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El nacimiento del mundo bipolar

Hacia fines de la década de 1950 y comienzos de la de 1960 se fue configurando un


escenario internacional caracterizado por la rivalidad hegemónica entre las dos
superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Ello implicó un cambio cualitativo
respecto del carácter del enfrentamiento que marcó la primera etapa de la “guerra fría”
desde el fin de la segunda Guerra Mundial.
“A partir de la inmediata posguerra, con la derrota del eje nazi-fascista y en un
momento de expansión del socialismo en Europa oriental, y sobre todo luego del triunfo de
la Revolución China en 1949, un tercio de la población mundial había pasado a vivir en
países de signo socialista, los que conformaron un campo separado del mercado capitalista
mundial” 11.
Pero el escenario internacional de ese período, pese a los duros contornos que
adquirió la “guerra fría” entre ambos “campos”, no constituía aún un mundo propiamente
bipolar12. La “guerra fría” expresaba por entonces la confrontación política, militar e
ideológica entre dos sistemas sociales opuestos. La estrategia norteamericana en el campo
capitalista “occidental” se orientó a apuntalar la reconstrucción de Europa y Japón, al
tiempo que estimulaba el proceso de integración europea iniciado con la Comunidad
Europea del Carbón y del Acero (CECA) intentando al mismo tiempo subordinarlo a las
prioridades económicas y estratégicas de EEUU para transformar al “viejo continente” en
un fuerte pilar económico y militar de la política norteamericana de “contención del
comunismo”13. En América latina, esa estrategia estadounidense se tradujo en la política
“interamericanista” que a través del TIAR y de la OEA propugnó la transformación de
todo el subcontinente en una trinchera política y militar no sólo contra el comunismo y la
revolución sino también contra potenciales experiencias nacionalistas impulsadas por
sectores empresariales y militares, como las que se gestaron en el curso de la guerra y de la
posguerra (Arévalo, Villarroel, Perón, Betancourt, Arbenz, Vargas).
Sin embargo, desde mediados de los ’50 y principios de los ’60, la “guerra fría”
adquirió contornos marcadamente distintos. Las masivas reformas económicas y políticas
implementadas por la nueva conducción surgida del XXº Congreso del PC de la URSS
expresaron ya el predominio de nuevas fuerzas sociales internas y se tradujeron en un
pronunciado viraje expansionista en las políticas exteriores de Moscú. Aunque invocando
siempre el socialismo, la URSS pasó a operar en el mercado mundial y en el sistema
internacional de modo similar al de otras grandes potencias, ampliando sus exportaciones

11
Nassif S.: Tucumanazos. Una huella histórica de luchas populares, 1969-1972. Tucumán, 2012, p. 45.
12
Tal es, sin embargo, la interpretación ampliamente prevaleciente. Ver, entre otros, Kennedy, Paul: Auge y
caída de las grandes potencias, Plaza & Janes, Barcelona, 1995, pp. 559 y ss.
13
Laufer R.: “El factor estratégico en los orígenes de la Comunidad Europea. Los Estados Unidos y el
proceso de integración europea entre el Plan Marshall y el Tratado de Roma”. Revista de Historia
Universal (Fac. de Filosofía y Letras, Univ. Nacional de Cuyo). Nº 9, marzo de 1998.
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de capital y su comercio con el Tercer Mundo y con los países capitalistas de Europa, y
promoviendo y consolidando posiciones estratégicas en todos los continentes, al tiempo
que combinaba políticas de negociación y disputa con la otra superpotencia14.
Las profundas modificaciones que tenían lugar en la URSS, algunos de cuyos rasgos
habían ido incubándose durante un largo período anterior y cristalizando durante la Guerra
Patria contra la ocupación nazi, determinaron cambios también cualitativos en la propia
naturaleza de la “guerra fría”. Éste es, tal vez, uno de los aspectos más relevantes y
también polémicos del período.
La llamada “guerra fría” adquirió en esos años nuevo carácter y nueva dimensión. En
un lapso históricamente breve, y como consecuencia de procesos complejos aún
insuficientemente estudiados, la confrontación entre los EEUU y la URSS dejó de reflejar
la lucha entre dos sistemas sociales antagónicos, el capitalismo y el socialismo, y se
transformó en la pugna entre dos superpotencias con un grado de concentración del poder
económico, militar y político muy superior al de las demás potencias capitalistas, y con
intereses económicos, políticos y militares —en suma, estratégicos— que promover y
defender en distintos continentes, regiones y países.
Nació entonces el mundo de la competencia bipolar entre las dos superpotencias,
cuya pugna hegemónica —alternando negociaciones, momentos de aguda tensión política
y militar y conflictos militares abiertos a escala local— aproximó el peligro de una nueva
guerra mundial.
La estrategia norteamericana de la “contención” debió adaptarse también a esos
cambios de la situación mundial, desde el NSC-68 que a fines de los ’40 y pricipios de los
’50 procuraba bloquear la “expansión del comunismo” y forzar una retracción de la
influencia soviética procurando no llegar a la guerra, hasta la terrorífica alternativa nuclear
de la “respuesta flexible” de Kennedy y Johnson en los años ’60. En el mismo sentido, las
doctrinas del Pentágono llamadas “de la seguridad nacional” y de las “fronteras
ideológicas” apuntaron a convertir a las fuerzas armadas latinoamericanas en gendarmes
regionales y locales centrados en la represión del “enemigo interno” y a aislar y asfixiar a
la Revolución Cubana para forzar su fracaso e impedir su reproducción en otros países de
la región 15.
En los primeros años de la década, el peligro de que la tensión creciente entre las
superpotencias deviniera en guerra caliente (es decir, en una confrontación armada directa
entre ambas) se hizo notorio, a partir de hechos y procesos que mostraron el aumento de
las tensiones de la “guerra fría”.
En octubre de 1962 se produjo la llamada “Crisis de los misiles” entre EEUU y la
URSS en Cuba. Las amenazas norteamericanas de invasión —que en verdad ya habían

14
Echagüe C.: Revolución, restauración y crisis en la Unión Soviética. Del socialimperialismo al
imperialismo, de Jruschiov a Putin, T. 3. Ed. Ágora, Bs. As., 2010; y Dickhut W.: Restauración del
capitalismo en la Unión Soviética. Bs. As., 1994.
15
Gaddis J. L.: Estrategias de la contención. Una evaluación crítica de la política de seguridad
norteamericana de posguerra. Bs. As., 1989.
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pasado del terreno de la amenaza al plano militar con la derrotada intentona de Playa
Girón— devinieron en un acuerdo entre la conducción revolucionaria de la isla y el líder
de la URSS Nikita Jruschov para la instalación de cohetes tierra-tierra soviéticos en las
proximidades de La Habana. La Casa Blanca y sus asesores militares conminaron al
inmediato retiro de los misiles rusos, y barajaron la posibilidad de un ataque preventivo.
Tras 13 días de máxima tensión, en los que la dirigencia cubana fue mantenida
completamente al margen de las negociaciones, Jruschov convino en retirar el armamento
de Cuba a cambio del retiro de la cohetería norteamericana instalada en Turquía. La
dirigencia cubana —y personalmente Fidel Castro— hizo oír su protesta por haber sido, en
los hechos, negociada y manejada como un peón en el tablero estratégico mundial de las
superpotencias16.
En 1963 fue asesinado el presidente de los EEUU John F. Kennedy, hecho muy
probablemente vinculado a intereses del poderoso complejo industrial-militar
norteamericano y a la intervención militar en Vietnam, donde pocas semanas antes había
sido destituido y asesinado el dictador pronorteamericano Ngo Dinh Diem. La eliminación
de Kennedy significó un brusco golpe de timón en la política exterior estadounidense. Bajo
la presidencia de su sucesor Lyndon B. Johnson la estrategia norteamericana experimentó
un notorio endurecimiento17, graficado en la “escalada” de los bombardeos sobre Vietnam
del Norte y una larga sucesión de intervenciones militares y golpes de estado con respaldo
o injerencia directa de la CIA (Brasil 1964; República Dominicana 1965; Indonesia 1965;
Argentina 1966) 18. Recién hacia fines de la década el gigantesco déficit financiero estatal,
el ya visible fracaso militar y político en Vietnam, la emergencia de Europa y Japón como
fuertes competidores económicos, y la efervescencia social interna y en amplias zonas del
tercer mundo empujaron en los sectores dirigenciales de EEUU, tras la “crisis del dólar” de
1971, el surgimiento de tendencias más conciliatorias (conocidas entonces como
“munichistas”) frente al rival soviético, y el viraje “distensionista” de la política exterior de
Nixon-Kissinger, inciando un lapso prolongado de relativo retroceso estratégico de la
superpotencia norteamericana 19.
Estos desarrollos tuvieron su contracara en el simétrico endurecimiento de la política
exterior soviética tras el golpe de estado que sustituyó en Moscú a Jruschov por la “troika”
Brezhnev-Kosygin-Podgorny. En la URSS, a partir de 1964, bajo el liderazgo de Leonid
Brezhnev se afirmó una estrategia expansiva y militarista que —esgrimiendo las doctrinas
de la división internacional “socialista” del trabajo y de la “soberanía limitada” como

16
Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983, pp. 281-3.
17
Zinn H.: La otra historia de los Estados Unidos. México, 2008, p. 355. LaFeber, Walter: America, Russia
and the Cold War, 1945-1984. New York, 1985, pp. 224 y ss.
18
Laufer R. y Rapoport M.: “Estados Unidos ante el Brasil y la Argentina. Los golpes militares de la década
de 1960”. Editorial Economizarte, 2000.
19
Sobre las alternativas de la “guerra fría” en la década de 1960 ver entre otros: Paradiso, José: La era de las
superpotencias. Bs. As., 1983; Fontaine, André: Historia de la Guerra Fría. Barcelona, 1970;
Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. Crítica, Barcelona, 1995; Kissinger, H.: Mis memorias. Madrid,
1979; LaFeber, Walter: America, Russia, and the Cold War. 1945-1984. New York, 1985.
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fundamentos del dominio soviético sobre los países de su área de influencia en el Este de
Europa 20— se perfiló ya claramente con la invasión a Checoslovaquia en 1968 y con la
extensión, particularmente en los años ’70, de la influencia económica, política y militar de
Moscú, en distinto grado y medida y con diversas modalidades, en países de África
(Etiopía, Libia, Congo, Angola, Mozambique), Asia (India, Afganistán), el Medio Oriente
(Siria, Egipto, Irak) y América Latina (Cuba, Perú, Argentina).
Otra de las “zonas calientes” del mundo donde chocaron los intereses encontrados de
las superpotencias fue el Medio Oriente, en la llamada “Guerra de los Seis Días” de junio
de 1967. Un conflicto de raíces históricas originado en antiguas disputas coloniales de las
potencias europeas en esa región estratégica, devino en una cruenta guerra entre Israel, con
apoyo estadounidense y británico, y una diversa coalición de países árabes respaldados por
la URSS, que ya había establecido fuertes alianzas políticas en la región. Los principales
resultados de la guerra fueron la ocupación israelí de territorios nacionales pertenecientes a
Egipto y a Siria, y el surgimiento de un acendrado sentimiento nacionalista palestino 21. La
guerra entre ambas partes volvería a estallar en 1973. Junto a la arraigada y perdurable
enemistad entre árabes e israelíes, en los pueblos árabe y palestino nació un profundo
sentimiento antinorteamericano, antibritánico y de reivindicación nacional que aún
perdura.
Los decisivos cambios mencionados en la Unión Soviética están, además, en el
trasfondo de otro hecho significativo que marcó el escenario internacional de aquellos
años: la ruptura de la China de Mao Tsetung con la URSS se hizo pública en 1963, pero se
había ido gestando durante varios años. Las divergencias de enfoque se habían manifestado
en forma explícita pero aún no públicamente en las Conferencias de Partidos Comunistas
realizadas en Moscú en 1957 y 1960, en cuyos preparativos y transcurso se dieron intensas
polémicas sobre aspectos de línea política cruciales como los de la actitud hacia una
posible guerra nuclear; los contenidos de la coexistencia pacífica entre países de sistemas
sociales opuestos; la “cooperación” soviético-norteamericana proclamada en 1959 en el
marco del encuentro de Camp David entre Jruschov y Eisenhower; la posibilidad o no de
una transición pacífica y parlamentaria hacia el socialismo; la actitud hacia los
movimientos anticolonialistas y antiimperialistas en el mundo, etc. Otros temas igualmente
trascendentes de esa creciente confrontación político-ideológica emergieron a la luz
pública en los años inmediatamente siguientes, especialmente el de la existencia de clases
antagónicas y lucha de clases en la Unión Soviética, y consiguientemente la posibilidad o
concreción de una restauración del capitalismo en los países socialistas 22.
Estos debates, y las distintas y contrarias prácticas políticas que de ellos se
desprendían, impregnaron profundamente y durante un período prolongado toda la

20
Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983, p. 289 y ss.
21
Ambrose S.: Hacia el poder global. G.E.L., Buenos Aires, 1992, pp. 181-3. Paradiso, José: La era de las
superpotencias, pp. 308-311.
22
Polémica acerca de la línea general del movimiento comunista internacional. Edic. en Lenguas
Extranjeras, Pekín, 1965.
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evolución internacional, ya que atañían al carácter de las relaciones entre las dos
superpotencias, a las existentes entre ellas y otros países capitalistas desarrollados, y al
intenso movimiento —entonces en pleno auge— de los países asiáticos, africanos y
latinoamericanos que empezaron a denominarse del “tercer mundo” en procura de su
independencia efectiva y de un nuevo orden económico y político internacional sin
explotación ni interferencia de las superpotencias. Aspectos reveladores de esas prácticas
fueron objeto de la denuncia de Ernesto “Che” Guevara en su conocido “Discurso de
Argel” (24-02-1965) en el que señaló a los dirigentes rusos como cómplices de hecho de la
expoliación de los países del tercer mundo.

El “tercer mundo”, nuevo protagonista

En abril de 1955, la Conferencia de países afroasiáticos en la ciudad indonesia de


Bandung proclamó la lucha contra el colonialismo y el neocolonialismo. En setiembre de
1961 la Conferencia de Países no Alineados realizada en Belgrado (Yugoslavia) declaró
que “Todas las naciones tienen derecho a la unidad, auto-determinación e independencia,
en virtud de cuyo derecho pueden determinar su estatuto político y proseguir libremente su
desarrollo económico, social y cultural sin intimidación o impedimento”, y expresaron un
llamado a “que no se produzca intimidación, interferencia o intervención alguna en el
ejercicio del derecho de auto-determinación de los pueblos, incluido su derecho a seguir
políticas constructivas e independientes para el logro y conservación de su soberanía”. La
Conferencia reconoció —pocos meses después de la intentona contrarrevolucionaria de
Playa Girón— el derecho de Cuba a determinar libremente su sistema político, y exhortó a
la ONU a admitir a los representantes del Gobierno de la República Popular China como
únicos representantes legítimos de ese país en las Naciones Unidas. Allí se constituyó el
Movimiento de Países No Alineados (No-Al), que tendría un papel fundamental a través de
su denuncia de las políticas expansionistas de las dos superpotencias y de su reclamo de
solución pacífica de las divergencias y de un nuevo orden económico internacional.
Estos hechos marcaron una nueva etapa de ascenso del movimiento del Tercer
Mundo, que cuestionó duramente las políticas de agresión y expansión de las grandes
potencias mundiales y en particular las de Estados Unidos, con tal intensidad y extensión
que suscitó en ciertas corrientes intelectuales la idea de una incontenible ola revolucionaria
mundial que presagiaba el fin del capitalismo a corto plazo 23. Se consolidó —aún bajo la
escalada de bombardeos y masivos envíos de soldados norteamericanos— la lucha de
liberación nacional de los pueblos de Vietnam, Laos y Camboya 24. En Vietnam del Sur la
“ofensiva del Tet” (Año Nuevo lunar vietnamita) del Vietcong en febrero de 1968
desmoronó ya definitivamente las esperanzas norteamericanas de alcanzar la victoria

23
Ver, por ejemplo, Guillén A.: La rebelión del tercer mundo. Montevideo, 1969.
24
Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983; Ambrose, Stephen: Hacia el poder global.
Bs. As., 1992.
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militar, e inició el camino que desembocaría en la derrota y retirada de las fuerzas


estadounidenses de Saigón en 1975. En lo inmediato, la ofensiva forzó el anuncio del
presidente Johnson del cese de los bombardeos sobre Vietnam del Norte y precipitó la
crisis política en la propia cúpula gubernamental en Washington, abriendo paso a la derrota
de los demócratas en las elecciones presidenciales de 1969.
En China se afianzó el proceso revolucionario por el camino de las comunas
populares y de la industrialización, aún en medio de los avatares del llamado “Gran Salto
Adelante” (1958-1962), de la abrupta anulación de contratos y provisión de equipos y el
masivo retiro de los técnicos soviéticos en 1960, y de la intensa lucha política y de clases
en el curso de la “Revolución Cultural Proletaria” (1966-1976); esta última demoraría por
más de una década el proceso de restablecimiento capitalista que sobrevino tras la muerte
de Mao Tsetung y bajo la dirección de Deng Xiaoping 25. Se afianzó también el proceso
revolucionario en Cuba, especialmente con la concreción de la reforma agraria y de la
nacionalización de las palancas económicas fundamentales. En 1962, tras la derrota por
milicias populares del desembarco en Playa Girón de un grupo de exiliados organizado,
financiado y armado por la CIA norteamericana con el objetivo de reconquistar el poder
por la vía armada26, la revolución cubana emprendería el camino socialista proclamado en
la Segunda Declaración de La Habana.
Se fortalecieron en todo el mundo corrientes populares y militares nacionalistas,
anticolonialistas y antiimperialistas de distinto signo. En África y el Oriente Medio se
constituyeron partidos y movimientos con vasto enraizamiento en las masas populares que,
empalmando en los nacionalismos árabe y africano, buscaron en sus referentes históricos,
raciales, religiosos y culturales las bases del afianzamiento de su identidad nacional y de la
lucha contra el histórico sometimiento de sus naciones por las potencias europeas. El
panarabismo adquirió gran influencia en los países árabes y en el movimiento palestino,
recogiendo los postulados nacionalistas y de no-alineamiento del egipcio Gamal Abdel
Nasser a través de partidos nacionales como el Baath en Siria y su homónimo en Irak, y
diversos agrupamientos palestinos. El panafricanismo se expresó en figuras descollantes
como Kwame Nkrumah en Ghana, el senegalés Leopold Senghor y el intelectual de la
colonia francesa de Martinica Aimé Césaire.
En América Latina, el triunfo de la Revolución Cubana abrió un rumbo para la
solución de problemas estructurales como la dependencia y el latifundio, comunes a
muchos países del subcontinente, en los que habían fracasado o sido derrotadas diversas
experiencias nacionalistas o reformistas de los años ’50 como las del MNR en Bolivia,

25
Ver entre otros: Hinton, William: The Great Reversal. The privatization of China, 1978-1989. New York,
1990. Daubier, Jean: A history of the Chinese Cultural Revolution. U.S.A., 1971. Karol, K. S.: La
segunda revolución china, Barcelona, 1977; Meisner, Maurice: La China de Mao y después. Una historia
de la República Popular, Córdoba, 2007; Vargas, Otto C.: La Revolución Cultural Proletaria China, Bs.
As., 2005. Renmin Ribao / Hongqi / Jiefangjun Bao: Documentos de la Revolución Cultural en China
(1966-1969), Bs. As., 1973.
26
Ambrose S.: Hacia el poder global. G.E.L., Buenos Aires, 1992, p. 151.
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Arbenz en Guatemala y Perón en la Argentina. En respuesta al desafío revolucionario, los


EEUU promovieron a través de la Alianza para el Progreso su estrategia de “reformismo
preventivo” 27, pero paralelamente iniciaron un largo ciclo de golpes e intervenciones
militares, desde el derrocamiento de Joao Goulart y la instauración de la dictadura de
Castelo Branco en Brasil (1964) hasta el sangriento golpe de Estado que derrocaría al
gobierno de Salvador Allende en Chile (1973), pasando por el desembarco de los marines
norteamericanos en República Dominicana en 1965, el golpe militar de Onganía en la
Argentina (1966) y los violentos regímenes antipopulares instaurados en Bolivia (1971) y
Uruguay (1973). Las pretensiones “modernizantes” de dictaduras como la brasileña y la
del “onganiato” en la Argentina apenas encubrían la aplicación práctica, por parte de
poderosos sectores de las clases dirigentes locales, de los preceptos que el Pentágono
recomendaba como prevención o garantía frente al comunismo y los movimientos
revolucionarios bajo la bandera de las “doctrinas” de la “seguridad nacional” y de las
“fronteras ideológicas”.
En casi todos los casos, sin embargo, el agravamiento de las condiciones de vida y de
la dominación nacional suscitó amplios movimientos de contestación popular, que en la
segunda mitad de los ’60 tuvo manifestaciones notables en el auge de la movilización
estudiantil en México, Brasil y la propia Argentina; en este último caso sería un factor
importante en la convergencia con los sectores combativos del movimiento obrero en el
Cordobazo y las numerosas “puebladas” que le siguieron, y que marcaron el principio del
fin de la dictadura onganiana y contribuyeron al afloramiento de corrientes políticas y
militares afines a potencias europeas y a la ascendente superpotencia soviética como los
que finalmente desplazaron a la corriente onganiana bajo el liderazgo del general Lanusse,
inaugurando a partir de 1971 su política de “apertura al Este”. Las contradicciones y
fracturas dentro de las propias filas de la llamada “Revolución Argentina” —al igual que
en otros gobiernos militares de la región— expresaron las divisiones dentro de las clases
dominantes, condicionadas y articuladas con la pugna entre intereses ligados a distintas
potencias y particularmente a las dos superpotencias a nivel mundial, en el marco de un
progresivo debilitamiento de la posición internacional de EEUU hasta desembocar en la
crisis de hegemonía norteamericana y el avance del poderío de la URSS a inicios de los
’70.
Las repercusiones de estos procesos mundiales sobre la Iglesia dieron origen, en el
período post-Concilio Vaticano II, a corrientes latinoamericanas como la “Teología de la
Liberación” y los “Curas del tercer mundo”, que postularon la “opción por los pobres” y
adoptaron posiciones de cuestionamiento del sistema social y de la dominación
imperialista, así como de alineamiento con los reclamos populares.
De modo que, aunque los Estados Unidos seguían ejerciendo en el Cono Sur un
predominio incontestable, el mismo no careció de resistencias.

27
Selser G.: Alianza para el Progreso, la mal nacida. Bs. As., 1964. Ubertalli R.: Alianza contra el progreso.
Bs. As., 1974.
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Otras formas de contestación a la hegemonía norteamericana en el subcontinente se


manifestaron a través del crecimiento de corrientes nacionalistas militares y de la
conformación de frentes electorales de izquierda que, al tiempo que dieron curso a
importantes reformas de tipo democrático y nacionalista, exacerbaron también la pugna
hegemónica regional entre las dos superpotencias a través de sectores de las clases
dirigentes locales y de corrientes afines a esas u otras potencias en las fuerzas armadas.
En el Perú el nacionalismo militar llegó al gobierno en el contexto de un golpe de
estado en 1968, con el general Juan Velazco Alvarado. El gobierno militar, con un amplio
respaldo popular, dio paso a una reforma agraria impulsada desde el Estado y a la
nacionalización del petróleo (en particular de la norteamericana International Petroleum
Company), la banca, la minería y la prensa. Junto a estas medidas de corte nacionalista, la
“modernización” de las Fuerzas Armadas implementada por el gobierno militar amplió la
influencia soviética con grandes compras de armamento a Moscú.
La hegemonía mundial y regional de los EEUU fue cuestionada también a través del
camino electoral en Chile, con el triunfo en 1970 de la Unidad Popular y la consagración
presidencial de Salvador Allende. El gobierno de la UP nacionalizó el cobre —explotado
hasta entonces por las corporaciones estadounidenses Kennecott y Anaconda— e impulsó
el avance del proceso de reforma agraria iniciado por el anterior presidente, el
democristiano Eduardo Frei. Sin embargo, la pervivencia en lo sustancial de las viejas
estructuras sociales, políticas y especialmente militares y de la dependencia económica
hacia Estados Unidos llevaría finalmente el proceso hacia el trágico desemboque del golpe
de Augusto Pinochet en setiembre de 1973.
La resistencia de los pueblos indochinos y la efervescencia latinoamericana
estimularon a su vez la emergencia de los vastos movimientos contestatarios de
composición obrera y juvenil que hacia fines de los ’60 se multiplicaron en todo el mundo
“desarrollado”, entre los que destacaron el “Mayo francés”, el “Otoño caliente” italiano,
las multitudinarias manifestaciones de los zengakuren japoneses, y el importante
movimiento de contestación universitaria que se extendió mundialmente, manifestándose
en puntos tan diversos como París, Pekín y Praga, y que en los propios Estados Unidos
tuvo epicentro en la Universidad de Berkeley.

Estados Unidos y Europa: alianza, competencia, rivalidad

En 1950 se había constituido la Comunidad Europea del Carbón y del Acero


(CECA). Más allá de sus finalidades de integración estrictamente económica, el proyecto
para conformar un mercado común de esas industrias básicas europeas coincidía con
cambios decisivos en el escenario estratégico mundial de la Guerra Fría, generados por el
vasto movimiento nacionalista y anticolonialista y, particularmente, por el triunfo de la
Revolución China en 1949 y el estallido de la Guerra de Corea en 1950.
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En ese contexto, “una Europa capaz de autosostenerse económicamente, fuerte como


para hacer frente a la ‘amenaza comunista’, era desde 1945 un principio básico de la
política exterior norteamericana” 28. Efectivamente, la recuperación económica de Europa
occidental convergía con los objetivos estratégicos del gobierno estadounidense en los
años de posguerra. Sin embargo, desde el punto de vista de Washington no se trataba sólo
de consolidar la alianza política con esos gobiernos, sino de adecuar en su conjunto el
proceso de reconstrucción y desarrollo de Europa a la perspectiva de una confrontación
global entre los dos grandes sistemas económico-sociales, atando al mismo tiempo y en la
medida de lo posible las economías europeas a los intereses de los exportadores y del
capital financiero norteamericano.
Esta línea de acción entró en creciente contradicción con los objetivos propios con
que los dirigentes europeos concebían la reconfiguración de su rol en el sistema
internacional. La gradual estabilización económica y política de las potencias del Viejo
Continente posibilitó que, aún dentro del marco de la alianza atlántica, se manifestaran
signos de disenso y de independencia respecto de los Estados Unidos, que se expresaron —
entre otros hechos— en la oposición de Francia al rearme alemán y a la subordinación
militar a la hegemonía estadounidense.
Desde comienzos de los años ’60, los países comunitarios se fueron transformando
en un actor económico y político con creciente protagonismo en el escenario internacional,
al tiempo que, al compás de la integración europea y en interacción con el curso de la
rivalidad entre las dos superpotencias de la época, afirmaban su conformación como
bloque regional. Supranacionalidad, defensa, y el ingreso británico fueron en esos años
debates muy intensos en la CEE, inseparables todos de los objetivos norteamericanos en el
contexto mundial de la guerra fría. Fue Charles de Gaulle, presidente francés, quien
postuló entonces el concepto de “Europa de las patrias”, reafirmando un europeísmo
basado —al menos en su fase inicial— en la preservación de las soberanías nacionales. Ese
concepto sería también la base de la hostilidad manifiesta de De Gaulle y su veto en enero
de 1963 a la incorporación de Gran Bretaña —aliado estratégico de Washington— al
marco comunitario, temiendo que ese ingreso constituyera una especie de “caballo de
Troya” en el interior de la Comunidad, tendiente a conformar “una comunidad atlántica
colosal bajo dependencia y dirección americana que terminará por absorber a la
Comunidad Europea” 29. En noviembre de 1967 De Gaulle volvería a vetar el ingreso de
Londres, que debió esperar todavía hasta 1973.
El resultado a mediano plazo del proceso de recuperación económica de Europa tras
la guerra y, posteriormente, del proceso abierto con el Tratado de Roma, sería dar
nacimiento tanto a un aliado como a un poderoso rival de los Estados Unidos. Según

28
Laufer R.: “El factor estratégico en los orígenes de la Comunidad Europea. Los Estados Unidos y el
proceso de integración europea entre el Plan Marshall y el Tratado de Roma”. Revista de Historia
Universal (Fac. de Filosofía y Letras, Univ. Nacional de Cuyo). Nº 9, marzo de 1998, p. 80.
29
Citado en Paradiso J.: La era de las superpotencias. Buenos Aires, 1983. En el mismo sentido, ver
Ambrose S.: Hacia el poder global. Bs. As., 1992, pp. 272-285.
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muestran las posiciones de los “europeístas” —tanto los conservadores como De Gaulle,
como los liberales y socialdemócratas—, durante los años ’60 fue precisamente cuando los
países de la CEE fueron afirmando su determinación de marchar como objetivo último
hacia su integración política, a fin de recuperar por vía de la asociación la posición
hegemónica que habían detentado durante varios siglos antes del XX y que las rivalidades
intraeuropeas los habían llevado a perder.
No sería un camino fácil, ya que la conformación del mercado común (y
especialmente de la unión aduanera) impulsó a las corporaciones estadounidenses a
instalarse en el interior de la CEE para aprovechar el poderoso mercado interno de la
Europa regionalizada evitándose los aranceles comunitarios. Y lo hicieron tan
masivamente que, promediando la década de 1960, las burguesías europeas temieron que
sus países fueran reducidos a una condición de dependencia respecto de los monopolios
norteamericanos: “Lo más impresionante es el carácter… estratégico de la penetración
industrial americana… —subrayaba Servan-Schreiber en un famoso libro de 1967—. Ya
en 1963… las firmas americanas controlaban en Francia: 40% de la distribución del
petróleo, 65% de la producción de películas, 65% del material agrícola, 65% del material
de telecomunicaciones…” 30. Y concluía: “Europa demostró hace diez años [es decir al
fundarse la CEE] que sentía el desafío del poder americano y empezaba a contestarlo. En
1967 ya puede hacerse el balance: Europa creó un mercado, no un poder. Y este mercado,
como hemos visto, no funciona en su beneficio sino en el de la organización industrial
americana” 31 (resaltado en el original).
Sin embargo, y paralelamente, también fue el proceso integrador el que sentó las
bases de la afirmación europea en la competencia con Estados Unidos, preanunciando ya
entonces —en el contexto de la dura competencia bipolar— el desemboque de ese proceso
en lo que otros autores percibían como “una nueva superpotencia”: “Por un lado estaba el
deseo de recuperar parte del control de las áreas perdidas del mundo, hacia el Este y hacia
el Sur; por el otro, el deseo igualmente fuerte de librarse de la dominación ejercida por
Estados Unidos. El método era claro: unirse, integrarse en torno a unos pocos problemas…
y empezando con pocos Estados… Después se agregó a los instrumentos políticos… el
recurso de explotar el resentimiento del mundo en general hacia un Estados Unidos
dominante, pero en declinación”32.
Desde luego, no sólo la competencia estadounidense se interponía en el camino
ascendente de las burguesías europeas. En la carrera por la “competitividad” frente al
imperialismo norteamericano, y con el resguardo que para las masas trabajadoras
implicaba la densa red de protecciones sociales que esas mismas burguesías habían debido
conceder durante la posguerra por temor a la revolución, Europa fue también en esos años
escenario de un marcado ascenso de las luchas sociales, así como de profundos

30
Servan-Schreiber J. J.: El desafío americano. Madrid, 1972, pp. 24-25.
31
Servan-Schreiber J. J., op. cit., p. 127.
32
Galtung J.: La Comunidad Europea: una superpotencia en marcha. Buenos Aires, 1976, p. 262.
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cuestionamientos ideológicos a las propias bases de la sociedad capitalista, en particular en


el llamado “Mayo Francés” de 1968, el “Otoño caliente” italiano y los masivos
movimientos estudiantiles en Alemania e Italia, coincidentes en el tiempo con la
resistencia checoslovaca a la invasión soviética 33.

Conclusión

El llamado “mundo bipolar” no se originó con la terminación de la 2ª Guerra


Mundial, sino con el cambio de naturaleza de la “guerra fría” a partir de las profundas
transformaciones experimentadas desde mediados de los ’50 por la URSS que dieron paso
—en un proceso— a su conversión en una superpotencia en competencia con los EEUU
por la hegemonía mundial. Este proceso enmarca —y de él es inescindible— el análisis de
las relaciones económicas, políticas y estratégicas internacionales del período bipolar en
los ámbitos global y regionales.
Hacia fines de la década de 1950, y más visiblemente en la de 1960, la “guerra fría”
ingresó en una segunda etapa, cualitativamente distinta de los anteriores 10 o 15 años de
posguerra. La conversión de la URSS en una nueva superpotencia impulsó un proceso de
militarización mundial, del que la carrera armamentista entre las dos superpotencias era
sólo parte. El gasto militar se constituyó en un rubro fundamental del presupuesto de esos
países, y también del de las potencias europeas, aunque menor en el rubro específicamente
armamentístico.
Al mismo tiempo, también entró en un nuevo período el amplio movimiento de
descolonización que en una década y media desde 1945 transformó a decenas de países de
Asia y África en naciones independientes. En una parte de ellos, el atraso económico y la
persistencia de viejas estructuras económico-sociales feudales de la época colonial hizo
que volvieran a caer en condiciones de dependencia extrema, entonces conocidas como
neocolonialismo. En otros, la concreción de revoluciones profundas en base al
derrocamiento de las viejas clases privilegiadas y asociadas al capital extranjero, y la
realización por nuevos gobiernos populares de cambios sustanciales en la estructura de
tenencia de la tierra y la nacionalización de palancas económicas decisivas, les permitió
abrir paso a condiciones de notable crecimiento económico y de mayor equidad social. En
otros, aún, la lucha por su emancipación nacional y social todavía estaba en curso, como
sucedía con los pueblos de la península indochina en guerra contra la intervención militar
norteamericana.
La “guerra fría”, en consecuencia, aunque atañía principalmente a las dos
superpotencias, impregnaba el conjunto de la situación mundial, involucraba de lleno
también a otras potencias como las europeas y el Japón, y afectaba directamente a los

33
Sartre J. P.: Alrededor del 68. Ed. Losada, Bs. As., 1973.
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18

países del “tercer mundo” en pugna por su liberación o en proceso de construcción de sus
nuevas sociedades independientes.
Los años ’60, por consiguiente, constituyeron un período complejo. Por entonces, el
notable crecimiento económico internacional sólo parcial y localizadamente se tradujo en
mejoras sociales y de las condiciones de vida populares. “Resulta ahora evidente que la
edad de oro correspondió básicamente a los países capitalistas desarrollados… La edad de
oro fue un fenómeno mundial, aunque la generalización de la opulencia quedara lejos del
alcance de la mayoría de la población mundial: los habitantes de países para cuya pobreza
y atraso los especialistas de la ONU intentaban encontrar eufemismos diplomáticos” 34.

Bibliografía consultada y de referencia

• Academia de Ciencias de la URSS. Instituto de Historia: Compendio de historia de la


URSS. Ed. Progreso, Moscú, 1966.
• Ambrose, Stephen: Hacia el poder global. G.E.L., Buenos Aires, 1992.
• Ashworth, William: Breve historia de la economía internacional. FCE, Madrid, 1978.
• Beloff, Max: Europa y los europeos, Barcelona, 1961.
• Cipolla, Carlo M. ed.: Historia económica de Europa. Vol.5, El siglo XX. Barcelona, 1981.
• Daubier, Jean: A history of the Chinese Cultural Revolution. Random House, U.S.A., 1971.
• Dell, Sidney: Bloques económicos y mercados comunes, México, 1965.
• Dickhut, Willy: Restauración del capitalismo en la Unión Soviética. Bs. As., 1994.
• Dobb, Maurice: Capitalismo, crecimiento económico y subdesarrollo. Barcelona, 1964.
• Duroselle, J.-B.: Europa, de 1815 a nuestros días. Ed. Labor, Barcelona, 1978.
• Echagüe, Carlos: El otro imperialismo. Ed. Ágora, 1984.
• Echagüe, Carlos: “La superioridad del socialismo y las causas de la restauración”. Ponencia
en Seminario Internacional Historia y actualidad de la revolución socialista, Bs. As.,
21 y 22-11-1998.
• Echagüe, Carlos: Revolución, restauración y crisis en la Unión Soviética. Ed. Ágora, Bs.
As., 2010.
• Fontaine, André: Historia de la Guerra Fría. Ed. Luis Caralt, Barcelona, 1970.
• Gaddis, John L.: Estrategias de la contención. Una evaluación crítica de la política de
seguridad norteamericana de posguerra. G.E.L., Bs. As., 1989.
• Galtung, Johann: La Comunidad Europea: una superpotencia en marcha. Nueva Visión,
Buenos Aires, 1976.
• Gilpin, Robert: La economía política de las relaciones internacionales. G.E.L., 1990.
• Goldstein D., Jardim J. y Jaubert A.: Vietnam. Laboratorio para el genocidio. Bs. As.,
1972.

34
Hobsbawm E.: Historia del siglo XX. Barcelona, 1995, p. 262.

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