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Nassif S.: Tucumanazos. Una huella histórica de luchas populares, 1969-1972. Tucumán, 2012, p. 45.
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Tal es, sin embargo, la interpretación ampliamente prevaleciente. Ver, entre otros, Kennedy, Paul: Auge y
caída de las grandes potencias, Plaza & Janes, Barcelona, 1995, pp. 559 y ss.
13
Laufer R.: “El factor estratégico en los orígenes de la Comunidad Europea. Los Estados Unidos y el
proceso de integración europea entre el Plan Marshall y el Tratado de Roma”. Revista de Historia
Universal (Fac. de Filosofía y Letras, Univ. Nacional de Cuyo). Nº 9, marzo de 1998.
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de capital y su comercio con el Tercer Mundo y con los países capitalistas de Europa, y
promoviendo y consolidando posiciones estratégicas en todos los continentes, al tiempo
que combinaba políticas de negociación y disputa con la otra superpotencia14.
Las profundas modificaciones que tenían lugar en la URSS, algunos de cuyos rasgos
habían ido incubándose durante un largo período anterior y cristalizando durante la Guerra
Patria contra la ocupación nazi, determinaron cambios también cualitativos en la propia
naturaleza de la “guerra fría”. Éste es, tal vez, uno de los aspectos más relevantes y
también polémicos del período.
La llamada “guerra fría” adquirió en esos años nuevo carácter y nueva dimensión. En
un lapso históricamente breve, y como consecuencia de procesos complejos aún
insuficientemente estudiados, la confrontación entre los EEUU y la URSS dejó de reflejar
la lucha entre dos sistemas sociales antagónicos, el capitalismo y el socialismo, y se
transformó en la pugna entre dos superpotencias con un grado de concentración del poder
económico, militar y político muy superior al de las demás potencias capitalistas, y con
intereses económicos, políticos y militares —en suma, estratégicos— que promover y
defender en distintos continentes, regiones y países.
Nació entonces el mundo de la competencia bipolar entre las dos superpotencias,
cuya pugna hegemónica —alternando negociaciones, momentos de aguda tensión política
y militar y conflictos militares abiertos a escala local— aproximó el peligro de una nueva
guerra mundial.
La estrategia norteamericana de la “contención” debió adaptarse también a esos
cambios de la situación mundial, desde el NSC-68 que a fines de los ’40 y pricipios de los
’50 procuraba bloquear la “expansión del comunismo” y forzar una retracción de la
influencia soviética procurando no llegar a la guerra, hasta la terrorífica alternativa nuclear
de la “respuesta flexible” de Kennedy y Johnson en los años ’60. En el mismo sentido, las
doctrinas del Pentágono llamadas “de la seguridad nacional” y de las “fronteras
ideológicas” apuntaron a convertir a las fuerzas armadas latinoamericanas en gendarmes
regionales y locales centrados en la represión del “enemigo interno” y a aislar y asfixiar a
la Revolución Cubana para forzar su fracaso e impedir su reproducción en otros países de
la región 15.
En los primeros años de la década, el peligro de que la tensión creciente entre las
superpotencias deviniera en guerra caliente (es decir, en una confrontación armada directa
entre ambas) se hizo notorio, a partir de hechos y procesos que mostraron el aumento de
las tensiones de la “guerra fría”.
En octubre de 1962 se produjo la llamada “Crisis de los misiles” entre EEUU y la
URSS en Cuba. Las amenazas norteamericanas de invasión —que en verdad ya habían
14
Echagüe C.: Revolución, restauración y crisis en la Unión Soviética. Del socialimperialismo al
imperialismo, de Jruschiov a Putin, T. 3. Ed. Ágora, Bs. As., 2010; y Dickhut W.: Restauración del
capitalismo en la Unión Soviética. Bs. As., 1994.
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Gaddis J. L.: Estrategias de la contención. Una evaluación crítica de la política de seguridad
norteamericana de posguerra. Bs. As., 1989.
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pasado del terreno de la amenaza al plano militar con la derrotada intentona de Playa
Girón— devinieron en un acuerdo entre la conducción revolucionaria de la isla y el líder
de la URSS Nikita Jruschov para la instalación de cohetes tierra-tierra soviéticos en las
proximidades de La Habana. La Casa Blanca y sus asesores militares conminaron al
inmediato retiro de los misiles rusos, y barajaron la posibilidad de un ataque preventivo.
Tras 13 días de máxima tensión, en los que la dirigencia cubana fue mantenida
completamente al margen de las negociaciones, Jruschov convino en retirar el armamento
de Cuba a cambio del retiro de la cohetería norteamericana instalada en Turquía. La
dirigencia cubana —y personalmente Fidel Castro— hizo oír su protesta por haber sido, en
los hechos, negociada y manejada como un peón en el tablero estratégico mundial de las
superpotencias16.
En 1963 fue asesinado el presidente de los EEUU John F. Kennedy, hecho muy
probablemente vinculado a intereses del poderoso complejo industrial-militar
norteamericano y a la intervención militar en Vietnam, donde pocas semanas antes había
sido destituido y asesinado el dictador pronorteamericano Ngo Dinh Diem. La eliminación
de Kennedy significó un brusco golpe de timón en la política exterior estadounidense. Bajo
la presidencia de su sucesor Lyndon B. Johnson la estrategia norteamericana experimentó
un notorio endurecimiento17, graficado en la “escalada” de los bombardeos sobre Vietnam
del Norte y una larga sucesión de intervenciones militares y golpes de estado con respaldo
o injerencia directa de la CIA (Brasil 1964; República Dominicana 1965; Indonesia 1965;
Argentina 1966) 18. Recién hacia fines de la década el gigantesco déficit financiero estatal,
el ya visible fracaso militar y político en Vietnam, la emergencia de Europa y Japón como
fuertes competidores económicos, y la efervescencia social interna y en amplias zonas del
tercer mundo empujaron en los sectores dirigenciales de EEUU, tras la “crisis del dólar” de
1971, el surgimiento de tendencias más conciliatorias (conocidas entonces como
“munichistas”) frente al rival soviético, y el viraje “distensionista” de la política exterior de
Nixon-Kissinger, inciando un lapso prolongado de relativo retroceso estratégico de la
superpotencia norteamericana 19.
Estos desarrollos tuvieron su contracara en el simétrico endurecimiento de la política
exterior soviética tras el golpe de estado que sustituyó en Moscú a Jruschov por la “troika”
Brezhnev-Kosygin-Podgorny. En la URSS, a partir de 1964, bajo el liderazgo de Leonid
Brezhnev se afirmó una estrategia expansiva y militarista que —esgrimiendo las doctrinas
de la división internacional “socialista” del trabajo y de la “soberanía limitada” como
16
Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983, pp. 281-3.
17
Zinn H.: La otra historia de los Estados Unidos. México, 2008, p. 355. LaFeber, Walter: America, Russia
and the Cold War, 1945-1984. New York, 1985, pp. 224 y ss.
18
Laufer R. y Rapoport M.: “Estados Unidos ante el Brasil y la Argentina. Los golpes militares de la década
de 1960”. Editorial Economizarte, 2000.
19
Sobre las alternativas de la “guerra fría” en la década de 1960 ver entre otros: Paradiso, José: La era de las
superpotencias. Bs. As., 1983; Fontaine, André: Historia de la Guerra Fría. Barcelona, 1970;
Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. Crítica, Barcelona, 1995; Kissinger, H.: Mis memorias. Madrid,
1979; LaFeber, Walter: America, Russia, and the Cold War. 1945-1984. New York, 1985.
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fundamentos del dominio soviético sobre los países de su área de influencia en el Este de
Europa 20— se perfiló ya claramente con la invasión a Checoslovaquia en 1968 y con la
extensión, particularmente en los años ’70, de la influencia económica, política y militar de
Moscú, en distinto grado y medida y con diversas modalidades, en países de África
(Etiopía, Libia, Congo, Angola, Mozambique), Asia (India, Afganistán), el Medio Oriente
(Siria, Egipto, Irak) y América Latina (Cuba, Perú, Argentina).
Otra de las “zonas calientes” del mundo donde chocaron los intereses encontrados de
las superpotencias fue el Medio Oriente, en la llamada “Guerra de los Seis Días” de junio
de 1967. Un conflicto de raíces históricas originado en antiguas disputas coloniales de las
potencias europeas en esa región estratégica, devino en una cruenta guerra entre Israel, con
apoyo estadounidense y británico, y una diversa coalición de países árabes respaldados por
la URSS, que ya había establecido fuertes alianzas políticas en la región. Los principales
resultados de la guerra fueron la ocupación israelí de territorios nacionales pertenecientes a
Egipto y a Siria, y el surgimiento de un acendrado sentimiento nacionalista palestino 21. La
guerra entre ambas partes volvería a estallar en 1973. Junto a la arraigada y perdurable
enemistad entre árabes e israelíes, en los pueblos árabe y palestino nació un profundo
sentimiento antinorteamericano, antibritánico y de reivindicación nacional que aún
perdura.
Los decisivos cambios mencionados en la Unión Soviética están, además, en el
trasfondo de otro hecho significativo que marcó el escenario internacional de aquellos
años: la ruptura de la China de Mao Tsetung con la URSS se hizo pública en 1963, pero se
había ido gestando durante varios años. Las divergencias de enfoque se habían manifestado
en forma explícita pero aún no públicamente en las Conferencias de Partidos Comunistas
realizadas en Moscú en 1957 y 1960, en cuyos preparativos y transcurso se dieron intensas
polémicas sobre aspectos de línea política cruciales como los de la actitud hacia una
posible guerra nuclear; los contenidos de la coexistencia pacífica entre países de sistemas
sociales opuestos; la “cooperación” soviético-norteamericana proclamada en 1959 en el
marco del encuentro de Camp David entre Jruschov y Eisenhower; la posibilidad o no de
una transición pacífica y parlamentaria hacia el socialismo; la actitud hacia los
movimientos anticolonialistas y antiimperialistas en el mundo, etc. Otros temas igualmente
trascendentes de esa creciente confrontación político-ideológica emergieron a la luz
pública en los años inmediatamente siguientes, especialmente el de la existencia de clases
antagónicas y lucha de clases en la Unión Soviética, y consiguientemente la posibilidad o
concreción de una restauración del capitalismo en los países socialistas 22.
Estos debates, y las distintas y contrarias prácticas políticas que de ellos se
desprendían, impregnaron profundamente y durante un período prolongado toda la
20
Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983, p. 289 y ss.
21
Ambrose S.: Hacia el poder global. G.E.L., Buenos Aires, 1992, pp. 181-3. Paradiso, José: La era de las
superpotencias, pp. 308-311.
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Polémica acerca de la línea general del movimiento comunista internacional. Edic. en Lenguas
Extranjeras, Pekín, 1965.
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evolución internacional, ya que atañían al carácter de las relaciones entre las dos
superpotencias, a las existentes entre ellas y otros países capitalistas desarrollados, y al
intenso movimiento —entonces en pleno auge— de los países asiáticos, africanos y
latinoamericanos que empezaron a denominarse del “tercer mundo” en procura de su
independencia efectiva y de un nuevo orden económico y político internacional sin
explotación ni interferencia de las superpotencias. Aspectos reveladores de esas prácticas
fueron objeto de la denuncia de Ernesto “Che” Guevara en su conocido “Discurso de
Argel” (24-02-1965) en el que señaló a los dirigentes rusos como cómplices de hecho de la
expoliación de los países del tercer mundo.
23
Ver, por ejemplo, Guillén A.: La rebelión del tercer mundo. Montevideo, 1969.
24
Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983; Ambrose, Stephen: Hacia el poder global.
Bs. As., 1992.
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Ver entre otros: Hinton, William: The Great Reversal. The privatization of China, 1978-1989. New York,
1990. Daubier, Jean: A history of the Chinese Cultural Revolution. U.S.A., 1971. Karol, K. S.: La
segunda revolución china, Barcelona, 1977; Meisner, Maurice: La China de Mao y después. Una historia
de la República Popular, Córdoba, 2007; Vargas, Otto C.: La Revolución Cultural Proletaria China, Bs.
As., 2005. Renmin Ribao / Hongqi / Jiefangjun Bao: Documentos de la Revolución Cultural en China
(1966-1969), Bs. As., 1973.
26
Ambrose S.: Hacia el poder global. G.E.L., Buenos Aires, 1992, p. 151.
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Selser G.: Alianza para el Progreso, la mal nacida. Bs. As., 1964. Ubertalli R.: Alianza contra el progreso.
Bs. As., 1974.
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Laufer R.: “El factor estratégico en los orígenes de la Comunidad Europea. Los Estados Unidos y el
proceso de integración europea entre el Plan Marshall y el Tratado de Roma”. Revista de Historia
Universal (Fac. de Filosofía y Letras, Univ. Nacional de Cuyo). Nº 9, marzo de 1998, p. 80.
29
Citado en Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983. En el mismo sentido, ver
Ambrose S.: Hacia el poder global. Bs. As., 1992, pp. 272-285.
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muestran las posiciones de los “europeístas” —tanto los conservadores como De Gaulle,
como los liberales y socialdemócratas—, durante los años ’60 fue precisamente cuando los
países de la CEE fueron afirmando su determinación de marchar como objetivo último
hacia su integración política, a fin de recuperar por vía de la asociación la posición
hegemónica que habían detentado durante varios siglos antes del XX y que las rivalidades
intraeuropeas los habían llevado a perder.
No sería un camino fácil, ya que la conformación del mercado común (y
especialmente de la unión aduanera) impulsó a las corporaciones estadounidenses a
instalarse en el interior de la CEE para aprovechar el poderoso mercado interno de la
Europa regionalizada evitándose los aranceles comunitarios. Y lo hicieron tan
masivamente que, promediando la década de 1960, las burguesías europeas temieron que
sus países fueran reducidos a una condición de dependencia respecto de los monopolios
norteamericanos: “Lo más impresionante es el carácter… estratégico de la penetración
industrial americana… —subrayaba Servan-Schreiber en un famoso libro de 1967—. Ya
en 1963… las firmas americanas controlaban en Francia: 40% de la distribución del
petróleo, 65% de la producción de películas, 65% del material agrícola, 65% del material
de telecomunicaciones…” 30. Y concluía: “Europa demostró hace diez años [es decir al
fundarse la CEE] que sentía el desafío del poder americano y empezaba a contestarlo. En
1967 ya puede hacerse el balance: Europa creó un mercado, no un poder. Y este mercado,
como hemos visto, no funciona en su beneficio sino en el de la organización industrial
americana” 31 (resaltado en el original).
Sin embargo, y paralelamente, también fue el proceso integrador el que sentó las
bases de la afirmación europea en la competencia con Estados Unidos, preanunciando ya
entonces —en el contexto de la dura competencia bipolar— el desemboque de ese proceso
en lo que otros autores percibían como “una nueva superpotencia”: “Por un lado estaba el
deseo de recuperar parte del control de las áreas perdidas del mundo, hacia el Este y hacia
el Sur; por el otro, el deseo igualmente fuerte de librarse de la dominación ejercida por
Estados Unidos. El método era claro: unirse, integrarse en torno a unos pocos problemas…
y empezando con pocos Estados… Después se agregó a los instrumentos políticos… el
recurso de explotar el resentimiento del mundo en general hacia un Estados Unidos
dominante, pero en declinación”32.
Desde luego, no sólo la competencia estadounidense se interponía en el camino
ascendente de las burguesías europeas. En la carrera por la “competitividad” frente al
imperialismo norteamericano, y con el resguardo que para las masas trabajadoras
implicaba la densa red de protecciones sociales que esas mismas burguesías habían debido
conceder durante la posguerra por temor a la revolución, Europa fue también en esos años
escenario de un marcado ascenso de las luchas sociales, así como de profundos
30
Servan-Schreiber J. J.: El desafío americano. Madrid, 1972, pp. 24-25.
31
Servan-Schreiber J. J., op. cit., p. 127.
32
Galtung J.: La Comunidad Europea: una superpotencia en marcha. Buenos Aires, 1976, p. 262.
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Conclusión
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Sartre J. P.: Alrededor del 68. Ed. Losada, Bs. As., 1973.
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países del “tercer mundo” en pugna por su liberación o en proceso de construcción de sus
nuevas sociedades independientes.
Los años ’60, por consiguiente, constituyeron un período complejo. Por entonces, el
notable crecimiento económico internacional sólo parcial y localizadamente se tradujo en
mejoras sociales y de las condiciones de vida populares. “Resulta ahora evidente que la
edad de oro correspondió básicamente a los países capitalistas desarrollados… La edad de
oro fue un fenómeno mundial, aunque la generalización de la opulencia quedara lejos del
alcance de la mayoría de la población mundial: los habitantes de países para cuya pobreza
y atraso los especialistas de la ONU intentaban encontrar eufemismos diplomáticos” 34.
34
Hobsbawm E.: Historia del siglo XX. Barcelona, 1995, p. 262.