Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I. PREVISIÓN LEGAL
La complicidad está prevista, tanto en España como en México, como una forma
de participación punible en un delito ajeno. Así, la fracción VI del art. 13 del Có-
digo Penal Federal (cpf) establece que son «partícipes del delito»: «Los que dolosa-
mente presten ayuda o auxilien a otro para su comisión».1 A diferencia de lo previsto
en México, una de las particularidades del Código Penal Español (cpe) en materia
de participación es que distingue dos formas de cooperación punibles, según que
2
«A los cómplices de un delito consumado o intentado se les impondrá la pena inferior en grado a la
fijada por la Ley para los autores del mismo delito» (art. 63 cpe).
En México, al cómplice «se le impondrá como pena hasta las tres cuartas partes de la correspondiente
al delito de que se trate» (art. 64 bis cpf). El art. 81 cpcdmx determina que «la penalidad será de las
tres cuartas partes del mínimo y del máximo».
3
Por lo que he podido comprobar, salvo en el estado de Aguascalientes, en México no existe esa
distinción. Concretamente, el art. 17 II b) y c) del cp Aguascalientes distingue entre cooperación
necesaria y complicidad.
4
En este trabajo sólo pretendo ofrecer una serie de presupuestos básicos a la hora de establecer dicha
delimitación. Para un desarrollo con más detalle de mi planteamiento me remito a Roca de Agapito,
L.: Las acciones cotidianas como problema de la participación criminal, Tirant lo Blanch, Valencia,
2013.
5
Frisch, W.: Comportamiento típico e imputación del resultado, Marcial Pons, Madrid, 2004 (trad. Cuello
Contreras/Serrano González de Murillo), pp. 260 y 289.
6
Torío López, A.: «Fin de protección y ámbito de prohibición de la norma», en Estudios Penales y
Criminológicos t. X (1987), p. 384.
7
El régimen político de México se consagra, propiamente dicho, en el art. 40 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, constituyéndose en «una República representativa,
democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente
a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según
los principios de esta ley fundamental». En virtud de todos estos principios a los que se hace
referencia se puede catalogar también a México como un Estado social y democrático de Dere-
cho.
8
Expresamente adopta este punto de partida respecto de la complicidad, entre otros, Kudlich, H.: Die
Unterstützung fremder Straftaten durch berufsbedingtes Verhalten, Ed. Duncker & Humblot, Berlín,
2004, pp. 190 ss.
9
Opino lo mismo, por tanto, que Blanco Cordero, I.: Límites a la participación delictiva. Las ac-
ciones neutrales y la cooperación en el delito, Ed. Comares, Granada, 2001, pp. 147 ss.; Feijoo
Sánchez, B.: Límites a la participación criminal. ¿Existe una “prohibición de regreso” como límite
general del tipo en Derecho penal?, Ed. Comares, Granada, 1999, pp. 12 ss.; Landa Gorostiza, J.M.:
La complicidad delictiva en la actividad laboral “cotidiana”. Contribución al “límite mínimo” de la
participación frente a los “actos neutros”, Ed. Comares, Granada, 2002, p. 219; Robles Planas, R.:
La participación en el delito: fundamento y límites, Marcial Pons, Madrid, 2003, pp. 71 ss.; entre
otros.
También se podría decir que Miró Llinares, F.: Conocimiento e imputación en la participación delicti-
va. Aproximación a una teoría de la intervención como partícipe en el delito, Ed. Atelier, Barcelona,
2009, sigue este planteamiento, si bien con la matización de que para él, en particular, pp. 120
ss., la imputación objetiva vendría a corresponderse con la valoración del comportamiento, que
se llevaría a cabo en una fase intermedia (la applicatio iuris ad factum), entre la imputación de
un hecho a un agente (la imputatio facti) y su atribución a título de mérito o de demérito (la
imputatio iuris).
10
Véase, por ejemplo, Rueda Martín, M.A.: «Consideraciones acerca de la relevancia penal de las accio-
nes cotidianas en la comisión de un hecho doloso», en Revista Penal nº 9 (2001), pp. 122 ss.
11
Adopta este punto de partida en referencia a la participación, entre otros, Robles Planas, La partici-
pación en el delito…, cit., p. 175, para quien: “Hecho sólo es lo que desestabiliza normas”.
12
Véase al respecto, especialmente en referencia a la participación: Jakobs, G.: «Regreßverbot
beim Erfolgsdelikt. Zugleich eine Untersuchung zum Grund der Strafrechtlichen Haftung für Be-
gehung», en Zeitschrift für Strafrechtswissenschaft nº 89 (1977), pp. 1 ss. [=«La prohibición de
regreso en los delitos de resultado», en Estudios de Derecho penal, Ed. Civitas, Madrid, 1997, pp.
241 ss. (trad. M. Cancio Meliá)]; idem, Derecho Penal. Parte General, 2ª ed., Marcial Pons, Madrid,
1995, § 24/13 ss. (trad. J. Cuello Contreras/J.L. Serrano González de Murillo); idem, La imputa-
ción objetiva en Derecho penal, Ed. Civitas, Madrid, 1996, pp. 145 ss. (trad. M. Cancio Meliá/C.
Suárez González); idem, «Akzessorietät. Zu den Voraussetzungen gemeinsamer Organisation», en
Goldtdammer’s Archiv für Strafrecht 1996, pp. 253 ss. [=«Accesoriedad sobre los presupuestos de la
organización común», en Poder Judicial nº 59 (2000), pp. 125 ss. (trad. A. Cuadrado Ruiz)]; idem,
«La normativización del Derecho penal en el ejemplo de la participación», en Modernas tendencias
en la Ciencia del Derecho penal y en la Criminología, Ed. UNED, Madrid, 2001, pp. 619 ss. (trad. M.
Cancio Meliá).
La disposición que define la autoría (art. 28 párr. 1º cpe)13 se entiende que tiene
carácter meramente declarativo. En cambio, las disposiciones que delimitan la parti-
cipación punible (arts. 28 párr. 2º y 29 cpe), sí que tienen carácter constitutivo, es
decir, se trata de verdaderas causas de extensión de la punibilidad. Si no existiesen
estos preceptos, tales formas de participación no estarían abarcadas por los tipos de
la Parte Especial del Código Penal.
La consideración de estas normas como causas de extensión de la punibilidad
depende, como es lógico, del concepto de autor que se sostenga. Obviamente, si
siguiésemos un concepto unitario de autor, en el cual todo aquel que haya condicio-
nado la comisión del delito tendría la consideración de autor,14 las normas relativas a
los partícipes serían meramente declarativas. Sin embargo, a este entendimiento se
opone el hecho de que la pena prevista para el cómplice, tanto en España como en
México, es menor que la correspondiente al autor (supra n. 2).
Siendo admisible un concepto unitario de autor, no obstante, resulta preferible
partir de un concepto restrictivo de autor y de unas formas de participación accesorias,
fundamentalmente por razones de seguridad jurídica y de intervención mínima del De-
recho penal. Como señala Díaz y García Conlledo, resulta preferible partir de un modelo
restrictivo de autor para “posteriormente [ir] ‘sumando’ casos más o menos concretos de
excepción al sistema allí donde lo exija el merecimiento y necesidad de pena de determi-
nadas conductas, la justicia material, que, a la inversa, partir de una punición bastante
general [scil. concepto unitario de autor], para luego ir ‘restando’ con disposiciones más
o menos concretas de la ley los casos que no se consideren dignos de castigo o se esti-
men dignos de un castigo diferente al que se deduce de las normas generales, porque,
dada la esencia del Derecho penal, su carácter de ultima ratio lo enérgico de sus conse-
cuencias, lo importante de la seguridad jurídica y la claridad en la descripción de las con-
ductas punibles, es más grave un olvido en la ‘resta’…, que un olvido en la ‘suma’…”.15
13
El equivalente en México serían las fracciones II, III y IV del art. 13 cpf, o las fracciones I, II y III
del art. 22 cpcdmx, por ejemplo.
14
En México rige mayoritariamente un concepto restrictivo de autor. Sin embargo, se puede decir que
en los Estados de Nuevo León, de Puebla y de Querétaro se sigue un concepto unitario de autor.
Concretamente, el art. 21 cp Puebla es rotundo al respecto, pues declara como responsable de la
comisión de un delito a todos «los que toman parte en su concepción, preparación o ejecución», sin
distinción. En el mismo sentido, el art. 16 cp Querétaro hace responder del delito a «quien ponga
culpablemente una condición para su realización», y ya está. Y en términos parecidos, el art. 39
cp Nuevo León señala también que «responderán por la comisión delictiva, quien o quienes pon-
gan culpablemente una condición de la lesión jurídica, entendiéndose por tal, un comportamiento
físico o psíquico, que trasciende al delito, y que de no haberse dado o no haber existido, tampoco
se hubiere dado la comisión delictiva». En estos tres Códigos, todo aquel que haya tomado parte o
condicionado de algún modo el delito es autor del mismo.
15
Díaz y García Conlledo, M.: La autoría en Derecho penal, Ed. PPU, Barcelona, 1991, pp. 201-202.
16
Gimbernat Ordeig, E.: Autor y cómplice en Derecho penal, edersa, Madrid, 1966, p. 220.
17
Sobre la fundamentación de la pena en la participación, véanse, con carácter general, López Pere-
grín, M.C.: La complicidad en el delito, Tirant lo Blanch, Valencia, 1997, pp. 113 ss.; Olmedo Carde-
nete, M.D.: La inducción como forma de participación accesoria, edersa, Madrid, 1999, pp. 236 ss.
18
Schumann, H.: Strafrechtliches Handlungsunrecht und das Prinzip der Selbstverantwortung der Anderen,
Ed. Mohr/Siebeck, Tübingen, 1986. Para lo que sigue véanse, fundamentalmente, las pp. 49 ss.
ajena, en vez de responder por su propio comportamiento. Para él habría que partir
de la necesidad de respetar la premisa de que la causación del resultado corresponde
al propio ámbito de responsabilidad del autor, pero el fundamento de la participación
habría que encontrarlo en el injusto de la acción del propio partícipe, y este injusto
particular se concretaría en la solidaridad del partícipe con el injusto que realiza el
autor. Así pues, su actuación supondría un especial desvalor del acto, porque al si-
tuarse de manera identificable de parte del injusto, aparece entonces como un “ejem-
plo insoportable” para la comunidad. En la idea de solidaridad con el autor viene a
existir “un peligro psicológico-social para la vigencia del Derecho”, de tal manera que
el comportamiento del partícipe tendría así un momento de lesividad social para cuya
apreciación no puede ser criterio único ni necesario la lesión o puesta en peligro de
bienes jurídicos.
Sin embargo, la idea de solidaridad ignora que, como tal, dicha solidaridad no es
punible. Fundamentando de este modo el castigo de la participación, ésta vendría a
convertirse en una especie de delito que perturba la paz. Pero si esto fuese así, darle
una pistola a otro para que mate, por ejemplo, ya sería una especie de tentativa de
homicidio, lo cual no es cierto. La idea de solidaridad con el autor no puede explicar
cuál es la razón por la que a pesar de dicha solidaridad el partícipe no responde si el
hecho principal no llega al estado de la tentativa. Lo fundamental, por tanto, no es si
se produce dicha solidaridad con el autor, sino si el comportamiento del cómplice ha
influido o no en el resultado delictivo. Sería absurdo que en un asesinato al cómplice
se le castigue por su solidaridad con el asesino y no por la muerte de la víctima, que
es lo verdaderamente relevante.
Por eso, en la actualidad son más frecuentes las posturas que intentan dar res-
puesta a la pregunta del fundamento del castigo del partícipe partiendo de la idea de
que contribuye a la lesión del bien jurídico protegido. De acuerdo con este plantea-
miento, el motivo por el que se castiga al partícipe se encuentra en que éste también
interviene en el ataque al bien jurídico protegido en el tipo de la Parte Especial, pero
lo hace de un modo accesorio o secundario. Si bien algunos de estos planteamientos
sostienen el carácter completamente autónomo del injusto del partícipe,19 lo normal
es que el fundamento del castigo del partícipe se defina esencialmente a través del
injusto del hecho principal. De este modo, se coloca en primer plano el principio de
accesoriedad, ya que el partícipe se hace merecedor de una pena, porque su compor-
tamiento significa una contribución o un favorecimiento a la realización del hecho
principal por parte del autor. No obstante, también hay que matizar esto, pues la
cooperación puede permanecer impune, aunque el autor haya realizado un injusto
punible, como sucede con el partícipe necesario o con el agente provocador.20 Es por
19
Como, por ejemplo, Lüderssen, K.: Zum Strafgrund der Teilnahme, Ed. Nomos, Baden-Baden, 1967; o
Schmidhäuser, E.: Strafrecht. Allgemeiner Teil. Studienbuch, 2a. ed., Ed. Mohr, Tübingen, 1984, 14/56 ss.
20
Véase, al respecto, entre otros, Ruiz Antón, L.F.: «El fundamento material de la pena en la participa-
ción», Cuadernos de Política Criminal nº 11 (1980), pp. 47 ss.
ello por lo que se hace indispensable poner en relación el bien jurídico lesionado con
la propia conducta del partícipe, siendo necesario que el bien jurídico se encuentre
protegido también frente ataques del propio partícipe.21 Esto es lo que justifica que
no se castigue como inductor, por ejemplo, al ciclista que pide al médico del equipo
que le administre una sustancia dopante peligrosa para su salud con el propósito de
aumentar sus capacidades físicas y así poder ganar una etapa decisiva de “La Vuelta”,
cosa que el médico hace. El médico sería responsable como autor de un delito del art.
362 quinquies cpe, pero el ciclista no.
La participación es, por tanto, un ataque accesorio a un bien jurídico, pero como
señala Roxin, con el adjetivo “accesorio” se pone de manifiesto que sólo es posible
la participación sobre la base de una actuación típica del autor, de tal modo que la
participación es un concepto secundario,22 necesariamente subordinado al de auto-
ría, aunque no exclusivamente deducido de éste.
Como conclusión cabe decir que en un Derecho penal que tenga como función
legitimadora la protección de bienes jurídicos, como condiciones esenciales de la
convivencia humana en sociedad, el fundamento del castigo de la complicidad radica
en impedir que se produzca un aumento de las posibilidades de un ataque doloso
hacia un bien jurídico a través de una conducta que eleve la fuerza ofensiva de dicho
ataque. Luego concretaremos en qué consiste ese ataque accesorio al bien jurídico
(infra 8).
V. PRINCIPIO DE ACCESORIEDAD
21
Así, Roxin, C.: StGB. Leipziger Kommentar. Großkommentar, 11a. ed., Ed. Walter de Gruyter, Berlin/
New York, 1993, antes § 26/2; idem, Strafrecht. Allgemeiner Teil, t. II («Besondere Erscheinungs-
formen der Straftat»), Ed. Beck, München, 2003, § 26/8. También Schünemann, B.: StGB. Leipziger
Kommentar. Großkommentar, 12a. ed., Ed. Walter de Gruyter, Berlin/New York, antes § 26/2.
22
Roxin, LK11 antes § 26/6; idem, AT II, § 26/10. También Schünemann, LK12 antes § 26/6.
23
Peñaranda Ramos, E.: La participación en el delito y el principio de accesoriedad, Ed. Tecnos, Madrid,
1990, p. 326.
cómplice, no hace derivar el injusto del mismo del hecho del autor, pero reconoce
como esencial la relación de dependencia (jurídica más que fáctica) entre autoría y
complicidad.
Dicha dependencia, o dicho en otros términos, el contenido específico del princi-
pio de accesoriedad, se traduce en una serie de exigencias que ha de cumplir el hecho
principal para que pueda derivarse responsabilidad penal también para el cómplice.
El problema estriba en que estas exigencias no se pueden determinar de antemano,
sino que hay que atender a la regulación positiva en cada país.
En primer lugar, se habla de una accesoriedad cuantitativa, en relación al grado
de desarrollo delictivo que ha de alcanzar dentro del iter criminis el hecho principal
para que sea punible la acción del partícipe. En España no existe un precepto que lo
prevea expresamente. Sin embargo, de una interpretación sistemática de los arts. 29
y 63 cpe cabe inferir que el hecho principal tiene que haber alcanzado, al menos, el
estadio ejecutivo para poder castigar al cómplice. Así, el art. 63 cpe se refiere expre-
samente a los cómplices de un «delito consumado o intentado». No obstante, tam-
bién conviene aclarar que el principio de la accesoriedad cuantitativa, según el cual
el castigo de la participación requiere el inicio de actos ejecutivos de autoría, cuenta
con la excepción de algunos actos preparatorios punibles, como la conspiración, la
proposición y la provocación para cometer ciertos delitos (arts. 17 y 18 cpe).24
En cambio, en México, por lo menos en algunos Códigos Penales estatales, sí que
se ha establecido expresamente dicho principio. Así, en el art. 22 cpcdmx se ha previs-
to que «quienes… presten ayuda o auxilio, sólo responderán si el hecho antijurídico
del autor alcanza al menos el grado de tentativa del delito que se quiso cometer».25
Y, en segundo lugar, la accesoriedad cualitativa pretende responder a la cues-
tión sobre los elementos del delito (tipicidad, antijuricidad, culpabilidad) que debe
reunir el hecho principal del autor para que sea punible también la conducta del
24
Como dice Ontiveros Alonso, M.: Derecho Penal. Parte General, Ed. Ubijus, cdmx, 2018, p. 363, en
México “no existe una regla general para determinar la punibilidad de los actos preparatorios, de tal
forma, que éstos serán sancionados de conformidad con la parte especial del cp. Así, los habrá que
constituyan delitos tradicionales (portación o posesión de arma prohibida…, o robo agravado, para
quien se apodere ilícitamente de un auto que utilizará para cometer un secuestro). Existen otros
casos, sin embargo, en que el legislador ha decidido tipificar dichas conductas, que normalmente
serían actos preparatorios impunes, en su calidad de delitos básico o autónomos: Este es el caso de
la conspiración o apología”, o también de la provocación del art. 208 cpf, puedo añadir yo.
El cpcdmx tampoco prevé, con carácter general, el castigo de los actos preparatorios, ya que según
el art. 22, «quienes únicamente intervengan en la planeación o preparación del delito… sólo res-
ponderán si el hecho antijurídico del autor alcanza al menos el grado de tentativa del delito que se
quiso cometer».
25
Muy claro a este respecto es también el art. 37 I cp Coahuila de Zaragoza, que prevé el principio de
accesoriedad típica, a tenor del cual «sólo se podrá punir a las personas partícipes si el tipo penal se
concretó dolosamente por una o más personas autoras o coautoras, al menos como tentativa punible
o equiparada a ésta». Además, «la tentativa de participación no es punible».
partícipe. Dentro de ella se podría enmarcar también la cuestión relativa a los delitos
especiales y la de la participación por imprudencia.
Por lo que a la accesoriedad cualitativa se refiere, en España tampoco se ha regu-
lado expresamente. No obstante, sí que podemos afirmar con cierta seguridad que el
cpe no consagra la denominada “accesoriedad máxima”, esto es, aquella que exige que
la conducta del autor tenga que ser además de típica y antijurídica, también culpable.
Ello se deduce de una interpretación sistemática del término «hecho» que utilizan los
arts. 28 y 29 cpe y que la ley lo suele emplear como equivalente a hecho antijurídico
(por ejemplo, en los arts. 6, 20.1 y 2 y 95.1 cpe). Por otra parte, los arts. 300 y 453
cpe, no sólo consagran el principio de la accesoriedad limitada para la receptación y
el encubrimiento, sino que confirman que el autor del hecho puede ser irresponsable
o estar personalmente exento de pena. En favor de la accesoriedad limitada se aduce
también que la justificación de un hecho vale para todos. Por consiguiente, también
para el partícipe, lo cual resulta incompatible con una accesoriedad mínima, que se
contenta con que la acción del autor sea simplemente típica.
En México, el art. 22 cpcdmx antes citado exige expresamente que el hecho del
autor sea «antijurídico».
Por lo que se refiere a la participación en delitos especiales, el art. 65.3 cpe
permite una atenuación facultativa de la pena al inductor y al cooperador necesario
cuando no reúnan las condiciones, cualidades o relaciones personales que «funda-
mentan la culpabilidad del autor». Con independencia de cómo haya que interpre-
tar este precepto, que resulta algo confuso, creo que se podrían deducir de él dos
cosas:26 una, que el extraneus que colabore con el intraneus nunca puede convertirse
en autor; y otra, que al inductor y al cooperador necesario (no se entiende muy bien
por qué no se menciona también al cómplice) se les hace responder por el mismo
delito que al autor, aunque facultativamente se les pueda atenuar la pena. Respecto
del cómplice habrá que entender que también rige el principio de unidad del título
de imputación. Esta cuestión, en términos generales, no está regulada en México.27
Finalmente, la cuestión del carácter doloso o imprudente de la participación
merece un mayor detenimiento, por lo que la tratamos en el siguiente epígrafe.
En definitiva, el respeto de todas estas exigencias que entraña el principio de
accesoriedad reviste una extraordinaria importancia en el establecimiento de límites
a la participación delictiva. Dicha importancia estriba en una mejor demarcación de
26
Véase, al respecto, entre otros, Gómez Martín, V.: Los delitos especiales, Ed. Universidad de Barcelo-
na, 2003, pp. 124 ss.
27
No obstante, el art. 37 III cp Coahuila de Zaragoza ha dispuesto que «en los delitos cometidos por
sujeto activo cualificado, sean o no de propia mano, son admisibles las formas típicas de partici-
pación previstas en el apartado B del artículo 34 de este código, por parte de sujetos activos no
cualificados».
28
Véase, particularmente, los trabajos de Jakobs, La imputación objetiva…, cit., pp. 155 ss.; y Frisch,
Comportamiento típico e imputación objetiva…, cit., pp. 300 ss.
29
Robles Planas, La participación en el delito…, cit., p. 176.
30
Así, Robles Planas, R.: «Participación en el delito e imprudencia», en Revista de Derecho Penal y Cri-
minología nº 6 (2000), p. 243; idem, La participación en el delito…, cit., pp. 143 ss., especialmente
pp. 172 ss.; idem, Garantes y cómplices. La intervención por omisión y en los delitos especiales, Ed.
Atelier, Barcelona, 2007, pp. 13 ss.; e idem, «Los dos niveles del sistema de intervención en el delito.
(El ejemplo de la intervención por omisión)”, en InDret nº 886 (2012), en particular pp. 3 ss., donde
resume su “sistema jurídico-penal de intervención en el delito” en 10 tesis.
31
Robles Planas, La participación en el delito…, cit., p. 220.
32
Frank, R.: Das Strafgesetzbuch für das Deutsche Reich, 18a. ed., Ed. Möhr, Tübingen, 1931, p. 14.
A propósito de los terribles atentados en Madrid del 11-M (11 de marzo de 2004), que causaron 192
muertos, 2 abortos y más de 1800 heridos de distinta consideración, y en los que las investigacio-
nes policiales condujeron hasta una mina asturiana como lugar de origen de los explosivos que se
utilizaron en tales actos terroristas, cabe plantearse si pudiera haber una posible responsabilidad
del encargado de vigilar los explosivos como posible partícipe por imprudencia en tales sucesos.
El caso ha sido resuelto por la Sentencia de la Audiencia Nacional nº 65/2007, de 31 de octubre, y por
la Sentencia del Tribunal Supremo nº 503/2008, de 17 de julio, y en ambas se absolvió al encargado de
la mina “Conchita”, pues a pesar de que se declaró probado que “toda o gran parte de la dinamita de los
artefactos que explosionaron en los trenes el día 11 de marzo y toda la que fue detonada en el piso…
de Leganés más la hallada durante el desescombro posterior a la explosión, procedía de la mina Con-
chita” (hecho probado 5), sin embargo, no se consideró probado que el encargado hubiese intervenido
“activamente en la sustracción del explosivo de la mina” (hecho probado 5.5). Pero ¿y “pasivamente”?
¿Cabría atribuir alguna responsabilidad por omisión? Eso la SAN 65/2007, de 31 de octubre, consideró
que no era posible en el delito de tráfico de explosivos del art. 568 cp, delito por el que únicamente se
le acusó (f. j. IV. 18.1). ¿Y por una acción imprudente? Aparte de que el art. 568 cp tampoco lo prevé
(f. j. IV. 18.1 de la SAN 65/2007), la STS 503/2008, de 17 de julio, señaló que no se puede deducir de
los hechos que “la falta de control tenía por finalidad facilitar a aquellos [los traficantes] la dinamita
entregada y no empleada… Al no estar acreditada esta connivencia, las irregularidades en el control
solo pueden atribuirse a la negligencia, y no a una acción orientada a facilitar la dinamita a los tra-
ficantes” (f. j. 103). Se declaró probado que “la dinamita era sustraída, con la connivencia de algún
minero, aprovechando el nulo control sobre el consumo”, pues el encargado “se limitaba a apuntar
como utilizada la cantidad que le decían los mineros, sin comprobación alguna por mínima que fuera”
(hecho probado 5.5). También se declaró probado el escaso control que efectuaba la Guardia Civil, “que
sólo comprobaba que los libros cuadraran con la entrada de explosivos desde el proveedor o fabricante”
(hecho probado 5.5) y si detectaba un desfase, parece que daba por buenas las explicaciones del encar-
gado de la mina, y eso que el día 1 de marzo de 2004 detectó ¡un desfase de 50 kg!
33
Art. 12 cpe: «Las acciones u omisiones imprudentes sólo se castigarán cuando expresamente lo dis-
ponga la Ley».
En México está previsto igualmente un sistema de numerus clausus para los «delitos culposos». El
párr. 2º del art. 60 cpf enumera expresamente en qué delitos está incriminada su comisión por
imprudencia; y el art. 19 cpcdmx también prevé como principio general la incriminación cerrada de
la imprudencia.
34
En España sólo se conoce un par de casos en que expresamente se ha tipificado la participación
imprudente en un delito ajeno: el art. 391 cpe, en virtud del cual «la autoridad o funcionario público
que por imprudencia grave incurriere en alguna de las falsedades previstas en el artículo anterior o
diere lugar a que otro las cometa, será castigado con la pena de multa de seis a doce meses y suspen-
sión de empleo o cargo público por tiempo de seis meses a un año»; y el art. 577.3 cpe, en virtud del
cual «si la colaboración con las actividades o las finalidades de una organización o grupo terrorista,
o en la comisión de cualquiera de los delitos comprendidos en este Capítulo, se hubiera producido por
imprudencia grave se impondrá la pena de prisión de seis a dieciocho meses y multa de seis a doce
meses».
35
Asimismo, el art. 22 cpcdmx dispone que «la instigación y la complicidad a que se refieren las frac-
ciones IV y V, respectivamente, sólo son admisibles en los delitos dolosos».
Art. 37 II cp Coahuila de Zaragoza: Principio de unidad subjetiva. «Tampoco será punible la interven-
ción culposa en un delito doloso cometido por otra u otras personas, o viceversa».
36
No comparto, por tanto, la opinión de quienes, desde diversas perspectivas, consideran que la
participación imprudente es y debe ser punible (con mayor o menor extensión). Por ejemplo, Miró
Llinares, Conocimiento e imputación (2009), pp. 251 ss., desde un punto de vista técnico, político-
criminal y teórico; o Robles Planas, RDPC nº 6 (2000), pp. 238 ss., desde consideraciones político-
criminales.
En México, por ejemplo, es partidario también de incriminar la participación imprudente Daza Gó-
mez, C.: Imputación objetiva en la participación y tentativa culposas, Ed. Flores, cdmx, 2018.
37
A este respecto se discute qué tipo de posición de garante cabe exigir para justificar la responsa-
bilidad penal en estos casos de favorecimiento de la comisión de un delito por terceros. Da cuenta
de ello, entre otros, Caro John, Das erlaubte Kausieren verbotener Taten – Regressverbot, Ed. Nomos,
Baden-Baden, 2007, pp. 154 ss. En España, por ejemplo, Maraver Gómez, M.: «Concepto restrictivo
de autor y principio de autorresponsabilidad», en Homenaje al Profesor Dr. Gonzalo Rodríguez Mouru-
llo, Ed. Civitas, Madrid, 2005, p. 644, se ha inclinado, por respeto al principio de autorresponsabili-
dad, por exigir una posición de garante de protección del bien jurídico, descartando la imputación a
título de autor cuando el sujeto tiene una relación con el riesgo que pueda dar lugar a una posición
de garante de control, ya que el riesgo atraviesa entonces un ámbito de responsabilidad ajeno.
38
En España, el art. 450 cpe circunscribe dicha obligación a impedir «la comisión de un delito que
afecte a las personas en su vida, integridad o salud, libertad o libertad sexual», o a acudir a la
autoridad o a sus agentes para que lo impidan. En México, dicha obligación es más extensa, pues el
art. 400 cpf, que incrimina el encubrimiento, no lo circunscribe a ningún delito. Si se tratase de un
delito contra el libre desarrollo de la personalidad habría que atenerse a lo dispuesto en el art. 209
cpf.
39
Expone detenidamente el debate al respecto, entre otros, Sacher, M.: Sonderwissen und Sonderfähi-
gkeiten in der Lehre vom Straftatbestand, Ed. Duncker & Humblot, Berlín, 2006, pp. 39 ss. (finalismo);
pp. 71 ss. (postfinalismo); y en particular, pp. 126 ss., en donde expone la doctrina que diferencia
criterios de imputación para los delitos dolosos y los imprudentes. Véase también Greco, L.: «Das
Subjektive an der objektiven Zurechnung: Zum “Problem” des Sonderwissens», en Zeitschrift für
Strafrechtswissenschaft nº 117 (2005), pp. 519 ss.
40
Véase, con carácter general, las observaciones que realiza Cuello Contreras sobre el «Ámbito y límites
de la doctrina de la imputación objetiva», en Cuadernos de Política Criminal nº 89 (2006), pp. 5 ss., al
poner de relieve que la imputación objetiva no se puede concebir sin asignar papel alguno a los co-
nocimientos subjetivos. Y refiriéndose específicamente al terreno de la participación delictiva, véase
idem, «Autoría y participación en un sistema lógico-funcional», en Cuadernos de Política Criminal nº
97 (2009), pp. 19 ss.
tinguir estos dos momentos: Un primer momento estaría constituido por la formación
de las bases del juicio de adecuación, en el cual la opinión mayoritaria incluye los
conocimientos especiales que pueda tener el sujeto; y un segundo momento, que
estaría constituido por el grado de tendencia, es decir, el grado de posibilidad de
producción de un resultado para poder afirmar el carácter adecuado de la conducta,
esto es, para poder afirmar que aquel era objetivamente previsible, y, por tanto, la
conducta peligrosa.
Como dice Martínez Escamilla con carácter general, el problema de la formación
de las bases del juicio de adecuación incluye aquellas circunstancias conocidas o
reconocibles por un hombre prudente en el momento de la acción más todas las
circunstancias conocidas o reconocibles por el autor en base a sus conocimientos ex-
cepcionales o al azar, denominándose este juicio de probabilidad: prognosis posterior
objetiva.41 Evidentemente, y esto es una opinión casi unánime, los conocimientos y
facultades individuales del sujeto condicionan ya el tipo objetivo. “Piénsese —dice
Mir Puig— en el clásico ejemplo del sobrino que hace subir a su tío rico a un avión
con la esperanza de que en él encuentre la muerte. ¿Cómo negar que la respuesta a
la cuestión de si con ello realiza una acción adecuada ex ante para matar, depende
de si el sobrino conoce o no la presencia de una bomba en el avión? No se trata sólo
de que tal conocimiento condicione el sentido subjetivo de la acción, sino de que
ex ante cualquiera considerará que hacer subir a un avión sabiendo que en él hay
una bomba es una acción objetivamente adecuada para matar, mientras que no le
parecerá una vía objetivamente inidónea para tal fin si se desconoce la existencia
de la bomba”.42
Respecto de la relevancia del grado de tendencia, en cambio, no existe tanto
consenso. En términos generales, esta cuestión ha sido debatida, como es sabido,
en torno al caso de Thyrén del tirador inexperto a muy larga distancia, para el que
es prácticamente imposible, incluso aunque fuese experto, acertar en el blanco.43
Debo decir que estoy de acuerdo con admitir un tipo objetivo diferente en los de-
41
Martínez Escamilla, M.: La imputación objetiva del resultado, EDERSA, Madrid, 1992, p. 81.
42
Mir Puig, S.: «Sobre lo objetivo y lo subjetivo en el injusto», en Anuario de Derecho Penal y Ciencias
Penales 1988, p. 674.
Por el contrario, crítico con la mezcla del aspecto objetivo y subjetivo del hecho, entre otros, Jakobs,
PG2 7/32. Y en el mismo sentido se ha pronunciado también, entre otros, Caro John, Das erlaubte
Kausieren verbotener Taten-Regressverbot, 2007, pp. 136 ss., quien rechaza rotundamente que los
conocimientos especiales puedan ser un factor fundamentador de la imputación. “El conocimiento
especial, esto es, la mera subjetividad del actuante conforme al rol, no es ningún fundamento sufi-
ciente para la determinación de la responsabilidad penal”, p. 141.
43
Ofrece una exposición muy completa de la discusión Rueda Martín, M.A.: La Teoría de la imputación
objetiva del resultado en el delito doloso de acción. (Una investigación, a la vez, sobre los límites
ontológicos de las valoraciones jurídico-penales en el ámbito de lo injusto), Ed. J.M. Bosch, Barcelona,
2001, pp. 129 ss.
litos dolosos e imprudentes,44 de tal manera que, aunque exista una peligrosidad
mínima para el bien jurídico (que no imposibilidad absoluta), pero realizada con
intención de lesionarlo o ponerlo en peligro puede ser suficiente para afirmar la
imputación. Vuelvo a citar la autorizada opinión de Mir Puig a este respecto, quien
considera que la determinación del riesgo permitido está en función no sólo de
datos objetivos, sino también de los conocimientos especiales que tenga el suje-
to, como antes he señalado, pero también de la intención con la que actúe. “Este
planteamiento —dice— permit[e] no sólo conceder un mayor ámbito a la imputa-
ción objetiva en los delitos dolosos respecto a los imprudentes, sino también en
los hechos realizados con dolo directo en comparación con los efectuados con dolo
eventual”,45 sin que ello comporte que la imputación objetiva deje de ser objetiva.
Yo me pregunto: ¿Quién estaría dispuesto a prestarse como blanco en una prueba
de puntería semejante (tirador inexperto a larga distancia), por muy pequeño que
sea el riesgo de acertar? No siempre “querer es poder”, pero qué duda cabe que es
más fácil poder queriendo, que sin querer. Y esto no es una cuestión subjetiva, sino
objetiva. Dice Greco, trayendo a colación el pensamiento de Francis Bacon, que
saber y poder están relacionados y que “quien más sabe, también puede más y por
eso también debe más”.46
A mi modo de ver, si conforme a lo expuesto, el juicio de peligrosidad de la
conducta no sólo depende de los conocimientos especiales (y capacidades especia-
les) que tenga el sujeto, sino también de la intención con la que actúe, entonces
puede estar justificado seguir distintas reglas de imputación según la componente
subjetiva. Si trasladamos esto al terreno de la complicidad habría que afirmar la peli-
grosidad objetiva en aquellas acciones dolosas que favorezcan o posibiliten, aunque
sea mínimamente, las posibilidades de comisión del delito. Y no vale decir que el
incremento de riesgo no es relevante en estos casos, porque se trata de un objeto o
de un servicio que se puede obtener en cualquier parte. Existe aquí, desde mi punto
de vista, cierta similitud con el caso Thyrén en cuanto que la conducta realizada pro-
duce un incremento del riesgo ínfimo, pero la intención con la que se actúa hace más
peligrosa la conducta. No es que se le haga sólo más cómoda al autor la comisión del
delito, ahorrándose el esfuerzo (aunque mínimo) de ir a la tienda de al lado o a otro
profesional o a otro amigo para conseguir lo que precisa, sino que con su conducta
44
Por ejemplo, Torío López, A.: «Naturaleza y ámbito de la teoría de la imputación objetiva», en Anua-
rio de Derecho Penal y Ciencias Penales 1986, p. 38, opina que una peligrosidad mínima de la acción
puede fundamentar en los delitos dolosos la imputación, mientras que en los imprudentes igual no
lo haría.
45
Mir Puig, PG9, L. 10/56. También hay que mencionar la opinión de algunos autores contrarios a la di-
ferenciación del grado de tendencia según el tipo subjetivo, como Martínez Escamilla, La imputación
objetiva…, cit., pp. 114 ss.; o Paredes Castañón, J.M.: El riesgo permitido. Régimen jurídico-penal de
las actividades peligrosas, Ed. BOE, Madrid, 1995, p. 120.
46
Greco, ZStW nº 117 (2005), p. 542. Esta abundancia en conocimiento, y por tanto también en liber-
tad, conduce asimismo a una mayor responsabilidad, p. 554.
47
La exigencia de causalidad en la complicidad es opinión mayoritaria. No la exigen, en cambio,
quienes conciben la complicidad como un delito de peligro, como Herzberg, R.: «Anstiftung und
Beihilfe als Straftatbestände», en Goldtdammer’s Archiv für Strafrecht 1971, p. 7, que la concibe
como un delito de peligro abstracto; o como Schaffstein, F.: «Die Risikoerhöhung als objektives
Zurechnungsprinzip im Strafrecht, insbesondere bei der Beihilfe», en Festschrift für Richard M. Honig,
Ed. Schwartz, Göttingen, 1970, p. 184, que la concibe como un delito de peligro concreto.
48
Véase, Roxin, C.: «Was ist Beihilfe?», en Kühne (ed.), Festschrift für Koichi Miyazawa, Ed. Nomos,
Baden-Baden, 1995, p. 510; idem, AT II § 26/212.
según que el cómplice actúe con un conocimiento seguro de la decisión delictiva por
parte del autor (dolo directo), o que solamente la considere como una posibilidad
(dolo eventual). En el primer caso se puede afirmar en mayor medida un riesgo no
permitido, y, por tanto, una complicidad punible, que en el segundo.49 La menor pe-
ligrosidad de la conducta realizada sólo con dolo eventual, sin embargo, no excluye
completamente la sanción. Lo que sucede es que habrá que exigir una mayor carga
argumental para su imputación.
Por tanto, no basta simplemente con la presencia del dolo para fundamentar el
castigo de la participación, sino que, por razones de seguridad jurídica, se estima
que, en la selección de las conductas relevantes para el Derecho penal, éstas deben
alcanzar un cierto nivel que no se considera ya tolerable en atención a la protección
de bienes jurídicos. Es decir, el tipo de complicidad no debe depender únicamente de
que el sujeto actúe con dolo, aunque, eso sí, ello resulta imprescindible.
49
Roxin, FS-Miyazawa (1995), p. 513; idem, AT II § 26/220. Un planteamiento similar al de Roxin
entiendo que lo mantiene en España Luzón Peña, D.M.: «Responsabilidad penal del asesor jurídico»,
en Un Derecho penal comprometido. Libro Homenaje al Profesor Dr. Gerardo Landrove Díaz, Tirant lo
Blanch, Valencia, 2011, pp. 703 ss., en particular.
50
Roxin, FS-Miyazawa (1995), p. 515; idem, AT II § 26/231.
51
Jakobs, G.: «Representación del autor e imputación objetiva», en Estudios de Derecho penal, cit., p.
223 (trad. Suárez González) (=«Tätervorstellung und objektive Zurechnung», en Gedächtnisschrift für
Armin Kaufmann, Ed. Heymanns, Colonia, 1989, p. 271).
que mientras se ajuste a dicho rol, no habría comportamiento punible. “Quien realiza
algo estereotipado socialmente como adecuado no responde, y ello con independen-
cia de lo que piense y conozca, mientras que quien se adecúa a un plan delictivo está
ofreciendo una razón para que el acto ejecutivo le sea imputable”.52 Solamente si el
sujeto ha adaptado su comportamiento al plan del autor, se podría decir que ha so-
brepasado los límites propios de su rol y se podría admitir que hay un riesgo no per-
mitido. En el ejemplo propuesto, sólo se admitiría la responsabilidad si el camarero
retiene el plato hasta que llega un cliente al que quiere perjudicar. Pero ¿y si, en vez
de eso, el camarero sirve a la vez tres ensaladas y procede a repartir la envenenada
según sus simpatías? En mi opinión, la respuesta a esta pregunta no puede anteponer
el rol social de camarero sobre la propia valoración que hace el Derecho penal de las
relaciones sociales. Como dice Kindhäuser, “el rol social que reviste a una persona
no le da el derecho a actuar conscientemente en perjuicio de la víctima”. El Derecho
penal “no prohíbe solamente aquellas lesiones que se realizan bajo transgresión de
un rol social”, sino que “la prohibición de las lesiones, como puro delito de resultado,
protege totalmente la integridad corporal y la salud de una persona”.53 Cuestión dis-
tinta sería, evidentemente, si el sujeto no conoce las circunstancias que hacen que su
comportamiento sea arriesgado. En este caso, el rol social del autor puede determinar
el nivel de diligencia debida. Así, a los camareros, por referirnos al ejemplo señalado,
no cabe exigirles que examinen si unas setas que no conocen son o no venenosas.
Por tanto, “el rol social limita el nivel de cuidado esperado de una persona y, en esa
medida, libera en el caso de la responsabilidad por imprudencia. Sin embargo, [dicho
rol] no autoriza a causar el resultado sobre la base de los conocimientos existentes”.54
Pues bien, si admitimos que el delito doloso no precisa para su constatación de
la existencia previa de una imprudencia y si no es típica la participación por impru-
dencia, entonces habrá que entender que el rol social no determina la permisión del
riesgo generado por el colaborador. Además, como señalé en el apartado anterior, el
desvalor de acción del delito doloso se caracteriza por una conjunción de elementos
objetivos y subjetivos.
B) Incluso aunque se cumpla con el estándar normativo extrapenal, en caso de
pleno conocimiento de la conducta delictiva del autor y de que la colaboración del
cómplice vaya referida exclusivamente a dicha conducta delictiva, ello no convierte
en lícita su conducta. Las reglas profesionales están pensadas y definidas de forma
genérica, pensando en supuestos normales. Por tanto, “un contexto situacional es-
pecífico en el que se añade una circunstancia no imaginada para definir la regla de
52
Jakobs, PG2, § 24/18. Le siguen, entre otros, Lesch, H.: “Intervención delictiva e imputación ob-
jetiva”, en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales 1995, pp. 911 ss.; y Caro John, Das erlaubte
Kausieren verbotener Taten – Regressverbot…, cit., pp. 130 ss.
53
Kindhäuser, U.: «Imputación objetiva y subjetiva en el delito doloso», en Anuario de Derecho Penal
y Ciencias Penales 2006, p. 73 s.
54
Kindhäuser, ADPCP 2006, p. 74.
55
Pérez Manzano, M.: «Los derechos fundamentales al ejercicio de la profesión de abogado, a la libre
elección de abogado y a la defensa y las “conductas neutrales”. La Sentencia del Tribunal Constitu-
cional alemán de 30 de marzo de 2004», en Homenaje al profesor Dr. Gonzalo Rodríguez Mourullo, Ed.
Civitas, Madrid, 2005, p. 819.
56
Kudlich, Die Unterstützung…, cit., p. 220.
57
Roxin, AT II § 26/224 (negrita en el original).
Conviene aclarar, además, que el punto de vista que se debe adoptar a efectos
de determinar la existencia o ausencia de una finalidad exclusivamente delictiva en
la aportación del cómplice, y que determine, por tanto, esa referencia de sentido
delictivo, no debe ser general o de carácter abstracto, sino más bien una perspectiva
particular o del caso concreto. No puede ser que el criterio decisivo para la relevancia
penal de la conducta dependa de que la acción sólo pueda favorecer fines delictivos,
porque no cabe prácticamente imaginar una acción que no pueda utilizarse con fines
delictivos y no delictivos al mismo tiempo. “Hasta el más venenoso de los venenos
tiene aplicaciones no delictivas”.58 Por eso, debe atenderse a la finalidad a la que sir-
ve en el caso concreto. Pero, además, hay que fijarse en el sentido que la aportación
tenga para el autor, más que el sentido que tenga para el propio cómplice. No puede
ser que la perspectiva del cómplice sea la que determine lo que está permitido o no,
pues resulta muy fácil que se incurra en beneficio propio, máxime si la ayuda además
viene motivada por un ánimo de lucro (por ejemplo, el ferretero que vende un mar-
tillo a quien sabe que lo va a utilizar como instrumento para matar a otra persona).
En caso de dolo eventual, esto es, cuando el cómplice simplemente cuente con la
posibilidad de que su conducta pueda facilitar el comportamiento delictivo del autor,
y lo acepta, por regla general habrá que negar la punibilidad en virtud del principio
de confianza. Si aplicamos este principio a la complicidad, se puede confiar en que
otros no cometan delitos dolosos, pero sólo en la medida en que no exista en ellos
una “inclinación reconocible al hecho”.59
El principio de confianza significa básicamente que quien se comporta debida-
mente puede confiar en que otros también lo hagan, siempre y cuando no existan
indicios concretos para pensar lo contrario. Como dice Stratenwerth, “nadie debe
responder por la conducta descuidada de los demás, sino que debe confiarse en que
cualquier persona cumplirá con sus deberes de cuidado”. Es más, no sólo se debe
confiar en que los otros no obrarán de modo imprudente, sino que tampoco lo harán
dolosamente, siendo en estos casos la confianza aun mayor.60
Sin embargo, cuando las circunstancias concretas del caso hacen especialmente
probable la infracción ajena del deber de cuidado, se destruye el principio de con-
58
Roxin, C.: «Bemerkungen zum Regreßverbot», en Jescheck/Vogler (eds.), Festschrift für Herbert
Tröndle zum 70. Geburtstag, Ed. Walter de Gruyter, Berlin/New York, 1989, p. 190.
59
Roxin, FS-Tröndle (1989), p. 197; idem, LK11 § 27/21; idem, FS-Miyazawa (1995), p. 516; idem, AT
II § 26/241.
60
Stratenwerth, G.: Strafrecht, Allgemeiner Teil, t. I «Die Straftat», Ed. Heymanns, Colonia, 2004, §
15/64.
61
Así, Martínez Escamilla, La imputación objetiva…, cit., p. 158 n. 264.
IX. CONCLUSIÓN
62
Ejemplos que he tomado de Kudlich, Die Unterstützung fremder Straftaten, 2004, pp. 338 ss.