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Keynes describe con maestría los principales personajes del drama. De Georges
Clemenceau, el jefe de Gobierno francés, dice que era un anciano que “ve los problemas
en términos de Francia y Alemania, y no de la Humanidad y de la civilización europea
luchando por establecer un nuevo orden”, y añade un poco más adelante: “De todas
formas, el viejo mundo era duro en su perversidad: su corazón de piedra habría podido
embotar la espada afilada del más bravo caballero errante. Pero el ciego y sordo Don
Quijote estaba entrando en una caverna donde su rápida y brillante espada estaba en
manos de sus adversarios”.
La situación actual guarda algunas semejanzas con aquella de hace casi un siglo. Lo
más relevante, sin duda, es el pronóstico de las desastrosas consecuencias de la
austeridad excesiva sobre el orden social o sobre lo que Keynes llamaba “la civilización
europea”. El “pensamiento teológico” que Keynes atribuía al presidente estadounidense
se parece bastante a la idea, ampliamente difundida en los países nórdicos, de que hay
que mantener a toda costa el tiempo y el perfil de los ajustes presupuestarios para forzar
a los países meridionales a llevar a cabo las reformas que no hicieron a su debido
tiempo. Podría, tal vez, añadirse: sin que las consecuencias de esta política tengan que
importarle a nadie. Este razonamiento podría tener sentido si los países que gozan de
estabilidad presupuestaria relanzaran su demanda para ayudar a los que tienen que pasar
por las horcas caudinas del ajuste a cualquier precio, pero no lo tiene si los que deberían
hacer ese esfuerzo no lo hacen.
Es una lástima que en Bruselas no se hayan tenido nunca en cuenta los desequilibrios
exteriores como indicadores de alerta de la falta de competitividad de algunos países de
la Unión. Ese 90% de nuestro PIB que debemos al exterior procede de la suma de los
déficits por cuenta corriente que acumulamos la pasada década. Y aquí hay que hacer
dos consideraciones: una, fundamental para España a largo plazo, que las cosas están
mejorando notablemente en este apartado de nuestra economía, ya que este año
terminaremos con un excedente en la balanza de bienes y servicios por primera vez en
muchos años. La otra es que Bruselas debería habernos llamado la atención cuando aún
era tiempo de hacerlo y, de la misma manera, habérsela llamado a Alemania para que
redujera su excedente comercial. Porque los equilibrios deben ser simétricos, y si
nosotros estamos ahora tratando de recuperar el terreno perdido y marchar hacia el
excedente exterior para honorar nuestras deudas, los países del Norte, y Alemania en
primer lugar, deberían reducir sus excedentes para que el conjunto de la zona se
reequilibrase de manera armoniosa.