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la dimensión político-institucional*
Raffaele Nocera
* Traducción del italiano: Antonella Sara. Revisión: Benedetta Calandra y Marina Franco.
1. Exceptuando los estudios sobre casos nacionales, eventos particulares (sobre todos la Revo-
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lución Cubana) o sobre administraciones estadounidenses específicas (o, también, los trabajos
sobre las relaciones interamericanas en el largo plazo), no existe una amplia producción histo-
riográfica sobre la Guerra Fría en América Latina, sobre todo no hay trabajos que ofrezcan una
visión global. El único estudio con estas características fue por mucho tiempo el de Parkinson
(1974), que resulta demasiado amoldado a las posiciones norteamericanas. Recientemente,
han contribuido a llenar esta laguna fundamental el detallado libro de Brands (2010) y el
otro, más conciso pero igualmente completo, de Rabe (2011). Un reexamen de los principales
nudos de la Guerra Fría, a la luz de las últimas tendencias historiográficas, lo encontramos,
en cambio, en la colección de ensayos dirigida por Joseph y Spenser (2007). Es preciso, en
fin, remitir a los trabajos dedicados a América Latina presentes en los tres volúmenes bajo la
dirección de Leffler y Westad (2010) de The Cambridge History of the Cold War, y siempre al
trabajo de Westad (2005).
2. Sobre los años de la Segunda Guerra Mundial, se pueden consultar Humphreys (1981-82),
y la más reciente colección de ensayos dirigida por Leonard y Bratzel (2007). En italiano
permitanme remitir a Nocera (2004).
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3. Sobre la asistencia económica y militar de los primeros años de la segunda posguerra, cfr.
respectivamente Rabe (1978) y Pach (1982). Por una relación más detallada de los vínculos
de naturaleza militar, cfr. Child (1980).
4. Sobre los años a caballo entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la
Guerra Fría, véanse las misceláneas bajo la dirección de Bethell y Roxborough (1992) y Rock
(1994). Respecto a las repercusiones de la Guerra Fría en América Latina, cfr. Trask (1987).
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5. Sobre los años de Eisenhower, véase Rabe (1988); por lo que se refiere a Truman, en cambio,
Schwartzberg (2003).
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del territorio nacional, y por si fuera poco en medio del Golfo de México,
zona históricamente hipersensible en términos estratégicos y de seguridad
nacional. Pero había razones más tangibles, es decir los cuantiosos intereses
económicos: hasta 1959 Cuba era de hecho una prolongación caribeña de
Estados Unidos, donde los capitales norteamericanos se llevaban la parte
del león, desde las refinerías de azucar hasta los servicios públicos, desde
los bancos hasta el sector turístico. El propósito del líder cubano era nacio-
nalizar gran parte de estas propiedades, mientras que la Casa Blanca no
tenía ninguna intención de quedarse sin hacer nada.
Castro no era comunista cuando entró triunfante en La Habana en enero
de 1959. Al contrario, las relaciones con el partido comunista local, durante
la fase de guerrilla, se habían caracterizado por un recelo recíproco. La
Revolución Cubana nació con una inspiración fuertemente nacionalista y
antiimperialista, no marxista. Fidel abrazó el marxismo, llevando al país
a la órbita soviética, solo a partir de 1961, cuando las relaciones cubano-
estadounidenses se deterioraron irreparablemente a causa de una escalada
de eventos. Por un lado, a causa de la decisión de La Habana de llevar a
cabo el programa revolucionario sin vacilaciones (en particular la reforma
agraria y las nacionalizaciones); por otro, por la firme voluntad de Washing-
ton de no reconocer cambio alguno y contrarrestar con todos los medios a
su disposición el radicalismo castrista, en un principio mediante el estran-
gulamiento de la economía cubana (que culminó con el embargo comercial
contra la isla a partir de octubre de 1961), el respaldo a las facciones de los
contrarrevolucionarios y el aislamiento diplomático, y después con un plan
de invasión, varios intentos de asesinar a Castro y planes de intervención
armada que nunca se concretaron.
En marzo de 1960, Eisenhower dio su autorización a la cia para estu-
diar un plan con el fin de derrocar a Castro. Pero la responsabilidad de la
invasión de Cuba (que tuvo lugar en Bahía de Cochinos en abril de 1961)
recayó en el nuevo presidente, John F. Kennedy (Kornbluh, 1998). Éste
aceptó el plan considerándolo como un remedio inmediato para deshacerse
del líder cubano. Como es ampliamente conocido, fue un fracaso total, un
desastre para Estados Unidos.
No consiguiendo remover el régimen revolucionario por la fuerza, Was-
hington recurrió al aislamiento diplomático. Las fuertes presiones sobre los
miembros meridionales llevaron, en enero de 1962, durante la Conferencia
Interamericana de Punta del Este (Uruguay), a la expulsión de la isla ca-
ribeña de la oea (a pesar de la abstención de los países más importantes).
En 1964, en cambio, todas las repúblicas latinoamericanas –a excepción de
México– rompieron relaciones diplomáticas con Cuba (Estados Unidos ya lo
había hecho en 1961) y cesaron sus relaciones comerciales con La Habana
(excluyendo los intercambios por razones humanitarias).
El punto más crítico en las relaciones cubano-estadounidenses se al-
canzó, como es notorio, en octubre de 1962, en ocasión del acontecimiento
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que pasó a la historia como la crisis de los misiles9 y que tuvo origen en el
pedido de ayuda militar presentado por La Habana a Moscú. Los soviéticos
ofrecieron hombres, equipamientos militares y, sobre todo, la instalación
de misiles balísticos de mediano alcance (con cabezas nucleares) en el
territorio cubano. Después del descubrimiento de los misiles por parte de
aviones espía norteamericanos el 22 de octubre, la administración Kennedy
reaccionó decretando el bloqueo naval contra Cuba e impidiendo que los
barcos soviéticos llegaran a la isla. Luego exigió al Kremlin la remoción de
los misiles ya instalados. Tras intensas y frenéticas tratativas diplomáticas,
las dos superpotencias decidieron dar un paso atrás. Moscú aceptó retirar
los misiles y Washington se comprometió a no agredir a Cuba en el futuro
(en fin de cuentas, el único logro de los soviéticos) y desmantelar, en base a
un acuerdo secreto cumplido solo en parte, sus misiles de Turquía.
9. Sobre la crisis de los misiles, cfr. Garthoff (1989); Brugioni (1991); Chang y Kornbluh (1992);
Nathan (1992); Blight, Allyn y Welch (1993); y May y Zelikow (1997).
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10. Sobre los años de Kennedy, cfr. Rabe (1999) y Scheman (1988).
11. Sobre la intervención estadounidense en República Dominicana, véase Gleijeses (1978).
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12. Sobre los años de las dictaduras militares, cfr. Loveman (1999) y Menjívar y Rodríguez
(2005).
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13. Sobre los años de la presidencia Reagan, cfr. Carothers (1991) y, más específicamente
sobre la política estadounidense en América Central, Leonard (1991); Lafeber (1993); Busby
(1999) y Gambone (2001).
14. Sobre esta larga fase de la historia de las relaciones interamericanas, permitanme remitir
a Nocera (2009: 157-194).