierto punto, pues la muerte supone para el cuerpo un límite infranqueable.
El hombre puede ejercer mediante su cuerpo todas aquellas funciones de cara a las
que está especificado el cuerpo animal, aunque no merced al sólo cuerpo, sino a lo que
adscribe a su cuerpo. Por eso todos los rasgos corpóreos son compatibles con la inteligencia,
que no es orgánica, pues ella es susceptible de crear instrumentos para hacer viable nuestra
nuda corporeidad y continuarla. Por eso fabricamos vestidos para cubrirnos, automóviles
para desplazarnos, barcos para navegar, aviones para volar, satélites para comunicarnos,
etc. La inteligencia humana procura al cuerpo los instrumentos necesarios para dominar la
tierra, el mar y el aire; en definitiva, el espacio y el tiempo físicos. No es que “donde no media
el artificio, toda se pervierte la naturaleza”, sino que es señal clara de que todavía no existe
inteligencia, y sin ésta, no se acelera el progreso de la naturaleza, (tampoco cabe proceder
a su perversión).
Por otra parte, nuestro aparato digestivo no está diseñado para un único género de
alimentos, sino que somos omnívoros. Tampoco tenemos anticuerpos suficientes en el
sistema inmunológico para hacer frente a los agentes patógenos externos, como ciertas
aves de rapiña, pero inventamos medicinas. De modo parejo, no disponemos de un aparato
circulatorio con sangre fría, o de un aparato respiratorio con branquias, como los peces,
para respirar bajo el agua, pero dominamos inteligentemente las profundidades de las
aguas con submarinos, etc. No es el sistema nervioso humano ni lento en reaccionar como
el de las tortugas, ni extremadamente respondón, como el de la lagartija. Ello posibilita que
nuestro cuerpo sea afectado por el medio, ya que de él extraemos muchos
conocimientos, pero que no seamos estimulados hasta tal punto que el medio sea
determinante de nuestra conducta. Por eso, inhibimos muchas de sus influencias en vistas
a parar la acción para pensar.
El cuerpo humano es admirable, y no sólo por los naturalistas, por los aficionados al
microscopio, los profesionales de la anatomía humana, etc., sino por todo hombre dotado
de sentido común. La complejidad armónica se destaca más en algunas partes del cuerpo,
como son las que se propondrán a consideración seguidamente. El cuerpo es más admirable
aún por su fin intrínseco, el alma. En efecto, la naturaleza humana es para servir a la esencia
humana. Por otra parte, el cuerpo humano posibilita la cultura, que prolonga la naturaleza
corpórea humana. De ordinario se suele contraponer lo cultural a lo natural. Pero, bien
mirado, la cultura humana es una prolongación natural de la naturaleza humana, no sólo de
la inteligencia, sino también del cuerpo. Únicamente no es natural (más bien antinatural) la
cultura que no favorece la protección y desarrollo de la corporeidad humana, no en general,
sino de cada cuerpo humano, pues el fin de la cultura es el cuerpo humano, no a la inversa,
ya que el cuerpo humano hace la cultura, pero la cultura no puede hacer un cuerpo humano.

3. Manos, rostro y cabeza


Estas partes corpóreas humanas guardan todavía más rasgos distintivos con el resto
de los animales. Atendamos a las manos. La finura de la piel en las manos indica más
sensibilidad, más posibilidad de captar matices de la realidad sensible. Las manos no están
determinadas para una sola función, sino que pueden realizarlas todas. Aristóteles las llama,
por ello, el “instrumento de los instrumentos”, porque con ellas podemos hacer cualquier
actividad práctica. Están hechas para tener y hacer, es decir, para usar, manejar cosas
naturales, y para fabricar artificiales. Son susceptibles de percibir muchos matices de lo real,
y también de conformar esos tonos. Piénsese, por ejemplo, en las manos de un pianista.
Son perfectamente compatibles también con el lenguaje, pues acompañan con sus
gestos la expresión de lo que uno lleva dentro, y, por consiguiente, con el pensar y con el
querer. Por eso, no sirven sólo para usar o construir, sino también para dar, ofrecer
(manifestación de afecto es, en muchos países, dar un buen apretón de manos; muestra de
entrega enteriza es, por ejemplo y en todas las latitudes, su adoptar una posición orante,
etc.). Y también, y fundamentalmente, las manos manifiestan el aceptar personal humano,
porque en el hombre es primero y más importante aceptar que dar. Las manos son muy
expresivas. Sus gestos son muy significativos, y admiten un sin fin de modalidades. ¿Y los
brazos? Que están abiertos a diversos a varios usos es palmario: tenis, escalada, natación,
danza, tareas agrícolas, artesanales, técnicas, de construcción, etc. Tal
vez lo más expresivo que se pueda hacer con ellos sea, asimismo, aceptar. He ahí el
sentido del abrazo paterno, del acunar materno, etc.
Fijémonos en la cara. La cara dice Julián Marías es “una singular abreviatura de la realidad
personal en su integridad”. Es más expresiva aún que las manos. El refrán popular acierta al sentar
que “la cara es el espejo del alma”, aunque no sólo la cara, sino todo el cuerpo, puesto que
cuando el alma está bien, el cuerpo baila (la inversa también es verdad). Armonizadas las
diversas partes faciales pueden expresar alegría, tristeza, dolor, enfado, etc. La boca está
provista de finos labios para hablar o sonreír. Poseemos dientes que no son específicos para
desgarrar o rumiar, sino para comer de todo, para hablar, etc.
El cuello humano está dotado de movimientos normales, ni rápidos (como los de las
aves), pues éstos nos impedirían pensar, ni tardos, como el camaleón, porque serían una
rémora para percibir mejor el medio ambiente en el que nos movemos y del que adquirimos
conocimientos. Nuestra lengua no es pesada, como la del camello, por ejemplo; o
demasiado estrecha y fina, como la de las serpientes, lo cual nos permite articular la voz.
Los músculos de las mejillas recubren bastante parte de las mandíbulas, de modo que no
todo sea boca, como en los reptiles, etc., sino que permiten gesticular y manifestar muchos
estados de ánimo. En efecto, esos músculos son ligeros, y por ello permiten hablar, sonreír,
transmitir tristeza, angustia, dolor, temor, etc. La posición de nuestra nariz es inferior a la
de los ojos, y el olfato que ella permite, inversamente al de los tiburones, por ejemplo, no
supera en conocimiento al de nuestra vista, lo cual señala la superioridad de este último
sentido sobre el precedente.
El que los ojos ocupen un lugar superior a los oídos en el hombre, a diferencia del
caballo, por ejemplo, indica que en nosotros la vista es el sentido superior, el que más nos
permite conocer, siendo así que realmente es el sentido más cognoscitivo. Además, los
párpados, las cejas, etc., no sólo poseen una finalidad biológica, como la de evitar la entrada
de polvo o sudor en los ojos, sino que con sus movimientos se expresa atención, perplejidad,
picardía, etc., y eso sin necesidad de imitar a Groucho Marx. No tenemos los ojos a los lados
de la cara, como las aves, los anfibios, etc., ni funcionan independientes uno de otro, como
los de las ranas, sino delante para mirar de frente, y objetivar al unísono, porque eso facilita
centrar la atención de nuestro pensar. La frente es recta, vertical, a diferencia de la de los
monos, y no sirve para engastar cuernos, como en el caso de los toros o las cabras, sino para
albergar más masa cerebral.
¿Y la cabeza? Nuestro cráneo ocupa una posición vertical sobre la columna vertebral,
para mirar de frente. La posición del cráneo de los cuadrúpedos es horizontal respecto de
su cuerpo, en disposición hacia el suelo, donde encuentran el alimento y su hábitat. En el
nuestro, el cerebro ocupa la mayor parte de la capacidad craneana; en los animales, en
cambio, es sólo una pequeña parte. Piénsese en los perros, caballos, etc. Nuestro cerebro
dispone además de más neuronas libres, es decir, de aquéllas que carecen de una función
biológica determinada (inervar el estómago, los ojos, etc.). El hombre también es el único
animal que se peina, que se arregla de un modo u otro el cabello. No hacerlo no es natural
al hombre (salvo para el calvo…), de modo que la dejadez, el descuido en ese aspecto,
también posee un significado personal que el cabello deja traslucir: “la pereza no lava
cabeza, y si la lava nunca la peina”. Por el contrario, dedicarle excesiva atención al cabello y
a sus múltiples peinados también es muy significativo, pues no pocas veces denota vanidad
(y no sólo en las mujeres…); otras, crispada protesta social; pertenencia a un clan, banda o
pandilla, etc. En cualquier caso, y como en el resto de las facetas corporales, el cabello no
debe tomarse como fin.

4. Las funciones añadidas al cuerpo humano


Busquemos ahora el sentido de la entera corporeidad humana para descubrir que
ese sentido no es corpóreo, sino personal. El cuerpo humano es el cuerpo más abierto a
más posibilidades. No está determinado a nada, aunque puede hacerlo todo. No está hecho
para adaptarse, sino para adaptar el mundo a su necesidad biológica.
El cuerpo humano es expresivo de multiplicidad de asuntos que no son meramente
biológicos. Pongamos algunos ejemplos. La limpieza de nuestro cuerpo tiene un significado
sólo humano, pues no la cuidamos sólo porque tenemos menos defensas ante parásitos,
sino porque es más agradable humanamente. Jugar, danzar, bailar no tienen un exclusivo
fin biológico (ej. mantener en forma el cuerpo; prepararlo para la caza, como en los
pequeños felinos, etc.), sino que son, por ejemplo, señal de regocijo personal. El cuerpo
humano permite jugar, y salta a la vista que el juego no es una necesidad fisiológica.
Arrodillarse, indica piedad. Ya hemos aludido al sexo como expresión de la intimidad
masculina, y, sobre todo, de la femenina (repárese que los órganos genitales femeninos son
internos). El andar a zancadas es más propio del varón que de la mujer. El andar
cantoneándose con los hombros es propio de varones que desean exhibir su musculatura o
su vana prepotencia. El andar balanceándose como una barca caracteriza a mujeres
sensuales, o vanidosas, o las dos cosas. Las manos no determinadas a lo uno son abiertas a
múltiples usos; son también expresivas, y hasta tal punto, que constituyen, por ejemplo, la
base del lenguaje para sordomudos, una forma concreta de lenguaje convencional, uno
entre otros muchos. Con ellas no sólo se saluda, sino que también se señala, se enseña, se
acaricia, se acepta (no sólo ama el corazón; también las manos pueden ser expresión del
amor personal), etc.
Con la cara expresamos, todavía más que con las manos, algo de nosotros mismos,
y no sólo algo meramente biológico. Reír es un propio humano, decían los medievales. Esa
propiedad humana hoy se satiriza comentando que el que es capaz de sonreír cuando todo
está saliendo mal es porque ya tiene pensado a quién echarle la culpa..., que el que ríe el
último no entendió el chiste..., etc. Hay diversos tipos de risa, la irónica, la boba, la del que
ríe con, o contra... Otra manifestación de júbilo es cantar. Por eso algunos dicen
que no se puede cantar y llorar a la vez, ni siquiera interpretando una ópera. También llorar,
expresar aceptación, rechazo, enfado, tristeza, dolor, ternura, etc., son asuntos propios del
hombre. En rigor, todas las facetas del espíritu se pueden traslucir con gestos faciales. Y no
manifestarlas indica también otras facetas del espíritu: rigidez, falta de libertad de espíritu,
simulación, doblez, mentira. La sociedad victoriana decimonónica puede ejemplificar este
aserto. Todos los gestos faciales están diseñados para apelar a otra persona (en el llanto,
por ejemplo, el niño apela a su madre, el adulto puede apelar a Dios). Sin esos gestos, el
teatro o el filme, por ejemplo, serían imposibles. Ningún animal da a entender esos
mensajes con los gestos de la cara. El hombre sí. Es el único animal que puede imitar todas
las realidades sensibles y también las humanas. Ello denota que está abierto a través de su
cuerpo a todas ellas. Pero indica, sobre todo, que el cuerpo es apto, plástico, para
manifestar realidades espirituales. Lo más dúctil de lo corpóreo humano es la voz: “la voz
humana es órgano e instrumento material del alma”.

Aunar los diversos órganos faciales para reír es una finalidad sobreañadida a la
meramente biológica de los mismos. En efecto, los labios son para sorber, pero también
para hablar, e incluso para besar. El beso es sólo humano, aunque hay muchos modos de
besar: unos indican sensualidad, otros amores, y aún otras traiciones. El hombre puede
desear como los animales, pero es el único que puede amar. Inclinar la cabeza indica
reverencia, petición de perdón, a veces timidez, otro rechazo, etc. Sólo el hombre puede
pedir perdón, pues los animales no pueden hacer el mal a sabiendas “son siempre
inocentes”, porque sólo pueden obrar de un modo, ya que no son libres, ni, en
consecuencia, responsables. Ningún animal reverencia a otro, porque cada uno de ellos no
está en función de ningún otro, sino en función de la especie. En cambio como advertía
Tomás de Aquino entre los hombres siempre existe algo en la naturaleza humana por lo
cual podemos considerar a los demás superiores a nosotros, y ello no sólo en virtud de
alguna de sus cualidades naturales (altura, fortaleza, salud, belleza, etc.), sino también de
las adquiridas (facilidad para hablar, para los idiomas, simpatía, claridad en la inteligencia,
firmeza en la voluntad, etc.). No obstante, cada persona es y se sabe superior a todas las
cualidades la naturaleza y esencia humanas (si no repara en ello: señal cierta de que se está
despersonalizando).

Con todo, el hombre posee en su naturaleza tendencias desordenadas: las de los


apetitos inferiores cuando éstos no se subordinan a la razón y a la virtud de la voluntad. Por
ello, lo que precede indica algo más, a saber, que es una lamentable pérdida para la persona
humana que ésta se deje llevar por las tendencias desordenadas de su naturaleza y,
consecuentemente, que se despersonalice o animalice. Y viceversa, que es gozoso advertir
como la persona de un hombre tira hacia arriba de su naturaleza humana, la personaliza,
esto es, saca partido de ella en orden a elevarla al sentido novedoso, personal e irrepetible
propio, aún en la enfermedad. La primera actitud, obviamente, es viciosa; la segunda, en
cambio, virtuosa, y ambas se incluyen, por tanto, en el ámbito de la ética.
El lenguaje, por ejemplo, no es meramente biológico, sino una función añadida a la
operatividad propia de los órganos que intervienen en su elaboración. Efectivamente, se
emite la voz con los pulmones, la tráquea, la laringe, las cuerdas vocales, la boca, la lengua,
los dientes, los labios. La primera finalidad de estos componentes no es hablar, sino respirar,
servir de conducción al aire, gustar, masticar, sorber, etc. Por tanto, el uso de esos órganos
para la emisión de la voz es una finalidad sobreañadida a la función meramente natural de
ellos. Además, los timbres de la voz, las entonaciones, son altamente significativas. Unas
denotan cariño, otras ironía, autoridad o autoritarismo, humildad, sensiblería, afectada
seriedad, sencillez, etc. La mirada en el hombre no es sólo para ver, sino que caben muchos
modos de mirar (mirada pícara, alegre, soberbia, sensual, inocente, amable, de admiración,
de perplejidad, de compasión, de amor personal, etc.).
Se podrían multiplicar los ejemplos, aunque con lo descrito es suficiente para
rastrear las funciones sobreañadidas a las diversas facetas de la corporeidad humana. Se
debe, sin embargo, dar razón de ese carácter distintivo. ¿Por qué tanta indeterminación o
potencialidad en el cuerpo humano?, ¿por qué tanta posibilidad significativa en él?
Derivado de lo anterior, la conclusión sólo puede ser una: el cuerpo humano está hecho
para expresar la apertura irrestricta, la libertad, que cada persona humana es. Si el cuerpo
humano no estuviera dotado de esta apertura sería incompatible con el carácter personal
de cada hombre: pura apertura. Eso también es compatible con la apertura de las potencias
superiores de la persona humana (inteligencia y voluntad), que están abiertas a toda la
realidad y a crecer irrestrictamente (nociones de hábito y virtud). La apertura del cuerpo
humano es compatible, en últimas, con la apertura del acto de ser personal, porque la
persona es apertura sin restricción: libertad. Ahora bien, en rigor, ¿apertura irrestricta a
quién? Respuesta: ¿no será que el hombre, también con su cuerpo, está hecho para Dios,
para manifestar lo divino? De ser esto así, cualquier actividad corpórea que ayude a los
demás a acceder a Dios a través de ella es personal, mientras que cualquier otra que impida
tal acceso es despersonalizante.
En efecto, apertura irrestricta indica que el cuerpo humano está espiritualizado, que
el hombre, también con su cuerpo, está abierto a lo espiritual infinito, a Dios, es decir, que
el hombre es capaz de él, no sólo porque una oración se pueda musitar con los labios o
cosas así, sino porque, como se verá, la persona humana sin Dios es incomprensible (cfr.
Capítulos 13-16). Pues bien, esa tesis alcanza también a la biología y a la corporeidad
humana. En efecto, puesto que el cuerpo es disposición del yo, el cuerpo humano sin Dios
(y esta es la tesis central de esta Lección) es incomprensible. Está hecho para él. Y esta
verdad, aunque esté revelada sobrenaturalmente, también es una verdad natural. Tan para
Dios está hecho el cuerpo humano que se puede manifestar perfectamente lo divino a
través del cuerpo humano. En caso contrario, la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, no
se hubiese podido dar.
9. Aclaraciones a los problemas mente-cuerpo
El cuerpo humano no es la persona humana. Ésta puede existir sin cuerpo. Pero no
por ello el cuerpo humano es irrelevante, entre otras cosas porque el pensar racional
humano es imposible sin el cuerpo, ya que, como se sabe, el inicio del pensar, la abstracción,
parte de los sentidos. A la par, como la voluntad sigue a lo conocido por la inteligencia, sin
cuerpo, no hay querer voluntario. Por tanto, en la presente situación el cuerpo es el
requisito indispensable para que la persona eleve las potencias superiores del alma o las
personalice, es decir, las esencialice.
Cuando la persona humana es creada, se apropia de un cuerpo humano, de una vida
recibida (la célula recibida de los padres biológicos en el primer instante de la concepción).
La persona no inventa su cuerpo, sino que lo acepta. Al aceptarlo le añade desde la vida
personal la capacidad de personalizar (esencializar) la vida recibida formando así la vida
añadida. La persona no forma o construye el cuerpo, sino que lo recibe, lo da por hecho
(aunque también por hacer, en el sentido de apto para desarrollarlo). Tampoco lo piensa o
lo atraviesa de luz mediante la inteligencia, porque el cuerpo es ajeno al pensar y, además,
inicialmente la inteligencia es pura potencia que no piensa nada. Más aún, cuando se activa
la inteligencia, ésta no conoce al cuerpo humano tal como éste es, o sea, en su concreción,
vida, estado, peculiaridades... En efecto, la inteligencia conoce el estado de su cuerpo por
abstracción, porque el cuerpo es externo al conocer abstractivo o intencional. Abstraer
indica universalizar. Pero es claro que yo no puedo conocer mi cuerpo como mío tal como
está en su estado actual si lo universalizo. Universalizar el cuerpo humano es formar el
abstracto de “cuerpo humano” y este objeto pensado se refiere a todo cuerpo humano, no
exclusivamente al mío.

El pensar racional no puede conocer la vida corpórea de su propio cuerpo, porque


objetivar el cuerpo no es conocerlo como vivo y real, sino hacer ideas de él, pero ya sabemos
que las ideas son ideales, no vitales o reales. No obstante, es claro que conocemos al propio
cuerpo tal como vive. Por eso es pertinente indicar que ese conocimiento no depende de la
razón, sino de una instancia superior a ella que ilumina la naturaleza humana. Se trata de la
sindéresis, una palabra inusual en nuestro vocabulario, pero apta para designar la realidad
a la que remite, porque para su descubridor indica la crispa del alma, y para otros “atención
vigilante”. Con todo, aunque la sindéresis ilumina en cierto modo mi corporeidad, no la
ilumina por completo. En efecto, no conozco, por ejemplo, el modo de proceder de las
funciones vegetativas (nutrición, reproducción celular, desarrollo) cuando éstas se ejercen,
es decir, constantemente. Si la sindéresis conoce hasta cierto punto la corporeidad humana,
no hay inconveniente en hacer equivaler la sindéresis al alma, pues el alma no sólo vivifica
al cuerpo, sino que, por ser cognoscitiva, lo ilumina. Sin embargo, el que no lo conozca
enteramente indica que el poder vivificador del alma respecto del cuerpo tampoco es
pleno. Por eso es explicable la
muerte. Si el cuerpo es asistido siempre por el alma hasta la muerte, ello indica que el
cuerpo es constantemente iluminado, aunque es pertinente insistir hasta cierto punto, o
sea, que el cuerpo no carece de luz, de verdad, de sentido.
Hay que distinguir, pues entre cuerpo vivo y cuerpo objetivado. Al primero lo conoce
la sindéresis; al segundo, el pensar abstracto de la razón. Pues bien, del mismo modo que
el cuerpo propio como vivo es incognoscible por abstracción, porque el cuerpo es externo
a ese modo de pensar, ese pensar es ajeno al propio cuerpo vivo, porque ni lo ilumina ni lo
puede hacer. Por eso es imposible que el pensar sea corpóreo y que lo pensado, las ideas,
también lo sean (a pesar de que algunos las han postulado como segregados neuronales,
interconexiones cerebrales, la totalidad del cerebro, etc.). El cuerpo, máxime el cerebro, no
aparece al pensar. Si apareciera no se pensarían mesas, sillas, perros o gatos, sino sinapsis,
inhibiciones, axones, dendritas, etc. Y, además, confundiríamos las inhibiciones, sinapsis,
etc., con sillas, mesas…

En este sentido se puede decir que el propio cuerpo es humilde, pues no se


inmiscuye en el pensar, sino que se oculta. Permite abstraer, pensar, pero no pasa factura,
es decir, no comparece en lo pensado. El cuerpo es imprescindible para abstraer (pensar),
pero el objeto pensado que presenta el abstraer prescinde del cuerpo. ¿Para qué?
Sencillamente para advertir que el pensar no es corpóreo. Y si no lo es, buscar el pensar en
lo corpóreo es, sin más, una pérdida de tiempo. En el cerebro se pueden localizar áreas que
se asocien con figuras imaginadas al imaginar, con recuerdos sensibles, con proyectos
concretos de futuro, con movimientos (cara, boca, manos, etc.), pero tales áreas, ni son lo
imaginado, memorizado, proyectado (que son formas sin materia), ni movimientos (que son
eficiencias del resto del cuerpo), ni, con mayor motivo, pensamientos (que son formas
universales sin materia). Para expresar objetos pensados usamos no sólo las neuronas, sino
también la cara, la boca, las manos, pero ninguna idea es un área cerebral ni parte de ella,
como tampoco es un gesto, una voz, unos signos. Sin el cerebro, soporte orgánico de los
sentidos internos (sensorio común, imaginación, memoria y cogitativa), sería imposible
abstraer, pero abstraer no es nada cerebral, y menos todavía lo es la idea abstracta:
¿cómo un abstracto universal va a ser una realidad material concreta?
Entonces, ¿qué pasa si falta el cuerpo, es decir, si éste muere? Pasa que no se puede
abstraer. Esto no indica que no se pueda conocer de ninguna otra manera, pues es claro el
conocer humano no se reduce a la abstracción. Más aún, si el conocer abstractivo es
limitado, morir significa abandonar necesariamente ese límite, es decir, rebasarlo. Entonces
¿morir es un premio? No puede ser sino un castigo, porque perdemos el cuerpo y el conocer
racional que parte de él. Y ¿por qué se castiga al cuerpo en vez de castigar a la razón, a la
voluntad o a la misma persona? Por fortuna para unos se castiga sólo al cuerpo, que es lo
inferior en nosotros, y más vale perder lo inferior que lo superior, aunque esto (como se ha
visto en el Capítulo 1) también lo pueden perder otros en buena medida. También hemos
aludido a que el dolor moral y personal siempre son superiores al
corpóreo. Ahora bien, ¿por qué este castigo no merecido? Si el abstraer es requisito del
cuerpo, su pérdida debe ser referida a la corporeidad; ¿qué culpa tiene el cuerpo humano?
Si la persona humana ni crea, ni forma o inventa su cuerpo humano, sino que lo acepta o
recibe de sus padres por generación, la deficiencia corpórea es heredada. Si nuestro cuerpo
muere es porque también murió el de nuestros antepasados. ¿Por qué esa muerte en todos
los hombres? Porque ya se ha indicado que cada alma no logra vivificar por entero su cuerpo.
Y esto, ¿a qué es debido? No se puede saber de modo natural, pero ya se dijo que el mal no
se puede conocer sencillamente porque es ausencia de conocimiento. La muerte es un mal,
una falta de sentido. Sin embargo, se puede saber por Revelación: ese mal es debido al
pecado de origen.
Cualquier mal que le adviene al cuerpo radica siempre en disfunciones vegetativas.
Si la sindéresis pudiera arrojar luz (dotar de sentido y evitar la pérdida de sentido) sobre las
potencias vegetativas, el cuerpo humano no moriría. ¿Por qué no puede hacerlo? Porque
entre ella y el cuerpo media la razón, y ya se ha visto que el comienzo cognoscitivo de la
razón, la abstracción, prescinde por completo de arrojar luz sobre la propia corporeidad.
Ello parece indicar que, si la sindéresis conociera directamente el cuerpo sin mediar la
abstracción, el cuerpo no moriría. En suma, si bien el conocer objetivo (abstraer) no se
corresponde con la propia corporeidad, el alma sí, aunque no enteramente, porque entre
ellos media el pensar. Con la muerte se deja el cuerpo y se deja de abstraer, aunque no de
ser, porque lo propio del cuerpo y del pensar es el tener, no el ser. El tener (ideas o cosas a
la mano) favorece el poder, las posibilidades. Con la muerte se pierden esas posibilidades
(como declara Heidegger), pero no el ser (como él olvida).
El alma posee según el cuerpo, aunque no del cuerpo; posee según la vida corporal,
pero no de la vida corpórea. El pensar tampoco posee el cuerpo, sino según objetos
pensados (no de tales objetos); si bien no los posee sin la mediación del cuerpo. Si la
descripción medieval del alma como “forma del cuerpo” fuera enteramente adecuada, el cuerpo
no moriría, porque no cabe una forma sin materia, y a la inversa. De manera que el alma es
algo más que forma, o, en rigor, no es forma como causa formal, sino vida, y lo es en especial
para las facultades espirituales y, derivadamente, menos vida para el cuerpo. Si el cuerpo
es requisito para el pensar y, derivadamente, para el querer, y el crecer de estas potencias
es para el alma, el cuerpo es para el alma, no a la inversa. De modo que la descripción “forma
corporis” no es del todo apropiada, porque no manifiesta esta finalidad sino la inversa. Sin esta
finalidad, el fin del cuerpo, por ser material, sería el fin del universo, el orden cósmico. Pero
es claro que no es así, porque cualquier gesto del cuerpo humano, aun siendo compatible
con dicho orden, desborda su sentido.

El alma (sindéresis) vigila el cuerpo y a las potencias de éste; vigila asimismo sus
propias potencias: la inteligencia y la voluntad; es “el pastor” de ellas, pero no del ser
extramental (como propone Heidegger), porque éste no depende de ella. El hombre es "el
pastor" del mundo a nivel de las facultades superiores (inteligencia y voluntad). Con ellas
el hombre "pastorea" de la esencia de la realidad física, y de los asuntos artificiales que,
aprovechando el mundo, produce la acción humana. No es "pastor" del mundo por su alma
o sindéresis, sino por algo inferior a ella: merced a su razón, a sus hábitos racionales
adquiridos, y a su voluntad, sus actos y virtudes. La persona humana no es el "pastor" del
mundo, de las demás personas o de Dios. Sólo "pastorea" su esencia y la de las demás
personas. Tampoco es "pastor" de sí misma como persona. A nivel de acto de ser personal,
sólo Dios es el "pastor" de cada persona. De ella depende la docilidad al guía.
Capítulo 2. El hombre en sociedad

1. Objetivos del capítulo


Propiciar en los estudiantes una formación integral centrada en los núcleos
fundamentales del orden social.

2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo?


a. ¿Qué significa vivir en sociedad?
b. Reglas de la vida en sociedad que permiten fomentar la armonía entre los
hombres, la concordia entre los pueblos y la paz entre las naciones
c. El papel de la educación en el progreso de las naciones.

3. Desarrollo de contenido

3.1. ¿Qué significa vivir en sociedad?

La socialización es la experiencia, tan larga como la vida, mediante la cual las


personas se desarrollan en comunidad y aprenden los patrones de su propia cultura.
Esta experiencia social influye en la formación de la personalidad y en el modo en
que cada individuo desarrolla su pensamiento, sus sentimientos y su conducta. Pueden
distinguirse dos niveles en el proceso de socialización.
La socialización primaria es “el proceso mediante el cual el niño indefenso se va
convirtiendo gradualmente en una persona autoconsciente y capaz de conocer, diestra en
las formas de cultura en las que él o ella ha nacido.” 11
La socialización secundaria es cuando la persona se incorpora a nuevos grupos
sociales como el matrimonio, una empresa, una organización social, etc. Estas
incorporaciones exigen una actividad de socialización específica, para aprender a actuar en
ese nuevo contexto.
A través de la socialización, la persona:

• Llega ser miembro maduro de una sociedad determinada, integrante


responsable de ese grupo social.

11 Giddens, Anthony. Sociología. McGraw-Hill. 1995. Pág 93


• Configura su propia manera de ser. Aprender una cultura es una forma de tener
un lenguaje a nuestra disposición o unos conocimientos útiles para la vida. Pero
no es solo eso. Es también el medio por el que se llega a ser una persona madura
capaz de dar y de recibir, de crecimiento interior y de compromiso con los otros.
Desde el punto de vista de la sociedad, el proceso de socialización es el cauce por el
cual se transmite la cultura de una generación a otra. No es que la sociedad produzca
individuos idénticos a base de transmitirles criterios y normas culturales iguales. La cultura
es algo compartido, pero lo es de forma personal: vivimos personalmente el legado cultural
que hemos recibido.
La vida del hombre fuera de la sociedad no tiene sentido, podría darse solo como
caso excepcional o extremo. Lo necesario es determinar que significa vivir en sociedad y
cuál es la relación adecuada entre personas y sociedad.
Las relaciones sociales han evolucionado a través del tiempo, en el siglo actual
podrían identificarse tres modelos especialmente importantes: el colectivismo, el
individualismo y el personalismo. Se tratarán estos tres modelos, porque en la actualidad
vivir en sociedad es en muchas ocasiones ser parte de uno de ellos.

a) El Colectivismo:
Su tesis principal es la primacía de la sociedad sobre el individuo. A partir de
diferentes bases teóricas (organicismo, hegelianismo, etc.), los diferentes tipos de
colectivismo (marxismo, nazismo, fascismo), mantienen que el individuo debe estar
al servicio de la sociedad porque esta es la entidad realmente importante y
trascendnete a la precaridad del individuo. La sociedad permaneces y es
insustituible mientras que el individuo perece y es intercambiable. Para ellos un
individuo puede ser sustituido por otro en el mecanismo social sin que nada cambie
de manera significativa.
Tiene las siguientes características:
• Incorpora valores ideales que se proponen a los individuos que la componen: la
primacía de la raza, la revolución del proletariado, la conquista de un Imperio,
etc.
• Apela al altruismo y al sacrificio para la consecución y realización de esos valores
o proyectos, se presenta como único medio de resolver los problemas del mundo
o de la sociedad en la que se vive.
• Se propone a la persona que sustituye su pequeñez individual por la
identificación con un proyecto colectivo. “Tu como individuo, no eres más que un
ente anónimo igual a muchos otros, pero idealmente te puedes hacer tan grande
como el proyecto al que te entregas”.
Partiendo de estos presupuestos, el colectivismo logró la movilización de enormes
masas humanas, pero los grandes errores antropológicos en los que se funda
acabaron transformando esa energía en un cúmulo enorme de tragedias y dolor: el
nazismo, la Segunda Guerra Mundial, las dictaduras marxistas, algunas de las cuales
todavía perviven, etc.
Su error antropológico es la primacía absoluta de la colectividad y de sus valores
sobre el individuo, lo que significa que todo sirve y se justifica si se dirige a la
consecución del objetivo de la colectividad, se trate este de la dictadura del
proletariado o la construcción del tercer Reich. La persona se convierte en un
instrumento al servicio de la sociedad, por lo que puede ser maltratada o desechada
si el interés supremo lo aconseja. Los ejemplos, lamentablemente, abundan: las
eliminaciones de judíos para asegurar la pureza de la raza, la anexión forzada de
países enteros para extender el imperio o la revolución, el fomento de la violencia
para acelerar la lucha de clases, las emigraciones forzosas por imperativos
demográficos o económicos, etc. Un efecto secundario, pero de terribles
consecuencias, es la degradación moral de muchos individuos que iniciaron su
colaboración con el sistema colectivista por un motivo altruista. Cuando advierten
que el sistema por el que han luchado es intrínsecamente inmoral, puesto que el fin
justifica los medios, solo les cabe un enfrentamiento heroico, pero muy difícil, contra
ese poderoso sistema o una asimilación triste y cínica de las consecuencias sociales
de los presupuestos colectivistas.

b) El individualismo:
Su tesis principal es que el hombre está al servicio de sí mismo y de sus intereses y
no de la sociedad que, con frecuencia, se entiende como una estructura arbitraria y
externa que tiene a aprovecharse de los ciudadanos. Por eso, estos deben pagarle
con la misma moneda, aprovecharse de ella en beneficio propio, una actitud que
encuentra soporte moral en las teorías económicas que sostienen que la búsqueda
egoísta del propio beneficio conduce, de modo misterioso pero real, al bien común.
Un ejemplo extremo del individualismo lo encontramos en las primeras fases de la
Revolución industrial que tuvo lugar en Inglaterra en el paso del siglo XIX al XX.
Tiene las siguientes características:
• Se basa en la autonomía, independencia, capacidad y valor del sujeto individual.
• Estimula a la persona a la laboriosidad e iniciativa, a solventar sus dificultades de
manera autónoma y a desarrollar al máximo sus capacidades para alcanzar el
máximo bienestar, pero sin preocuparse de las dificultades ajenas.
• Tiende a separar de forma abrupta la esfera privada y a la esfera pública,
evitando en la medida de lo posible las interferencias que coartan la libertad o
la autonomía individual.
Frente al colectivismo, el individualismo tiene de positivo que valora a la persona
por encima de la sociedad y le impulsa desarrollar sus cualidades con esfuerzo e
iniciativa para que reviertan en beneficio propio. Para el individualismo, en efecto,
el hombre no es una parte informe de la colectividad, sino al contrario, un ser
independiente y autónomo.
En donde el individualismo falla, como constante Yepes, es en su tendencia hacia la
insolidaridad y el egoísmo. “Si por egoísmo entendemos la actitud de no dar cuando
se puede dar, el individualismo es una conducta que no comparte, que no dialoga ni
acepta ayudar, ni realizar tareas comunes, porque considera que el hombre es
autosuficiente, y no necesita de los demás. Ambas cosas no son exactamente lo
mismo, pero en ambos casos el resultado es que cada uno tiene que arreglárselas
por sí mismo, solo. Una mentalidad individualista puede incurrir fácilmente en
egoísmo sin sentir ningún remordimiento”.

Por esta razón, el individualismo produce también una cierta desarticulación social
ya que entiende la sociedad principalmente como un medio de conseguir beneficios
y que interesa solo y exclusivamente en la medida en que los proporciona, no como
un medio en el que habitar y convivir con los demás.

c) El personalismo comunitario:
Surgió como una alternativa al colectivismo y al individualismo, cuando en el
intermedio entre las dos guerras mundiales, estas eran las ideologías dominantes.
El personalismo comunitario,12 la versión política del pensamiento, buscó ofrecer
una opción práctica que permitiera evitar los errores de la otra postura y recoger
algunos de sus elementos positivos. Su influencia ha sido importante y ha quedado
recogida entre otros lugares, en las constituciones de diversos Estados europeos y
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la ONU en
1946.
El personalismo comunitario fue desarrollado principalmente por Emmanuel
Mounier y Jacques Maritain.
Tiene las siguientes características:

12 También se entiende por personalismo comunitario la corriente personalista que se basa principalmente
en las teorías de Mounier.
• Primacía social de la persona. Es el principio básico del personalismo filosófico
aplicado a la relación persona-sociedad. Si la persona es el ser digno y valioso
por excelencia, esto significa, ante todo, que la sociedad está al servicio de la
persona y no al revés, es decir, que el Estado con sus organismos de gobierno,
las empresas y demás instituciones sociales alcanzan su sentido en la medida en
que sirven de un modo o de otro al bien de la persona, que es quien tiene al
rango ontológico más elevado. Esto significa también que la persona tiene unos
derechos inviolables (Derechos humanos) que el Estado no puede nunca
traspasar porque significaría violar su dignidad y alterar el orden adecuado de
las cosas que va de la persona a la sociedad.
• Deber de solidaridad por parte de la persona. La primacía social de la persona se
compensa con el desarrollo de otro principio antropológico: la necesidad de
darse a los demás para lograr la plenitud personal. Ya hemos analizado esta
cuestión desde el punto de vista de las relaciones interpersonales. En su
vertiente social, este principio impone la obligación moral a cada hombre y a
cada mujer de esforzarse para aportar su contribución a la sociedad y lograr así
un incremento del bien común. Este deber puede llegar a ser en ocasiones muy
grave hasta el punto de imponer a las personas sacrificios onerosos en
situaciones de emergencia o de crisis social, pero esta exigencia nunca puede
cobrarse a costa de los derechos fundamentales de la persona y especialmente
de su dignidad. Si esto ocurriera, significaría que la sociedad se estaría
imponiendo por encima de la persona dando al traste con el orden adecuado
que debe privilegiar siempre al sujeto.
Con este planteamiento, el personalismo logra –en el nivel de los principios
generales- superar los problemas del colectivismo y del individualismo, y recoger
parte de sus elementos positivos.
Del colectivismo rechaza su visión reductiva de la persona al afirmar que esta
prevalece siempre sobre cualquier idea abstracta (nación, raza, revolución del
proletariado, etc.), pero al mismo tiempo recoge la idea de que las propuestas
altruistas y las ideas colectivas sirven para aunar y compactar a la sociedad. El deber
de solidaridad social, en efecto, impone el deber de construir la sociedad dedicando
buena parte de las ilusiones, recursos y esfuerzos.
Y, por lo que respecta al individualismo, sucede algo similar, si bien en una dirección
opuesta. Se recogen parte de sus elementos positivos, en concreto, la primacía del
individuo sobre la sociedad y la intuición de que las estructuras sociales deben
revertir, sobre todo, a favor de las personas concretas e individuales, pero se
rechaza su actitud insolidaria cercana al egoísmo. La persona no puede enfocarse en
su habilidad e independencia para olvidarse de los débiles, de los necesitados, de
los infelices o, simplemente, de las personas que
nos rodean y con los que convivimos. La persona, en cuento ciudadano, debe ayudar
a aquellos que le rodean poniendo en práctica, en diversos modos y medidas, el
principio antropológico del amor al prójimo.
El personalismo comunitario o social se completa con otros principios también
importantes: la reivindicación de las comunidades intermedias, en línea con la
reciente filosofía comunitarista; la aceptación de la libertad como principio supremo
del orden social con la consiguiente aceptación positiva del principio pluralista que,
a su vez, debe estar regulado por los derechos humanos expresados en las
constituciones; la necesidad del bien común para la construcción armónica de la
ciudad, etc.

3.2. Reglas de la vida en sociedad que permiten fomentar la armonía entre los
hombres, la concordia entre los pueblos y la paz entre las naciones

Los animales no necesitan “aprender” a resolver las necesidades de la vida, porque eso es
algo que les viene dado con los instintos. En cambio, el ser humano si necesita aprender a
solucionar sus problemas.
La cultura es el conjunto de conocimientos, actitudes y signos, históricamente
transmitidos de generación en generación, por medio de los cuales los hombres se
comunican entre sí y organizan su vida en sociedad.
Los principales componentes de la cultura que permiten fomentar la armonía entre
los hombres, la concordia entre los pueblos y la paz entre las naciones son:

a) El lenguaje
Es un sistema de signos que permite a los miembros de una sociedad comunicarse
entre sí. El lenguaje interactúa con la vida al:

• Expresar la forma de vida de sus hablantes y sus experiencias cotidianas. Así, la


aparición de una nueva realidad –como un invento o algo proponía de otra
cultura- necesita una palabra nueva para su expresión.
• Moldear, en cierto modo, la forma de comprender la realidad y el modo de
orientar la propia vida. Por eso, hablar bien una lengua distinta de la nuestra
supone no solo aprende nuevas palabras, sino también adentrarse en la
mentalidad de los miembros de otras comunidades de hablantes.
b) Los valores
Son las cualidades que hacen apreciable o estimable una realidad. Por ejemplo, el
valor de la belleza en una obra de arte.
Las características de los valores son:

• Están jerarquizados, hay algunos más altos y otros inferiores, unos resultan
prioritarios o más urgentes que otros.
• Inspiran la conducta, mueven a comportarse de acuerdo con las actitudes y
normas que anuncian.
• Aportan criterios de juicio, las actitudes (las posiciones interiores iniciales o
predisposiciones) y las acciones de las personas.
• Atraen a las personas, pero no las arrastran, pues la participación auténtica en
ellos requiere libertad.

Existen valores de tipo vital, estético, ético, religioso, etc., que orientan la existencia
de las sociedades y de las personas, pues buscan participar en ellos para ser felices.
Cada persona o sociedad participa más o menos en determinados valores. Así, hay
sociedades que destacan por su libertad; otras por su seguridad, etc.
Aunque los valores –la vida, la salud, la libertad, etc.- son, en general, comunes a
todos los humanos y sociedades, cuando hacemos estimaciones de valores
concretos se puede discrepar.
Pero el hecho de que un valor o un bien no sean reconocidos en un momento
determinado por alguien o por una sociedad, no significa necesariamente que dejen
de ser verdaderamente reales y objetivos. Por ejemplo, el respeto a la vida o la
defensa de la libertad no siempre han estado plenamente vigentes, lo que no
significa que no sean bienes perennemente valiosos.

c) Las normas sociales


Son las reglas según las cuales la gente orienta su conducta en sociedad. Las normas
concretan las exigencias generales de los valores en pautas definidas de obrar. Así,
por ejemplo, la solidaridad como valor se concreta en normas como las que
conceden ayudas a los desempleados o en leyes tributarias y fiscales, etc.
Hay que distinguir las normas sociales, que pueden denominarse usos sociales, de
otros conjuntos normativos también de carácter social, como la moral y el derecho.
Los tres regulan la conducta libre del hombre, estableciendo comportamientos
debidos para la vida social.
Así los usos sociales (protocolos, reglas de urbanidad.) se nos presentan como
obligatorios, pero, a diferencia de los jurídicos, carecen de coacción –o del poder
directo por parte de las autoridades- para forzar su cumplimiento.

3.3. El papel de la educación en el progreso de las naciones.


La educación es uno de los factores más importantes en el progreso de las personas,
de las sociedades y por ende de la nación. Esta provee conocimientos, cultura, valores y
todo aquello propio del ser humano.
Permite mejores niveles de bienestar social y de crecimiento económico, propicia la
movilidad social de las personas, para acceder a mejores empleos, para elevar las
condiciones culturales de la población, para agrandar los valores cívicos y fortalecer las
relaciones sociales, para el avance democrático y el fortalecimiento del Estado de derecho,
para impulsar la ciencia, la tecnología y la innovación.
Actualmente ayuda por las grandes transformaciones que se han dado en el mundo,
como los avances de la ciencia y sus aplicaciones, la aceleración de los medios y las
tecnologías de la información.
En las economías modernas el conocimiento se ha convertido en uno de los factores
más importantes de la producción. Las sociedades que más han avanzado en lo económico
y en lo social son las que han logrado cimentar su proceso en el conocimiento, tanto el que
se transmite con la escolarización, como el que se genera a través de la investigación.
En la actualidad la educación ya no se considera una erogación, es una inversión muy
productiva, estratégica en lo económico y prioritario en lo social.
En suma, la educación contribuye a lograr sociedades más justas, productivas y
equitativas. Es un bien social que hace más libres a los seres humanos. 13

13 http://www.planeducativonacional.unam.mx/CAP_00/Text/00_05a.html
Capítulo 3. Doctrina Social de la Iglesia
1. Objetivos del capítulo
Conocer el planteamiento de la Iglesia, con relación al ser humano y a su entorno.

2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo?


a. La mirada de las instituciones de la sociedad civil ante la Doctrina Social de la
Iglesia.
b. Los filósofos, las asociaciones, los gremios, los organismos internacionales y las
iglesias reflexionan acerca del devenir de la sociedad
c. El hombre en todas sus dimensiones: personal, familiar, profesional, social y
espiritual.

3. Desarrollo de contenido

3.1. ¿Cuál es la mirada que posan las instituciones de la sociedad civil sobre esta
cuestión?

a) Al alba del tercer milenio


1. La Iglesia, pueblo peregrino, se adentra en el tercer milenio de la era cristiana
guiada por Cristo, el «gran Pastor» (Hb 13,20): Él es la Puerta Santa (cf. Jn 10,9) que hemos
cruzado durante el Gran Jubileo del año 2000.1 Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida
(cf. Jn 14,6): contemplando el Rostro del Señor, confirmamos nuestra fe y nuestra esperanza
en Él, único Salvador y fin de la historia.
La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las Naciones, porque sólo
en el nombre de Cristo se da al hombre la salvación. La salvación que nos ha ganado el Señor
Jesús, y por la que ha pagado un alto precio (cf. 1 Co 6,20; 1 P 1,18-19), se realiza en la vida
nueva que los justos alcanzarán después de la muerte, pero atañe también a este mundo,
en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la
sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas
y los pueblos: « Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a
todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina ».2
2. En esta alba del tercer milenio, la Iglesia no se cansa de anunciar el Evangelio que
dona salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales, recordando la solemne
recomendación dirigida por San Pablo a su discípulo Timoteo: «Proclama la Palabra, insiste
a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque
vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados
por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por
el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú,
en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de
evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio» (2 Tm 4,2-5).
3. A los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sus compañeros de viaje, la Iglesia
ofrece también su doctrina social. En efecto, cuando la Iglesia « cumple su misión de
anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su
vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la
paz, conformes a la sabiduría divina ».3 Esta doctrina tiene una profunda unidad, que brota
de la Fe en una salvación integral, de la Esperanza en una justicia plena, de la Caridad que
hace verdaderamente hermanos a todos los hombres en Cristo: es una expresión del amor
de Dios por el mundo, que Él ha amado tanto « que dio a su Hijo único
» (Jn 3,16). La ley nueva del amor abarca la humanidad entera y no conoce fronteras, porque
el anuncio de la salvación en Cristo se extiende «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).
4. Descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende la propia dignidad
trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en
una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas. Los hombres renovados por
el amor de Dios son capaces de cambiar las reglas, la calidad de las relaciones y las
estructuras sociales: son personas capaces de llevar paz donde hay conflictos, de construir
y cultivar relaciones fraternas donde hay odio, de buscar la justicia donde domina la
explotación del hombre por el hombre. Sólo el amor es capaz de transformar de modo
radical las relaciones que los seres humanos tienen entre sí. Desde esta perspectiva, todo
hombre de buena voluntad puede entrever los vastos horizontes de la justicia y del
desarrollo humano en la verdad y en el bien.
5. El amor tiene por delante un vasto trabajo al que la Iglesia quiere contribuir
también con su doctrina social, que concierne a todo el hombre y se dirige a todos los
hombres. Existen muchos hermanos necesitados que esperan ayuda, muchos oprimidos
que esperan justicia, muchos desocupados que esperan trabajo, muchos pueblos que
esperan respeto: «¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere
de hambre; quién está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia médica
más elemental; quién no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede
extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a
menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la
desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o
en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social... ¿Podemos quedar al
margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y
enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada
a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos
humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?».4
6. El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con
proyección cultural y social, a una laboriosidad eficaz, que apremia a cuantos sienten en su
corazón una sincera preocupación por la suerte del hombre a ofrecer su propia
contribución. La humanidad comprende cada vez con mayor claridad que se halla ligada por
un destino único que exige asumir la responsabilidad en común, inspirada por un
humanismo integral y solidario: ve que esta unidad de destino con frecuencia está
condicionada e incluso impuesta por la técnica o por la economía y percibe la necesidad de
una mayor conciencia moral que oriente el camino común. Estupefactos ante las múltiples
innovaciones tecnológicas, los hombres de nuestro tiempo desean ardientemente que el
progreso esté orientado al verdadero bien de la humanidad de hoy y del mañana.

b) El significado del documento


7. El cristiano sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia los
principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para
promover un humanismo integral y solidario. Difundir esta doctrina constituye, por tanto,
una verdadera prioridad pastoral, para que las personas, iluminadas por ella, sean capaces
de interpretar la realidad de hoy y de buscar caminos apropiados para la acción: «La
enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de
la Iglesia».5
En esta perspectiva, se consideró muy útil la publicación de un documento que
ilustrase las líneas fundamentales de la doctrina social de la Iglesia y la relación existente
entre esta doctrina y la nueva evangelización.6 El Pontificio Consejo « Justicia y Paz », que
lo ha elaborado y del cual asume plenamente la responsabilidad, se ha servido para esta
obra de una amplia consulta, implicando a sus Miembros y Consultores, algunos Dicasterios
de la Curia Romana, las Conferencias Episcopales de varios países, Obispos y expertos en
las cuestiones tratadas.
8. Este documento pretende presentar, de manera completa y sistemática, aunque
sintética, la enseñanza social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del
constante compromiso de la Iglesia, fiel a la Gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa
solicitud por la suerte de la humanidad. Los aspectos teológicos, filosóficos, morales,
culturales y pastorales más relevantes de esta enseñanza se presentan aquí orgánicamente
en relación a las cuestiones sociales. De este modo se atestigua la fecundidad del encuentro
entre el Evangelio y los problemas que el hombre afronta en su camino histórico.
En el estudio del Compendio convendrá tener presente que las citas de los textos
del Magisterio pertenecen a documentos de diversa autoridad. Junto a los documentos
conciliares y a las encíclicas, figuran también discursos de los Pontífices o documentos
elaborados por los Dicasterios de la Santa Sede. Como es sabido, pero parece oportuno
subrayarlo, el lector debe ser consciente que se trata de diferentes grados de enseñanza.
El documento, que se limita a ofrecer una exposición de las líneas fundamentales de la
doctrina social, deja a las Conferencias Episcopales la responsabilidad de hacer las
oportunas aplicaciones requeridas por las diversas situaciones locales.7
9. El documento presenta un cuadro de conjunto de las líneas fundamentales del
«corpus» doctrinal de la enseñanza social católica. Este cuadro permite afrontar
adecuadamente las cuestiones sociales de nuestro tiempo, que exigen ser tomadas en
consideración con una visión de conjunto, porque son cuestiones que están caracterizadas
por una interconexión cada vez mayor, que se condicionan mutuamente y que conciernen
cada vez más a toda la familia humana. La exposición de los principios de la doctrina social
pretende sugerir un método orgánico en la búsqueda de soluciones a los problemas, para
que el discernimiento, el juicio y las opciones respondan a la realidad y para que la
solidaridad y la esperanza puedan incidir eficazmente también en las complejas situaciones
actuales. Los principios se exigen y se iluminan mutuamente, ya que son una expresión de
la antropología cristiana,8 fruto de la Revelación del amor que Dios tiene por la persona
humana. Considérese debidamente, sin embargo, que el transcurso del tiempo y el cambio
de los contextos sociales requerirán una reflexión constante y actualizada sobre los diversos
temas aquí expuestos, para interpretar los nuevos signos de los tiempos.
10. El documento se propone como un instrumento para el discernimiento moral y
pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan nuestro tiempo; como una guía
para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que
permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como un subsidio para los fieles sobre
la enseñanza de la moral social. De él podrá surgir un compromiso nuevo, capaz de
responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades y los recursos del
hombre; pero sobre todo, el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia
de los diversos carismas eclesiales con vistas a la evangelización de lo social, porque « todos
los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular ».9 El texto se propone,
por último, como ocasión de diálogo con todos aquellos que desean sinceramente el bien
del hombre.
11. Los primeros destinatarios de este documento son los Obispos, que deben
encontrar las formas más apropiadas para su difusión y su correcta interpretación.
Pertenece, en efecto, a su «munus docendi» enseñar que «según el designio de Dios
Creador, las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas se ordenan también a la
salvación de los hombres, y, por ende, pueden contribuir no poco a la edificación del Cuerpo
de Cristo».10 Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y, en general, los formadores
encontrarán en él una guía para su enseñanza y un instrumento de servicio pastoral. Los
fieles laicos, que buscan el Reino de los Cielos «gestionando los asuntos temporales y
ordenándolos según Dios»,11 encontrarán luces para su compromiso específico. Las
comunidades cristianas podrán utilizar este documento para analizar
objetivamente las situaciones, clarificarlas a la luz de las palabras inmutables del Evangelio,
recabar principios de reflexión, criterios de juicio y orientaciones para la acción.12
12. Este Documento se propone también a los hermanos de otras Iglesias y
Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras religiones, así como a cuantos, hombres
y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio al bien común: quieran
recibirlo como el fruto de una experiencia humana universal, colmada de innumerables
signos de la presencia del Espíritu de Dios. Es un tesoro de cosas nuevas y antiguas (cf. Mt
13,52), que la Iglesia quiere compartir, para agradecer a Dios, de quien «desciende toda
dádiva buena y todo don perfecto» (St 1,17). Constituye un signo de esperanza el hecho que
hoy las religiones y las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la urgencia
de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento
de la persona humana.
La Iglesia Católica une en particular el propio compromiso al que ya llevan a cabo en
el campo social las demás Iglesias y Comunidades Eclesiales, tanto en el ámbito de la
reflexión doctrinal como en el ámbito práctico. Con ellas, la Iglesia Católica está convencida
que de la herencia común de las enseñanzas sociales custodiadas por la tradición viva del
pueblo de Dios derivan estímulos y orientaciones para una colaboración cada vez más
estrecha en la promoción de la justicia y de la paz.13

3.2. Los filósofos, las asociaciones, los gremios, los organismos internacionales y
las iglesias reflexionan acerca del devenir de la sociedad.

a. Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia


160. Los principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia 341 constituyen
los verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: se trata del
principio de la dignidad de la persona humana —ya tratado en el capítulo precedente— en
el que cualquier otro principio y contenido de la doctrina social encuentra fundamento,342
del bien común, de la subsidiaridad y de la solidaridad. Estos principios, expresión de la
verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe, brotan « del
encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias —comprendidas en el Mandamiento
supremo del amor a Dios y al prójimo y en la Justicia— con los problemas que surgen en la
vida de la sociedad ».343 La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu,
reflexionando sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales principios
una fundación y configuración cada vez más exactas, clarificándolos progresivamente, en el
esfuerzo de responder con coherencia a las exigencias de los tiempos y a los continuos
desarrollos de la vida social.
161. Estos principios tienen un carácter general y fundamental, ya que se refieren a
la realidad social en su conjunto: desde las relaciones interpersonales caracterizadas por la
proximidad y la inmediatez, hasta aquellas mediadas por la política, por la economía y por
el derecho; desde las relaciones entre comunidades o grupos hasta las relaciones entre los
pueblos y las Naciones. Por su permanencia en el tiempo y universalidad de significado, la
Iglesia los señala como el primer y fundamental parámetro de referencia para la
interpretación y la valoración de los fenómenos sociales, necesario porque de ellos se
pueden deducir los criterios de discernimiento y de guía para la acción social, en todos los
ámbitos.
162. Los principios de la doctrina social deben ser apreciados en su unidad,
conexión y articulación. Esta exigencia radica en el significado, que la Iglesia misma da a la
propia doctrina social, de «corpus» doctrinal unitario que interpreta las realidades sociales
de modo orgánico.344 La atención a cada uno de los principios en su especificidad no debe
conducir a su utilización parcial y errónea, como ocurriría si se invocase como un elemento
desarticulado y desconectado con respecto de todos los demás. La misma profundización
teórica y aplicación práctica de uno solo de los principios sociales, muestran con claridad su
mutua conexión, reciprocidad y complementariedad. Estos fundamentos de la doctrina de
la Iglesia representan un patrimonio permanente de reflexión, que es parte esencial del
mensaje cristiano; pero van mucho más allá, ya que indican a todos las vías posibles para
edificar una vida social buena, auténticamente renovada.345
163. Los principios de la doctrina social, en su conjunto, constituyen la primera
articulación de la verdad de la sociedad, que interpela toda conciencia y la invita a
interactuar libremente con las demás, en plena corresponsabilidad con todos y respecto de
todos. En efecto, el hombre no puede evadir la cuestión de la verdad y del sentido de la vida
social, ya que la sociedad no es una realidad extraña a su misma existencia.
Estos principios tienen un significado profundamente moral porque remiten a los
fundamentos últimos y ordenadores de la vida social. Para su plena comprensión, es
necesario actuar en la dirección que señalan, por la vía que indican para el desarrollo de
una vida digna del hombre. La exigencia moral ínsita en los grandes principios sociales
concierne tanto el actuar personal de los individuos, como primeros e insustituibles sujetos
responsables de la vida social a cualquier nivel, cuanto de igual modo las instituciones,
representadas por leyes, normas de costumbre y estructuras civiles, a causa de su capacidad
de influir y condicionar las opciones de muchos y por mucho tiempo. Los principios
recuerdan, en efecto, que la sociedad históricamente existente surge del entrelazarse de
las libertades de todas las personas que en ella interactúan, contribuyendo, mediante sus
opciones, a edificarla o a empobrecerla.
- Bien Común:
164. De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar,
el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para
encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien común se
entiende «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones
y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección».346
El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada
sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es
indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también
en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del
bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común
se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.
167. El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está
exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.352 El
bien común exige ser servido plenamente, no según visiones reductivas subordinadas a las
ventajas que cada uno puede obtener, sino en base a una lógica que asume en toda su
amplitud la correlativa responsabilidad. El bien común corresponde a las inclinaciones más
elevadas del hombre,353 pero es un bien arduo de alcanzar, porque exige la capacidad y la
búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.
- Subsidiaridad
185. La subsidiaridad está entre las directrices más constantes y características de la
doctrina social de la Iglesia, presente desde la primera gran encíclica social.395 Es imposible
promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones,
las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo
económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las
personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social.396
Es éste el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre
individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a la
« subjetividad creativa del ciudadano ».397 La red de estas relaciones forma el tejido social
y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el
reconocimiento de formas más elevadas de sociabilidad.398
A la subsidiaridad entendida en sentido positivo, como ayuda económica,
institucional, legislativa, ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, corresponde una
serie de implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto
restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su
iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas.
- La participación
89. Consecuencia característica de la subsidiaridad es la participación,402 que se
expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como
individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes,
contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que
pertenece.403 La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en
modo responsable y con vistas al bien común.404
La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular
de la vida social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos
como el mundo del trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas internas,405
la información y la cultura y, muy especialmente, la vida social y política hasta los niveles
más altos, como son aquellos de los que depende la colaboración de todos los pueblos en
la edificación de una comunidad internacional solidaria.406 Desde esta perspectiva, se hace
imprescindible la exigencia de favorecer la participación, sobre todo, de los más débiles, así
como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se instauren
privilegios ocultos; es necesario, además, un fuerte empeño moral, para que la gestión de
la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de cada uno con respecto al bien común.
- Solidaridad
192. La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la
persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los
hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha
existido una conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre los hombres y
entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles.413 La vertiginosa multiplicación de
las vías y de los medios de comunicación « en tiempo real », como las telecomunicaciones,
los extraordinarios progresos de la informática, el aumento de los intercambios comerciales
y de las informaciones son testimonio de que por primera vez desde el inicio de la historia
de la humanidad ahora es posible, al menos técnicamente, establecer relaciones aun entre
personas lejanas o desconocidas.
Junto al fenómeno de la interdependencia y de su constante dilatación, persisten,
por otra parte, en todo el mundo, fortísimas desigualdades entre países desarrollados y
países en vías de desarrollo, alimentadas también por diversas formas de explotación, de
opresión y de corrupción, que influyen negativamente en la vida interna e internacional de
muchos Estados. El proceso de aceleración de la interdependencia entre las personas y los
pueblos debe estar acompañado por un crecimiento en el plano ético- social igualmente
intenso, para así evitar las nefastas consecuencias de una situación de
injusticia de dimensiones planetarias, con repercusiones negativas incluso en los mismos
países actualmente más favorecidos.414

3.4. El hombre en todas sus dimensiones: personal, familiar, profesional, social


y espiritual.
a. Dimensión personal:
124. Iluminada por el admirable mensaje bíblico, la doctrina social de la Iglesia se
detiene, ante todo, en los aspectos principales e inseparables de la persona humana para
captar las facetas más importantes de su misterio y de su dignidad. En efecto, no han faltado
en el pasado, y aún se asoman dramáticamente a la escena de la historia actual, múltiples
concepciones reductivas, de carácter ideológico o simplemente debidas a formas difusas de
costumbres y pensamiento, que se refieren al hombre, a su vida y su destino. Estas
concepciones tienen en común el hecho de ofuscar la imagen del hombre acentuando sólo
alguna de sus características, con perjuicio de todas las demás.233
125. La persona no debe ser considerada únicamente como individualidad
absoluta, edificada por sí misma y sobre sí misma, como si sus características propias no
dependieran más que de sí misma. Tampoco debe ser considerada como mera célula de un
organismo dispuesto a reconocerle, a lo sumo, un papel funcional dentro de un sistema. Las
concepciones que tergiversan la plena verdad del hombre han sido objeto, en repetidas
ocasiones, de la solicitud social de la Iglesia, que no ha dejado de alzar su voz frente a estas
y otras visiones, drásticamente reductivas. En cambio, se ha preocupado por anunciar que
los hombres « no se nos muestran desligados entre sí, como granos de arena, sino más bien
unidos entre sí en un conjunto orgánicamente ordenado, con relaciones variadas según la
diversidad de los tiempos » 234 y que el hombre no puede ser comprendido como « un
simple elemento y una molécula del organismo social »,235 cuidando, a la vez, que la
afirmación del primado de la persona, no conllevase una visión individualista o masificada.
126. La fe cristiana, que invita a buscar en todas partes cuanto haya de bueno y
digno del hombre (cf. 1 Ts 5,21), «es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces
en posición totalmente contraria a ellas, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente
y creador, que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, al hombre como libertad
responsable».236
La doctrina social se hace cargo de las diferentes dimensiones del misterio del
hombre, que exige ser considerado «en la plena verdad de su existencia, de su ser personal
y a la vez de su ser comunitario y social»,237 con una atención específica, de modo que le
pueda consentir la valoración más exacta.
b. Dimensión familiar
212. La familia es importante y central en relación a la persona. En esta cuna de la
vida y del amor, el hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la sociedad recibe el regalo
de una nueva persona, que está « llamada, desde lo más íntimo de sí a la comunión con los
demás y a la entrega a los demás ».465 En la familia, por tanto, la entrega recíproca del
hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño
puede « desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a
afrontar su destino único e irrepetible ».466
En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las
personas son reconocidas y responsabilizadas en su integridad: « La primera estructura
fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las
primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y,
por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona ».467 Las obligaciones de
sus miembros no están limitadas por los términos de un contrato, sino que derivan de la
esencia misma de la familia, fundada sobre un pacto conyugal irrevocable y estructurada
por las relaciones que derivan de la generación o adopción de los hijos.

c. Dimensión profesional
270. El trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido
objetivo, es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el
hombre se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro del
Génesis. El trabajo en sentido subjetivo, es el actuar del hombre en cuanto ser dinámico,
capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que
corresponden a su vocación personal: «El hombre debe someter la tierra, debe dominarla,
porque, como “imagen de Dios”, es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de
manera programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí
mismo. Como persona, el hombre es, pues, sujeto del trabajo».586
El trabajo en sentido objetivo constituye el aspecto contingente de la actividad
humana, que varía incesantemente en sus modalidades con la mutación de las condiciones
técnicas, culturales, sociales y políticas. El trabajo en sentido subjetivo se configura, en
cambio, como su dimensión estable, porque no depende de lo que el hombre realiza
concretamente, ni del tipo de actividad que ejercita, sino sólo y exclusivamente de su
dignidad de ser personal. Esta distinción es decisiva, tanto para comprender cuál es el
fundamento último del valor y de la dignidad del trabajo, cuanto, para implementar una
organización de los sistemas económicos y sociales, respetuosa de los derechos del hombre.
271. La subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide
considerarlo como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización
productiva. El trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es
expresión esencial de la persona, es «actus personae». Cualquier forma de materialismo y
de economicismo que intentase reducir el trabajador a un mero instrumento de
producción, a simple fuerza-trabajo, a valor exclusivamente material, acabaría por
desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más
noble y profundamente humana. La persona es la medida de la dignidad del trabajo: «En
efecto, no hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado
completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona».587
La dimensión subjetiva del trabajo debe tener preeminencia sobre la objetiva,
porque es la del hombre mismo que realiza el trabajo, aquella que determina su calidad y
su más alto valor. Si falta esta conciencia o no se quiere reconocer esta verdad, el trabajo
pierde su significado más verdadero y profundo: en este caso, por desgracia frecuente y
difundido, la actividad laboral y las mismas técnicas utilizadas se consideran más
importantes que el hombre mismo y, de aliadas, se convierten en enemigas de su dignidad.
272. El trabajo humano no solamente procede de la persona, sino que está también
esencialmente ordenado y finalizado a ella. Independientemente de su contenido objetivo,
el trabajo debe estar orientado hacia el sujeto que lo realiza, porque la finalidad del trabajo,
de cualquier trabajo, es siempre el hombre. Aun cuando no se puede ignorar la importancia
del componente objetivo del trabajo desde el punto de vista de su calidad, esta
componente, sin embargo, está subordinada a la realización del hombre, y por ello a la
dimensión subjetiva, gracias a la cual es posible afirmar que el trabajo es para el hombre y
no el hombre para el trabajo y que « la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado
por el hombre —aunque fuera el trabajo “más corriente”, más monótono en la escala del
modo común de valorar, e incluso el que más margina—, sigue siendo siempre el hombre
mismo ».588
273. El trabajo humano posee también una intrínseca dimensión social. El trabajo
de un hombre, en efecto, se vincula naturalmente con el de otros hombres: «Hoy,
principalmente, el trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es un hacer algo para
alguien».589 También los frutos del trabajo son ocasión de intercambio, de relaciones y de
encuentro. El trabajo, por tanto, no se puede valorar justamente si no se tiene en cuenta su
naturaleza social, « ya que, si no existe un verdadero cuerpo social y orgánico, si no hay un
orden social y jurídico que garantice el ejercicio del trabajo, si los diferentes oficios,
dependientes unos de otros, no colaboran y se completan entre sí y, lo que es más todavía,
no se asocian y se funden como en una unidad la inteligencia, el capital y el trabajo, la
eficiencia humana no será capaz de producir sus frutos. Luego el trabajo no puede ser
valorado justamente ni remunerado con equidad si no se tiene en cuenta su carácter social
e individual».590
274. El trabajo es también «una obligación, es decir, un deber».591 El hombre debe
trabajar, ya sea porque el Creador se lo ha ordenado, ya sea porque debe responder
a las exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo se perfila
como obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar la propia familia,
pero también la sociedad a la que pertenece; la Nación de la cual se es hijo o hija; y toda la
familia humana de la que se es miembro: somos herederos del trabajo de generaciones y,
a la vez, artífices del futuro de todos los hombres que vivirán después de nosotros.
275. El trabajo confirma la profunda identidad del hombre creado a imagen y
semejanza de Dios: « Haciéndose —mediante su trabajo— cada vez más dueño de la tierra
y confirmando todavía —mediante el trabajo— su dominio sobre el mundo visible, el
hombre, en cada caso y en cada fase de este proceso, se coloca en la línea del plan original
del Creador; lo cual está necesaria e indisolublemente unido al hecho de que el hombre ha
sido creado, varón y hembra, “a imagen de Dios” ».592 Esto califica la actividad del hombre
en el universo: no es el dueño, sino el depositario, llamado a reflejar en su propio obrar la
impronta de Aquel de quien es imagen.

d. Dimensión social
580. La finalidad inmediata de la doctrina social es la de proponer los principios y
valores que pueden afianzar una sociedad digna del hombre. Entre estos principios, el de la
solidaridad en cierta medida comprende todos los demás: éste constituye «uno de los
principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política».1217
Este principio está iluminado por el primado de la caridad «que es signo distintivo
de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35)».1218 Jesús «nos enseña que la ley fundamental de
la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento
nuevo del amor» 1219 (cf. Mt 22,40; Jn 15,12; Col 3,14; St 2,8). El comportamiento de la
persona es plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y está ordenado
al amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean
testigos profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus vidas, que el amor es la única
fuerza (cf. 1 Co 12,31-14,1) que puede conducir a la perfección personal y social y mover la
historia hacia el bien.
581. El amor debe estar presente y penetrar todas las relaciones sociales: 1220
especialmente aquellos que tienen el deber de proveer al bien de los pueblos «se afanen
por conservar en sí mismos e inculcar en los demás, desde los más altos hasta los más
humildes, la caridad, señora y reina de todas las virtudes. Ya que la ansiada solución se ha
de esperar principalmente de la caridad, de la caridad cristiana entendemos, que
compendia en sí toda la ley del Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse
por el bien de los demás, es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del
mundo ».1221 Este amor puede ser llamado « caridad social » 1222 o « caridad política »
1223 y se debe extender a todo el género humano.1224 El « amor social » 1225 se sitúa
en las antípodas del egoísmo y del individualismo: sin absolutizar la vida social, como sucede
en las visiones horizontalistas que se quedan en una lectura exclusivamente sociológica, no
se puede olvidar que el desarrollo integral de la persona y el crecimiento social se
condicionan mutuamente. El egoísmo, por tanto, es el enemigo más deletéreo de una
sociedad ordenada: la historia muestra la devastación que se produce en los corazones
cuando el hombre no es capaz de reconocer otro valor y otra realidad efectiva que, de los
bienes materiales, cuya búsqueda obsesiva sofoca e impide su capacidad de entrega.
582. Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario
revalorizar el amor en la vida social —a nivel político, económico, cultural—, haciéndolo la
norma constante y suprema de la acción. Si la justicia « es de por sí apta para servir de
“árbitro” entre los hombres en la recíproca repartición de los bienes objetivos según una
medida adecuada, el amor en cambio, y solamente el amor (también ese amor benigno que
llamamos “misericordia”), es capaz de restituir el hombre a sí mismo ».1226 No se pueden
regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: « El cristiano sabe
que el amor es el motivo por el cual Dios entra en relación con el hombre. Es también el
amor lo que Él espera como respuesta del hombre. Por eso el amor es la forma más alta y
más noble de relación de los seres humanos entre sí. El amor debe animar, pues, todos los
ámbitos de la vida humana, extendiéndose igualmente al orden internacional. Sólo una
humanidad en la que reine la “civilización del amor” podrá gozar de una paz auténtica y
duradera».1227 En este sentido, el Magisterio recomienda encarecidamente la solidaridad
porque está en condiciones de garantizar el bien común, en cuanto favorece el desarrollo
integral de las personas: la caridad «te hace ver en el prójimo a ti mismo».1228

e. Dimensión espiritual
105. La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo;
imagen que encuentra, y está llamada a descubrir cada vez más profundamente, su plena
razón de ser en el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al hombre
y del hombre a sí mismo. A este hombre, que ha recibido de Dios mismo una incomparable
e inalienable dignidad, es a quien la Iglesia se dirige y le presta el servicio más alto y singular
recordándole constantemente su altísima vocación, para que sea cada vez más consciente
y digno de ella. Cristo, Hijo de Dios, «con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con
todo hombre»; 197 por ello, la Iglesia reconoce como su tarea principal hacer que esta unión
pueda actuarse y renovarse continuamente. En Cristo Señor, la Iglesia señala y desea
recorrer ella misma el camino del hombre,198 e invita a reconocer en todos, cercanos o
lejanos, conocidos o desconocidos, y sobre todo en el pobre y en el que sufre, un hermano
«por quien murió Cristo» (1 Co 8,11; Rm 14,15).199
108. El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona
humana es criatura de Dios (cf. Sal 139,14-18) y especifica el elemento que la caracteriza y
la distingue en su ser a imagen de Dios: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a
imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó» (Gn 1,27). Dios coloca la criatura humana
en el centro y en la cumbre de la creación: al hombre (en hebreo «adam»), plasmado con
la tierra (« adamah »), Dios insufla en las narices el aliento de la vida (cf. Gn 2,7). De ahí que,
«por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es
solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y
entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su
Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su
lugar».204
109. La semejanza con Dios revela que la esencia y la existencia del hombre están
constitutivamente relacionadas con Él del modo más profundo.205 Es una relación que
existe por sí misma y no llega, por tanto, en un segundo momento ni se añade desde fuera.
Toda la vida del hombre es una pregunta y una búsqueda de Dios. Esta relación con Dios
puede ser ignorada, olvidada o removida, pero jamás puede ser eliminada. Entre todas las
criaturas del mundo visible, en efecto, sólo el hombre es «“capaz” de Dios» («homo est Dei
capax»).206 La persona humana es un ser personal creado por Dios para la relación con Él,
que sólo en esta relación puede vivir y expresarse, y que tiende naturalmente hacia Él.207
110. La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social
de la naturaleza humana. El hombre, en efecto, no es un ser solitario, ya que « por su íntima
naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse
con los demás ».208 A este respecto resulta significativo el hecho de que Dios haya creado
al ser humano como hombre y mujer 209 (cf. Gn 1,27): « Qué elocuente es la insatisfacción
de la que es víctima la vida del hombre en el Edén, cuando su única referencia es el mundo
vegetal y animal (cf. Gn 2,20). Sólo la aparición de la mujer, es decir, de un ser que es hueso
de sus huesos y carne de su carne (cf. Gn 2,23), y en quien vive igualmente el espíritu de
Dios creador, puede satisfacer la exigencia de diálogo interpersonal que es vital para la
existencia humana. En el otro, hombre o mujer, se refleja Dios mismo, meta definitiva y
satisfactoria de toda persona».210
Capítulo 4. El trabajo humano
1. Objetivos del capítulo
Reflexionar sobre el compromiso personal, como fundamentos del trabajo profesional
y la importancia de desarrollar el juicio crítico ante la realización del trabajo

2. ¿Qué temas se aprenderán en este capítulo?


a. El hombre que encuentra en el trabajo la satisfacción, el placer y la alegría de la Obra Bien Hecha,
que lo dignifica y lo acerca a su creador.
b. El gusto por la obra bien hecha es uno de los primeros deberes del educador.

3. Desarrollo de contenido

3.1. El hombre que encuentra en el trabajo la satisfacción, el placer y la alegría de la


Obra Bien Hecha, que lo dignifica y lo acerca a su creador.

La Laboriosidad es trabajar con esfuerzo y de forma positiva, con constancia. Se


consideran a la flojera y la pasividad son dos escollos en el camino.
La sana reflexión y la acción tenaz son herramientas indispensables, pues la
laboriosidad es una virtud que exige metas y objetivos concretos para no perder tanto
tiempo contemplando los problemas sino en empeñarse en encontrar las soluciones.
La idea de la laboriosidad es que, con esfuerzo, el trabajo se convierte en una fuerza
transformadora y de progreso.
Se considera a la laboriosidad como una virtud, porque modera el esfuerzo en su
aplicación a las obras útiles y provechosas. Es por ello, que por el trabajo el hombre
satisface sus necesidades y realiza su vocación en el mundo.
El trabajo tiene una dimensión subjetiva y objetiva.
a. Subjetivamente recae en la dignidad y el crecimiento interior del que trabaja.
b. Objetivamente, realiza una obra en beneficio de sí mismo y la comunidad.

Contra la laboriosidad se presenta el vicio por exceso es el activismo y, por defecto,


la pereza. El activismo realiza desordenadamente la acción por la acción, tomando como
un fin lo que es un medio. Descarta la necesaria contemplación de la verdad y olvida los
valores espirituales a los que se ordena principalmente la vida humana.
La pereza es el vicio que deprecia todo esfuerzo, incluso el necesario para la propia
subsistencia. La causa de la pereza es la voluntad enferma o débil. Del activismo y la pereza
provienen el aburrimiento y el hastío.
Como es lógico, la laboriosidad se ejercita trabajando, y su primera consecuencia es
un trabajo bien hecho. Ejemplos:
• Cumplir los deberes laborales. Es propio de la justicia y la lealtad, y también
ejercicio de laboriosidad. Incluye el cuidado de los detalles y acabar bien las
cosas, para lograr un trabajo bien realizado.
• Orden en el trabajo y en el horario. Es propio de la virtud del orden, pero
también práctica de laboriosidad.
• Anteponer el trabajo a la diversión es propio del orden en los ideales, pero
también muestra de laboriosidad.
• Tener abundancia de trabajo es lo que más favorece el aumento de
laboriosidad -siempre que uno sea responsable-.
• Comenzar y acabar su trabajo o encargo en las horas que están previamente
estipuladas.
• Evitar siempre el dejar los encargos o tareas sin concluir.
• Cumplir con todos sus deberes, independientemente de que le gusten o no.
• Tener todo el material que necesita utilizar en el orden más adecuado.
• Debe también, en la medida que sea posible, ayudar a los compañeros que
así se lo soliciten y necesiten.

La razón básica de laboriosidad es que esta virtud permite realizar tareas


abundantes y valiosas, de modo que los motivos para trabajar se encuentran observando el
valor de lo que se realiza. Uno trabaja para conseguir algo; si lo que se alcanza merece la
pena, también el trabajo y laboriosidad serán interesantes. Pero este valor no siempre se
observa a primera vista. Busquemos, pues, las razones que invitan a ser laboriosos
La razón superior para trabajar, aquí se estima que la laboriosidad sería imperfecta
si al trabajo no se une la oración, pues el hombre siembra en su vida, pero es Dios quien da
el crecimiento y los frutos (Cf. 1Cor 3,6).
La labor diaria se puede convertir en un medio de santificación maravilloso siempre
y cuando se ofrezca a Dios. Así lo enseñaba el gran abad san Bernardo de Claraval: “el que
ora y trabaja, eleva su corazón a Dios con la mano”.
Toda persona puede encontrar varios motivos para trabajar, en concreto son tres:

a) Motivos Extrínsecos:
Se trataría de trabajar para obtener dinero, fama, éxitos, etc.; para comprarse unas
joyas, una moto, o pasar las vacaciones en hoteles de lujo... Con estas razones, lo ideal sería
ganar mucho dinero trabajando poco, conseguir éxitos sin esfuerzo, etc. No se aprecia el
valor del trabajo en sí mismo ni de la laboriosidad. Y no hay alegría pues dinero, éxitos y
fama escasean.
b) Motivos internos.
Estos motivos de laboriosidad son mejores. Se trabajaría para sacar adelante la
familia o la sociedad, para contribuir al bien de los demás, etc. Por ejemplo, una enfermera,
un fontanero, un ama de casa realizan una labor que beneficia directamente a otras
personas.
¿Y los estudiantes?
Los estudiantes tienen dificultades para encontrar el motivo de servicio, pues sólo
aparece en el futuro: estudian ahora para servir después, desarrollando una profesión. Por
esto, sus motivos habituales son de menor categoría: aprobar, quedar bien, evitar peleas,
pasarlo bien en verano, o simplemente, cumplir con el deber. Son motivos válidos.

c) Motivos de mejora personal.


Con el trabajo se adquieren una serie de cualidades que hacen mejor a quien trabaja.
Por ejemplo, se desarrolla la constancia, la puntualidad, el orden, la responsabilidad,
la inteligencia, la voluntad, la laboriosidad misma. Estos motivos se encuentran también en
todas las profesiones, y mejoran al hombre por dentro. Por ejemplo, los estudiantes están
recibiendo los conocimientos adquiridos por la humanidad.

Lo importante del trabajo es que se colaborar en la creación. Dios Nuestro Señor creó
un mundo bueno, pero sin ser completamente perfecto. Y encargó al hombre que lo
mejorase. De este modo el Señor eleva la dignidad del hombre haciéndole colaborador suyo
en la tarea creadora.
Así, el trabajo humano cobra un sentido nuevo, pasando a ser colaboración del
hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la Creación, participación en la
obra creadora de Dios. Esto es algo de mucha categoría y válido para cualquier labor.
El trabajo forma parte de los planes de Dios para el hombre, de modo que quien
trabaja, cumple la voluntad divina y por tanto ama a Dios, crece en santidad. El Espíritu Santo
se sirve de nuestras tareas para santificarnos. Y así trabajo y laboriosidad cobran un tercer
sentido revalorizaste: son medio de santificación, y por tanto de felicidad.

3.2. El gusto por la obra bien hecha es uno de los primeros deberes del educador.
Sólo lo bien hecho educa y el principio de la educación es la actividad, siempre y
cuando esté bien realizada. Lo mal hecho, lo deficiente, no es causa de educación, sino un
motivo para educar.
Esto significa que le hombre dotado de inteligencia y voluntad, tiende por naturaleza
a la búsqueda del bien y de la felicidad.
a) La Obra Bien Hecha
Se caracteriza por el cultivo de la capacidad para descubrir el bien y la llamada a la
conciencia del bien poseído que suscita la alegría.

Cada persona debe ser consciente de:


• De lo que hace: importante explicar qué hacer.
• Por qué lo hace: dejar claro el objetivo que persigue.
• La capacidad que tiene para hacer aquello que se le pide.

b) ¿Qué se consigue a través de la Obra Bien Hecha?


• Reobrar a quien hace
• Refuerza aptitudes existentes y promueve nuevas
• Suscita la alegría en la OBH

c) La O.B.H. es exigente
• Supone motivar a hacer bien cualquier actividad y exige no sólo el desarrollo cognitivo
y profesional de mayor calidad, sino la mejora de toda la persona hasta donde sea
capaz de dar.
• También exige la excelencia personal en educador y educando, en la actividad
realizada y en los resultados obtenidos. Exigencia en todas las pequeñas
manifestaciones de la vida.

d) La obra bien hecha debe estar


• Bien ideada
✓ Toda la actividad debe ser planeada tomando en cuenta su valor pedagógico.
✓ Supone iniciativa y creatividad, tanto por parte del estudiante como del asesor.
✓ Respeto hacia esa iniciativa y creatividad, pues allí radica su originalidad, su
singularidad.

• Bien preparada
✓ Prever: actividades, técnicas y materiales.
✓ Poner en juego la prudencia para establecer el orden, extensión y tiempo
adecuados.
• Bien realizada
✓ Requiere:
• Voluntad inicial
- Es el empuje que ordinariamente constituirá la motivación.
- Esa voluntad inicial está determinada por los objetivos y las metas que se
proponga.

• Voluntad continuativa
- Para seguir la tarea comenzada, se requiere constancia y perseverancia.
- Es el momento de acompañar cuando la tarea empieza a hacerse cuesta arriba.
- Orientar haciendo ver la meta

• Voluntad de acabamiento o perfeccionamiento


- Esfuerzo y preocupación por terminar bien, con la ayuda de la capacidad
estética.
- Ayudar a vencer la rutina, la comodidad y la apariencia.
- Acompañar cuando la curva de fatiga amenaza con impedir el último esfuerzo

• Bien valorada
- Valorar la calidad técnica, científica y de utilidad.
- Valora el estudiante, el asesor y la institución.
- La valoración permite la rectificación y la mejora, facilitando la responsabilidad.
- La rectificación abre el camino a la alegría.
PRINCIPIOS Y OBJETIVOS EN LA EDUCACIÓN
DE VALORES Y VIRTUDES1

a) ¿Qué son los valores?

Después de haber clarificado el concepto de persona humana, sus facultades y profundizar en


su dignidad, es importante considerar el tema de los valores. Etimológicamente la palabra valor,
deriva del latín valor, emparentado con la palabra “valere”, que significa ser fuerte, ser potente,
estar en forma, ser capaz de algo, ser útil para algo, valerse por sí mismo. Y del “griego “axios”,
lo que vale, lo que tiene un precio. El valor se refiere a una excelencia o a una perfección. Valor,
según la doctora Ana Teresa López de Llergo, es toda perfección real o posible que procede de
la naturaleza y que se apoya tanto en el ser como en la razón de ser de lo que es real. Los
valores, por ser perfecciones pueden convertirse en principios y normas de conducta. Es por
eso que los valores son los ejes que sostienen todo tipo de educación.

Otra definición nos dice que el valor es todo lo que responde a las necesidades y tendencias de
la persona, esto se refiere a que el hombre tiende a valorar según sus necesidades, por ejemplo,
valora la comida, la vivienda, porque son necesidades que hay que saciar. También se refiere a
la tendencia social de la persona, a relacionarse con los demás, valora lo que le permite convivir
con los demás.

Desde el punto de vista socio-educativo, los valores orientan el comportamiento humano hacia
la transformación social y la realización de la persona. Son guías que dan determinada
orientación a la conducta y a la vida de cada individuo y de cada grupo social. Los valores son
entonces las cualidades de la realidad, de los seres creados, las características buenas de las
personas que lo llevan a perfeccionarse.

Los valores se descubren en el ambiente que nos rodea, en las personas, en la naturaleza. Se
aprecian, no se crean; solo porque alguien no conozca o no perciba un valor no significa que no
exista, sino simplemente no lo ha descubierto, nadie puede crear un valor, éste existe por sí
mismo. Los valores no nos son indiferentes, se notan, resaltan de quién o qué los posee, residen
en la esencia de las cosas. No dependen de una persona u otra, ya que cada uno tendrá sus
prioridades de valores, donde pondrán unos primeros y otros después, pero todos existen. No
depende de una época histórica, siempre han existido, por eso decimos que son absolutos y
perennes.

1
Síntesis extraída del texto “Educar en valores, educar en virtudes” (López de Llergo, 2002).
b) ¿Qué es una virtud?

Un concepto relacionado con el término de valor, es el de virtud, por lo que es importante esa
estrecha relación. El término virtud viene del latín “vir” que quiere decir fuerza o potencia y del
griego “areté” que significa: perfección, fuerza. Es un recto modo de proceder. La práctica de
los valores se convierte en virtud. Las virtudes son los hábitos buenos, que se van construyendo
al repetir comportamientos correctos, o sea que se forman en la persona a partir de acciones
buenas, que al practicarlas facilitan el ejercicio de los valores. La inteligencia busca la verdad,
descubre los valores, la voluntad busca el bien, apetece los valores y ambas se perfeccionan con
las virtudes. El verdadero desafío es convertir los valores en virtudes. La adquisición de virtudes
es posible, solamente mediante un esfuerzo personal, los valores se quedan en mera teoría si
no se hacen vida. Las personas, por su carácter y temperamento, están con una disposición más
grande para aplicar unas virtudes y otras personas, otras.

Lo importante es observar, que las virtudes se van a desarrollar cuando la persona quiera
hacerlas vida, no puede nadie obligarlo, tiene que ver el bien que esa virtud le hará a su vida y
a la relación con los demás. La práctica de las virtudes tiene un fin social, porque la perfección
de la persona se realiza con la relación que tiene con los demás. Según la misma autora, López
de Llergo, las virtudes humanas, que buscan la perfección de la persona pueden ser
intelectuales o morales. Las virtudes intelectuales disponen a la persona a conocer la verdad,
perfeccionan la inteligencia. Las virtudes morales llevan a obrar el bien propio natural.

Cuando se dice que la persona es virtuosa, y decide practicar los valores que ve que le convienen
para ser mejor y vivir mejor con los demás, entonces se involucra la libertad. Esa capacidad de
decidir hacer el bien, decidir perfeccionarse, decidir ser una persona que trasciende y ve más
allá de lo temporal, es el ejercicio de la voluntad y la libertad. La educación es el proceso ideal
para formar virtudes, a través de los hábitos operativos buenos, en todas las edades y
situaciones diarias del proceso educativo.

c) Valoraciones:

Toda persona, por el hecho de existir, posee valores, es capaz de valorar también y diferenciar
lo bueno de lo malo. La persona también es perfectible, capaz de reflexionar y cambiar en sí
mismo y el ambiente que le rodea. Es capaz de darse cuenta que existen cosas y situaciones
que quizás no están bien, pero que, por falta de formación ética, las acepta y cree que no se
pueden cambiar. Ya se dijo que la persona posee características que la potencian para cambiar
y ser mejor. Esas potencias son los instrumentos para transformar actitudes negativas en
positivas, que solamente se logran a través de la práctica de las virtudes.
d) Jerarquía de valores:

Cuando se habla de una jerarquía, se habla de un ordenamiento según importancia, según


grado, según valoraciones. La jerarquización es el orden dado por cada quien de acuerdo con
algunas necesidades o circunstancias. Toda persona puede jerarquizar los valores según la
apreciación, consideración o valoración que haga de sí mismo. La familia, el ambiente, la
educación, la cultura y el propio carácter de la persona, influyen en la forma de jerarquizar sus
valores. Cuando se habla que cada persona puede tener su propio ordenamiento en los valores,
no quiere decir que, en algún momento, converjan valores similares para un grupo social.

Cuando se habla de educación se refiere al proceso intencional activo que busca el desarrollo
integral de la persona a quien se educa, se dirige desde la razón hacia el desarrollo de todo el
potencial humano, promueve los hábitos buenos, o sea la práctica de las virtudes. La educación
en valores, también es la actividad intencionada para desarrollar un juicio moral que permita la
adopción de valores, adquirir habilidades necesarias para hacer coherente el juicio y la acción
moral, en todo ámbito donde la persona se desenvuelve.

El término “educación en valores” ha venido a significar una de las formas óptimas de concretar
la educación integral. Se trata de una meta o un proyecto de educación en el que intervienen
todas las facultades humanas: inteligencia, afectividad, voluntad libre. Los pilares
fundamentales de la educación en valores, entonces, son el cultivo de la inteligencia y de la
voluntad y el desarrollo de la afectividad, ya que se necesita “conocer” los valores -que se
presentan como meta a conseguir- y “querer” realizar los actos que, al ser repetidos, se
convertirán en virtudes.

Los valores, por lo tanto, siempre hacen referencia a hábitos buenos, que como vimos
anteriormente, son buenos precisamente porque se orientan a la perfección de la persona. La
educación en valores es la orientación a la educación de la inteligencia, con el apoyo de la
voluntad, para profundizar y respetar los valores que se encuentran en lo más íntimo de la
naturaleza humana. Esto quiere decir que la base para educar en valores es la persona misma.
En ella se encuentran la inteligencia, capaz de impresionarse por el valor, la voluntad, que es la
energía para adueñarse de la bondad del valor y convertirlo en parte propia, con el esfuerzo
por adquirir hábitos buenos que son práctica de las virtudes.

Puede decirse entonces que el objetivo de la educación en valores es integrar la razón, la


voluntad y el sentimiento, en cada actuación de la persona. Esto es, alimentar la inteligencia
con el conocimiento de los valores, enseñar a reflexionar, para decidir lo más adecuado en cada
situación, y de examinar luego si la actuación que se ha decidido concuerda con el fin que se
buscó. Por otra parte, para fortalecer la voluntad es preciso proporcionar al alumno, de acuerdo
a su grado de madurez, ocasiones de actuar libremente de acuerdo con los fines que se han
hecho propios; esto es, facilitarle oportunidades de ejercicio.
Una virtud es, como se ha mencionado, la repetición de actos operativos buenos. La educación
integral busca promover en las personas aquellos hábitos (virtudes) que les permitan obrar bien
en cualquier circunstancia y por voluntad propia. En su sentido más pleno, los valores
configuran profundamente la personalidad, y constituyen una parte fundamental de la
educación. Es interesante para el educador saber que existe entre los hábitos un “principio de
armonía”: Cuando mejora alguno, se perfeccionan al mismo tiempo todos los demás. Mejor
dicho, la que mejora es la persona completa, cuando se esfuerza por adquirir virtudes. Además,
es muy conveniente saber que existen los llamados “períodos sensitivos”, en los que se facilita
el aprendizaje de los valores. El educando, entre los 7 y los 12 años, aproximadamente, tienen
una alta capacidad de aprendizaje, que debe aprovecharse; corresponde a los padres y
educadores establecer planes para que se facilite el crecimiento y la consolidación de los valores
y las virtudes. Existen, por otra parte, valores nucleares en todas las etapas de desarrollo, por
ejemplo: el orden, la sobriedad y la sinceridad, el esfuerzo y el trabajo, el aprovechamiento del
tiempo, la generosidad y la justicia, la obediencia, la solidaridad y el compañerismo, la
responsabilidad, la alegría y el optimismo, entre muchos otros.

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