Unidad III
América Latina y la Guerra Fría.
El frente anticomunista: la OEA y el TIAR. La primavera democrática.
alianza política y militar con países del este de Europa, a comienzos de la década de
1990.
América Latina no pudo mantenerse al margen del nuevo conflicto, no sólo
porque Estados Unidos puso las relaciones interamericanas al servicio de su estrategia
de contención del comunismo internacional, sino también porque las elites
latinoamericanas creyeron percibir en la política exterior soviética una amenaza a su
poder e influencia.
Así el propósito norteamericano de crear un frente regional anticomunista se
puso de manifiesto con la constitución, en 1948, de la Organización de Estados
Americanos. En los fundamentos jurídicos de este pacto interamericano, el principio de
no intervención en los asuntos internos de los países miembros, sobre el cual se había
basado la resistencia de los países del Cono Sur al alineamiento exigido por Washington
en el pasado, quedó neutralizado por la inclusión del principio de defensa colectiva
contra agresiones externas, que aludía explícitamente a una supuesta amenaza soviética
sobre la región, que podría ser militar, política, económica o cultural.
Esta transformación de las relaciones interamericanas, en las que sería cada vez
más evidente la intervención norteamericana en los asuntos internos de otros países en
función de defender a éstos y a su propio territorio de una agresión , tuvo su prueba de
fuego en los incidentes de Guatemala y Cuba, en 1954 y 1961- 62, respectivamente.
Pero antes de tratar este tema, al que le dedicaremos otra clase, haremos referencia al
cambio en la política exterior norteamericana y a la creación del frente anticomunista
latinoamericano.
notoria, como lo indican el retiro de los marines de Nicaragua, la tolerancia hacia las
relaciones bilaterales de Brasil con la Alemania nazi y la moderación respecto a la
nacionalización de las empresas petroleras norteamericanas radicadas en México.
Finalmente ingresaría en la Segunda Guerra Mundial obligado por el ataque japonés y la
declaración de guerra alemana en 1941.
Victorioso en la misma, Estados Unidos adoptó lineamientos de política exterior
que se diferenciaban de los anteriores: desarmaría a Alemania sin imponerle
reparaciones agobiantes (como lo había hecho el Tratado de Versalles en 1918),
garantizaría que todos los países eligieran su futuro sin condicionamientos, revitalizaría
el comercio mundial y reemplazaría a la Liga de las Naciones, creada luego de la
Primera Guerra, por una organización más efectiva: las Naciones Unidas.
No obstante, la realización de esos objetivos estaba en ruta de colisión con los
intereses de la Unión Soviética, el otro gran triunfador de la guerra, para quien la
reconstrucción alemana y la autodeterminación de los países de Europa oriental
contradecían los principios de su política de seguridad nacional, que se basaban en la
debilidad de Alemania y en la construcción de “esferas de influencia” en el este
europeo, es decir una barrera de países con regímenes leales a Moscú.
Harry Truman, el presidente norteamericano que sucedió a Roosevelt -muerto en
1945- interpretó que la política soviética no tenía un carácter limitado y defensivo
-como hoy afirman los historiadores- sino que expresaba la intención de difundir
agresivamente el comunismo por todo el mundo. En función de esa hipótesis optó por
imponerle la “pax americana”, es decir la política “de contención” o “de paciencia con
firmeza”, manifestando cierta “ilusión de omnipotencia” basada en la posesión de la
bomba atómica. La primera oportunidad de aplicar dicha política se presentó a raíz de
los incidentes de Turquía y Grecia, en 1946, en los cuales Estados Unidos reaccionó
movilizando una flota de guerra y apoyando económica y militarmente a Grecia.
Si bien la Unión Soviética desistió de presentar batalla en el Mediterráneo,
Truman advirtió que la contención solo podría ser efectiva en el futuro mientras el poder
militar norteamericano tuviera un efecto persuasivo. Truman solicitó al Congreso que
aprobara la asistencia a Turquía, el 12 de marzo de 1947, en un discurso que exageraba
la amenaza soviética sobre la seguridad interna de Estados Unidos, que debía
defenderse lejos de sus fronteras. En esa oportunidad planteó el corolario de lo que
pasaría a llamarse la “Doctrina Truman”:
4
“…Estoy convencido de que la política de los Estados Unidos debe ser la de apoyar a los pueblos
libres que luchen contra el yugo que se pretende imponerles mediante la acción de minorías
armadas o por presiones exteriores”.1
Esta dramática forma de presentar la política exterior actuó como una “terapia de
choque” sobre el Congreso y la opinión pública, convenciendo a los más reticentes de
que debían asumir la carga del liderazgo internacional de su nación. Lo cual se tradujo
en la aprobación de un programa de ayuda para la reconstrucción de Europa, el
conocido Plan Marshall (1948), y el ingreso en una nueva guerra en Corea (1950-53)
Con las presidencias de Dwight Eisenhower (1953-1960), que marcaron el regreso
del Partido Republicano al poder después de veinte años, la política de “contención al
comunismo” continuó siendo el eje de la política exterior. No obstante, hubo algunos
cambios de importancia de los que surgió un renovado concepto estratégico, conocido
como New Look:
La nueva administración abandonó la prioridad que Truman asignaba a Europa y se
propuso intervenir en cualquier lugar donde estuviera amenazado el equilibrio de
poder.
Eisenhower creía que los medios disponibles eran limitados, por cuanto un
prolongado período de aumento presupuestario o controles económicos podría
debilitar las instituciones norteamericanas básicas –libertad de elección individual,
gobierno democrático y empresa privada; de modo que la política de seguridad
nacional conjugaba la seguridad propiamente dicha, con la vitalidad de los valores e
instituciones fundamentales. (Gaddis, 1990)
A pesar de ello, la iniciativa frente al comunismo podía recuperarse a través de la
“disuasión del poder de represalia masivo”, que consistía en la amenaza persuasiva
de una reacción contundente y diversa a cualquier ataque del adversario. El uso
masivo de las armas nucleares era un recurso clave, también se consideraban
importantes las alianzas, la guerras psicológicas, las acciones encubiertas y las
negociaciones.
Pensando que la ideología era determinante de la política soviética, mientras que el
gobierno anterior la había visto como un instrumento, las intenciones más que las
capacidades se volvieron el centro de atención. Por lo tanto se atribuyó a los rusos
una extraordinaria visión estratégica y gran flexibilidad táctica, tendiendo a percibir
su acción subversiva en cualquier incidente a lo largo del mundo.
1
Citado por Gaddis, p. 401
5
Enfatizar que la difusión mundial del comunismo era el motor de la agresión rusa
permitió mantener los gastos en defensa, las alianzas con otros países occidentales y
el apoyo de la opinión pública norteamericana, en la cual predominaba el
“macartismo”. Así, medios y fines se habían invertido, por cuanto la contención de
la amenaza soviética como fin último se había convertido en medio para prolongar
la política de contención.
Bibliografía obligatoria:
Bibliografía complementaria:
Adams, W. (comp.) Los Estados Unidos de América. Siglo XXI, México, 1984.
Capítulo 7
Gaddis, John Lewis. Estados Unidos y los orígenes de la Guerra Fría, 1941-1947.
Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1989. Conclusiones.
Morison, Samuel y otros. Breve Historia de los Estados Unidos. FCE, México, 1999