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SINOPSIS

No quise decir que estaba comprometido con un multimillonario


atractivo, simplemente se me escapó.
En mi defensa, me había hecho un corte de pelo muy malo, había bebido
mucho y estaba intentando salvar la cara frente a la chica mala de mi reunió n
del instituto.
Por suerte para mí, conozco a un multimillonario muy atractivo. Hwang
Hyunjin y yo somos amigos desde siempre, y aunque las grandes reuniones
sociales no son lo suyo, lo llamé desde el armario de los abrigos y le pedí un
favor: aparecer y hacer de mi falso prometido durante la noche.
Excepto que la noticia de nuestro compromiso se extiende como un reguero de
pó lvora. Nuestras familias está n extasiadas. Somos noticia de primera plana. Mi
pequeñ o blog de comida es lanzado a la estratosfera.
Por supuesto, me ofrezco a poner las cosas en claro de inmediato, pero
Hyunjin quiere darle un poco de tiempo: el falso compromiso está
manteniendo a su madre loca por el matrimonio y a todas las abuelas
casamenteras de la ciudad fuera de su alcance.
Incluso me sugiere que me mude con é l para que la treta sea má s real.
Y no nos detenemos ahí.
Practicamos los besos. Desnudarnos mutuamente. Diciendo cosas -y haciendo
cosas- que nunca nos atreveríamos si no estuvié ramos fingiendo. Porque todo
es para aparentar, ¿no? Só lo estamos jugando a los roles. Hyunjin no quiere
una relació n real, y yo no quiero salir herida. Pero cuanto má s tiempo
pasamos fingiendo, má s empiezo a preguntarme.
¿Hwang Hyunjin y yo podríamos ser el uno para el otro, o es todo una gran
provocación?

Cloverleigh Farms #8

Melanie Harlow
Para Alice, Carrie, Heather, Helen, Laura, Lauren, Renee y Tina, con aprecio y
gratitud.

Melanie Harlow
"No puedes quedarte en tu rincó n del Bosque esperando que los demá s vengan a
ti. A veces tienes que ir a ellos".
A.A. MILNE

Melanie Harlow
CONTENIDO
1. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 6
2. HYUNJIN …………...…………………………………… Pá gina 19
3. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 34
4. HYUNJIN …………...…………………………………… Pá gina 43
5. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 56
6. HYUNJIN …………...…………………………………… Pá gina 70
7. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 84
8. HYUNJIN …………...…………………………………… Pá gina 98
9. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 111
10. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 119
11. …………...…………………………………… Pá gina 127
HYUNJIN
12. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 139
13. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 151
14. …………...…………………………………… Pá gina 161
HYUNJIN
15. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 176
16. …………...…………………………………… Pá gina 186
HYUNJIN
17. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 190
18. …………...…………………………………… Pá gina 198
HYUNJIN
19. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 205
20. …………...…………………………………… Pá gina 211
HYUNJIN
21. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 215
22. …………...…………………………………… Pá gina 219
HYUNJIN
23. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 229
24. FÉ LIX …………...…………………………………… Pá gina 236
EPÍLOGO …………...…………………………………… Pá gina 248
Melanie Harlow
UNO

Félix
Era un mal día incluso antes de tomar las tijeras.
No es que me haya dado cuenta. De hecho, me sentía muy bien esa
mañ ana.
Claro, acababa de cumplir veintiocho añ os y estaba de vuelta en casa
viviendo con mis padres, pero eso era só lo temporal. Esta noche, en la reunió n de
mis diez añ os de instituto, cuando la gente me preguntara qué estaba haciendo
con mi vida, tenía una respuesta preparada.
¿Yo? Oh, diría que soy una emprendedora. Empecé una empresa de
catering vegetariano y un blog de comida llamado The Veggie Vixen. Hice algunos
de los aperitivos esta noche. ¿Has probado los buñuelos de calabacín?
No estaba en el escaló n superior de los influencers de las redes sociales de
estilo de vida ni nada por el estilo, y todavía tenía un trabajo a tiempo parcial
como sous chef, pero mi nú mero de seguidores estaba creciendo constantemente,
y la noche anterior The Veggie Vixen había atendido su primer evento a gran
escala: una boda en Cloverleigh Farms.
Mi hermana mayor, Millie, era la organizadora de eventos en Cloverleigh, y
aunque la novia había sido un poco difícil de tratar durante la planificació n -
exigiendo una recepció n enorme y de alto nivel con todos los adornos con un
presupuesto de ganga y preguntando por qué no podíamos "mover una escalera"
para que pudiera hacer su entrada con la luz dá ndole de una manera
determinada-, Millie y yo habíamos logrado organizar un evento hermoso para é l,
a pesar de las lluvias torrenciales de verano que hicieron necesario un cambio de
ú ltima hora a una ceremonia y una hora de có ctel en el interior. La novia y todos
sus invitados alabaron la comida, las flores y el servicio durante toda la noche.
Así que cuando miré mi teléfono y vi la notificació n de Dearly Beloved (la
aplicació n de planificació n de bodas má s popular que existe) de que por fin tenía
mi primera reseñ a, tomé mis lentes de la mesita de noche y me puse a buscar el

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perfil de The Veggie Vixen para verlo.

¡¡¡ASQUEROSO Y SOBREVALORADO!!!
Reseñ a por: He Put A** Ring On It1
No soy vegetariana, pero pensé que sería más barato no servir carne
en mi boda. ME EQUIVOQUÉ. Todo era muy caro y tenía un sabor terrible.
Las tostadas de queso estaban empapadas y hasta las albóndigas no tenían
carne. No quería verduras feas y aburridas en mi boda, pero eso fue
exactamente lo que obtuve. Si pudiera, no daría ninguna estrél.
Simplemente asqueroso. NO LO RECOMIENDO. Quiero que me devuelvan el
dinero.
―¡Tostadas de queso! ―grité ―. Mis crostini de aguacate, granada y chèvre
no son tostadas de queso.
Lo leí una y otra vez, con todo mi cuerpo temblando de rabia. Luego llamé
a Millie.
―¿Hola? ―dijo é l, con la voz baja y entrecortada, como si hubiera estado
dormida.
―¡No he servido nada empapado! ―grité.
―¿De qué está s hablando? ¿Qué hora es?
―Son las ocho y media. ¡La novia de anoche ha dejado una crítica de
mierda en mi pá gina de Dearly Beloved!
―¿Lo hizo? ―Millie sonaba má s alerta.
―¡Sí! Una crítica totalmente horrible de una estré l.
―Espera. Déjame buscar mi portá til.
Me agarré un puñ ado de pelo y tiré de é l, preguntá ndome si era posible
conseguir que se retirara una mala crítica. No se podía mentir en una crítica,
¿verdad? ¿No era eso como una difamació n o algo así?
―Oh, Jesú s ―dijo Millie―. Esto es una locura. Me dijo cuando se fue lo
feliz que estaba con todo. ―Mi hermana se echó a reír―. '¿Ni siquiera las
albó ndigas tenían carne?' ¡Eran vegetarianas! ¿Qué esperaba?
―No es divertido, Mills. ―Tirando las sá banas a un lado, me levanté de la
cama y me dirigí a mi tocador, donde empecé a rebuscar en mi bolsa de
maquillaje, buscando unas tijeras. Necesitaba tijeras.
―¿Sabes qué ? ―dijo Millie―. Tengo una notificació n de que las Granjas
Cloverleigh también tienen una nueva reseñ a de Dearly Beloved ―luego gimió ―.

1 Le puso un anillo en el Cu**

Melanie Harlow
Parece que ha estado ocupada esta mañ ana. ¿Por qué está en línea publicando
críticas de mierda? ¿No debería estar haciendo las maletas para su luna de miel o
algo así?
―¿Qué dice la tuya?
―Dice: 'Las peonías estaban marchitas, las tostadas de queso estaban
empapadas, el personal era grosero y el vodka estaba aguado. Todo era barato,
barato, barato, a pesar de que pagué mucho dinero. No sé có mo este lugar tiene
tantas buenas críticas, ellos arruinaron mi boda. Mi ceremonia ni siquiera fue en
el lugar que me habían prometido. Quiero que me devuelvan el dinero. Esta
ú ltima frase está en mayú sculas, por cierto.
Mi temperamento se encendió de nuevo, junto con mis fosas nasales.
―Esas. No . Eran. Tostadas de queso.
―Relá jate ―me tranquilizó Millie―. Obviamente, es só lo un intento de
sacar dinero.
―Pero la gente en esta aplicació n no sabe eso, Millie. Só lo ven una crítica
de una estré l y asumen que sirvo mala comida.
―¿Quié n va a escuchar realmente a una mujer que se refiere a sí
misma como "Le puso un anillo en el culo"? Ahí mismo, es obvio que su gusto es
cuestionable.
―Para ti es fá cil decirlo ―abandoné mi bolsa de maquillaje y crucé
furiosa el pasillo hasta el bañ o, donde empecé a abrir cajones y a rebuscar en
ellos―. Cloverleigh Farms ha existido desde siempre, y su reputació n está
consolidada. Ya tiene un milló n de buenas críticas en Dearly Beloved, pero
The Veggie Vixen es nuevo, y ahora mi ú nica crítica dice que es asqueroso y
simplemente asqueroso.
―Si te molesta tanto, responde. Discú lpate por su experiencia negativa,
dile que siempre quieres que tus clientes esté n contentos y sugié rele que se
ponga en contacto contigo directamente. Y si realmente quiere que le devuelvas el
dinero, dá selo.
―Voy a estar siempre en la ruina ―me quejé , empujando latas de
productos para el cabello.
―No, no lo hará s. Has montado un negocio. Eso significa costes por
adelantado, pero eres buena, Fé lix . Ganará s dinero. ¿Qué es todo ese ruido?
Golpeé un cajó n.
―Estoy en el bañ o buscando algo.
―No las tijeras, espero.
―Tú lidias con el estré s a tu manera, yo lo hago a la mía.
―Fé lix MacAllister, no te cortes el pelo. Es só lo una aplicació n.
―Pero es el má s importante para conseguir actuaciones de catering y lo
sabes. Las fiestas de compromiso, los almuerzos de novios... todos ellos se
reservan a travé s de Dearly Beloved. Incluso la gente que planea eventos no

Melanie Harlow
relacionados con la boda utiliza esa aplicació n.
Salí del bañ o y bajé las escaleras. Todavía estaba en pijama -una camiseta
de gran tamañ o que tenía desde siempre y que decía: Ven del lado de los nerds.
Tenemos Pi, pero de todos modos no había nadie en casa. Mi padre estaba
obsesionado con su partido de golf de los sá bados por la mañ ana, mi madrastra,
Frannie, tenía una panadería en el centro y siempre estaba fuera de casa antes
del amanecer, y mis hermanas gemelas de diecisiete añ os, Emmeline y Audrey,
eran socorristas en la playa pú blica este verano. Los sá bados tenían que
presentarse a las ocho de la mañ ana.
Tenía una cuarta hermana, Winifred, que tenía veinticuatro añ os -Millie,
Winnie y yo é ramos del primer matrimonio de nuestro padre-, pero Winnie vivía
en un piso del centro, justo al lado de su novio, Dex, bombero y padre soltero.
Todo el mundo tenía una vida mejor que la mía.
―Tienes como dos mil seguidores en tu Instagram ―dijo Millie, siempre
optimista―. Eso es mucho.
―La verdad es que no. Y eso no es lo mismo que una crítica ―en la cocina,
abrí el cajó n de los trastos. Al ver unas tijeras, sonreí alegremente. Luego las
tomé , abrié ndolas y cerrá ndolas varias veces, con la sangre acelerada―. Las
reseñ as son las que traen nuevos negocios. Me he dejado la piel para ganar
adeptos, y esto me ha hecho retroceder a la línea de salida... ¡no, es peor que eso!
Al menos, cuando empecé , estaba en terreno neutral. Ahora estoy en un terreno
empapado. Me estoy hundiendo.
―Está s bien. ¿Necesitas que vaya?
―No estoy bien. Estoy humillada y sin dinero, nunca podré mudarme de la
casa de papá y Frannie, y puedo despedirme de la idea de conseguir un contrato
para un libro de cocina. He fracasado en mis sueñ os, Millicent. Pero al menos he
encontrado las tijeras.
―¡No hagas nada precipitado!
Dejé el teléfono en la encimera, agarré una madeja de pelo delante de mi
cara y me corté un poco.
―Demasiado tarde.
―¡No! ¡Deja de cortarte el pelo! ―Millie gritó lo suficientemente alto para
que pudiera escucharla.
―Relá jate, só lo me estoy recortando un poco ―disfrutando de la oleada de
adrenalina, corté un poco má s, justo en el puente de mi nariz―. El flequillo está
de moda.
―¡El flequillo no! Cualquier cosa menos el flequillo.
―Tengo que irme. Necesito un espejo. ―Le colgué y llevé las tijeras al
cuarto de bañ o del primer piso, donde corté al azar má s de mi largo cabello
oscuro. Al principio me limité a la parte delantera, pero una vez que mi
corazó n se aceleró , decidí cortar tambié n la parte trasera. Hacía mucho tiempo
que no lo hacía; había olvidado lo liberador que era.

Melanie Harlow
Recogiéndolo con una mano, coloqué las tijeras con cuidado. Las hojas se
juntaron una y otra vez, cortando las hebras con un satisfactorio corte metá lico.
Cortar. Cortar. Cortar.

***

Varios minutos despué s, la adrenalina se desvaneció mientras miraba


mi reflejo. Tristes mechones de pelo ensuciaban el lavabo.
―Oh, mierda.
Intenté emparejar el flequillo pero só lo conseguí acortarlo y despuntarlo.
―¡Mierda!
Lo peor es que debería haberlo sabido. Llevaba cortá ndome el pelo por
estrés desde los seis añ os, desde la noche en que escuché aqué l cosa horrible, y nunca
acababa bien.
Durante un par de minutos me sentí muy bien, pero nunca valió la pena el
problema en el que me metí cuando los adultos vieron lo que había hecho.
Aunque, despué s de que mi padre y Frannie se casaran, é l a veces me llevaba a
escondidas a la peluquería para que un profesional intentara mitigar el dañ o
antes de que mi padre lo viera, y nunca se enfadaba conmigo. Siempre lo
entendió .
Pero cuando llegué a la adolescencia, rechacé su ayuda: era mi estré s, mi
pelo, mi problema. Quería solucionarlo por mi cuenta, y para empezar no era una
reina de la belleza. Un corte de pelo raro no iba a suponer una gran diferencia en
mi estatus social -los chicos de la banda de mú sica y del Club de Química no
juzgaban demasiado las apariencias externas- y, de todas formas, mis narices
sangrantes eran má s embarazosas que mi flequillo desigual.
Pero esto ponía un gran obstá culo en mi plan de sorprender a todos en la
reunió n de esta noche con mi elegancia y sofisticació n.
Tal vez podría llevar un sombrero. Una boina alegre, algo que dijera:
Sigo siendo extravagante, pero ahora tengo más confianza en mí misma y no
me importa lo que pienses de mí. Algo que obligara a las chicas malas como
Wongyoung Pepper-Peabody a comentar: Vaya, has recorrido un largo camino
desde el instituto.
Dios, quería que eso fuera cierto.
Quiero decir, prá cticamente iba a cumplir los treinta añ os. ¿No se suponía
que a esa edad ya debías tener tus cosas claras? A los veintiocho, mi padre tenía
dos hijas y estaba sirviendo a su país como marine. Frannie tenía una pastelería
y planeaba su boda. Incluso Winnie, cuatro añ os má s joven que yo, tenía un
só lido control de su vida, incluyendo un trabajo que le gustaba y un sexy novio
bombero. Millie era cuatro añ os mayor, pero estaba establecida en su carrera y
tenía una casa. Incluso las gemelas tenían trabajos, novios y cortes de pelo
normales.

Melanie Harlow
Me sentí como la ú ltima Lee en pie. Me trajo recuerdos de cuando era la
ú ltima niñ a elegida para los equipos en la clase de gimnasia. Todavía podía
sentir que el resto de los chicos me miraban a mí y a los otros no atletas
desde su lado del gimnasio. El lado genial. El lado elegido.
¿Será esta noche lo mismo de nuevo?
Con resignació n, limpié todos el cabello del bañ o y barrí el suelo de la
cocina. Luego me preparé una taza de café y revisé mi telé fono: Millie había
llamado dos veces y había dejado varios mensajes de texto en mayú sculas.
DEJA DE CORTAR.
ESTO NO VALE LA
PENA.
NO NECESITAS FLEQUILLO, NECESITAS
CAFEÍNA. TAL VEZ UN TRAGO DE WHISKY.
Le devolví la llamada.
―Hola.
―¿Lo hiciste?
―Sí.
―Tu reunió n es esta noche, ¿verdad?
Suspiré y tomé un sorbo.
―Sí.
―¿Por qué no te recojo y vamos al centro, tomamos un café y rogamos a
una peluquería que te haga un hueco para una cita de emergencia?
―No es realmente una emergencia ―contesté , aunque el espejo podría
estar en desacuerdo.
―¿Es mejor o peor que el día de la boda de papá y Frannie?
―Peor ―admití―. Pero mejor que la noche antes de la selectividad.
―Envíame una foto ―dijo con su voz de hermana mayor mandona.
Hice una mueca.
―Probablemente no sea una buena idea.
―Envíame una foto.
―Bien, pero sé amable. ―Me acerqué a la ventana, como si una mejor
iluminació n pudiera ayudar.
Despué s de tomar un selfie, se lo envié a Millie.
Mi hermana jadeó .
―Dulce Jesú s.
―¡Dije que fueras amable!
―Bien. No te asustes. ¿Qué vas a llevar esta noche? ―Millie se había
Melanie Harlow
puesto en modo de planificadora ejecutiva de eventos, y su tono era muy serio.
―No lo sé ―la moda no era mi especialidad―. ¿Tienes algú n consejo?
―Ponte un fabuloso traje corto con un gran par de tacones. Muestra tus
piernas. Eso quitará la atenció n tu pelo.
―No tengo traje s fabulosos. He pasado casi todas las noches de los
ú ltimos cinco añ os en una cocina. ¿Me puedes prestar algo?
Se rió .
―Fé lix , mis traje s no te van a quedar bien.
―Podría rellenar mi sujetador.
―Tendrías que rellenar mucho má s que eso ―dijo con ironía.
Suspiré , envidiosa como siempre de las formas femeninas de Millie. Mi
cuerpo era sobre todo á ngulos y aristas, mientras que el suyo era todo curvas
suaves y sexys.
―Ojalá tuviera una cita esta noche. Eso lo haría má s fá cil.
―Tengo otra boda aquí, pero tal vez Winnie podría ir contigo.
―¿Aparecer con mi hermana pequeñ a? ―casi me atraganté con mi café ―.
Eso es peor que ir sola.
―¿Qué pasa con Hyunjin ?
Mi corazó n dio un pequeñ o respingo al escuchar su nombre.
―Dijo que absolutamente no la primera vez que le pregunté . Pero supongo
que podría preguntarle de nuevo.
Hwang Hyunjin había sido mi mejor amigo en el instituto, un nerd
matemá tico socialmente torpe como yo que prefería los libros a las personas, que
tocaba en la banda de mú sica y que podría haber sido titular en el deporte de la
intranquilidad si fuera un deporte universitario. (En realidad, los dos fuimos
titulares en atletismo; correr es la ú nica cosa deportiva en la que soy decente,
probablemente porque no implica balones, redes o coordinació n mano-ojo). La
ú nica gran diferencia entre Hyunjin y yo era que cuando yo me ponía nerviosa,
soltaba cosas raras, y cuando é l se ponía ansioso, se callaba.
Pero nunca se burló de mis malos cortes de pelo ni de mis narices
ensangrentadas, y nunca me importó su aversió n a los eventos sociales ni sus
ocasionales ataques de pá nico en lugares concurridos. Aprendí a leer las señ ales
y supe cuidar de é l. Juntos fuimos co-capitanes del Equipo de Matemá ticas y co-
fundadores del Club de Química, y los viernes por la noche, a veces venía y se
sentaba en la encimera de la cocina mientras yo horneaba, y luego veíamos
películas de ciencia ficció n, comiendo lo que yo había hecho.
Incluso teníamos nuestro propio có digo secreto, que en realidad no era
má s que el cifrado francmasó n2, utilizado hace siglos durante las Cruzadas por
los Caballeros Templarios. Durante un tiempo, nos pasá bamos notas encriptadas
2 El cifrado francmasó n es un cifrado por sustitució n simple que cambia las letras por símbolos basá ndose en
un diagrama

Melanie Harlow
durante las clases só lo por diversió n, y nos parecía divertidísimo que los niñ os las
tomaran y nos amenazaran con leer nuestras "notas de amor" en voz alta. Nos
sentíamos como si les estuvié ramos tomando el pelo cuando no podían descifrar
el texto, aunque no estoy segura de que eso contribuyera a mejorar nuestro
estatus social.
(Y, francamente, aunque alguien hubiera descifrado nuestro có digo, lo
que má s pasá bamos de un lado a otro eran citas de Star Trek).
Mi familia siempre estuvo convencida de que está bamos enamorados en
secreto y se burlaba de mí sin cesar, pero nuestra relació n era cien por cien
plató nica. La verdad es que me sorprendió que me pidiera ir al baile de fin de
curso -hoy en día, tengo la sensació n de que su madre lo sobornó con un
telescopio de lujo o algo así-, pero acabamos pasá ndolo bien y é l estaba muy
guapo con su traje y su corbata. Incluso bailamos una vez y, cuando terminó la
canció n, dijo: «No ha sido tan malo como pensaba». Creo que nos dimos la
mano al final de la noche.
Hubo una noche en la biblioteca en la que pensé que podría besarme, y yo
quería que lo hiciera, pero, como siempre, solté una estupidez y el momento pasó
de largo.
Despué s del instituto, Hyunjin había ido al M.I.T. para estudiar
matemá ticas y física, y má s tarde hizo una fortuna de mil millones de dó lares
gracias a un algoritmo que había creado. De hecho, fue el multimillonario
estadounidense má s joven que se hizo a sí mismo. Vivió en California durante
añ os, pero estaba en la ciudad durante el verano, alojá ndose en una preciosa
cabañ a a unos veinte minutos de la ciudad.
―Lo llamaría ahora mismo ―dijo Millie.
―Odia el teléfono.
―¿Por qué ?
―Porque implica hablar con la gente. Le gustan má s los nú meros que
las palabras.
Millie se rió .
―Supongo que por eso él es multimillonario y nosotros somos nosotros.
Alguien me preguntó el otro día a qué se dedica, todo el mundo habla de é l, y no
supe ni qué decir.
―Mi respuesta es siempre: 'Ha cofundado una bolsa de criptomonedas
llamada HFX'. Pero no me pidas que te lo explique ―le di un sorbo a mi café―.
Cada vez que intenta decirme qué es, me pierdo.
―¿Có mo puede ser eso? Tú también eres un genio de las matemá ticas,
señ orita que se saltó el primer grado. Todos sabemos que hacías complejas
ecuaciones algebraicas cuando los demá s aprendíamos B dice buh.
Me reí, apoyá ndome en el mostrador.
―El tipo de matemá ticas que hace Hyunjin va má s allá del á lgebra. No se
llega a ser multimillonario resolviendo la x.

Melanie Harlow
―Hablando de eso, uno pensaría que un multimillonario querría pasar sus
vacaciones de verano en algú n lugar má s lujoso que el norte de Michigan ―dijo
Millie.
―Bueno, su familia está aquí, y Hyunjin no es realmente del tipo lujoso,
aunque te aseguro que el lugar en el que se está quedando no es la típica cabañ a
en el bosque ―dije riendo―. Tiene como cuatro dormitorios, tres terrazas, una
cocina gourmet, una de esas chimeneas interiores/exteriores, techos de catedral,
enormes ventanas. Cuando miras hacia fuera, só lo ves á rboles.
―Bonito ―su tono se volvió juguetó n―. Suena como si estuvieras allí
mucho tiempo.
―Salimos un par de veces a la semana ―dije, tratando de mantener un
tono neutro.
Las cosas entre Hyunjin y yo seguían siendo completamente plató nicas,
pero había algo diferente en nuestra química este verano. Algo que se cocía a
fuego lento bajo la superficie. A veces pensaba en ir por todas, en besarlo para ver
qué pasaba.
Pero siempre perdía los nervios.
Hyunjin podía tener a cualquier mujer del mundo. Había visto fotos de é l
con actrices, supermodelos, herederas. Mujeres hermosas y famosas con las que
nunca podría competir. ¿Por qué avergonzarme intentando?
―Unas cuantas veces a la semana, ¿eh? ―se burló ―. Eso suena como
salir.
―No salimos, só lo pasamos el rato ―enjuagué mi taza de café y la metí en
el lavavajillas―. No le gusta salir en pú blico, lo que ya ocurría antes de ser una
celebridad, pero ahora es aú n peor. La gente se queda mirando sin vergü enza.
Las mujeres coquetean escandalosamente. Los chicos le piden consejos sobre las
acciones.
―¿De verdad?
―Sí. ―Me reí mientras subía las escaleras―. Corre en el parque sú per
temprano para no tener que lidiar con la gente, pero hay un grupo de ancianas
que se reú nen en el parque para hacer su Prancercise, que se llaman a sí mismas
las Prancin' Grannies, y lo adoran. Se acercan a contarle todo sobre sus nietas
solteras.
Millie resopló .
―Basta ya.
―Su propia madre es aú n peor.
―¿Todavía tiene la tienda del centro? ¿La que vende todos los cristales y
velas?
―Sí. Mystic on Main. É l está constantemente tratando de arreglar sus
citas con sus clientas ―entré en mi habitació n y me dejé caer en la cama. Las estréls
fosforescentes que había pegado en el techo seguían ahí, como si mis padres
hubieran sabido que iba a volver―. Como si lo llamara y dijera que tiene

Melanie Harlow
un problema con el ordenador en la tienda, o que no puede alcanzar algo en un
estante alto, y cuando é l se presenta para ayudar, no hay realmente un
problema, sino que hay una mujer que quiere presentarle. Se enfada mucho.
Millie se rió .
―¿Alguna vez habla de Zlatka?
Ignoré el pequeñ o rayo de celos que siempre me recorría cuando pensaba
en Hyunjin y Zlatka, una impresionante supermodelo lituana y la ú ltima chica
Bond. Habían salido durante unos meses la pasada primavera y los medios de
comunicació n se lo habían comido todo.
―No.
―Me pregunto si es verdad lo que dijo de él.
Mi estó mago dio una vuelta de campana.
―No tengo ni idea, y no voy a preguntar.
Millie se rió .
―No, supongo que no hay manera de que puedas decir: 'Oye, escuché que
te gusta atar a las mujeres y mandarlas en el dormitorio'.
―A la gente le gusta hablar.
―Especialmente sobre esas cosas ―dijo Millie―. Aunque si ves lá tigos,
cadenas o vendas en su armario, avísame. Parece tan opuesto a su personalidad
tranquila, pero nunca se sabe có mo es la gente a puerta cerrada.
Sentía curiosidad por aqué l puerta cerrada, pero necesitaba centrarme en
mi problema.
―De todos modos, ¿qué voy a hacer esta noche?
―¿Por qué ir? Simplemente no aparezcas.
―Porque voy a hacer el catering de algunos aperitivos, algo que tuve que
rogar, porque la presidenta de la reunió n quería ir con un solo proveedor, y no
quería todo vegetariano. Pero pensé que sería una buena publicidad.
―Tal vez puedas simplemente dejarlos allí.
―No quiero ser esa persona, Millie ―mi voz se elevó mientras me
sentaba―. No quiero que la gente me intimide. Quiero demostrarme a mí misma
que puedo mantener la cabeza alta frente a Wongyoung Pepper-Peabody, incluso
con un flequillo terrible.
―De acuerdo, de acuerdo ―el tono de Millie era má s suave―. ¿Quién
diablos es Wongyoung Pepper- Peabody?
―Es la presidenta de la reunió n, una chica con la que fui al colegio.
Hermosa, popular, ya sabes el tipo.
―¿Una chica
mala? Suspiré .
―Eso es complicado. No es que fuera malvada en mi cara, pero tenía una

Melanie Harlow
forma de reprenderte sin que pareciera que lo estaba haciendo. Si me sangraba la
nariz en clase, en lugar de preguntarme en privado si necesitaba un pañ uelo de
papel, me gritaba: "¡Ay! La nariz de Félix está chorreando cubos de sangre, y es tan
asqueroso". Y todo el mundo se reía o decía lo asqueroso que era.
―Um, eso es exteriormente mezquino.
―Sí, supongo que sí. ―Jugué con el dobladillo deshilachado de mi
camiseta―. Pero era tan popular, que podía salirse con la suya en todo.
―Bueno, esta noche es tu oportunidad de decirle que se vaya a la mierda.
Me reí.
―Ese no es mi estilo.
―Bien. Así que ve a demostrarle que ser popular en el instituto no significa
una mierda una vez que el instituto ha terminado. Y nunca se sabe, tal vez él perdió
su apariencia. Tal vez el karma la alcanzó y todo su cabello se cayó por decolorarlo
demasiado. Tal vez tiene diez grandes verrugas en la nariz.
―No. La veo por la ciudad y tiene el mismo aspecto que entonces ―pude
ver mi reflejo en el espejo sobre mi tocador―. Y yo tambié n.
―Aú n así. No puede hacerte sentir mal si no se lo permites.
―No se lo permitiré ―decidí, empujando mis lentes contra mi nariz.
Sin duda, eso sería má s fá cil si tuviera al multimillonario má s joven de
Estados Unidos hecho a sí mismo del brazo. Quizá yo no había llegado tan lejos
desde el instituto, pero Hyunjin sí, y algo de su brillo podría contagiarme.
Cerré los ojos y me imaginé a mí misma entrando en la reunió n con
Hyunjin , yo vestida con un minitraje y tacones, Hyunjin con un traje y una
corbata de infarto, dejando bocas abiertas por toda la sala.
¿Podrían ser realmente Fé lix Lee y Hwang Hyunjin , matemá ticos y frikis
de la banda? ¡Son tan geniales, tan pulidos, tan elegantes!
Sonriendo, abrí los ojos y marqué su nú mero.

Melanie Harlow
DOS

Hyunjin
Solía pensar que era má gico.
De niñ o, creía sinceramente que podía controlar el mundo con só lo hacer
ciertas cosas. Tocarme la nariz al entrar en una habitació n.
Salir de la cama con el pie derecho primero, nunca con el izquierdo.
Me negaba a ir en el lado izquierdo del asiento trasero del coche de mi
padre, só lo en el derecho. Esto a menudo significaba que tenía que salir corriendo
a la calzada antes de tiempo para poder vencer a mi hermana mayor Allie, que no
tenía poderes má gicos independientemente del lugar en el que se sentara en el
coche, pero sí tenía una increíble habilidad para presionar mis botones.
Si el viaje era por la autopista, tenía que sentarme con los brazos cruzados
sin decir una palabra hasta que pasaran diez coches. Si veía un tractor o una
moto, tenía que volver a empezar.
Si el viaje en el coche no incluía la autopista, tenía que mantener los pies
fuera del suelo todo el tiempo, o al menos hasta que pasá ramos dos señ ales de
stop o un semá foro.
Haciendo estos rituales pero sin hablar nunca de ellos (o la magia dejaría
de funcionar), me aseguraba de que todo siguiera bien en mi mundo, lo cual era
jodidamente genial por aquel entonces.
En quinto grado, yo era uno de los niñ os má s populares de la escuela. Era
bueno en matemá ticas y en bé isbol. Estaba en el consejo estudiantil y en la
banda. Gané el premio a la persona con má s probabilidades de ir al espacio y
también un certificado de asistencia asombrosa, porque nunca falté a la escuela.
(Solo yo sabía que eso era porque faltar o incluso llegar tarde alteraba el
equilibrio del universo y posiblemente debilitaba mis poderes, no porque nunca
estuviera enfermo).
Luego ocurrieron un montó n de cosas de mierda, incluyendo la pubertad,
y mi cerebro se rediseñ ó completamente.

Melanie Harlow
Fue entonces cuando empecé a odiar el telé fono.
O, má s concretamente, la sensació n de pavor que experimentaba cuando
me enfrentaba a ser el ú nico centro de atenció n de alguien al otro lado de la línea.
No te daban tiempo para pensar antes de tener que responder a las preguntas:
era como una bola rá pida que venía directamente a tu cabeza. No podías ver sus
reacciones a nada de lo que decías. No tenías ni idea de có mo te podían juzgar.
No tenías la oportunidad de sopesar el riesgo de cualquier posible respuesta. A
diferencia de un mensaje de texto o un correo electró nico, una conversació n
telefó nica te expone completamente.
Las evitaba a toda costa.
Así que cuando mi mó vil vibró en mi bolsillo trasero cuando estaba a
punto de salir de casa, casi lo ignoré . Si era importante, la persona que llamaba
dejaba un mensaje de voz. Luego escuchaba el mensaje y decidía si realmente era
importante y merecía un mensaje de texto de mi parte o, mejor aú n, una
respuesta de mi asistente en San Francisco. No había muchas cosas que me
hicieran responder o hacer una llamada en tiempo real.
Pero cuando vi quié n llamaba, lo atendí.
―Sabes que odio el teléfono.
―Así es ―dijo Félix ― y lo siento. Pero no creí que pudiera transmitir la
urgencia de este asunto en un texto.
Salí de la cocina hacia el garaje y cerré la puerta tras de mí.
―¿Está s bien? ¿Te sangra la nariz?
―No, no es eso.
―Bien. El recuerdo de esa ú ltima todavía me persigue ―me deslicé tras el
volante de mi todoterreno, recordando la forma en que su nariz había empezado
a sangrar repentina y violentamente mientras salíamos a cenar una noche cuando
é l vivía en Chicago hacía seis añ os.
Había estado en la ciudad por motivos de trabajo y tenía ganas de
ponerme al día con é l, ya que no nos habíamos visto mucho desde que nos fuimos
a la universidad: yo había pasado mis veranos en el campus del M.I.T. y Fé lix
había pasado los suyos trabajando para su familia en Cloverleigh Farms. Sabía
que había abandonado sus estudios de medicina en Brown para seguir su corazó n
y asistir a la escuela de cocina, pero me preguntaba si tambié n había cambiado en
otros aspectos.
¿Sigue amando la ciencia ficció n? ¿Sigue odiando las tormentas? ¿Sigue
estando unida a su familia? ¿Todavía se cortaba el pelo cuando estaba estresada?
¿Seguirían siendo fá ciles las cosas entre nosotros, o era tan diferente que ya no
me sentiría bien con é l? ¿Y si se sentía como una extrañ a?
Por suerte, en cuanto la vi entrar en la habitació n y sonreírme, supe que
todo iría bien. Se acercó corriendo a darme uno de esos abrazos que nunca había
sabido devolver, e incluso su olor me resultó familiar, como el del verano en casa.
Todavía llevaba lentes. Su pelo castañ o seguía pareciendo que se lo había cortado
é l misma recientemente. Todavía podía hacerla reír.

Melanie Harlow
Y mi corazó n seguía haciendo esa extrañ a cosa que se aceleraba cuando é l
se acercaba a mí, la cosa que me ataba la lengua y me calentaba las entrañ as y
ponía preguntas inquietantes en mi cabeza, como: ¿Cómo sería besarla? ¿Qué
haría él si le tomara la mano? ¿Debería decirle que quiero que seamos más que
amigos? Pero mis nervios siempre habían sido má s fuertes que mi atracció n.
Estaba seguro de que é l pensaría que estaba loco y me miraría de otra manera
si actuara en esos impulsos o dijera esas palabras en voz alta.
Verá s, puede que ya no sea má gico, pero tengo un horrible superpoder
que, combinado con mi talento matemá tico, me permite enumerar cualquier
nú mero de resultados catastró ficos para una situació n determinada. Y a mi
cerebro le encantaba enumerar todas las formas posibles en que las cosas
podrían desviarse si hacía el movimiento equivocado con Fé lix .
Pero esperaba que esa noche en Chicago fuera diferente.
Después de todo, yo era mayor. Era má s maduro. Había tenido alguna
experiencia en citas. Había tenido sexo con tres mujeres diferentes en la
universidad, y una de éls incluso dijo que yo era "sorprendentemente bueno" en la
cama para alguien tan tranquilo. (No era tan sorprendente para mí, ya que había
hecho una extensa investigació n en línea sobre có mo complacer a una mujer. Era
excelente en la investigació n). También había estado viendo a un terapeuta por mi
ansiedad, y él había notado la frecuencia con la que mencionaba a Fé lix ... ¿había
algo ahí? Me retó a averiguarlo.
Pero no había tenido la oportunidad. Fé lix tenía algú n tipo de trastorno de
los vasos sanguíneos que siempre le había provocado esas malditas narices
sangrantes, y a los treinta minutos de nuestra cena estaba claro que no las había
superado. Pasamos el resto de la noche en la sala de emergencias.
Lo tomé como una señ al de que alcanzar el otro lado de la mesa habría
sido un desastre. Que el universo me había salvado de la catá strofe al tiempo que
protegía mi amistad con Félix . Eso era algo con lo que no quería jugar.
Y cuando llegué a casa, le puse el modo fantasma al terapeuta. Que se
joda ese tipo.
―Sí, esa fue una mala, lo siento ―dijo―. Espero que hayan sacado las
manchas del mantel. Pero esto no implica sangre, lo prometo. Ni siquiera implica
hablar por telé fono.
Cambié la llamada a Bluetooth y salí del garaje.
―¿En qué consiste?
―Hacerme un favor.
―Te escucho.
―De acuerdo, pero antes de que te diga lo que es, tienes que prometerme
que al menos considerarás lo que tengo que decir.
―No está s clavando este argumento de venta, Lee ―me dirigí al camino de
entrada, que serpenteaba entre abedules y á rboles de hoja perenne y descendía
por la ladera hacia la carretera.

Melanie Harlow
―Lo siento, déjame intentarlo de nuevo ―se aclaró la garganta―. ¡Hola,
Hyunjin ! ¿Có mo está s?
Sonreí.
―Bien, teniendo en cuenta que estoy al telé fono.
―¿Corriste en el parque esta mañ ana?
―Sí.
―¿Estaban las Abuelas Prancin' por ahí?
―Con toda la fuerza. Acaban de recibir camisetas a juego, que les hacía
mucha ilusió n enseñ arme.
Fé lix se rió .
―¿Ah, sí? ¿De qué color?
―Yo lo llamaría Pepto Bismol Pink. Y está n deslumbradas, que es una
palabra nueva que he aprendido hoy.
―Estoy segura de que esa adició n a tu vocabulario le será ú til en su línea
de trabajo. Entonces, ¿qué está s haciendo?
―Voy a casa de mi hermana a cuidar a los niñ os para que se corte el pelo.
Neil trabaja hoy. ―El marido de Allie era un policía que hacía turnos de doce
horas. Le había ofrecido un trabajo de seguridad en HFX, pero ni él ni mi
hermana habían querido mudarse: el mayor estaba en la escuela primaria, mi
hermana era terapeuta infantil con una consulta en crecimiento y mis padres
vivían a la vuelta de la esquina.
―Eso suena divertido ―Fé lix hizo una pausa―. ¿Y esta noche? ¿Tienes
planes?
―¿Por qué ? ―pregunté , aunque tenía una corazonada sobre lo que iba a
pasar.
―Porque voy a ir a un sitio muy divertido, ¡y estaba pensando que quizá te
gustaría ir conmigo! ―dijo con exagerada excitació n.
―No está s hablando de la reunió n, ¿verdad?
―Habrá comida, bebidas y mú sica ―continuó , como si yo no hubiera
hablado― mucha gente que no hemos visto en diez añ os...
―Estaría encantado de pasar otros diez sin ver al noventa y nueve por
ciento de ellos.
―¡Y estoy haciendo buñ uelos de calabacín!
―Fé lix , ya me preguntaste si iría a esta cosa, y te dije que lo sentía, pero
no.
―¿No te gusta el calabacín?
―Me gustan los calabacines. Pero no me gustó mucho el instituto, no me
gustan nada los eventos sociales, y la idea de tener que entablar una
conversació n trivial con cualquiera de esas personas me da ganas de comer

Melanie Harlow
veneno para ratas.
É l suspiró .
―Sí, lo sé .
―Ademá s, tengo otros planes esta noche.
―¿Qué vas a hacer?
―Le prometí a mi padre que iría a su noche de pó ker del cuarteto de
barberos.
―Eso es social ―objetó é l.
―Es un poco social, y la verdad es que no me apetece hacerlo ―dije,
entrando en la carretera hacia el pueblo―. Pero só lo habrá cuatro viejos allí, y
estaremos ocupados con el juego de cartas. Habrá bocadillos y cerveza, pero no
habrá charla. Mínimo contacto visual. Nadie pidiendo selfies. No habrá abuelitas
saltando. Posiblemente tendré que soportar algunas armonías antiguas a cuatro
voces, y definitivamente seré sometido a un montó n de chistes de papá , pero
viviré .
―Me encanta que tu padre sea realmente un barbero en un cuarteto de
barbería.
―Los Clipper Cuts está n disponibles para velorios, bodas y todo lo demá s.
Satisfará n todas sus necesidades de entretenimiento.
Fé lix se rió .
―Bueno, mientras disfrutas de los bocadillos y las armonías, guarda un
pensamiento para mí que intento sobrevivir al instituto de nuevo, esta vez sola.
―Só lo evítalo, Fé lix ―la evasió n era mi especialidad.
―No puedo ―dijo él.
―¿Por qué no?
―Porque voy a hacer un catering de aperitivos y será una buena
oportunidad de negocio. Ademá s, podría tener que hacer un control de dañ os ―se
puso a contarme una mala crítica que había recibido esta mañ ana en alguna
aplicació n―. ¡Y es todo mentira! Esa novia alabó todo durante toda la noche.
―¿Quieres que compre la aplicació n y la
cierre? É l jadeó .
―Dios mío, ¿puedes? No, espera. No hagas eso, es algo muy ú til para
mucha gente y negocios. Pero no para mí en este momento.
―Tu negocio va a estar bien ―le dije―. Pero sé lo que se siente cuando la
gente habla mal de ti, y lo siento. ―Había un sinfín de rumores sobre mí: era un
robot de corazó n frío (en realidad no), era un imbécil arrogante (a veces), era un
Robinhood encubierto que robaba a los ricos para dá rselo a los pobres (cierto a
medias), era un jugador con fobia al compromiso (supongo que también cierto a
medias... evitaba el compromiso, pero no era un imbé cil), era tímido y reservado
en pú blico pero dominante y controlador en el dormitorio.

Melanie Harlow
La verdad es que ese me gustó .
―¿Significa eso que vendrá s conmigo esta noche? ―preguntó esperanzada.
―No. Pero si sobran buñ uelos de calabacín, trá elos mañ ana. Puedes
contarme có mo te fue.
É l suspiró .
―Bien. Pero si cambio de opinió n sobre la aplicació n, ¿realmente la
comprarías y la cerrarías por mí?
―En un abrir y cerrar de ojos.
―Gracias. Divié rtete con tu familia.
Colgamos, y me sentí culpable por haber rechazado su petició n de favor.
Creía en hacer cosas buenas por la gente buena, y Fé lix era tan buena como nadie
que hubiera conocido.
Aun así, ¿una reunió n del instituto? ¿Una sala llena de gente mirá ndome?
¿Juzgando cada una de mis palabras, o peor, mi incó modo silencio?
A la mierda con eso.
Unos minutos má s tarde, paré frente a la casa de mi hermana y estacioné
en la calle. Antes de salir del coche, miré mi teléfono y vi un mensaje de mi socio,
Changbin Hasbrouck.
La direcció n de su casa era San Francisco, pero como allí no eran ni las
ocho de la mañ ana, sabía que no estaba en California. Changbin era un bú ho
nocturno, lo que solía causar algunas fricciones entre nosotros cuando é ramos
compañ eros de habitació n en el M.I.T., ya que é l no era un bú ho nocturno
especialmente tranquilo y yo era un madrugador. Su familia tenía mucho dinero y
poseía varias casas de lujo por todo el mundo, y saltaba de un lugar a otro con la
misma facilidad con la que saltaba de una cama a otra, razó n por la que su
matrimonio de dos añ os ya estaba en crisis.
Ey, decía su texto. (Realmente odiaba el estereotipo de los medios de
comunicació n de los multimillonarios tecnoló gicos, pero la imagen encajaba a la
perfecció n con Changbin ). Cita final con Sam. El 28 de julio. No se puede retrasar.
Prepara tus músculos, hermano.
Sam se refería al Tío Sam, y la fecha que esperaba retrasar -de nuevo- era
la fecha en la que tenía que comparecer ante el Comité de Servicios Financieros
de la Cá mara de Representantes en D.C. Querían un testimonio sobre la
regulació n de la industria de los activos digitales en general y de nuestra bolsa de
criptomonedas en particular.
Se me apretaron las tripas. Hoy era el día 9. Tenía poco menos de tres
semanas.
Aunque sabía desde hace meses que esto iba a ocurrir, la idea de tener
que hacer una declaració n pú blica, en directo y televisada, y responder a las
preguntas sobre la marcha, fue casi suficiente para hacerme querer sacar dinero
de HFX y pasar a la clandestinidad.

Melanie Harlow
¿Pero qué clase de persona está tan jodida que ni siquiera puede soportar
la idea de defender el negocio que había ayudado a construir, especialmente si
eso significaba perder la mitad de su patrimonio? No es que el dinero lo sea todo.
Nunca me propuse hacerme rico, y sabía que el dinero no podía resolver todos los
problemas. De hecho, me gustaba regalarlo tanto como ganarlo: ¿qué sentido
tenía ser multimillonario si lo ú nico que hacías era acaparar tus riquezas?
¿Coleccionar yates y coches? Por el amor de Dios, ¿cuá ntos Porsches necesita el
ego de una persona? Yo quería hacer cosas importantes.
Pero sobre todo, quería lo que el dinero no podía comprar.
Quería ser el tipo de persona que podía testificar sin sudar, al menos no
visiblemente. El tipo de persona que pudiera vencer su miedo a ser expuesto y
sometido a presió n. El tipo de persona cuyo sistema nervioso no reaccionara
como si entrara en una guarida de leones furiosos cada vez que pensara en que
todos los ojos de la sala se dirigían a é l.
Los pensamientos incontrolables. El corazó n acelerado. El sudor, las
ná useas, la incapacidad de mi cabeza para encontrar palabras y de mi boca para
formarlas. La visió n borrosa. El mareo. La negativa de mis pulmones a respirar
completamente. El puro terror de saber que podría humillarme pú blicamente de
cien maneras diferentes, exponerme como un deficiente. Un fracaso. Un tonto. Un
fraude.
En realidad, dame los malditos leones. Me arriesgaría con ellos.

***

Caminé por el camino hasta la puerta de mi hermana y me detuve antes


de llamar, con el puñ o en alto: ¿eran las voces de mis padres las que escuchaba a
travé s de la ventana abierta de la cocina? La sonora carcajada de mi padre lo
confirmó un segundo después.
Allie abrió la puerta, con un brillo en los ojos.
―¿Qué está s haciendo?
―Decidiendo si quiero entrar. ¿Está n mamá y papá aquí?
É l asintió .
―Pasaron por aquí despué s de su paseo matutino del sá bado. Con
chá ndal a juego y todo.
―¿Hay alguna forma de evitarlos?
―¿Por qué necesitas evitarlos?
―Es que son ellos son como mucho. Mamá está encima de mí por lo que é l
llama mis problemas de evasió n emocional, tratando de arreglarme citas con sus
clientes chifladas a diestra y siniestra, y ya estoy saliendo con papá má s tarde
esta noche.
É l sonrió .

Melanie Harlow
―¿Noche de pó ker?
―Sí.
―Qué suerte tienes. Pero no puedes irte. Tengo que estar en el saló n en
veinte minutos, y mamá y papá tienen que trabajar hoy. Só lo vinieron a ver a los
niñ os rá pidamente ―suspiró con fuerza―. Les encanta pasar por aquí.
―Te dije que no compraras una casa a la vuelta de la esquina de ellos.
―Lo sé , lo sé ―levantó una mano―. Pero es una buena ubicació n y el
precio era correcto. No todos somos multimillonarios.
―Vete a la mierda, te dije que te ayudaría con una casa. Te negaste.
Sonrió triunfalmente.
―Lo hice, y me dio mucho placer. Así que gracias por eso. De todos modos,
cubriste mis préstamos estudiantiles, y eso fue mucho ―me dio una palmadita en
el pecho―. Tendrá s terapia gratis de mi parte de por vida.
―Justo lo que un tipo quiere, que su hermana mayor lo mande y diga que
es bueno para é l.
―Hablando de eso, ¿llamaste a la mujer de la que te hablé , Natalia Ló pez?
¿La que hace la terapia de aceptació n y compromiso? Siempre está reservada con
mucha antelació n, pero como favor a mí, me dijo que te metería.
―No. No llamo a la gente.
―¡Hyunjin ! No te gustó la terapia cognitiva conductual, y esta es otra
opció n. Un enfoque diferente. ¿Por qué no lo pruebas?
―Porque no lo necesito.
―¿Entonces testificar ante el Congreso no será un problema? ¿Cuá ntas
veces van a dejar que te salgas con la tuya para retrasarlo?
En lugar de contarle el mensaje de Changbin , fingí que la estrangulaba por
el cuello mientras entrá bamos en la cocina, que olía a bacon y gofres.
Mis padres se sentaron a la mesa con sus chá ndales a juego, el azul real
de é l y el morado brillante de é l. Tenían má s de sesenta añ os, pero no lo parecían.
Mi padre seguía teniendo una cabeza llena de pelo oscuro y grueso, que só lo
estaba ligeramente canoso por encima de las orejas, y un tupido bigote castañ o
que era su orgullo y alegría. Mi madre tenía una larga melena rubia y una
exuberancia parlanchina, y la ropa de colores brillantes la hacían parecer má s
una vidente de comedia de Hollywood que una abuela.
Si alguien les preguntaba cuá l era su secreto, tenían respuestas
diferentes. Mi padre juraba que eran sus aficiones las que le mantenían joven -el
hombre tenía má s aficiones que nadie que yo conociera, desde la jardinería hasta
el tai chi, pasando por su cuarteto de barbería- y mi madre afirmaba que era su
amor duradero lo que les mantenía con tanta energía. Creo que era una
combinació n de ambas cosas, ya que las aficiones de mi padre le llevaban a
menudo fuera de casa, lo que, segú n me confió una vez, favorecía bastante un
buen matrimonio.

Melanie Harlow
Mi sobrina, Keely, estaba en el regazo de mi madre, partiendo un gofre y
metié ndoselo en la boca como só lo un niñ o de dos añ os puede hacerlo. Mi sobrino
Jonas, de cuatro añ os, estaba echando un chorro constante de sirope sobre todo
lo que había en su plato: gofres, bacon, fresas cortadas. La mayor, Zosia, tenía
seis añ os y se concentraba en cortar su propio gofre bajo la atenta mirada de mi
padre.
―¡Hyunjin ! ―retumbó , mirá ndome―. ¿Sigues viniendo esta noche?
―¿Tengo alguna opció n?
―No, ya les dije a los chicos que estarías allí ―sonrió ―. Está n
entusiasmados por tener una celebridad en el partido, pero un poco preocupados
por tus profundos bolsillos.
―No soy una celebridad, papá ―murmuré , tomando una taza de café del
armario.
―Deberían preocuparse de que cuente cartas, no de que haga apuestas
altas ―dijo mi hermana, llenando mi taza de la olla.
―¡Hyunjin no ha hecho trampas ni un solo día en su vida! ―Mi madre
estaba indignada por este ataque a mi honor―. Y é l sabe que nada bueno viene de
tomar un centavo que no ganaste. Trae mala suerte.
Mi hermana y yo intercambiamos una mirada. Nuestra madre era famosa
por su superstició n, y uno de mis terapeutas pensaba que eso explicaba mi
creencia en los poderes má gicos cuando era niñ o. Puede que tuviera razó n, pero
no era realmente el avance que é l creía y definitivamente no merecía el precio de
esas sesiones. ¿Miles de dó lares só lo para que nos digan que nuestros padres
pueden jodernos? La gente llamaba a la criptomoneda un chanchullo, pero la
terapia era cien veces peor.
Le di a Allie un montó n de mierda sobre eso.
―¿Pero qué pasa si encuentras una moneda en la calle, abuela?
―preguntó Zosia―. ¿No da buena suerte?
―Depende de si la encuentras cara o cruz ―respondió con seriedad―. Los
antiguos romanos creían que si veías una moneda con la cara hacia arriba, daba
suerte, pero si tenía la cruz hacia arriba, debías darle la vuelta y dejarla para la
siguiente persona.
Mi hermana se rió .
―Lo tendré en cuenta por si me encuentro con alguna moneda romana
antigua. Mientras tanto, voy a predecir que ser un genio de las matemá ticas le da
a Hyunjin la ventaja en la mesa de pó quer esta noche.
―La ú nica ventaja que puede dar a alguien ser un genio de las
matemá ticas en la mesa de pó quer es saber que debe abandonar antes de tiempo
e irse a casa con todo su dinero ―dije, tomando un sorbo de café ―. La razó n por
la que los casinos son tan grandes es porque la mayoría de la gente no tiene ni
idea de có mo funciona la probabilidad.
―Hyunjin . ―Mi madre me estudiaba atentamente, como si intentara leer
mi
Melanie Harlow
mente. Era una costumbre suya―. ¿Está s bien?
―Estoy bien.
―No pareces estar bien.
―Estoy bien, mamá .
―Míralo, Stan. ¿Te parece que está bien?
Mi padre se encogió de hombros.
―Supongo que sí.
―¿No crees que se ve un poco pá lido y triste alrededor de los ojos?
―¿Triste alrededor de los ojos? ―Mi padre me miró con los ojos
entrecerrados―. Tal vez un poco.
―Estoy percibiendo una sensació n de soledad y descontento dentro de su
aura.
Allie se rió mientras se lavaba las manos en el fregadero.
―Basta ―dije―. Mi aura está bien.
―No tienes que fingir con nosotros, cariñ o. ―La voz de mi madre se
suavizó ―. Somos tu familia.
―No estoy fing...
―El dinero no puede comprar la felicidad ―continuó ―. La verdadera
felicidad proviene de nuestra conexió n con los demá s y con nuestro yo superior.
No viene de cosas como yates o jets privados o coches de lujo.
―No tengo ninguna de esas cosas, mamá .
Pero estaba en racha.
―Viene de dejarse amar y ofrecer amor a cambio. ¿No es así, Stan?
―Así es, Barb. ―Mi padre tomó la mano de mi madre a travé s de la mesa.
―Y no es necesario ser rico, famoso o brillante para encontrar el amor
―sus ojos se empañ aron―. Só lo tienes que aceptarte como eres y abrir tu
corazó n.
―En realidad, creo que ser rico, famosa y brillante lo hace má s difícil ―dijo
Allie―. Tendrías a mucha gente queriendo estar cerca de ti, pero tal vez por las
razones equivocadas.
―No estoy diciendo que sea fá cil de encontrar ―aclaró mi madre―. Só lo
digo que todos somos dignos. ¿No está s de acuerdo, Hyunjin ?
―Sí ―dije, sobre todo para que dejara de hablar. Mi madre no lo entendía.
Nadie lo hacía.
Había intentado tener relaciones. Había intentado dejar entrar a la gente.
Pero las citas eran una puta pesadilla. Incluso mantener amistades era difícil
porque rara vez aceptaba invitaciones. Y cuando lo hacía, la cantidad de energía
que requería para parecer lo suficientemente seguro de sí mismo como para
pasar
Melanie Harlow
el rato y entablar una conversació n era agotadora. Pero se me daba bien, así que
nadie entendía por qué odiaba las discotecas y las fiestas.
Estaba exagerando, decía siempre Changbin . Estaba siendo demasiado
antisocial. Demasiado introvertido. Demasiado exigente. Demasiado dramá tico.
Todo el mundo se pone ansioso a veces. ¿No podía tomar alguna droga o algo así?
¿Ir a un psiquiatra? ¿No me gustaba echar un polvo?
Mi respuesta solía ser algo parecido a: Así no funciona, imbécil.
Había probado los medicamentos, pero me daban dolores de cabeza. Los
terapeutas solo querían explicarme de nuevo la respuesta de lucha o huida, como
si no la entendiera.
Y, por supuesto, me gustaba echar un polvo.
Se me daba bien el sexo. Era un alivio dejar que mi cuerpo tomara las
riendas, que secuestrara mi cerebro y llevara la voz cantante. Ademá s, era un
excelente estudiante del placer femenino y, como gran triunfador, me gratificaba
profundamente el orgasmo de una mujer, cuanto má s fuerte, mejor.
Pero el sexo no era una solució n milagrosa para todo lo que estaba mal en
mí. Podía ser digno de amor, pero no estaba preparado para ello.
Así de simple.

***

Despué s de que mis padres se fueran de paseo, llevé a los niñ os al parque.
No había Abuelas Prancin' a la vista, pero había unas cuantas madres con
cochecito que me echaron las típicas miradas que me hicieron sentir que todas
hablaban mal de mí.
Hice todo lo posible por mantener la cabeza baja y disfrutar del tiempo con
los niñ os: empujé a Keely en los columpios, vi a Jonas saltar del tobogá n en lugar
de deslizarse por él y puntué con un diez perfecto la caída de la cereza de Zosia
desde la barra. Nos quedamos má s de una hora antes de que las caras de los
niñ os empezaran a ponerse rosadas y me di cuenta de que había olvidado
ponerles crema solar como me había pedido Allie.
―Vamos, chicos ―dije―. Sus caras se está n poniendo rojas y su madre se
va a enfadar conmigo por ello.
De vuelta a casa de mi hermana, calenté un par de latas de Spaghettis
para el almuerzo, que era el límite de mis habilidades culinarias. Cuando
terminaron de comer, les unté la cara con protector solar y salimos al patio
trasero.
Mi hermana entró en el garaje mientras yo llenaba una pequeñ a piscina de
plá stico en el césped con agua de la manguera. Los niñ os estaban con los pies
metidos en é l y chupaban polos de color verde brillante que se derretían
rá pidamente con el calor de julio, goteando por la barbilla y las manos sobre sus
camisetas, que ya tenían manchas naranjas de los Spaghettis.

Melanie Harlow
Allie sonrió a los niñ os mientras se acercaba.
―Vaya. Mírense chicos.
―Dije que los cuidaría. No dije que los mantendría limpios.
Se sacudió el pelo como si estuviera en un anuncio de champú .
―¿Te gusta el nuevo corte?
Entrecerré los ojos para mirarla.
―A mí me parece lo mismo.
Me sacó la lengua.
―Oye, alguien en la silla de al lado en el saló n mencionó que iba a su
reunió n de diez añ os esta noche. ¿Es la tuya?
―Probablemente.
―¿No vas a ir?
―No.
―¿Por qué no?
Me concentré en el agua que salía de la manguera.
―Ya tengo planes.
―¿Noche de póker? ¿Esos son tus grandes planes?
―No dije que fueran grandes. Só lo dije que eran planes.
Inclinó la cabeza, de la forma en que imaginé que lo hacía en las sesiones
de terapia antes de presionar sobre un hematoma emocional.
―¿Va a ir Fé lix ?
―Creo que sí. ―Y en un acto de estupidez que só lo puedo achacar a la
intoxicació n por el sol, dije―: Me pidió que la acompañ ara, pero le dije que no.
La mirada de mi hermana fue feroz y me golpeó en el hombro.
―¡Hyunjin ! ¿Có mo pudiste decir que no? Era tu mejor amiga en el
instituto.
Fue tu cita para el baile de graduació n.
―Lo recuerdo.
Se puso una mano en una cadera.
―¿Y recuerdas lo que pasaste antes de pedírselo?
Por supuesto que sí.
―Porque yo sí. Agonizaste por ello durante semanas. Fue tan malo, que
viniste a pedirme consejo. Tuve que convencerte.
―Porque daba miedo. No sabía lo que iba a decir.
―Pero dijo que sí, y te lo pasaste bien.
Por un momento, volví a estar en el saló n del hotel, armá ndome de valor
para sacarla a bailar una canció n lenta, obligá ndome a hacerlo, aunque estaba
Melanie Harlow
seguro de que só lo había dicho que sí a ir conmigo porque no quería herir mis
sentimientos.
Pero su cara se iluminó , me tomé de la mano y la abracé mientras nos
balanceá bamos torpemente en el suelo. Era el cielo y el infierno al mismo tiempo.
Me debatía entre el deseo de que la canció n fuera eterna y el deseo de que se
detuviera para poder dejar de preocuparme por có mo olía y por si me había
puesto la camisa adecuada con el traje o si a é l le gustaba el ramillete rojo que
le había regalado o si lo hubiera preferido blanco. Cuando terminó la canció n,
dije una estupidez, sobre la que pasé días agonizando, aunque ahora ni siquiera
recordaba qué era. Al final de la noche, en lugar de besarla como quería, le di la
mano.
Entonces también agonicé por eso.
Pero lo pasé bien. No había nadie má s que quisiera tener tan cerca. A
menudo pensaba en volver a hacerlo, normalmente a altas horas de la noche con
una mano en los pantalones.
―Mira, no tiene nada que ver con Félix ―le dije a Allie―. Siempre me divierto
con é l.
―Por supuesto que sí ―é l puso los ojos en blanco―. Todos sabemos lo que
sientes por Fé lix , Hyunjin . Ha sido obvio durante añ os. Y a pesar de tu pelo
desordenado y tu fea cara y tu terrible personalidad, a é l tambié n le gustas de
verdad. No entiendo por qué ustedes dos no son algo.
La miré . Se parecía a nuestra madre, por la forma en que estaba de pie
con su peso sobre una pierna, la cadera sobresaliendo, la mano aparcada
encima, el pelo rubio brillando al sol mientras presionaba alegremente mis
botones.
Así que hice lo que cualquier hermano pequeñ o que se precie haría: giré la
manguera hacia é l y la rocié .

Melanie Harlow
TRES

Félix
Después de preparar todos mis aperitivos, me metí en la ducha y me lavé
el pelo. Mientras me lo secaba, esperaba que el champú y el acondicionador
hicieran algú n truco milagroso y no pareciera tan desordenadamente cortado,
pero no hubo suerte.
Me hice una cola de caballo y busqué en mi armario algo que ponerme,
pero despué s de una hora, me rendí, conduje hasta el apartamento de Winnie y
golpeé su puerta.
―Necesito un hada madrina ―le dije cuando lo abrió .
Sonrió cuando las hijas de Dex, Hallie de nueve añ os y Luna de seis,
aparecieron detrá s de é l.
―¿Qué tal tres de é ls?
―Incluso mejor.
―Dex está fuera haciendo recados, así que vamos a tener tiempo de chicas
―dijo, cerrando la puerta tras de mí―. ¡Vamos arriba!
Quince minutos despué s, salí del bañ o con mi cuarto traje .
―¿Qué tal é ste? ―Hice un pequeñ o giro para mi pú blico de tres, que se
sentó en el borde de la cama de Winnie.
―Sí ―dijo Hallie, con sus ojos marrones pensativos mientras se golpeaba la
barbilla―. Definitivamente es el mejor hasta ahora.
―Me gusta. ―Luna, de cabeza dorada, dio una palmada―. El azul es mi
color favorito.
―Es una gran tono para ti. ―Winnie se levantó de la cama y se puso detrá s
de mí, subiendo la cremallera hasta arriba―. Ya está . Ahora te queda un poco
mejor.
―Gracias ―me acerqué al espejo de cuerpo entero que había en la parte

Melanie Harlow
trasera de la puerta del armario y estudié mi reflejo. El traje era de color azul
aciano con pequeñ as flores blancas por todas partes. La falda era corta y
acampanada, y el escote era profundo y redondo. Habría quedado mejor si
hubiera tenido má s pecho para rellenar la parte superior, pero incluso con tres
hadas madrinas, las posibilidades de pasar de una copa B a una D para las siete
de la noche eran escasas―. Me gusta el color. ¿No crees que el top es
demasiado... holgado en mí?
―Hmm ―Winnie tambié n estudió mi reflejo―. ¿Tienes un sujetador push-
up?
―¿Qué es un sujetador push-up? ―preguntó Luna.
―Es un sujetador que levanta las tetas y las aprieta ―dijo Hallie―. Así que
sobresalen como globos de agua. Lo lleva mamá .
Me reí.
―Puede que tenga algo en casa.
―Bien. Bien, ahora los zapatos ―Winnie fue a su armario y salió con tres
pares de tacones―. Creo que los de tiras en color nude será n los mejores, pero las
sandalias de plataforma tambié n podrían ser bonitas. ¿Cuá nto tienes que estar
de pie?
―No lo sé ―dije, sentá ndome en la cama para ponerme las sandalias de
plataforma ya que parecían las má s accesibles―. Pero no quiero tener problemas
para caminar, y definitivamente no estoy acostumbrada a los tacones.
―Me gustan ―dijo Winnie encogiéndose de hombros cuando me abroché
las sandalias de cuero marró n con plataforma tejida―. Pero no es un look muy
elegante. ¿Có mo de elegante es este evento?
Me encogí de hombros.
―La invitació n decía que era casual y elegante.
―Son dos cosas diferentes ―señ aló Hallie.
La miré por encima del hombro.
―Exactamente. ¿Por qué la gente de moda hace las cosas má s difíciles de
lo necesario?
―Creo que este look funciona para lo casual ―dijo Winnie con dudas―
pero si quieres ir un poco má s elegante, tal vez prueba los tacones.
―Quiero estar elegante y sofisticada
―dije. Mi hermana asintió .
―Entonces ve por los tacones.
Me metí los pies en los zapatos de punta, me los puse y me tambaleé hacia
el espejo.
―¿Y bien?
―Se ven perfectos ―dijo Winnie―. ¿Pero puedes moverte bien con ellos?

Melanie Harlow
Me tambaleé hasta la puerta y volví.
―Me las arreglaré .
―Bien ―miró mi coleta descuidada y mi flequillo desigual―. ¿Ahora qué
vamos a hacer con ese pelo?
Mi postura se desinfló ligeramente.
―No sé . No debería haberlo cortado.
―Estoy de acuerdo ―dijo Winnie― pero ese barco ha zarpado, así que
vamos a ver qué podemos hacer. Bá jalo y lo miraremos.
Me mordí el labio.
―No es bonito.
―He visto tus cortes de pelo de autoservicio antes, hermana.
―Este puede ser uno de los peores. ―Pero me arranqué la banda del pelo y
lo dejé caer en todo su zigzagueo.
Detrá s de mí, una de las chicas jadeó . Tal vez las dos. La boca de Winnie
formó una O. La cubrió con las manos.
―¿Por qué te has hecho eso en el pelo? ―preguntó Luna.
―Es difícil de explicar ―dije, tratando de reacomodar mi lamentable
flequillo para que quedara má s parejo―. A veces tengo el impulso de cortá rmelo y
no puedo contenerme. Por ejemplo, cuando estoy enfadada por algo. Y creo que
cortarme el pelo me hará sentir mejor ―me di la vuelta y me enfrenté a éls,
preocupada por si estaba metiendo ideas en sus jó venes e impresionables
mentes―. Pero no es así. Só lo me hace sentir peor.
―Tengo una idea ―dijo Luna.
―¿La tienes?
É l asintió felizmente.
―Moñ os espaciales.
―¿Moñ os espaciales?
―¡Sí! ―dijo Hallie con entusiasmo―. ¡Es una gran idea! Los moñ os
espaciales no mostrarían có mo está todo loco en los extremos.
Winnie se rió .
―¿Sabes qué ? Puede que tenga razó n. A menos que tengas tiempo de ir a
hacerte un corte profesional.
―Yo no ―dije―. Apenas he tenido tiempo de venir aquí. Tengo que meter
los buñ uelos y los crostini en los hornos de Cloverleigh antes de que el
restaurante abra a las cinco, meter todo en las bolsas para calentar, cargar el
coche, llevarlo al saló n de banquetes a las seis, y luego tenerlo todo preparado a
las siete menos cuarto.
―Moñ os espaciales para ganar ―dijo mi hermana―. Hals y Loony, ¿pueden
traerme un peine, dos elá sticos y unas horquillas?

Melanie Harlow
―¡Sí! ―las dos chicas saltaron de la cama y corrieron hacia el bañ o.
―¿Puedes hacer que los moñ os espaciales parezcan elegantes? ―pregunté
mientras Winnie usaba el peine para separar mi pelo por el centro.
―Haré lo que pueda ―su tono no era muy tranquilizador.
Quince minutos despué s, tenía dos moñ os posados en mi cabeza como si
fueran las orejas de Mickey Mouse. Había un montó n de trozos colgando, pero
Hallie dijo que estaba bien. Los moñ os espaciales no tenían que ser perfectos.
Winnie incluso había conseguido recortarme el flequillo para que tuviera un
aspecto algo menos maniá tico.
―Muchas gracias ―dije.
―¿Quieres que te maquille también? ―Preguntó Winnie.
―¿Lo harías?
―¡Claro! ¿Para qué má s sirven las hadas madrinas?
Hallie y Luna parecían enfermeras de quiró fano, trayendo a Winnie
diferentes frascos y compactos, pinceles y paletas, listas para la siguiente orden.
Iluminador. Bronceador. Rímel.
Por fin, me declararon lista.
―¿Y bien? ¿Qué les parece? ―Pregunté a las chicas.
Luna me sonrió angelicalmente.
―Creo que será s la má s bé l de la fiesta.
―Yo también ―dijo Hallie.
―Gracias ―las abracé a todas―. No sé qué habría hecho sin ustedes.
―Yo tampoco ―dijo Winnie riendo―. Será mejor que te vayas.
Cambié los dolorosos tacones por mis zapatillas de deporte y me envolví
con mis pantalones cortos y mi camiseta, metié ndolo todo bajo el brazo mientras
los seguía escaleras abajo. Salieron conmigo y nos encontramos con Dex
subiendo por el pasillo principal.
―¡Papá ! ―Luna saltó del porche y corrió hacia é l―. ¡Mira a Félix !
―Hola, Fé lix ―dijo é l.
―Hola, Dex.
Luna le tiró de la camisa.
―¿No está guapa? Va a ir a una fiesta.
Dex me sonrió obedientemente.
―Muy guapa.
―Pero ese no es el traje completo ―se apresuró a explicar Hallie―. No va a
llevar esos zapatos, y definitivamente necesita un sujetador push-up para el traje ,
pero ayudamos a peinarla.

Melanie Harlow
La cara de Dex se volvió carmesí cuando Winnie rodeó a Hallie y le puso
una mano sobre la boca.
―Adió s, Félix . Divié rtete.
―Lo intentaré ―dije, riendo mientras me dirigía a mi coche.
―¡Só lo sé tú misma! ―gritó mi hermana.
Probablemente eso funcionaba todo el tiempo para alguien como Winnie,
pensé en el camino a casa. Ser él misma. Todo el mundo quería a Winnie. Era
dulce, bonita y encantadora. Podía hablar con cualquiera, siempre sabía qué
decir, y nunca se le notaban los nervios.
Me preguntaba có mo era eso.

***

De vuelta a casa, rebusqué en el cajó n de la ropa interior y saqué el


sujetador con má s relleno que tenía. Lo había comprado por capricho, pero
nunca me había atrevido a poné rmelo: me parecía una publicidad falsa.
Pero me lo puse debajo del traje de verano y, de repente, mis gluteoss de
copa B parecían globos de agua. No eran grandes ni nada por el estilo, pero había
una protuberancia clara por encima del escote. Entusiasmada, me pinté los
labios y estudié mi reflejo. No estaba mal. De hecho, pensé que me veía bastante
bien. El horrible corte de pelo no era obvio, Winnie había hecho algo con mi
maquillaje que hacía que mis ojos marrones parecieran amplios y luminosos, y
tenía al menos dos curvas.
Me gustaría que Hyunjin pudiera verme.
―Todo va a salir bien ―le dije a la chica del espejo―. Has recorrido un largo
camino, aunque no lo sientas. Y no hay nada malo en ser un trabajo en progreso.
Contenta por la forma en que la chica me devolvió la sonrisa, salí
corriendo de mi habitació n y bajé las escaleras a toda prisa. Puede que aquél chica
del espejo no fuera Wongyoung Pepper-Peabody o una supermodelo lituana, puede
que ni siquiera fuera muy elegante con sus gafas y sus moñ os espaciales, pero
podría pasar esta noche con la cabeza bien alta.
Olvidé la bolsa con los tacones, así que tendría que pasar por é l en
zapatillas, pero en realidad, estaba má s có moda en zapatillas de todos modos.
Sería é l misma, y todo estaría bien.
Por supuesto, eso fue antes del vodka.

***

No estoy muy segura de có mo sucedió .

Melanie Harlow
Só lo iba a tomar unos sorbos de un có ctel para calmar mis nervios, que
parecían bastante só lidos en el trayecto, pero que se habían vuelto má s
temblorosos a medida que el reloj se acercaba a las siete.
En realidad, fue culpa de Wongyoung Pepper-Peabody. Se acercó con un
portapapeles cuando yo estaba colocando mis aperitivos en una mesa, y parecía
la Barbie organizadora de la reunió n, con sus largas y brillantes ondas rubias, su
vestidito negro sin tirantes y sus tacones negros de charol con la base roja
brillante.
―Hola ―dijo con una sonrisa de megavatios a la que le faltaba un á pice de
calidez genuina―. Soy Wongyoung Pepper-Peabody, que pronto será Wongyoung
Van Pelt
―extendió la mano para que yo pudiera admirar el anillo de compromiso de
diamantes que brillaba en su dedo―. Me voy a casar.
―Felicidades ―dije.
―Gracias ―la sonrisa permaneció pegada a sus labios―. ¿Y tú eres?
―Soy Fé lix Lee ―dije, mirando la etiqueta con mi nombre que llevaba―.
¿Hablamos por telé fono? Soy de Veggie Vixen.
Wongyoung pareció confundida por un momento, y luego se echó a reír.
―Lo siento mucho, pensé que eras uno de los estudiantes que contraté
para ayudar a montar. Pareces tan joven con tu pelo en esas cosas… ¿có mo se
llaman?
―Moñ os espaciales ―dije, tocando uno de ellos de forma cohibida.
―Moñ os espaciales, sí. A mi prima pequeñ a le gusta llevar el pelo así. Por
supuesto, tiene ocho añ os ―má s risas condescendientes mientras me palmeaba
la manga―. Pero no te preocupes, es bonito para ti.
Miré sus largas uñ as con manicura francesa y escondí las manos en la
espalda.
Mis cutículas eran horribles.
―Gracias.
―Pero deberías decirle a tu estilista que no te corte el flequillo tan corto.
Se ve un poco tonto.
Me mordí el labio
inferior. Wongyoung
chasqueó los dedos.
―Ahora me acuerdo de ti: ¡solías tener esas horribles narices sangrantes
en medio de la clase! ¿Todavía los tienes?
―A veces.
Se estremeció .
―Qué vergü enza. Espero que eso no ocurra esta noche.
―¿Quieres probar un aperitivo? ―tomé una bandeja de buñ uelos de
calabacín y me contuve de lanzá rsela.
Melanie Harlow
―No, gracias. ¿Así que ahora está s en el servicio de alimentos?
―Catering, sí. Y blogger de comida ―apreté los dientes e hice la pregunta
de cortesía―. ¿Y tú ?
Se revolvió el pelo.
―Soy una bloguera de estilo de vida e influencer. ¿Cuá ntos seguidores
tienes
?
―Acabo de llegar a los dos mil.
Su sonrisa era superior.
―Tengo tres mil cuatrocientos dieciocho. Estoy creciendo muy rá pido.
―Oh... eso es genial.
―Hazme saber si necesitas algú n consejo para conseguir seguidores. Me
alegro de verte, Fé lix , no has cambiado nada ―se alejó , dejando atrá s el aroma
abrumador de su perfume.
Todavía estaba enfadada cuando la gente empezó a llegar unos minutos
má s tarde: con Wongyoung por ser tan terrible y hermosa como siempre,
conmigo misma por dejar que me hiciera sentir pequeñ a, con Winnie por
convencerme de los moñ os espaciales, e incluso con Hyunjin por negarse a venir
conmigo esta noche. Como necesitaba algo para calmar mi estado de á nimo, me
dirigí a la barra y pedí un refresco de vodka con lima.
―Que sea doble ―le dije al camarero―. Y tranquilo con el refresco.
―Tienes veintiú n añ os, ¿verdad? ―Miró con recelo mis moñ os espaciales
antes de mirar mi culo.
―Tengo veintiocho añ os ―solté ―. ¿Quieres ver mi identificació n?
―Todo está bien. ―tomó un vaso y puso un poco de hielo en é l―. Só lo
estoy comprobando.
Me llevé la bebida a mi mesa y me la tragué entera en cuestió n de
minutos. Así que estaba un poco zumbada cuando Wongyoung volvió a aparecer,
esta vez seguida por un par de sus antiguas amigas del equipo de animadoras.
Carrie era morena y É l rubia, pero ambas llevaban el pelo peinado exactamente
igual que Wongyoung.
Les sonreí y saludé , complacida cuando añ adieron algunos de mis
aperitivos a sus platos.
―Mmm, crostini ―dijo Carrie. Llevaba un traje negro muy parecido al de
Wongyoung, pero de un solo hombro―. ¿Qué hay en esto?
―Queso de cabra, dá tiles, nueces, tomillo fresco y un poco de miel ―dije,
emocionada de que no las hubiera llamado tostadas de queso―. Y esas de ahí son
de sandía, albahaca y feta.
―Oooh ―dijo É l, que tambié n llevaba un traje corto y entallado de color
negro. Parecían un ejé rcito. O una fila de coristas―. Probaré ese de sandía seguro.
¿Y qué son esos?

Melanie Harlow
―Buñ uelos de calabacín. Todo es vegetariano, y todos los productos son
locales ―dije con orgullo.
―Esto está muy bueno ―dijo Carrie, chupá ndose los dedos despué s de
pulir un crostini de queso de cabra―. Wongyoung, deberías probar esto.
―No como pan ni lá cteos ―Wongyoung miró con anhelo los aperitivos en
los platos de sus amigos. Se puso una mano en la barriga―. La hinchazó n,
¿sabes?
―Vive un poco ―É l se rió ―. Un crostini no te va a hinchar.
Pensé que Wongyoung iba a protestar, pero me sorprendió tomando un
crostini de sandía, albahaca y queso feta y metié ndoselo todo en la boca tan rá pido
que parecía que esperaba que nadie se diera cuenta. Sus ojos se cerraron mientras
masticaba y tragaba.
―Guau. Esto es bueno ―miró el resto de la bandeja―. ¿Cuá ntas calorías
tienen?
―No estoy segura exactamente ―dije―. Pero el pan está cortado muy fino,
y comparado con otros quesos, el feta es muy bajo en calorías y...
―Tal vez só lo uno má s. ―Wongyoung sacó otro de la bandeja y lo
engulló . Carrie se rió .
―Te dije que estaban deliciosos.
―Está n muy buenos ―admitió Wongyoung. Despué s de meterse en la boca
un tercer y cuarto crostini -de queso de cabra y dá tiles- y luego varios buñ uelos
de calabacín, Wongyoung tomó una tarjeta de visita―. The Veggie Vixen. Pero no
hay nada muy zorra en ti, ¿verdad?
Hice sonar los cubitos de hielo en mi vaso y lo volví a inclinar, esperando
unas cuantas gotas má s de vodka.
―¿Haces servicio de bodas, Félix ? Wongyoung está comprometido ―me
dijo
É l.
―Lo he oído ―me obligué a sonreír a Wongyoung―. Y sí, lo hago. Y me
encantaría
hablar de tu boda. Tengo un montó n de platos sin gluten ni lá cteos.
Wongyoung volvió a dejar la carta sobre la mesa.
―Oh, Thornton probablemente se rebelaría si yo planeara algo vegetariano
―dijo con una risa condescendiente―. Es un hombre tan masculino. Ya sabes
có mo son esos millonarios, con sus cabañ as de caza y sus safaris de caza mayor.
Tan carnívoros.
Sus amigas murmuraron su acuerdo, como si todas estuvieran
comprometido s con millonarios carnívoros.
―Pero tal vez algunas cositas lindas para uno de mis eventos. Estoy
usando Dearly Beloved para planificar todo. ¿Está s en esa aplicació n?
―Wongyoung dejó su copa de vino en la mesa, y observé con horror có mo sacaba
su telé fono del bolso―. Me aseguraré de seguirte.
―¿Seguirme? ―chillé .
Melanie Harlow
―Sí. En Dearly Beloved. ―Chasqueó los dedos dos veces―. Para
mantenerme al día.
De repente no había nada que no hubiera dicho para evitar que Wongyoung
viera esa mierda de crítica de una estré l en Dearly Beloved.
―Yo también estoy comprometido ―solté .
Wongyoung me miró sorprendida, con los dedos puestos sobre la pantalla.
―¿Lo está s?
―Sí.
―¿Con quién?
―Con un multimillonario sexy.
Wongyoung se quedó
boquiabierta.
―¿Estás comprometido con un multimillonario sexy?
―Sí.
―¿Quié n?
―Hwang Hyunjin . ―el nombre salió de mis labios antes de que
pudiera pensar.
―¿Hyunjin Hwang ? ―el trío se hizo eco con idé ntica entonació n.
Intercambiaron miradas de sorpresa.
―¿El de nuestra clase de graduació n que salía con Zlatka? ―preguntó
Carrie.
―Rompieron ―dije rá pidamente.
―¿Y dó nde está tu anillo? ―Wongyoung arqueó una ceja y señ aló mi
mano
izquierda.
Pensé rá pidamente.
―Lo está n midiendo. Está en la joyería.
―Es difícil de creer que ese chico del instituto sea ahora un
multimillonario famoso ―dijo É l―. Era tan...
Si decía raro, le iba a tirar un buñ uelo.
―Callado ―terminó ―. Y tímido.
―Pero inteligente ―dije―. Es brillante.
―Y precioso ―É l soltó una risita, con las mejillas rosadas―. Como, veo
sus fotos ahora, y estoy como, maldita sea, ¿por qué no te veías así de bien en el
instituto?
―Lo hacía ―le dije, poniendo mi vaso vacío en la bandeja de un servidor
que pasaba recogiéndolos.
―Escuché que ha vuelto a la ciudad ―dijo Carrie―. Mi nana lo vio en el
parque.
Melanie Harlow
―¿Y dó nde está ahora? ―preguntó Wongyoung, mirando a su alrededor―.
¿Por qué no está aquí?
Me retorcí las manos.
―Está muy ocupado con el trabajo.
―¿Qué hace exactamente? ―preguntó É l―. He leído los artículos sobre é l y
todo, pero me avergü enza decir que no tengo ni idea de lo que es la
criptomoneda.
―Es complicado ―miré hacia la barra, muriéndome de ganas de
excusarme y conseguir otro trago.
―Es una pena que no haya podido estar aquí esta noche ―dijo Wongyoung
con una mirada suspicaz―. Uno pensaría que querría apoyar tu pequeñ a aventura
empresarial y todo eso.
―Me apoya mucho ―dije. Lo que habría estado bien, si no fuera porque
añ adí―: Vendrá má s tarde.
Wongyoung sonrió como si aú n no me creyera.
―Qué bien. Estoy deseando felicitarlos a los dos en persona.
¡Mierda! ¿Ahora qué iba a hacer?
―Si me disculpan, voy a llamarlo para ver si está en camino. Ha sido un
placer charlar contigo ―tomando mi bolso, me di la vuelta y me alejé de éls. En
cuanto salí de la habitació n, las zapatillas me resultaron ú tiles, porque me dirigí
al final del pasillo y me metí en el armario de los abrigos. Como era verano,
estaba oscuro y vacío; cerré la puerta tras de mí y me apoyé en él, respirando
con dificultad.
Tuve que pensar. ¿Debería llamarlo? Puede que tenga el teléfono apagado.
Podría enviarle un mensaje de texto, pero sería difícil explicarme en un mensaje.
Y no estaba segura de que é l viera la situació n con la misma urgencia que yo.
¿Podría fingir que me sangraba la nariz y rogarle que me llevara a urgencias?
Aparecería, pero podría enfadarse cuando llegara y no hubiera sangre. ¿Podría
hacerme sangrar la nariz? Consideré brevemente la posibilidad de darme un
puñ etazo en la cara.
Entonces me hundí en el suelo y me senté con las piernas cruzadas, con el
telé fono en el regazo y las puntas de los pulgares entre los dientes.
¡Maldita sea mi bocaza!
Cada vez que me ponía nerviosa, soltaba algo raro o chocante. Y al igual
que el estré s al cortarme el pelo, a menudo me metía en problemas. O arruinaba
lo que podría haber sido un momento agradable.
Como mi primer beso.
Si cerraba los ojos, aú n podía oler la sala de estudio de la biblioteca
pú blica e imaginar la mesa donde habíamos estado sentados. Nuestro examen de
cá lculo AP era la mañ ana siguiente, y Hyunjin y yo está bamos sentados uno
al lado del otro, trabajando en la guía de estudio.

Melanie Harlow
Ya habíamos ido juntos al baile de graduació n, y só lo quedaban unos días
de clase. Una vez terminados los exá menes, só lo nos quedaba la ceremonia de
graduació n. Ú ltimamente me daba un poco de pá nico la idea de perderlo, el ú nico
amigo verdadero que tenía.
No dejaba de mirarlo, y mi estó mago hacía un extrañ o movimiento. Me
gustaba la forma en que su pelo rubio oscuro estaba desordenado y despeinado
en la parte delantera. A veces jugaba con é l mientras trabajaba. Era tan intenso
cuando estudiaba, sus ojos azules se concentraban con lá ser en la pá gina. Tenía
una nariz larga y recta, bonitas orejas y, cuando tragaba, su nuez de Adá n se
movía. A veces, cuando se concentraba, movía la mandíbula hacia un lado u otro
y sus labios se separaban. Nunca había besado a un chico y me preguntaba qué
se sentiría al besar a Hyunjin .
Absurdamente, me froté el borrador del lá piz sobre el labio inferior
mientras miraba la boca de Hyunjin .
Me miró .
―¿Qué ?
Me senté con la espalda recta y puse ambas manos sobre la mesa, con el
lá piz hacia abajo.
―No he dicho nada.
―Me estabas mirando.
―No, no lo estaba. Estaba mirando al espacio. Y pensando.
―¿En qué ?
―¿Has besado alguna vez a alguien? ―Se me revolvió el estó mago.
Las mejillas de Hyunjin se sonrojaron y bajó los ojos a su
cuaderno.
―No.
―Yo tampoco ―volví a tomar el lá piz y garabateé en el margen―. ¿Alguna
vez has querido hacerlo?
Se quedó completamente quieto.
―¿Hacer qué?
―Besar a alguien.
Me miró . Su manzana de Adá n se movió .
―¿Lo has hecho?
―Sí ―admití.
―Yo tambié n.
De repente fui consciente de lo cerca que está bamos sentados. Y de que no
había nadie má s en la sala de estudio con nosotros.
Se inclinó un poco hacia delante. Sus ojos estaban en mi boca.
Pensé que lo iba a hacer. Estaba segura de que lo iba a hacer. Quería que
Melanie Harlow
lo hiciera. Pero entonces me entró el pá nico: ¿có mo se besa a un chico?
Como, ¿a dó nde iban las narices? ¿Qué hacías con la lengua? ¿Iban a
estorbar mis gafas? ¿Estaba bien mi aliento? ¿Cuá nto tiempo debía mantener los
labios juntos? ¿Debía moverlos o mantenerlos quietos? Maldita sea, ¡estaba
mascando un chicle! ¿Debía tragarlo? ¿Y qué significaba que quería que Hyunjin
me besara? ¿Estaba enamorada de é l? Si me besaba, ¿é ramos má s que amigos?
¿Qué pensaba realmente de mí? El corazó n me latía con fuerza y sudaba
profusamente y los segundos pasaban, podía oírlos en ese viejo reloj de la pared:
tic, tic, tic- y é l seguía sin hacer un movimiento, y yo no podía soportarlo má s, así
que disparé palabras al silencio como si fueran balas.
―Mi madre no me quería.
Hyunjin se sentó y
parpadeó .
―¿Eh?
―Mi madre no me quería. Mi verdadera madre.
―¿La que se fue?
Asentí con la cabeza, con el corazó n todavía bombeando de miedo.
―¿Có mo lo sabes?
―La escuché decirlo una noche cuando tenía unos seis añ os.
Parecía incó modo, luego se frotó la nuca.
―Joder.
―Se fue unas tres semanas despué s. Y nunca volvió . ―Así que debe haber
sido cierto, dejé sin decir.
Hyunjin no dijo nada. Sus ojos bajaron a su regazo.
―Dios, ¿qué estoy haciendo? ―dejé el lá piz y me cubrí la cara con las
manos―. Lo siento. Olvida lo que he dicho. Lo siento ―todo mi cuerpo ardía de
vergü enza―. No tengo ni idea de por qué te he soltado eso.
―Está bien.
Volviendo a tomar el lá piz, miré fijamente mi pá gina de problemas y fingí
que los nú meros no estaban borrosos.
Al cabo de un momento, Hyunjin volvió tambié n a sus problemas de
calcografía, o al menos eso creí. Pero unos cinco minutos despué s, arrancó una
pá gina de su cuaderno, la dobló por la mitad y la deslizó hacia mí.
Lo miré .
―¿Qué es esto?
―Á brelo.
Desplegué la pá gina y me reí al ver un mensaje escrito en texto cifrado.
―¿Me has escrito una nota que tengo que descifrar?
―¿Recuerdas có mo?
Melanie Harlow
―Creo que sí. ―Tardé un minuto en recordar la cuadrícula que
simbolizaba la sustitució n geomé trica del alfabeto. Pero unos minutos después, lo
tenía.
―He sido y siempre seré tu amigo ―leí en voz alta, con la garganta
contraída al llegar a la ú ltima palabra.
―Es de Star Trek.
―Lo sé ―dije, ligeramente insultada. Pero estaba realmente conmovida―.
Gracias. Eso significa mucho.
Parpadeé para alejar las lá grimas una vez má s.
―¿Está s bien?
―Sí. Creo... creo que la graduació n está jugando conmigo. Y tal vez el
hecho de que vamos a ir por caminos separados en el otoñ o. Has sido el mejor
amigo que he tenido ―le di una sonrisa tentativa―. ¿Qué voy a hacer sin ti?
―No importa dó nde esté , siempre estaré ahí cuando me necesites.
―Usaré el có digo como una batiseñ al ―dije―. Así sabrá s que soy yo de
verdad.
Se rió .
―Haré lo mismo.
―Y hagamos un trato: no podemos ignorar el có digo, ¿de acuerdo? Si uno
de nosotros lo usa para llegar, dejamos todo y vamos al rescate.
―Trato.
Y así, sin má s, mi problema estaba resuelto.

Melanie Harlow
CuATRO

Hyunjin

Al principio, estaba totalmente confundido.


El mensaje de Fé lix llegó justo cuando estaba tomando una cerveza de la
nevera de mis padres. Pero lo que había enviado era una foto de algo: una hoja de
papel blanco con un montó n de símbolos sin sentido. Estaba a punto de devolverle
el mensaje y preguntarle si había perdido la cabeza cuando me di cuenta.
No era una tontería. Era un có digo, el cifrado francmasó n.
Sonreí; no podía creer que hubiera tardado má s de cinco segundos en
reconocerlo.
―Hola papá ― llamé ―. ¿Empezamos ahora mismo?
―No ―llamó desde el estudio de la cocina―. Harvey aú n no ha llegado.
―Harvey siempre llega tarde ―dijo mi madre, sacando una bandeja de
salchichas de có ctel horneadas en masa de rollo de media luna del horno―. Se
mueve tan lentamente que estoy convencido de que fue un perezoso en su ú ltima
vida.
Dejé la boté l de cerveza en la encimera sin abrir y rebusqué en el cajó n de
los trastos en busca de un lá piz.
―Hablando de vidas pasadas ―continuó ― hice una lectura para la
mujer má s hermosa esta tarde en la tienda.
―¿É l pensaba que había sido Cleopatra? ―las mujeres siempre se
creían Cleopatra.

Melanie Harlow
―Sí, pero no lo era. He conocido a la mujer que era Cleopatra, y vive en
Tucson. Pero era notablemente encantadora, y creo que se aferró a Cleopatra
porque se siente sola y busca el amor. La invité a pasar esta noche.
Dejé de buscar y miré a mi madre.
―No lo hiciste.
―Es un poco mayor que tú , pero...
―¿Cuá ntos añ os?
―Cuarenta, pero es una cuarentona joven. ―Por alguna razó n, mi madre
esponjó el pecho cuando dijo esto―. ¿Qué buscas en ese cajó n?
―Algo para escribir, lo encontré . ―Saqué un lá piz rechoncho con la punta
de la goma de borrar sucia de color amarillo neó n―. Tambié n necesito un trozo
de papel.
Me entregó el bloc de espiral que utilizaba para escribir sus listas de la
compra.
―Toma.
Pasé por delante de su lista y rá pidamente dibujé de memoria la
cuadrícula de sustitució n del cifrado, y en pocos minutos estaba descifrando el
mensaje de Fé lix .
Te necesito, había escrito.
Inmediatamente, recordé la noche en la biblioteca cuando casi la había
besado, la nota que había pasado y la promesa que habíamos hecho.
―Mierda ―dije.
―¿Qué pasa? ―mi madre me miró mientras colocaba los cerdos en una
manta en un plato de servir.
Exhalando, le di a la cerveza una ú ltima y anhelante mirada antes
de volver a meterla en la nevera.
―Tengo que hacer una llamada telefó nica.
Salí por la puerta trasera al patio, cerrando la puerta de la cocina tras
de mí, para que mi madre no tuviera la tentació n de espiar. El aire de fuera
era cá lido y hú medo, y olía ligeramente a metal, como si fuera a haber una
tormenta. Me abofeteé un mosquito antes de marcar el nú mero de Fé lix .
―¿Hola?
―Recibí la batiseñ al. ¿Qué pasa?
―Bien, antes de que te lo diga, ¿prometes cumplir el trato?
―¿Por qué tengo un mal presentimiento sobre esto?
―¿Lo prometes?
―Sí.
Suspiró aliviada.

Melanie Harlow
―Gracias a Dios. Porque tengo que salir pronto de este armario, y no
puedo enfrentarme a Wongyoung de nuevo sin tu ayuda.
―¿Qué armario? ¿Dó nde está s?
―Estoy en la reunió n ―dijo― pero estoy escondida en el armario de los
abrigos porque hice algo malo. Es decir, dije algo que no debía.
―¿Sobre qué ?
―Sobre ti. Bueno, sobre nosotros.
―¿Qué has dicho?
É l exhaló .
―He dicho que estamos comprometidos.
―¿Dijiste qué?
―Dije que está bamos comprometidos. Bueno, dije que estaba
comprometido con un multimillonario caliente, y luego cuando Wongyoung
preguntó quié n, dije que tú . Eres el ú nico multimillonario sexy que conozco.
Él piensa que soy sexy fue lo primero que registró , y me encendió un poco
las entrañ as.
―Gracias. ¿Pero por qué mentiste sobre tu compromiso en primer lugar?
―No pude evitarlo, Hyunjin ―dijo―. Wongyoung ha sido tan mala y terrible
toda la noche, primero cuando está bamos las dos solas, y luego delante de sus
amigas, y no podía dejar que se saliera con la suya. Siguió presumiendo de su propio
compromiso con un tipo rico que odia las verduras, y haciéndome sentir mal
conmigo misma, y luego iba a buscarme en Dearly Beloved, y tuve que decir algo
para detenerla antes de que viera esa horrible crítica. Así que le dije que estaba
comprometido contigo ―terminó , sonando sin aliento―. Ademá s, puede que haya
habido algo de vodka de por medio.
―No me sorprende.
―Lo siento, Hyunjin . Entré en pá nico.
―Está bien ―le dije―. ¿Necesitas que vaya a recogerte?
―No, necesito que vengas aquí y seas mi falso prometido.
Se me apretaron las tripas.
―¿Es realmente necesario? ¿No puedes decir simplemente que estoy fuera
de la ciudad?
―Es demasiado tarde para eso. Ya le dije que ibas a venir.
Gemí, frotá ndome las sienes con el pulgar y el dedo corazó n.
―Lo siento, ¿de acuerdo? Lo arreglaré todo eventualmente, pero
¿puedes, por favor, venir aquí esta noche y fingir que nos vamos a casar?
Si fuera cualquier otra persona, me habría negado a hacer esta locura.
Pero Fé lix era especial para mí, y despué s de todo, había hecho una promesa.
Consulté mi reloj.

Melanie Harlow
―Son las ocho menos cuarto. No llegaré al menos hasta dentro menos
cuarenta y cinco minutos. Tengo que ir a casa y cambiarme.
―Está bien.
―¿Qué debo llevar?
―Algo billonario. Un bonito traje y corbata. No tendrá s por casualidad
un anillo de diamantes por ahí, ¿verdad?
Me reí.
―No soy ese tipo de multimillonario.
―¿Hay alguna posibilidad de que puedas encontrar uno?
―¿Dó nde diablos voy a encontrar un anillo de diamantes a las ocho de
la noche?
―No sé . ¿No puedes pedir prestadas joyas para la noche como hizo
Richard Gere en Pretty Woman?
―Richard Gere tuvo má s aviso que yo. Las joyerías está n cerradas.
Suspiró .
―Probablemente esté bien. Le dije a Wongyoung que el anillo estaba en la
joyería siendo medido.
―Jesucristo, Fé lix . ¿Có mo voy a mantener todas las mentiras en orden?
―estaba empezando a sudar.
―¡Esos son los ú nicos que he contado hasta ahora! Estamos
comprometidos, el anillo está en la joyería, y tú vendrá s aquí má s tarde. Juro
por Dios que te compensaré , Hyunjin , só lo necesito esta noche.
―Una hora ―dije.
―Una hora será perfecta ―dijo―. Te enviaré la direcció n del lugar, y luego
puedes enviarme un mensaje de texto cuando llegues. Incluso saldré a recibirte
para que no tengas que entrar solo.
―Gracias.
―Gracias, Hyunjin . Lo digo en serio. Eres el mejor amigo del mundo.
Colgué y volví a la cocina, donde mi madre estaba sirviendo con una
cuchara la salsa de cebolla francesa del cartó n de plá stico en el extremo de un
cuenco de patatas fritas.
―¿Está todo bien? ―preguntó .
―Sí, pero tengo que irme.
―¿Adó nde?
Apreté la mandíbula.
―Mi reunió n del instituto.
―¿De verdad? ―sonaba complacida.

Melanie Harlow
―Sí. Fé lix está allí, y necesita que yo... aparezca ―terminé . No había
manera de explicar la situació n real.
―¿Una cita con Fé lix ? Me parece maravilloso.
Decidí no morder el anzuelo.
―¿Puedes disculparte con papá por mí?
―Por supuesto. Tal vez le presente Cleopatra a Harvey. Ha estado tan solo
desde que Edna murió el añ o pasado.
―Buena idea.
Dejó la cuchara, se acercó y me besó la mejilla.
―Vete, cariñ o. Estoy deseando que me lo cuentes todo. Pero, ¿te vas a
cambiar antes? ―miró mis vaqueros y mi camiseta con cierta consternació n―. ¿Y
tal vez arreglarte un poco el pelo tambié n? ―empezó a arreglar la parte delantera
de mi pelo.
Le aparté las manos.
―Basta, mamá . Tengo que irme.
―Só lo trato de ayudar ―él sonrió ―. Saluda a Fé lix . Siempre tuve un
presentimiento sobre ustedes dos. Almas gemelas de vidas pasadas si alguna vez
las vi.
―Só lo somos amigos ―sacando mis llaves del bolsillo, me dirigí a la puerta
trasera de nuevo.
―No te resistas, cariñ o. Mañ ana deberíamos hacerte una lectura del
tarot, para saber hacia dó nde puede ir esto. ¡Y llé vate un paraguas! Las hojas
está n al revé s, y eso siempre significa tormenta.
Cerré la puerta de un tiró n tras de mí, ahogá ndola.

***

Poco menos de una hora después, envié un mensaje de texto a Fé lix desde
el estacionamiento del centro de banquetes.
Estoy aquí.
Te veré en la puerta principal. Me respondió con un mensaje.
Antes de salir del coche, me miré en el espejo de la visera. ¿Tenía el pelo
bien arreglado? ¿Mi corbata recta? ¿Mi barba está bajo control? Si hubiera tenido
má s tiempo, me habría afeitado o al menos recortado. Al menos me había
planchado la camisa. No se me daba muy bien, ya que normalmente mandaba
planchar las camisas en la tintorería, pero mi traje de chaqueta lo disimularía. Lo
tomé del asiento trasero, me lo puse y cerré el coche antes de caminar lentamente
hacia la entrada del saló n de banquetes.
A cada paso, una sensació n de temor se acumulaba bajo mi piel. El pecho

Melanie Harlow
se me apretó . Mi respiració n se aceleró . Dentro había un grupo de personas que
no conocía en absoluto, pero que estarían deseosas de juzgarme. Sabían quién
era yo. Habían escuchado cosas sobre mí. Probablemente pensarían que no me
merecía el dinero. Seguramente, se darían cuenta de có mo estaba sudando. Me
harían preguntas y yo tropezaría con mis respuestas. Tal vez me tropezaría con
mis propios pies. Olvidaría los nombres. Pensarían que yo...
―¡Hyunjin ! ―Félix vino corriendo hacia mí y me echó los brazos al cuello,
aferrá ndose a mí como si se estuviera ahogando―. ¡Muchas gracias por venir!
Está s increíble.
Me sorprendió que no me soltara de inmediato, y me sentí bien al ser
abrazado con tanta fuerza. Por un momento, me quedé completamente inmó vil
con mis brazos alrededor de su espalda, su pecho presionado contra el mío. Al
inhalar, olí su perfume; no era el mismo que solía llevar, pero me gustaba. Ese
aroma y la sensació n de tenerla entre mis brazos me quitaron los nervios.
Pero cuando Félix dio un paso atrá s, pudo ver que no estaba del todo
bien.
―Lo siento, Hyunjin ―extendió la mano y la tomó , apretá ndola―.
Olvida
esto. No tienes que entrar.
No era la primera vez que estaba en un estacionamiento con una mujer y
no quería asistir a un evento social. Pero en esos casos, me habían dicho cosas
como: «Estás haciendo el ridículo. Deja de ser egoísta. Tienes que
superarte». Significaba mucho para mí que Fé lix lo entendiera, tanto como para
intentar superarme... durante una hora. Cerca de una salida. Con un có ctel.
―¿Está s diciendo que ya no quieres estar comprometido conmigo? ―me
burlé .
―No. Estoy diciendo que me doy cuenta de lo ridículo que es todo esto. Y
no es justo para ti.
―Es realmente ridículo. Pero hagá moslo de todos modos.
―¿De verdad? ―Su sonrisa iluminó su rostro.
―Sí. Mientras no tenga que hablar mucho.
―Yo hablaré ―dijo, tirando de mi mano hacia el local―. Lo prometo.
―Entonces es un trato ―dejé que mis ojos se paseen por é l. Estaba muy
guapa: su flequillo parecía haber sido cortado con tijeras en algú n momento
del día, pero sus ojos eran enormes y luminosos, y sus labios estaban llenos y
rosados. El traje que llevaba mostraba unas curvas que no sabía que tenía, y el
dobladillo era má s corto de lo que normalmente llevaba. Bajé la mirada a sus
pies―. ¿Me obligas a ponerme un traje y tú llevas zapatillas de deporte?
―Ese no era el plan, pero sí.
―Está bien. Está s muy guapa ―le abrí la puerta.
Se detuvo bruscamente en la puerta y me miró .

Melanie Harlow
―¿Lo estoy?
Por un segundo, temí haber dicho algo malo. Sentí el cuello de la
camisa apretado.
―Sí. Pero no es que no piense que está s guapa otras veces. Siempre pienso
que eres hermosa. Só lo quería decir que ahora mismo...
―Oye ―volvió a sonreír y puso un dedo sobre mis labios por un
momento―. No pasa nada. Fue un bonito cumplido. Es que nunca me habías
dicho eso antes.
―Oh ―me relajé un poco―. Bueno, lo decía en serio.
Sus mejillas se pusieron ligeramente rosadas.
―Gracias.
La seguí por el vestíbulo hasta la sala donde se celebraba la reunió n, e
inmediatamente mis hombros y mi cuello volvieron a tensarse. Había al menos
cien personas, sentadas en mesas redondas, llenando platos en el bufé , haciendo
cola en el bar, de pie en grupos con bebidas, charlando y riendo y divirtiéndose.
Era tan fácil para algunos, pensé , agradecido cuando Fé lix me tomó de la mano.
¿Por qué era tan jodidamente difícil para mí?
La mú sica estaba muy alta mientras Fé lix me guiaba entre algunas mesas
y a travé s de la pista de baile de madera. Asentía y sonreía a la gente cuando nos
cruzá bamos con ellos, pero yo no le quitaba los ojos de encima. Finalmente,
llegamos a la cola de la barra y se volvió hacia mí.
―¿Un trago?
―Sí ―tiré de mi cuello con la mano libre.
―Deja de quejarte. Está s perfecto. Me encanta el traje azul marino que
llevas. Y tu corbata azul hace juego con tus ojos.
―Gracias.
―Pero lo has hecho torcido. Deja que la arregle ―se puso frente a mí y me
enderezó la corbata con ambas manos, colocando suavemente el nudo en su sitio
sin apretarlo demasiado―. ¿Qué te parece?
―Bien ―nuestras miradas se cruzaron y mi corazó n se aceleró aú n má s.
―El siguiente ―dijo el camarero, rompiendo el hechizo―. ¿Qué puedo
ofrecerte?
Pedimos bebidas -un Manhattan para mí, un vodka con soda para é l- y
las llevamos a una pequeñ a mesa apartada del buffet.
―Esta es la mía ―dijo é l, señ alando la bandeja de aperitivos y una pila
de tarjetas de visita―. Podemos quedarnos aquí, lejos de la multitud.
―De acuerdo ―tomando un sorbo de mi có ctel, me entregué a un viejo
há bito: localizar inmediatamente la salida má s cercana y planificar mi ruta de
escape en caso de que tuviera que salir rá pidamente.
Mientras Fé lix se preocupaba por la comida que había en la mesa,

Melanie Harlow
recordé algo que me dijo una vez una terapeuta sobre el uso del lenguaje corporal
para transmitir dominio y control. Postura de poder, se llamaba. Uno se pone de
pie y se mueve como si tuviera un montó n de confianza, y la idea es que no só lo
puede engañ ar a los demá s, sino que puede engañ arse a sí mismo.
Me pareció una mierda y la despedí.
Pero por si acaso tenía razó n, decidí adoptar una postura má s segura. Esa
era una palabra que me gustaba: seguro. Ensanché los pies. Hinché el pecho.
Fruncí un poco el ceñ o, como si cualquiera que se acercara a mí tuviera una
buena razó n para hacerlo.
―Bueno, bueno. Mira quién ha aparecido ―una mujer vestida de negro y
con el pelo largo y rubio y un tipo fornido y moreno con traje se acercaron a la
mesa. La mujer me resultaba vagamente familiar, pero aunque no lo fuera,
desprendía un aire despectivo y de superioridad que transmitía exactamente
quién era.
―Wongyoung ―inmediatamente, Fé lix dejó su bebida y deslizó su
brazo por el mío―. Recuerdas a Hyunjin .
―Así no ―Wongyoung se rió mientras sus ojos recorrían mi pelo, mi traje,
mis zapatos. Entonces, tendió la mano―. Me alegro de verte de nuevo.
No quería tocarla, pero tomé la mano que me ofrecía: era fría y
reptiliana.
―Hola.
―De friki de la banda a multimillonario ―dijo riendo―. ¿Quién lo hubiera
pensado?
―Yo ―dijo Fé lix ―. Siempre supe que tendría un gran é xito. Es brillante.
―Este es Thornton Van Pelt, mi prometido ―dijo Wongyoung, dando a su
tono un toque ligeramente combativo, como si comprometerse fuera un deporte
de competició n.
―Me alegro de conocerte ―dijo Thornton, con cara de aburrimiento.
―Estamos planeando una boda para el 20 de junio del pró ximo añ o
―Wongyoung tomó la delantera con la declaració n de una fecha―. ¿Y tú ?
―Este añ o ―Fé lix se apretó má s a mi lado―. El mes que viene.
―¿El mes que viene? ―la mandíbula de Wongyoung cayó ―. ¿Agosto?
―Sí ―Félix me miró con adoració n―. No podemos esperar.
No tenía ni idea de si debía responder o no, ni de qué diría si lo hacía.
Afortunadamente, Wongyoung siguió adelante.
―Me sorprende no haberme enterado de la noticia, con lo famoso que es
Hyunjin y todo eso ―dijo.
―Somos muy privados ―dijo Fé lix ―. No lo anunciamos.
―¿Cuá ndo ocurrió ? ―preguntó Wongyoung.

Melanie Harlow
―Hace semanas ―respondió Fé lix ―. Despué s de que volviera a
mudarse.
―De verdad ―Wongyoung miró de un lado a otro entre nosotros―. Eso
es algo repentino.
―Bueno, prá cticamente hemos sido mejores amigas desde los doce añ os
―dijo Fé lix .
―Pero estuviste saliendo con Zlatka hasta hace muy poco, ¿no es así?
―Wongyoung me clavó sus ojos de rayo lá ser.
―Esa es otra razó n por la que no lo anunciamos ―dijo Fé lix , dá ndome
una palmadita en el brazo―. No queríamos herir los sentimientos de nadie.
¿Verdad, cariñ o?
Estaba bastante seguro de que Zlatka no tenía tantos sentimientos, pero
asentí con la cabeza y tomé otro trago, como lo haría un maleducado.
―Há blame de tu anillo ―exigió Wongyoung.
―Oh, es tan hermoso ―dijo Fé lix ―. Un solitario de diamantes.
Realmente clá sico e impresionante. Hyunjin tiene un gusto increíble.
―¿Qué tamañ o tiene el diamante? El mío es de dos quilates ―extendió la
mano.
―El mío es de tres ―dijo Fé lix rá pidamente―. Y el diamante es libre de
conflicto. De origen é tico.
Wongyoung parecía enfadada.
―¿Corte?
―Redondo.
―¿Banda?
―Platino.
―¿Color y claridad?
Eso la desconcertó y tanteó el terreno.
―¿Color y qué ?
―Claridad. ―Wongyoung chasqueó los dedos dos veces―. Sigue el ritmo.
―Eh, se me olvida ―murmuró Fé lix .
―¿Olvidas el color y la claridad de tu diamante? ―los ojos de Wongyoung
se entrecerraron y, a mi lado, sentí que Fé lix se ponía rígida.
―F y VVS uno ―dije, recordando los incesantes desplantes de Changbin
sobre el impiadoso y caro anillo que su entonces novia había querido,
probablemente para vengarse de él por todos los engañ os.
Los tres me miraron con dureza.
―¿F y VVS uno? ―repitió Wongyoung―. ¿Has oído eso,
Thornton? Thornton comprobó su reloj.

Melanie Harlow
―Sí. ¿No es eso lo que tienes?
―No ―dijo él, mirá ndolo de reojo―. No lo es.
―Hyunjin me mima mucho ―Fé lix inclinó su cabeza sobre mi hombro―.
Pero qué importa, ¿verdad? El anillo no es lo má s importante. Es só lo un trozo de
metal y roca. El verdadero valor está en el amor que compartís.
―Díselo a é l ―dijo Thornton, inclinando su vaso para terminar su có ctel―.
Ahora mismo vuelvo. Necesito otro trago.
Wongyoung ni siquiera lo miró mientras se alejaba.
―¿Y tu traje ? ¿De dó nde es?
―París ―dijo Fé lix ―. Es francé s.
―Sé dó nde está París ―dijo é l―. ¿Y la recepció n?
―En Cloverleigh Farms, por supuesto. Pero es muy íntimo, só lo la familia
inmediata.
En este punto, Wongyoung tuvo que conceder la victoria.
―Parece que lo tienes todo resuelto.
―Lo hacemos ―Fé lix puso su mano en mi pecho. Y la dejó allí―.
Somos muy felices.
―Bueno, felicidades por mantener el secreto ―Wongyoung se cruzó de
brazos―.
Eso debe haber sido duro.
―Bueno, en realidad sigue siendo una especie de secreto ―Fé lix se rió
nerviosamente―. En realidad no hemos anunciado nada oficial todavía, así que si
no te importa mantenerlo en secreto.
―No digas má s ―Los ojos de Wongyoung brillaron de repente―. Si me
disculpas, voy a buscar a Thornton.
Me volví hacia Fé lix en cuanto nos quedamos solos.
―Sabes que se lo va a contar a todos los que conoce, ¿verdad?
É l suspiró , sus hombros cayeron, sus ojos cayeron al suelo.
―Sí. Lo siento.
―No tienes que disculparte conmigo ―miré a la multitud―. Pero si
empieza a soltar la noticia ahora mismo, puede que nos inundemos de gente
intentando conseguir la primicia.
Sus ojos se encontraron con los míos, un poco asustados.
―Tienes razó n. Salgamos de aquí.
Puse mi bebida sobre la mesa.
―Nunca tienes que pedirme que me vaya de una fiesta dos veces. ¿Y los
aperitivos?
―Puedo dejarlos ―tomó su bolso de debajo de la mesa―. Recogeré los
platos mañ ana, y mis bolsas de calentamiento ya está n en el coche. Vá monos.
Melanie Harlow
Esta vez, la tomé de la mano y tiré de é l a travé s de la multitud, hacia el
vestíbulo y hacia la puerta principal. Me moví rá pidamente y Fé lix tuvo que
apresurarse para seguirme. Cuando salimos al aparcamiento, redujimos la
velocidad y é l empezó a reírse.
―Creo que estamos a salvo. Dios, eso fue divertido. ¿Viste su cara?
Yo tambié n tuve que reírme.
―No tenía ni idea de lo que iba a salir de tu boca a continuació n.
―Yo tampoco.
―¿Dó nde has estacionado? ―pregunté .
―Aquí mismo ―señ aló la fila má s cercana―. ¿Tú ?
―Estoy allí ―señ alé hacia el otro lado del terreno―. Pero te
acompañ aré a tu coche.
―Gracias ―respiró profundamente y miró el cielo que se oscurecía―.
Huele a que se avecina una tormenta, ¿no?
―Sí ―caminamos unos cuantos metros de coche―. ¿Todavía las odias?
―En realidad no las odio, só lo... me ponen de los nervios ―me miró ―.
¿Vas a volver a la noche de pó ker?
―No, claro que no ―le conté que mi madre había invitado a Cleopatra, y
se rió .
―Bueno, puedes irte a casa temprano y decirle que te hice salir hasta
tarde.
Ir a casa era exactamente lo que quería, excepto... que no quería
dejarla.
―¿Quieres venir?
―Claro. ¿Has comido?
―No. ¿Quieres pedir algo?
―O podría prepararnos algo. ¿Tienes algo de comida en tu casa?
―No estoy seguro ―mi ama de llaves me hacía la compra, pero como no
cocinaba, nunca me fijaba mucho en lo que había en la nevera o en la despensa.
―Iré a la tienda de camino ―dijo, sacando las llaves de su bolso―. Mi
cocina es mejor que la comida para llevar ―abrió su coche, con las luces
parpadeando en la oscuridad―. ¿Nos vemos en un rato?
―Me parece bien ―le abrí la puerta del lado del conductor y dejó su bolso
en el asiento del copiloto. Luego me sorprendió rodeá ndome el cuello con sus
brazos y apretando su cuerpo contra el mío en un gran abrazo.
―Muchas gracias por venir aquí esta noche ―dijo―. Sé que ha sido duro
para ti.
Las palabras "duro para ti" zumbaban en mi cabeza mientras mi polla
cobraba vida en mis pantalones. ¿Podría sentirla? Era un experto en ocultar

Melanie Harlow
mis pensamientos internos, pero ocultar una erecció n era una tarea má s
complicada.
―No tuve elecció n, ¿recuerdas? Usaste el có digo.
Se echó hacia atrá s para que pudiera verle la cara, pero mantuvo sus
brazos alrededor de mi cuello y sus caderas apoyadas en las mías.
―Te prometo que no lo volveré a usar a menos que sea una verdadera
emergencia. De todos modos, estuviste increíble ―me besó la mejilla, lo que no
impidió que la sangre me llegara a la entrepierna.
―Todo fue tuyo. Só lo dije tres palabras.
―¿De verdad?
―Sí, dije 'hola', dije 'F' y dije 'VVS uno'. Algo de eso puede que ni
siquiera cuente como palabras.
Se rió y finalmente me dejó ir.
―Supongo que fui yo quien habló , es decir, quien mintió . Lo que se va a
convertir en un gran lío mañ ana cuando Wongyoung abra la boca. Pero no te
preocupes ―sus ojos se encontraron con los míos y su sonrisa se desvaneció ―.
Prometo limpiarlo.
―Confío en ti ―le dije―. Y en realidad disfruté viendo có mo la bajabas
de nivel cada treinta segundos.
Volvió a sonreír, un poco perversamente.
―No voy a mentir, se sintió muy bien. Y si nunca me comprometo de
verdad, al menos tendré el recuerdo de esta noche.
No me gustaba pensar en Fé lix con nadie má s, nunca lo había
hecho.
―Oye ―dije, con un impulso de protecció n hinchá ndose en mi pecho―.
¿Por qué no te sigo a la tienda? Podemos comprar juntos.
É l parecía sorprendida.
―Odias las compras.
―Odio ir de compras solo. Pero no estaré solo, te tendré a ti. Y quiero
comprar la comida, ya que vas a cocinar para mí.
―De acuerdo ―dijo con una sonrisa―. Sígueme.
Me acerqué a mi todoterreno, eché la chaqueta en el asiento trasero y me
subí. Un minuto má s tarde, é l pasó en coche y me saludó , y aunque parezca una
locura, mi corazó n empezó a acelerarse mientras la seguía fuera del
estacionamiento. Como si esto se estuviera convirtiendo en una cita real o algo
así.
Pero no era así, só lo íbamos a hacer la compra y luego a mi casa a comer y
pasar el rato. No era como si fuera a pasar algo. No era como si hubiera algo
diferente entre nosotros. Todo lo que había dicho de mí dentro -que me veía muy
bien, que era brillante, que la mimaba- era inventado. Y las cosas que hacía,

Melanie Harlow
como enderezarme la corbata, tomarme la mano, tocarme el pecho y apoyarme la
cabeza en el hombro... eran só lo para aparentar.
É l no sabía lo que realmente sentía por é l. Y no podía decírselo nunca. Si se
lo dijera, la cosa podría torcerse en un abrir y cerrar de ojos, y todo se arruinaría.
Hace añ os que había tomado una decisió n al respecto.
Só lo había un problema, pensé , y mi polla volvió a moverse en mis
pantalones al recordar la forma en que é l apretó su cuerpo contra el mío cuando
me abrazó ... dos veces.
No podía dejar de pensar en desnudarla.

Melanie Harlow
CINCO

Félix
―Dios, me encanta tu cocina ―hice una pausa cortando por la mitad una
pinta de tomates cherry para tomar un sorbo de vino blanco―. Me siento como si
estuviera en un sueñ o ahora mismo.
―Eso es porque me diste el trabajo de mierda ―Hyunjin tuvo que apartar
la mirada de la picante cebolla que estaba cortando.
―Lo siento. Incluso yo odio cortar cebollas ―me reí y señ alé nuestro
entorno, con la copa de vino en la mano―. Pero si tuviera que hacerlo en esta
cocina todos los días, incluso ese trabajo no me parecería tan malo.
Hyunjin miró a su alrededor, como si nunca se hubiera fijado en los
magníficos suelos de madera, los elegantes armarios teñ idos de é bano, las
relucientes encimeras de má rmol, la impresionante cocina Thermidor y los
electrodomé sticos de acero inoxidable.
―Sí, es bonito.
Moví un pie descalzo por la superficie lisa del suelo; me había deshecho de
las zapatillas y los calcetines porque me encantaba el tacto satinado de los
mismos bajo mis suelas.
―Es má s que agradable. Probablemente sea bueno que no tenga esta
cocina. Nunca saldría de mi casa.
―Eres bienvenida a usar la mía cuando quieras. Pero no si me haces
cortar cebollas. ―empujó la tabla de cortar hacia mí―. Toma. Ya he terminado.
―Gracias ―lo miré , y mi estó mago volvió a hacer la graciosa cosa del flip-
flop. Se veía muy bien. Se había quitado el abrigo y la corbata, se había aflojado el
cuello y se había subido las mangas. Tenía un mechó n de pelo que se negaba a
someterse a cualquier producto o a mantenerse alejado de su cara. Siempre le
salía hacia delante, hacia la frente, de tal manera que me daban ganas de
quitá rselo de los ojos.
Era fá cil imaginar que así sería nuestra vida si realmente fuéramos una

Melanie Harlow
pareja. Mi piel se calentó y rá pidamente me concentré en mis tomates.
―¿Cuá l es mi siguiente tarea? ―preguntó .
―¿Está hirviendo el agua?
Se movió detrá s de mí para mirar la olla en la estufa.
―Sí.
―Bien. Necesito una sartén grande.
Abrió un gran cajó n inferior y miró en é l.
―Tengo un montó n de sartenes. No estoy seguro de cuá l necesitas.
Riendo, me di la vuelta y miré dentro del cajó n.
―Tienes un montó n, y son muy bonitas. ¿Vinieron con la casa?
―No. La casa estaba amueblada, pero contraté a alguien para que
abasteciera la cocina con lo que pudiera necesitar.
Me quedé con la boca abierta.
―¿Eso es una cosa?
―Claro, por un precio ―me vio sacar una sarté n de acero inoxidable
brillante y colocarla en un quemador.
―¿Así que só lo dices: 'Quiero una cocina llena de cosas bonitas, aquí está
mi tarjeta de crédito'? ¿Y no tienes que comprar nada tú mismo?
―Exactamente. Esa es la mejor parte de ganar mucho dinero: puedes
pagar a la gente para que haga las cosas que no quieres hacer, como ir de
compras.
―Deberías haberme preguntado ―dije―. Lo habría disfrutado, y lo habría
hecho gratis.
―No te habría dejado hacerlo gratis.
―Entonces habría tomado tu dinero y lo habría gastado en buena comida
y vino para nosotros. Necesito aceite de oliva ―dije, encendiendo el fuego bajo la
sartén.
Se acercó a la despensa y me trajo una boté l de cristal alta.
―¿Qué má s?
―Echa los ñ oquis al agua y vigílalos. Avísame cuando floten hacia arriba.
Hizo lo que le pedí, observando las pequeñ as manchas en forma de
almohada con tanta diligencia que tuve que sonreír.
―¿Y cuá l es la peor parte? ―pregunté , añ adiendo a la sarté n el ajo, la
cebolla, el calabacín picado y los granos de dos mazorcas de maíz.
―¿Eh?
―Has dicho que poder pagar a la gente para que haga cosas que no
quieres hacer es lo mejor de ganar mucho dinero, así que ¿qué es lo peor?

Melanie Harlow
Pensó por un momento.
―La gente asume cosas sobre ti. Como que eres codicioso o un estafador o
que has hecho trampa de alguna manera. Especialmente con las criptomonedas,
porque no son fá ciles de entender para el ciudadano comú n.
―Como yo. No lo entiendo en absoluto ―confesé con una risa, removiendo
mis verduras.
―Oh, mierda, no quería que eso sonara insultante ―dijo rá pidamente.
―Relá jate ―le toqué el brazo―. Sé lo que quieres decir. Y es cierto: si no
está s en el sector bancario, la criptomoneda no es fá cil de entender. Y cuando la
gente no puede entender algo, especialmente cuando se trata de grandes sumas
de dinero, parece poco claro.
―Hay gente poco fiable en las criptomonedas. Y a los reguladores
estadounidenses les encanta encontrarlos y cerrar sus operaciones. Pero yo no
soy uno de ellos. Y HFX no es perfecto, pero la industria se mueve tan rá pido que
es difícil para los reguladores seguir el ritmo. Si quisieran trabajar con nosotros,
podrían encontrar el equilibrio entre el crecimiento de la industria y la
prevenció n de los delitos y la aplicació n de las leyes que desean. Pero a menudo
está n má s interesados en jugar a atrapar.
―Probablemente se vendan má s perió dicos ―dije, añ adiendo los tomates a
la sartén.
―Y hace que sean reelegidos ―Hyunjin frunció el ceñ o ante el agua
hirviendo―. Tengo que testificar frente al Comité de Servicios Financieros de la
Cá mara.
Mis ojos se abrieron de par en par.
―¿La Cá mara, es decir, el Congreso de los Estados Unidos?
―Eso es. No he dicho nada al respecto porque esperaba retrasarlo. O
mejor aú n, evitarlo por completo.
Tomando la boté l de vino de la isla, nos serví un poco má s a los dos y le pasé
a Hyunjin su vaso.
―¿Cuá ndo sucederá ?
Dio un largo trago antes de responder.
―En unas tres semanas. El 28 de julio.
―Mierda. ¿Solo?
―No, habrá otros cinco directores generales allí.
―Bueno, eso ayuda, ¿no?
―Supongo. A menos que todos los demá s suenen como si supieran lo que
está n hablando y yo suene como un maldito idiota.
―No lo hará s ―me acerqué y le froté el hombro―. ¿No puede tu compañ ero
testificar en lugar de ti? ¿Changbin ?
―Estará allí, pero Changbin no hace lo que yo hago. Es un hombre de la
Costa
Melanie Harlow
Este, miembro del club, conoce a toda la gente adecuada, pero eso no es
necesariamente ú til en esta situació n. Changbin tenía el capital para invertir al
principio y es bueno con la gente, por lo que somos un buen equipo, pero no
conoce la parte de atrá s como yo. Las cosas está n flotando, por cierto ―señ aló los
ñ oquis.
―Bien. ¿Tienes un colador?
Hyunjin buscó hasta que encontró uno, y yo escurrí los ñ oquis antes de
añ adirlos a la sarté n con las verduras.
―¿Así que tienes la opción de testificar o no? ―pregunté .
―En realidad no. Es decir, podría sacar dinero de HFX y abandonar el
algoritmo que creé junto con la empresa que cofundé. Pero eso se vería
jodidamente terrible. Como si fuera un criminal o tuviera cosas que ocultar.
―¿Así que tienes que hacerlo?
―Tengo que hacerlo.
―Bueno, creo que lo hará s muy bien ―dije, poniendo una sarté n
inoxidable má s pequeñ a en el fuego para dorar un poco de mantequilla para la
salsa―. Tengo plena confianza en ti.
Se rió .
―¿Olvidas quié n soy?
―¡En absoluto! Sé exactamente quién eres. Tienes esto ―le di una
palmadita en el pecho, aunque él iba a pensar que estaba loca si seguía
tocá ndolo. Normalmente no era tan afectuosa físicamente, pero esta noche se
había portado tan bien conmigo, y se veía tan lindo, y su cuerpo era tan cá lido y
firme. Me pregunté qué aspecto tendría sin ropa. Hacía ejercicio todos los días;
tenía que notarse, ¿no? Era delgado, pero probablemente tenía buenos mú sculos.
Esas líneas y crestas masculinas.
Mi cara se calentó al imaginar su cuerpo sobre el mío. Las luces apagadas.
La puerta cerrada.
Basta, me reprendí a mí misma, dá ndome la vuelta y tomando un rá pido
sorbo de vino fresco. Te ha rescatado esta noche porque sois amigos. Porque
usaste el código. Porque le rogaste. No estás aquí porque te quiere en la cama.
Pero cuando volví a mirarlo, definitivamente estaba mirando mis piernas
desnudas.

***

Cuando los ñ oquis de mantequilla y albahaca estuvieron hechos, nos


sentamos en la mesa junto a la ventana para comer.
―Entonces, ¿te sorprendiste cuando recibiste ese texto mío con el mensaje
encriptado? ―pregunté .

Melanie Harlow
―Sí. Me avergü enza decir que tardé un minuto en reconocerlo.
Me reí.
―Tuve que escribir primero la clave de cifrado.
―Lo mismo ―Hyunjin levantó su copa de vino para dar un sorbo―. Pero
a veces pienso en aqué l noche en la biblioteca.
Dejé de masticar un segundo y tragué .
―¿Lo haces?
―Sí ―dio un mordisco a sus ñ oquis―. Recuerdo... lo que me contaste.
―¿Sobre Carla… mi madre?
Asintió con la cabeza.
―¿Alguna vez hablas con é l?
―En realidad no. Se acerca de vez en cuando, pero... ―mi voz se
interrumpió ―. Era bastante obvio cuando se fue que mamá era un papel que
había dejado de interpretar. Segú n é l, nunca lo quiso en primer lugar. Al menos,
eso es lo que dijo esa noche.
―Debe haber sido difícil. Siempre me pregunté ... no importa ―Hyunjin dio
otro mordisco.
―¿Qué ? Puedes preguntarme.
Volvió a dudar, pero finalmente habló .
―Supongo que me preguntaba có mo había sucedido. Có mo lo
escuchaste... lo que é l dijo.
―Estaba escuchando una pelea de mis padres cuando se suponía
que yo estaba dormida.
―Oh ―asintió en señ al de comprensió n.
―Esa noche hubo una gran tormenta elé ctrica, y esas siempre me
ponían nerviosa. Iba a la habitació n de mis padres y les preguntaba si podía
dormir en su cama. A veces me dejaban, otras veces mi padre me metía de nuevo
en mi cama y se quedaba conmigo hasta que me dormía. Pero esa noche, cuando
salí de la cama y me arrastré hasta el pasillo, los escuché pelear.
―Lo siento ―dijo Hyunjin en voz baja.
―Se peleaban mucho en aqué l é poca ―tomé mi vino, pero sabía que nada
iba a quitarme del todo el dolor de lo que había escuchado aqué l noche. Ni el
vino, ni la distancia, ni el tiempo.
Volví a tragar mientras su discusió n se repetía en mi cabeza, con la misma
claridad que si la hubieran tenido la noche anterior: mi padre dicié ndole a mi
madre que no podían permitirse sus gastos descontrolados, mi madre replicando
que la descuidaban y la ignoraban, mi padre hacié ndola callar para que no
despertaran a los niñ os, mi madre llamá ndolo con nombres horribles y
acusá ndolo de favorecer a sus hijas por encima de su esposa...

Melanie Harlow
Estás borracha, Carla.
¿Y qué? ¿Qué te importa? No te importa. Nunca te he importado. No me
quieres. ¡Sólo te casaste conmigo porque me quedé embarazada! ¡Cumpliste con tu
deber después de dejarme embarazada!
¿La dejó embarazada? Eso me había desconcertado. ¿Mi papá había
golpeado a mi mamá ? ¿Así es como tienes un bebé?
Hice lo correcto para nuestra familia, insistió.
¡Vete a la mierda, Mack! Nunca quise a tus hijas en primer lugar. Apenas
las quiero ahora.
Cuando le conté a Hyunjin la discusió n, la piel de gallina me cubrió los
brazos.
―La escuché decir: 'Nunca quise a tus hijas en primer lugar. Apenas las
quiero ahora'. Recuerdo que me hice un ovillo bajo las sá banas, como si intentara
hacerme desaparecer.
Hyunjin extendió la mano y tocó mi muñ eca.
―Le dijo que no sabía lo que decía. Que no lo decía en serio. Y le dijo que
é l no estaba a cargo de sus pensamientos y que no podía decidir có mo se sentía
al ser madre. Dijo que estaba harta de su vida. Y cuando é l dijo que podían
hablar de ello mañ ana y que debían irse a la cama, é l dijo que ya se había acostado
con alguien esa noche, y que no era é l.
―Joder ―dijo Hyunjin .
―Me confundía. No entendía por qué mi madre tenía una cama en otro
lugar ―tomé aire―. Mi padre dijo que estaba cansado de las discusiones y que é l
debía decir lo que quería, y su respuesta fue: 'Quiero salir'.
―¿Y no quiso llevarlas con é l?
Casi me reí.
―No. Pero de todos modos no habría podido. Lo primero que dijo mi padre
fue: 'Las niñ as se quedan conmigo'.
Sonrió .
―Bien por tu padre.
―Es el mejor. Y eso me hizo sentir bien, al menos mi padre todavía me
quería. Pero se me metió en la cabeza, ¿sabes? Escuchar a mi madre decir esas
cosas. Hasta ese momento, pensaba que todas las madres querían tener hijos. De
repente eso no era cierto. Mi madre no me quería ―suspiré ―. Volví al dormitorio
y me acerqué al escritorio donde Millie había estado trabajando en un proyecto
para la escuela, y tomé las tijeras. Esa fue la primera vez que me corté el pelo.
―Ah.
―A la mañ ana siguiente, todo el mundo me preguntó por qué lo había
hecho, y me inventé algo. Nunca le dije a nadie lo que había escuchado.
―¿Nunca?

Melanie Harlow
Sacudí la cabeza.
―No. Tenía miedo de meterme en problemas. Lo ú nico que podía pensar
era que una buena chica no habría escuchado. Era joven, pero sabía que
escuchar a escondidas estaba mal. No quería que mi padre se enfadara, no quería
que mis hermanas salieran perjudicadas y me daba demasiada vergü enza
contá rselo a mis amigos. Cuando me preguntaron por qué mi madre se había
mudado, mentí y dije que tenía que ir a cuidar a su abuela enferma en Georgia.
―Es mucho equipaje para un niñ o.
―Lo era. Pero sobreviví.
Asintió con la cabeza.
―Tengo curiosidad. ¿Qué te hizo decirme en la biblioteca?
―¿Sinceramente? ―Volví a tomar mi vino y lo terminé . Dejando el vaso
vacío, dije―: Tengo que confesar que fue una especie de accidente.
Hyunjin se levantó , fue a la nevera del vino y sacó una nueva boté l.
―¿Qué quieres decir?
―Bueno, ¿sabes que a veces digo cosas al azar cuando me pongo nerviosa?
―¿Como estar comprometido con un multimillonario? ―sacó el corcho de
la boté l con un ruidoso estallido―. ¿Que nuestra boda es el mes que viene?
Me reí.
―Exactamente. La biblioteca fue una de esas veces.
―¿Por qué estabas nerviosa en la biblioteca?
El calor se apoderó de mi cara y me puse las manos en las mejillas.
―Es demasiado embarazoso. No puedo decírtelo.
―Vamos ―nos sirvió má s vino a los dos.
―Te vas a reír de mí.
―No lo haré . Lo
prometo. Respiré
profundamente.
―Está bien. Estaba nerviosa porque pensé que podrías besarme.
―Y tú no querías que lo hiciera ―se sentó de nuevo.
―¿Qué ? ―lo miré con incredulidad―. ¡No! Quería totalmente que lo
hicieras. Pero nunca había besado a un chico y no tenía ni idea de có mo hacerlo.
Me decía: '¿Y si es incó modo? ¿Y si mis gafas se interponen? ¿Qué hago con mi
chicle?' Entonces me entró el pá nico.
Empezó a reírse.
―Lo siento, sé que dije que no me reiría, pero los dos está bamos teniendo
exactamente el mismo momento de pá nico. Quería besarte y no me atrevía a
hacerlo. Mi cabeza se aceleraba con todas las formas en que podría salir
mal, y no estaba seguro de que quisieras que te besara en primer lugar. Pensé
Melanie Harlow
que tal vez estaba malinterpretando las señ ales.
―No lo hacías ―dije, sacudiendo la cabeza―. Dios, ¿te imaginas có mo
debíamos estar? Sentados allí en los bordes de nuestros asientos, nuestras caras
a centímetros de distancia...
―Estaba sudando a mares ―dijo Hyunjin ―. Probablemente estaba
goteando de mi frente.
―No me di cuenta. Pero me pareció que pasó una eternidad y no pasó
nada, así que pensé que no debía verme así. Tenía que decir algo para romper la
tensió n, y por la razó n que sea, lo de mi madre salió a la luz.
―Recuerdo que no tenía ni idea de qué decir. Así que escribí la nota
codificada.
Sonreí.
―Fue la respuesta perfecta. Me hizo sentir mejor.
―Bien.
Nos quedamos sentados un momento, sin tocar la comida ni el vino, só lo
mirá ndonos. Era como si el tiempo hubiera retrocedido y estuviéramos de nuevo
en la biblioteca. Si fuera otra persona, pensé, Millie o Winnie o cualquier otra, me
levantaría y me sentaría en su regazo. Me sentaría a horcajadas sobre sus muslos
y pondría mis manos en su pelo y le diría que ya es hora de que nos demos una
segunda oportunidad para ese primer beso. Só lo de pensarlo se me aceleraba el
corazó n.
Pero luego dijo:
―Seguramente es bueno que no nos hayamos metido en aquel entonces.
¿No crees?
Parpadeé y me recuperé rá pidamente.
―Oh, sí. Definitivamente. Habría hecho las cosas raras con nosotros.
―Sí ―dijo, pero había algo poco convincente en su voz―. Quiero decir, es
difícil de decir con seguridad, pero probablemente tienes razó n. Podría no haber
valido la pena el riesgo.
Tomé mi vino y él tomó su tenedor. Había dicho "podría".
Podría no era una certeza. Podría dejaba espacio para la duda. Podría
creaba espacio para la esperanza. Debajo de la mesa, crucé los dedos.

***

Despué s de la cena, cargué el lavavajillas mientras Hyunjin guardaba las


sobras y luego limpiaba las sartenes de acero inoxidable a mano. Me reí al verlo
en el fregadero, remangado, fregando con una esponja.
―Apuesto a que eres el ú nico multimillonario que lava ollas y sartenes esta
noche ―bromeé .

Melanie Harlow
―Probablemente ―dijo.
―Creo que es bueno ―le di una palmadita en el hombro―. Muestra
cará cter. Como si no hubieras olvidado de dó nde vienes. Pá samelos y los secaré .
Uno al lado del otro, conseguimos lavar, secar y guardar todo. Cuando
só lo quedaban nuestras copas de vino, Hyunjin miró la boté l medio vacía.
―¿Quieres quedarte un poco má s? ¿Terminar el vino?
Dudé .
―Si nos acabamos esa boté l, no podré conducir hasta casa.
―Entonces qué date a dormir ―dijo―. Tengo muchas habitaciones para
invitados.
―¿Una pijamada? ―fingí estar escandalizada, tocando con la punta de los
dedos mi pecho―. ¿Antes de casarnos? ¿Qué diría la gente del pueblo?
Se rió , tomando la boté l y vaciá ndola en nuestros vasos.
―Probablemente ya estén hablando de nosotros. Vamos, salgamos a la
cubierta. No creo que haya empezado a llover todavía.
En el exterior, el aire estaba impregnado del agudo y ominoso aroma del
ozono. Me hundí en los cojines de un extremo del sofá exterior y Hyunjin se
sentó a mi lado, en el cojín central.
Cerca.
No había ninguna otra casa cerca, ni luces en el bosque, ni ningú n otro
ruido que no fuera el de los grillos y el viento cá lido y veraniego que susurraba
entre las ramas. Metí los pies debajo de mí y me alisé el traje sobre los muslos.
―Está tan oscuro aquí fuera. Tan aislado.
―Eso es lo que me convenció del lugar.
Me reí, pinchando su hombro.
―Eres un viejo gruñ ó n.
―Tengo veintiocho añ os. Soy un joven gruñ ó n.
―Bien. Eres un joven gruñ ó n ―le di un sorbo a mi vino―. ¿Pero sabes qué?
Tienes que lidiar con mucha gente que quiere meterse en tus asuntos personales
todo el tiempo, así que no debería criticar. Te mereces privacidad cuando la
quieres.
―¿Puedes decirle eso a mi
madre? Me reí.
―Me pregunto qué pasó con Cleopatra esta noche.
―Ni idea. Dijo que iba a presentarle a Harvey. Es el amigo viudo de mi
padre
.
―Ah, qué bien. Só lo quiere que la gente sea feliz.
―Se puede ser feliz sin una relació n seria ― dijo Hyunjin , un poco a la

Melanie Harlow
defensiva.
― Es cierto ―tomé otro sorbo de vino y me pareció escuchar un trueno
retumbando en la distancia―. A menos que te sientas solo, o que realmente
quieras una familia.
―Nunca me siento solo ―dijo.
―¿Y una familia? ―pregunté ―. ¿Piensas alguna vez en casarte? ¿Tener
hijos?
Hyunjin puso un tobillo en la rodilla contraria.
― La verdad es que no. No sé si sería un buen padre.
Sorprendida, me puse de cara a é l y mis rodillas chocaron con su muslo.
Apoyé el codo en el respaldo del sofá y apoyé la cabeza en la mano.
―¿Qué te hace decir eso? Eres genial con tus sobrinos.
―Sí, pero ser tío es diferente. Hay menos presió n. Puedes simplemente
divertirte con ellos. No eres realmente responsable de su educació n ― hizo
una pausa―. No sé si tendría el temperamento para ser un buen padre. A veces
me irrito y me impaciento mucho. Puedo ser irracional y obstinado. Mi cuñ ado,
Neil, es tan fá cil y relajado.
―Todos los tipos de personas pueden ser grandes padres. Mi padre
también era testarudo. É l definitivamente se irritaba. Y tenía una boca tan sucia,
que la alcancía de los juramentos era desbordante al final de la semana ―me reí
al recordar có mo le metía billetes de dó lar después de una larga perorata que
incluía varias bombas de J―. No era perfecto. Pero era un padre increíble.
Hyunjin dejó su copa de vino sobre la mesa y se cruzó de brazos.
―¿Y tú ? ¿Quieres tener hijos?
―Sí, pero primero tengo que resolver algunas cosas.
―¿Qué tipo de cosas?
Levanté los hombros.
―Có mo estar en una relació n sana.
Se rió brevemente.
―No tengo ningú n consejo en ese sentido. Sería un marido aú n má s malo
que un padre.
―¿Qué te hace pensar eso?
―La experiencia.
―¿Ah sí? ―le di un codazo en la pierna―. ¿Hay una esposa que escondes
en alguna parte? Como tu falsa prometido , debería saberlo.
Me sonrió de lado.
―No, nunca me he casado. Pero he intentado tener relaciones, y soy
pésimo en éls. Me han dicho literalmente que soy pésimo en éls.

Melanie Harlow
―Eso no está bien.
Se encogió de hombros.
―Es honesto.
―Supongo que valoraría má s la amabilidad que la honestidad en esa
situació n.
―No importaba. Y ni siquiera me
importaba. Miré lo que quedaba de mi vino
y lo agité .
―¿Estamos hablando de Zlatka?
―É l es la que má s me dijo que apestaba, pero no es la ú nica que se
sentía así, y nunca les culpé . Nadie quiere salir con un recluso que odia ir a los
sitios.
―¿Eso es todo? ¿Nunca te gustó salir?
―Había mucho de eso. Pero también hubo otros problemas. No se me da
bien hablar de las cosas. Soy mejor en... no importa ―se inclinó hacia delante y
volvió a tomar su vino. Lo terminó de un largo trago.
―¿Qué ? ―volví a darle un codazo―. Cué ntame.
―Soy mejor en lo físico que en lo emocional.
Mis mú sculos centrales se contrajeron y dejé caer los ojos sobre mi
regazo.
— ¿Te refieres a cosas sexuales?
―Sí.
―Bueno, eso también es importante ―dije, preguntá ndome exactamente en
qué era bueno y si era un error por mi parte querer averiguarlo―. Buena
química física con alguien.
Dejó el vaso vacío sobre la mesa.
―En realidad, ni siquiera creo que Zlatka y yo fué ramos tan compatibles
en lo que respecta al sexo.
―¿Por qué no?
―Ciertas cosas que me gustaban a mí, a é l no. Tomé
aire para tener valor.
―¿Có mo qué ?
Hizo una pausa.
―Digamos que a Zlatka no le gusta que le digan lo que tiene que hacer o
no hacer, y yo disfruto de ese tipo de control.
Me serví el resto del vino en la garganta.
―Pero había otros problemas. Me acusaba constantemente de evitar
cualquier situació n o conversació n en la que no quisiera estar, y tenía razó n. Las
Melanie Harlow
evito. Con el tiempo, nuestra relació n cayó en esa categoría.
―¿No la echas de menos?
―Joder, no. Era agotadora. Y nunca he echado de menos a nadie ―se
encontró con mis ojos―. Quiero decir, excepto a ti. Ha habido muchas veces en
mi vida en las que te he echado de menos.
Sonreí.
―¿De verdad?
―Sí.
―Yo tambié n te he echado de menos ―nuestros labios no estaban tan
separados, y esta vez no estaba masticando chicle. Si me inclinaba un poco hacia
é l, é l...
Un rayo brilló por encima de los á rboles detrá s de é l, el sonido crujió como
un disparo de rifle un segundo despué s.
―¡Oh!
Me puso una mano en la pierna mientras se escuchaba el estruendo de un
trueno.
―¿Está s bien?
―Sí. Lo siento ―un poco avergonzada, levanté los hombros―. Las
tormentas todavía me ponen nerviosa.
―Entremos ―Hyunjin se levantó , tomando nuestras copas de vino vacías de
la mesa―. Te enseñ aré las habitaciones de los invitados, y podrá s elegir.
―¿Seguro que está bien que me quede? ―lo seguí al interior de la casa.
―Sí. Podría llamar y preguntarle a mi madre, pero estoy bastante seguro
de que estaría a favor ―bromeó , deslizando la puerta de cristal con el codo.
―La mía tambié n. De hecho, voy a enviarle un mensaje de texto para que
sepa que me quedo aquí, para que no se preocupe.
―Buena idea.
El primer dormitorio que Hyunjin me mostró estaba en la planta principal,
su puerta estaba justo enfrente de la suite principal. Tenía una cama de
matrimonio con una bonita ropa de cama blanca y su propio bañ o.
―Esto es perfecto ―dije, hundiéndome en la cama.
Hyunjin se quedó en la puerta.
―Los otros dos dormitorios está n en el nivel inferior, si quieres má s
privacidad.
―Escucha, llevo seis meses viviendo con mis padres y mis dos hermanas
adolescentes. Esto es el cielo.
Se rió .
―Está bien. ¿Puedo ofrecerte algo?

Melanie Harlow
―¿Tienes un cepillo de dientes de repuesto? ¿Tal vez una camiseta vieja
con la que pueda dormir?
―Vuelvo enseguida.
Mientras estaba fuera, le envié un mensaje a mi madre diciendo que me
quedaba en casa de Hyunjin y que estaría en casa por la mañ ana. Me di cuenta
de que tenía notificaciones de Dearly Beloved e Instagram, pero las ignoré y
apagué el teléfono; ya me ocuparía del mundo exterior mañ ana.
Acababa de dejar el telé fono en la mesita de noche cuando Hyunjin
apareció sosteniendo una camisa blanca doblada, un cepillo de dientes todavía
en el paquete y un tubo de pasta de dientes de viaje encima.
―¿Funcionará esto?
―Sí. Gracias ―me levanté y le acepté todo, y nuestras manos se tocaron
en el proceso.
Una sacudida de calor subió por mis brazos.
Se metió las manos en los bolsillos.
―¿Necesitas algo má s?
―No. Estoy bien ―un trueno retumbó con fuerza desde el exterior, y salté .
―¿Está s bien?
―No ―me reí, avergonzada. Sin pensarlo, hice una broma rá pida―.
¿Puedo dormir en tu cama esta noche?
La cara de Hyunjin se puso blanca.
―Estoy bromeando ―dije, mi cara se calentó ―. Por lo que te dije antes.
No te preocupes, no voy a…
―Puedes si quieres.
―...realmente arrastrarme en tu. . . ¿eh?
―Puedes dormir en mi cama. Si quieres. Quiero decir, si tienes miedo.
¿Y si no tengo miedo y sólo quiero estar cerca de ti? Pero no me atreví a
decir las palabras. En su lugar, me limité a sonreír.
―Gracias. Pero estaré bien.
―De acuerdo. Buenas noches ―salió rá pidamente de la habitació n,
cerrando la puerta tras de sí.
Me quedé un momento mirando. ¿Qué acaba de pasar? ¿Acabo de
rechazar una invitació n? ¿Quería que me metiera en su cama esta noche? ¿O só lo
estaba siendo amable?
¿Por qué é ramos tan malos en esto?
Me obsesioné con él mientras sacaba mis moñ os espaciales, me lavaba la
cara, me cepillaba los dientes y cambiaba mi traje y mi sujetador push-up por su
camiseta. El algodó n blanco y limpio se sentía fresco y suave contra mi piel.
Mirá ndome en el espejo del bañ o, me pregunté qué hacer. Había habido

Melanie Harlow
momentos esta noche en los que habíamos estado a punto de cruzar la línea.
Sabía que no lo había imaginado.
Pero tambié n había dicho cosas que me hacían pensar que no quería
arriesgar nuestra amistad só lo por fastidiar, y yo tampoco. Lo que teníamos era
raro.
Lo que yo quería era una imprudencia.
Apagando todas las luces, me metí entre las sá banas y me quedé mirando
la oscuridad. La lluvia tamborileaba sobre el tejado, salpicada por los relá mpagos
y el gruñ ido de los truenos.
¿Una noche de comportamiento cuestionable arruinaría añ os de amistad?
Tal vez no lo haría. Tal vez podríamos desnudarnos un poco y ver qué pasaba.
Dejar que nuestros labios se encuentren. Dejar que nuestras manos vaguen.
Dejar ir nuestras inhibiciones en la oscuridad.
El trueno retumbó con tanta fuerza que hizo temblar la casa.
―Esto es una locura ―susurré para mis adentros, pero eché las sá banas
hacia atrá s, giré los pies hacia el suelo, me apresuré hacia la puerta y la abrí de
golpe.
Entonces jadeé .
Hyunjin estaba allí, en la oscuridad, sin camiseta, con la mano
levantada como si hubiera estado a punto de llamar a la puerta.

Melanie Harlow
SEIS

Hyunjin
―¡Oh! ―las manos de Félix volaron a sus mejillas―. Só lo estaba... um...
Mi mente, con suerte, intervino donde su lengua lo dejó .
¿Preguntándote si querías desnudarte?
¿Curiosa por saber cómo se sentiría tu cuerpo sobre el mío?
¿Pensando en follar contigo de diez maneras diferentes?
Genial, yo también.
Pero lo que dijo mientras sus ojos se paseaban por mi pecho fue:
―Sedienta.
―Claro ―dije―. Por eso estoy aquí.
―¿Lo está s?
―Sí, pensé que tendrías sed y se me olvidó decirte que hay botéls de agua
en la nevera. ¿Por qué no te traigo una? ―me aparté de él, con el corazó n palpitante, y
caminé rá pidamente por el gran saló n hacia la cocina. Abrí la puerta de la nevera y
me quedé allí un momento, dejando que el aire fresco me golpeara el pecho
desnudo. Me quedé mirando el contenido, olvidando por completo lo que estaba
buscando.
Él lo sabe, imbécil. Sabe perfectamente por qué estabas llamando a la puerta
de su habitación sin camiseta. Llevaba cinco minutos intentando estar seguro,
dudando sobre si debía llamar o no, imaginando todas las posibilidades.
La cosa era que yo estaba seguro de mi polla, pero mi polla no estaba tan
segura de mí.
Era un gran riesgo, hacer este tipo de movimiento cuando se conoce a
alguien desde hace tanto tiempo como Fé lix y yo. No era como si Zlatka se me
acercara en una fiesta y me dijera: «Te quiero. Salgamos de aquí». Eso era
inconfundible.

Melanie Harlow
¿Estaba Félix coqueteando esta noche o simplemente siendo familiar?
¿Había imaginado la atracció n física? ¿Qué diría é l si le dijera que quería hacerla
sentir segura durante la tormenta, posiblemente distrayé ndola con un orgasmo o
dos? Sabía que podía cumplir, pero é l...
―¿Hyunjin ?
Sobresaltado, me di la vuelta para verla de pie con mi camiseta y los pies
descalzos, con el pelo revuelto. En mis fantasías, é l había susurrado mi nombre en
la oscuridad de esa manera mil veces. Por supuesto, si esta fuera mi fantasía, é l
estaría de rodillas ahora mismo. O tendría su espalda contra la nevera. O sobre la
encimera con mi lengua entre sus muslos.
―Lo siento, no quería asustarte ―sonrió con cautela―. ¿Encontraste el
agua?
―El agua. Sí ―volviéndome a girar, cerré los ojos y tomé aire, luego tomé
una botél de plá stico y cerré la nevera―. Aquí tienes.
―Gracias ―me aceptó el agua pero no hizo ningú n movimiento para salir
de la cocina. Incluso en la oscuridad, pude ver su mirada recorriendo mi pecho,
mis hombros y mi estó mago. Mis pantalones con cordó n colgaban de mis caderas
y sus ojos se desviaban hacia el sur―. Supongo que... volveré a la cama.
―Espera.
Levantó la vista.
―¿Sí?
Me vinieron a la cabeza diez preguntas diferentes y, por desgracia, la que
elegí fue:
―¿Te has cortado el pelo hoy? É l
tocó los extremos dentados.
―Oh, sí. Esta mañ ana, despué s de ver la mala crítica en esa aplicació n.
Se ve terrible, lo sé . Es todo desigual.
―En absoluto. Tambié n hay belleza en la asimetría.
É l sonrió , pero sin nada má s que decir, y sin que ninguno de los dos
fuera lo suficientemente valiente como para cruzar la línea, estar allí de pie
comenzó a sentirse un poco tortuoso. Finalmente, rompió el silencio.
―Buenas noches.
―Buenas noches ―maldiciendo mi falta de valor, la vi alejarse de mí. Un
momento despué s, la puerta de su habitació n se cerró con un clic.
Volví a la cama y me quedé despierto durante mucho tiempo, escuchando
có mo las gotas de lluvia golpeaban el techo, como pequeñ os puñ os sobre mi
cerebro. La había cagado por lo menos cinco veces diferentes esta noche. Había
pasado añ os pensando en é l y preguntá ndome qué pasaría si lo hiciera, y esta
noche, cuando tuve la oportunidad de hacer algo al respecto -mú ltiples
oportunidades-, me eché atrá s.

Melanie Harlow
Pero tal vez así es como se suponía que debía ser. Tal vez mi
subconsciente me estaba haciendo un favor y llevar a Fé lix a la cama arruinaría
las cosas sin remedio. Ya había arruinado suficientes relaciones en mi vida, ¿no?
Valía la pena proteger esta.
Mañ ana por la mañ ana, saldría a correr mucho y me daría una sesió n de
levantamiento de pesas para eliminar parte de la testosterona y la frustració n.
Luego me excitaría en la ducha mientras pensaba en có mo habría sido si hubiera
tenido el valor de llamar a la puerta de la habitació n esta noche. El sabor que
tendría. Los sonidos que haría. Sus piernas alrededor de mí. Su espalda
arqueada. Sus pezones perfectos bajo mis labios.
Antes de que pudiera detenerme, mi mano se introdujo en la cintura de
mis pantalones de deporte. Me acaricié la polla con el puñ o mientras imaginaba
su cuerpo bajo el mío. Lamería cada centímetro de su piel, la provocaría con mis
dedos, la follaría con mi lengua.
Mi respiració n se volvió pesada y rá pida, y agradecí el ruido de la
tormenta. Trabajé con mi mano con má s fuerza, má s rá pido, má s apretado,
fantaseando con la idea de deslizarme dentro de é l por primera vez; estaría
hú meda y caliente, ansiosa por mí, rogando por mi polla. Sus manos en mi pelo,
en mi espalda, en mi culo, tirando de mí má s profundamente. Gritaría de dolor o
de placer, o tal vez de ambas cosas, porque nunca le haría dañ o, pero no podría
contenerme: la había deseado durante demasiado tiempo y por fin era mía, y
quería hacer que se corriera, quería sentirlo y oírlo y ver có mo lo recibía todo de
mí, cada vez má s fuerte y má s rá pido, y joder, joder, joder... Apenas pude reprimir
un gemido cuando toda la tensió n se liberó en gruesos latidos que me dejaron el
estó mago hecho un desastre.
Avergonzado por lo que había hecho (¡é l estaba en la habitació n del otro lado
del pasillo!) me escabullí al bañ o, me limpié y volví a la cama, donde di vueltas en
la cama el resto de la noche.

***

―Hyunjin .
Era el susurro de Fé lix . Por un segundo, pensé que estaba soñ ando.
―Hyunjin ―ahora su mano estaba en mi hombro. ¿Había cambiado de
opinió n y venido a mi cama despué s de todo?― Hyunjin , despierta. Hay alguien
aquí.
Mis ojos se abrieron de golpe. Mi habitació n estaba iluminada: no era de
noche, era de mañ ana, y Fé lix no estaba aquí para seducirme. De hecho, su frente
estaba arrugada con preocupació n por encima de la parte superior de sus
gafas. Me esforcé por entender lo que estaba diciendo.
―¿Eh?
―Alguien está aquí, llamando a la puerta. Creo que puede ser tu madre.

Melanie Harlow
―¿Mi madre? ―Eso no era nada sexy. Me apoyé en un codo y parpadeé―.
¿Aquí?
―Sí. Y tal vez algunas otras personas ―se levantó y miró hacia el pasillo―.
Escuché golpes y gritos, pero no quise abrir la puerta.
Me di cuenta de que Fé lix aú n llevaba mi camiseta y tambié n de que sus
pezones estaban duros, pinchando el algodó n. Bajo las sá banas, mi polla cobró
vida.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
―¡Hyunjin ! ¿Está s ahí? ―definitivamente era la voz de mi madre.
Gimiendo, me eché hacia atrá s y me tapé la cara con la almohada―. Vete, mamá .
―No creo que se vaya. Lleva varios minutos llamando a la puerta.
―Jodeeeeeeeeeeer ―tiré la almohada a un lado y me senté , revolviendo
mi pelo con una mano―. ¿Por qué está aquí tan temprano? ¿Qué hora es?
―Son má s de las diez.
―¿Lo son? Nunca duermo hasta tan tarde.
―Yo tampoco. Pero tuve problemas para dormirme anoche.
―Yo tambié n ―volví a mirar su pecho y se cruzó de brazos. Qué bien.
Ahora él pensaba que yo era un pervertido.
―¿Fue la tormenta lo que te mantuvo despierta? ―pregunté .
―Fueron muchas cosas.
―¡Hyunjin , cariñ o, abre! He mirado en el garaje y he visto tu coche, ¡así
que sé que está s aquí!
Gemí mientras me levantaba de la cama, agradecido de que al menos los
gritos de mi madre hubieran desinflado mi erecció n... en su mayoría.
Dirigiéndome al bañ o, dije:
―Dame un minuto.
―Me vestiré ―dijo Félix .
―No hay prisa. Só lo voy a lavarme los dientes y luego intentaré
deshacerme de é l.
Pero dos minutos después, cuando abrí la puerta, descubrí que no era
só lo mi madre, sino tambié n mi hermana, mi cuñ ado, mis sobrinas, mi sobrino y
los cuatro miembros de los Clipper Cuts: Stan, Harvey, Buck y Leonard,
ataviados con sus abrigos de rayas rojas y blancas y sus sombreros de paja.
Harvey sostenía una gran caja blanca de panadería. Antes de que pudiera
detenerlos, todos entraron en la casa y se quedaron mirando expectantes.
―¿Qué está pasando? ―pregunté , pasá ndome una mano por el pelo de
recié n levantado―. ¿Por qué está n todos aquí?
―Está bamos en la casa ensayando para el almuerzo del quincuagé simo
aniversario de los FitzGibbons cuando nos enteramos de la noticia ―dijo mi
padre―. Reunimos a las tropas y nos apresuramos a venir.

Melanie Harlow
―¿Es cierto? ―preguntó mi madre sin aliento, con las manos unidas en
oració n.
―¿Es cierto qué ? ―pregunté, mirando confundido los rostros extasiados
de la multitud.
―¡Ahí está ! ―la cara de mi madre se iluminó y sus ojos se empañ aron―.
¡Es verdad! Es verdad.
Miré por encima de mi hombro para ver que Fé lix había llegado desde
la direcció n de los dormitorios, con el traje azul de la noche anterior, el pelo
revuelto, las piernas y los pies desnudos. Era obvio lo que parecía.
Apresurá ndose, mi madre la tomó de ambas manos y la envolvió en un
abrazo gigante.
―¡Dulcísima Fé lix , esto es mejor que un sueñ o!
―¿Lo es? ―Félix me miró con ojos muy abiertos y llenos de pá nico por encima
del hombro de mi madre.
Tomando su mano, mi madre arrastró a Fé lix hacia mí y nos miró a los dos
uno al lado del otro. Luego se secó los ojos.
―No sé si podré contener mis emociones. Ustedes dos, despué s de todo
este tiempo, se han comprometido a casarse.
Se me cayó la mandíbula. Fé lix hizo una especie de chirrido.
Mi hermana se acercó y me dio un puñ etazo en la tripa antes de darme un
abrazo.
―¡Idiota! ¿Desde cuá ndo puedes guardarme un secreto?
Mi cuñ ado, Neil, me rodeó con sus brazos y me golpeó en la espalda.
―Deberías haber dicho algo, hombre.
―¡Pero ahora tiene mucho sentido! ―exclamó mi madre riendo―. No me
extrañ a que siempre protestara tanto cuando intentaba ayudarlo a encontrar el
amor. Ya lo había encontrado!
―¿Pero por qué era un secreto? ―preguntó Zosia, mirando la caja de
donuts―. No lo entiendo.
―Porque cuando eres alguien como Hyunjin , los medios de comunicació n
siempre está n husmeando en tu negocio, y hacer pú blica una relació n ejerce
mucha presió n ―dijo mi hermana―. ¿Verdad, Hyunjin ?
―Eh, sí.
―¡Y los ojos tristes y el aura de descontento que percibí ayer debían ser su
anhelo de compartir la noticia con nosotros, pero sintié ndose protector de su
floreciente amor! Pero en retrospectiva, estaba ahí ―mi madre me tomó la mano
y colocó la palma de Fé lix en la mía. Sus ojos se llenaron de lá grimas―.
Señ ores.
¿Una canció n, por favor?
Pero antes de que pudié ramos protestar, los Clipper Cuts se reunieron en
formació n ante nosotros, y Harvey hizo sonar una nota en el tubo de lanzamiento.
Melanie Harlow
―Felicidades a ti ―cantaron en armonía a cuatro voces al son del "Happy
Birthday"― Felicidades a ti. Felicidades por tu compromiso, felicidadeeeeeeees a
tiiiiiiiiii ―cantaron, alargando las dos ú ltimas notas mientras el shock corría por
mis venas.
Todo el mundo aplaudió mientras Fé lix y yo intercambiá bamos una
mirada frené tica.
―¡Foto! ―gritó mi hermana, levantando su telé fono―. ¡Todos dentro!
Los Clipper Cuts se agolparon ansiosamente detrá s de nosotros mientras
mi familia se apretujaba a los lados. Neil sostenía a Jonas en sus brazos y mi
madre tomaba a Keely y la ponía sobre una cadera. Allie sacó una, y luego se
agachó frente a nosotros y se tomó otra autofoto para poder salir tambié n en é l.
―¿Qué tal si esta vez sonríes? ―sugirió con una risa―. Hyunjin y Fé lix ,
parece que han visto un fantasma.
No pude ni siquiera intentar una sonrisa. No tengo ni idea de qué forma
era capaz de hacer Fé lix con su cara. Por el amor de Dios, ni siquiera tenía una
camisa puesta.
―Ahora una de la feliz pareja ―dijo mi
madre. Levanté una mano.
―Mamá , de verdad, este no es el...
―Oh, ahora no seas tímido ―reprendió , juntando las manos bajo la
barbilla―. ¡Pon tu brazo alrededor de él, Hyunjin ! Está s enamorado. Y la pobre
chica está temblando de emoció n.
Miré a Fé lix -parecía agitada y asustada- e inmediatamente le pasé el
brazo por el hombro.
―Um, Sra. Hwang , todo el mundo, hay algo que tengo que explicar
―comenzó Fé lix .
―Por favor. Llá mame mamá ―los ojos de mi madre volvieron a ponerse
llorosos―. Y no hay nada que explicar. Es la historia má s antigua del libro:
chico conoce a chica, son só lo amigos durante añ os, luego se dan cuenta de que
siempre ha habido algo má s... ―se enjuagó las lá grimas―. Es como si el
universo hubiera respondido a todas mis plegarias. Ahora puedo dejar de
preocuparme por ti, Hyunjin .
―¿Puedes?
―Sí ―se rió encantada―. Se acabó el intentar engañ arte, porque
claramente te has dado cuenta de que tu alma gemela ha estado aquí todo el
tiempo.
Fé lix negó con la cabeza.
―Siento mucho esto, pero...
―No lo sientas ―mi madre sonrió ―. Entendemos que quieran mantener la
noticia para ustedes mismos. Es natural querer guardar un secreto así cerca del
corazó n. Pero ahora que se sabe ―continuó emocionada― ¡no puedo esperar a

Melanie Harlow
celebrarlo! ¿Y es verdad que la boda es el mes que viene?
―Eh... ―otra mirada de pá nico pasó entre Fé lix y yo―. ¿Dó nde
escuchaste eso?
―Oh, las noticias está n en todas partes ―dijo mi hermana―. En línea, en
las noticias locales de la mañ ana, en las redes sociales. Llevan semanas
comprometidos en secreto y van a celebrar una boda muy íntima en Cloverleigh
Farms en agosto. Al menos cinco amigos me enviaron los titulares y me
preguntaron si era verdad ―se rió ―. Tenía mis dudas, pero mamá estaba segura
de que el universo no le jugaría una broma tan cruel.
―¡Y tenía razó n! Míralos, es obvio lo que ha pasado ―dijo mi madre con un
guiñ o, señ alando mi pecho sin camiseta y las piernas desnudas de Fé lix .
―Espero que no hayamos interrumpido ―dijo Neil riendo.
―¡Digan cheeese! ―mi hermana tomó otra foto―. ¿Qué tal un beso?
―¿Un qué ? ―un temblor recorrió a Félix y apreté mi brazo sobre sus
hombros.
―¡Un beso! ―a mi madre claramente le encantó la idea―. Para
la cá mara. Por la prosperidad. Por el amor.
―Exactamente ―dijo mi hermana, apuntando su telé fono hacia
nosotros―. Bésala, Hyunjin .
Miré a los ojos de Félix y vi una multitud de emociones, sobre todo miedo,
pero también una calidez familiar, y posiblemente incluso un poco de esperanza. Sin
pensarlo, bajé mis labios a los suyos.
Mi madre suspiró , mi hermana dijo aaawwwww, Zosia eeeeeeewwww y
los Clipper Cuts empezaron a cantar "Let Me Call You Sweetheart".
Pero apenas escuché nada, porque por primera vez estaba besando
realmente a la chica que había querido besar desde los quince añ os. Sus labios
permanecían cerrados, pero eran tan suaves y dulces como los había imaginado,
y aunque el beso era tan casto como tenía que ser con tanto pú blico, no quería
que terminara.
―De acuerdo, ya tengo la foto ―dijo mi hermana.
Pero no nos detuvimos.
―¡Consigan una habitació n! ―gritó Neil.
―Qué asco. ¿Podemos tomar ya los donuts? ―preguntó Zosia.
Levanté la cabeza y abrí los ojos: la expresió n de Félix era de total asombro.
―Estoy... estoy confundida ―susurró .
―Ven conmigo ―la agarré por el antebrazo y tiré de él hacia el pasillo
trasero, con la mente en blanco.
―¡Estaba bromeando! ―gritó Neil con una carcajada.
―Oh, dé jenlos ir ―dijo mi madre―. Probablemente necesitan un momento

Melanie Harlow
para ellos, irrumpimos en su nido de amor sin avisar.
Dentro de mi habitació n, cerré la puerta y me giré . La cara de Fé lix estaba
vacía de color, excepto por dos manchas rojas en las mejillas.
―Dios mío ―dijo―. Lo siento mucho.
―No lo hagas.
Pero Fé lix había empezado a pasearse a los pies de mi cama.
―No debería haber abierto mi bocaza a Wongyoung. Sabía que esto
pasaría. Só lo que no pensé en las consecuencias de que tu familia se enterara de la
noticia y se pusiera tan contenta. Y no son só lo ellos.
―¿Qué quieres decir?
―Cuando encendí mi telé fono esta mañ ana, vi que Winnie me había
enviado un montó n de titulares sobre nosotros: ¡somos noticia de primera plana!.
―¿Lo somos?
―¡Sí! Mi nú mero de seguidores se disparó de la noche a la mañ ana. Tengo
toneladas de DMs. Mis notificaciones en Dearly Beloved se han disparado. Y mi
madre, Frannie, quiero decir, me dejó un mensaje de voz, que no he escuchado,
pero puedo imaginar de qué se trata ―dejó de moverse y se llevó las manos a la
cara―. Ahora tengo que decirle a todo el mundo la verdad: que me lo he
inventado. Esto es muy embarazoso.
―De acuerdo, espera ―mi mente daba vueltas―. Tal vez no tengamos que
decírselo a todo el mundo.
―¿Eh?
Me pasé una mano por el pelo.
―Tal vez podamos seguir adelante.
―¿Seguir adelante?
―Sí, al menos por un tiempo.
Su cabeza se echó hacia atrá s.
―¿Por qué ?
―Ya escuchaste a mi madre. Por fin me va a dejar en paz. Quizá s todos los
demá s también lo hagan.
Fé lix me miró como si estuviera loco.
―¿Hablas en serio?
―Sí. Estoy cansado de que todo el mundo me acose por mi falta de vida
personal. Tengo mucho trabajo que hacer para prepararme para testificar, y si la
gente piensa que estamos comprometidos, me dará n el espacio para hacerlo
―dije. Lo que no dije fue: Además, ser tu falso prometido significará que podré
pasar mucho tiempo contigo, actuando como si me pertenecieras, quizá de formas
que no siempre impliquen la ropa.
―¿Por cuá nto tiempo?

Melanie Harlow
―Só lo mientras estoy aquí ―dije―. Só lo he alquilado la casa por tres
meses. Tengo que estar fuera para el 15 de agosto.
Hizo las cuentas.
―¿Así que un mes?
―Correcto ―me sentí extrañ amente liberado por la idea de habitar esta
otra versió n de mí durante treinta días: el tipo que sería para él si pudiera―.
¿Qué te parece?
Sonrió .
―Creo que va a haber un montó n de Abuelas Prancin' decepcionadas por
ahí.
―¿Entonces lo hará s?
―Por supuesto que lo haré.
―Significará mentir a tu familia... ¿está s segura de que está s dispuesta a
eso?
Se mordió el labio inferior por un momento.
―Pero no vamos a hacer daño a nadie. Mi familia se alegrará mucho. El
ú nico problema será cuando tengamos que terminar. Pero supongo que
podríamos suspenderlo cuando vuelvas a San Francisco.
―Suena razonable.
―¡Excepto que dije que nos íbamos a casar el pró ximo mes! ¡Mierda! ―se
golpeó la cabeza con los talones de las manos.
―Mira, no nos preocupemos por eso ahora.
―Pero tenemos que conseguir la historia, Hyunjin . Necesitamos un guió n
―Félix sacudió la cabeza, con los ojos muy abiertos―. De lo contrario, es
posible que me salga el tiro por la culata.
―Podemos inventar una historia ―miré la puerta cerrada―. Por ahora,
vamos a tratar de deshacernos de ellos.
Fé lix se rió .
―Quizá si nos quedamos en tu habitació n, capten la indirecta.
Los mú sculos de mi estó mago se tensaron ante la idea.
―Ojalá .

***

Me puse una camisa antes de volver a la cocina, donde mis esperanzas de


sacar a todo el mundo por la puerta principal fueron rá pidamente aplastadas. El
café se había preparado, Neil estaba rompiendo huevos en una sarté n en la
estufa, mi hermana estaba pelando naranjas, y todo el mundo estaba disfrutando

Melanie Harlow
de las donas.
―Vengan a sentarse ―dijo mi madre, poniéndonos dos tazas llenas en la
isla de má rmol―. Queremos escuchar todo sobre có mo hiciste la pregunta.
―Eso es privado, mamá ―me deslicé en el borde de un taburete junto a Félix .
―Vamos, só lo dinos ―engatusó Allie―. Y veamos el anillo.
Fé lix jugó con los dedos de su mano izquierda.
―El anillo está todavía en la joyería. Le está n tomando las medidas.
―La abuela dice que esto significa que has superado tus problemas de
evacuació n emocional ―dijo Zosia, lamiendo el glaseado rosa de la parte superior
de su mano―. ¿Es eso cierto?
―Problemas de evasión emocional, y no digas eso ―mi hermana le dirigió a
su hija una mirada severa.
―Só lo dime: ¿se arrodilló cuando te propuso matrimonio? ―los ojos de mi
madre se volvieron soñ adores―. ¿Fue romá ntico?
Fé lix me miró y yo asentí con la cabeza, pensando que debía seguir sus
indicaciones.
―Sí ―dijo, su voz se volvió má s segura―. Se arrodilló y fue muy romá ntico.
―¿Dó nde estabas? ―preguntó Allie.
―Aquí ―Fé lix miró por encima de su hombro―. En el bosque.
―¿Te has declarado en el bosque? ―mi madre parecía emocionada por
eso―. Eso tiene sentido para un signo de tierra como Tauro. ¿Y qué signo eres
tú , Fé lix ?
―Soy de Cá ncer. Mi cumpleañ os acaba de pasar; de hecho, fue cuando me
pidió que me casara con é l ―Félix estaba disfrutando de la historia ahora―. En
mi cumpleañ os.
―Oh, eso es perfecto ―mi madre asintió felizmente―. Un toro terrenal es
una pareja maravillosa para un cangrejo sensible.
Allie se rió y yo puse los ojos en blanco.
―Mamá , llamar a alguien cangrejo sensible no es un cumplido ―le dije.
―Digo que van a estar bien juntos ―dijo mi madre a la defensiva―. Tanto
Tauro como Cá ncer son muy orientados a la familia. Pero un Cá ncer podría tener
problemas con alguien que no está en contacto con sus sentimientos, Hyunjin , así
que tendrá s que tener cuidado de no decepcionarla. É l volverá a meter sus
sentimientos en su pequeñ o caparazó n de cangrejo.
―Hablemos de la boda ―dijo Allie―. ¿Va a ser en Cloverleigh Farms?
―Creo que sí ―dijo Félix ―. Só lo necesito confirmar algunos detalles con
mi hermana Millie. É l es la planificadora de bodas allí.
―¿Cuá l es la fecha?

Melanie Harlow
―Es uno de los detalles a confirmar ―me miró ―. Esperamos que sea en
agosto.
Mi padre me miró .
―Entonces, ¿te vas a mudar aquí definitivamente, hijo? ¿O se mudará n a
San Francisco?
Me aclaré la garganta.
―Los planes está n en el aire ahora mismo.
―¿Puedo ir a la boda? ―preguntó Zosia esperanzada―. ¿Por favor?
―Claro que puedes ―dijo mi madre.
―Por curiosidad, ¿cuá l es la prisa? ―Allie miró la secció n media de Fé lix ―.
¿Hay algo má s que quieras contarnos?
―No ―respondimos Félix y yo al mismo tiempo.
―Alexandra, el motivo de la prisa es obvio ―dijo mi madre con un
suspiro y un gesto dramá tico hacia nosotros―. ¡Está n enamorados! Y son
perfectos juntos, ¿no está s de acuerdo?
Mi hermana se rió y recogió su café .
―Estoy de acuerdo. Un toro y un cangrejo son una pareja hecha en el
cielo.

***

Sobrevivimos al desayuno cambiando de tema cada vez que alguien


intentaba preguntar por la boda o por nuestros planes de futuro. Fé lix estuvo genial
para desviar la conversació n de nosotros. Le preguntó a mi madre có mo iban las
cosas en su tienda y le prometió que pronto pasaría. Le preguntó a mi padre có mo
estaba su jardín este verano y dijo que le encantaría venir a recoger algunos tomates.
Le preguntó a Neil có mo era trabajar para su tío Noah, que era el sheriff del
condado.
―Es un gran tipo ―dijo Neil―. ¿Ese es tu tío?
―Está casado con la hermana de mi madrastra ―explicó Félix ―. Pero yo
crecí en esa familia, así que todos son tíos y tías para mí.
―Los Sawyer son gente maravillosa ―dijo mi madre―. De hecho,
estoy deseando hablar con Frannie sobre la boda y todo lo demá s.
―Todavía no, mamá ―dije, notando la mirada de alarma en la cara de
Félix ―. Esta noticia salió de forma inesperada, así que danos la oportunidad de
hablar con los Lee primero.
―Entonces, ¿dó nde puedo ver su pró xima actuació n de canto?
―preguntó Fé lix a los Clipper Cuts, cambiando de tema sin problemas.
Fue increíble, como verla bailar claqué durante una hora entera cuando

Melanie Harlow
nunca había recibido una lecció n.
Finalmente, les dije a todos que tenían que irse porque yo tenía trabajo
que hacer. Mi madre fue la ú ltima en salir. Cerré la puerta tras é l y me apoyé en é l.
El pá rpado izquierdo me temblaba.
―Jesú s.
Fé lix se cubrió las mejillas con ambas manos.
―Eso fue... mucho. ¿Está s bien?
―Sí. ¿Y tú ?
É l asintió .
―¿Crees que se lo creyeron todo? Siento que tus padres estaban
convencidos, pero a veces tu hermana nos miraba como si no estuviera segura.
―Allie es bastante astuta, pero sobre todo creo que se sorprendió de que le
guardara un secreto. Normalmente le cuento todo.
―Me encanta que esté s cerca de tu hermana. Creo que eso es genial
―bajando los brazos, suspiró ―. De acuerdo, vamos. Vamos a limpiar la cocina y
a pensar có mo vamos a manejar a mi familia.
La idea de tener que volver a hacer todo esto delante de los Lee fue casi
suficiente para hacerme desistir de esta locura, pero entonces recordé lo bien que
me sentí cuando la besé . Lo mucho que quería hacerlo de nuevo.
La seguí hasta el fregadero.
―Yo lavo, ¿tú secas? ―sugirió é l.
―Claro. Pero... espera ―me froté la nuca―. Ese beso.
É l me miró .
―¿Qué pasa con eso?
―No vi la manera de salir de esa situació n.
―No. Por supuesto que no ―miró la isla y trazó una larga vena en
el má rmol con la punta del dedo. Pasó un minuto antes de que hablara―. ¿No
es increíble que esto se formara hace millones de añ os por el calor y la presió n
intensa?
Pero no pude responder, porque estaba demasiado ocupado
preguntá ndome qué se sentiría si é l trazara una vena en mi piel de esa manera,
lentamente, deliberadamente, con asombro. Tenía una vena en particular en
mente.
Finalmente, levantó la vista hacia mí.
―No me molesté cuando me besaste, Hyunjin .
―¿No lo hiciste?
Sacudió la cabeza.
―Al menos ahora sabemos có mo es, ¿no?

Melanie Harlow
―Sí.
Volvió a trazar la vena.
―De hecho, probablemente tengamos que volver a hacer ese tipo de cosas.
Mi corazó n tropezó con su siguiente latido.
―¿Besos?
―Sí. Quiero decir, la gente lo va a esperar si estamos comprometidos ―me
miró de reojo―. ¿No es así?
Asentí con la cabeza, sintiendo que el universo me había recompensado
por ser audaz.
―Así que estaba pensando, tal vez deberíamos practicar.
La sangre se dirigió directamente a mi polla.
―¿Ahora mismo?
―Tal vez no en este momento, pero ya sabes... pronto ―sus hombros se
levantaron―. ¿No crees que sería una buena idea?
―Sí. Pronto. Practicar. Bien ―como un maldito cavernícola.
―Genial ―sonrió y tomó un plato para enjuagarlo.
―Deberías mudarte ―solté.
El plato se le escapó de las manos y cayó con estré pito en el fregadero.
―¿Eh?
―Deberías mudarte conmigo ―me pasé una mano por el pelo―. Haría las
cosas má s reales, má s creíbles. ¿No crees?
―Um. Sí. Definitivamente, lo haría má s real ―sus mejillas se habían
vuelto rosadas―. Es só lo que no sabía... no sé si tú .
―¿No sabías si yo qué ?
―Si tú , ya sabes, querías hacerlo má s real.
Mi corazó n latía demasiado rá pido.
―Sí quiero.
Sus labios permanecieron abiertos durante un minuto, luego los cerró . Me
ofreció una sonrisa.
―De acuerdo. Iré a casa esta tarde y recogeré mis cosas. Será bueno salir
de la casa de mis padres, aunque sea por unas semanas.
―Genial.
Seguimos lavando los platos en silencio, pero por dentro me estaba
volviendo loco.
Se iba a mudar hoy. Quería practicar los besos. ¿Qué má s podría
permitirse dentro de los pará metros de este acto?

Melanie Harlow
La piel se me erizó de calor cuando mis ojos se desviaron de su cabeza a
sus talones.
Esto podría complicarse.

Melanie Harlow
SIETE

Félix
―¿Es cierto? ―la voz de Winnie se elevó a un tono febril.
―Sí ―me senté en el borde de la cama en la que había dormido y ensayé
las palabras―. Es cierto. Hyunjin y yo estamos comprometidos. Me voy a
mudar con é l.
―¡No puedo creerlo! ¿Por qué no dijiste nada ayer? Me estoy volviendo
loca.
―Lo siento. Quería hacerlo, pero Hyunjin y yo habíamos acordado
mantenerlo en secreto durante un tiempo. Tú saber có mo es ―me mordí el labio,
sintiéndome culpable por mentir a mi hermana. Pero Hyunjin había acudido a mi
rescate la noche anterior, y me había pedido este favor: yo podía cumplir con él.
―Lo recuerdo callado y tímido, sí, pero no me di cuenta de que ustedes
dos eran algo. ¡Siempre juraste que no había nada ahí! ¡Las palabras 'só lo
amigos' salieron de tu boca un milló n de veces! Eras como un disco rayado.
―Era verdad ―dije a la defensiva―. Hasta hace poco. Cuando volvió a la
ciudad este verano, nos dimos cuenta de que teníamos sentimientos por el otro
que nunca habíamos admitido.
―Dios, somos tan diferentes. Ya me habría tatuado su nombre en el
cuerpo.
Me reí.
―Probablemente.
―Sabes que todo el mundo lo vio excepto ustedes dos ―ahora su tono era
de suficiencia.
―Sí, bueno, ahora sí ―incliná ndome hacia un lado, intenté asomarme al
otro lado del pasillo, al dormitorio de Hyunjin , donde se estaba poniendo la ropa
de entrenamiento, pero é l había cerrado la puerta.
―Esto es tan increíble. Pero ya me conoces, voy a necesitar cada uno de

Melanie Harlow
los detalles, y los voy a necesitar ahora.
―No tengo tiempo ahora, pero te lo diré en la cena de esta noche. Hyunjin y
yo somos los anfitriones de todos aquí, y yo voy a cocinar.
Al principio, cuando le pregunté a Hyunjin si podíamos invitar a mi
familia a cenar, se puso pá lido; no es que no le gustara mi familia, sino que
acabá bamos de deshacernos de la suya, y esto sería un montó n de gente en un
solo día. Pero lo convencí, prometiéndole que aclararíamos nuestra historia al
cien por cien antes de que llegasen y que no se quedaría solo para hacer charlas
con nadie. Ademá s, le dije que sería mucho mejor dar la noticia a todo el mundo
de una vez en lugar de tener que hacerlo varias veces.
―¿Vienen mamá y papá ? ―preguntó Winnie.
―Sí. Acabo de hablar con mamá .
―¿Lloró ?
―Sí ―confirmé , con una punzada de culpabilidad que me golpeaba
de nuevo―. Rompió a llorar en cuanto contestó al telé fono, pero está contenta.
Está en el trabajo y la panadería está sú per ocupada, pero me hizo prometer que
le contaría todo en cuanto llegara.
―No puedo esperar hasta la hora de la cena ―se lamentó Winnie―. ¿No
puedes decírmelo antes?
―Realmente no puedo ―dije. Era la verdad: Hyunjin y yo aú n teníamos
que aclarar la historia―. Pero te prometo que la espera valdrá la pena. Te
enviaré un mensaje con la direcció n de Hyunjin y podrá s venir sobre las cuatro.
Winnie suspiró con fuerza.
―Bien. Pero llama a Mills ahora mismo, ¿de acuerdo? Está perdiendo la
cabeza.
Me mordí el labio. Millie era la ú nica persona que me preocupaba: tenía
un detector de mentiras innato y me conocía mejor que nadie en el planeta.
―Lo haré.
―Dios. Te vas a casar, Lissy. Casada ―se atragantó ―. No puedo creerlo.
―Yo tampoco.
―Me alegro mucho por ti. Qué increíble es enamorarse de un amigo. Y qué
dulce que ustedes dos han sido amigos desde, ¿qué , la escuela secundaria?
―Escuela media ―dije―. Se mudó a mitad del séptimo grado.
Todavía podía verlo de pie en la puerta de la clase de matemá ticas de
honor del señ or Krenshaw, con la mano de la orientadora sobre su hombro
mientras lo presentaba. Miraba al suelo todo el tiempo, con el pelo suelto
cubriéndole la parte superior de la cara.
El ú nico asiento vacío de la sala estaba a mi lado, y cuando el señ or
Krenshaw lo señ aló en mi direcció n, me miró directamente, y lo primero que
pensé fue que tenía los ojos azules má s claros que había visto nunca. Había algo

Melanie Harlow
tan suave en ellos, y al instante supe que no era un imbé cil como los demá s
chicos de secundaria. Tuve la sensació n de que no encajaría fá cilmente, así que
cuando lo vi solo en el almuerzo, lo invité a sentarse conmigo. No dijo mucho,
pero se sentó a mi lado en la mesa ese día... y casi todos los días siguientes.
―Pero no estuvimos sú per unidos de inmediato ―dije―. Eso llevó tiempo.
Winnie se rió .
―Sí, han sido muy buenos tomá ndse su tiempo, hasta ahora. De repente
todo va como un rayo. ¿De verdad se van a casar el mes que viene?
―Um, con suerte. Todavía tengo que hablar con Millie. Ver si es factible.
―Bueno, si no es posible en Cloverleigh, hablemos de Abelard ―dijo.
Winnie era la coordinadora de bodas allí―. Entiendo perfectamente que quieras
celebrarla en Cloverleigh Farms, pero si no puedes conseguir una fecha con tan
poca antelació n, podría ayudarte, sobre todo si puedes esperar hasta septiembre.
―Hyunjin se habrá ido para entonces ―dije sin pensar.
―¿Se habrá ido? ¿Qué quieres decir? ¿Significa eso que tú tambié n te
mudas? ¿Y tu negocio de catering?
Mis piernas empezaron a rebotar nerviosamente.
―No estoy segura de nada todavía, pero Hyunjin só lo tiene esta casa por
un mes má s. Dó nde viviremos es una de las decisiones que tendremos que tomar.
―He visto que tu cuenta de seguidores ha explotado.
―Tambié n lo hicieron mis DMs. Está claro que comprometerse con un
personaje pú blico ayuda a tu estatus de influencer. De repente me inundan las
peticiones de colaboració n.
―¡Es tan emocionante!
―También tengo un montó n de mensajes nuevos en mi bandeja de
entrada ―le dije, sintié ndome de repente abrumada―. Ni siquiera los he mirado
todavía. De todos modos, tengo que irme, pero te veré aquí a las cuatro. Siéntete
libre de traer a Dex y a las niñ as si quieres.
―¿Estará toda la familia de Hyunjin allí tambié n?
―No. Los vimos en el almuerzo esta mañ ana. Esta noche son só lo
los MacAllister.
―Muy pronto, tu nombre ya no será MacAllister. Será s Fé lix Hwang . Si te
cambias el nombre, quiero decir ―luego suspiró ―. Me gustaría ser Winnie
Matthews algú n día. Tienes mucha suerte.
―Gracias. Te veré má s tarde.
Colgamos y me quedé sentada un momento, sin poder evitar la
sonrisa que se dibujó en mis labios.
Félix Hwang sonaba jodidamente bien.

Melanie Harlow
***

Mientras Hyunjin trabajaba, yo corría al lugar de la reunió n para


recoger las bandejas que había dejado allí la noche anterior, y luego a casa para
empacar. Me alegré -por razones egoístas- que la casa estaba vacía. Todavía no
estaba preparada para responder a preguntas detalladas.
Saqué mi maleta de debajo de la cama, vacié en é l algunos cajones de la
có moda, añ adí algunas cosas de mi armario y algunos pares de zapatos, y luego
metí mi bolsa de maquillaje, los productos para el pelo y algunos otros
artículos de aseo al azar en una bolsa de viaje. No era todo, pero me serviría
para un mes. Después de colgarme el maletín del portá til al hombro, lo bajé todo.
Pero mientras luchaba por salir por la puerta principal, me encontré con
Millie en el porche. Puso las manos en las caderas.
―¿Huyendo?
Me sentí como si me hubieran atrapado con las manos en la masa.
―Iba a llamarte.
―¿Y decir qué ?
―Um, ¿que estoy comprometido con Hyunjin ? ―salió como una
pregunta y Millie se echó a reír.
―¿Qué es tan gracioso? ―pregunté.
―No está s realmente comprometido con Hyunjin ―dijo é l, sacudiendo la
cabeza―. Es imposible que hayas estado saliendo en secreto con é l durante
un mes. Hablo contigo todos los días. Te veo todo el tiempo. Ayer te pregunté por
é l. Ahora dime la verdad.
Cambié mi peso nerviosamente de un pie a otro.
―La verdad es... complicada.
―Menos mal que soy inteligente.
―Y es una larga historia.
―Menos mal que tengo tiempo.
Incapaz de mirarla a los ojos, miré a mi alrededor. Había dejado de llover y
el sol brillaba. Los charcos se evaporaban. Las aceras se estaban secando. Los
pá jaros pían. Un avió n zumbaba por encima.
Millie empezó a dar golpecitos con el pie.
―La cosa es... ―me puse en guardia y, posiblemente por primera vez en mi
vida, no pude encontrar ninguna cosa al azar para soltar. Tal vez porque sabía
que mi hermana mayor no aceptaría el desvío habitual. Exhalando, me rendí―.
El caso es que abrí la bocaza en la reunió n de anoche cuando Wongyoung Pepper-
Peabody- pró xima a ser-Van Pelt me acorraló y me hizo sentir mal conmigo
misma, y dije que estaba comprometido con Hyunjin .
Millie se quedó boquiabierta.

Melanie Harlow
―Oh, mierda.
―Entonces me escondí en un armario de abrigos y le rogué que viniera a la
reunió n y fingiera que era verdad.
―¿Y lo hizo?
Asentí con la cabeza.
―Apareció con traje y corbata tal y como le pedí y se quedó allí mientras le
decía un montó n de cosas ridículas a Wongyoung y a su prometido sobre nuestra
boda, incluyendo el hecho de que tendrá lugar en Cloverleigh Farms a finales de
agosto.
―Lo sé. Lo leí en pequeñ a-y-sucia-primicia-punto-com.
―¿Lees esa mierda de tabloide?
Se encogió de hombros.
―No puedo evitarlo. Soy adicta a los chismes de los famosos.
Me moví inquieta, cambiando mi peso de un pie a otro.
―No sé có mo ha salido todo tan rá pido. Se suponía que era un juego
divertido para la noche, una forma de vengarme de Wongyoung por ser tan
imbécil. Le dije que no dijera nada.
―Bueno, ahora está ahí fuera. De alguna manera... ―Millie se detuvo―.
Espera, ¿has dicho Van Pelt? ¿Es el apellido del prometido de Wongyoung?
―Sí. Tiene un nombre gracioso ―pensé por un segundo―. ¡Thornton!
Thornton Van Pelt.
―Así es como se ha difundido ―dijo Millie―. Los Van Pelt son dueñ os de
un conglomerado de medios de comunicació n: sitios web, redes de cable,
perió dicos, redes sociales, tabloides en línea. Apuesto a que son los dueñ os de
Pequeñ a y Sucia Primicia. Bá sicamente, le contaste tu secreto a la peor gente
posible.
―Mierda ―mis hombros se desplomaron y mi bolsa de viaje se deslizó
hasta el suelo―. No tenía ni idea.
Millie se agachó y recogió mi bolso.
―Así que eso explica por qué eres una sensació n de noticias virales hoy.
Pero la pregunta es, ¿por qué no lo niegas? ¿Por qué no dices que era una
broma? Porque Frannie, papá y Winnie creen que es algo real.
―¿Les dijiste que no lo era? ―pregunté, con la voz entrecortada por el
miedo.
―No. No quería decir nada hasta hablar contigo ―me miró con desprecio y
volvió a colgarse el bolso del hombro―. Pero estabas ignorando todos mis
intentos de acercarme, así que tuve que cazarte como a una fugitiva. ¿Y ahora
qué pasa?
¿Por qué no les dijiste a Frannie y a papá la verdad?
―Porque Hyunjin me pidió que no lo hiciera.
El ceñ o de Millie se frunció .
Melanie Harlow
―¿Por qué ?
―Puedo explicarlo, pero quiero salir del porche antes de encontrarme
con ellos. ¿Podemos ir a tomar un café a algú n sitio?
―Podemos ―dijo Millie― pero puede que te encuentres con un montó n de
gente señ alando y susurrando. Este es un pueblo pequeñ o sin mucho má s de lo
que hablar, y ustedes acaban de incendiarlo.
―Tienes razó n. Bien, vamos a tu casa.
Seguí a Millie hasta su casa y nos sentamos en la mesa de la cocina con
vasos de té helado. La casa de Millie no era tan grande ni elegante como la de
Hyunjin , pero siempre me había gustado su ambiente acogedor, con su valla
blanca, su porche cubierto y sus puertas interiores arqueadas. Ademá s, tenía un
gusto exquisito: los suelos de madera y las molduras estaban teñ idos de un
marró n intenso, las paredes eran claras y neutras, y sus muebles eran vibrantes
y coloridos. Sus dos gatos, Muffin y Molasses, entraron en la cocina y Muffin
saltó a mi regazo. La acaricié mientras le contaba a Millie lo de la reunió n, la
noche en casa de Hyunjin y la conversació n en voz baja que habíamos
mantenido él y yo tras la puerta cerrada de su habitació n mientras su familia
exultante - incluyendo a los Clipper Cuts- hizo un desayuno de celebració n.
―Así que espera... ―Levantó una mano―. ¿Pasaron la noche en
habitaciones separadas? ¿No pasó nada?
―No pasó nada, pero... ―me retorcí en mi silla―. En cierto modo quería
que pasara.
Sus cejas se alzaron.
―Continú a.
―No sé, algo parece diferente entre nosotros.
―¿Todo el verano? ¿O desde anoche?
―Tal vez ha sido todo el verano. Es difícil de decir: me siento cerca de é l, lo
cual es una locura porque estuvimos mucho tiempo sin vernos. Pero cuando
volvió a mudarse y empezamos a salir de nuevo, fue como si no hubiera pasado el
tiempo en absoluto, y tambié n como si hubiera una nueva capa allí.
―¿Tensió n sexual? ―preguntó con un brillo en los ojos.
Mis ojos se posaron en el suave pelaje gris de Muffin.
―Sí. Pero da miedo pensar en cruzar esa línea.
―Es comprensible. Han sido amigos durante tanto tiempo que es má s
difícil que cruzar la línea con un extrañ o ―tomó un sorbo de su té .
Me subí las gafas a la nariz.
―¿Y si me equivoco? ¿Y si no le gusto de esa manera? ¿Y si realmente
estaba llamando a la puerta de mi habitació n para preguntarme si tenía sed?
―Espera. ―Millie volvió a dejar su vaso sobre la mesa con un golpe―.
¿Llamó a la puerta de tu habitació n despué s de que se acostaran anoche?

Melanie Harlow
―Sí ―mi cara se calentó ―. Sin camiseta.
―Le gustas así ―dijo con seguridad.
―Ademá s, me ha besado esta mañ ana ―confesé , con una sonrisa que se
dibujaba en mis labios.
―¿Oh? ―sus cejas se arquean.
―Fue só lo un espectá culo -su hermana estaba haciendo fotos-, pero fue
bonito. Justo despué s de eso, me arrastró al dormitorio para decirme que
debíamos seguir con el engañ o para que su madre y todos los demá s en la ciudad
dejaran de molestarlo por ser soltero. Necesita paz y tranquilidad para trabajar.
―Le hablé de la audiencia en el Congreso―. Está muy nervioso por eso.
―No lo culpo. Eso le daría miedo a cualquiera, pero especialmente a
alguien con ansiedad. ―Millie se golpeó la barbilla―. ¿Así que el plan es
mantener la farsa hasta que se vaya a D.C.?
―Creo que sí. Todavía no hemos discutido el final.
―Pero en realidad no vas a planear una boda, ¿verdad?
Miré por la ventana de su cocina.
―No estoy segura. Pero me voy a mudar con é l.
―¿Te vas a mudar con él? ―sus ojos se abrieron de par en par.
―Sí. Lo sugirió esta mañ ana, para que pareciera má s real... justo despué s
de sugerir que practicá ramos los besos.
É l jadeó .
―Esto es una locura, Fé lix .
―Pero podría ser algo divertido, ¿sabes?
―¿Mentir a todo el mundo?
―No esa parte, sino la de la mudanza y la prá ctica de los besos y la
simulació n de estar enamorado e incluso la falsa planificació n de una boda.
Quiero decir, ¿y si nunca hago nada de eso de verdad? ―pregunté , poniéndome
nerviosa―. No soy como tú y Winnie. Nunca he tenido chicos llamando a
mi puerta. He tenido como tres novios, y ninguno de ellos duró má s de unos
meses.
―Eso es porque rompes con cualquiera que diga 'te amo'.
―No estamos hablando del pasado ―dije rá pidamente.
―Tú sacaste el tema.
―¿Y si nunca me pasa, Millie? ¿Y si nunca se siente bien? ¿Por qué no
debería tener la oportunidad de experimentar có mo es? ―me puse tan nerviosa
que Muffin se asustó , saltó de mi regazo y salió corriendo.
―De acuerdo, de acuerdo. Lo siento ―dijo Millie suavemente―. Mientras
esté s segura de que esto no va a terminar mal, seguiré adelante.
―Tienes que hacerlo ―le supliqué con la mirada―. No puedes decirle a
nadie que no es real. Por favor. Só lo dé janos tener esto durante un mes.
Melanie Harlow
Cruzó el corazó n, cerró los labios y se echó la llave invisible por encima del
hombro.
―No diré ni una palabra. Sobre todo porque creo que es real, en parte.
―No es real ―me senté má s alto en mi silla y la miré fijamente―. Es de
mentira y es temporal y só lo estamos pasando un buen rato. ¿Vienes a cenar?
Voy a cocinar en casa de Hyunjin , es decir, en nuestra casa.
―No me lo perdería. Só lo espero recordar mis líneas.
―Todo lo que tienes que hacer es decir que vas a ayudarme a planear una
pequeñ a boda a finales de agosto. Eso es todo.
―No le da mucho tiempo a ese flequillo para crecer ―bromeó .
La miré fijamente y me toqué la frente.
―No eres graciosa.
―En realidad no es tan malo como la foto que enviaste ―dijo―. Estoy
bastante segura de que has hecho cosas peores.
―Gracias ―hice una pausa―. Creo.

***

Cuando llegué a la casa de Hyunjin , ahora casa, no estaba segura de si


debía llamar a la puerta o simplemente entrar. Todavía estaba debatiendo en el
escaló n delantero cuando él abrió la puerta. Se había aseado después del
entrenamiento y tenía el pelo un poco hú medo.
―¿Estaba cerrada con llave?
―No lo sé ―dije―. Pero no só lo quería entrar. Iba a llamar a la puerta.
―Félix , ahora vives aquí. No tienes que llamar a la puerta. Te traeré
una llave ―alcanzó mi maleta y miró mi coche―. ¿Puedo ayudarte con las maletas?
―Esto es todo ―dije, entrando―. No empaqué todo, ya que esto es,
ya sabes, a corto plazo.
Cerró la puerta detrá s de mí.
―¿Te encontraste con alguien en casa?
―Sí. Millie ―suspiré ―. Y tengo que confesar algo.
―¿Qué ?
―É l sabe la verdad.
Sus cejas se alzaron.
―¿Lo hace?
―Sí. Lo siento. É l me conoce muy bien, y puede oler la mierda a una
milla de distancia. No pude mantener la actuació n. Pero no te preocupes, me

Melanie Harlow
sigue la corriente ―sonreí―. Y a diferencia de mi hermana menor Winnie, Millie
puede guardar un secreto totalmente.
―¿Cree que estamos locos? ―empezó a llevar la maleta hacia el pasillo
trasero.
―Definitivamente. Pero él... ―me tropecé con é l, porque había dejado de
moverse. A la derecha estaba su habitació n. A la izquierda estaba la habitació n
donde había dormido la noche anterior. Detrá s de él, contuve la respiració n,
esperando que eligiera la derecha.
Fue a la izquierda.
―¿Está bien esta habitació n?
―Por supuesto ―lo seguí a la habitació n―. Es que…
―¿Qué ? ―me miró con una expresió n de preocupació n.
―Es que, ¿y si alguien pide ver la casa esta noche? Mi familia nunca ha
estado aquí antes. Si ven todas mis cosas en una habitació n separada, podrían
preguntarse.
Asintió con la cabeza.
―Tienes razó n ―arrastró la maleta junto a mí y cruzó el pasillo hasta su
dormitorio―. ¿Esto es mejor?
Me quedé en la puerta, observando la cama de matrimonio a la izquierda,
las mesitas de noche gemelas con lá mparas a juego, el silló n de la esquina, la
puerta corredera de cristal que daba a una terraza privada con vistas al bosque.
Había estado aquí esta mañ ana, pero no había mirado mucho má s allá de un
Hyunjin sexy y dormido enredado en las sá banas.
―Es una habitació n preciosa.
Se acercó a la có moda.
―Si me das un minuto, te despejaré algunos cajones para que puedas
desempacar aquí. Tambié n debería haber mucho espacio en el armario, es
enorme. Lo siento, debería haber pensado en esto antes.
―No te preocupes por eso.
Vació los tres cajones de la có moda de la izquierda sobre la cama.
―¿Es suficiente espacio?
―Definitivamente.
Recogió en sus brazos la ropa que había sobre la cama.
―Guardaré esto en otro dormitorio por ahora.
―De acuerdo ―miré una puerta a mi derecha―. ¿Es ese el bañ o?
―Sí. Tambié n hay toallas limpias ahí, si quieres ducharte.
―Gracias.
Se quedó un momento mirando el traje azul que llevaba, como si se

Melanie Harlow
imaginara que me lo quitaría antes de la ducha.
Lo que me dio una idea.
―¿Te importaría? ―me di la vuelta y presenté mi espalda―. Es difícil para
mí abrir esto por mi cuenta.
―Oh, claro ―volvió a dejar la ropa sobre la cama y se acercó a mí por
detrá s.
Sentí sus manos en la nuca, haciendo que mi pulso se acelerara.
Lentamente, deslizó la cremallera hacia abajo, detenié ndose en la línea de mi
sujetador. Pasaron unos segundos.
Contuve la respiració n, luchando contra el impulso de llenar el silencio
con palabras que aliviaran la tensió n. Ya está bien. Puedo seguir desde aquí.
Gracias por la ayuda.
En cambio, esperé a ver qué hacía.
Entonces escuché de nuevo el sonido de la cremallera cuando la bajó
hasta mi cintura, con sus nudillos rozando mi columna vertebral hasta el final.
Me hormigueaban las piernas.
Hyunjin hizo una pausa, con sus dedos posados en mi coxis.
―¿Está bien?
―Perfecto. Gracias.
―No hay problema ―dando un paso atrá s, recogió el montó n de ropa que
había sobre la cama y salió de la habitació n, dejá ndome con una sonrisa en la
cara y un corazó n galopante.
Despué s de cerrar la puerta tras é l, miré mi maleta y los cajones vacíos de
la có moda.
¿Significaba esto que realmente quería compartir su dormitorio conmigo?
¿O era todo parte del acto?

***
―No puedo creerlo ―los ojos de Frannie volvieron a empañ arse, aunque ya
había llorado dos veces: una cuando é l y mi padre llegaron, otra durante los
aperitivos en la terraza y ahora estaba llorando por sus tacos. Sentada frente a mí
en la mesa de la cocina, se secó los ojos con la servilleta.
―Cielos, mamá . ¿Otra vez? ―Emmeline, sentada en la isla con Audrey,
Hallie y Luna, negó con la cabeza―. No es triste.
―Lo sé, pero... ―Frannie tomó aire y me sonrió , con los ojos vidriosos―.
Es abrumador, lo feliz que me siento por ello.
―Y qué repentino fue ―añ adió mi padre, que estaba a su lado.
Les sonreí, intentando no sentirme mal.
―Fue repentino. Lo entiendo.

Melanie Harlow
―Pero no es que no lo hayamos sospechado todos ―se regodeó Winnie.
Estaba sentada junto a nuestro padre, con Dex en el extremo de la mesa má s
cercano a él―. Deberías haberlos visto en el instituto ―le dijo―. Era obvio que
esto iba a resultar así.
―Es genial que hayan sido amigos durante tanto tiempo ―dijo Dex.
―¿Có mo han pasado de ser só lo amigos a estar comprometidos tan
rá pidamente? ―Winnie preguntó ―. ¿Có mo cuá ndo sucedió ?
A mi izquierda, Hyunjin tomó su cerveza. A mi derecha, en el otro extremo
de la mesa, Millie tomó su vino y dio un gran trago. No estaba seguro de cuá l de
los dos estaba má s nervioso.
―Bueno ―dije, lanzando la explicació n que Hyunjin y yo
habíamos acordado mientras prepará bamos la cena― ustedes saben que hemos
estado unidos desde los doce añ os. E incluso cuando pasá bamos un tiempo sin
vernos, siempre está bamos en contacto. En marzo, cuando Hyunjin vino a casa de
visita, volvimos a conectar. Luego, cuando volvió a mudarse en mayo, empezamos
a pasar má s tiempo juntos.
―Así que realmente no fue nada repentino ―dijo Winnie riendo.
―Te diste cuenta de que lo que buscabas estaba ahí mismo ―dijo Frannie,
volviendo a parpadear las lá grimas.
―Como en una canció n ―dijo Audrey―. O en una película.
―O un libro de cuentos ―dijo Hallie―. Excepto que no es un cuento de
hadas, porque Félix no era ni una sirvienta ni una sirena.
―O en un sueñ o eterno como la muerte ―dijo Luna―. O atrapada en una
torre.
―Menos mal, porque se acaba de cortar todo el pelo. No habría habido
nada para que un príncipe trepara ―las dos chicas soltaron una carcajada ante la
broma de Hallie, y las gemelas se unieron a é l.
―Al menos tienes que ser un príncipe ―dijo Dex a Hyunjin ―. Cuando
me ponen en un cuento, soy un ogro.
―¿Vas a celebrar una gran boda? ―preguntó Audrey.
―No ―dije con firmeza―. Nos gustaría algo muy íntimo en Cloverleigh
Farms. Millie y yo estamos trabajando juntas en una fecha ―le dirigí una mirada
a mi hermana mayor, rogá ndole en silencio que lo corroborara.
―Sí ―dijo él―. Lo solucionaremos.
―Pero Cloverleigh debe estar totalmente reservado para la temporada
―dijo Frannie con preocupació n.
―Los fines de semana, el granero está reservado, sí ―dijo Millie. "Pero
como su evento es pequeñ o, podríamos acomodarlos en otro lugar de la
propiedad.
―Podríamos cerrar el bar y el restaurante un domingo por la noche
―dijo Frannie―. Ya lo hemos hecho para eventos privados.

Melanie Harlow
―Claro ―dijo mi padre.
―Sabemos que esto es de ú ltima hora, y nos disculpamos ―les dije a
ambos.
―No es necesario ―los ojos de mi padre se encontraron con los míos. No
era un tipo emotivo por fuera -era un marine, después de todo-, pero el largo y
apretado abrazo de oso que me había dado al llegar me decía lo que sentía―.
Haremos que funcione. Nada es má s importante.
Tragué con fuerza.
―Há blanos de la propuesta ―suplicó Winnie.
―Fue muy romá ntico ―tomé un sorbo de mi vino para armarme de
valor―. Está bamos dando un paseo por el bosque aquí, y de repente se arrodilló .
―¿Lo habías planeado? ―Frannie le preguntó a Hyunjin .
―Fue una especie de espontaneidad ―esa fue su gran frase, y la pronunció
bien. Le dediqué una secreta sonrisa de triunfo.
―¿Tenía un anillo? ―Winnie quería saber.
―No, pero miramos fotos en internet y elegimos uno juntos ―dije―.
Lo está n dimensionando y lo recogeremos pronto.
―¿Así que nunca lo has tenido en el dedo? ―Winnie estaba emocionada
por esto―. ¡Será como comprometerse de nuevo cuando te lo pongas!
Me reí.
―Supongo que sí.
―¿Qué joyería? ―preguntó Frannie―. ¿Es una en la ciudad?
El pá nico se apoderó de mi garganta: aú n no habíamos decidido qué
tienda.
―Tiffany. ―Hyunjin me sorprendió respondiendo―. Está en Tiffany, en
Nueva York. Vamos a volar allí esta semana y recogerlo.
―¿Lo hará n? ―preguntó Winnie.
―¿Lo haremos? ―miré fijamente a Hyunjin .
―Sí ―se encontró con mis ojos y me dio una pequeñ a sonrisa sexy―.
Sorpresa.
―Oh. ―Frannie se abanicó la cara―. Aquí voy de nuevo.

***

Despué s de la cena, aú n no había anochecido, así que decidimos


sentarnos junto a la hoguera. Hyunjin mencionó que había un juego de hoyos de
maíz en la sala de juegos de la planta baja, y mi padre y Dex estaban ansiosos

Melanie Harlow
por demostrar sus habilidades superiores delante de sus hijas.
Tomaron cervezas y bajaron a llevar las tablas fuera, y yo abrí otra botél
de vino. Despué s de servir un poco para Frannie y Winnie, que siguieron a los
chicos y a los niñ os abajo, le ofrecí un poco a Millie.
―Voy a cargar los platos y luego bajaré.
―Te ayudaré . Quiero hablar contigo de todos modos ―miró por encima del
hombro para asegurarse de que no había nadie al alcance del oído―. ¡Oh, Dios
mío! Me estoy muriendo.
Llené nuestras dos copas de vino y puse la boté l vacía sobre el má rmol.
―¿Crees que lo hemos conseguido?
―Definitivamente. Todo el mundo estaba muy emocionado porque son
amigos desde hace mucho tiempo. No creo que lo hayan cuestionado ni un poco:
quieren creerlo.
―Bien ―tomé un sorbo de vino―. Aunque me siento un poco mal por lo
felices que son papá y Frannie.
―Son felices. ¿Pero sabes qué? ―se apoyó en el mostrador, colocando las
manos sobre los bordes junto a sus caderas―. Hyunjin tambié n es feliz.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir que no te mira como si los sentimientos fueran falsos.
Me aparté de é l y empecé a enjuagar los platos.
―No son todos falsos. Somos buenos amigos.
―Ya sabes lo que quiero decir.
―¿Có mo me mira? ―No pude resistirme a preguntar.
―Como si no pudiera creer que eres real.
La miré .
―Para.
―Lo digo en serio. El tipo siente algo por ti. ¿Por qué si no estaría de
acuerdo con esta locura? ¿Pedirte que te mudes? ¿Volar a Tiffany en Nueva York
la pró xima semana para recoger un anillo?
―No tengo ni idea de qué fue eso ―dije con sinceridad―. No era parte de
la historia que inventamos antes.
―Ese es mi punto ―se acercó y empezó a ayudarme a cargar los platos―.
No todo está inventado.
―De acuerdo, tal vez no todo; hay una atracció n allí ―admití.
Tomó su copa de vino y bebió un sorbo, con los ojos brillando con picardía
sobre el borde de la copa.
―Hablando de eso, ¿cuá les son los arreglos para dormir en Chez Hwang ?
Me arden las mejillas.

Melanie Harlow
―No estoy segura. Al principio, puso todas mis cosas en la habitació n de
invitados, pero luego pensamos que eso parecería sospechoso, así que las
trasladamos a su dormitorio. Pero no sé qué va a pasar esta noche. Como,
cuando sea la hora de dormir, ¿a qué habitació n debo ir?
―¿Quieres acostarte con é l?
―Sí, pero se supone que no quieres tirarte a tu mejor amigo o a tu falso
prometido, ¿verdad?
Millie se rió .
―No creo que haya pautas para esta situació n. Tendrá s que inventarlas
sobre la marcha ―chocó su vaso con el mío―. Diviértete.

Melanie Harlow
OCHO

Hyunjin
Fé lix cerró la puerta tras su familia y se giró para mirarme.
―¿Fue terrible?
―No. No fue terrible. En realidad, tu familia habla tanto que no me sentí
presionado para estar encendido una vez que terminamos la cena".
Se rió .
―Hablamos mucho. Y añ adir las chicas de Dex a la mezcla fue otra capa
de caos.
―Estuvo bien. Estoy jodidamente agotado, pero estuvo bien.
―¿Por qué no te vas a la cama? ―sugirió él―. Puedo terminar de limpiar.
―No estoy agotado físicamente ―aclaré, metiendo las manos en
los bolsillos de mis vaqueros―. Es só lo que me cuesta mucho trabajo estar
rodeado de un grupo de gente, incluso de gente que me gusta. Se necesita mucha
energía bajo la superficie para aparentar frialdad y serenidad en el exterior
cuando tu interior se siente como un manojo de cables vivos.
É l asintió .
―Ya lo creo. Gracias por hacer eso por mí.
―Eres bienvenida. Y no tienes que limpiar. El ama de llaves estará aquí
por la mañ ana, y él puede encargarse de ello.
―Voy a terminar de cargar el lavavajillas y ocuparme de las sartenes
―dijo, dirigié ndose a la cocina―. He trabajado en demasiados restaurantes como
para dejar un desorden.
―¿Puedo ayudar?
―No. Pero puedes hacerme compañ ía y puedes decir que está bien hacer
algunas fotos para mi blog aquí mañ ana. La luz y las superficies van a quedar
increíbles.

Melanie Harlow
Me reí.
―Por supuesto que está bien. Esta es tu cocina ahora tambié n.
Su sonrisa me calentó las entrañ as.
―Gracias.
Me senté en la isla.
―Cuéntame má s sobre tus planes de negocio. ¿Cuá l es el objetivo final?
Mientras cargaba el resto de la vajilla en el lavavajillas y lavaba las
sartenes a mano, habló de su pasió n por crear recetas coloridas, deliciosas y
nutritivas con ingredientes de temporada, locales en la medida de lo posible.
―Me encanta la combinació n de arte y ciencia que supone la cocina, y me
encantan las historias que hay detrá s de los lugares de los que proceden los
ingredientes, especialmente las frutas y las verduras ―dijo riendo―. Sé que no
es muy sexy, pero creo que crecer corriendo alrededor de las granjas Cloverleigh
me mostró el amor, el orgullo y la pasió n que tienen las familias por cultivar cosas
buenas. Y hay todo tipo de pequeñ as granjas así, que transmiten las tradiciones
familiares y las recetas y los métodos. Me fascina el lado humano. Eso es lo que
echaba de menos en la cocina de pruebas. Las historias.
Me encantaba escucharla hablar de sus ideas y de su pasió n mientras se
movía por la cocina, pero habría sido má s fá cil mantener la concentració n si no
llevara unos pantalones cortos negros que enseñ aban mucha pierna. Encima
llevaba una camiseta blanca de tirantes y una camiseta azul claro abotonada,
que ahora llevaba atada a la cintura. Sus pezones se veían tan redondos y
exuberantes en el ajustado top, que prá cticamente se me caía la baba sobre el
mostrador de má rmol. Desde el momento en que sugirió que practicá ramos los
besos, había estado anticipando lo que podría ocurrir esta noche. ¿Realmente iba
a compartir mi cama, o poner su ropa en mi tocador era só lo parte de la
preparació n del escenario?
Me concentré en lo que decía, temiendo haberme desconectado demasiado
tiempo.
―Supongo que mi objetivo final sería escribir libros de cocina ―dijo―.
Pero primero tengo que crear una plataforma para que las editoriales me tengan
en cuenta. A menos que ya seas una celebridad, no es fá cil conseguir un
contrato para un libro de cocina. Necesitas algo que te haga destacar, una
perspectiva ú nica, una esté tica fresca.
―Conozco a algunas personas en la industria editorial. Podría ponerte en
contacto con ellos.
Me sonrió .
―Gracias, pero quiero hacerlo por mi cuenta. Lo tenía todo planeado
cuando regresé . Frannie se sentó conmigo y trazamos los pasos que debía seguir.
Primero, poner en marcha mi blog. Despué s, empezar mi negocio de catering.
Luego, una vez que tuviera tracció n y má s seguidores, y algunos ingresos, podría
escribir la propuesta para el libro.

Melanie Harlow
―Eso tiene sentido.
―Todavía estoy encontrando mi voz, ¿sabes? ―se subió las gafas a la nariz
antes de meter las manos en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos―.
Todavía estoy construyendo la confianza en mí misma y averiguando lo que
quiero decir y por qué la gente debería escuchar.
―Tengo fe en ti ―le dije―. Eres inteligente, creativa e intuitiva. Encontrará s
el á ngulo.
―Gracias ―su voz se hizo má s suave―. Recuerdo cuando quise
abandonar Brown e ir a la escuela de cocina. Todo el mundo me dijo que estaba
loca, excepto tú .
―Quería que hicieras lo que te hace feliz.
―Lo sé . Lo he apreciado. La mayoría de la gente só lo mencionó el dinero;
¿no me di cuenta de que nunca ganaría el sueldo de un mé dico trabajando en un
restaurante? ―imitó las voces de los que habían dudado de su juicio.
―El dinero no lo es todo.
―Estoy de acuerdo ―dejó caer sus ojos hacia el mostrador―. Um, eso que
dijiste. ¿Sobre Nueva York?
―Lo siento ―fruncí el ceñ o―. Tan pronto como salió de mi boca, me di
cuenta de que probablemente debería haberte preguntado primero.
―Hyunjin ―se rió , sacudiendo la cabeza―. Deja de disculparte conmigo.
No tienes que preocuparte de que me tome las cosas a mal.
―¿Significa eso que quieres ir?
Una sonrisa iluminó su rostro mientras se ponía de puntillas.
―¡Claro que sí! ―luego volvió a caer sobre sus talones, con una expresió n
de preocupació n―. Pero no para comprar un anillo, ¿verdad? Só lo por diversió n.
―¿No crees que deberíamos comprarte un anillo? Todo el mundo sigue
preguntando.
―De acuerdo, pero no un anillo de Tiffany. Algo falso y barato ―apoyó
las palmas de las manos en la isla de má rmol y me miró con seriedad―. Lo
digo en serio, Hyunjin . Ningú n anillo caro.
―¿Por qué no?
―Porque es innecesario. Vamos a comprar uno falso, ¿de acuerdo? Un
diamante de imitació n para nuestro compromiso de imitació n. Eso es todo lo que
necesitamos ―él sacudió la cabeza―. No desperdicies tu dinero.
No lo veía como un despilfarro de dinero si la hacía feliz, pero sabía que no
iba a ganar esa discusió n... al menos esta noche.
―De acuerdo.
Parecía aliviada.
―Gracias.

Melanie Harlow
―¿El viaje se ajusta a tu horario?
―Bueno, estoy en el horario de Etoile de martes a jueves, pero no en la
cocina. Tengo que atender el stand en el Festival de la Cereza. Y diría que puedo
conseguir a alguien que me cubra, pero hay una especie de locura el martes por
la noche que no me puedo perder.
―¿Qué es?
Una sonrisa traviesa apareció en su rostro.
―Es una propuesta. El jefe de cocina de Etoile, Gianni, va a proponerle
matrimonio a su novia, Ellie Fournier. Es la hija de los propietarios del Abelard.
Pero no puede decírselo a nadie.
Me reí.
―¿A quié n se lo diría?
―De todos modos, no puedo faltar. Creo que soy la ú nica persona que
sabe lo que va a pasar y cuá ndo, y le prometí a Gianni que estaría allí para
asegurarme de que Ellie está donde debe estar en el momento adecuado. ―É l
pensó por un segundo―. Pero tal vez pueda conseguir a alguien que me cubra
el miércoles y el jueves.
―De acuerdo. Avísame.
―Le preguntaré a Gianni mañ ana, pero será poco tiempo para planear un
viaje, ¿no?
―No hay problema. Nos llevaré y traeré cuando queramos.
―¿Tienes un jet privado o algo así?
―No hay jet privado. Pero es bastante fá cil contratar uno.
Se rió .
―Hablas como un verdadero multimillonario.
Nuestras miradas se encontraron y el silencio se hizo un poco tenso. Se
veía tan bien, y yo la deseaba tanto.
―¿Lista para la cama?
―Sí.
Me puse de pie.
―Adelante. Só lo voy a asegurarme de que todas las luces está n apagadas
abajo y las puertas está n cerradas antes de encender la alarma.
―¿Necesitas ayuda?
―No. Estoy bien ―mi corazó n martilleaba mientras bajaba las escaleras,
porque no tenía ni idea de qué habitació n elegiría. Me imaginé que bajando las
escaleras, le daba la oportunidad de decidir lo que quería sin presió n por mi
parte.
Sabía lo que quería.

Melanie Harlow
Cuando volví a subir, todas las luces estaban apagadas. Cerré la puerta
principal y me dirigí al pasillo trasero. Entonces se me encogió el corazó n: la
puerta de la habitació n de invitados donde había dormido anoche estaba cerrada
y la luz encendida.
Joder.
Decepcionado, me preparé para ir a la cama, notando que é l tambié n había
sacado sus bolsas de cosmé ticos de mi bañ o. Así que tal vez me había equivocado
sobre sus sentimientos. Tal vez el hecho de poner su ropa en mi habitació n había
sido só lo para aparentar. Tal vez só lo necesitaba ayuda para bajar la cremallera
del traje . Tal vez la idea de la prá ctica del beso era má s creíble que el deseo.
Con la puerta cerrada y las luces apagadas, eché las mantas hacia atrá s y
me metí en la cama. Me quedé tumbado durante unos minutos, preguntá ndome
si haberle pedido que se mudara había sido un gran error: ¿iba a sobrevivir un
mes con é l bajo mi techo? ¿Bajo mis narices? ¿Bajo mi piel?
Pensé en é l en la cama, al otro lado del pasillo. La forma en que olía. La
curva de sus hombros. El color rosado de sus mejillas cuando estaba nerviosa.
Esos enormes ojos marrones, y la forma en que me mirarían si é l estuviera de
rodillas. Los labios rosados y afelpados separados, la punta de mi polla
introducié ndose en su dulce y redonda boca.
Mi mano se deslizó dentro de mis pantalones. Haciendo una mueca, apreté
el puñ o en torno a mi erecció n y me pregunté si esto era mi castigo por haberla
invitado a vivir aquí, o tal vez por todo este plan de mierda: condenado a
masturbarme todas las noches mientras pensaba en follarla o en chupá rsela o
en meterle la polla en la boca. Ahogué un gemido, sabiendo que me serviría de
algo.
Fue entonces cuando escuché los suaves golpes en la puerta.
Me quité la mano del pantaló n y me levanté sobre un codo, con el corazó n
como un martillo neumá tico en el pecho. Me quedé mirando la puerta en la
oscuridad sombría, preguntá ndome si lo había imaginado, si la vergü enza me
hacía escuchar cosas.
Pero un momento despué s, la puerta se abrió sin ruido y Fé lix se deslizó
dentro como un fantasma antes de volver a cerrarla. Parpadeé , distinguiendo
vagamente la camiseta blanca que llevaba- ¿era la mía? -el pelo oscuro se
balanceaba alrededor de sus hombros.
―Hola ―susurró .
―Hola.
―Me preguntaba si querías practicar ahora.
Mi polla, que ya estaba en posició n de má xima atenció n, se crispó de
excitació n.
―Sí, lo hago.
―¿Debería meterme en tu cama?

Melanie Harlow
―Definitivamente.
Caminó tímidamente hacia el lado vacío y se quedó allí un momento, como
si no estuviera segura de que me refiriera a esta cama de aquí.
Pero la deseaba demasiado y había estado esperando demasiado tiempo
para dejar que mis nervios impidieran que esto sucediera. Ahora que estaba
seguro de que él también lo deseaba, extendí la mano y la agarré por el antebrazo.
―Ven aquí.
Se rió cuando la metí en la cama conmigo y deslicé fá cilmente su cuerpo
bajo el mío, estirá ndome encima de é l, inmovilizando sus muñ ecas por encima de
los hombros. La risa se desvaneció cuando sintió mi erecció n gruesa y dura entre
nosotros.
―Oh ―susurró .
―¿Esto está bien?
Abrió las piernas y deslizó sus talones por mis pantorrillas.
―Está má s que bien.
Mi cuerpo se encendió cuando aplasté mi boca contra la suya como había
soñ ado hacer tantas veces. No estaba seguro de si los besos de prá ctica eran algo
que se suponía que había que hacer con facilidad, tal vez con algunas líneas
romá nticas primero, pero no pude contenerme. La besé profunda y
hambrientamente, abriendo sus labios y acariciando su lengua con la mía. Entre
nosotros, mi polla se endureció y mis caderas se movieron instintivamente,
frotando lentamente mi só lida longitud a lo largo del punto dulce entre sus
piernas.
Desplacé mi boca por su cuello mientras é l inclinaba la cabeza hacia un
lado y emitía suaves y dulces sonidos de asentimiento. Aspiré el aroma de su piel,
la acaricié con la lengua y rocé con mis labios el hueco de su garganta. Soltando
sus muñ ecas, me apoyé en un brazo y deslicé una mano por debajo de la camisa
de algodó n, deteniéndome con la palma en su cintura para preguntarme
exactamente cuá nta actividad estaba permitida en esta primera sesió n de
prá ctica.
―Tal vez deberíamos discutir algunas cosas ―dije, deslizando mi mano
por su caja torá cica―. ¿Có mo qué ?
―Como qué otras cosas deberíamos practicar. Por ejemplo ―desplazando
mi peso hacia mi lado, pasé mi mano por su pecho, rozando un pezó n duro con
mi pulgar―. Podría practicar tocá ndote así.
Jadeó y luego suspiró suavemente cuando le acaricié los labios mientras le
acariciaba el pico rígido hasta que se arqueó y gimió bajo mi mano. Cambié mi
atenció n al segundo, esperando desesperadamente que dejara que mi lengua
hiciera lo mismo que mis dedos.
Deslizó una mano entre nosotros, deslizando su palma sobre mi erecció n a
travé s de mis finos pantalones de pijama de verano.

Melanie Harlow
―Y podría practicar tocá ndote así.
Un gemido surgió de lo má s profundo de mi garganta. Volví a besarla, esta
vez má s salvajemente, pellizcando su pezó n con las yemas de los dedos,
retorciendo y tirando suavemente. Me dolía la polla bajo su mano y ansiaba sentir
su puñ o alrededor de é l.
Agarré la parte inferior de su camisa.
―Podría practicar para desvestirte.
―Definitivamente creo que deberías ―jadeó .
Le pasé la camisa por la cabeza y la arrojé . No había corrido las cortinas
del todo, y la luz de la luna se colaba en la habitació n lo suficiente como para que
su piel se viera luminosa contra mis sá banas grises oscuras. Pude ver las suaves
curvas de sus pezones, caderas y muslos, partes secretas y desconocidas de é l
que só lo había imaginado.
Inmediatamente agaché la cabeza hacia su pecho y deslicé una mano
entre sus piernas, chupando un perfecto brote en mi boca mientras frotaba mis
dedos sobre sus bragas. É l me acunó la cabeza con las manos, con la respiració n
acelerada. Tomé su pezó n entre mis dientes y lo acaricié con la punta de la
lengua, emocioná ndome cuando jadeó y gritó .
É l alcanzó el cordó n de mis pantalones.
―Mi turno ―una vez que los desató , metió su mano dentro y enroscó sus
dedos alrededor de mi polla.
Me estremecí de placer ante su contacto, cada terminació n nerviosa viva y
zumbante, y peligrosamente caliente. Subió y bajó su mano por mi pene, y mis
caderas se flexionaron impulsivamente, empujando su puñ o. Volviendo a besarla,
me obligué a mantener el control y a no explotar sobre su mano. Para distraerme,
introduje mis dedos en el borde de sus bragas de algodó n y me sentí satisfecho
cuando é l levantó una rodilla, una invitació n.
Grité al sentir su calor y su humedad mientras deslizaba un dedo dentro
de su suave terciopelo. Esto no era una buena distracció n de mi orgasmo -todo lo
que podía pensar era mi polla empujando su camino en este cielo, conduciendo
dentro de é l una y otra vez.
¿Hasta dó nde puede llegar esto?
―Hyunjin ―susurró contra mis labios―. Deberías practicar para
quitarme la ropa interior.
Ponié ndome de rodillas, enganché mis dedos bajo las bragas de algodó n y
las arrastré por sus piernas. Luego bajé la cabeza entre sus rodillas.
Jadeó y se apoyó en los codos.
―¿Qué está s haciendo?
―¿Está bien así? ―besé el interior de un delicioso muslo interno, y luego el
otro.
―Supongo ―se rió nerviosamente.

Melanie Harlow
―Puedes decirme que pare, y lo haré.
Pero la tensió n de sus extremidades se alivió cuando me acerqué má s,
presionando con suaves besos su piel suave y sensible. Cuando finalmente la
acaricié con la lengua, gimió .
―No pares ―gimió mientras yo rodeaba y hacía girar su clítoris con mi
lengua―. No pares nunca.
―Sabes aú n mejor de lo que imaginaba.
―¿Has imaginado esto? ―su voz se elevó con sorpresa.
―Oh, sí ―volví a deslizar mi lengua por su centro, deteniéndome en la
cima para ejecutar una serie de espirales y trucos que harían sentirse orgulloso a
un gimnasta con medalla de oro―. He reproducido esta película en mi mente
mil veces.
―Tú ... ―él luchó por las palabras―. Nunca dijiste nada.
Aplasté mi lengua y realicé unas cuantas caricias lentas y
deliberadas sobre su hinchado clítoris. Su cuerpo se estremeció debajo de mí.
―No es lo que le dices a alguien durante el examen de cá lculo ―la lamí de
nuevo―. O en un mensaje de texto. ―la chupé en mi boca, amando el grito de
placer que me dio―. O en la sala de urgencias del hospital.
É l gimió .
―Dios, no me recuerdes eso.
Me reí porque estaba jodidamente feliz.
―Todo salió bien. Estoy exactamente donde quiero estar.
―Yo también ―susurró , con sus dedos enroscados en mi pelo―. Yo
tambié n estoy exactamente donde quiero estar.
Trabajé con mis labios y mi lengua un poco má s rá pido. Deslicé un dedo
dentro de é l y luego dos, haciendo un pequeñ o movimiento de venida mientras
chupaba su clítoris en mi boca y lo acariciaba con rá pidos golpes.
―Tu lengua-oh Dios-eres increíble. No puedo... no puedo...
Un momento después, dejó caer la cabeza hacia atrá s y me agarró la
cabeza con ambas manos. Sus gritos se volvieron má s deseados y desesperados.
Sus dedos se apretaron en mi pelo. Sus entrañ as se apretaron en torno a mis
dedos y, en cuestió n de segundos, sentí su clímax retumbando en su cuerpo con
rítmicas contracciones y dulces pulsaciones contra mi lengua. No paré hasta que
me apartó .
―Es demasiado ―jadeó ―. Tienes que parar.
Con una sonrisa, le besé el cuerpo: la cadera, el estó mago, la caja
torá cica, la clavícula y la mandíbula.
―Puedo parar.
―No me refiero a parar para siempre, só lo un segundo, para poder respirar
―me rodeó el cuello con sus brazos―. Pero la prá ctica no ha terminado todavía.

Melanie Harlow
―¿No?
Sacudió la cabeza.
―Creo que hay varias cosas má s en las que deberíamos trabajar.
―Estoy abierto a sugerencias.
―Creía que te gustaba tener el control.
Me reí.
―Es cierto.
―No tengo miedo ―susurró ―. Confío en ti. Dime lo que te gusta.
Había todo tipo de cosas que quería decirle, pero por esta noche, era
suficiente que estuviera aquí, que me quisiera, que confiara en mí.
―No te muevas ―le mordí ligeramente el hombro antes de ponerme de
rodillas y acercarme a la mesita de noche para tomar un condó n del cajó n
superior.
―Espera ―se sentó ―. Creo que debería practicar esta parte.
Sorprendido, se lo entregué . Los pantalones del pijama aú n se me pegaban
a las caderas, así que lo tomó entre los dientes y me lo bajó hasta las rodillas. Mi
polla se liberó y contuve la respiració n mientras é l abría el paquete, tiraba el
envoltorio a un lado y me ponía el preservativo lentamente con las dos manos. La
tenía tan dura que me dolía.
Entonces me miró con esos ojos oscuros con los que me encantaba
fantasear.
―¿Có mo lo hice?
―Un diez perfecto. ―Impaciente, la empujé hacia atrá s y me estiré
de nuevo sobre él―. Pero la siguiente parte es crítica. El tiempo lo es todo.
―No podría estar má s de acuerdo ―dijo, envolviendo sus piernas alrededor
de mí.
Me introduje en é l, centímetro a centímetro, con el corazó n desbocado en
el pecho y la respiració n atrapada en los pulmones. Fé lix inhaló lentamente,
cerrando los ojos. Cuando me enterré profundamente, bajé mis labios a su oído.
―Te sientes tan jodidamente bien.
―Hyunjin ―susurró , sus manos se deslizaron por mi espalda hasta mi
culo, atrayé ndome profundamente―. Esto no puede ser real.
Empecé a moverme, mecié ndome dentro de é l con movimientos
profundos y lentos, prestando atenció n a la forma en que arqueaba la espalda e
inclinaba las caderas y utilizaba las manos para acercarme. Quería saber
exactamente qué la hacía gemir, qué la hacía clavar sus uñ as en mi lo que hizo
que su cuerpo se tensara con el placer creciente hasta que no pudo contenerlo
má s, tuvo que estallar de par en par. Y yo quería que el tiempo fuera perfecto,
para que pudié ramos experimentar juntos esa explosió n de é xtasis.
Pero era una tarea difícil.

Melanie Harlow
Estaba tan jodidamente duro para é l, y sentía como si hubiera estado así
durante horas, no, días. Meses. Añ os. Mi ego necesitaba que él pensara que yo era
el mejor que había tenido, pero mi cuerpo decía: "Vete a la mierda, ego, esta es
nuestra actuación".
Por suerte para mí, el cuerpo de Fé lix parecía tan impaciente como el mío.
No só lo eso, sino que nos movimos como si hubié ramos sido hechos el uno para el
otro, como si no fuera la primera vez, como si volvié ramos a un lugar que ya
conocíamos. No hubo nada torpe ni incó modo, ni tanteos, ni disculpas, ni dudas.
Estar con é l se sentía casi como un recuerdo de algo que aú n no había sucedido,
tal vez el recuerdo de un sueñ o.
Me resultaba familiar y, sin embargo, era una revelació n.
Al final, mi ego tuvo que hacerse a un lado y dejar que mi cuerpo se
saliera con la suya. Má s cerca. Má s fuerte. Má s rá pido. Má s alto. La tensió n
crecía y el calor aumentaba hasta que el sudor cubría nuestra piel y los mú sculos
de mi cuerpo se agarrotaban. Hasta que sus gritos resonaron y sus manos se
aferraron a mi culo y sus caderas se encontraron con las mías en una embestida
tras otra. Hasta que el placer nos desgarró por las costuras y nos deshicimos a la
vez, temblando y palpitando, empujando y tirando, desesperados por aferrarnos
el uno al otro, al momento, a la insoportable felicidad de la liberació n.
Cuando abrí los ojos, me miraba ató nita y conmocionada.
―Eso fue . . . wow.
―Sí. Probablemente practicamos un poco má s de lo que necesitá bamos.
―No, creo que fue bueno. La prá ctica hace la perfecció n, ¿no?
―Eso fue jodidamente cercano a lo perfecto.
Sus labios se curvaron en una adorable sonrisa que hizo que me doliera el
pecho, pero era un dolor bueno. Un dolor protector. No quería que se fuera de mi
cama. ¿Se quedaría esta noche conmigo?
―No estaba segura de si debía entrar aquí. ―Sus dedos jugaron con el pelo
de mi pecho.
―¿En serio? ―Me puse de lado para no asfixiarla, pero la atraje hacia mi,
así que está bamos cara a cara.
―Sí. No podía decidirme sobre si me querías así o no.
―¿Convencida ahora? É l
soltó una risita.
―Mmhm.
―Bien. ―Le besé la frente.
―Incluso entré aquí mientras estabas abajo apagando las luces para robar
una camisa. Esa iba a ser mi excusa si me atrapabas en tu dormitorio, y luego
iba a intentar seducirte. Pero tardaste tanto en volver a subir que perdí los
nervios.

Melanie Harlow
Me reí, apoyando la cabeza en mi mano.
―Lo siento. Intentaba darte el tiempo suficiente para que eligieras por tu
cuenta en qué habitació n dormir. Esperaba que eligieras la mía, pero no quería
presionarte. Pero, por favor, dime que intentará s seducirme de nuevo.
É l sonrió .
―Tal vez. Tendrá s que esperar y ver.
―Este es definitivamente un lado de ti que nunca he visto.
―Hay una razó n para ello. Siempre hemos sido muy buenos amigos.
Quiero decir, todavía lo somos ―su tono se volvió un poco frené tico―. ¿Verdad?
―Por supuesto que sí ―le acomodé el pelo detrá s de la oreja―. De hecho,
me alegra mucho oírte decir eso.
―¿Por qué ?
―No puedo prometer nada má s.
―¿Porque apestas en las relaciones?
―Oye. ―Le tiré del pelo y se echó a reír.
―Lo siento, no pude resistirme ―dijo―. Pero no te preocupes,
tampoco puedo prometer nada má s. Para ser totalmente honesta, yo también soy
pésima en las relaciones.
―No me lo creo.
―Cré elo. Quiero decir, nunca he salido con un Zlatka, así que nadie me
lo ha dicho a la cara, pero mi hermana Millie ha dicho algo hoy que me ha tocado
muy de cerca.
―¿Qué ha dicho?
Fé lix volvió a jugar con el pelo de mi pecho.
―É l dijo que la razó n por la que nunca he tenido una relació n exitosa a
largo plazo es porque rompo con cualquiera que me diga 'te amo'.
―¿Es eso cierto?
―Cien por cien.
Esperaba que lo negara, así que su sinceridad me hizo reír.
―¿Y eso por qué?
É l no contestó de inmediato.
―Realmente no lo sé . Siempre he sido así. Supongo que me imagino que
las cosas van a estallar en algú n momento de todos modos, así que bien podría
encender la cerilla.
No hacía falta ser psiquiatra para saber que probablemente tenía algo que
ver con el hecho de que su verdadera madre la abandonara cuando era tan joven,
sobre todo por haber escuchado la pelea con su padre, pero si no estaba
dispuesta a hablar de ello, yo no iba a obligarla. No hay nada peor que alguien

Melanie Harlow
intente ser tu terapeuta cuando só lo necesitas un oído comprensivo, algo que mi
hermana no parecía entender.
―Bueno, creo que a Zlatka también le gustan las mujeres ―le dije― así que
si quieres salir con é l, estoy seguro de que estará encantada de decirte
exactamente por qué apestas en las relaciones. Aunque no es probable que te
diga que te ama -al menos, a mí nunca me lo ha dicho-, así que quizá las cosas
funcionen con ustedes.
Riendo, me dio una palmada en el hombro.
―No, gracias. No necesito a Zlatka en mi vida señ alando todos mis
defectos.
―No tienes defectos.
―¡Ja! Tengo muchos. Pero en realidad me alegro por uno de ellos esta
noche.
―¿Ah sí?
―Sí, si tuviera un mejor control de los impulsos, quizá no le hubiera dicho
a Wongyoung que é ramos novios, y entonces no acabaría de experimentar los
dos mejores orgasmos de mi vida.
Mi pecho se hinchó de orgullo.
Se acurrucó má s cerca de mí.
―Cuéntame algo sobre ti que no sepa.
―¿Có mo qué ?
―Algo de antes de conocernos.
Pensé por un segundo.
―Cuando era un niñ o, quería ser un jugador de bé isbol profesional.
―¿Lo hiciste? Ni siquiera sabía que jugabas al bé isbol.
―Lo dejé justo antes de mudarnos aquí.
―¿Por qué ?
―Tuve un partido realmente malo. Me ponché tres veces seguidas y le
costé a mi equipo el campeonato de liga. ―Era un recuerdo que odiaba, así que
traté de no volver allí.
―Oh. ―Félix me frotó el hombro―. Lo siento. Eso tuvo que sentirse
terrible.
―Así fue. No volví a jugar. Pero no es que fuera a jugar profesionalmente
de todos modos. Tenía talento, pero no era tan bueno.
―Bueno, me alegro de que me lo digas. El sueñ o de béisbol de la
infancia parece algo que sabría una prometido .
―¿Qué querías ser de pequeñ a?
―Cientos de cosas diferentes. Una científica. Una astronauta. Una

Melanie Harlow
pastelera. Una bibliotecaria de escuela. Pensé que sería genial pasar mis días
entre niñ os y libros.
―Usted sería genial en eso, señ orita MacAllister. ―Inmediatamente me
entregué a una caliente fantasía sobre él―. ¿Serías una bibliotecaria traviesa?
Se rió .
―Só lo para ti. Oye, esto es lo que deberíamos hacer todas las noches.
Me acerqué a su culo y lo apreté , atrayéndola contra mí.
―No podría estar má s de acuerdo.
―No quise decir eso ―dijo él, riendo―. Quiero decir, sí, eso también, pero
lo que quise decir es que cada noche deberíamos contarnos un secreto. Para que
nos conozcamos mejor que nadie.
―Ya me conoces mejor que nadie.
―¿Sí? ―preguntó é l, subiendo la voz.
―¿Te sorprende?
―Má s o menos. Quiero decir, sé que estamos cerca ahora, y está bamos
cerca entonces, pero hubo muchos añ os en el medio.
Excitado de nuevo por su piel en la mía, la moví debajo de mí y acomodé
mis caderas entre sus piernas.
―No importa. Nunca he estado tan cerca de nadie como lo estoy de ti.
Me echó los brazos al cuello.
―¿Lo dices ahora porque quieres tener má s sexo?
―Sí. ―besé sus labios―. Pero tambié n lo digo en serio. Lo que parece un
seis para ti puede parecer un nueve para mí. Es só lo una perspectiva diferente.
Ambas cosas pueden ser ciertas.
―Eres un nerd de las matemá ticas ―se burló .
―Tambié n me gustan los nú meros seis y nueve.
Se rió mientras le besaba el cuello.
―Supongo que ambas cosas pueden ser ciertas.

Melanie Harlow
NuEVE

Félix
Cuando abrí los ojos, estaba desnuda y sola en la cama de Hyunjin .
Instintivamente, busqué mis gafas en la mesita de noche, pero no estaban allí, y
recordé que no me las había puesto cuando emprendí mi misió n de seducció n la
noche anterior.
Sonriendo, me dejé caer sobre la almohada y subí las sá banas hasta la
barbilla. Nos habíamos divertido mucho, el tipo de diversió n que siempre había
imaginado tener en la cama con alguien, pero que nunca había experimentado. El
sexo siempre estaba cargado de nervios y expectativas: ¿y si yo era una
decepció n? ¿Y si é l no tenía ni idea? ¿Qué significaba esto para la relació n?
¿Có mo podría escabullirme rá pidamente después porque me gustaba dormir en
mi propia cama, o peor aú n, có mo podría hacer que se fuera para poder tener mi
cama para mí sola?
Pero no hubo nada de eso con Hyunjin .
Me había hecho sentir sexy y hermosa, y era el tipo má s sexy, má s há bil y
má s atento con el que había estado. No tenía que preocuparme por lo que esto
significaba para la relació n, porque no la había, só lo está bamos fingiendo. Y no
tenía que inventar excusas de por qué tenía que irme o inventar razones de por
qué era una mala idea que é l se quedara la noche. Yo quería dormir a su lado.
La puerta del bañ o se abrió y apareció Hyunjin , traje con ropa de correr.
―Hola.
―Hola ―me senté y sonreí, con las mantas recogidas delante de mi
pecho―. ¿Saliendo?
―Sí. ¿Quieres venir conmigo?
Lo pensé, pero decidí que no tenía ganas de saltar de la cama y esforzarme
en ese momento. Má s bien quería revolcarme en sus sá banas y saborear el placer
de la noche anterior.
―No, ve tú . Yo podría salir a correr má s tarde o algo así.
―De acuerdo ―se inclinó y apretó mi pie bajo las mantas―. El ama de

Melanie Harlow
llaves llegará en una hora. Le envié un mensaje de texto diciendo que tenía una
invitada alojada conmigo, para que no la tomara desprevenida la chica desnuda
en mi cama.
Me reí.
―Gracias, pero me voy a levantar en un minuto. Tengo que ir al trabajo.
―¿No está cerrado el restaurante los lunes?
―Sí, pero tengo que hablar con Gianni, quiero repasar los detalles de la
propuesta de mañ ana por la noche y preguntarle si tiene el miércoles o el
jueves libre. Después de eso, estaba pensando en hacer algunos platos y
tomar algunas fotos en tu cocina. ¿Estará s por aquí para la cena?.
―¿Está s cocinando? Joder, sí.
―Genial ―sonreí―. Saluda a las Abuelas Prancin' de mi parte. ¿Se
les romperá el corazó n por tu compromiso?
―Probablemente. Pero tal vez ahora dejen de molestarme por sus nietas.
―Buena suerte.
Me saludó con la mano y lo vi salir, recordando su cuerpo firme y
musculoso sobre el mío la noche anterior. Había acertado con su físico: había
crestas y líneas en abundancia. Pero no era só lo su aspecto. El tipo podía
moverse. No só lo sus caderas, sino sus brazos, sus manos, su boca.
Esa lengua.
Los mú sculos de mi cuerpo se contrajeron y cerré los ojos. El calor se
extendió bajo mi piel, enviando un cosquilleo desde la columna vertebral hasta la
punta de los dedos de las manos y de los pies.
No podía esperar a la siguiente sesió n de entrenamiento.

***

Me vestí, recogí mi portá til y me dirigí a Abelard Vineyards. Cuando


llegué , me dirigí al vestíbulo, saludé al personal de recepció n y llamé a la puerta
del despacho de Winnie.
En su escritorio, levantó la vista y sonrió .
―Buenos días, futura señ ora Hwang .
Sonreí.
―Buenos días. ¿Está s ocupada?
―No tan mal. Pasen ―señ aló las sillas frente a su escritorio―. ¿Qué pasa?
Hoy no trabajas, ¿verdad?
―No oficialmente. ―Etoile siempre estaba cerrado los lunes―. Pero necesito
consultar con Gianni un par de cosas para esta semana. ―No podía contarle lo de
la propuesta: Winnie era horrible guardando secretos, y Ellie era su mejor amiga.

Melanie Harlow
Gianni me había hecho prometer que le ocultaría el plan a mi hermana.
―¿Como tomarse unos días libres para ir a Nueva York de compras con tu
novio multimillonario?
―No es una compra ―dije, poniendo los ojos en blanco―. Só lo vamos a
recoger el anillo.
―¿Dó nde te vas a quedar? ―tomó su taza de café con el meñ ique
extendido―. El ¿Ritz? ¿El Carlyle? ¿El Pierre?
―No estoy segura ―dije. Luego no pude resistirme a añ adir―. Pero vamos a
volar en un jet privado para volar allí.
Se le cayó la mandíbula.
―¡Basta! ¿No eres una pretenciosa?
―Escucha, Hyunjin trabaja duro. Se ha ganado el derecho a faltar un poco.
―Estoy de acuerdo al cien por cien, y estoy deseando vivir así a travé s de
ti. Pero oye, si te alojas en el Pierre, roba una de las batas de bañ o para mí. Son
gloriosas.
Riendo, negué con la cabeza.
―No voy a robar ninguna bata. De todos modos, quería asegurarme de que
todavía puedes ayudar en el stand de Etoile mañ ana por la noche.
―Sí. Estaré allí. Seis, ¿verdad?
―Perfecto. Lo segundo es que me preguntaba si podrías ayudarme a
cribar algunos de estos mensajes que estoy recibiendo de empresas que quieren
colaborar conmigo ―puse mi teléfono sobre su escritorio y me encogí, como si
emitiera un olor ofensivo―. Mi cuenta de seguidores y mi bandeja de entrada se
han vuelto locos, no tengo ni idea de si alguna de estas personas es legítima, y
me parece un poco asqueroso que todo lo que hice fue comprometerme con
Hyunjin y ahora soy increíblemente popular.
―Estaré encantada de ayudarte ―se sentó de nuevo en su silla y me
estudió pensativamente―. Pero no tienes que decir que sí a ninguno de ellos si
no quieres.
―La mitad de las empresas que se ponen en contacto conmigo no tienen
nada que ver con la comida. Es como la ropa, los cosmé ticos o los productos para
el cabello. ¿Te imaginas? Yo, recomendando productor para el pelo? Incluso estoy
recibiendo peticiones relacionadas con el día de mi boda. Alguien quiere
enviarme una caja de autobronceador.
Se rió .
―Entonces di que no.
―¿Pero es una estupidez? ¿Y si ayuda a mi negocio? No conseguiré un
contrato para un libro sin una plataforma.
―Lo entiendo. Pero lo ideal es construir una audiencia de personas que
esté n interesadas en lo que haces, en lo que dices, y que eventualmente compren

Melanie Harlow
tu libro. Recomendar un autobronceador puede hacerte ganar un poco de dinero
extra, pero probablemente no construya tu audiencia. Un mejor uso de tu tiempo
sería probablemente concentrarte en publicar má s contenido. Y no es que
necesites el dinero extra para el alquiler.
Me retorcí en mi silla.
―Bien. Voy a poner má s contenido.
―Bien. Así que si no te parece bien decir que sí a esas ofertas, no lo hagas.
Pero, por supuesto, puedo ayudarte a resolverlo todo.
―Gracias. Voy a ir a ver a Gianni y luego vuelvo ―salí del despacho de
Winnie y me dirigí a la cocina de Etoile, donde encontré a Gianni revisando el
inventario.
―Buenos días ―dije.
―Buenos días ―señ aló con la cabeza la má quina de café ―. El café está
caliente si quieres un poco.
―Gracias ―me serví una taza―. ¿Todo listo para mañ ana por la noche?
―Creo que sí ―sonrió diabó licamente, sus ojos se iluminaron―. Se va a
enfadar mucho conmigo.
Me reí.
―Igual dice que sí. ―Ellie y Gianni también se conocían desde la infancia,
pero a diferencia de Hyunjin y yo, habían sido enemigos y no amigos. Aun así,
tenían una química fantá stica, aunque había sido necesario quedarse tirados
durante dos días en una ventisca de enero en un motel de carretera -lo que había
dado lugar a un inesperado signo má s rosa un mes despué s- para que se dieran
cuenta de que estaban bien juntos.
―Só lo no te olvides del accesorio final ―dijo―. Una vez que lleve el anillo,
tengo que tirarle una tarta de nata montada a la cara.
Sacudiendo la cabeza, me reí de nuevo.
―Realmente no puedo esperar a ver esta propuesta.
―Hablando de propuestas ―ladeó la cabeza―. ¿Qué es eso que he oído de
que está n comprometidos en secreto? Ellie estaba perdiendo la cabeza ayer.
―Oh, sí. ―Mis mejillas se calentaron, y le di una débil sonrisa―. Sorpresa.
―No puedo creer que no hayas dicho nada. ¿Cuá ndo es la boda?
―Estamos pensando en el pró ximo mes.
Los ojos azules de Gianni estallaron.
―Vaya, qué rá pido.
Miró mi cintura.
―¿Hay alguna razó n?
―No es ese tipo de razó n ―le aseguré―. Simplemente... no queremos
esperar, supongo.

Melanie Harlow
―No dejes que nadie te haga sentir mal por eso ―dijo con la arrogante
seguridad que siempre tuvo―. La gente siempre cree que sabe có mo deben vivir
sus vidas los demá s y tomar sus decisiones, porque así lo hicieron. Pero es una
mierda. No hay una sola forma correcta de hacer las cosas: al final todo está bien,
siempre que te lleve a donde quieres ir. El viaje es diferente para todos, y así debe
ser.
―Gracias ―dije, preguntá ndome dó nde quería exactamente que fuera mi
viaje con Hyunjin ―. Te lo agradezco.
―Y Ellie mencionó que ustedes han sido buenos amigos por muchos añ os,
así que tal vez no fue tan repentino de todos modos.
―Fue lento y repentino ―sonreí―. Ambas cosas pueden ser ciertas.

***

Cuando terminé en la cocina, volví a la oficina de Winnie e investigamos


un poco sobre algunas de las empresas que solicitaban trabajar conmigo. La
mayoría de las ofertas no tenía problema en rechazarlas, pero había algunas
empresas relacionadas con la cocina y propiedad de mujeres que me parecieron
interesantes, así que hicimos una lista y les respondimos. Winnie me sugirió que
tambié n respondiera a la horrible crítica de Dearly Beloved.
―Eso crees? Eso es lo que dijo Millie.
―Yo lo haría ―dijo encogié ndose de hombros―. Demuestra a los clientes
potenciales que te importa de verdad. Porque la mayor prioridad es conseguir
má s críticas, y para conseguirlas, necesitas má s negocio. Creo que podrías
hacerlo de forma que demuestre tu profesionalidad y tu cará cter.
Decidí seguir el consejo de mis hermanas, respondiendo a He Put A Big
A** Ring On It con una disculpa, diciendo que lamentaba que se sintiera
decepcionada, pero que respaldaba mi trabajo y, por lo tanto, estaría encantado
de ofrecer un reembolso.
―Perfecto ―dijo Winnie.
―Debería irme ―dije, dá ndome cuenta de la hora―. Tengo que ir al
mercado de camino a casa. Quiero probar algunas recetas nuevas y hacer
algunas fotos mientras haya buena luz en la cocina.
―Avísame cuando esas empresas se pongan en contacto contigo ―dijo
Winnie, estirando los brazos por encima de la cabeza―. Creo que has tomado
las decisiones correctas.
Metí el portá til en el bolso.
―Gracias por la ayuda.
―Así que me preguntaba ―dijo con un aire desenfadado― ¿tienes planes
para el ú ltimo sá bado de julio por la noche? ¿El 30?
La miré y me di cuenta de que estaba mirando fijamente una planta en su

Melanie Harlow
escritorio, como si no pudiera ver mis ojos.
―No que yo sepa. ¿Por qué?
―No hay razó n. Ninguna razó n ―dijo en el mismo tono falso y agudo.
Luego se sentó con los labios tan apretados que parecía que temía que si los
abría, algo podría salir volando.
Sabía lo que significaba.
―Winnie. ¿Sabes algo?
Hizo sonidos que podrían haber sido palabras, pero mantuvo la boca
completamente cerrada, como una ventriloquia realmente mala.
―Por el amor de Dios, Win. Tú sabes algo. Dilo.
―Pero prometí que no lo diría ―dijo, como si le doliera.
―Sabes que no puedes guardar un secreto.
Se tapó la boca con una mano. Luego la otra sobre la primera.
―Winifred ―se deslizó de la silla y se escondió debajo de su escritorio.
Puse los ojos en blanco.
―Bien. Me voy.
Su voz salió de debajo de su escritorio.
―Si te lo digo, tienes que prometerme que no dirá s nada.
―De acuerdo.
Se levantó y se alisó la falda.
―Mientras estabas en la cocina, recibí una llamada de la madre de Hyunjin .
Le hice un gesto para que se pusiera manos a la obra.
―¿Y?
―É l quiere planear una fiesta de compromiso sorpresa al aire libre para
ustedes aquí en el patio.
Yo jadeé .
―¡Dispara! ¿El día 30?
―Sí. Lo má s loco es que esa fecha estaba reservada hasta esta mañ ana.
Literalmente, el evento que estaba programado se canceló como diez minutos
antes de que é l llamara. Fue una especie de extrañ o kismet.
―Apuesto a que a la Sra. Hwang le encantó eso.
Winnie asintió .
―¡Lo hizo! Todavía no lo he confirmado con él, pero me siento rara por
seguirle la corriente porque sé que a Hyunjin no le gustan las fiestas. Aunque uno
pensaría que su madre lo sabría.
―É l lo sabe ―suspiré.

Melanie Harlow
―Entonces, ¿le parecerá bien?
―¿Está s bromeando? Odia las fiestas cuando no es el centro de atenció n.
Esta será una tortura para é l.
―Entonces, ¿debo inventar algo? ¿Decirle que el otro evento no fue
cancelado despué s de todo? ―parecía asustada―. Podría meterme en problemas
por eso.
―No, no lo hagas. Podría irse fá cilmente a otro sitio, y entonces no
tendríamos control ni informació n interna ―me eché la bolsa del portá til al
hombro―. Adelante, dile que sí. Lo superaremos.
―¿Está s segura?
―Estoy seguro. Pero no voy a dejar que sea una sorpresa ―le advertí―.
Tengo que decírselo.
―¿Irá directamente con su madre? ―el ceñ o de Winnie se frunció ―. É l
me hizo jurar que lo mantendría en secreto.
―Obviamente no te conoce muy bien ―dije con una sonrisa―. Pero me
aseguraré de que Hyunjin entienda la situació n.
―Gracias ―aliviada, sonrió y se sentó de nuevo en su silla―. Va a ser
una fiesta preciosa, lo prometo.
―Que sea pequeñ a ―le pedí―. Íntima.
―Le dije que lo má ximo que el patio puede acomodar son treinta. Y Etoile
también está abierto esa noche, así que la cocina no puede manejar mucha má s
comida.
―Treinta es perfecto. Mantenme informada.

***

De camino al mercado, llamé al mó vil de Hyunjin .


―Sabes que odio el teléfono ―dijo cuando descolgó .
―Sí, lo se. Pero no puedo enviar mensajes de texto y conducir.
―Nunca hagas eso. ¿Hablaste con Gianni?
―Sí, y dijo que no es un problema. Puedo tomarme el miércoles y el jueves
por la noche libres. Ellie me cubrirá .
―Bien. Reservaré el viaje.
―¡Sí! ―mi corazó n bailó de emoció n―. Me dirijo al mercado, y
me preguntaba si hay algo en particular que te gustaría para la cena
―dije, imaginando que lo aderezaría con su plato favorito antes de contarle sobre
la fiesta.
―¿Tiene que ser vegetariano?

Melanie Harlow
―No. Puedo hacer cualquier cosa.
―Filete.
Suspiré .
―Por supuesto, filete.
―Oye, has dicho cualquier cosa.
―Lo hice, y te cocinaré un filete ―dije riendo―. No es que no me
parezcan deliciosos, sé que lo son. Só lo que no me siento bien después de
comer carne, así que me quedo con otras cosas. ¿Có mo va tu día?
―Bien, aunque tengo programada una llamada esta tarde con
Changbin que no me apetece, y no só lo porque odie el telé fono.
―¿Se trata de testificar?
―Sí. Dice que tiene má s detalles sobre las preguntas que tendré que
responder. Está en contacto con los miembros del comité .
―Bueno, má s detalles son buenos, ¿no? Cuanto má s preparado esté s,
má s seguro te sentirá s. ¿Có mo fue tu carrera? ―pregunté , cambiando de
tema―.
¿Viste a las Prancin' Grannies?
―Sí. Intentaron abordarme en cuanto salí de mi coche. Tenía los
auriculares puestos, así que fingí que no los oía y empecé a correr. No pudieron
seguirme el ritmo.
Me reí.
―Pobres abuelitas. Só lo quieren su atenció n durante unos minutos.
―Son viciosas. No las conoces. De hecho, ahora que creen que estamos
comprometidos, probablemente van a ir por ti. Será mejor que vigiles tu espalda
por esas camisas rosas deslumbrantes.
Me reí mientras entraba en una plaza de estacionamiento del
supermercado.
―Estaré en guardia.
Melanie Harlow
DIEZ

Félix
Pasé toda la tarde en la fabulosa cocina de Hyunjin , creando algunas
recetas nuevas y fotografiando los resultados. En el mercado, elegí los alimentos
de colores má s vivos y cultivados localmente que pude encontrar: albaricoques,
frambuesas, cerezas, verduras crujientes, guisantes, bró coli, cerezas dulces,
rá banos y miel. A continuació n, me dirigí a mi tienda de quesos y panadería
favorita, me metí en una carnicería de renombre para comprar un filete de
Hyunjin y, por ú ltimo, fui a la tienda de vinos y compré un par de boté ls de tinto
y blanco.
Por eso no tienes dinero, me decía a mí misma. Era cierto: mi amor por la
buena comida y el vino y mi dedicació n a utilizar productos de temporada y de
pequeñ a escala siempre superaban mi deseo de aumentar mis ahorros. No podía
evitarlo. Pero hoy lo veía como una inversió n en mi negocio y en mí misma.
Hyunjin acabó subiendo de la planta baja y abrió su portá til en la mesa
de la cocina, donde se sentó a trabajar mientras yo flotaba en la cocina, má s feliz
de lo que había sido en meses. Incluso cuando pensaba en la estú pida crítica de
Dearly Beloved, no me molestaba tanto como antes. Todo el mundo se enfrenta a
contratiempos, ¿verdad? Cuando te expones, ya sea con un plato de comida en
un restaurante o una receta en el blog o un nuevo negocio o un libro de cocina,
tenías que anticiparte a las críticas, tanto merecidas como inmerecidas. Lo
importante era seguir creyendo.
Y cada vez que miraba a Hyunjin , mi vientre se movía y mi boca se
curvaba en una sonrisa y mi corazó n revoloteaba salvajemente. Estaba tan guapo
y serio sentado con su camisa azul claro, frunciendo el ceñ o ante la pantalla y a
veces tirá ndose del pelo, como solía hacer cuando é ramos adolescentes y
estudiá bamos cá lculo. Me moría de ganas de irme a la cama esta noche, de
cambiar esa expresió n por otra, de volver a escuchar esa voz profunda en mi
oído, de sentir su piel sobre la mía. ¿Quié n iba a pensar que nuestra química
sexual sería tan buena despué s de tantos añ os de ser só lo amigos?
Hacia las seis, Hyunjin cerró su ordenador y tomó una cerveza de la

Melanie Harlow
nevera.
―¿Quieres una?
―No, gracias. Pero, ¿podrías abrir esa botél de Valpolicél para mí?
Abrió el vino y me sirvió una copa.
―¿Puedo hacer algo má s para ayudar?
―No. Só lo hazme compañ ía ―puse el plato de charcutería vegetariana
que había montado antes en la isla―. Toma una cerveza y un aperitivo y
escú chame.
Se sentó a horcajadas en un taburete de la isla y levantó su cerveza.
―¿Escucharte? Eso suena siniestro.
―La verdad es que no ―tomé un sorbo de mi vino―. Só lo quiero hablarte
de una pequeñ a fiesta.
Una de sus cejas se arqueó .
―¿Qué fiesta?
―La fiesta sorpresa que nos va a dar tu madre en el patio de Abelard
Vineyards el ú ltimo sá bado de julio.
Tan pronto como la palabra sorpresa salió de mi boca, é l negó con la
cabeza.
―De ninguna manera.
―El patio es realmente encantador ―continué suavemente, deslizando las
cebollas de la tabla de cortar a la sarté n.
―No.
―Y lo mejor es que el aforo en el patio está limitado a treinta, así que tiene
que ser pequeñ o ―las cebollas comenzaron a chisporrotear.
―No es el patio lo que me molesta. Es la sorpresa. Tambié n la fiesta.
―Pero Hyunjin , se supone que ni siquiera lo sabemos; al menos si Winnie
lo planea en Abelard, tendremos todos los detalles por adelantado. Sabremos el
terreno, el menú , el horario, todos los detalles relevantes. Incluso si Winnie
fingiera que Abelard no tiene fechas disponibles, tu madre no se rendiría ―dije
con é nfasis, encará ndose de nuevo con él―. Se irá a otro sitio y no tendremos
ni idea de cuá ndo llegará .
Hyunjin refunfuñ ó algo que no pude entender y dio otro trago a su cerveza.
―Nuestras familias está n felices por nosotros, Hyunjin . ―Suavicé mi
voz―. La gente quiere celebrar. Sabemos que no está sucediendo realmente,
pero no lo hacen.
―Lo sé, pero... ¿una fiesta? Eso no formaba parte de mi plan ―sacudió la
cabeza―. Este compromiso se suponía que era para quitarme a la gente
de encima, no para invitarlos a amontonarse.
―Lo sé. Lo siento.
Melanie Harlow
Se metió un trozo de baguette en la boca y masticó de mala gana.
―¿Cuá ndo es?
―El 30 de julio.
―Dos días despué s de mi testimonio.
―Me di cuenta de eso despué s de que Winnie me dijera la fecha ―dije,
aplicando un frotamiento seco a su filete―. Sé que el momento es malo, pero
ese era el ú nico día que Abelard podía hacernos un hueco. Tuvieron una
cancelació n.
Se quedó pensativo un momento, observando mis dedos sobre la carne.
―Tienes razó n. Mi madre no va a dejarlo caer.
―Se supone que ni siquiera debemos saberlo.
Volvió a inclinar su cerveza y me miró .
―¿Quieres esta fiesta?
Le di la vuelta al filete y puse el aliñ o en el otro lado.
―Puede ser divertido. Pero me da pena que tus padres vayan a gastar
dinero en ello.
―Escucha, mi madre lleva intentando organizarme una fiesta desde que
tenía doce añ os y siempre he dicho que no. Ni fiestas de cumpleañ os, ni de
graduació n, ni nada. A él no le importa el costo.
―Entonces, ¿eso es un sí?
―¿Tengo alguna opció n?
Me reí.
―La verdad es que no. A menos que quieras cancelar el compromiso antes
de ir a D.C. Terminar las cosas má s pronto que tarde.
―No ―dijo rá pidamente―. Puedo ocuparme de la fiesta. Sigamos con el
plan original.

***

Después de la cena, Hyunjin tenía que terminar un trabajo y yo quería


editar las fotos que había tomado y crear algú n contenido para publicar esta
semana. Nos sentamos en la mesa de la cocina con nuestros ordenadores
portá tiles en un có modo silencio.
―Es como en los viejos tiempos ―le di un codazo en la pierna con el pie―.
Sentada aquí trabajando a tu lado así.
―Es mejor ―argumentó , inclinando su silla hacia atrá s sobre dos patas.
Me reí y me acomodé un mechó n de pelo que se había soltado de la coleta
detrá s de la oreja.
Melanie Harlow
―¿Có mo es eso?
―Bueno, solía sentarme a tu lado y me preguntaba có mo sería besarte.
Se me ocurrían todas las formas locas en que podría hacerlo, y luego me
convencía de que no para cada una de éls ―sacudió la cabeza―. Pensaba
toneladas de cosas que quería decirte -incluso practicaba mis líneas- pero nunca
era capaz de decirlas.
Sonreí.
―¿Recuerdas lo que me dijiste después de bailar en el baile?
Sus ojos se cerraron.
―No me lo digas.
―Dijiste: 'No fue tan malo como pensé que sería'.
Se quejó .
―Eso no es lo que he ensayado. Me acobardé totalmente. Algo así como lo
que hice en la puerta de tu habitació n el sá bado por la noche en lugar de decirte
la verdadera razó n por la que iba a llamar.
Fingí sorpresa y mi boca formó una O.
―¿Quieres decir que no venías realmente a mi habitació n sin camiseta
para ver si tenía sed? ¡Estoy ató nita! Me habías engañ ado totalmente.
―Eso es ―se abalanzó sobre mí, levantá ndome de la silla y lanzá ndome
sobre su hombro, dirigié ndose al dormitorio.
―¿Qué es esto? ―grité , golpeando su trasero con mis manos―. ¿Secuestro?
―Ya no somos niñ os ―entró en su dormitorio, donde só lo había una
lá mpara de mesita de noche encendida, y me arrojó a los pies de la cama.
―¡Hyunjin , espera! ―tumbada de espaldas, crucé los brazos sobre
el pecho―. Tengo que ducharme. Hoy no me he duchado y he estado
corriendo, cocinando y sudando. No voy a oler bien.
Se colocó encima de mí, bajó su pecho sobre el mío al estilo pushup y
enterró su cara en mi cuello.
―Hueles de puta madre. Y só lo voy a hacer que sudes má s.
Me reí mientras su pelambre me hacía cosquillas en la garganta.
―Compromiso: ¿qué tal si me das diez minutos rá pidos en la ducha y
luego te unes a mí?
―Cinco minutos ―se levantó y ajustó la entrepierna de sus pantalones―.
Ve.
Grité y salí corriendo hacia el bañ o, quitá ndome la camisa por el camino y
cerrando la puerta tras de mí. El bañ o de Hyunjin era amplio y lujoso, con un
tocador doble y una bañ era blanca independiente bajo la ventana. Junto a él había
una ducha acristalada con mú ltiples cabezales y un suelo de baldosas multicolor.
Pero mis ojos se detuvieron en la bañ era.

Melanie Harlow
Volví a mirar hacia la puerta: ¿podría meter a Hyunjin en un bañ o de
burbujas?
Despué s de abrir el grifo, busqué en mi bolso mi gel de ducha de lavanda
y vainilla y eché un poco. No creó una tonelada de burbujas, pero hubo
suficientes para que pareciera divertido y oliera bien. Luego me desnudé , me
recogí el pelo y me metí en el agua.
Cerré los ojos por un segundo, maravillá ndome de que estaba desnuda en
la bañ era de Hyunjin Hwang , de que en un momento iba a entrar aquí y unirse a
mí. Mi yo de diecisiete añ os estaría asombrada.
Me dio vueltas en la cabeza.
Menos de cinco minutos má s tarde, Hyunjin irrumpió en la bañ era,
desnudo y con una gran erecció n. Pero se detuvo al verme en la bañ era.
―¿Qué es esto?
―Es un bañ o ―sonreí con dulzura y metí una mano en el agua―. Ven a
jugar.
Inhaló y su polla saltó .
―¿Qué es ese olor?
―Lavanda y vainilla. Se supone que te relaja.
―No está funcionando ―dijo, acercá ndose a la bañ era, su mirada
recorriendo con hambre mi piel―. De hecho, ahora mismo estoy todo lo
contrario a relajado.
―Entonces entra conmigo ―bajé la barbilla y le miré a través de las
pestañ as―. Prometo mejorar todo.
Negó con la cabeza, con los ojos todavía puestos en mis pechos.
―Félix , no hay forma de que los dos quepamos en esa bañ era.
―No digo que no vaya a ser un aprieto, pero estoy segura de que dos
personas tan expertas en geometría como nosotros pueden encontrar una
solució n a este problema ―me senté y cerré el grifo―. Por ejemplo, puedes
tumbarte de espaldas y yo me tumbaré encima de ti, un paralelogramo. O puedes
sentarte, y yo me pondré a horcajadas sobre tu regazo, má s bien un trapezoide. O
―dije, poniéndome de rodillas― puedes estar de pie y yo me arrodillaré frente a ti.
Su polla volvió a crisparse.
―¿Y có mo llamas a eso? ―me lamí los labios.
―Una mamada.
Sin má s discusió n, se metió en la bañ era.
Me acerqué , pasando mis manos por la parte delantera de sus muslos.
Entonces le propuse mi idea.
―¿Quieres jugar un poco?
―¿Jugar? ―su tono era intrigado pero cauteloso―. ¿Jugar a qué ?

Melanie Harlow
Lo miré y sonreí con maldad.
―Mis padres no está n en casa.
―¿Eh?
―Así que tienes que estar tranquilo ―rodeé su polla con mis dedos y rocé
mis labios con la punta, manteniendo mis ojos fijos en los suyos.
―Oh, joder ―su manzana de Adá n se balanceó ―. ¿Quieres jugar a los
adolescentes?
Una risa burbujeó desde el fondo de mi garganta mientras inclinaba la
cabeza en diferentes direcciones, rozando la sensible coronilla por la mejilla, bajo
la mandíbula, a lo largo de la garganta.
―Sí.
―Te das cuenta de que mi adolescente yo ya se corrió en tu cara.
Volví a reírme, salpicando sus piernas.
―Vamos. Juega conmigo. Confío en tu autocontrol de adulto.
―Eso hace uno de nosotros.
Llevé la punta de nuevo a mis labios, abrié ndolos ligeramente, dejando
que sintiera mi aliento.
―He pensado en esto mientras estudiamos. ¿Y tú ?
―Sí ―pude notar que se concentraba mucho―. Y despué s.
―¿Despué s?
―A ú ltima hora de la noche. Cuando estoy solo en mi cama.
―Dime ―rozaba la parte inferior de su polla con mi lengua, y se engrosaba
en mi agarre―. ¿En qué piensas?
―Esto. Tú , de rodillas frente a mí. Mi polla en tu boca ―su voz era baja y
dominante, y me excitó .
―¿Así? ―me llevé só lo la punta a la boca, burlá ndome de é l.
―Sí.
Chupé suavemente y luego pasé la lengua alrededor de la corona,
haciendo que sus mú sculos abdominales se flexionaran. Abriendo má s la boca, lo
tomé má s profundamente, gimiendo suavemente. Sus manos se cerraron en
puñ os a los lados. Me gustaban sus manos. Eran masculinas y fuertes, y
recordé có mo sus talentosos dedos me habían proporcionado tanto placer la
noche anterior.
Me dio otra idea.
―Mué strame ―dije, sentá ndome sobre mis talones―. Lo que haces
por la noche. Cuando piensas en esto.
―¿Hablas en serio?
―Sí ―crucé los brazos sobre el pecho, como si de repente me diera

Melanie Harlow
vergü enza―. O algo así.
Me miró fijamente, pero se tomó la polla con la mano, envolviéndola en el
puñ o y dá ndole varios tirones largos y lentos.
―¿Es esto lo que quieres?
Pero no pude responder. Estaba hipnotizada por los mú sculos que se
movían mientras se acariciaba a sí mismo: brazos, hombros y abdominales. Por la
forma en que se mantenía de pie, como si no le diera vergü enza: la cabeza
erguida, el pecho orgulloso, la respiració n acelerada. Y por la forma en que sus
ojos permanecían fijos en mí, con un tono de azul má s caliente y penetrante que
hace un momento.
Yo tambié n empecé a respirar má s rá pido. De hecho, creo que mi
respiració n era má s frenética que la suya. No podía creer que estuviera haciendo
esto delante de mí, ni lo mucho que me gustaba ver su mano en su polla, la
palma deslizá ndose por la corona oscura y el puñ o subiendo y bajando por el
grueso y venoso tronco. Me di cuenta de que anoche no había visto su cuerpo
desnudo a la luz, y era perfecto. Una obra de arte.
―Tó cate ―exigió con una voz que nunca le había oído usar, una voz que no
se podía rechazar. Ademá s, lo había hecho por mí. Y todo esto era fingido, ¿no?
Confiá bamos el uno en el otro. ¿Por qué no dejarse llevar?
Levanté el culo de los talones y pasé las manos por los pechos, por el
estó mago y por los muslos, sin dejar de mirarlo.
―Sí ―su mano se movió má s rá pido. Má s fuerte―. Sí.
Envalentonada por su reacció n, dejé que una mano se deslizara entre mis
piernas, acariciando lentamente mi clítoris con movimientos suaves y circulares,
como si estuviera sola en la oscuridad y no bajo sus ojos en la luz.
―Joder ―gruñ ó entre dientes―. Carajo, eso es caliente.
―Estoy pensando en ti ―jadeé, deslizando mi mano libre sobre un pecho―.
Me encanta pensar en ti cuando hago esto.
Su mandíbula se apretó y exhaló bruscamente, como si yo hubiera dicho
algo que le hiciera enfadar.
―¿Es eso cierto?
―Sí ―dije, porque lo era. Siempre había sido una buena fantasía,
casi como una estrél de cine, alguien fuera de alcance―. Yo pretendería que
tus manos estuvieran sobre mí de esta manera.
―Mi lengua ―sus ojos ardían de deseo―. ¿Pensaste en eso?
―Lo hago ahora ―me froté un poco má s fuerte, los mú sculos de mis
piernas comenzaron a zumbar.
Mis ojos se detuvieron en su erecció n.
―Joder ―cerró los ojos y dejó de mover la mano, manteniéndola envuelta
con fuerza alrededor de su polla―. Esto va a terminar demasiado pronto.

Melanie Harlow
―Déjame ―lo tomé por la muñ eca y le quité la mano de la polla para poder
tomar el mando. Enroscando mis dedos alrededor de él, bajé mi boca a su gruesa
y dura longitud, llevá ndolo al fondo de mi garganta. Contuve la respiració n,
manteniéndome inmó vil por un momento, rezando para no ahogarme.
―Jesú s ―respiró , sus manos se deslizaron en mi pelo.
Sentí su pulso una vez -una advertencia- y probé algo salado y dulce.
Empecé a chupar con hambre, usando mi mano para agarrar lo que no cabía en
mi boca.
Volvió a maldecir y me agarró con má s fuerza la cabeza, mantenié ndome
inmó vil.
―¿Está s segura?
Miré a travé s de mis pestañ as y llevé mis manos a su culo, clavando mis
dedos en su piel y tirando de é l má s profundamente. Era todo el permiso que
necesitaba, y empezó a flexionar las caderas, introduciendo su polla en mi boca,
sus respiraciones fuertes, sus gemidos aumentando, sus movimientos cada vez
má s frené ticos hasta que su cuerpo se tensó y dejó de moverse por completo,
excepto por el grueso y palpitante latido de su orgasmo, que estalló en el fondo de
mi garganta.
Se retiró y me senté de nuevo sobre mis talones, limpiá ndome la boca con
el brazo y recuperando el aliento.
Pero no tuve mucho tiempo para recuperarme antes de que Hyunjin me
agarrara por debajo de los brazos y me colocara en el borde de la bañ era. Se
arrodilló frente a mí y me separó las piernas.
―Mi turno ―dijo.
Fue necesario un gran equilibrio para no caer de espaldas durante el
final que me dio con los dedos de los pies, el temblor de los muslos y los golpes
en la bañ era.
Los adolescentes Hyunjin y Fé lix no se habrían reconocido.
Me sentí orgullosa de nosotros, por tener las agallas de cruzar la línea, por
ser valientes frente a los demá s y por confiar en que nada de esto arruinaría lo
que teníamos.
El juego era divertido, pero só lo era un juego.

Melanie Harlow
ONCE

Hyunjin
―Cué ntame un secreto ―dijo Fé lix , acurrucá ndose junto a mí en la
cama.
―¿Un secreto? ―tumbado de espaldas, puse una mano detrá s de mi
cabeza y rodeé sus hombros con la otra. Todavía podía oler la lavanda y la
vainilla en su piel; estaba seguro de que nunca iba a encontrar esos olores
relajantes, especialmente ahora que mi cerebro los asociaba con lo que acababa
de ocurrir en mi bañ o. Pero, al menos, me traerían un buen recuerdo.
―Sí. O una historia de cuando eras pequeñ o. Me gustan esas.
Lo pensé por un momento.
―Cuando era joven, creía que tenía poderes má gicos.
―¡Oooh! ¿Qué tipo de poderes má gicos?
Su reacció n me hizo sonreír; me encantaba que estuviera má s interesada
en la naturaleza de mis habilidades de otro mundo que en reírse de la idea.
―Pensaba que podía controlar el resultado de las cosas -
favorablemente para mí, por supuesto- o evitar que ocurrieran cosas malas,
con ciertas acciones.
―¿Qué hacías?
―Pequeñ os rituales como ponerme siempre el calcetín derecho primero,
sentarme siempre en el lado derecho del coche, tocarme la nariz al entrar en una
habitació n, contar cosas.
―¿Tenías un TOC? ―estaba jugando con el pelo de mi pecho otra vez. Me
encantaba cuando hacía eso.
―No lo sé . Si me hubieran evaluado entonces, podrían haberme
diagnosticado así, pero nunca le conté a nadie mis poderes.
―¿Por qué no?

Melanie Harlow
―Porque entonces no funcionarían.
―Ah ―sus dedos se movieron en círculos lentos y relajantes―. ¿Cuá ndo
dejaste de creer en ellos?
Ni siquiera tuve que pensarlo.
―Cuando mi abuelo murió .
Su mano dejó de moverse.
―¿Cuá ntos añ os tenías?
―Once.
Apoyó la cabeza en su mano y me miró .
―¿Es este el abuelo que te regaló los libros de Ray Bradbury firmados?
Sonreí: é l lo recordaba.
―Sí.
―Cuéntame má s sobre é l. ¿Có mo era?
Mi cabeza se llenó de recuerdos del brillante y divertido abuelo que había
conocido.
―Le encantaban los rompecabezas, y solíamos trabajar en ellos juntos
todo el tiempo. Le encantaba el bé isbol y nunca se perdía un partido mío. Llevaba
un aftershave Pinaud Clubman, y a veces lo huelo en una multitud y es como si
estuviera allí mismo.
―Tal vez lo sea.
―Ahora suenas como mi madre.
Se rió .
―¿Todavía tienes los libros que te dio?
―Sí. No está n en un estado impecable ni nada por el estilo -los leyó una y
otra vez, y yo también-, pero de todos modos nunca los vendería.
―Por supuesto que no. Ese tipo de cosas no tienen precio ―volvió a bajar
la cabeza―. Siento que lo hayas perdido tan joven.
―Su muerte me afectó mucho. No fue repentina -sabíamos que estaba
enfermo-, pero estaba tan seguro de mi capacidad para evitar que ocurriera algo
terrible que no estaba preparado cuando ocurrió .
―¿Te has culpado a ti mismo? ―preguntó en voz baja.
―No exactamente, pero empecé a dudar de mí mismo en todos los
sentidos. Poco despué s, durante el partido de campeonato de mi equipo de
bé isbol, me ponché tres veces. Recuerdo que entonces pensé que estaba claro que
no era má gico. Ni siquiera era tan especial ni tenía tanto talento. Y todo el mundo
lo sabía, joder.
Me besó el pecho y luego presionó su mejilla contra é l, rodeando mi
cintura con su brazo.

Melanie Harlow
―Recuerdo que llegué a casa y me tumbé en la cama, mirando al techo y
pensando que no soy quien creía que era. El mundo no funcionaba como yo creía.
Y tal vez todos los demá s lo sabían desde el principio, y yo só lo era un idiota.
Me abrazó má s fuerte.
―Nos mudamos justo despué s de eso. Mis padres querían cambiar de
aires y creo que incluso pensaron que sería bueno para mí. Se dieron cuenta de
que algo no iba bien. Había pasado de ser un niñ o engreído y bocazas de quinto
curso que só lo venía a casa para comer y dormir a un niñ o que odiaba salir de
casa ―exhalé ―. Pero creo que la mudanza lo hizo má s difícil. Tuve que empezar
de nuevo, sin mis poderes má gicos.
―Pero luego me conociste a mí ―dijo alegremente―. Y eso fue algo
bueno, ¿verdad?
―Eso fue algo bueno.
―Hasta que te hice fingir que eras mi prometido. Asistir a reuniones
sociales. Ser el anfitrió n de las cenas.
―Sí, pero... ―rodando, cubrí su cuerpo con el mío, deseando perderme
en él de nuevo―. También tiene sus ventajas.

***

A la mañ ana siguiente, me levanté temprano y me dirigí al parque para


correr. Esperaba que fuera lo suficientemente temprano como para evitar a las
Prancin' Grannies, e incluso aparqué en un lugar diferente, pero no hubo suerte.
―¡Ahí está ! ―gritó una de é ls cuando salí de mi coche. Antes de que
pudiera ponerme los auriculares o emprender la huida, se acercaron haciendo
cabriolas, con rosas deslumbrantes y expresiones de indignació n.
―Hola, señ oras ―de mala gana, me enfrenté a éls, recordá ndome a mí
mismo que no eran leones, só lo ancianas. Ignorando el picor bajo mi piel, me
obligué a hacer la pregunta cortés―. ¿Có mo está n?
―Bien, bien. Esperá bamos atraparte ―dijo uno con la cabeza llena de
rizos del color cobrizo de un cé ntimo―. ¡Queremos escuchar todas tus
grandes noticias!
―La conocemos ―una abuelita que llevaba los labios pintados del
mismo tono de rosa que sus camisas asintió emocionada―. Somos amigas de
su abuela.
―Oh. Te refieres a Félix ―mi mente trabajó horas extras para pensar en
algo má s que decir, y nada vino.
―Sí. Su abuela es Daphne Sawyer ―puso una abuelita con una cinta de
sudor amarillo neó n alrededor de la cabeza―. É l y su marido John son
los dueñ os de las granjas Cloverleigh, pero sus hijos las dirigen ahora.
―He oído que la boda va a ser en Cloverleigh Farms ―otra abuelita, esta

Melanie Harlow
con cejas muy marcadas, se abrió paso hacia el frente―. ¿Es eso cierto?
―Eso esperamos.
Hubo un coro de suspiros y murmullos sobre lo hermoso que era
Cloverleigh Farms, algunos comentarios sobre otras bodas a las que habían
asistido allí, y un aire general de aprobació n sonriente y asentida. También
estaban ansiosos por establecer sus conexiones con la familia Sawyer.
―Me encantan los Sawyer. Tan amables y acogedores.
―Y tan generosos. Cuando Hank fue operado de la vesícula el añ o pasado,
enviaron un pastel.
―Siempre jugamos en la salida de golf de caridad de John Sawyer. Tan
buena gente.
―Daphne todavía me invita a la fiesta anual de Navidad del personal.
Vamos todos los añ os, aunque hace añ os que no trabajo allí. ―Los rizos de
cobre se detuvieron―. Probablemente me inviten a la boda.
En el breve silencio que siguió , prá cticamente pude escuchar las plumas
erizadas.
―¿Será una boda grande? ―preguntó sudadera color neó n―.
¿Muchos invitados?
―No ―dije con firmeza.
―¿Por qué no? ―La sonrisa y el asentimiento de aprobació n fueron
sustituidos por ojos entrecerrados, manos en las caderas y miradas acusadoras.
―Queremos que sea pequeñ o ―dije, frotá ndome la nuca.
―¡Pequeñ o! ―Rizos de cobre se ofendió ―. ¿Cuando eres una
celebridad local? Eso no es divertido!
―Deberías hacer algo espectacular ―dijo la de las cejas pintadas―. Como
fuegos artificiales.
―¡Oooh! Mi nieto vuela en esos aviones que remolcan banderas ―me dijo
sudadera de neó n.
―Deberías hacerlo.
―Mi Alfred conduce esos coches de caballos que llevan a los turistas de un
lado a otro ―dijo una abuelita bajita en la parte de atrá s―. Algo así sería bonito.
―Sí ―añ adió la del pintalabios rosa brillante―. ¿No es una boda pequeñ a
un poco egoísta de tu parte?
―¿Egoísta? ―repetí, estupefacto.
―¡Todo el mundo en la ciudad está muy feliz por ti! Nos sentimos
orgullosos de que un joven tan brillante y exitoso haya elegido a una chica de la
ciudad para establecerse.
―¡Demuestra verdadero cará cter!
―Demuestra que no importa el dinero que ganes o la fama que consigas, lo

Melanie Harlow
que importa es la familia.
―¡Sí! Los amigos y vecinos son una extensió n de la familia.
―Y en un pueblo pequeñ o, todos son familia.
Todos coincidieron, como una pandilla de callejeros en una vieja película.
―¡Sí! ¡Así es! ¡Díselo, Gladys! ¡Así se hace!
―Así que si no nos vas a dejar compartir la alegría de tu gran día, no
sabemos có mo tomarlo ―la de sudadera neó n negó con la cabeza y se puso las
manos en el pecho―. Se nos podría romper el corazó n.
―Piénsalo, hijo ―pintalabios rosa asintió una vez―. Vamos, chicas―. Se
alejaron haciendo saltitos.

***

Despué s de la carrera, fui a casa a limpiarme y a comer algo. Esperaba


que Fé lix estuviera allí para poder contarle mi encuentro con las Prancin'
Grannies, pero su coche no estaba en la entrada cuando llegué . Era curioso lo
vacía y silenciosa que parecía la casa sin é l.
Me duché y me vestí, y luego descubrí una nota adhesiva en la nevera.
¡Come todo lo que quieras aquí! Ya lo he fotografiado. Debajo de las palabras había
una nota en nuestro có digo secreto. Sonriendo, lo descifré : XOXO Félix . Saqué la
nota de la nevera y me la metí en el bolsillo.
Despué s de comer, me senté en mi escritorio, en la habitació n de invitados
de la planta baja que utilizaba como despacho, para trabajar un poco. Estaba
esbozando un borrador para mi testimonio cuando sonó mi telé fono. Suponiendo
que era Fé lix , sonreí y contesté sin pensar.
―¿Hola?
―Amigo ―dijo Changbin ―. Has contestado. ¿Es eso una cosa ahora?
Joder. Me froté las sienes con el pulgar y el dedo corazó n.
―La verdad es que no. ¿Qué pasa?
―¿Por qué no me contaste tu compromiso ayer, imbé cil? Acabo de leerlo en
internet.
―Supongo que lo olvidé.
Se rió .
―¿Qué carajo? ¿Quié n es é l?
―Fé lix Lee ―sabía que se la había mencionado a Changbin antes, pero no
me sorprendería que no se acordara.
―¿La chica de casa?
―Sí.

Melanie Harlow
―Un poco repentino, ¿no?
―En realidad no. La conozco desde los doce añ os.
―¿La dejaste embarazada o algo así?
―Vete a la mierda. No.
―Amigo ―dijo―. Ni siquiera importa. No lo hagas.
―¿Eh?
―No te cases, joder. Arruinará tu vida.
―¿Este es el objetivo de tu llamada, Hasbrouck? Si es así, voy a colgar.
―Sé que ahora parece una buena idea, pero se le quita el brillo. En cuanto
se seque la tinta de ese certificado de matrimonio, no será la mujer que tú
crees que es. Eso es lo que hacen: fingen ser geniales para que les propongas
matrimonio, y luego se convierten en locas controladoras una vez que tienen tu
apellido. Nunca he sido tan miserable.
―Somos diferentes.
Volvió a reírse.
―La verdad, hombre. Si yo fuera tú , aú n estaría en Los Á ngeles follando
con Zlatka en mi Porsche.
―Seguro que sí.
―¿Có mo lo jodiste, de todos modos? Estaba loca por ti ―se rió de forma
poco amable―. Susie dijo que leyó en alguna parte que era porque a Zlatka no
le gustaba ser sumisa en el dormitorio. Quería ser la jefa.
―Tendrías que preguntarle a Zlatka sobre eso.
―Amigo, yo dejaría que me atara y me abofeteara si quisiera.
¿Realmente rompiste por eso?
―No ―mi mandíbula se apretó ―. Nos peleá bamos todo el tiempo. Era una
mierda.
―Dímelo a mí ―murmuró ―. Estoy atrapado en este yate en
el Mediterrá neo escuchando a Susie quejarse de la mierda de marido que soy día
tras día. ¿Qué quiere él que no tenga? Tiene la casa, el coche, la ropa, las vacaciones.
Yo pago todas sus putas facturas. ¿Qué má s quiere de mí?
La respuesta era obvia, pero me callé la boca.
―De todos modos, eso es todo lo que estoy diciendo. Todo el mundo
finge ser alguien que no es para conseguir lo que quiere, y no puedes hacer feliz
a nadie a largo plazo. Ni siquiera lo intentes.

***

Estaba en el sofá viendo un partido de béisbol y rumiando mi

Melanie Harlow
conversació n con Changbin cuando vi los faros de Félix en la ventana. Un momento
después la escuché entrar por la puerta de atrá s y apagué la televisió n. É l sería
una mejor distracció n que el partido, y que se joda Changbin de todos modos, por
decirme una mierda que ya sabía.
No trataba de hacer feliz a nadie a largo plazo. Lo sabía mejor.
―Hola, tú . ―Félix entró por la cocina en el gran saló n y se hundió junto
a mí, quitá ndose las zapatillas―. ¿Có mo estuvo tu día?
―Estuvo bien. ¿Có mo fue todo con la propuesta?
―Fue genial! ―se volvió hacia mí, sentada con las piernas cruzadas.
Llevaba el pelo recogido en dos coletas bajas como las que a veces llevaba Zosia, y
su sonrisa, como siempre, me levantó el á nimo―. Ellie estaba
completamente sorprendida, y todo salió sin problemas, lo cual es bastante
impresionante, teniendo en cuenta lo elaborado que era el plan.
La escuché contar có mo Gianni había recreado una escena de la Fiesta de
la Cereza cuando eran adolescentes que implicaba un tanque de inmersió n y un
pastel en la cara.
―Tenía un cubo con cincuenta pelotas, y no paraba de lanzar una tras
otra, y no podía mojarlo ―dijo Félix , riendo―. ¡Por suerte para él, mi primo
Chip Carswell estaba entre el pú blico!
―¿El lanzador de los White Sox? ―pregunté sorprendido―. ¿Ese es tu
primo? ¿Có mo no lo sabía?
―Sí, es el sobrino de Frannie. Su madre es su hermana mayor, April. Y su
padre es Tyler Shaw, que tambié n fue lanzador de las Grandes Ligas. Tyler y April
está n casados ahora, pero lo tuvieron cuando tenían como dieciocho añ os y lo
dieron en adopció n. Ellos só lo volvieron a conectar má s tarde, cuando era un
adolescente, pero ya estaba en la universidad cuando te mudaste aquí.
La cabeza me daba vueltas.
―Supongo que tengo mucho que aprender sobre tu historia familiar.
Nunca supe nada de eso. Carswell es un gran lanzador. También lo era Shaw.
Dos de los mejores zurdos del juego.
Se rió .
―De lo que se alegró Ellie, porque arrastró a Chip y le hizo lanzar por
é l. Gianni fue encestado con cada pelota que Chip lanzó .
―Seguro que sí.
―Pero era justo, porque cuando tenían diecisiete añ os, Gianni mojó a Ellie
muchas veces. Entonces é l le tiró un montó n de tartas a la cara en represalia.
―Entonces, ¿en qué parte de todo ese meneo se declaró esta noche?
―¡Oh! La ú ltima bola del cubo era falsa: se abrió como una caja de anillos.
―Estoy impresionado.
É l suspiró .

Melanie Harlow
―Fue tan romá ntico.
―¿Supongo que é l dijo que sí?
―É l dijo que sí. Entonces é l le tiró una tarta a la cara.
Me reí, envidioso de la valentía de Gianni Lupo, de su voluntad de montar
esa enorme producció n y llevarla a cabo ante el pú blico.
―Parece que fue todo un espectá culo.
―Fue increíble. También hablé con Winnie. Dijo que tu madre confirmó la
fiesta de compromiso para treinta personas a las cinco, el ú ltimo sá bado de julio.
Hice una mueca.
―Genial.
―¿Ya has practicado tu brindis?
―No. ―Tiré de una de sus coletas―. Pero charlé con las Prancin'
Grannies durante siete minutos enteros.
Dio una palmada.
―Estoy muy orgullosa de ti. ¿Fue difícil?
―Estuvo bien. No lo disfruté , pero no sentí que mi piel estuviera llena de
hormigas de fuego.
―Yo diría que eso es algo bueno.
―Varios de ellos conocen a Daphne Sawyer. ¿Es tu abuela?
―¡Sí! Es la madre de Frannie. Es maravillosa. É l y su marido John eran los
propietarios originales de Cloverleigh Farms, pero se lo dieron a sus hijos, y ahora
viven en Florida la mayor parte del añ o. Pasan los veranos aquí, así que
probablemente estén en la ciudad.
―Es probable que ahora mismo esté recibiendo un aluvió n de llamadas de
las Abuelas Prancin'. Todas está n muy ansiosas por establecer una conexió n con
la familia. Creo que todas esperan una invitació n a la boda.
Fé lix volvió a acariciar mi pierna.
―Só lo diles que es muy pequeñ o.
―Lo hice. Me avergonzaron.
―Te avergü enza?
―Sí, dijeron que todo el pueblo está muy feliz por nosotros y que ¿no es un
poco egoísta por mi parte hacer una boda tan pequeñ a que nadie má s pueda
compartir la alegría? Me dijeron que me lo pensara y se marcharon haciendo
cabriolas.
Se rió con gusto.
―Me lo imagino perfectamente.
―Por cierto, tenemos todo listo para Nueva York. Nuestro vuelo sale
mañ ana a las once.

Melanie Harlow
―¿Qué ? ¡Tengo que hacer la maleta! ―saltó del sofá y fue corriendo hacia
el dormitorio―. ¿Cuá ntas noches?
―Dos.
―¿Tendré que vestirme para algo?
―Só lo si quieres.
Se detuvo y se dio la vuelta, lanzando los brazos al aire.
―¡Hyunjin ! ¿Cuá les son los planes? ¿Vamos a hacer cosas de elegantes de
multimillonarios?
Me reí.
―¿Qué son las cosas elegantes de los multimillonarios?
―Ya sabes, ir a un baile o a la ó pera o a algú n tipo de gala. Lugares a los
que va la gente elegante ―levantó las palmas de las manos, con una expresió n
cada vez má s preocupada―. No es que necesite esas cosas. Sería igual de feliz
alojá ndome en un Motel 6 y comiendo porciones de pizza en la calle. Só lo quiero
empacar bien.
―No sé si hay algú n baile esta semana, Cenicienta, pero estaría encantado
de llevarte. Empaca algo bonito.
Sonrió y giró como lo hacía Zosia cuando llevaba uno de sus disfraces de
princesa.
―¡Estoy tan emocionada!
―Bien ―la vi bailar hacia el vestíbulo trasero y la escuché tararear
mientras abría y cerraba cajones.
Me sentía bien haciendo cosas que hacían sonreír, girar y cantar a Fé lix .
Sabía que no era por el dinero -no tenía ninguna duda de que lo que había dicho
de alojarse en un motel barato y comer pizza en la calle iba en serio-, pero se
merecía cosas bonitas y yo podía permitírselas.
Quizá no pudiera hacerla feliz para siempre, pero podría llevarla a
Manhattan en un jet privado y tratarla como una princesa durante un par de
días. É l siempre tendría el recuerdo de ello, y nunca se empañ aría.
Porque é se era el error de Changbin : decir que era capaz de algo
que no era. Podía culpar a su esposa por fingir ser otra persona, pero é l tambié n
lo había hecho, jurando que sería fiel y leal a una sola mujer por el resto de su
vida. Haciendo promesas que nunca podría cumplir.
Me conocía mejor que eso.
Saqué mi teléfono y volví a comprobar la hora de vuelo que mi asistente
había reservado con la compañ ía de aviones privados, y busqué en mi bandeja de
entrada una confirmació n para la suite del hotel. Al notar que tenía un nuevo
mensaje de voz de un có digo de á rea de Manhattan, escuché a un representante
de Tiffany con voz de terciopelo que me decía que estaba todo listo para una cita
privada con él a las tres de la tarde.

Melanie Harlow
Casi me reí a carcajadas. Fé lix se iba a enfadar mucho conmigo, pero no
me importaba.
Todo en este compromiso era falso. Sería bueno tener una cosa que fuera
real.

***

Má s tarde, cuando Fé lix y yo está bamos acurrucados juntos, nuestra piel


aú n caliente y ligeramente sudada, nuestros corazones aú n latiendo un poco
demasiado rá pido, dije:
―Esta noche te toca a ti.
―¿Qué ?
―El secreto. Siento que siempre soy yo el que divaga sobre la mierda. Esta
noche, me dices algo.
―Hmm. ¿Qué quieres saber?
Las cosas que realmente quería saber -si yo era el mejor que había tenido,
si mi polla era la má s grande que había visto, si alguien la había hecho correrse
tan fuerte como yo- no eran realmente el tipo de cosas que habíamos compartido,
así que me abstuve de hacer esas preguntas. Pero tenía curiosidad por algo que
me había contado.
―Mencionaste que rompes con cualquiera que diga que te ama.
―Sí.
―¿Cuá ntas veces ha pasado eso?
―Dos veces ―dijo, dibujando pequeñ as espirales en mi pecho con la
punta de un dedo―. Una vez en la universidad y otra en Chicago.
―¿Cuá nto tiempo duraron esas relaciones?
―No tanto. Unos pocos meses.
―¿Y no sentiste eso por ninguno de ellos?
―No. Nunca he estado enamorado. Soy muy cuidadosa con mis
emociones. ―Sonaba orgullosa de ello―. Soy buena para racionarlas.
―¿Qué quieres decir?
―Bueno, digamos que los sentimientos son como un ingrediente
sú per raro o caro. Trufas o algo así. No los echas enteros. Los racionas, añ adiendo
una pequeñ a cantidad para rematar el plato. Un poco da para mucho.
―Lo tengo. ¿Así que racionas tus
sentimientos? Se rió y me dio una palmada en
el pecho.
―Ya sabes lo que quiero decir. Los doy con moderació n. Y cuando la
persona con la que salgo los reparte con demasiada generosidad, demasiado
Melanie Harlow
rá pido, me entra el pá nico y só lo quiero salir. Te lo dije, es raro.
―No, lo entiendo ―le dije―. Ese soy yo en una reunió n de negocios. O en
una fiesta.
―Sí, pero al menos puedes escabullirte. Tengo que elaborar una estrategia
de salida.
―¿Có mo qué?
Suspiró .
―De acuerdo, no estoy orgullosa de esto, pero le dije al primer chico que
estaba pensando en hacerme monja y que quería probar el celibato. Eso fue
suficiente para asustarlo. Al segundo le dije que iba a volver a Michigan. Pero é l
siguió viniendo, así que tuve que mudarme.
―Espera un momento. ¿Te mudaste aquí para salir de una relació n?
É l comenzó a retorcerse.
―No sólo por esa razó n. Llevaba tiempo pensá ndolo. Pero fue un buen
empujó n y fue la decisió n correcta. Me alegro de haber vuelto. Y. . . No quería a
esos tipos. Si lo hubiera hecho, no habría sido capaz de alejarme tan fá cilmente.
¿Verdad?
―Está s preguntando a la persona equivocada. Yo tampoco me he
enamorado nunca. No estoy hecho para eso.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir, algunas personas son buenas para salir de sus cabezas y
dejar que otra persona tenga, no sé , acceso sin restricciones a ellos, todos sus
defectos e imperfecciones. Revelá ndose a sí mismos. Ese nunca seré yo.
Se quedó callada un momento, sus dedos seguían movié ndose en mi
pecho.
―¿Crees que nos pasa algo? A veces me pregunto si estoy maldita o algo
así.
―No ―dije con firmeza―. Creo que estamos bien. De hecho, creo que
somos má s inteligentes que todos, porque nos conocemos muy bien.
Se sentó y me miró .
―Sí, exactamente. ¿De qué sirve seguir en una relació n que sabes que no
va a funcionar?
―Si estamos malditos, es con una inteligencia superior y una aguda
autoconciencia.
Se rió .
―¡Sí! Conocemos nuestros puntos fuertes y dé biles. Sabemos que si no
sabemos nadar, no nos tiramos a la parte profunda de la piscina. Nos quedamos
en la parte poco profunda.
―O nos saltamos el bañ o y nos quedamos en la cama ―dije, acercá ndola
a
Melanie Harlow
mí de nuevo―. Hay mucha diversió n en la cama.
―Lo hay contigo ―pasó una pierna por encima de mis caderas para
sentarse a horcajadas sobre mí―. Má s de lo que jamá s creí posible.

Melanie Harlow
DOCE

Félix
Si el avió n privado en el que volamos para llegar a Manhattan me hizo
sentir como una estré l de rock, nuestra suite en The Pierre me hizo sentir como la
realeza.
―¡Hyunjin ! ¡Mira esta vista! ―me paré frente a las ventanas que daban a
Central Park desde veintiocho pisos de altura.
―Lo he visto ―se acercó y se puso a mi lado, riéndose de mi emoció n―.
Pero es impresionante.
―Es má s que impresionante, ¡es irreal! Todo este día es irreal ―me di la
vuelta y me fijé en el entorno. Nuestra suite tenía una sala de estar con
chimenea, un dormitorio principal con una suntuosa cama tamañ o king y
vistas al horizonte de Manhattan, y una mesa de comedor con seis sillas que
parecían pertenecer a Versalles. Saqué mi telé fono y empecé a hacer fotos de todo
para mis hermanas. Ya les había enviado selfies en los que aparecía sorbiendo
una copa de champá n en la lujosa cabina del jet y montando en la parte trasera
del brillante todoterreno negro con cristales tintados de camino al hotel.
―Deberíamos ponernos en marcha ―dijo.
―¿Me vas a decir dó nde?
―No. Ese es el objetivo de una sorpresa.
―Tú odias las sorpresas.
―Odio que me sorprendan ―corrigió ―. Hay una diferencia.
―Dé jame sacar unas fotos del bañ o.
Se rió cuando atravesé el dormitorio hasta llegar al bañ o principal, donde
capté el largo tocador de má rmol, la bañ era con vistas a la ciudad y los lujosos
albornoces blancos. Intentaré robarte una, Win, le envié un mensaje.
―Todavía estará aquí cuando volvamos ―dijo Hyunjin desde la puerta.
Apoyado en el marco, se metió las manos en los bolsillos y se encontró con mis
ojos en el espejo.

Melanie Harlow
―Lo sé. Lo siento, probablemente esté s acostumbrado a todo este lujo
―dije tímidamente―. Pero yo soy má s bien una viajera de bajo presupuesto, así
que esto me parece muy bien. Y lo má s probable es que só lo vaya a ser la falsa
prometido de un multimillonario una vez en mi vida, así que quiero
aprovecharlo al má ximo.
Se rió .
―Adelante. Podemos irnos cuando esté s lista.
Los mú sculos de mi estó mago se tensaron: estaba tan guapo con sus
pantalones de vestir azules y su camisa blanca abotonada. Era bastante informal
todos los días, pero me encantaba que se hubiera arreglado un poco para viajar.
―¿Estoy bien vestida? Está s muy guapo y yo estoy en vaqueros.
―Puedes ponerte lo que quieras.
―Y tendré tiempo de llegar y cambiarme antes de la cena, ¿verdad?
―Sí.
―Entonces só lo necesito un minuto.
―No hay problema. Voy a comprobar con mi asistente nuestras entradas
para esta noche.
Me dejó sola en el dormitorio, donde cambié mis zapatillas por sandalias
planas y mi blusa de algodó n por un top má s bonito. En el cuarto de bañ o, me
apreté la coleta, me limpié las gafas y me repasé el labial carmín. No tenía ni idea
de adó nde me llevaba, pero, sinceramente, ni siquiera me importaba.
¿Cacahuetes y cerveza en un partido de bé isbol? Genial. ¿Vistas desde la cima del
Empire State Building? Fantá stico. ¿Crucero por la Estatua de la Libertad?
¿Fideos de arroz en Chinatown? ¿Cannolis en la calle Mulberry? Si fué ramos
los dos, me apunto.
De hecho, mientras bajá bamos en el ascensor hasta el vestíbulo, nos
deslizá bamos por una puerta lateral hasta el asiento trasero de cuero del
todoterreno con chó fer y viajá bamos por la Quinta Avenida, intenté pensar en
otro momento de mi vida en el que hubiera estado tan despreocupada, feliz y
viva.
―Oye. ―lo miré ―. Gracias por todo esto. No era necesario, pero son las
mejores vacaciones que he tenido.
Sonrió .
―Acabamos de llegar. Todavía no hemos hecho nada.
―No importa lo que hagamos, y quizá ni siquiera importe dó nde
estemos. Simplemente me encanta estar contigo.
―Bien, necesito que recuerdes esa agradable sensació n en unos tres
minutos.
―¿Qué ? ¿Por qué?
Miró por encima de mi hombro.

Melanie Harlow
―O un minuto.
Me di la vuelta y miré por la ventanilla: el todoterreno se acercaba a la
tienda insignia de Tiffany & Co.
―¡Hyunjin ! ¿Qué está pasando?
―Só lo relá jate y divié rtete.
Volví a enfrentarme a él, dirigié ndole mi mirada má s malvada.
―Dijiste que no Tiffany. Acordamos una ré plica del anillo.
―Pero tenemos que saber qué estamos replicando, ¿verdad? Esto es só lo
un pequeñ o ejercicio de reconocimiento.
―¿Lo es?
―Sí. Confía en mí.
El conductor abrió la puerta del lado de Hyunjin . Se bajó y me tendió la
mano, pero dudé , echando un vistazo al edificio que tenía detrá s, con sus
enormes ventanas y sus icó nicas letras doradas.
Me sonrió .
―Félix , vamos. Es só lo por diversió n.
―¿De verdad?
―Sí. Pensé que lo disfrutarías, pero si quieres, no tenemos que entrar.
Cancelaré la cita.
―No, no. Está bien ―tomé su mano y dejé que me ayudara a bajar del
coche―. Confío en ti.
Y sí que confiaba en Hyunjin , pero cuando entramos en la tienda y un
guardia de seguridad nos acompañ ó a una sala VIP en una planta privada, me
temblaban las piernas y se me hacía un nudo en el estó mago. Permanecí en vilo
mientras nos presentaban a James, nuestro experto en diamantes, y nos
probá bamos anillos con etiquetas de precios que ni siquiera podía imaginar y que
no pedí ver. La sonrisa secreta en la cara de Hyunjin no me alivió en absoluto.
―¿Está s bien? ―preguntó suavemente cuando James nos dejó solos un
momento―. Pareces nerviosa.
―¡Claro que estoy nerviosa! ―susurré frenéticamente―. Estos anillos
probablemente cuestan má s que mi educació n universitaria.
―Deja de preocuparte por eso. Se supone que esto es divertido.
―Lo es, pero yo...
James volvió con otro anillo.
―Aquí vamos. Prueba este.
Ya me había hecho a la idea de que el siguiente anillo iba a ser el ú ltimo
para poder salir de aquí y volver a respirar, pero cuando deslicé el clá sico
solitario en mi dedo, aspiré involuntariamente. Era exactamente el que yo había
descrito: un diamante brillante redondo en una sencilla banda de platino.
Elegante.
Melanie Harlow
Moderno. Impresionante.
―Oh ―respiré ―. Es tan hermoso.
―Creo que es ese ―dijo James con seguridad.
―¿Lo es? ―me preguntó Hyunjin .
Me mordí el labio y asentí, admirá ndolo en mi mano.
―Sí. Esto es.
James me midió el dedo y luego me preguntó si quería disfrutar de una
copa de champá n o de agua con gas mientras él y Hyunjin terminaban.
―El champá n suena muy bien, gracias.
Mientras James estaba de espaldas, tiré de Hyunjin hacia un lado.
―No vas a comprarlo, ¿verdad? Ese no es el plan.
―Conozco el plan ―dijo fá cilmente.
―¿Entonces por qué sonríes así?
―¿Así có mo?
―Como si tú supieras algo que yo no sé .
Se rió .
―Pensé que confiabas en mí.
―He cambiado de opinió n.
―Félix . ―Tomó mi mano―. Puedes relajarte. Nos iremos de aquí sin un
anillo.
―¿Lo prometes?
―Sí ―me miró a los ojos y mis rodillas volvieron a flaquear―. Lo prometo.
―¿Srta. MacAllister? ―James estaba en mi codo, ofreciéndome una
delgada copa de champá n pá lido, las burbujas subiendo como las mariposas en
mi estó mago.

***

En la acera de la 5ª Avenida, inhalé el aire del centro de Manhattan -los


humos de los autobuses, los gases de escape de los coches, un puesto de pretzels
calientes en la esquina- agradecido de haber bajado a la tierra. El olor era real. El
trá fico era real. Las bocinas de los coches y las conversaciones en diferentes
idiomas y la mú sica latina que salía de un taxi que pasaba eran reales.
Hyunjin y yo só lo éramos amigos.
―¿Qué te parece? ―le pregunté ―. ¿Deberíamos buscar una réplica del
anillo?

Melanie Harlow
―No en este barrio. He pensado que tal vez mañ ana podríamos ir a
Chinatown. Allí hay muchas joyerías.
Sonreí. Seguíamos en la misma línea.
―Eso suena divertido.
―El coche debería llegar en cualquier momento. Mientras está bamos
dentro, mi asistente me envió un mensaje de texto diciendo que tenemos una
reserva para cenar a las 5:30, y que nuestras entradas nos estará n esperando en
la taquilla del Met para el ballet de las 7:30.
―¡Ooooh! ¿Qué estamos viendo?
―Romeo y Julieta interpretada por el American Ballet Theater.
―¿De verdad? Es perfecto ―miré mi telé fono―. Pero eso no nos deja
mucho tiempo para prepararnos.
―Vamos a cenar abajo en el Pierre, así que estaremos bien. Y si necesitas
má s tiempo, haré que te suban la cena ―miró por encima de mi hombro―. Aquí
está el coche.
El elegante todoterreno negro se detuvo en la acera y Hyunjin me abrió la
puerta. Me deslicé por el asiento trasero y é l se unió a mí, indicando al conductor
que nos llevara de vuelta al hotel.
―Por supuesto, señ or Hwang ―respondió el conductor.
―¿Es el mismo tipo? ―susurré mientras nos metíamos en el trá fico―. Sí.
Lo contraté por tres días.
―¿Así que só lo nos espera?
Hyunjin se encogió de
hombros.
―Ese es su trabajo. Yo pago por su tiempo.
―Caramba ―me reí un poco, frotando mi mano por el asiento de
cuero―. ¿Có mo te acostumbras a esto? ¿A poder permitirse lujos como no
tener que llamar nunca a un taxi, y chimeneas en las habitaciones de los hoteles, y
-oh sí- alquilar aviones privados para que te lleven a donde quieras?
―Al principio, fue muy extrañ o ―admitió ―. Durante mucho tiempo, seguí
yendo en bicicleta a todas partes, alojá ndome en lugares econó micos, viajando en
autocar. Changbin siempre pensó que estaba loco. Pero é l había crecido con
mucho dinero, así que estaba acostumbrado al lujo. Mi madre ni siquiera tira esos
envases de plá stico en los que viene el queso crema.
Me reí.
―¿Có mo es que finalmente te sientes má s có modo con ser rico?
―Poco a poco, supongo. Todavía no me he acostumbrado del todo, y a
veces me siento culpable por ello.
―Pero das mucho dinero a la caridad, ¿no?
Asintió con la cabeza.
Melanie Harlow
―Sí, y eso ayuda. Tambié n pagué todos los pré stamos universitarios de mi
hermana y su matrícula de posgrado. Les ofrecí a é l, a Neil y a mis padres
comprarles una casa nueva, pero todos me mandaron a la mierda -no con esas
palabras, por supuesto. ―Ladeó la cabeza―. En realidad, creo que mi hermana
sí usó esas palabras.
―Lo creo ―dije―. Parece muy independiente y orgullosa.
―É l es todo eso y má s.
Riendo, le froté la pierna.
―Yo tambié n tengo una hermana mayor. Sé có mo pueden ser. Es curioso,
no he ido a un ballet en mucho tiempo, pero Millie solía actuar en ellos - no
profesionalmente, pero era una estudiante de danza bastante seria en su día.
―¿Ah sí?
Asentí con la cabeza.
―Bailó hasta los quince añ os má s o menos y luego lo dejó . Incluso fue a
una escuela de artes escé nicas durante un añ o.
―¿Por qué renunció ?
―Dijo que se le había pasado la pasió n por el ballet, pero creo que en gran
parte estaba relacionado con la presió n de tener un aspecto determinado. Las
bailarinas de ballet son tradicionalmente muy delgadas y de huesos pequeñ os, y
Millie tiene una constitució n diferente; para é l era una lucha constante por
mantener una determinada talla y estaba cansada de luchar contra ello.
―¿Fue difícil para é l dejarlo?
―Oh, sí. Hubo muchas lá grimas y conversaciones serias a puerta
cerrada. Pero creo que mi padre y Frannie se alegraron mucho de que decidiera
dejarlo porque era muy infeliz. Só lo tenía once o doce añ os, pero recuerdo la
tensió n que había en la casa ―pensé en aqué l é poca, en có mo Millie había
luchado; la oía llorar en su habitació n y me sentía impotente para
animarla―. Pero parecía aliviada una vez tomada la decisió n. Ademá s, las
gemelas acababan de nacer, así que había mucho caos en la casa. Frannie se
alegró de tener a Millie má s a menudo para ayudar. Era muy buena con ellos.
―¿Tú no?
Me reí.
―No como Millie. Me parecían ruidosos y aburridos. Me gustaban má s
cuando crecían y podía leerles cuentos; les gustaban las voces tontas que hacía.
Pero de todos modos, estoy muy emocionada por esta noche ―inclinando la
cabeza hacia su hombro, le tomé la mano y uní mis dedos con los suyos mientras
Nueva York pasaba a toda velocidad por la ventana―. Gracias de nuevo por
todo. Siento haberme puesto un poco rara allí. Confío en ti.
―Bien. Y de nada.
Paramos en The Pierre, y Hyunjin le dijo al conductor que volviera a
buscarnos y que a dó nde iríamos. Luego se bajó , me ofreció su mano y me ayudó

Melanie Harlow
a bajar. Me aferré a é l mientras entrá bamos en el hotel, subíamos en el ascensor
a nuestra planta y caminá bamos por el pasillo hacia nuestra suite.
Abrió la puerta y me dejó entrar primero, y mientras cruzaba el umbral,
recordé lo que le dije a Millie sobre que quería disfrutar de esta aventura amorosa
ficticia con Hyunjin en caso de que nunca tuviera la verdadera. En ese
momento, mi mayor preocupació n era que me pillaran en la mentira. Ahora me di
cuenta de que empezaba a preocuparme por otra cosa.
Esta historia de amor podría no ser en absoluto una fantasía. Pero eso era
ridículo, ¿no?
Por supuesto que sí. Me lo estaba pasando bien viviendo como una
Kardashian, y estaba confundiendo esa sensació n con otra cosa. Era totalmente
comprensible. Todo lo que tenía que hacer era seguir recordá ndome lo que era
esto, y lo que no era.
Millie llamó mientras me secaba el pelo.
―¿Hola?
―¿Está s empapada de diamantes?
Me reí.
―No. Aunque me probé unos cuantos hoy en Tiffany. É l
jadeó .
―¡Para! ¿Realmente fuiste a Tiffany?
―Sí, pero só lo para mirar. Mañ ana iremos a Chinatown a comprar una
falsa.
―¿La mejor zirconia cú bica que el dinero puede comprar?
―Exactamente. Créeme, ya está gastando bastante en este viaje.
―¿Có mo va todo con ustedes dos?
―Genial.
―¿Son ciertos los rumores? ¿Te ha atado?
―Tal vez, y todavía no.
―Espera, ¿qué?
Miré hacia la puerta y bajé la voz, apenas hablando por encima de un
susurro.
―Creo que hay algo de verdad en esos rumores, pero aú n no me ha
mostrado ese lado de sí mismo.
É l jadeó .
―Entonces, ¿lo dejarías?
Hice una pausa y me desvié .
―Tengo que irme porque nos vamos como en veinte minutos y todavía no
sé qué me voy a poner.

Melanie Harlow
―¿Tienes una palabra de seguridad?
―¡Millie!
―Sugiero otra cosa.
―No necesito una palabra de seguridad.
―Oklahoma. Bumblebee. Roy Kent.
―Adiós, Millie ―todavía podía oír su risa mientras terminaba la llamada.
Envuelta en una de esas elegantes batas, me dirigí al dormitorio y abrí mi
bolso para ordenar la ropa que había traído, mucha de é l de Winnie. Esta mañ ana,
tras una llamada de emergencia mía, había pasado por aquí de camino al trabajo
con un montó n de traje s y una bolsa de zapatos. Extendí tres traje s sobre la
cama y los consideré , y finalmente me decidí por el pequeñ o traje negro con
mangas casquillo.
Hyunjin entró en la habitació n mientras colgaba los otros dos.
―Oye, tengo que ir al centro de negocios por un fax de Changbin . Vuelvo
en unos minutos.
Lo miré por encima del hombro.
―De acuerdo.
Me deshice de la bata y me metí en el traje , que se cerraba con cremallera.
Comprobando mi reflejo en el espejo, sonreí. No era demasiado corto ni tenía un
corte demasiado bajo, pero se ajustaba muy bien desde el hombro hasta la rodilla
y daba la impresió n de tener má s curvas. Winnie me había dicho que me lo
pusiera con los tacones rojos de tiras de raso para darle un toque sexy de color.
En el bañ o me recogí rá pidamente el pelo en un moñ o bajo y me clavé
unas cuantas horquillas. Gracias a mi corte de pelo autoinfligido, los trozos má s
cortos seguían colgando desordenadamente alrededor de mi cara, y por un
momento pensé en sacar mis tijeras de uñ as y emparejarlos un poco má s, pero
luego recordé que Hyunjin había dicho que la asimetría también era hermosa.
Así que lo dejé estar.
Cambié las gafas por las lentillas para esa noche, aunque me volvían loca,
e intenté recordar có mo me había maquillado Winnie el sá bado. Después de unos
diez minutos, pensé que tenía una imitació n razonable. Me eché una rá pida
rociada de perfume y me subí a los tacones -gracias a una pequeñ a plataforma,
no eran demasiado traicioneros para caminar, pero el traje era tan ajustado que
tenía que dar pequeñ os pasos.
Salí del dormitorio al saló n, donde Hyunjin estaba de pie junto a las
ventanas que daban a Central Park.
―Hola ―le dije.
Se dio la vuelta y se le cayó la mandíbula.
―Jesú s.

Melanie Harlow
―¿Eso es bueno o malo?
―Me has dejado sin aliento. Yo diría que eso es bueno.
Sonreí.
―Gracias. Está s muy guapo ―llevaba un traje en un tono de azul
ligeramente má s claro que el azul marino. Su camisa era blanca y su corbata de
un suave color á mbar.
Se pasó una mano por el pelo, que estaba perfectamente peinado y
peinado hacia atrá s como el de una vieja estrél de cine de Hollywood, y luego se frotó
la mandíbula.
―Siento que debería haberme afeitado.
―No, me gusta el desaliñ o. Te da un poco de ventaja.
Sonriendo, se acercó a mí, con las manos en los bolsillos.
―Gracias.
―¿Nos vamos? ―miré a la puerta―. Nuestra reserva es…
―Un momento ―sacó sus manos de los bolsillos junto con una pequeñ a
caja azul. Una caja azul Tiffany.
―Hyunjin .
Lo abrió y allí estaba el anillo.
Ahora era yo quien no podía respirar. Extendí una mano sobre mi pecho.
―Hyunjin .
―Sí.
―Dime que no es el anillo que me he probado hoy.
―Ese no es el anillo que te has probado hoy.
Me encontré con sus ojos, captando un brillo en su azul noche.
―¡Mentiroso! Dijiste que nos íbamos sin el anillo.
―Lo hicimos. Este vino de otra tienda. Tiene una piedra con mejor
claridad. Esa tenía una mancha.
―¿Una mancha? ―chillé .
―Sí.
―Hyunjin ―tomé aire―. Dime que esto es só lo un pré stamo, como el
collar en la película. ¿Recuerdas? Richard Gere en realidad no compra el
collar para é l. Só lo lo toma prestado para la noche.
―Richard Gere no es un multimillonario de verdad. Yo lo soy ―sacó el
anillo de su cojín y puso la caja sobre la mesa del comedor―. ¿Te lo vas a poner?
Estaba tan desgarrada. Quería hacerlo, pero no podía aceptar este anillo
de é l.
―Oh, Dios ―dije, sintiendo que mi corazó n iba a explotar―. Quiero, de

Melanie Harlow
verdad, pero es demasiado.
―Es só lo un regalo, Félix ―tomó mi mano izquierda y deslizó el anillo en mi
dedo―. Dé jame darte un regalo.
―¿Por qué ? ―mi voz se quebró , y las lá grimas amenazaron con arruinar mi
maquillaje cuidadosamente aplicado―. No necesito un regalo por ser tu amiga.
―No es realmente por nada. Es un símbolo de nuestra amistad. Es un
gesto de agradecimiento.
―Hyunjin nnnn ―gemí suavemente, adorando la forma en que el anillo
brillaba―. Un gesto de agradecimiento es un café con leche o un sá ndwich.
Esto es un anillo de diamantes. Es demasiado.
No dijo nada de inmediato, y sus ojos se mantuvieron enfocados en mi
mano, que aú n sostenía.
―Entiendo ―dijo en voz baja― que esto es inusual. Sé que la mayoría de la
gente no regala anillos de diamantes a sus amigos; tradicionalmente es algo
reservado para la persona con la que vas a pasar tu vida. Tu alma gemela. Pero,
¿sabes qué ?
―¿Qué ?
Ofreció un atisbo de sonrisa.
―A riesgo de parecer un poco loco, mi madre me enseñ ó que hay todo
tipo de almas gemelas: almas gemelas de la vida pasada, almas gemelas, lazos del
alma… Piensa que hay ciertas personas con las que simplemente sientes una
conexió n profunda y extraordinaria, y que trasciende el tiempo y el lugar tal y
como lo conocemos.
―Lo creo ―susurré , recordando lo que había sentido al conocerlo desde
la primera vez que lo vi.
―Así que piensa en esto como un símbolo de esa conexió n. Porque aunque
no nos casemos, eres la persona que má s aprecio, alguien que siempre querré en
mi vida. De hecho, estoy cien por cien segura de que nuestra amistad durará má s
que todos los matrimonios de Changbin .
Se me había cerrado la garganta, lo que me impedía hablar, pero logré
sonreír y asentir.
―Esta no es una propuesta real, porque no es un compromiso real. Pero
pensé que tal vez podríamos tener una cosa real para celebrar nuestra amistad y
la forma en que nos presentamos el uno al otro. Algo que perdurará má s allá de
este falso compromiso ―su sonrisa se volvió un poco arrogante mientras se
encogía de hombros―. Y sinceramente, me lo puedo permitir.
Se me escapó una risa, pero también una lá grima.
Hyunjin me lo quitó del pó mulo con el pulgar.
―Si no quieres llevar nunca el anillo, no tienes por qué hacerlo. Pero, ¿lo
aceptará s?
Asentí, intentando desesperadamente no llorar.

Melanie Harlow
―Está bien.
―Bien ―se inclinó hacia delante y me besó la frente―. Vamos.

***

Durante la cena, no dejaba de tomar mi copa de vino con la mano


izquierda para poder admirar el anillo. Me encantaba có mo brillaba a la luz de
las velas.
―Sabes, nunca he sido la chica que ansía cosas lujosas y brillantes,
pero estoy perdidamente enamorada de este anillo.
―Bien.
―Pero Hyunjin ―me senté erguida en mi asiento y le dirigí una mirada de
muerte―. No má s sorpresas caras, ¿de acuerdo? Promé teme.
Cogió su whisky.
―Eso no es divertido. Me gusta malcriarte.
―¡Pero todo esto es unilateral! ¿Có mo voy a hacer lo mismo?
Bebió un trago, agitó el líquido en su vaso y volvió a dar un sorbo.
―Ya hablaremos ―mis mú sculos centrales se apretaron.
Todo lo que pude pensar fue, Oklahoma. Bumblebee. Roy Kent.
Despué s de la cena, me moría de ganas de probar la tarta de chocolate
templada con helado de frambuesa, pero se nos hacía un poco tarde y aú n
teníamos que recoger las entradas.
―En otra ocasió n ―prometió Hyunjin ―. Me aseguraré de que lo
pruebes antes de que nos vayamos a casa.
Nuestro chó fer nos llevó al Metropolitan Opera House, y nos dirigimos a la
taquilla, donde Hyunjin dio su nombre.
―¿Sabe dó nde está n los asientos? ―pregunté, echando un vistazo al
vestíbulo con sus enormes escaleras en cascada, su alfombra de color rojo
intenso y sus altísimos ventanales.
―No exactamente ―Hyunjin se aflojó la corbata y me di cuenta de que
probablemente estaba incó modo en un lugar pú blico tan concurrido.
―Toma. Dé jame ver ―miré las entradas y vi que está bamos en una
secció n llamada Palco 24 del Parterre. Fue bastante fá cil encontrar a alguien a
quien preguntar, y unos minutos después nos mostraron nuestro propio palco
privado, que tenía tres asientos en una primera fila, y cinco má s en una segunda
y tercera.
―Espera un momento ―miré a mi alrededor―. ¿Todos estos asientos son
nuestros?
―Sí. Compré todo el palco ―dijo Hyunjin ―. Me gusta la privacidad.

Melanie Harlow
Me reí.
―¿Una de esas ventajas de los multimillonarios?
Sonrió .
―Exactamente.
Ni que decir tiene que la vista del escenario era increíble. Y no tuve
ningú n escalofrío al contemplar el mar de terciopelo rojo, las brillantes lá mparas
de arañ a, el pan de oro, el má rmol, el altísimo techo. Creo que no cerré la boca
durante cinco minutos completos.
―¡Esto es increíble! Es tan bonito.
―Lo es. ―Hyunjin se sentó a mi lado.
―¿Vienes mucho por aquí?
―La verdad es que no. Una vez traje a mis padres -a mi padre le gusta la
ó pera- y una vez asistí a la gala de recaudació n de fondos.
―Oooh, apuesto a que fue elegante. ¿Traje s de gala y esmó quines?
¿Có cteles y charlas?
Asintió con la cabeza.
―Duré unos veinte minutos.
Me reí y le tomé la mano.
―Bueno, no te preocupes. No te obligaré a hablar conmigo.
―Me gusta hablar contigo. Entre otras cosas.
El corazó n me dio un vuelco cuando las luces se atenuaron. Podría
acostumbrarme a esto, pensé . Pero entonces me corregí.
No podría acostumbrarme a esto, ni a este palco en el Met, ni a este
hombre a mi lado, ni a esta sensació n dentro de mi pecho. De hecho,
acostumbrarme a esto sería lo peor que podría pasar.
Miré nuestras manos.
Mi anillo brillaba, incluso en la oscuridad.

Melanie Harlow
TRECE

Félix
Cuando terminó el ballet, nos reunimos con nuestro chó fer fuera, y
Hyunjin me escuchó hablar maravillas de la mú sica, el baile, los trajes y los
decorados, y de lo má gica que había sido la velada durante todo el trayecto de
vuelta al hotel.
Y en el ascensor. Y caminando por el pasillo. Y dentro de nuestra suite,
mientras bailaba torpemente un vals por el saló n.
―Los bailarines eran tan elegantes ―dije―. Tan elegantes y artísticos,
pero también fuertes y poderosos. Es increíble la cantidad de emociones que
pueden transmitir con só lo mover los brazos de una manera determinada. O
cambiando el á ngulo de la cabeza. Tienen un dominio increíble de cada mú sculo
de su cuerpo, ¿sabes?
―Sí ―dijo, y me di cuenta de que no había escuchado su voz en unos
veinte minutos.
Me di la vuelta y lo vi sirviéndose una copa en el carrito del bar, cerca de
la mesa del comedor.
―¡Perdó n! Estoy hablando sin parar, ¿verdad?
―No me importa.
―Me encantó todo.
―Me alegro. ¿Quieres beber algo? ¿Whisky o escocé s?
―No, gracias. Sobre todo quiero quitarme estos tacones.
―Déjatelos puestos.
Ya me estaba agachando para desabrochar una correa del tobillo. Levanté
la vista y le vi de pie con el vaso en la mano.
―¿Qué ?
―Déjatelos puestos. Y ven aquí.

Melanie Harlow
Me enderecé y di un pequeñ o paso.
―De manos y rodillas.
Se me cortó la respiració n. Podía sentir sus ojos sobre mí. Al instante
comprendí de qué se trataba y, aunque estaba un poco nerviosa, quise seguirle el
juego. Quería complacerlo de esta manera.
El ú nico problema era que no estaba del todo segura de poder arrodillarme
con este traje tan ajustado. Pero recé rá pidamente y me arrodillé en la alfombra
con un movimiento suave. Por suerte, el material del traje era algo elá stico y las
costuras no se rompían.
―Buena chica ―dijo en voz baja, encendiendo una tormenta de fuego en
mi sangre que me sorprendió ―. Ahora ven aquí.
Mi corazó n latía rá pido y fuerte mientras bajaba las palmas de las manos
al suelo y reducía lentamente la distancia entre nosotros. Nunca había hecho algo
así en mi vida - ¿quié n soy ahora? -pero me gustaba la forma en que me hacía
sentir.
Tentadora. Seductora. Nunca había pensado en mí misma de ese modo,
pero aquí y ahora, con este ajustado vestidito negro y los tacones de raso rojo,
arrastrá ndome hacia un magnífico y poderoso hombre de traje en nuestra suite
de hotel de Manhattan... ¿Mi prometido multimillonario? Era fá cil imaginar que
no era yo misma en absoluto.
Cuando llegué a sus pies, me senté sobre mis talones y miré hacia arriba.
Nuestros ojos se encontraron. Su silueta delgada y musculosa se veía imponente
sobre mí. Incluso ese mechó n de pelo rebelde había sido domado hasta la
sumisió n esta noche.
Dio otro sorbo a su bebida y dejó el vaso sobre la mesa. Apartó la silla de
la cabecera de la mesa. Se aflojó el nudo de la corbata.
―¿Está s bien?
―Sí.
―Si hay un punto esta noche en el que no lo está s, deberías decírmelo
―deslizó la corbata de su cuello.
Tragué con fuerza.
―¿Como una palabra de seguridad?
Su boca se enganchó en un lado. Su mano liberó el botó n superior de su
camisa.
―¿Ya tienes una palabra de seguridad?
―No ―dije rá pidamente―. Nunca he necesitado una antes.
―Ahora sí ―desabrochó un segundo botó n―. Entonces, ¿qué
será ? Por supuesto, no podía pensar en nada, y me entró el
pá nico.
―Roy Kent ―solté .
Ladeó la cabeza, con la mano aú n en la camisa.
Melanie Harlow
―¿Quié n es Roy Kent?
―No importa. ―¡Maldita seas, Millie!― Pensaré en otro.
No digas Oklahoma.
No digas bumblebee.
Me devané los sesos buscando algo má s.
―Romeo ―dije sin aliento―. Eso es lo que diré. Romeo.
Dejó su corbata sobre la mesa y me ofreció una mano.
Colocando mi palma en la suya, me puse de pie.
―¿Algo va a doler? ―pregunté , imaginando lá tigos, cadenas,
mordazas, esposas y pinzas metá licas, guantes de goma brillantes.
―No necesito infligir dolor para sentirme en control, si eso es lo que
preguntas.
―De acuerdo. ¿Debería...?
Pero eso fue todo lo que conseguí porque me hizo girar y me tapó la boca
con una mano, apretando su cuerpo contra mi espalda.
―Shhh. A partir de ahora, no hablará s hasta que te haga una pregunta.
No te mueves hasta que yo te diga có mo. No te corres hasta que te dé permiso.
Asiente con la cabeza si lo entiendes.
Asentí, con el corazó n golpeando tan fuerte contra mis costillas que estaba
segura de que é l podía sentirlo en su pecho. Ahora estaba de cara a la mesa y a la
ventana. Las cortinas estaban abiertas y podía ver nuestro reflejo en el cristal. La
oscuridad se acercaba al otro lado.
Vi có mo aflojaba su agarre sobre mí y me bajaba lentamente la cremallera
del traje . Estaba tan apretado que tuvo que bajarlo por mis brazos y por encima
de mis caderas hasta que cayó al suelo en un charco a la altura de mis talones.
Cuando fui a salir de é l, me agarró de las caderas.
―No te muevas a menos que yo te lo diga ―su tono era bajo y severo. Una
reprimenda.
Abrí la boca para disculparme y me contuve.
Se encontró con mis ojos en el reflejo de la ventana.
―Buena chica. Aprendes rá pido ―el deseo zumbó bajo mi piel.
Se fijó en lo que llevaba puesto -un tanga y un sujetador de encaje negro-
y murmuró su agradecimiento.
―Me sorprendes ―dijo, pasando un dedo por el encaje que coronaba
cada mejilla―. Toda la noche me ha costado pensar en lo que podrías llevar
debajo de ese traje . Pero nunca imaginé esto. Me gusta, sobre todo con esos
zapatos ―se acercó de nuevo a mí, acariciando mi nuca con su nariz, su aliento un
cá lido susurro en mi piel―. Esos tacones me han estado volviendo loca toda la
noche.

Melanie Harlow
Quiero hacerte cosas tan malas con esos tacones.
Respiraba en rá fagas cortas y calientes y sentía un calor hú medo entre
mis muslos. Todo mi cuerpo estaba deseando sus manos, pero aunque dijo que
había estado pensando sobre esto toda la noche, estaba siendo tan
agonizantemente paciente, como si se contentara con torturarme toda la noche
con historias sobre lo que quería hacerme sin llegar a hacerlo.
Se llevó la mano a la corbata y volvió a encontrarse con mis ojos en el
cristal.
―¿Quieres ver có mo te hago cosas malas?
Abrí la boca, sin saber si podía hablar.
―Puedes responder a la pregunta.
―Sí ―susurré .
―Sí, ¿qué?
―Sí, quiero ver có mo me haces cosas malas ―lo vi sonreír en el cristal: una
sonrisa lenta y satisfecha.
Me tomó los brazos y me cruzó las muñ ecas a la altura de la espalda.
Luego enrolló la corbata de seda alrededor de é ls.
―Eres tan hermosa ―dijo, atando mis manos y tirando del nudo con
fuerza―. Tan dulce. Tan educada. Como una princesa. Y hueles tan bien ―enterró
su cara en la curva de mi cuello e inhaló , luego presionó sus labios contra mi
garganta.
Me costó no gemir cuando su boca se movió sobre mi piel, su lengua
cá lida, sus labios firmes. Me besó en un hombro y en la parte superior de la
espalda, provocando escalofríos en todo mi cuerpo. Sus manos recorrieron mis
caderas y mis costillas. Las deslizó por el estó mago y el esternó n, y yo arqueé
ligeramente la espalda, deseando que sus manos llegaran a mis pechos, tratando
de tentarlo. Pero é l siguió atormentá ndome, poniendo sus manos en todas partes
menos donde yo má s las quería. Se acercó má s a mí, con su erecció n rozando mi
culo.
Se me escapó un pequeñ o gemido, y me salí del traje , abriendo las
piernas.
―No ―su tono era cortante, y se apartó de mí―. Eso es romper una
regla, princesa ―empezó a desabrocharse el cinturó n―. No te mueves a menos
que yo te lo diga. Pero puedo ayudarte a recordar que debes obedecer.
Se agachó , agarró el tobillo con el traje alrededor y lo levantó . Despué s de
arrojar el traje a un lado, colocó mis pies uno al lado del otro y enrolló su
cinturó n de cuero alrededor de mis tobillos, asegurá ndolo con fuerza. Cuando
estuvo convencido de que no podía mover ni los brazos ni las piernas, se
enderezó .
Volvió a clavarme los ojos en el espejo. Se quitó la chaqueta.
Se desabrochó los puñ os. Se subió las mangas. Tomó su vaso y dio un

Melanie Harlow
sorbo a su whisky.
Cada movimiento era masculino y deliberado, con un poder tá cito. Nada
apresurado ni frené tico. Era como si me hiciera saber, por su absoluta falta de
prisa, que disfrutaba de la provocació n, que la patada no estaba só lo en las cosas
malas que quería hacerme, sino en la anticipació n de las mismas. En mi
impotencia para detenerlo.
Y yo era tan feminista como cualquiera, pero maldita sea. Me temblaban
las piernas. Mis bragas estaban mojadas. Mis pezones se clavaban en el encaje de
mi sujetador, duros y hormigueantes. No era só lo el hecho de estar a su merced
lo que me excitaba, sino la forma en que sus ojos recorrían mi cuerpo, como si su
deseo fuera casi insoportable.
Dejó el vaso en el suelo y volvió a apretar por detrá s de mí, cerrando un
antebrazo sobre mi pecho y deslizando la otra mano dentro de mi ropa interior.
Me frotó el clítoris con lentitud, presionando firmemente para que se hinchara
bajo su tacto, luego sumergió sus dedos dentro de mí.
―Ya está s mojada.
―Sí ―gimoteé .
Me pellizcó el pezó n, con fuerza.
―Eso no era una pregunta. Pero ya que te cuesta tanto quedarte callada,
te daré permiso para hablar. ¿Quieres ver có mo te hago venir?
Asentí con la cabeza, temiendo que si decía algo malo, dejara de tocarme.
No podía apartar los ojos de nuestro reflejo.
―Dilo ―exigió .
―Quiero ver có mo me haces venir ―jadeé .
Sacó sus dedos de mí y se los llevó a la boca.
―Tu sabor. Esa es otra cosa que me vuelve loco. No puedo dejar de pensar
en ello ―su mano volvió a pasar por debajo del encaje―. Lo deseo todo el tiempo.
Me abrazó con fuerza contra su cuerpo. En la parte baja de mi espalda,
sentí su polla contra la palma de mi mano mientras trabajaba con sus dedos
sobre mi clítoris. Me retorcí sobre su mano, frustrada por no poder moverme
libremente. Intenté frotar su dura longitud a través de los pantalones, con la
esperanza de excitarlo, pero su brazo alrededor de mí mantenía la parte superior
de mi cuerpo completamente inmó vil. Pronto ni siquiera importó que no pudiera
moverme: sus dedos se movían sobre mi clítoris con el ritmo perfecto, el paso
ideal, la presió n má s sublime. Estaba caliente, sudorosa y desesperada, con
pequeñ os y frenéticos ruidos escapando de mi garganta, tan cerca, tan
agó nicamente cerca...
Y se frenó , dejá ndome tan cerca del borde.
Mis ojos se abrieron -no me había dado cuenta de que se habían cerrado-
y capté su sonrisa có mplice en el cristal.
―Todavía no ―dijo.

Melanie Harlow
Lo hizo dos veces má s, llevá ndome hasta el límite, y luego apartá ndome
cruelmente de é l, pareciendo disfrutar má s cada vez. Comprendí entonces que no
tenía que infligir dolor para disfrutar del control; todo lo que tenía que hacer era
negar el placer. Nunca había pensado en ello. Y en ese momento, le habría rogado
que me hiciera dañ o si eso significaba aliviar la tensió n.
De alguna manera, parecía saber que estaba en el punto de ruptura, y la
siguiente vez que me acerqué , me dejó terminar.
―No cierres los ojos ―me advirtió ―. Observa.
Hice lo que me pedía, manteniendo los ojos en nuestro reflejo, observando
có mo su mano se movía entre mis muslos, mis gritos rebotaban en las paredes,
los mú sculos de mis piernas se calentaban y se tensaban, mis huesos
amenazaban con doblarse mientras el clímax me sacudía.
Finalmente, me quedé sin fuerzas en sus brazos.
―Eres perfecta ―dijo, con su voz baja en mi oído―. Eres jodidamente
perfecta ―me besó la garganta, el hombro y la nuca, antes de inclinar la parte
superior de mi cuerpo hacia delante para que mi pecho y mi mejilla descansaran
sobre la fría mesa de madera―. Sí ―dijo, pasando su mano por mi
columna vertebral―. Te quiero así.
Recogió su vaso.
Lo siguiente que sentí fue un líquido frío que goteaba sobre mi espalda, a
lo largo de toda la columna vertebral, desde la base del cuello hasta el coxis. El
aroma dulce y ahumado me llenó la cabeza mientras é l se inclinaba y lamía el
whisky de mi piel. Me estremecí y é l se rió . Luego abrió el broche de mi sujetador
y vertió má s whisky sobre mis omó platos.
Esta vez, en lugar de lamerlo, metió la mano y frotó el líquido por toda mi
piel.
―Cosas tan malas ―dijo, su voz entre un gruñ ido y un susurro.
Me bajó el tanga de encaje negro por las piernas y tomó su vaso. Un
momento despué s, lo que supuse que era un whisky muy caro me rociaba el culo,
bajaba por los muslos y se filtraba por lugares por los que nunca había
imaginado que pudiera filtrarse un licor caro.
―Joder, sí ―Hyunjin se arrodilló detrá s de mí, con las palmas de las
manos en el culo mientras me lamía la parte posterior de las piernas, deslizando
su lengua entre los muslos, acariciá ndome desde atrá s. Deslizó una mano en el
apretado y hú medo espacio entre mis piernas, frotando mi sensible clítoris con el
lado de su dedo índice.
Grité mientras é l se burlaba, chupaba, lamía y me follaba con sus dedos.
Apenas se desvaneció la agonía del orgasmo anterior, me hizo subir en espiral de
nuevo. Mi cuerpo pedía má s. Finalmente me rendí y le supliqué .
―Hyunjin ―le supliqué ―. Quiero sentirte dentro de mí.
―Yo tambié n quiero eso, princesa ―empujó sus dedos má s adentro de
mí―. Quiero mi polla aquí. Quiero hacer que te corras de nuevo. Pero este es
un
Melanie Harlow
juego sobre la paciencia. Sobre el control. No podemos ceder a cada impulso que
sentimos.
―Romeo ―jadeé ―. ¿Ahora podemos ceder?
Se rió .
―No funciona así. Es una palabra segura, no una contraseñ a.
―Pero te deseo tanto ―mi cuerpo ardía por él. Sentí que el calor y el deseo
emanaban de mi piel―. Nunca he deseado a nadie de esta manera. No
tengo control.
―No tienes que tener el control ―me quitó los dedos, besó la parte
posterior de cada pierna y se puso de pie―. Tienes que entregarlo. Eso es lo
que me gusta.
Gemí, retorciéndome sobre la mesa del comedor mientras él daba otro
sorbo a su whisky.
―Rendirse es má s difícil de lo que pensaba.
―Sé que lo es ―dejó el vaso―. Pero lo está s haciendo muy bien, princesa.
Eres una buena chica, y voy a darte lo que quieres.
―¿Ah, sí? ―Me excité al oír có mo se bajaba la cremallera de
sus pantalones de vestir. No podía ver, pero me lo imaginé sacando la polla,
acariciá ndola con el puñ o como había hecho en la bañ era.
―Sí ―dijo―. Pero tienes que decirme qué es.
―Quiero que me folles ―dije sin dudar.
Volvió a reírse.
―¿Qué pasó con mi dulce princesa? ¿Dó nde está n sus modales?
―Quiero que me folles, ¿por favor? ―lo intenté.
―Así está mejor ―frotó la punta de su polla entre mis muslos, hú meda de
whisky y deseo. Ambos gemimos mientras él empujaba dentro de mí, cada
centímetro caliente y grueso estirá ndome y llená ndome hasta que sus caderas se
encontraron con mi culo. Colocando sus manos en mis caderas, se retiró y lo hizo
de nuevo, y de nuevo, y de nuevo―. Joder ―gruñ ó ―. Está s tan apretada. Tan
caliente. Y te ves tan jodidamente bien.
Estaba apretada, ya que el hecho de tener los tobillos atados con su
cinturó n mantenía mis piernas firmemente unidas. Y la forma en que estaba
doblada hacia adelante sobre la mesa significaba que é l podía entrar profundo. A
medida que se movía má s rá pido, lo hacía de forma má s brusca, y yo empecé a
exhalar bruscamente cada vez que llegaba al punto má s lejano.
De repente, me apartó de la mesa, pero só lo lo suficiente como para rodear
con una mano mi clítoris y frotarlo con las yemas de los dedos, manteniendo su
polla enterrada hasta el fondo como yo quería.
―Ven para mí ―exigió ―. Ven ahora mismo, en mi polla. En mis dedos.
Dé jame sentirlo. Entonces me correré por ti.

Melanie Harlow
―¡Sí! ―grité mientras las olas se estrélban en mi interior, implacables y
poderosas, ruidosas e incesantes, mi cuerpo completamente a merced de su tacto
y su ritmo y sus palabras y su enorme y palpitante polla que quería sentir
palpitando dentro de mí.
Pero en lugar de eso, se retiró . Me quedé tan sorprendida que levanté la
cabeza de la mesa y miré nuestro reflejo en la ventana. Así fue como pude ver
có mo se agarraba la polla y se excitaba mientras estaba de pie sobre mí,
corrié ndose por toda mi espalda en chorros calientes y sedosos, gruñ endo con
cada empujó n salvaje de su puñ o.
Me quedé con la boca abierta, incluso despué s de volver a apoyar la
mejilla en la mesa.
―Dios mío ―susurré ―. Eso fue... Dios mío.
Respirando con dificultad, Hyunjin apoyó sus manos en la mesa junto a mi
cintura.
―No tenía condó n. Por eso lo hice así. Aunque a decir verdad, eso es lo que
quería hacerte.
―Me ha gustado.
Se inclinó y me besó la sien.
―Te limpiaré . Dame un segundo para coger una toalla.
―De acuerdo, ¿pero Hyunjin ?
―¿Sí?
―¿Puedes quitarme los zapatos? Mis pies me está n matando.
Sin mediar palabra, se dejó caer, desató su cinturó n de mis tobillos y me
quitó cada zapato.
―Gracias ―respiré aliviada al estar descalza sobre la alfombra.
Me subió la ropa interior, luego deshizo el nudo de su corbata y la liberó
de mis muñ ecas.
―Ya está . Pero no te muevas mucho. Está s un poco desordenada.
Me apoyé en los codos y le sonreí por encima de un hombro.
―Está bien.
Entró en el dormitorio principal y regresó un minuto despué s con una
toallita caliente, que utilizó para limpiarme suavemente la espalda.
―Puede que todavía esté s un poco pegajosa. Y tambié n tienes, uhm,
algunas cosas en tu pelo. ¿Quieres darte una ducha o algo?
―Tal vez ―me enderecé, con los mú sculos ya doloridos y rígidos. Me froté
un hombro―. En realidad sí, eso podría sentirse bien.
―Deja que te lo haga yo.
Sonreí.

Melanie Harlow
―No tienes que hacer eso. No me rompiste.
―No es una disculpa ―me besó la frente―. Es que me gusta hacer cosas
por ti.

***

No só lo abrió la ducha por mí, sino que se desnudó y se metió conmigo, y


luego insistió en lavarme el pelo, aplicar el acondicionador y esperar exactamente
dos minutos antes de enjuagarlo, y enjabonarme con el jabó n corporal del hotel.
Se frotó las manos para hacer espuma y las olió .
―Es bonito, pero no es tan bueno como el tuyo.
―He traído una loció n con el aroma que te gusta ―le dije―. Me la pondré
antes de acostarme.
Cuando salimos, me secó con una toalla gigante y me trajo una de las
batas blancas de felpa. Me peiné mientras él se ponía unos pantalones de pijama,
luego entró en el bañ o y me abrazó por detrá s. Tenía el pelo mojado y ondulado,
desordenado por delante como era habitual. Por muy guapo y sexy que fuera con
traje y corbata, había algo tan familiar y acogedor en este Hyunjin . Hizo que mi
corazó n latiera con fuerza.
―Ven aquí ―dijo, tirando de mí hacia la sala de estar―. Tengo una
sorpresa para ti.
―¿Sí? ―dejé que me guiara hasta el sofá . En la mesa de centro había una
bandeja del servicio de habitaciones, con una capa de plata sobre el plato.
Hyunjin la sacó .
―¡Tada! Pastel de chocolate caliente con helado de cremoso de frambuesa.
Chillé de alegría y salté de alegría.
―¡Hiciste una llamada telefó nica!
―Hice una llamada telefó nica.
―¿Có mo lo has subido tan rá pido?
Se encogió de hombros.
―Pagué un poco má s.
―Tiene tan buena pinta que seguro que merece la pena.
―Tu reacció n lo vale.
Le sonreí.
―Me está s mimando demasiado en este viaje. Va a ser terrible vivir
conmigo. Te alegrará s de volver a California.
Se rió .

Melanie Harlow
―Sié ntate.
Me senté en un extremo del sofá y Hyunjin me entregó el plato y el tenedor.
Luego hizo girar mis pies hacia el otro extremo y se sentó , colocá ndolos en su
regazo.
―¿Qué es esto? ―pregunté mientras cogía un pie con la mano y empezaba
a frotarlo.
―Es una combinació n de postre y masaje de pies.
¿Hablaba en serio? ¿Postre y masaje de pies simultá neos?
¿Có mo iba a racionar mis sentimientos mientras comía una tarta caliente
y disfrutaba de sus fuertes y sensuales manos sobre mí? Estaba haciendo
imposible contener la marea.
Me metí un bocado en la boca y gemí mientras los pulgares de Hyunjin
presionaban mis arcos doloridos.
―Dios, esto es una locura. Podría tener otro orgasmo.
Se rió .
―Eso tambié n estaría bien.

Melanie Harlow
CATORCE

Hyunjin
―Tu turno ―dijo él con sueñ o―. Dime algo.
―¿Qué quieres saber esta vez? ―pregunté, acurrucado detrá s de él entre
las suaves y frescas sá banas de nuestra cama de hotel.
―Si pudieras hacer cualquier otra cosa con tu vida, como si hubiera ido en
otra direcció n, ¿dó nde estarías?
Aquí, pensé . Aquí mismo, contigo.
En este lugar donde me sentía seguro de mí mismo. Có modo en mi piel.
¿Todavía había dudas zumbando en mi cabeza? Sí. Pero eran má s suaves. Má s
tranquilas. Podía soportarlas cuando só lo está bamos los dos así. Podía aceptarlas
como parte de mí, porque é l podía hacerlo, al igual que había aceptado la parte de
mí que ansiaba el poder y el control en privado porque me sentía abrumado en
pú blico.
A menudo mi mente se adelantaba a sí misma, a la siguiente
preocupació n, a la siguiente habitació n en la que tendría que entrar, a la
siguiente vez en la que tendría que estar. Pero cuando está bamos solos, mi cabeza
estaba felizmente tranquila. É l hacía que fuera fá cil permanecer en el presente;
hacía que fuera imposible querer estar en otro lugar.
Se puso de espaldas y me miró .
―¿No se te ocurre nada? Supongo que así es ser un multimillonario
caliente. Has alcanzado el cenit. No hay nada má s que hacer. Nada má s que
alcanzar.
Me reí.
―Apenas.
―De acuerdo, ¿y entonces qué ? Digamos que nunca creaste ese algoritmo.
¿Qué sería?
Pensé por un momento.

Melanie Harlow
―De acuerdo. No te rías.
―¡Nunca lo haría!
―Me hubiera gustado enseñ ar matemá ticas. Como ser profesor o algo así.
―Podría ver eso. Serías genial en eso.
―Uh, ¿parado en el frente de una habitació n con todo el
mundo mirá ndome? No lo creo.
―Sí, lo harías. Fuiste un gran tutor en su día, esos niñ os de la escuela
media te amaban.
―Eso era uno a uno. Dar una clase es muy diferente. Tienes que estar
atento a cada minuto. Tienes que explicar las cosas exactamente bien, no puedes
equivocarte ni una sola palabra. Si dices algo con error, parece que no sabes lo
que está s haciendo.
―No digo que ser profesor sea fá cil o no requiera preparació n.
―No importa lo preparado que esté . Podría planificar una conferencia,
ensayarla mil veces, llevar los apuntes al aula y, aun así, dudar de mí mismo
hasta el punto de estar de pie sudando y temblando, incapaz de leer siquiera lo
que he escrito porque cien pares de ojos está n pendientes de mí esperando que la
cague.
Me estudió por un momento.
―¿Esto realmente sucedió ?
―Sí.
―¿Cuá ndo?
―Hace un par de añ os, me invitaron a dar una conferencia en el M.I.T. a
una de las clases de mis profesores mentores, y la bombardeé .
―¿Tu mentor dijo eso?
―No. Pero sabía que él pensaba eso. Y sabía que todos los niñ os de esa
sala pensaban: '¿quié n es este puto pirata y por qué gana miles de millones de
dó lares cuando ni siquiera puede formar una frase coherente o escribir en la
pizarra sin quedarse mirando cada problema preguntá ndose si lo ha escrito bien?
―Vaya. Es genial que puedas leer la mente.
Fruncí el ceñ o al verla.
―Eso es lo que se siente.
―Lo siento ―se acurrucó má s―. Pero si no te llamo la atenció n sobre
estas cosas, ¿quié n lo hará ? Es como Winnie con la Bruja Mala del Oeste.
―¿Eh?
―Todos los miembros de mi familia querían ver el Mago de Oz, pero esa
bruja asustaba a Winnie. Se escondía bajo una manta cada vez que salía la bruja
en la pantalla. Pero entonces Frannie nos compró un libro de no ficció n sobre las
brujas. Aprendimos la verdad sobre el origen de la idea de las brujas malvadas, y

Melanie Harlow
có mo se acusaba a las curanderas y sacerdotisas de obtener sus poderes má gicos
del diablo cuando, en realidad, só lo eran hombres terribles que intentaban
suprimir la influencia de las mujeres ―me sacó la lengua.
―Lo siento por todos los hombres terribles ―le dije.
―Disculpa aceptada. De todos modos, creo que tus temores se basan en
algo que adivinas y no en algo que sabes con certeza. Como una bruja ―juntó dos
dedos por encima de su cabeza, formando un sombrero puntiagudo―. No es
real. Parece real, pero no lo es.
―Está bien, pero eso no hace que mis nervios mejoren. Los pensamientos
siguen ahí. Y provocan reacciones físicas que no puedo ocultar.
Suspiró y se acurrucó má s.
―¿Considerarías volver a intentar la terapia? Me entristece que tengas el
sueñ o de enseñ ar pero no lo hagas por culpa de la bruja.
Hice una pausa.
―Mi hermana quiere que pruebe la terapia de aceptació n y compromiso.
Hay una mujer en su consulta que lo hace.
―¿Puedes ir a verla antes de irte?
―No funcionará .
―¿Có mo lo sabes? ―se sentó ―. Esto es algo nuevo, ¿verdad?
¿Un enfoque que nunca has probado?
―No importa ―dije tercamente―. No funcionará .
Me miró por un momento.
―Puedes leer la mente y predecir el futuro. Tal vez tú eres la bruja.
Tiré de la almohada de detrá s de mi cabeza y la lancé contra é l, que se
derrumbó de forma espectacular. Rodando sobre é l, le sujeté los brazos al
colchó n.
―Ya está bien. Soy un hombre de costumbres y no voy a cambiar. Tó mame
o dé jame.
―Nunca quiero que cambies, Hyunjin . Siempre te aceptaré . Só lo deseo que
puedas verte como yo.
La besé, contento de que me viera de forma positiva, de que me creyera
capaz de hacer cosas que yo sabía que no hacía. Significaba que estaba haciendo
un buen trabajo interpretando este papel -esta versió n de mí que la merecía- y
que é l no podía ver al hombre que había detrá s de la cortina.
La tenía convencida.

***

Al día siguiente, nos acostamos tarde y pedimos el desayuno al servicio de

Melanie Harlow
habitaciones, que comimos en la cama mientras mirá bamos las fotos de la noche
anterior en Internet. A mí no me sorprendió en absoluto que nos hicieran fotos
sin que nos dié ramos cuenta, pero Fé lix parecía sorprendida de ser ahora una
figura de fascinació n pú blica.
Muchas de las fotos eran borrosas, con zoom, del anillo en su dedo. En
Internet se especuló sobre su procedencia, el nú mero de quilates del diamante y
su coste.
―Hyunjin . ―Félix me miró alarmada―. Dime que algunas de estas
suposiciones son demasiado altas.
Sacudí la cabeza.
―Ni siquiera voy a mirar esa mierda.
Los comentarios, como siempre, fueron una mezcla de elogios efusivos y
de basura.
OMG ¡tan lindos juntos!
¿En serio? ¡¿Él?!
¡Metas de pareja!
Podría hacerlo mucho mejor.
Omg tan bonito DM a collab pls WTF
Zlatka era mucho más caliente
―Vaya. La gente só lo dice lo que piensa, ¿no? ―Félix se desplazó por los
cientos de comentarios de una foto―. ¿Có mo se puede lidiar con esto todo
el tiempo?
Le quité el telé fono de la mano y lo tiré a un lado.
―A la mierda con internet. ¿Qué te gustaría hacer hoy?
―Me encantaría hacer un poco de turismo, pero ¿la gente nos seguirá a
todas partes intentando sacar fotos? ―se tocó el pelo―. Me siento rara por eso.
No soy Zlatka, y la gente espera una supermodelo, o al menos alguien con el pelo
simé trico y...
―Oye. ―La acerqué a mí y me apoyé en la cabecera―. No puedo decirte
lo feliz que estoy de que no seas Zlatka. Eres superior a é l en todos los sentidos.
Eres hermosa por dentro y por fuera, y eres real.
―Gracias ―pero su voz era vacilante―. Supongo que soy estú pida. No
preví este problema. Pero, ¿por qué un multimillonario elegiría a una chica como
yo?
La rabia ardía en mi pecho: por la idea de que é l pensara que no era lo
suficientemente buena para nadie, por los imbé ciles que no podían ocuparse de
sus propios asuntos, por mí mismo por arrastrarla a esto.
―Escú chame. Eres demasiado buena para todos los multimillonarios que
he conocido, y eso me incluye a mí. Que se joda esa gente.
―Nunca me había preocupado por salir de mi casa. Es una especie de
sensació n de mierda.
Melanie Harlow
Besé la parte superior de su cabeza y la abracé má s fuerte.
―Estar en el ojo pú blico es jodidamente duro. Especialmente cuando no lo
has pedido.
―¿Có mo lo manejas?
―No salgo mucho de casa. Pero siento haberte arrastrado a esta jodida
ó rbita. Debería haberlo sabido ―hice una pausa―. ¿Quieres ir a casa?
No contestó de inmediato, y por un momento temí que dijera que sí. Pero
entonces se sentó y me miró .
―No. Tienes razó n, que se joda esa gente. No pueden robar nuestra
alegría. Nuestra falsa alegría de compromiso.
Me reí.
―Maldita sea, sí.
―Só lo estamos aquí un día má s ―dijo, su voz se volvió má s feroz―. Quiero
hacer cosas. Si nos escondemos, los imbé ciles ganan.
―Dime lo que quieres hacer y lo haré . Incluso si hay una multitud.
―Nada demasiado elegante. ¿Qué tal el zooló gico?
―Hecho.
―Pero cancela el conductor, ¿de acuerdo? Vamos a caminar. No quiero
llamar la atenció n sobre nosotros.
―Buena idea.
Vestíamos como turistas normales, con vaqueros, zapatillas y camisetas, y
llevá bamos gorras de béisbol azul marino a juego (que envié a comprar a un
conserje).
―¿Lista? ―le pregunté mientras terminaba de atarse los cordones de los
zapatos.
Se levantó y sonrió .
―Preparada.
Salimos de la habitació n y nos dirigimos al ascensor. Me alegré de que
volviera a sonreír con entusiasmo y, sinceramente, si veía a una sola persona con
un telé fono o una cá mara apuntando hacia nosotros, le iba a dar una patada en
el culo. Tomé su mano, la llevé a mis labios y la besé .
Fue entonces cuando me di cuenta de que no llevaba el anillo. Me vio
estudiando su mano.
―No te preocupes, lo dejé en la caja fuerte.
―Está bien.
―No es porque no me guste o me sienta extrañ a llevá ndolo. Es que no
quería que nadie nos reconociera. El anillo me pareció que nos delataba ―su
expresió n era de preocupació n, como si temiera que me molestara con él―. Lo
siento.

Melanie Harlow
―No lo hagas. Lo entiendo ―Y lo hice, también me había quitado mi caro
reloj―. Puedes llevarlo o no llevarlo cuando quieras. Ese anillo es tuyo, Félix .
É l sonrió .
―Gracias.
Lo decía en serio, pero mientras el ascensor descendía, seguía
sintiendo que un dolor se arraigaba en mi pecho. Era cierto: el anillo era suyo.
Pero eso no la hizo mía.

***

Después de recorrer el zoo, almorzamos en el pequeñ o café y paseamos


por Central Park.
―¿Y ahora qué ? ―le pregunté mientras paseá bamos por la 5ª Avenida.
―¿De compras? ―me miró de reojo por debajo de la visera de su gorra―.
Me gustaría encontrar un traje para nuestra fiesta de compromiso.
―Para eso está internet.
―No hace falta que vengas ―dijo riendo―. Puedes volver al hotel si
quieres y me reuniré contigo allí má s tarde. Lo entiendo, yo tampoco soy una gran
compradora, só lo quiero encontrar algo ú nico y con estilo. Winnie me dijo que
probara en NoLita o en el Soho.
―Está bien ―suspiré con fuerza―. Iré de compras.
―De acuerdo ―saltó delante de mí y me detuvo con una mano en el
pecho―. Pero para que quede claro, no me vas a comprar nada. Tu trabajo es
só lo estar ahí y decirme có mo se ven las cosas cuando me las pruebo.
Me quejé .
―¿Tengo que ir a las tiendas?
―Sí.
―¿Es demasiado tarde para volver al hotel?
―Sí ―se acercó a la acera y levantó el brazo para llamar a un taxi―. Pero te
prometo que no será tan malo.

***

Pasé las dos horas siguientes siguiendo a Fé lix dentro y fuera de las
tiendas, vié ndola sostener cosas y comprobar su reflejo en el espejo, y oyendo sus
comentarios sobre lo bien que le quedaría algo a una de sus hermanas, pero no a
é l. De vez en cuando, esperaba mientras é l se probaba algo, sintiéndome como
un espía al acecho, con los ojos pegados a mi telé fono, seguro de que todos

Melanie Harlow
los demá s clientes me miraban y pensaban que deberían llamar a la policía.
Una vez, Fé lix salió de los camerinos con algo y me preguntó qué
pensaba.
―Se ve muy bien ―le dije despué s de echarle una mirada de pasada―.
Deberías comprarlo.
―Hyunjin , ni siquiera lo has mirado.
―Lo siento ―estudié el traje rojo corto con los volantes en la parte
inferior―. Me gusta.
Se puso las manos en las caderas.
―¿Qué te gusta de é l?
―Ehm... ―señ alé vagamente el fondo―. Cosas con volantes.
Se echó a reír.
―Gracias.
―¿Puedo esperar fuera? ―Pregunté , limpiando el sudor de mi frente.
―¿Por qué ?
―Porque me siento raro. La gente se queda mirando. Creen que soy un
pervertido que viene a espiar a las mujeres que se cambian de ropa.
Fé lix apretó los labios y luego juntó lentamente los dedos índices por
encima de su cabeza.
―Sí, lo sé ―murmuré . É l
suspiró .
―Puedes esperar fuera.
Agradecido por haber sido liberado, salí y esperé en la acera. É l salió un
momento despué s sin la bolsa.
―¿No querías comprarlo?
―No.
―¿Por qué no?
―Era caro, y yo...
Me dirigí hacia la puerta de la tienda.
―Lo tengo.
―Hyunjin , no ―me agarró del brazo―. No estaba bien de todos modos. No
me gustaba.
―¿Está s segura? ¿O só lo dices eso?
―Estoy segura ―tiró de mi mano―. Vamos, sigamos adelante.
Paseamos por la manzana en un có modo silencio, y entonces é l se
detuvo en seco.

Melanie Harlow
―Oh, mira.
Seguí su línea de visió n hacia una pequeñ a boutique con el nombre de
una diseñ adora de la que nunca había escuchado hablar: Cosette Lavigne. En el
escaparate había tres traje s blancos.
―¿Son traje s de novia?
―Creo que sí ―dijo él con nostalgia―. ¿No son bonitos? No
podía apartar los ojos de su expresió n soñ adora.
―Ve a probarte uno. É l
negó con la cabeza.
―No podría.
―¿Por qué no? Só lo por diversió n.
―No, porque ¿qué pasa si me enamoro de verdad?
―¿Sería eso tan malo?
―¡Sí! No quiero probarme algo por diversió n, que me entusiasme y luego
tener que dejarlo.
―No lo hará s ―le dije, tomando su brazo―. Vamos.
―Hyunjin , espera ―se preparó y tiró contra mí como si estuvié ramos en
un tira y afloja―. ¿Por qué estamos haciendo esto?
―¿Qué quieres decir?
―El anillo era una cosa. Como dijiste, un símbolo de nuestra amistad. Y es
algo que puedo llevar todos los días ―miró los traje s del escaparate―. Nunca
me pondré uno de esos traje s.
―¿Có mo lo sabes?
―Supongo que no lo sé con seguridad, pero me parece una buena manera
de gafarme: comprar un traje de novia cuando no tengo ni idea de si me casaré.
La idea de que é l caminara por el pasillo hacia algú n imbécil que no la
merecía saltó a mi cabeza. Lo odiaba, joder.
―¿Qué tal si lo usamos en nuestra fiesta de compromiso?
―¿Un traje de novia?
―No tienes que conseguir uno grande y esponjoso. Compra algo má s
sencillo.
É l sonrió , pero siguió dudando.
―No lo sé .
―Cosette Lavigne suena como un nombre francé s ―dije―. ¿No fue eso lo
que le dijiste a Wongyoung? ¿Que tu traje era francé s?
Fé lix se rió .
―Sí que lo he dicho.

Melanie Harlow
―Entonces está destinado a ser. Vamos.
Se quejó , pero me dejó arrastrarla al interior de la tienda. Dentro, el aire
era frío y olía a perfume. Una vendedora de pelo negro azabache y pó mulos
cincelados se acercó echando un rá pido vistazo a nuestros vaqueros y sombreros.
―Hola. ¿Puedo ayudarle?
De repente, no tenía ni idea de qué decir, y miré impotente a Félix .
―Estoy buscando un traje ―dijo. La
mujer inclinó la cabeza.
―¿Un traje de novia?
―No. Quiero decir, sí, pero no ―tomó aire y cerró los ojos un momento―.
Lo siento. El traje sería para una fiesta de compromiso.
La mujer pareció relajarse un poco.
―Maravilloso. Enhorabuena. ¿Tenías un estilo en mente?
―Algo un poco má s informal que lo que hay en el escaparate. El blanco
está bien, pero no un traje de baile ni una cola larga ni nada. La fiesta es al
aire libre, en un patio.
―¿Y necesitará s salir con el traje hoy?
―Sí ―dijo él―. Nos vamos a casa mañ ana. Pero si no tienes nada, yo... La
mujer levantó una mano mientras miraba a Fé lix de pies a cabeza.
―Tengo algo. Tendremos que ir al perchero, por supuesto, pero estoy
viendo algo corto, tal vez tul con pedrería de perlas, algo para enfatizar tu
cintura, tal vez una falda completa, una manga de declaració n. Dame un
momento.
―Gracias.
La mujer desapareció en la parte trasera y Fé lix y yo nos miramos.
―¿Qué demonios es una manga de declaració n? ―Pregunté ―. ¿Este traje va
a hablar?
―Creo que significa que las mangas será n grandes y dramá ticas.
―Interesante.

***

Veinte minutos despué s, Fé lix estaba de pie en una plataforma elevada


frente a un medio hexá gono de espejos, de puntillas como si llevara tacones. No
podía dejar de sonreír. El traje era bonito, pero no podría haberle dicho nada má s
que le llegaba por encima de la rodilla, tenía mangas cortas (grandes y
dramá ticas) abullonadas, no tenía espalda y la hacía brillar de felicidad.
―Como si estuviera hecho para ti. ―La vendedora -Olga era su nombre-

Melanie Harlow
negó con la cabeza―. Ni siquiera necesita arreglos, no puedo creerlo.
―Es tan bonito ―exclamó Fé lix , volviéndose a mirar la parte trasera por
encima del hombro. Se había quitado el sombrero y se había recogido el pelo en
una coleta en la parte superior de la cabeza, como Pebbles Flintstone.
―Dé jame ver si tengo un zapato para que te lo pruebes. ¿Qué talla tienes?
―Siete ―dijo Félix ―. Pero está bien, no sé si...
―Volveré ―Olga desapareció de nuevo en la parte de atrá s.
Me había quedado atrá s, fuera del camino, pero ahora me acerqué . Me
encontré con sus ojos en el espejo.
―¿Qué te parece?
―Creo que deberíamos salir de aquí mientras podamos. Esto es una
locura.
La agarré del brazo para mantenerla donde estaba.
―O tiene mucho sentido ―dije con una sonrisa―. Ambas cosas pueden ser
ciertas.
É l negó con la cabeza.
―Esta vez no. Es demasiado.
―¿Demasiado dinero?
―Só lo... demasiado.
―¿Qué quieres decir?
Cerró los ojos.
―Supongo que me está poniendo nerviosa que la línea entre lo real y lo
imaginario se esté volviendo un poco borrosa. ¿Sabes lo que quiero decir?
Por supuesto que sí. Yo era el que la desdibujaba. Pero se sentía tan
jodidamente bien darle todo lo que quería, poder mimarla por este corto tiempo.
―Félix , es só lo un traje .
Se volvió hacia mí. Los segundos pasaron.
―¿Lo es?
Tengo que admitir que yo tambié n dudé .
―Sí.
Abrió la boca y pensé que me iba a reprochar la mentira. Pero de repente,
la sangre brotó de sus fosas nasales y se llevó las manos a la nariz, con los ojos
desorbitados por el miedo.
―¡Dispara!
Sin decir nada má s, me quité la camiseta y se la acerqué a la cara.
―¡Quítame el traje ! ―gritó , con la voz apagada por el algodó n.

Melanie Harlow
Sin camiseta, estaba buscando a tientas una cremallera cuando Olga
volvió con un par de tacones. Se detuvo en seco al vernos, con expresió n de
horror. Probablemente pensó que está bamos intentando tener una cita romá ntica
allí mismo, en su tienda.
―Tiene la nariz ensangrentada ―le expliqué―. ¿Puedes ayudar?
Olga gritó y dejó caer los zapatos mientras corría hacia nosotros. Veinte
segundos después, estaba acunando el traje y mirando alarmada las manchas
rojas de mi camisa blanca.
―¿Debo llamar a una ambulancia?
Fé lix negó con la cabeza.
―No es tan malo ―fue su respuesta amortiguada―. Puedo esperar a que
pase.
―No ―le dije a Olga―. Estará bien. ¿Está bien el traje ?
―Creo que sí. ―Lo levantó y jadeó ―. ¡No! ¡Hay una mancha de sangre justo
aquí en el escote! Es dé bil, pero puedo verla. El traje está arruinado.
Sonreí a Fé lix .
―Entonces supongo que tenemos que comprarlo.

***

―Lo siento ―junto a mí, en un banco de Washington Square Park, Fé lix


miraba la bolsa de ropa que tenía sobre su regazo. Había intentado pagarla
mientras yo corría a la tienda para hombres que estaba al lado de Cosette Lavigne
para comprar una camisa nueva, pero su tarjeta de cré dito había sido rechazada.
―No lo hagas ―la rodeé con mi brazo.
―Este traje era demasiado caro.
―Vale la pena.
――He sangrado por toda tu camisa blanca.
―Por eso me compré una negra.
―Estoy tan avergonzada.
―Nunca tienes que avergonzarte delante de mí.
―¿No? ―él me miró .
―No. Te garantizo que he hecho un ridículo mucho mayor. ¿Alguna vez
te conté sobre mi examen de carretera cuando me estaba sacando el carnet de
conducir?
Sacudió la cabeza.
―Tuve un ataque de pá nico tan fuerte que tuve que parar el coche,
bajarme y volver a casa andando. Tardé otro mes en volver a intentarlo.

Melanie Harlow
É l sonrió . Sus pies comenzaron a balancearse.
―No lo sabía.
―Me daba demasiada vergü enza contarlo. Luego hubo una vez que saqué
un suspenso en una presentació n en una clase de la universidad porque me
levanté a darla pero en lugar de pasar al frente de la sala, salí por la puerta.
―¿El profesor no se ofreció a dejarte rehacerlo?
―Claro que sí. Dije que de ninguna manera. Y luego había una chica
por la que estaba un poco loco... lo arruiné totalmente con é l.
Sus pies dejaron de moverse.
―¿Qué chica?
―Esta loca e inteligente chica del Club de Química.
É l se rió , balanceando sus pies de nuevo.
―¿Sí? ¿Qué has hecho?
―Me armé de valor para invitarla al baile, pero al final de la noche, le di la
puta mano en lugar de besarla.
―¿Por qué hiciste eso?
―Tenía miedo. Nunca pensé que querría estar con un tipo como yo.
―¿Inteligente? ¿Guapo? ¿Líder de secció n de la banda de mú sica?
―Yo era un nerd con una mente sucia.
―Ese es el mejor tipo de nerd ―me dedicó una pequeñ a sonrisa de lado―.
Deberías acercarte. Ver si te da una segunda oportunidad.
―¿Lo crees?
―Definitivamente.
Nos quedamos sentados un rato má s, viendo pasar a la gente con sus
amigos, perros o parejas, con las manos entrelazadas. Una pequeñ a pareja de
ancianos pasó caminando, del brazo, y los pasos de la mujer eran tan pequeñ os y
lentos que el hombre daba uno por cada cuatro de los de é l. Ambos tenían gafas y
el pelo blanco y ralo. El de é l era algo corto y esponjoso y el de é l estaba peinado
con una profunda raya lateral.
―Está llevando su bolso ―susurró Félix ―. ¿Qué tan lindo es eso? Cuando
la mujer vio el banco, lo señ aló y el marido la condujo hacia é l.
Inmediatamente, Fé lix y yo nos escabullimos para hacer sitio.
―Gracias ―dijo el hombre, ayudando a su mujer a sentarse junto a mí, y
luego sentá ndose é l mismo al otro lado.
―Por supuesto. ―Félix se inclinó hacia delante y les sonrió ―. Es un
hermoso día para un paseo.
―Sí. Hemos paseado por este parque casi todos los sá bados durante
setenta añ os ―dijo la mujer. Luego se rió ―. Es que ya no puedo llegar tan lejos

Melanie Harlow
como antes.
Sonreí.
―Para eso está n los bancos.
―Pero es nuestro aniversario ―prosiguió ― y le dije: 'Edward, hoy tenemos
que caminar'.
―¡Feliz aniversario! ―dijo Félix ―. ¿Cuá ntos añ os?
―Setenta y dos. Nos mudamos aquí cuando esperaba nuestro primer bebé.
Tuvimos ocho ―dijo la mujer con orgullo.
Fé lix sonrió .
―Son muchos añ os y muchos bebé s.
―Dímelo a mí ―murmuró Edward. Pero palmeó la rodilla de su mujer―.
¿Có mo está la cadera, Clara?
―Un poco oxidada. Voy a descansar un minuto. ―Miró de un lado a otro
de Félix a mí―. ¿Está n ustedes casados?
Fé lix y yo intercambiamos una mirada y acordamos tá citamente que no
mentiríamos a esta pareja de ancianos.
―No ―dije.
―Somos muy amigos ―añ adió Fé lix .
―Hoy en día es mucho má s difícil ―dijo Clara con un suspiro―. Sobre
todo para las mujeres. La lista de cosas que mis hijas y nietas querían conseguir
antes de casarse era kilomé trica. Pero encontrar el amor tambié n es un logro. Ese
es mi punto de vista.
Edward nos miró .
―Tiene de ellos para todo.
―Tengo noventa y tres añ os. He ahorrado muchos ―dijo su esposa
indignada.
―Bueno, creo que tienes razó n. ―Félix sonrió a la anciana―. Encontrar
el amor es un logro.
―Mantenerlo tampoco es fá cil ―continuó Clara―. La gente hace tanto
ruido con las bodas hoy en día, que creo que se olvidan de que después del traje
blanco y el sí quiero, hay un montó n de trabajo duro por delante. Pero eso es só lo
mi opinió n.
―¿Ves lo que quiero decir? ―dijo Edward en voz baja.
―De todos modos, creo que los mejores matrimonios son los que se
celebran entre dos amigos íntimos ―dijo Clara―. Eso es lo que quería decir.
Esos son los que duran, porque ya se conocen muy bien. Te llevas bien con el otro.
Aprecias cosas de la otra persona que quizá no apreciarías si fuera só lo S-E-X-O
todo el tiempo.
Fé lix intentó no reírse.

Melanie Harlow
―Sí, sé lo que quieres decir.
―Por supuesto, si puedes tener las dos cosas ―continuó Clara con
entusiasmo― eso es realmente lo mejor de ambos mundos. Si puedes encontrar
ese amigo íntimo al que quieres y en el que confías, y el S-E-X-O también es
bueno, entonces lo sabes. ¿Verdad, Eddie?
―Claro ―volvió a acariciar la rodilla de Clara.
―Porque uno puede desvanecerse, ¿pero el otro? Nunca. É se es mi punto
de vista.
Edward suspiró .
―Gracias ―dijo Félix ―. Y feliz aniversario.

***

Esa tarde, paseamos por las calles de Little Italy, comimos pizza, bebimos
vino y compramos recuerdos para mis sobrinos. Nos divertimos, pero noté que
Fé lix estaba má s callada que de costumbre.
―¿Todo bien? ―le pregunté mientras volvíamos a colocar las sá banas y
nos deslizá bamos entre é ls.
―Sí. Só lo estoy cansada.
―¿Está s demasiado cansada para S-E-X-O? ―La acerqué a mí.
É l se rió .
―No.
Pero no me besó , ni pasó una pierna por mis muslos, ni deslizó una mano
por mi estó mago.
―Oye ―rodando hacia mi lado, apoyé la cabeza en mi mano y la miré ―.
¿Qué está pasando?
Jugó con el pelo de mi pecho, sus ojos se concentraron en sus dedos. Me
di cuenta de que se había puesto el anillo antes de venir a la cama.
―Sigo pensando en esa pareja. Setenta y dos añ os.
―Eso es mucho tiempo.
―Pienso en tus padres. Mi padre y Frannie. Tu hermana y Neil. Incluso
Winnie y Dex... puedes decir que van a estar juntos para siempre ―me miró ―.
¿Có mo es que algunas personas tienen tanta suerte y otras simplemente... no?
―Nacidos bajo diferentes estré ls, supongo.
―Supongo ―dijo é l con tristeza.
―Oye, escucha. Puede que nuestras estréls no vengan con má s de siete
dé cadas y ocho hijos, pero no está n tan mal.
Intentó sonreír.

Melanie Harlow
―No.
Quería volver a poner una sonrisa de verdad en su cara.
―¿Qué te parece si hacemos esto todos los añ os?
―¿Hacer qué?
―Quedamos un fin de semana en Nueva York, o en cualquier otro lugar
del mundo. Te recogeré en un jet, alquilaremos una suite de hotel, comeremos en
sitios elegantes, veremos espectá culos, iremos de compras o, mejor aú n,
evitaremos a la gente y no haremos nada. Só lo... estar juntos. Así. Tú y yo.
―Eso suena bien ―pero no había ninguna sonrisa.
―¿Segura que está s bien?
―Estoy bien.
No le creí, así que hice todo lo posible por distraerla con mi boca, mis
manos y mi polla; sabía exactamente có mo besarla, tocarla, hacer que su cuerpo
se arquease debajo de mí. Sabía lo que la haría jadear, lo que la haría suspirar, lo
que la haría gritar una y otra vez. Sabía có mo llevarla al límite y hacerla
retroceder, y sabía cuá ndo se había cansado del juego y necesitaba la liberació n.
Conocía su sabor, su olor, los sonidos que hacía cuando estaba tan dentro de é l
que le dolía. Sabía lo que se sentía cuando sus uñ as me recorrían la espalda y
sus puñ os se apretaban en mi pelo y su cuerpo se apretaba al mío mientras me
perdía dentro de é l.
Nos dormimos inmediatamente despué s, pero la desperté a la mañ ana
siguiente con mi cabeza entre sus muslos.
Porque yo también sabía que todo iba a terminar pronto.

Melanie Harlow
QuINCE

Félix
El día después de que Hyunjin y yo volviéramos de nuestro viaje, quedé con
Millie y Winnie para desayunar en la panadería de Frannie.
Los sá bados por la mañ ana Plum & Honey siempre estaba lleno de gente,
pero Winnie se las había arreglado para conseguir una mesa en la parte de atrá s,
y me saludó frenéticamente cuando entré. Millie ya estaba en el mostrador, y un
momento despué s se sentó con un plato que Frannie había amontonado con
nuestras golosinas favoritas: magdalenas de pan de mono para Win, bollos de
limó n con ará ndanos para Mills, dolor de chocolate para mí.
Despué s de colarme en la cocina para abrazarla y saludarla, pedí una taza
de café negro y me senté frente a mis hermanas, que se desmayaron con el anillo,
la caja en el Met, la historia del traje .
―¡Nooooo! Tú y esas malditas narices! gimió ―Winnie―. ¿Se ha
estropeado el traje ?
―En realidad no ―dije―. Apenas se ve la mancha.
―Me encanta que hayan tenido un día elegante y otro simplemente para
ustedes ―dijo Millie.
Sonreí.
―Yo tambié n. Nos divertimos mucho las dos noches.
―Seguro que sí ―las cejas de Millie se asomaron por encima de su taza de
café .
El radar de la hermana de Winnie se animó y miró de un lado a otro entre
nosotros.
―¿Qué es esa mirada? ¿Qué es lo que no sé ?
―Me preguntaba si Fé lix tenía que usar una palabra de seguridad en
Nueva York.

Melanie Harlow
La mandíbula de Winnie se abrió .
―Oh, Dios mío. ¿Qué?
―¿No lo sabías? ―Millie sonrió perversamente y susurró ―: Hyunjin tiene
una perversió n.
Los ojos de Winnie se abrieron de par en par mientras me miraba
fijamente al otro lado de la mesa.
―No puedo creer que me hayas estado ocultando esta informació n, y te
exijo que me lo cuentes todo inmediatamente.
Puse los ojos en blanco y me subí las gafas a la nariz.
―Escucha. ¿Te pregunto todo sobre Dex en el dormitorio?
―No, pero de todos modos te lo cuento todo.
Me reí.
―Bueno, yo no soy así. Algunas cosas son privadas.
Mis hermanas intercambiaron una mirada. Winnie lanzó una pedorreta.
Millie abucheó y me dio un pulgar hacia abajo.
―¿Al menos un pequeñ o detalle, por favor? ―Winnie juntó las manos.
Le di un sorbo a mi café para hacer una pausa dramá tica.
―Sí tenía una palabra de seguridad. Aunque creo que no la usé
correctamente.
Millie se echó a reír.
―Lo que sea que hayas hecho, ¿fue divertido? ―preguntó Winnie con
entusiasmo―. ¿Te gustó ?
―Sí ―dije―. Fue caliente. Quiero decir, puedo ver por qué a algunas
personas no les gustaría, y definitivamente se necesita un cierto nivel de
confianza, pero lo pasamos bien.
―¿Y le parece bien la fiesta? ―preguntó Winnie, con los ojos preocupados.
―¡Winnie! ―Millie la golpeó en el hombro―. Se supone que eso es una
sorpresa.
―¡Ay!
Winnie se frotó el brazo.
―É l ya lo sabe, ¿de acuerdo? É l lo sacó de mi.
―Fue como disparar a un pez en un barril ―sonreí―. Pero me alegré de
que me lo dijera. No puedo decir que esté emocionado, pero estaremos allí.
―¿Y qué hay de la fecha de la boda? ―Winnie miró a Millie―.
¿Algú n avance al respecto?
―Hay una tarde de domingo disponible a finales de agosto ―dijo Millie,
disparando una mirada―. Lo tengo reservado por ahora.

Melanie Harlow
―Gracias, Millie ―dije―. Prometo darte una respuesta en el pró ximo día o
así.
―¡Eso espero! Hay que enviar las invitaciones, só lo falta un mes. ―Winnie
revisó su telé fono―. Dispara. Tengo que irme, les prometí a Hallie y Luna que
iría a nadar con é ls a las once. Déjame ver el anillo una vez má s.
Le tendí la mano y é l miró con anhelo mi dedo antes de suspirar.
―Es tan bonito. Me alegro mucho por ti. ¿Cuá ndo hablamos de los traje s
de dama de honor?
―Uh. Pronto.
―¡Sí! ―Winnie se levantó y se metió el resto de su magdalena en la boca―.
Bien, me voy.
A solas con Millie, sentí sus ojos sobre mí.
―¿Qué ?
―¿Un traje de novia de verdad? ¿Un anillo de verdad? ―É l negó con la
cabeza―. ¿Qué está pasando? Estoy empezando a preguntarme si la broma es
para mí. Tal vez debería guardar la fecha.
―Tuvimos que comprar el traje porque me sangró la nariz ―insistí―. En
realidad no parece un traje de novia. Só lo un traje de fiesta. Y hasta intenté pagarlo.
―¿Y el anillo?
―El anillo era só lo un regalo ―dije, tratando de ignorar la sensació n de
malestar en mi estó mago.
―Un regalo. ―Millie parpadeó ―. De Tiffany.
―Sí. Mira, sé que es un poco extravagante, y se lo dije, pero no quiso
escuchar. Dijo que sabe que los anillos de diamantes normalmente se reservan
para las personas a las que les pides que pasen el resto de su vida, pero como
sabe que siempre me quiere en su vida, está bien. ―tomé mi café para darle un
sorbo―. En realidad no nos vamos a casar, y está bien.
―¿Está bien?
―Está bien. Estoy bien ―pero mis dedos temblaban mientras dejaba la
taza.
Millie miró un momento mis dedos temblorosos y luego se encontró con
mis ojos.
―No creo que lo seas. ¿Qué pasa?
―Nada ―ke di un sorbo a mi café, acunando la taza con ambas manos―.
Estoy cansada, eso es todo. No dormí mucho en Nueva York, y anoche tuve que
trabajar.
Mi hermana rompió un trozo de su bollo y se lo llevó a la boca. Mientras
masticaba, no dejaba de mirarme.
―¿Qué ? ―dije, incó moda con su escrutinio.

Melanie Harlow
―Te conozco. Algo te tiene nerviosa. Ansiosa.
―Eso es ridículo. ―Intenté sonar despectiva.
Tomó otro bocado, sin quitarme los ojos de encima.
―¿Te ha dicho Hyunjin que te ama o algo así?
―¡No! ―me reí como si hubiera dicho algo gracioso―. Las cosas no son
así entre nosotros. Esto no es una relació n real ni un compromiso real. Es algo
que me he inventado, ¿recuerdas?
Millie puso los ojos en blanco.
―Lo recuerdo.
Tomé un bocado de pain au chocolat sin probarlo. Miré por la ventana. En
la esquina, una mujer cogía a un niñ o pequeñ o de la mano y miraba a ambos
lados antes de cruzar la calle.
―Sé que puede parecer real por fuera, pero eso es só lo porque nos
estamos divirtiendo. Es cien por cien falso. No estamos juntos.
―Si tú lo dices ―dijo él.
―Lo hago ―mi cabeza daba vueltas, mi respiració n era corta―. No es real.

***

Estoy bien.
No pasa nada. Todo está bien.
Con el paso de los días, lo decía en voz alta a cualquiera que me
preguntara si estaba bien, y me lo decía a mí misma, tratando de
convencerme de que ese pozo en el estó mago no era nada de lo que
preocuparse.
Tenía el anillo y el traje , ¿y qué ? Só lo eran regalos.
Así que había una fecha de boda en espera en Cloverleigh Farms-era parte
del acto. Así que estaba mintiendo a la gente que me quería, no estaba haciendo
dañ o a nadie.
Así que Internet siguió obsesionado con las fotos de Hyunjin y de mí:
algú n sabueso había conseguido hacerse con una foto del baile de graduació n
(sospeché de Wongyoung, que no paraba de enviarme mensajes de texto
pidiéndome que nos vié ramos, como si fué ramos viejas amigas), e incluso sitios
de noticias reputados la publicaron junto con pies de foto sobre "el cariño de la
ciudad natal que se hizo multimillonario". Estaba bien, só lo me permití leer un
par de cientos de comentarios de mierda antes de dejar el telé fono y alejarme. Y
borré los mensajes de Wongyoung sin pensarlo dos veces. Lo último que
necesitaba era su voz en mi oído.
Así que pasé todas las noches en los brazos de Hyunjin , me desperté
junto a é l cada mañ ana y traté desesperadamente de no pensar en el día en que
todo acabaría: todo lo bueno tiene que llegar a su fin, ¿no?
Melanie Harlow
Me lancé a trabajar.
Respondí a muchas consultas sobre el catering y reservé media docena de
nuevos trabajos para el otoñ o. Creé nuevas recetas e hice fotos impresionantes en
la cocina de Hyunjin . Atendí llamadas telefó nicas en relació n con algunas
ofertas de colaboració n que habían llegado.
Hyunjin pasó mucho tiempo a solas en su oficina prepará ndose para la
audiencia, pero me había advertido en el vuelo de regreso a casa desde Nueva
York que eso ocurriría.
―Lo siento ―dijo―. Parecerá que no me importa o que estoy obsesionado
conmigo mismo, pero no es así. Cuando algo así se cierne sobre mi cabeza, me
concentro mucho. No puedo pensar en otra cosa.
―Lo entiendo ―le dije―. Y no tienes que disculparte ni preocuparte por mí.
Concéntrate en ti.
No exageraba: apenas lo vi la semana siguiente a nuestra llegada a casa. Y
cuando lo hacía, estaba callado e introspectivo. Pero seguíamos teniendo S-E-X-O
alucinante antes de quedarnos dormidos en los brazos del otro cada noche, y en
muchos sentidos, era lo má s feliz que había sido.
También era el má s aterrorizada que había estado.
Lo que me hizo enloquecer conmigo misma. Porque no es que no supiera
lo que iba a pasar. No era como entrar en mi habitació n imaginando que podría
haber una bruja a punto de saltar: la maldita bruja estaba ahí dentro y yo sabía
precisamente cuá ndo iba a mostrar su cara. Este asunto con Hyunjin tenía fecha
de caducidad.
Cada vez que reservaba un trabajo de catering para el otoñ o, pensaba:
"Para entonces se habrá ido", y mi estó mago se revolvía. Se me cortaba la
respiració n.
Pero estaba bien. Estaba bien.
Hasta los mensajes de voz.
El primero llegó el lunes. Esperé tres días para escucharlo, y lo hice
sentado en mi coche en el estacionamiento del supermercado.
―Félix , querida, es mamá . Me he enterado de la gran noticia. Al
principio no podía creerlo -parecía tan improbable para ti- pero he visto las fotos
y ¿no está n guapos juntos? Y vaya, un multimillonario. Eso sí que es algo.
Estoy segura de que tu padre está feliz por eso. Nunca má s tendrá que
preocuparse por el dinero, ¿verdad? ―(Risas poco amables.)― De todos modos, me
muero por hablar contigo. Llá mame, ha pasado mucho tiempo.
Cuando llegué al final estaba echando humo. ¿Improbable para mí? ¿Mi
padre está contento con el dinero? ¿Ha pasado demasiado tiempo?
―No es suficiente ―espeté , borrando el mensaje.
Má s tarde esa noche, mientras nos prepará bamos para ir a la cama,
Hyunjin me preguntó qué pasaba.

Melanie Harlow
―Nada ―dije, incapaz de mirar a los ojos. Abrí un cajó n de la có moda y
revolví en é l, sin buscar nada.
―Has estado muy callada esta noche. En realidad, toda la semana.
―¿Lo he hecho? Lo siento. ―Cerré el cajó n y me quité las gafas para
poder frotarme los ojos―. Só lo estoy cansada, supongo.
―Oye. ―Se acercó y me hizo caer en sus brazos, el lugar donde me
sentía má s segura del mundo―. Habla conmigo. Sé que estoy distraído con el
trabajo, pero sigo estando aquí para ti.
Rodeé su cintura con mis brazos y apoyé mi mejilla en su pecho
desnudo. Tenía en la punta de la lengua contarle lo del buzó n de voz de Carla,
pero no quería hacerlo. Hyunjin ya tenía suficientes preocupaciones: só lo faltaba
una semana para la vista. Me negaba a añ adir má s estré s a su vida.
―No es nada. Lo prometo.
Dejó dos mensajes má s durante el fin de semana, quejá ndose de que no le
había devuelto la llamada, recordá ndome que seguía siendo mi madre y
fingiendo entusiasmo por mi boda.
―No puedo esperar a conocer a un multimillonario de verdad ―dijo―. Y
me muero por ver esa roca de cerca. Parece enorme. ¿Pagará para que los
invitados de fuera se alojen en algú n lugar bonito?
Los borré inmediatamente, enfadada conmigo misma por haberlos
escuchado.
El lunes por la noche, Winnie me pidió que fuera a ayudarla a crear un
menú vegetariano para una cena con vino que é l y Ellie estaban planeando en
Abelard. Agradecida por la distracció n, pasé la noche en su apartamento
ayudá ndola a planificar, comiendo comida para llevar y bebiendo vino. Hyunjin
había dicho que tenía que trabajar hasta tarde, así que me quedé en casa de
Winnie, envidiando el fá cil afecto entre é l y Dex. ¿Có mo sería saber que podrían
estar juntos para siempre?
Salí hacia las nueve, y mi telé fono sonó justo cuando me puse al volante.
Debería haber comprobado el nú mero antes de contestar.
―¿Hola?
―Por fin ―dijo Carla, arrastrando un poco la palabra―. Me preguntaba
cuá ndo te conseguiría de verdad.
Joder, dije con la boca, cerrando los ojos.
―¿Qué quieres?
―Quiero hablar.
―¿Sobre qué?
―Sobre la vida. ―É l se rió borracha―. Sobre este asunto de la boda. ¿Por
qué querrías casarte de todos modos? Eres demasiado joven.
―¿Sabes siquiera cuá ntos añ os tengo?

Melanie Harlow
―No seas grosera ―dijo él―. Sigo siendo tu madre.
―¿Cuá ndo decidiste eso?
―Oye. Estoy tratando de hacerte un favor. Entiendo que quieras el
dinero, pero asegú rate de que firme un acuerdo prenupcial. Necesitas protegerte
para cuando te deje.
Me hirvió la sangre.
―No necesito un acuerdo prenupcial.
―Sí, lo haces ―dijo él―. Crees que todo será vino y rosas, pero no será
así. Los buenos tiempos no duran. Hará promesas que no cumplirá , como hizo tu
padre.
―Deja a papá fuera de esto ―dije furiosa―. Nunca ha roto una promesa
conmigo en toda mi vida. Y apuesto a que nunca te ha roto una a ti tampoco.
―Prometió amarme. En lugar de eso, me alejó . Me quitó a mis hijas
―acusó .
―Irte fue tu elecció n ―respondí―. Traicionaste a papá . Traicionaste a
Millie, a Winnie y a mí.
Volvió a reírse.
―No sabes de qué está s hablando. No sabes nada.
―Ya sé lo suficiente ―dije. Terminé la llamada, bloqueé su nú mero y tiré
el telé fono en el asiento del copiloto.
No voy a llorar. No me derrumbaré. No le daré ese poder sobre mí.
Pero no fue só lo su llamada lo que me hizo berrear entre las manos: fue
todo. Las mentiras a mi familia, el temor a perder a Hyunjin , el miedo a que mis
sentimientos no tuvieran remedio, la envidia de cualquiera que hubiera
encontrado el amor, la duda de que mi corazó n permaneciera de una pieza...
¿Qué he hecho?

***

Hyunjin seguía trabajando en la mesa de la cocina cuando entré .


―Hola ―dijo, dedicá ndome una sonrisa cansada.
Mi instinto fue correr hacia él, enterrar mi cara en su pecho y dejar que
me abrazara mientras sollozaba. Pero me abstuve: no podía depender de él para
consolarme. No siempre estaría aquí para recomponerme cuando sintiera que me
desmoronaba.
―Vuelvo enseguida ―dejé las llaves y el bolso en el suelo y me dirigí al
dormitorio. Entré en el bañ o, cerré la puerta tras de mí y me apoyé en el lavabo.
Miré mi reflejo en el espejo. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala.
Abrí el cajó n de arriba y rebusqué , buscando unas tijeras. Luego el

Melanie Harlow
segundo cajó n.
El tercero.
Las encontré .
Las saqué del cajó n y estaba a punto de empezar a cortar cuando el anillo
que llevaba en el dedo me llamó la atenció n. Dudé .
Entonces escuché que llamaban a la puerta detrá s de mí.
―¿Félix ?
Avergonzada, volví a meter las tijeras en el cajó n y lo cerré de golpe. La
puerta se abrió .
―Félix .
Me giré , con las manos en la espalda, apoyada en el tocador.
―¿Qué ?
―¿Qué está s haciendo?
―Nada. ―Me mordí el labio.
Miró el fregadero detrá s de mí.
―¿Ibas a cortarte el pelo? ―Sacudí la cabeza. Me detuve. Asentí con la
cabeza.
Y rompí a llorar.
Sin mediar palabra, se acercó y me estrechó entre sus brazos,
abrazá ndome, frotá ndome la espalda, dejá ndome llorar a mares contra su pecho.
Después de unos minutos, se acercó y cogió un pañ uelo de papel.
―¿Quieres decirme qué pasa?
―No. ―Le tomé el pañ uelo y me soné la nariz.
―¿Por qué no?
―Porque está s ocupado y necesitas concentrarte en el trabajo, no en mis
tonterías. El objetivo de este acuerdo era que tuvieras tiempo y espacio para
trabajar, y no quiero ser una carga.
―No eres una carga. ¿Necesito recordarte que prometimos estar ahí el uno
para el otro cuando uno de nosotros necesitara un amigo? Sé que no usaste el
có digo, pero estoy sintiendo la batiseñ al aquí. ―Miró detrá s de mí―. Esas
tijeras son un grito de ayuda. Ahora habla.
Tomé otro pañ uelo.
―Mi madre llamó .
―Oh.
Me limpié la cara y le hablé de los mensajes que me había dejado, de có mo
se las había arreglado para tocar todos mis botones y de lo enfadada que estaba
conmigo misma por haber dejado que me afectara.

Melanie Harlow
―Después de todo este tiempo ―dije enfadada, sacando otro pañ uelo de la
caja―. ¿Por qué debería seguir teniendo ese poder?
―Porque es tu madre y lo que hizo dejó una cicatriz ―dijo.
―Pero no la necesito. Ni siquiera me gusta. ―Me esforcé por evitar que los
sollozos estallaran―. ¿Por qué debería importar lo que él diga?
―Tal vez no importa si la necesitas o te gusta. Tal vez só lo el hecho de que
en el fondo, sabes que é l era tu madre y se suponía que te amaba y protegía, y
en cambio te hizo dañ o, es suficiente para joderte la cabeza.
―Sí ―respiré entrecortadamente―. Supongo.
―Tal vez deberías hablar con mi hermana ―dijo―. O él podría darte el
nombre de alguien má s. Aunque soy un experto en follar cabezas, no soy un
terapeuta.
Eso me hizo esbozar una sonrisa.
―Mira có mo promueves la terapia.
Se encogió de hombros.
―Que no haya resuelto mis problemas no significa que no pueda ayudarte
con los tuyos. Mi mierda es mi propia culpa. Tu mierda te la hicieron a ti;
apuesto a que un buen terapeuta podría ayudarte a superarla.
―Tal vez. Pero, ¿có mo puedes superar el hecho de que tu propia madre
no te quiso? ¿O que no te quiere lo suficiente? Es como una estú pida voz en el
fondo de mi cabeza que no puedo apagar.
Volvió a acercarse a mí.
―Ojalá tuviera una buena respuesta. Yo tampoco puedo apagar las voces
en mi cabeza.
Todo lo relacionado con su abrazo me tranquilizó : el cuerpo duro bajo la
ropa, el limpio aroma masculino, el calor de su piel.
―Gracias por perseguirme hasta aquí. Supongo que te necesitaba.
―Me gusta cuando me necesitas ―no habló por un momento, y entonces lo
escuché tragar saliva―. Me gustaría que las cosas fueran diferentes.
―¿Có mo de diferente?
―Todo tipo de formas ―hizo una pausa―. Ojalá volviera a tener mis
poderes má gicos.
Me reí.
―Eres suficiente sin ellos.
―¿Qué deseas?
Desearía tener el valor de decirte que te amo. Porque no necesito que seas
perfecto o mágico. Sólo necesito que te quedes conmigo.
Pero esta noche se había abierto una herida, y era un riesgo demasiado
grande. En Nueva York, cuando habíamos hablado de la felicidad para siempre,

Melanie Harlow
no me había ofrecido esperanza. Me ofreció verme en Nueva York una vez al añ o.
Me había ofrecido una parte de su vida, de su tiempo, tal vez incluso de su
corazó n, pero no todo.
Nunca antes había querido todo el corazó n de nadie, y no sabía có mo
pedirlo. Había pasado demasiados añ os teniendo miedo, huyendo,
convenciéndome de que el amor era un juego perdido.
―Desearía un helado, un bañ o de burbujas y un orgasmo, probablemente
en ese orden ―dije en su lugar.
Se rió , probablemente aliviado.
―Ahora, eso es algo que puedo cumplir.

Melanie Harlow
DIECISÉIS

Hyunjin
No había dormido bien desde que volvimos de Nueva York.
Era fá cil culpar de mi inquietud a la audiencia que se avecinaba, a mis
nervios por hablar en pú blico, a mi irritació n con Changbin , a mis temores de que las
cosas no salieran bien y no só lo se hundiera HFX, sino que mi credibilidad
también se fuera al demonio. Entonces mi valor neto se desmoronaría y yo
pasaría a la historia como el tipo que hundió sin ayuda la industria de la moneda
digital en un día.
Era mucho.
Pero había algo má s.
Debajo de la superficie de mi ansiedad estaba la inquietud de que en
algú n lugar había hecho un giro equivocado con Félix . No podía precisar el momento
en el que las cosas se habían desviado, simplemente sentía que las cosas no
estaban bien. Cuando conseguía conciliar el sueñ o, tenía pesadillas en las que me
encontraba atrapado en una tormenta, con las aguas de la inundació n creciendo a mi
alrededor. Podía oír la voz de Félix pero no podía verla.
Me despertaba sudando y temblando, sin saber qué significaba.
¿Simbolizaba la inundació n mi miedo a las cosas fuera de mi control? Pero las
cosas no estaban fuera de control. Lo habíamos planeado cuidadosamente.
Teníamos un plan, y el plan tenía sentido. Teníamos un calendario y una
estrategia de salida. No nos tomaría por sorpresa.
Nadie iba a ser rechazado. Nadie saldría herido. Esa era la belleza del
asunto. Seguiríamos siendo amigos.
Excepto que... No quería hacer una salida.
No había tenido suficiente de é l. No había tenido suficiente con lo que
sentía cuando está bamos juntos. Le había mostrado má s de mí de lo que nunca
había mostrado a nadie, y é l me aceptó .
Pero no era un idiota. Sabía que eso cambiaría con la presió n de una

Melanie Harlow
relació n real, especialmente a larga distancia. La razó n por la que está bamos tan
bien juntos es porque todo era por diversió n. Está bamos en un secreto que nos
enfrentaba al mundo, no uno contra el otro. Si estuvié ramos saliendo de verdad,
se cansaría de mis tonterías. Dejaría de burlarse de mí y de hacer su
sombrerito de bruja y empezaría a poner los ojos en blanco, a suspirar con
fuerza y a pensar que no valía la pena. Ya había pasado por eso.
Estás siendo
ridículo. Deja de ser
egoísta.
Tienes que superarte a ti mismo.
No me miraría de la misma manera. Y eso era impensable.
¿Pero cuá l era la alternativa? ¿No tenerla nunca má s en mis brazos? ¿No
besarla nunca? ¿Saborearla? ¿No conocer nunca el increíble é xtasis de moverme
dentro de é l, de sentir su cuerpo envuelto en el mío?
A la mierda. No podía renunciar a é l. Todavía no.
Pero el tiempo se agotaba. Era lunes. Me iba a D.C. el miércoles y volvía el
viernes. Nuestra fiesta era el sá bado, y luego tendríamos dos semanas como
má ximo para romper, alejarnos el uno del otro y seguir llevando vidas separadas.
A menos que se me ocurriera otra manera.
Di vueltas en la cama mientras pasaban las horas. Hacia el amanecer, se
me ocurrió una solució n.

***

Cuando volví de mi carrera, Fé lix seguía durmiendo. Me duché y me vestí,


y luego me quedé a los pies de la cama, observá ndola por un momento. Era tan
adorable, se abrazaba a una almohada cuando dormía como un niñ o abraza a
un oso de peluche. Envidiaba esa almohada y deseaba tener tiempo para volver a
meterse en la cama con é l.
En su lugar, fui a besar su mejilla.
Sus ojos se abrieron y sus labios se curvaron en una sonrisa.
―Hola.
―Hola. Me voy a casa de mi hermana a pasar un rato con los
niñ os.
¿Quieres venir conmigo? Puedo esperar a que te vistas.
―No puedo ―se sentó , sujetando la almohada contra su pecho―. Estoy
atrasada con un montó n de cosas, y tengo que trabajar en Etoile esta noche.
―De acuerdo ―me quedé a un lado de la cama, ansioso por compartir mi
idea con él―. Así que estaba pensando.
―¿Sobre qué?
―Tengo que estar fuera de aquí para el 15 de agosto.
Melanie Harlow
Tomó aire y asintió .
―Lo sé . No pasa nada. Volveré a casa.
―¿Por qué no te alquilo otro lugar?
―¿Alquilarme otro lugar? ―buscó sus gafas y se las puso, como si su
visió n pudiera haber afectado a su oído.
―Bueno... sí. Así no tendrá s que volver a vivir con tus padres
cuando vuelva a San Francisco.
―¿Así que no vivirías en el nuevo lugar? ¿Só lo sería para mí?
―Sí, claro. Pero tendría un lugar donde quedarme cuando viniera de visita
―sonreí. Problema resuelto―. Puedes llenar la cocina con todo lo que quieras.
Puedes tomar todas las cosas que compré para aquí y guardarlas en el nuevo
lugar.
Pero é l negó con la cabeza.
―Eso no tiene sentido, Hyunjin . Se supone que debemos romper las cosas
despué s de la fiesta, ¿recuerdas?
―Yo tambié n he pensado en eso ―tomé aire―. Tal vez no tengamos que
romper las cosas por completo. Tal vez só lo digamos que hemos decidido no
casarnos, pero que seguimos juntos.
―¿Seguimos juntos, pero tú vives en San Francisco y yo aquí?
Sentí un ligero dolor detrá s de mi ojo derecho.
―Sé que no es lo ideal, pero es mejor que nada, ¿verdad?
Dejó caer sus ojos sobre la almohada que sostenía.
―Mejor que nada. Claro.
―Tal vez deberíamos hablar de esto má s tarde ―dije―. Todavía no está s
totalmente despierta, y te he emboscado con esto.
―Estoy lo suficientemente despierta como para decir que no.
―¿Eh?
É l levantó la barbilla.
―No. No quiero que me alquiles otro lugar. No quiero que estemos juntos
pero nunca juntos.
―¿Así que prefieres romper por completo?
―No, pero...
―Porque esas son las opciones ―continué, má s enfadado de lo que
pretendía. ¿Por qué no podía ver que mi plan tenía mucho sentido? ¿Qué má s
quería de mí?
―¿Esas son las opciones? ¿Algo o nada?
―Sí.

Melanie Harlow
É l asintió lentamente.
―Entonces supongo que no es nada.
―Félix , vamos. Ya hemos hablado de esto ―cambié mi peso de un pie a
otro―. Nunca he sido deshonesto contigo sobre lo que puedo ofrecer.
―Lo sé ―su voz se quebró ―. Y voy a ser honesta contigo ahora, y decir
que lo que tienes que ofrecer no es suficiente para mí. Lo siento.
―Estuvimos de acuerdo ―dije en tono de prueba―. Estuvimos de acuerdo
en que es una tontería lanzarse a la parte profunda de la piscina cuando no
sabes nadar.
―No salté , Hyunjin ―sus hombros se levantaron―. Caí.
Sus palabras me apuñ alaron en el corazó n, pero yo era un profesional en
enmascarar lo que sentía por dentro.
―Está s pidiendo algo que no puedo dar.
―No estoy pidiendo nada ―se limpió los ojos bajo las gafas―. Sabes, he
pasado añ os aterrorizada por esta misma situació n. Añ os de ser cuidadosa con
mi corazó n para no ser rechazada nunca.
―Félix . Para. ―No podía soportar sus lá grimas, ni el hecho de que yo
las hubiera provocado.
―Creía que era muy inteligente ―dijo―. Pero aquí estoy de todos modos.
Y aunque no voy a pedir lo que quiero, no me voy a conformar con menos de lo que
merezco.
¿Qué demonios se supone que debía decir a eso? Yo tampoco quería que
se conformara con menos de lo que merecía, pero no podía dá rselo. É l insistía en
todo o nada, y mi todo nunca sería suficiente.
En lugar de admitir mis temores, salí furioso del dormitorio. Un momento
despué s, cerré la puerta de entrada tras de mí.
Mi idea había sido buena, ¡maldita sea! Nos permitía seguir vié ndonos sin
la presió n de tener que hacer funcionar una relació n cotidiana. Había sido
sincero sobre el hecho de que no quería eso. No lo necesitaba. No podía
soportarlo.
Yo tampoco había pensado que é l quisiera eso, pero claramente la había
juzgado mal. No sería la primera vez que leía mal las señ ales.
Arranqué el coche y lo puse en marcha, bajando por el camino de entrada
demasiado rá pido. Jesú s, era tan malo como Changbin , tratando de ser alguien
que no era.
Debería haber seguido el maldito plan.

Melanie Harlow
DIECISIETE

Félix
¿Mejor que nada?
Cuando escuché que se cerraba la puerta principal, rompí a llorar. Lo cual
era una estupidez; aunque no estuvié ramos fingiendo todo, siempre había sabido
que lo que hacíamos era temporal. Ya no era una niñ a, sorprendida por una fea
verdad en medio de la noche. Nadie me había mentido. Nadie me había hecho
ninguna promesa.
¿Pero mejor que nada? ¿Ser su novia cuando venía a la ciudad? ¿Vivir
sola en una casa que é l pagaba? ¿Qué carajo?
Me di la vuelta y sollocé la almohada. La culpa era mía.
Me había dicho desde el principio que se le daban fatal las relaciones
y que no quería una. Me dijo que nunca se sentía solo. Me dijo que no tenía
el temperamento para ser un marido o un padre, y como esas eran cosas que yo
esperaba tener algú n día, ¿importaba realmente si estaba enamorada de é l o no?
É l era quien era, y yo siempre había dicho que nunca querría que fuera
otra persona. En Nueva York, había dicho de forma rotunda: Soy fijo en mis
costumbres y no voy a cambiar. Tómame o déjame.
Dije que siempre lo aceptaría. No fue justo que cambiara de opinió n.
Pasaría esta semana y la fiesta, y luego tendríamos que dejarlo. Mi
corazó n ya estaba roto de todos modos.

***

Finalmente, me levanté de la cama y miré el telé fono, y lo primero que vi


fue otro mensaje de Wongyoung. Hola, no sé si has recibido mis mensajes, pero
necesito hablar contigo. Créeme cuando te digo que no puedes permitirte el
lujo de ignorarme.

Melanie Harlow
Asqueada, borré el mensaje y fui a prepararme un café. Probablemente
quería darme consejos para aumentar mi nú mero de seguidores en las redes
sociales, aunque, en ese momento, mi nú mero de seguidores superaba con
creces el suyo. O tal vez quería darme consejos sobre peinado y maquillaje.
Quería ver de cerca mi anillo. Acosarme para obtener má s detalles sobre mi boda.
Me distraje con el trabajo, editando algunas fotos, redactando posts,
respondiendo a los correos electró nicos, contestando a los comentarios en las
redes sociales. Mi crítica de una estré l en Dearly Beloved había sido finalmente
eliminada -gracias a Dios- pero estaba ansiosa por tener algunas buenas en su
lugar. Hojeé mi calendario, mirando los trabajos de catering de los pró ximos
meses y los turnos en Etoile.
La fecha de la fiesta de compromiso estaba marcada en rojo.
Cuando el calendario se desdibujó , me levanté de la mesa, me puse la
ropa de ejercicio y di un paseo por el bosque que rodea la casa de Hyunjin .
Cuando volví, puse una toalla en la terraza e hice algo de yoga y estiramientos al
sol. Respirando profundamente, me recordé a mí misma que todavía tenía un
plan. Todavía tenía objetivos. Todavía tenía sueñ os. Y que el hecho de que Hyunjin
se marchara no significaba que no volvería a verlo. Con algo de tiempo y distancia
entre nosotros, tal vez podríamos reparar nuestra amistad.
Pero, ¿alguna vez me sentiría así con otra persona?
Cuando las lá grimas amenazaron una vez má s, me levanté y me duché.
Después, envuelta en una toalla, entré en el armario para vestirme para el
trabajo.
Y vi la bolsa de ropa de Cosette Lavigne.
Incapaz de resistirme, abrí la cremallera de la bolsa y saqué la preciosa
confecció n blanca de un traje , y me fijé en su falda completa y en su profundo
escote en V y en sus mangas. Recordé a Hyunjin preguntando qué demonios
significaba eso, y una risa se convirtió en un sollozo.
Colgando el traje , me di la vuelta y corrí al bañ o. Saqué las tijeras. Y esta
vez corté .

***

Menos de una hora despué s, llamé a la puerta de Millie.


Lo abrió de un tiró n y jadeó .
―Oh no. Má s flequillo.
Asintiendo, empecé a llorar, y é l me llevó rá pidamente a la casa y me
rodeó con sus brazos.
―Shhhh, está bien. Son un poco extremas, pero al menos son parejas...
¿Has cortado algo de la parte de atrá s?
―No ―balbuceé―. Me detuve por una vez.

Melanie Harlow
―Buena chica ―me soltó y se echó hacia atrá s, con las manos sobre mis
hombros, observando mis pantalones negros y mi bata blanca de chef―.
¿Tienes tiempo para un té o una limonada?
―Sí, gracias ―la seguí hasta la cocina y me senté a la mesa mientras nos
servía limonada y descascaraba algunas fresas frescas. Muffin y Molasses se
enroscaron a mis pies y Muffin saltó a mi regazo.
―Toma. ―Millie puso un vaso y la fruta frente a mí―. Abriría un poco de
vino o algo, pero parece que tienes que trabajar, y algo me dice que mataríamos
esa boté l muy rá pido.
―Sí. Mejor me quedo con la limonada.
Recogió su vaso de la barra y se sentó en la silla junto a mí.
―Entonces, ¿qué está pasando?
―Es esta cosa con Hyunjin ―dije, luchando por la compostura―. Creo
que podría haberse convertido en algo real.
Apretó los labios, como si no quisiera decir "te lo dije".
―No empezó de verdad ―dije a la defensiva―. Todo fue una actuació n.
Una forma de salvar la cara ante Wongyoung Pepper-Peabody y de que Hyunjin
se quitara a su madre de encima. Ademá s, conseguí mudarme de la casa de papá
y Frannie.
―Sabes, tanto Winnie como yo dijimos que podías mudarte con
nosotras, só lo por decir ―señ aló Millie.
―Esa no es la cuestió n ―dije irritada.
―Por supuesto que no. Lo siento. Continú a.
Tomé aire.
―Todo iba bien hasta que llegamos a Nueva York. Ahí es donde empecé a
estar... confundida.
―No puedo imaginar por qué ―murmuró , tomando un sorbo de su
limonada.
―Estaba abrumada por el... ―hice rodar mis manos como las ruedas de un
autobú s―. Torbellino de fantasía. No es fá cil mantener los pies en el suelo cuando
tienes la cabeza en las nubes, ¿sabes? Nunca fui la chica que soñ aba con ser la
princesa, pero Hyunjin tiene esa manera de hacerme sentir tan hermosa y
especial y merecedora.
―Lo eres, Félix ―la voz de Millie era firme―. No lo dudes.
Me dolía la garganta, estaba muy apretada.
―No sé qué hacer, Millie. Hyunjin es el ú nico hombre con el que me he
sentido tan cerca. El ú nico tipo del planeta que me entiende, que me ha visto en
mis mejores y peores momentos, que conoce el loco funcionamiento interno de
mi mente y no me juzga.
Millie se sentó y se echó el brazo por encima de la cabeza, con la fresa a
medio comer aú n en la mano.
Melanie Harlow
―¿Te está s escuchando? ¿El único hombre, el único hombre? Está s
enamorada de Hyunjin .
―¡Shhhhhhh! ―hice frené ticos movimientos de borrado con mis manos
frente a su cara―. ¡No lo digas!
―¿Por qué no? Siento que es la ú nica cosa que se ha dicho en esta cocina
en las ú ltimas dos semanas que tiene algú n sentido. Toda esta rutina de falso
prometido es una locura. Ustedes se aman. Está is bien juntos. La razó n por la
que la gente se ha tragado toda tu historia de mierda para empezar es porque es
muy obvio para los que os rodean que está n hechos el uno para el otro ―sacudió
la cabeza―. Sé que tienes una extrañ a alergia al amor, que nunca he entendido
del todo, pero es hora de superarlo, Fé lix .
La miré fijamente durante unos segundos.
―¿Quieres saber por qué tengo alergia al amor? Te lo diré. É l
tragó y recogió su limonada.
―Sí. Por favor.
Muffin ronroneó en mi regazo, y yo agradecí tener algo suave y cá lido que
abrazar mientras por fin soltaba el secreto que le había ocultado durante má s de
veinte añ os.
―Cuando tenía seis añ os, escuché la pelea que tuvieron papá y mamá la
noche que él le dijo que se iba. É l dijo que nunca nos quiso.
Millie se quedó boquiabierta.
―Oh, Dios mío.
―Pero eso no es todo lo que le escuché decir ―con voz tranquila y
monó tona, expuse los detalles de lo que había oído, o al menos lo que recordaba
haber oído―. Y a los pocos días, se fue.
El rostro de mi hermana estaba afectado, con los ojos llenos.
―¿Por qué no dijiste nada de lo que habías oído? ¿A mí o a papá ?
―No quería que nadie má s saliera herido ―le expliqué―. Lo que dijo
significaba que tampoco quería a ti ni a Winnie. Y sabía que no debía escuchar.
Me preocupaba que pudiera meterme en problemas.
Millie se levantó y desapareció en el bañ o del pasillo delantero. Cuando
salió , tenía un rollo de papel higiénico en la mano.
―Lo siento, me he quedado sin pañ uelos.
―No voy a llorar por esto ―dije con firmeza.
―Lo haré ―dejó el rollo sobre la mesa, se sentó de nuevo y lloró entre sus
manos.
―Millie, no lo hagas ―al ver a mi hermana alterada, se me rompió
el corazó n―. É l no se merece tus lá grimas. Lo siento, no debería habértelo dicho.
―No estoy llorando por él. Lloro por ti ―dijo, con los hombros agitados―.
Llevando eso todos estos añ os y nunca diciendo nada al respecto.

Melanie Harlow
El nudo en mi garganta se hizo má s grande.
―Fue hace mucho tiempo. Estoy bien.
―¡No, no lo está s! ―balbuceó , mirá ndome con la cara llena de lá grimas―.
Está s totalmente desquiciada por eso. Ahora entiendo por qué dejaste tus
relaciones cuando alguien te dijo que te quería. Nunca les creíste.
―Aunque lo hiciera ―dije, sacudiendo la cabeza― al final no importaría.
La gente puede quererte un día y al siguiente no. Ni siquiera sabrá s lo que hiciste
hasta que se hayan ido.
―Oh, Félix . ―Millie arrancó un poco de papel higié nico y se sonó la
nariz―. Mamá no se fue por algo que tú hiciste. Se fue porque conoció a otra
persona. Se fue con otro tipo. Lo hizo para vengarse de papá por no prestarle
suficiente atenció n.
―Pero si nos quisiera de verdad, se habría quedado ―insistí.
―Puede que sí, puede que no. ―Millie se limpió debajo de los ojos, pero su
delineador y rímel eran un desastre―. Algunas personas son malas en el amor,
¿sabes? Son demasiado egoístas o narcisistas, o en el fondo no se quieren a sí
mismos, así que no saben aceptarlo de los demá s.
Algo de eso me tocó la fibra sensible.
―¿Crees que algunas personas no está n preparadas para el amor?
Millie suspiró y volvió a sonarse la nariz.
―¿Yo, personalmente? No. Creo que algunas personas eligen comportarse
de manera que se cierran a é l, pero creo que todo el mundo es capaz.
Miré el anillo en mi dedo.
―Hyunjin dice que no está preparado para el amor, debido a su ansiedad.
Cree que está mejor solo.
―La gente dice muchas cosas que no quiere decir cuando está asustada.
Se me llenaron los ojos y tomé papel higié nico.
―¡Eso es lo que quiero decir! No se puede confiar en que la gente diga la
verdad.
―¿Sabe Hyunjin lo que sientes? ¿Se lo has dicho?
―No, pero lo he insinuado.
―Félix ―puso una mano en mi brazo―. Dile la verdad sobre tus
sentimientos. No digo que tengan que comprometerse o casarse o incluso seguir
viviendo juntos. Pero, ¿por qué no ser al menos sincera? ¿Y si escuchar las
palabras es el empujó n que necesita?
Sacudí la cabeza.
―No quiere escuchar esas palabras de mí.
―Pero me acabas de decir...
―No he terminado. Tiene que estar fuera de la casa dos semanas despué s

Melanie Harlow
de la fiesta. Nuestro plan era terminar las cosas para entonces.
―Recuerdo el plan ―dijo con sorna.
―Pero esta mañ ana vino a la habitació n con un nuevo plan. Dijo que tal
vez alquilaría otro lugar aquí y yo podría vivir en é l. Así tendrá un lugar donde
quedarse cuando venga a la ciudad.
Millie se encogió y arrugó la nariz.
―¿Qué ?
―Quiere tenerme como una mascota ―dije, señ alando a Muffin.
―Esto no tiene sentido. ―Millie parecía realmente perpleja―. ¿Por qué diría
eso? Te ama.
―No es suficiente ―dije en voz baja. Por una vez, Millie no tuvo ré plica.
Mi telé fono zumbó sobre la mesa y lo miré .
―¡Jesucristo, esta mujer es tan molesta!
―¿Carla otra vez?
―No, la maldita Wongyoung Pepper-Peabody. Sigue queriendo quedar
conmigo.
―Leí el texto―. Ahora está haciendo amenazas. Este dice: 'Si no tengo noticias
tuyas en veinticuatro horas, no tendrá s la oportunidad de contarme tu versió n de
la historia'.
―¿Qué diablos significa eso?
―No tengo ni idea. Estoy jodidamente agotada. ―Dejando el teléfono, me
froté la cara con ambas manos―. Pero tengo que ir a trabajar.
―Yo tambié n. Lo siento, siento que no fui de mucha ayuda ―me acompañ ó
a la puerta―. ¿Quieres salir mañ ana?
―Tal vez. Te enviaré un mensaje ―le di un abrazo y no me soltó enseguida.
―Ojalá me hubieras contado lo de esa noche ―dijo, con la voz quebrada―.
Me siento mal porque pasaste por eso sola.
―Está bien.
―¿Se lo vas a decir a papá ?
―No. ―La solté y me aparté ―. Papá no necesita escucharlo en este
momento. Ya fue suficientemente duro consigo mismo, y no quiero que se sienta
culpable por esto. Es feliz.
―É l es feliz. Gracias a Dios por Frannie ―se rió un poco―. Es
gracioso para mí, Frannie era má s joven que nosotras ahora cuando se casó con
papá . ¿No parecía tan vieja?
Tuve que sonreír.
―Sí. Nunca había visto a dos ancianos actuar de forma tan estú pida.
Especialmente papá .
―¿Crees que se habrían juntado si no le hubié ramos dicho qué era eso?
Melanie Harlow
Me encogí de hombros.
―Probablemente. Habría tardado má s, ya que papá era tan testarudo, pero
obviamente estaban enamorados.
É l me pinchó en el hombro.
―¿Así que dices que el amor encuentra un camino?
―Es diferente para nosotros ―fruncí el ceñ o―. No somos papá y Frannie.
―¿Qué es tan diferente?
―Só lo somos... ―me esforcé por responder, entonces escuché la voz de
Hyunjin en mi cabeza―. Nacimos bajo diferentes estréls.

***

Veinte minutos má s tarde, llegué a Etoile. Tras recomponerme en el


estacionamiento, entré por la puerta de la cocina.
Gianni me miró al pasar por su despacho.
―Oh, hola. Alguien está esperando para verte.
―¿Qué ? ¿Dó nde?
―Creo que é l ahora está en la sala de degustació n, pero hace un rato
entró en la cocina.
Puse los ojos en blanco.
―¿Rubia alta?
―Sí. Le dije que no podía esperar aquí ―sonrió ―. Le envié el camino de
Ellie.
―Lo siento por eso. Me encargaré de él ―miré el reloj―. Só lo debería
tomar unos pocos minutos.
―Adelante.
Molesta, me apresuré a atravesar el restaurante vacío, cruzar el vestíbulo
y bajar las escaleras hasta la bodega. Dentro de la sala de degustació n, vi a
Wongyoung en el extremo cercano de la barra revisando su telé fono. Estaba de
espaldas a mí, pero reconocería esa elegante melena dorada en cualquier lugar.
Frunciendo el ceñ o, me toqué el nuevo flequillo.
―Hola ―dije, acercá ndome a él por detrá s―. ¿Me buscabas? Se
giró en su taburete y me dedicó una sonrisa falsa.
―Ahí está s.
Extendí mis brazos.
―Aquí estoy.
Me estudió críticamente.

Melanie Harlow
―¿Te has vuelto a cortar el flequillo? Deberías despedir a ese estilista.
―¿Qué quieres, Wongyoung? Tengo que ir a trabajar.
―Sabes ―dijo él, cruzando los brazos―. Me preguntaba por qué seguías
trabajando de cocinera desde que te comprometiste con un multimillonario.
―Me gusta mi trabajo ―dije con rigidez.
Se rió .
―Eso es bueno, porque ahora que sé que todo el asunto era una estafa y
que no está s realmente comprometido con un multimillonario en absoluto,
probablemente estará s trabajando durante un tiempo.

Melanie Harlow
DIECIOCHO

Hyunjin
―¿Có mo va todo? ―preguntó mi hermana mientras limpiaba el desorden
de la cocina despué s del desayuno―. Ni siquiera te he visto desde que volviste
de Nueva York. Me ignoras ahora que tienes una prometido .
―Lo siento ―estaba sentado en la mesa de su cocina viendo a los niñ os
jugar en el patio a travé s de la ventana.
―Parece que se han divertido. He visto algunas fotos.
Me crucé de brazos sobre el pecho.
―Nos divertimos. A pesar de la gente que creyó necesario entrometerse en
nuestra intimidad y hacer fotos.
―Las que vi eran buenas ―recogió algunos platos má s sucios de la
mesa―. Es decir, sabías que la gente iba a estar interesada. La vida amorosa de
los famosos se vende.
―Pero es jodidamente molesto. No quiero ser una celebridad. Y Félix no pidió
ese tipo de atenció n.
Allie se encogió de hombros.
―No, pero es algo que viene con el territorio. É l sabe quié n eres.
É l lo hacía. Me conocía mejor que nadie. ¿Por qué estaba enojado con
é l por eso?
―Menudo anillo le has dado.
―Sí.
―¿Ya han fijado una fecha?
―No.
Limpió la mesa con una esponja. Luego se quedó de pie con las manos en
las caderas.

Melanie Harlow
―¿Qué pasa?
―Nada ―apreté la mandíbula un poco má s.
―¿Es la audiencia?
―Hay mucho de eso.
―¿Y qué es el resto?
Volví a desviar la mirada hacia la ventana. Los niñ os estaban dibujando
con tiza en el cemento frente al garaje.
―Sabes que te lo sacaré .
―Tal vez estoy temiendo esa estú pida fiesta de compromiso.
―¡Hyunjin ! Se supone que no debes saber nada de eso.
―Demasiado tarde.
―¿Quién te lo ha dicho?
―Félix . Se enteró por su hermana que trabaja en Abelard, porque
a diferencia de mi familia, la suya sabe lo mucho que odio las fiestas y nos avisó .
Allie tiró la esponja en el fregadero y se sentó a la mesa, mostrando las
palmas de las manos como si fuera inocente.
―No fue idea mía, ¿de acuerdo? Pero mamá consultó un loco calendario
celestial que decía que había que hacer una fiesta en esa fecha. Cuando supo que
estaba disponible, lo tomó como una señ al de las estré ls.
―Por supuesto que sí.
―¿Es eso lo que realmente te preocupa?
Exhalé , deseando estar fuera dibujando con tiza en lugar de aquí dentro
bajo el microscopio.
―Só lo hay un bucle constante de mierda negativa corriendo por mi
cerebro, ¿de acuerdo?
―Son só lo pensamientos. No tienes que darles poder.
―No vayas de terapeuta conmigo. No lo necesito en este momento.
―De acuerdo, de acuerdo ―su tono se suavizó y se sentó ―. Só lo quiero
ayudar.
Me atrincheré má s.
―No puedes ayudar.
―Muy bien. Entonces só lo diré que estoy muy orgullosa de ti por tener las
agallas de admitir finalmente tus sentimientos por Fé lix y pedirle que se case
contigo. Sé lo difícil que debe haber sido. Y creo que has hecho la elecció n
perfecta. É l es realmente increíble.
Era increíble. Maldita sea.
―Es tan buena para ti ―continuó Allie―. Siempre te ha entendido muy

Melanie Harlow
bien. Realmente necesitas a alguien que sea un lugar seguro, alguien que te
conecte con la tierra. Pero también alguien que pueda enfrentarse a ti cuando sea
necesario.
―Lo sé ―solté . No necesitaba que me dijeran que Félix era una entre
un milló n. Esto no estaba ayudando.
―Me alegro mucho de que hayas salido de tu cabeza y le hayas dicho lo
que sientes antes de que fuera demasiado tarde. Quiero decir, te tomó bastante
tiempo, pero tambié n, salió de la nada. Un minuto ni siquiera vas a una reunió n,
y al siguiente-poof, te vas a casar.
La miré .
―Allie.
―¿Sí?
Era tan obvio.
―Tú lo sabes.
―¿Saber qué ? ―él parpadeó inocentemente hacia mí―. ¿Que tu repentino
compromiso es totalmente ridículo? ¿Que era una estratagema para quitarse a
mamá de encima? ¿Que ustedes dos están realmente enamorados pero de alguna
manera se sienten má s có modos fingiendo? ¿De qué cosa que yo sepa deberíamos
hablar primero?
―Joder. ¿Por qué no dijiste algo?
―¿De qué serviría eso? Está claro que tenían sus razones, son adultos que
consienten, y la gente resuelve su mierda de diferentes maneras. Me imaginé que
esta era tu manera de cruzar finalmente la línea sin miedo. Si podías llamarlo
todo por el espectá culo, era menos presió n ―sonrió ―. Ademá s, fue un
motín verlos reaccionar esa mañ ana en su casa.
Gemí.
―No puedo creer que lo supieras. ¡Nos hiciste tomar todas esas fotos!
Hiciste que nos besáramos.
―Lo sé ―se rió ―. ¿Así que ustedes mismos plantaron la historia?
―No exactamente ―respirando hondo, me lancé a la historia: có mo Fé lix
lo había soltado en la reunió n, có mo me había pedido que fuera a rescatarla,
có mo se había filtrado la historia y có mo la había convencido para que siguiera
actuando.
―¿Para quitarte a mamá de encima? ¿Tenía yo razó n en eso? ―me
preguntó , ya que seguía siendo mi hermana mayor, y tener razó n importaba.
―Sí. Tambié n... ―Me froté la nuca.
―Ademá s, querías estar con él. Y esto te dio la oportunidad sin la
vulnerabilidad.
Fruncí el ceñ o.
―No tienes que hacerme parecer un imbécil. Ambos estuvimos de acuerdo

Melanie Harlow
con el plan.
―No estoy aquí para juzgarte, Hyunjin ―él se sentó ―. Pero tengo la
sensació n de que algo salió mal en tu plan.
―No había nada malo en el plan ―argumenté ―. El plan era perfecto. Lo
que salió mal fue que intenté mejorarlo y é l se enfadó .
Puso su barbilla en la mano.
―Continú a.
―Íbamos a pasar la fiesta, luego a romper y a decirle a todo el mundo que
habíamos decidido que está bamos mejor como amigos cuando volviera a San
Francisco.
―¿Pero luego te diste cuenta de que está s enamorado de él y ese plan es una
mierda?
Me levanté de la silla y empecé a dar vueltas.
―Mira, realmente no importa có mo me siento. No podemos seguir juntos.
―¿Por qué no?
―No podemos, ¿de acuerdo? Voy a volver a San Francisco y su vida está
aquí.
É l ladeó la cabeza.
―¿Entonces es la distancia?
―Sí ―mentí.
―Pero eres multimillonario. ¿No puedes trabajar desde cualquier sitio?
Honestamente, probablemente podría. Pero esa no era la cuestió n.
―No, no puedo. Tengo que vivir donde está mi empresa.
―¿Félix no se mudaría?
―No le pregunté ―evité los ojos de Allie.
―¿Por qué no?
―Porque su familia está aquí, y su negocio está aquí, y no querrá alterar
su vida de esa manera por mí. ¿Por qué habría de hacerlo? Mis relaciones
siempre terminan mal, y las de é l también. Queríamos algo diferente. Algo má s
seguro.
―Interesante elecció n de palabras ―reflexionó ―. ¿Así que pensaste que te
estabas protegiendo al darle un plazo a la relació n? ¿Así ninguno de los dos
tendría que hacer dañ o o salir herido? ¿Podrían seguir siendo amigos?
―¡Exactamente! ―chasqueé los dedos, contento de que por fin lo
entendiera―. A prueba de tontos.
―Entonces, ¿có mo intentaste mejorar este plan totalmente seguro
e infalible?
―Tenemos que salir de la casa en la que estamos para el 15 de agosto

Melanie Harlow
―expliqué―. Pero yo sugerí que podía alquilar o comprar otro lugar y que él
podría vivir allí cuando volviera a San Francisco. Intentaba hacerle un favor.
Mi hermana se quedó boquiabierta.
―¿Sugiriendo que se convierta en una mantenida?
―No sería así. Me preocupo por él.
―Pero eso no es lo que le has dicho, ¿verdad?
―É l sabe que me importa ―insistí.
―É l no sabe que la amas. Sacudí
la cabeza.
―No puedo decirle eso.
―Porque...
―Porque entonces soy igual que su madre, ¿de acuerdo? ―grité ―. Tendría
que decirlo y marcharme, y no puedo hacerle eso.
Mi hermana se puso en pie.
―No está s entendiendo el punto, estoy sugiriendo que tal vez no te alejes,
Hyunjin . Dile que la amas y encuentra la manera de quedarte ―levantó una mano
para evitar que discutiera―. Aceptas que no eres perfecto, aceptas que
probablemente siempre tendrá s esa voz de mierda en tu cabeza, pero aceptas que
todavía eres merecedor y jodidamente capaz de amar. O la dejas ir. Esa es tu
elecció n.
Enfurecido, me quedé mirá ndola durante diez segundos, con la mandíbula
apretada, el pecho apretado y la cabeza palpitando.
―He dicho que no hay mierda de terapeuta.
―Eso no fue una mierda de terapia. Eso fue una mierda de hermana
mayor. ―Señ aló el patio―. Ahora sal y piensa en lo que hiciste.

***

Mientras Allie hacía unos recados, yo pasaba el rato con los niñ os, los
llevaba al parque, les preparaba el almuerzo y les compraba helados en el camió n
que Zosia y Jonas perseguían por la calle. Durante toda la tarde, las palabras de
mi hermana pasaron por mi cabeza, pero me negué a admitir que tenía razó n.
Me conocía mejor que é l. Lo que me decía que hiciera era imposible.
―¿Por qué está s de tan mal humor? ―me preguntó Zosia mientras
volvíamos a casa. Su helado estaba goteando por toda su mano.
―No lo estoy ―miré detrá s de mí para asegurarme de que Keely estaba
bien en el carro del que tiraba.
―Sí, lo está s. Has estado malhumorado todo el día.

Melanie Harlow
―Acabo de comprarte un cono de helado, ¿no?
―Sí ―permitió . Luego la levantó hacia mí―. ¿Quieres una lamida?
―No, gracias.
―Cuando te cases, ¿Fé lix será mi tía?
Sentí como si me hubiera dado una patada en las tripas.
―Supongo que sí.
―Y cuando tengas hijos, ¿será n mis primos?
Tragué con fuerza.
―Lo será n.
―Genial. Quiero algunos primos. ―Entonces, de la nada, dijo―: Será s un
buen padre.
La miré fijamente.
―¿Qué te hace decir eso?
―Te gusta el parque, nunca te preocupa llenarte de arena o ensuciarte o
mojarte, y nos compras helados.
―¿Eso es todo lo que se necesita para ser un buen padre?
Se encogió de hombros.
―Má s o menos, sí.

***

Cuando Allie volvió , salió conmigo hacia mi coche.


―Buena suerte en D.C. Llá mame si necesitas una charla de á nimo, ¿de
acuerdo?
―De acuerdo.
―¿A qué hora es tu vuelo?
―Temprano. A las seis.
Metió las manos en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos.
―¿Qué vas a hacer con Fé lix ?
―No lo sé ―exhalé―. Primero tengo que pasar por esa maldita audiencia. Y
quizá s después de unos días separados, podré pensar con má s claridad.
Se encogió de hombros.
―A veces la distancia añ ade perspectiva.
―Me gustaría poder ver el futuro ―solté―. Para saber có mo se desarrollará .
―A mi también. ―Allie habló en voz baja―. Pero, por desgracia, no importa

Melanie Harlow
lo que piense mamá , no hay manera de saber lo que depara el futuro. Ningú n
sueñ o, ninguna bola de cristal, ninguna lectura de la palma de la mano, ni las
hojas de té o la carta del tarot van a darte la respuesta.
―Sí.
Me abrazó y me dio una palmadita en la espalda.
―Aunque queramos que el camino sea claro y fá cil, la verdad es que a
veces hay mucha mierda en el camino. Y la ú nica salida es pasando a travé s de é l.

Melanie Harlow
DIECINuEVE

Félix
Los pelos de la nuca se me pusieron de punta.
―¿Perdó n?
―Tu compromiso. Todo es una mentira ―chasqueó los dedos dos veces―.
Sigue así.
Me obligué a reír.
―¿De qué está s hablando?
―Admitiré que ustedes dos dieron un buen espectá culo en la reunió n, pero
nunca me pareció bien; tal vez habrían hecho una linda pareja en la secundaria,
pero un tipo como Hyunjin está fuera de su liga ahora.
―Bueno, llevo un anillo que dice lo contrario ―extendí la mano,
esperando que no viera có mo me temblaban los dedos.
―Sí, lo sé todo sobre el anillo y el traje y el... ―levantó la mano como
una cuchilla y habló con un lado de los dedos, como un susurro escénico―. Kink.
Aspiré a la respiració n.
―¿Qué ?
―Estuve allí, en la cafetería el pasado sá bado por la mañ ana. Entré
cuando ya estabas allí y me senté en la cabina justo detrá s de ti, pero estabas
tan preocupada con tu historia que ni siquiera te diste cuenta de mi presencia.
Me parece raro que tengas sexo con alguien con quien ni siquiera está s saliendo.
―¿Estuviste en Plum & Honey? ¿Sentada detrá s de mí?
É l asintió , con los ojos bailando.
―Te he oído decir todo tipo de cosas interesantes.
Cerré los ojos mientras el aliento abandonaba mi cuerpo, dá ndome cuenta
demasiado tarde de que todo lo que había oído era cierto.

Melanie Harlow
―Está s loca.
―Tengo notas, en caso de que su memoria sea defectuosa. No quería
olvidar ni una sola palabra, así que escribí lo que estaba escuchando. ―tomó su
telé fono de la barra y leyó ―: 'Las cosas no son así entre nosotros. Esto no es una
relació n real ni un compromiso real. Es algo que me he inventado, ¿recuerdas?
―me miró ―. ¿Te suena eso?
No encontraba palabras para responder.
―Oh, también está esto. 'Sé que puede parecer real por fuera, pero eso
es só lo porque nos lo estamos pasando bien. Es cien por cien falso. No estamos
juntos' ―dejó el telé fono y tomó su copa de vino―. Tambié n escuché la parte de la
palabra segura y la nariz ensangrentada, ¡tan buena! Quiero decir, realmente,
esta historia lo tiene todo, humor, sexo, engañ o... ―dio un sorbo a su vino―.
Me ha entretenido mucho.
Mi pulso se aceleró .
―Wongyoung, tengo que ir a trabajar. No sé cuá l es tu problema,
pero... É l se rió .
―No tengo ningú n problema, Fé lix . Tú lo tienes.
―¿Y cuá l es?
―Voy a asegurarme de que esta historia salga a la luz, y entonces ¿qué
pensará tu perfecta familia? Es obvio que só lo una hermana sabe que está s
estafando a todos.
―No estamos estafando a nadie ―espeté ―. Esto no es de tu incumbencia.
―¿Ah, sí? Porque estuve charlando con tu madre en su cafetería antes
de irme el sá bado, y era obvio que no sabe que eres una mentirosa. Estaba tan
feliz.
―Deja a mi familia fuera de esto ―dije entre dientes.
―Y la familia de Hyunjin también. Me encontré con su madre en su
tienda la semana pasada, y estaba simplemente fuera de sí por tus pró ximas
nupcias. No podía decir suficientes cosas dulces sobre ti ―levantó su vino para dar
un sorbo.
Estaba furiosa. Las fosas nasales se agitaban. Quería estrangularla con su
perfecta explosió n.
―Tambié n estaba pensando ―dijo, dando vueltas a lo que quedaba de su
vino― en lo terrible que sería para Hyunjin si esto saliera a la luz. Sé que va a
testificar esta semana en D.C. Lo ú ltimo que querría es que la gente dijera de é l
que es corrupto y turbio.
Fue como un puñ etazo en el estó mago. Podía soportar que la gente
hablara mal de mí, pero no toleraría que nadie insinuara que Hyunjin era
deshonesto. Si esta historia salía a la luz, provocaría que su ansiedad se
disparara. Se imaginaría a la gente llamá ndolo estafador. Susurrando detrá s de
sus manos. Mirá ndolo de forma extrañ a. Probablemente sufriría ataques de
pá nico, tal vez incluso sería incapaz de responder a las preguntas.
Melanie Harlow
Y sería mi culpa. No só lo por decirle a la gente que está bamos
comprometidos en primer lugar, sino por hablar de que era falso en un lugar
pú blico.
―¿Por qué haces esto, Wongyoung? ―sacudí la cabeza―. No lo
entiendo. Se sentó má s alto en su taburete, con una expresió n
imperiosa.
―Hago esto porque no me parece bien que la gente pueda mentir y salirse
con la suya.
―¿Así que está s haciendo esto en nombre de la verdad?
―Exactamente.
―¡Eso es pura mierda! ―fui tan fuerte que varias personas en el
mostrador me miraron. Bajé la voz só lo un poco―. Lo haces porque está s celosa.
Wongyoung se encogió hacia atrá s, con la mandíbula caída. Se tocó el
pecho.
―¿Celosa? ¿Moi?
―Sí ―enfurecida, le dirigí mi mirada má s malvada―. Tú . está s. Celosa.
Se rió , pero era cien por cien falso.
―¿De qué tendría que estar celosa?
―No lo sé . ¿Mi anillo? ¿El dinero de Hyunjin ? ¿La atenció n que estamos
recibiendo? O tal vez ―continué , recordando el modo en que Thornton no
dejaba de mirar a su alrededor y de consultar su reloj en la reunió n― tal vez sea mi
relació n con Hyunjin . La forma en que nos miramos. Nos respetamos
mutuamente. Lo unidos que estamos.
―Eso no durará , sabes ―dijo él con frialdad―. Thornton solía mirarme
así, como te mira Hyunjin . Se va. Los viajes de negocios se alargan. Los rumores
sobre otras chicas comenzará n. Su ropa olerá a perfume barato. Sus mentiras se
volverá n má s torpes, hasta que ya no se moleste en mentir.
Sacudí la cabeza.
―Somos diferentes.
―De todos modos ―parpadeó para evitar las lá grimas, la primera grieta en
su armadura que yo había visto―. La gente merece saber la verdad. Pero no
soy totalmente despiadada. Te estoy dando la oportunidad de ofrecer tu versió n de la
historia. Explica por qué fingiste un compromiso ―él inclinó la cabeza―. ¿Fue
por dinero? ¿Te pagó para que pareciera má s normal? Está n todos esos rumores
de que es raro y antisocial. También está n las cosas que dijo Zlatka sobre que
quería ser cruel con él en el dormitorio. Atarla y mandarla.
No queriendo darle la satisfacció n de que se burle de mí, negué con la
cabeza.
―No tengo comentarios.
―¿No quieres defenderte?
―No he hecho nada malo.
Melanie Harlow
―¡Me has mentido!
―¡Bien, de acuerdo! ―levanté una mano―. ¿Quieres una explicació n? Aquí
la tienes. Estaba harta de que me hicieras sentir pequeñ a. Lo hiciste durante todo
el instituto y juré que no iba a dejar que lo hicieras de nuevo. Así que cuando te
quedaste allí en la reunió n reduciendo mi tamañ o, en lugar de mandarte a la
mierda como debería haber hecho, me inventé la mentira de que estaba
comprometido con Hyunjin para salvar la cara.
―¿Lo hiciste por mí? ―parecía realmente complacida.
―Lo hice para bajarte los humos ―aclaré.
―Oh. ―Parecía menos emocionada.
―Lo hice por las chicas como yo que nunca tuvieron el valor de defenderse
en el instituto ―continué―. Lo hice porque no está bien tratar a la gente como
si fueras mejor que ellos só lo porque tienes un pelo estupendo. Y luego me
escabullí a un armario de abrigos y llamé a Hyunjin , rogá ndole que viniera a
rescatarme, a pesar de que odiaba el instituto, odiaba las fiestas y le daba pavor
estar en pú blico.
―¿Y apareció ? ―parecía incrédula.
―Sí. Apareció . Eso es lo que los amigos como nosotros hacemos por los
demá s.
―Dios. Thornton nunca habría hecho eso por mí. Tuve que arrastrarlo a
esa reunió n, y se quejó todo el tiempo, a pesar de que había hecho tanto trabajo
para organizar un evento agradable. No me aprecia. ―Wongyoung hizo un
mohín―. Casi no vale la pena el dinero.
Puse los ojos en blanco.
―Pues bú scate a otro.
―Es fá cil para ti decirlo ―él frunció el ceñ o―. A todo el mundo le gustas.
Todo el mundo piensa que eres tan inteligente, talentosa y dulce. Incluso en el
instituto, nadie dijo nunca una mala palabra sobre ti.
―Wongyoung, dame un respiro. Eras la chica má s popular de la
escuela. Sacudió la cabeza.
―Me tenían miedo. No es lo mismo que ser querido.
―Tenían miedo porque eras mala. ¿Por qué no intentas ser amable?
―Entonces no se me respetaría ―se encogió de hombros―. Pero lo pensaré .
He estado trabajando en el amor propio.
Levanté las manos.
―Mira, no tengo tiempo para discutir sobre esto. ¿Qué puedo hacer para
persuadirte de no filtrar esta historia?
―Nada. Le prometí a la hermana de Thornton una gran historia. Dirige
"pequeñ a-y-sucia-primicia-punto-com" y me odia, así que necesito esto para
engatusarla. Siempre está en el oído de Thornton diciendo mierda sobre mí.

Melanie Harlow
―¿No puedes darle otra cosa?
―¿Tienes una? ―preguntó esperanzada.
Me mordí el labio.
―No.
―Entonces tengo que usarte. Lo siento ―empezó a bajarse del taburete.
―Espera un momento ―puse mi mano en su brazo―. ¿Puedes al menos
esperar hasta después del fin de semana para decírselo?
Wongyoung pensó durante un minuto.
―Supongo. ¿Qué hay para mí?
Exhalé por las fosas nasales.
―Te daré mi versió n. Una primicia completa.
Una de sus cejas se alzó .
―¿Incluyendo la parte de la perversió n?
―No. Pero voy a soltar todo lo demá s ―al menos de esta manera, podría
controlar la narrativa. Me aseguraría de que Hyunjin no se sintiera avergonzado,
y asumiría toda la responsabilidad. Lo haría pasar por un amigo que vendría a
ayudarme.
―¿Cuá ndo puede circular?
―El lunes ―así la fiesta tambié n se acabaría. Me sentí fatal por ello, pero
no vi la forma de confesar a tiempo que la Sra. Hwang lo había cancelado; só lo
había un día entre la audiencia y la fiesta. Tal vez podría ofrecerme a cubrir el
costo una vez que todo estuviera dicho y hecho. Eso me haría sentir mejor.
―Bien ―dijo Wongyoung―. Pero tienes que darme tu versió n de la
historia esta semana.
―La tendrá s no antes del domingo. No me fío de ti.
Wongyoung parecía ofendida.
―No soy un monstruo, Fé lix . Só lo soy una mujer que mira por sí misma.
Sacudí la cabeza con incredulidad.
―Sabes, Wongyoung, hay algo má s que el amor propio que creo que
necesitas trabajar ―le dije―. Se llama empatía.

***

A pesar de lo horrible que había sido la conversació n con Wongyoung,


no podía evitar sentirme orgullosa de mí misma por haberla enfrentado
finalmente. Me sentí bien al llamarla por su comportamiento de chica mala,
aunque tuviera que admitir que había mentido para superarla.

Melanie Harlow
Mi primer instinto fue contá rselo a Hyunjin , pero entonces recordé esta
mañ ana… ¿nuestra primera pelea? ¿El principio del fin? ¿El final del principio?
¿Dó nde está bamos ahora?
Durante mi turno, tomé la decisió n de no contarle la mierda de
Wongyoung antes de la audiencia. Necesitaba estar a tope durante los pró ximos
días, y la tensió n entre nosotros ya era bastante estresante.
¿Qué pasaría esta noche cuando llegara a casa? No habíamos hablado en
todo el día, y se iba a ir a primera hora de la mañ ana. ¿Estaría dormido?
¿Estaría despierto y querría hablar? ¿Se disculparía por haber sido insensible
antes, o se negaría obstinadamente a ver por qué no me gustaba su idea?
Cuando llegué , descubrí que ya se había ido a la cama, dejando só lo una
luz encendida para mí en el saló n. Su bolsa con ruedas ya estaba junto a la
puerta de entrada, y el maletín de su portá til, al lado.
Cerré la puerta principal y entré en el oscuro y silencioso dormitorio. Sin
hacer ruido, me desvestí, me puse una camiseta y entré en el bañ o, cerrando la
puerta tras de mí. Encendí la luz y vi el neceser de cuero de Hyunjin sobre el
tocador, y junto a é l estaban las ú ltimas cosas que usaría mañ ana y que luego
empacaría.
Me cepillé los dientes, me lavé la cara y me unté crema hidratante en la
piel; entonces pensé en algo que podía hacer por Hyunjin y que podría hacerlo
sentir menos ansioso.
Era una cosa pequeñ a, pero espero que ayude.
Cuando estuve lista para ir a la cama, apagué la luz del bañ o, entré en el
dormitorio y me metí debajo de las sá banas. La respiració n de Hyunjin era
profunda y uniforme, y me aseguré de no molestarle.
Pero me llamó la atenció n que era la primera noche que estaba aquí en la
que no nos habíamos buscado en la oscuridad.
Me alejé de é l, cerré los ojos contra las lá grimas y me hice un ovillo.
Cuando me desperté , se había ido.

Melanie Harlow
VEINTE

Hyunjin
La escuché entrar, prepararse para la cama y deslizarse a mi lado. Pero en
lugar de acercarme a é l como quería, fingí dormir.
Me dolió el corazó n cuando se apartó de mí y la escuché sollozar.
Pero mantuve los ojos cerrados y el cuerpo quieto.
La evasió n era mi especialidad.

***

Llegué a D.C. exhausto y abatido, y me pasé el día arrastrado por


Changbin , que quería que me relacionara con un grupo de políticos antes de la
audiencia de mañ ana.
Pero la camaradería no era una de mis habilidades en un buen día. Se me
daba fatal recordar nombres, no tenía ni idea de dó nde eran los demá s, me latía
la cabeza y Changbin me decía constantemente que me calmara no ayudaba.
A las cinco, ya había terminado.
Aparté a Changbin en el có ctel de recepció n que estaba sufriendo.
―Me vuelvo al hotel ―le dije con una voz que decía no me jodas―. Nos
vemos mañ ana.
―Amigo, no te vayas ahora. Orbach aú n no está aquí.
No tenía ni idea de quién era Orbach ni de por qué tenía que importarme
que no hubiera llegado.
―Estoy fuera ―dije―. Lo siento.
Changbin puso los ojos en
blanco.
―Bien. Me quedaré a recoger la informació n. Desayunaremos mañ ana
Melanie Harlow
antes de la audiencia. Contesta tu maldito telé fono por la mañ ana.
Salí de la recepció n sin decir nada má s, tomé un coche para volver al
hotel, subí a mi habitació n, me quité los zapatos, me quité la chaqueta y la
corbata y me dormí. No había dormido nada la noche anterior, y me había
sentido como un completo imbé cil al irme esta mañ ana sin despedirme ni
siquiera besar su mejilla. En su lugar, le dejé una nota en el mostrador.
No quería despertarte. Te enviaré un mensaje más tarde.
Jodidamente paté tico, y despué s de irme, pensé en otras cien cosas
que podría y debería haber dicho.
Siento lo de ayer.
Fui un idiota.
Hablemos cuando llegue a casa.
Te echaré de menos.
Enterré la cabeza bajo la almohada y me dormí.

***

Me desperté aturdido y confundido. Tardé un minuto en recordar dó nde


estaba. Al comprobar mi teléfono, vi que llevaba tres horas durmiendo y que
había perdido mensajes de mi asistente en San Francisco, de mi madre, de mi
hermana y de Changbin , pero no de Fé lix .
Mi asistente quería asegurarse de que tenía la agenda má s actualizada
para mañ ana. Mi madre quería asegurarse de que Fé lix y yo seguíamos
planeando reunirnos con é l y mi padre para cenar en Etoile el sá bado por la
noche, la treta para llevarnos a la fiesta. Mi hermana quería desearme suerte y
tambié n ofrecerme consejos sobre có mo lidiar con los pensamientos negativos.
Puedes separarte de los pensamientos. Crea un espacio entre tú y
esos sentimientos negativos. Reconócelos, pero no luches contra ellos. La
lucha los empeora. No son tan poderosos como parecen.
Frunciendo el ceñ o, dejé el telé fono y me froté la cara. Mi estó mago gruñ ó
con fuerza y me di cuenta de que no había comido casi nada hoy. Escaneé el
có digo QR del menú del servicio de habitaciones y pedí la cena. Luego me quité la
camisa y los pantalones de vestir, me puse una sudadera y abrí el portá til para
repasar mis notas.
Pero no podía pensar. Me sentía fatal por el silencio entre Félix y yo.
¿Debería llamarla? É l estaba en el trabajo, pero lo vería eventualmente. Al menos
sabría que estaba pensando en é l, y que me importaba lo suficiente como para
hacer una llamada.
Antes de marcar, ensayé lo que iba a decir. Incluso lo escribí en la
papelería del hotel.

Melanie Harlow
Oye, quiero disculparme por lo de ayer. Ahora veo que no fue una buena
idea. Esto de nosotros me ha tomado por sorpresa y no estoy seguro de cómo
manejarlo. De todos modos, te extraño y lo siento. Llámame cuando puedas.
Lo leí en voz alta diez veces. Luego marqué su nú mero.
Mi pulso se aceleró un poco cuando sonó , y respiré profundamente varias
veces, escudriñ ando las palabras que había garabateado.
―¿Hola?
Oh, mierda. É l respondió .
―Eh... hola.
―Hola.
―No creí que fueras a responder. Pensé que estabas en el trabajo.
―No me sentía bien esta noche. Me tomé la noche libre.
―¿Está s bien? ―pregunté , inmediatamente preocupado.
―Estoy bien. Só lo... necesitaba una noche libre.
―Oh ―estaba buscando palabras cuando escuché otra voz de fondo―.
¿Hay alguien ahí?
―Millie. É l está , um, ayudá ndome con algo.
―Oh.
―Dice que buena suerte mañ ana.
―Dale las gracias ―miré el mensaje escrito a mano que había planeado
dejar y me pregunté si debía seguir leyéndolo. Me sentí un poco raro al respecto
ahora que sabía que no estaba sola.
―¿Có mo va tu viaje hasta ahora?
―Está bien.
―¿Có mo te sientes para mañ ana?
―Nervioso.
―Vas a estar increíble. Lo sé .
―Gracias ―me sentí como un huevo de ganso atascado en mi garganta―.
Fé lix , yo… Quiero decir algo, pero no sé có mo.
―Espera ―su voz se volvió apagada, pero parecía que le decía a Millie que
iba a salir un momento. Un momento despué s, dijo―: ¿Qué quieres decir?
Te amo. Te necesito. Te quiero en mi vida, a mi lado. Busquemos la
manera de que funcione.
Pero lo que dije fue:
―Lo siento.
Silencio.

Melanie Harlow
―¿Por qué ?
―Por lo que dije ayer por la mañ ana. No debería haber hecho la oferta
sobre la casa.
―Oh. Está bien ―dijo él―. Lo hiciste para ser amable. Lo entiendo.
Sonaba como si estuviera llorando, lo que hizo que mi pecho se sintiera
como si se partiera en dos. Estaba desesperado por aferrarme a él, pero sentía que
mis manos estaban atadas.
―Sabes que haría cualquier cosa por ti, si me lo pidieras.
―Lo sé ―su voz temblaba―. Pero hay cosas que no se pueden pedir.
―Félix ...
―Fue una buena idea la que tuvimos. Terminar las cosas como las
habíamos planeado.
Eso me tomó desprevenido.
―¿Qué ?
―Es el camino correcto. La ú nica manera. Pasaremos la fiesta y luego
resolveremos las cosas. Pero no es nada de lo que tengas que preocuparte ahora.
Concéntrate en la audiencia, y hablaremos cuando vuelvas.
Intenté tragar y no pude.
―¿Es eso lo que quieres?
―Es lo que acordamos, Hyunjin ―su voz se quebró con mi nombre―.
Es como esto siempre iba a terminar.

***

Esa noche, cuando me preparé para ir a la cama, encontré el pequeñ o


frasco de plá stico de loció n que había metido en mi neceser. Al principio pensé
que lo había hecho por error, pero luego me di cuenta de que había escrito en él -
con uno de esos lá pices de ojos- nuestro có digo.
Respira, decía. Lo tienes.
Desenrosqué la tapa y me llevé la loció n a la nariz, inhalando. El aroma a
lavanda y vainilla me golpeó como un maremoto.
Allie tenía razó n. Fé lix era tan buena para mí.
¿Era posible que yo fuera lo suficientemente bueno para él?

Melanie Harlow
VEINTIuNO

Félix
Me quedé en la cubierta de Hyunjin durante unos minutos, permitiéndome
un buen llanto. Finalmente, Millie salió con dos vasos de vino.
Me entregó uno.
―Oye. Pensé que tal vez podrías usar esto. Espero que a Hyunjin no le
importe que haya abierto una boté l de vino.
―No lo hará . Probablemente lo haya comprado de todos modos. Pero lo
que realmente necesito es un pañ uelo.
―Ya vuelvo.
Entró en la casa y volvió un minuto después con una caja de Kleenex,
colocá ndola en la barandilla de madera.
―Aquí tienes.
―Gracias ―puse mi vaso junto a la caja, tomé un pañ uelo y me soné la
nariz.
―Dios, es hermoso aquí ―Millie respiró el aire fresco del bosque―. Yo
tampoco querría irme.
―No es la vista que má s voy a echar de menos.
Me miró .
―Lo sé . He cargado la ú ltima bolsa en el coche.
―Gracias. Te prometo que no me quedaré contigo mucho tiempo, só lo
hasta despué s de la fiesta, cuando tendrá má s sentido que me haya ido de aquí.
―Puedes quedarte conmigo todo el tiempo que necesites. ―É l dio un sorbo
a su vino―. ¿Y qué dijo?
―Dijo que lo sentía por ofrecerme un lugar para vivir cuando se vaya.
―¿Eso es todo?

Melanie Harlow
―Tambié n dijo que haría cualquier cosa por mí, si se lo pedía.
Millie suspiró .
―Pero no puedes pedirle que te ame.
―No ―dije, con la voz quebrada de nuevo―. No puedo.

***

Durante todo el jueves, no dejé de mirar las noticias en Internet,


esperando saber có mo iba la audiencia. Se retransmitía en directo, pero no me
atrevía a verla, por miedo a gafarlo o a desmoronarme.
Finalmente, los resultados de mi bú squeda dieron como resultado un
vídeo de nueve minutos con los aspectos má s destacados de la audiencia y las
principales conclusiones de algunos tertulianos. Lo vi entero y me quedé
boquiabierta cuando mostraron un fragmento de la intervenció n de Hyunjin . Me
di cuenta de que estaba nervioso y de que no apartaba los ojos de sus notas,
pero su voz era fuerte, sonaba inteligente y seguro, y las cabezas parlantes
comentaron que, de todos los directores ejecutivos de criptomonedas que
hablaron hoy, "Hwang Hyunjin fue el má s elocuente, y dio respuestas
mesuradas y reflexivas a todas las preguntas, admitiendo cuando algo era incierto
y ofreciendo soluciones que abordaban las principales preocupaciones."
Casi lloré de alivio.
Lo estaba viendo por segunda vez, sentada en la mesa de Millie cenando
temprano antes de ir al trabajo, cuando entró Winnie.
―Oh, hola ―dijo, claramente sorprendida de verme―. Necesito tomar
prestada la batidora de Millie, y me ha dicho que debería venir a buscarla. La mía
se rompió . ¿Qué está s haciendo aquí?
―Um... ―mi mente buscó frené ticamente una excusa antes de rendirse―.
En realidad, me quedo aquí ahora mismo.
Los ojos de Winnie se abrieron de par en par.
―¿Qué ? ¿Por qué ? ¿Se han peleado Hyunjin y tú ?
―No exactamente ―las lá grimas llenaron mis ojos y traté de apartarlas―.
Só lo nos estamos tomando un pequeñ o descanso.
―¿Un descanso? ¡Pero si te acabas de comprometer! Tu fiesta es en dos
días. ―Sus ojos se entrecerraron―. ¿Por eso te has cortado el flequillo?
Empujé mi ensalada en el plato.
―Sí.
Winnie se sentó en la mesa.
―¿Necesitas hablar?
―Realmente no hay mucho que hablar. Só lo estamos pensando las

Melanie Harlow
cosas. Dando un paso atrá s ―traté de sonreír, pero era bastante paté tico―. Nos
movimos un poco rá pido.
Winnie estaba angustiada.
―Supongo, pero... ¡pero han estado tan unidos durante tantos añ os!
¡Tenías esos sentimientos enterrados en lo má s profundo de tu ser! É l
suspiraba por ti desde la distancia, y tú estabas encerrada en una torre de
anhelos, sabiendo que estaban destinados a estar juntos, ¡y de repente ahí
estaba!
Levanté las cejas.
―Vaya. ¿Una torre de anhelo?
Agitó una mano en el aire.
―Soy una romá ntica, ¿de acuerdo? Demá ndame.
―Mira, no es tan sencillo ―recogí mi plato y me acerqué al fregadero―.
Hyunjin y yo tenemos un bagaje que hace difícil confiar.
―¡Todo el mundo tiene equipaje! El equipaje de Dex podría hundir un
barco. El matrimonio de sus padres era horrible, su padre estaba ausente y era
emocionalmente abusivo, su divorcio fue difícil, es un padre soltero... créeme, no
fue fá cil superarlo. Pero si se aman, hacen que funcione.
―Lo entiendo ―miré por la ventana sobre el fregadero―. Y tal vez lo
resolvamos.
―Tienen que hacerlo. Se aman... ¿verdad? ―Winnie parecía asustada.
―Hay amor entre nosotros ―dije con cuidado.
Se quedó en silencio durante un minuto.
―¿Qué debo hacer con la fiesta?
―Nada ―me di la vuelta y me enfrenté a él―. Só lo deja que siga como
está planeado. No queremos causar estrés a nadie.
―Pero si ni siquiera está n juntos, ¿qué sentido tiene?
―No es que no estamos juntos ―dije, intentando inyectar un poco
de esperanza en mi voz.
―Entonces, ¿por qué está s viviendo con Millie?
―Por un poco de espacio. Pero Winnie, no puedes decirle a nadie que estoy
aquí ―hablé seriamente―. Lo digo en serio: ni a mamá , ni a papá , ni a la
familia de Hyunjin , a nadie. Sé que es difícil para ti guardar secretos, pero
necesito que guardes esto para ti.
―Lo prometo ―dijo solemnemente―. Cierro los labios y tiro la llave ―Hizo
la mímica de girar una llave delante de su boca y tirarla.
―Gracias.
―Pero estoy muy triste por esto ―sus hombros se desplomaron―.
L o s quiero juntos. Quiero que tengan un final feliz.

Melanie Harlow
Se me cortó la respiració n y reprimí el sollozo que amenazaba con salir.
―Siempre seremos amigos, pase lo que pase. Puede que así sea nuestro
"felices para siempre", ¿de acuerdo?
Se cruzó de brazos y puso mala cara.
―No. Así no es como termina un romance. No lo acepto.
Tuve que reír, aunque la tristeza pesaba en mi corazó n.
―Inténtalo. Yo tambié n lo haré.

***

Antes de salir al trabajo, le envié a Hyunjin un mensaje de texto.


Felicidades por la audiencia. Me alegro mucho por ti. Que tengas un buen
viaje de vuelta.
Luchando contra las lá grimas, metí el telé fono en el bolso y salí por la
puerta principal.
É l encontraría la carta cuando llegara a casa mañ ana.

Melanie Harlow
VEINTIDÓS

Hyunjin
Leí el mensaje de Fé lix y fruncí el ceñ o. No porque no fuera amable, sino
porque no sonaba como é l: no había alegría, ni sonrisa detrá s de las palabras.
Decía que estaba feliz, pero era obvio que no lo estaba.
Estaba herida y se alejaba de mí.
Mi idea inicial de que la distancia entre nosotros era ú til parecía ahora
ridícula. La echaba demasiado de menos. Quería oír su voz. Quería llamarla y
decirle lo mucho que significaba que hubiera metido esa loció n en mi bolso, có mo
me la había puesto en las manos y de vez en cuando me llevaba los nudillos a la
nariz durante la audiencia para inhalar el aroma, có mo me ayudaba a
mantenerme en el momento y evitaba que mi mente entrara en espiral.
¿Mi actuació n había sido perfecta? No. Sudé profusamente durante cinco
horas seguidas, me costó respirar con normalidad y luché contra el impulso de
salir corriendo hacia la señ al de salida cuando me tocó el turno de ser
interrogado.
Pero lo había superado. Me había enfrentado a los leones y había ganado,
o al menos no los había dejado ganar.
Fue suficiente. Y también era su victoria, ¿por qué no estaba aquí conmigo
para celebrarlo?
―Amigo, vamos. Vamos a emborracharnos ―Changbin se acercó por
detrá s de mí en el pasillo y me echó al hombro―. Una becaria buenísima
me ha dicho dó nde salen é l y sus amigas después del trabajo. Dijo que estarían
allí a las cinco y media.
―No me interesa.
Changbin gimió .
―Nunca te interesa. Pero te lo has cargado ahí dentro, ¿no quieres
celebrarlo? Un trago. Vamos.

Melanie Harlow
Un trago sonaba bien. Mis nervios estaban totalmente destrozados.
―Bien, una copa. Pero no voy a ir a un bar lleno de internos. Vamos a
tomar una copa en algú n lugar cercano, luego volveré al hotel.
―Eres una maldita vieja. Pero bien ―me pasó un brazo por el cuello―.
Vamos.

***
―Entonces, ¿qué pasa con este compromiso? ―preguntó Changbin despué s
de que repasá ramos la audiencia―. ¿Realmente vas a casarte con esta chica?
Tomé un trago de whisky.
―No quiero discutirlo.
Se rió .
―¿Problemas en el paraíso ya?
Permanecí en silencio. Tomé otro sorbo.
―Escucha, lo entiendo. Las mujeres son un maldito dolor de cabeza.
Nunca está n satisfechas. Les das una cosa, y luego quieren má s. Dicen que no
quieren que cambies, pero lo hacen. Dicen que son felices si tú eres feliz, pero esa
es la mayor mentira de todas ―Changbin terminó su bebida y levantó la mano
para pedir otra―. No quieren que seas feliz. Quieren que seas miserable, y lo
hacen como si fuera su trabajo.
―Fé lix no es así.
―Bueno, ahora no es así. Pero cambia una vez que ese anillo está
en su dedo. Recuerda mis palabras.
―La conozco desde hace quince añ os. É l nunca querría que nadie se
sintiera miserable, y menos yo.
Changbin se encogió de hombros.
―Si tú lo dices. Pero pié nsalo: el matrimonio es jodidamente permanente.
No se puede salir de é l. Una sola mujer hasta el final. Un cuerpo. Un pedazo de
culo para el resto de tu vida.
Le fruncí el ceñ o.
―Eres un idiota.
Se rió y recogió su segunda copa.
―Só lo intento ser un buen amigo, amigo. Advertirte de lo que te espera,
pero si te gusta comer lo mismo todas las noches hasta el fin de los tiempos, sé
mi invitado y cá sate. Porque eso es lo que es. Aunque el filete sea bueno, te
aburres. Y no puedo evitar que a veces quiera probar otra cosa.
―Si no dejas de hablar, podría darte un puñ etazo en la cara ―Changbin me
miró sorprendido―. ¿Cuá l es tu problema?
―Mi problema es que amo a esa mujer de la que hablas como si fuera un

Melanie Harlow
puto trozo de carne. Y no se me ocurre nada mejor que tenerla para mí el resto de
mi vida. La idea de estar con otra persona es absurda. La idea de que esté con
otra persona me hace querer atravesar la pared con el puñ o. La idea de perderla
por ser un maldito idiota es inaceptable.
Changbin se encogió de hombros.
―De acuerdo. Entonces cá sate. Pero no me eches la culpa cuando todo se
vaya al carajo y desees estar tirá ndote a becarias calientes en vez de que te den
por el culo.
―Tengo que irme ―saqué mi cartera y arrojé algo de dinero en efectivo
sobre la barra.
―¿Cuá ndo vuelves a la oficina?
―No lo sé ―me levanté , me puse má s alto―. Tal vez nunca.
―¿Eh? ¿Qué demonios significa eso?
―Significa que hice lo que vine a hacer, pero no importa tanto como creí
que lo haría; o má s bien, la razó n por la que importa no tiene nada que ver con
HFX, y todo que ver con que me di cuenta de que podría fracasar pero asumí el
riesgo de todos modos, porque no hacerlo habría sido el mayor fracaso.
―Amigo. Me has perdido.
―No importa. ―Ya me dirigía a la puerta.
Perder a Changbin , podía manejarlo.
Perder a Fé lix , de ninguna manera.

***

En el coche de vuelta al hotel, cambié mi vuelo para poder salir de D.C.


esta noche. Luego hice la maleta a toda prisa y corrí al aeropuerto.
Era tarde cuando llegué a casa, despué s de medianoche, así que no me
sorprendió que todas las luces estuvieran apagadas. Entré, dejé las maletas en la
puerta y me apresuré a entrar en el oscuro y silencioso dormitorio.
―Hola ―me senté en su lado de la cama y extendí una mano―. Estoy en
casa.
Pero no estaba allí. Tanteé durante unos segundos, luego entré en pá nico
y encendí la lá mpara. La cama estaba vacía.
Me puse de pie de un salto.
―¿Félix ? ―No hubo respuesta.
Frené tico, revisé el bañ o y me di cuenta de que todas sus cosas habían
desaparecido. Miré en la habitació n de invitados del otro lado del pasillo, incluso
en la terraza. Bajé las escaleras y miré en todas las habitaciones. Entré en el
garaje y su coche no estaba.

Melanie Harlow
―¡Joder! ―cerré la puerta de un tiró n y fui a la cocina, con el corazó n
acelerado.
Fue entonces cuando vi el sobre en la isla. Era blanco, y mi nombre
estaba escrito con su letra de niñ a.
El pecho se me apretó mientras lo abría, alisaba la pá gina y empezaba a
leer.
Querido Hyunjin ,
A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que me mudé mientras
estabas en D.C. Siento mucho haberlo hecho sin decírtelo, pero no quería que
estuvieras preocupado o distraído durante la audiencia. Necesitabas poder
concentrarte al cien por cien en tu testimonio. No quería añadir ningún estrés
adicional.
Creo que este tiempo de separación es algo bueno. Por mucho que me haya
encantado vivir contigo y fingir que somos una pareja, me parece que es el
momento adecuado para salir de la fantasía y recordar lo que es real.
Si pudieras respetar mi necesidad de un poco de espacio, te lo agradecería
mucho. Me pondré en contacto el sábado y podremos hacer un plan para asistir a
la fiesta. Tal vez el domingo podamos discutir la mejor manera de manejar la
ruptura en lo que respecta a nuestras familias.
Espero que no pienses que estoy molesta contigo, no lo estoy. Estoy
molesta, pero sólo conmigo misma por dejarme llevar. Me olvidé de que todo era un
espectáculo, y mis sentimientos por ti han crecido más allá de la fantasía.
Esto no es culpa tuya.
Nunca olvidaré el tiempo que pasamos juntos.
Con amor,
Félix
P.D. He sido y seré siempre tu amiga.
La posdata estaba escrita en có digo, y eso, casi má s que cualquier otra
cosa, hizo que mi garganta se estrechara y mi corazó n amenazara con astillarse.
Tenía que arreglar esto. Tenía que recuperarla.

***

El viernes por la mañ ana, me salté mi carrera y me presenté en casa de mi


hermana antes de las ocho de la mañ ana.
Parecía sorprendida cuando respondió a mi llamada.
―¿Ya has vuelto?
―Sí. ¿Puedo entrar?
―¡Por supuesto! ―me abrazó ―. ¡Felicidades! Lo has hecho muy bien!

Melanie Harlow
―Gracias.
―¿Có mo lo superaste? ¿Fueron mis consejos estelares?
―Tus sugerencias ayudaron ―admití―. Gracias por el texto.
―De nada ―me soltó y me dedicó una sonrisa de satisfacció n―. Las
cosas que dije estaban basadas en los principios de la terapia de aceptació n y
compromiso, por cierto. Le pedí a Natalia algunas ideas. Todavía está abierta a
hablar contigo.
―Puede que la acepte ―exhalé y me ajusté la gorra en la cabeza―. Pero
primero, necesito tu consejo.
Se le cayó la mandíbula. Se llevó una mano a la oreja.
―¿Escuché bien?
―Por favor, no bromees. Esto es serio.
Estudió mi cara.
―Bien. ¿Quieres comer algo? ¿Café?
―El café suena bien. No he dormido mucho.
―Me doy cuenta. Tienes unas ojeras importantes.
Me senté en la mesa.
―¿Dó nde está n los niñ os?
―Durmieron en casa de mamá y papá . Esta mañ ana tengo citas
tempranas, así que tengo que estar en la oficina en unos cuarenta y cinco
minutos. ―Me trajo una taza de café negro y se sentó ―. Habla.
―Fé lix se mudó mientras yo no estaba. Lo hizo sin decírmelo.
É l asintió .
―¿Có mo te sientes al respecto?
―Al principio me enfadó que se levantara y se fuera sin decir nada; hemos
sido amigos durante mucho tiempo y me sentí mal.
―Es comprensible.
―Pero me dejó esta carta que explicaba por qué se había mudado, y me
destrozó por dentro.
―¿Qué ha dicho?
―Me dijo que no quería decírmelo porque no quería que tuviera un estré s
adicional mientras estuviera en D.C.
―Eso fue muy considerado de su parte.
―Dijo que lo dejó porque necesitaba alejarse de la fantasía de ser una
pareja y recordar lo que era real. Dijo que se dejó llevar y sus sentimientos
crecieron má s allá de la fantasía.
Allie asintió .

Melanie Harlow
―Está asustada. Se ha escapado.
―Dice que no es mi culpa y que no me culpa.
―¿Te culpas a ti mismo?
―Sí. No. No lo sé ―me incliné hacia adelante, con los codos sobre la mesa
y la cabeza entre las manos―. É l lo es todo para mí, Allie.
―É l necesita escuchar eso.
―Me dijo que no me pusiera en contacto con él. Me pidió que respetara
su necesidad de espacio.
―¿Y la fiesta?
―Dijo que me llamaría mañ ana y que haríamos un plan para asistir, y que
despué s pensaríamos en có mo terminar las cosas ―me levanté de un salto―.
Pero no puedo dejar que eso ocurra. No puedo pasar un día sin intentar
recuperarla.
Allie parecía sorprendida.
―De acuerdo.
―Por eso necesito tu consejo ―empecé a caminar―. ¿Qué puedo decir para
convencerla de que me dé otra oportunidad? ¿Có mo puedo demostrarle que
puede confiar en mí?
―Podrías empezar por decirle lo que sientes ―sugirió ―. Si la amas,
necesita escucharlo.
―Sí la amo. La amo. Pero... ―Me detuve en seco―. No puedo superar esta
maldita cosa en mi cabeza que me dice que no soy lo suficientemente bueno para él.
Mi hermana se encogió de hombros.
―Quizá no lo seas.
La miré fijamente.
―¿Eh?
―Quiero decir, tal vez lo que tienes en la cabeza es correcto. Tal vez no
eres lo suficientemente bueno para él. Tal vez lo vas a arruinar. Tal vez él decida
que no vales la pena.
Le fruncí el ceñ o.
―No está s ayudando.
―Pero quizás ―continuó ― quizá s te arriesgues. Tal vez puedas pasar el
resto de tu vida haciendo cosas para que cada día sea mejor para é l. Ya tienes su
corazó n, Hyunjin . Así que tal vez encuentres formas -grandes y pequeñ as- de
merecerlo para siempre. ―É l inclinó la cabeza―. ¿No suena eso como una buena
manera de vivir?
Podía imaginarlo: la vida se desarrollaba en una serie de días, algunos
buenos, otros malos, pero todos ellos merecían ser vividos, porque é l era mía y yo
era suyo y siempre nos tendríamos el uno al otro.

Melanie Harlow
Pero primero, tenía que encontrarla.
―Gracias ―dije mientras corría hacia la puerta.
―¡De nada! ―dijo tras de mí―. ¡Te facturaré la sesió n!

***

Pasé por la casa de sus padres, pero su coche no estaba allí. No


estaba seguro de dó nde podría estar alojada -con una de sus hermanas-, así
que conduje hasta su casa y la llamé antes de entrar en é l.
Como sospechaba, fue a su buzó n de voz. Dejé un mensaje.
―Hola, soy yo. He encontrado tu carta. Quiero respetar tu necesidad de
espacio, pero tambié n tengo muchas ganas de hablar contigo. ¿Puedes llamarme,
por favor?
Dentro de casa, empecé a darle vueltas a cada una de las palabras que
había dicho en el mensaje y me pregunté si se lo pensaría dos veces antes de
borrarlo. Pero cuando me di cuenta de que mi mente estaba atrapada en ese
bucle negativo, decidí ir a hacer ejercicio en lugar de quedarme sentado
especulando sobre có mo podría reaccionar. Me la imaginé haciendo su sombrerito
de bruja sobre su cabeza, y tendría razó n. Estaba dejando que el miedo tuviera
demasiado poder. Tenía que darle la oportunidad de pensar y respirar.
Pero cuando a las dos no me había devuelto la llamada, perdí la cabeza.
Volví a pasar por la casa de sus padres, pero su coche seguía sin estar allí. No
tenía ni idea de dó nde vivía ninguna de sus hermanas, pero sabía que una de éls
trabajaba en Cloverleigh Farms y otra en Abelard Vineyards.
Abelard estaba má s cerca, así que me dirigí a la península de Old Mission.
Después de aparcar en el aparcamiento de invitados, me apresuré a entrar
en el vestíbulo de la posada inspirada en un castillo francés y miré
frenéticamente a mi alrededor. Algunas personas me miraron fijamente y empecé
a sudar.
―¿Puedo ayudarle?
Miré al mostrador de la recepció n, donde una mujer joven me sonreía. No
tenía ni idea de qué decir. Puede que gruñ era.
―¿Hyunjin ?
Cuando escuché mi nombre, me giré y vi a la hermana de Fé lix , Winnie,
de pie.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó .
―¿Puedo hablar contigo? ―me acerqué a él―. ¿Por favor? Parecía
nerviosa.
―Um, de acuerdo. Vamos a mi oficina.

Melanie Harlow
La seguí hasta un despacho situado en el vestíbulo.
―Gracias ―le dije mientras se sentaba detrá s de su escritorio―. Te lo
agradezco.
―Por supuesto ―señ aló las sillas frente a él―. Por favor, sié ntate.
Pero yo estaba demasiado nervioso para sentarme.
―Necesito tu ayuda ―solté .
―De acuerdo ―sus dedos se amasaron. Dos líneas aparecieron entre sus
cejas―. Estoy buscando a Félix . ¿Sabes dó nde podría estar?
―¿Sé dó nde puede estar? ―repitió .
―Sí.
―Um ―miró hacia un lado―. No puedo decirlo.
―Winnie, por favor. Necesito hablar con él. Es importante.
Se le escapó un gemido agudo y empezó a balancearse hacia delante y
hacia atrá s.
―Pero lo prometí.
―De acuerdo. De acuerdo ―me senté en una de las sillas―. Sé que
probablemente te dijo que no dijeras nada a nadie. Pero, ¿te mencionó
específicamente a mí?
―No ―admitió , sin mirarme a los ojos―. Pero dijo que no se lo dijera a
nadie. Y no puedo decepcionarla.
―Lo entiendo ―tomé aire―. Pero esto es una especie de emergencia.
É l me miró .
―¿Está s bien?
―Sí y no. Lo estaré si puedo hablar con Fé lix . Hay algo que tengo que
decirle.
Winnie continuó balanceá ndose hacia adelante y hacia atrá s,
murmurando para sí misma.
―Puedo guardar un secreto. Puedo guardar un secreto.
―Te daré mil millones de dó lares ―só lo estaba bromeando a medias.
Se acercó al dispensador de cinta adhesiva, arrancó un trozo y se lo puso
en la boca.
Parpadeé .
―¿Es necesario?
É l asintió , arrancó dos trozos má s y se tapó la boca con cinta adhesiva.
―De acuerdo ―levanté las manos―. Lo entiendo. No quieres traicionarla,
y lo aprecio. Pero... ―cerré los ojos y exhalé―. Nunca he estado
enamorado antes, y no lo estoy llevando muy bien.

Melanie Harlow
Lanzó un pequeñ o chillido de sorpresa, o quizá de simpatía. Sus ojos
azules eran brillantes.
―No sé lo que estoy haciendo. Tengo miedo de que cada palabra que salga
de mi boca sea incorrecta. Tengo miedo de que no me crea cuando le diga lo
mucho que significa para mí. Tengo miedo de haber desperdiciado mi
oportunidad de estar con la ú nica chica que me ha hecho sentir que estoy bien.
Winnie cerró los ojos y suspiró . Luego despegó la cinta.
―No lo hiciste. Puedes recuperarla. Pero tal vez debería ser algo má s que
palabras.
―¿Có mo qué? Dimelo ―le rogué ―. Haré lo que sea necesario.
Pensó por un momento.
―Sabes, Félix siempre ha sido un poco diferente a Millie y a mí ―dijo
Winnie―. Má s inteligente y má s tranquila y no en el mismo tipo de cosas que
nosotras. Nunca estuvo demasiado obsesionada con la ropa, el maquillaje o los
chicos. Cuando jugá bamos a la Cenicienta de pequeñ as, yo era la princesa, Millie
era el hada madrina o la madrastra malvada, dependiendo de su estado de
á nimo, ¿y sabes lo que Fé lix siempre quiso ser?
―¿Qué ?
―El mago Merlín.
Me hizo sonreír, a pesar de todo.
―Nos decían: '¡No hay ningú n mago en esta historia! ¿No puedes ser el
príncipe? Y é l decía: '¡No! ¡El príncipe es una mierda! ¿Qué hace é l para merecerla,
sacarla a bailar? ¿Besarla? No sabe nada de é l, ni siquiera su nombre.
―Quiero decir que no está equivocada ―dije.
―Así que puso al mago Merlín en Cenicienta. Y de alguna manera, al final,
siempre fue la magia de Merlín la que realmente salvó el día. ―Winnie se rió ―.
Supongo que lo que intento decir es que Fé lix no necesita un príncipe. No necesita
ser rescatada. Pero... ―se encogió de hombros―. Todas las chicas quieren
sentirse como una princesa a veces.
―Lo entiendo ―hice una pausa―. No, no lo entiendo.
Winnie se rió suavemente.
―La conoces, Hyunjin . Creo que puedes resolver
esto. Algo se me ocurrió .
―¿Puedes enviarle un mensaje?
Winnie asintió .
―¿Tienes un trozo de papel que pueda usar? ¿Y un bolígrafo?
Sacó una hoja de papel de la impresora y me la pasó por el escritorio junto
con un bolígrafo.

Melanie Harlow
Usando nuestro có digo, escribí las ú nicas palabras que sabía que é l no
podía ignorar. Te necesito. Por favor, estate ahí para mí. Luego doblé el papel y se
lo entregué a Winnie.
―Eres una buena hermana.
É l sonrió .
―Gracias. Mi familia lo es todo para mí.
En el exterior, respiré profundamente varias veces y volví la cara hacia el
cielo, rezando para que me llegara la inspiració n. ¿Por qué no había visto má s
películas romá nticas en mi vida? Nunca había grandes gestos romá nticos en la
ciencia ficció n. Un avió n pasó por encima de mí, dejando una estela blanca sobre
el azul brillante.
Fue entonces cuando me di cuenta.

Melanie Harlow
VEINTITRÉS

Félix
Cuando llegué al trabajo el viernes, Gianni me dijo que Winnie quería
verme.
―Ha estado aquí un par de veces buscá ndote ―dijo―. Intentó llamar y
enviar mensajes de texto pero dijo que no respondías.
―Sí, me estoy tomando un descanso de mis redes sociales, y me pareció
má s fá cil simplemente tomar un descanso de mi telé fono por completo ―dije―.
Voy a ver lo que quiere.
Encontré a Winnie en el vestíbulo, dirigiendo a los invitados al patio,
donde se celebraba una cena de ensayo.
―Hola ―le dije―. ¿Me estabas buscando?
―Sí. Hyunjin estuvo aquí ―él sonrió ―. Pero guardé el secreto. Tuve que
cerrar la boca con cinta adhesiva, pero lo mantuve.
―¿Hoy? ―mi voz se elevó ―. ¿Estuvo aquí hoy?
―Sí. Esta tarde temprano.
―¿Qué quería? ―mi corazó n había empezado a acelerarse.
―Quería saber dó nde encontrarte. No se lo dije ―añ adió rá pidamente―.
Pero le prometí que te daría esto. ―Metió la mano en el bolsillo de su pantaló n y
sacó un pequeñ o cuadrado doblado.
Se lo quité y lo desdoblé .

Tardé menos de diez segundos en descifrar los puntos y las líneas de la

Melanie Harlow
pá gina. Se me llenaron los ojos.
―¿Qué es? ―preguntó Winnie―. ¿Algú n tipo de lenguaje secreto?
―Sí ―sollocé―. Dice 'Te amo'. Está escrito en el có digo que nos
prometimos honrar siempre.
―Aww, eso es tan lindo. Parecía realmente miserable... él te ama, Lissy.
Mucho.
―¿Tú crees?
―¡Claro que sí! Me dijo que nunca había estado enamorado, y que no sabe
lo que está haciendo, y que tiene miedo de haber desperdiciado su ú nica
oportunidad de estar con la ú nica persona que lo significa todo para él.
La piel de gallina cubrió mis brazos.
―¿Dijo todo eso?
Él me ama. Me ama.
―¡Sí! Y estoy segura de que no debía decirte nada de eso, pero en mi
defensa, hice evidente que soy terrible guardando secretos. Tambié n me ofreció
mil millones de dó lares por tu paradero ―levantó la barbilla―. Quiero que sepas
que no acepté el dinero.
Me reí.
―Gracias.
Se inclinó en una pequeñ a reverencia.
―De nada. Creo que deberías escucharlo, Fé lix . Los chicos no son
perfectos, ¿sabes? A veces necesitan una segunda oportunidad para hacer algo
bien.

***

Má s tarde, esa noche, cuando volví a casa de Millie, lo llamé .


―¿Hola?
No pude evitar sonreír.
―Eso es nuevo. Esperaba tu saludo habitual.
―Estoy trabajando en algunas cosas sobre mí.
―Bien por ti ―hice una pausa―. Recibí la batiseñ al. ¿Está s bien?
―No. Hay algo que tengo que decirte, o me va a comer vivo.
―De acuerdo.
―¿Puedo verte?
―Supongo que sí. Estoy en casa de Millie.

Melanie Harlow
―Envíame un mensaje con la direcció n ―dijo―. Estaré allí tan rá pido como
pueda.
Colgamos y le envié la direcció n de Millie. Tuve el tiempo justo para
quitarme el uniforme de trabajo y ponerme unos pantalones cortos y una
camiseta, y aunque me debatí entre arreglarme el pelo y maquillarme, decidí no
hacerlo. Hyunjin sabía cuá l era mi aspecto por la mañ ana, por la tarde y por la
noche. No necesitaba pintarme la cara para é l.
Pero saqué el anillo de la caja azul y lo puse en mi dedo.
Cuando llegó , yo estaba sentada en el porche con los brazos alrededor de
las rodillas. Mi pulso se aceleró cuando é l subió por el paseo delantero.
―Hola ―dije, poniéndome en pie.
―Hola ―su sonrisa era infantil y encantadora―. ¿Quieres dar un paseo
conmigo?
―Claro.
Me tomó de la mano y me llevó al lado del pasajero de su coche, donde me
abrió la puerta y la cerró después de que entrara. Unos minutos má s tarde, nos
dirigimos a la ciudad.
―¿Vamos a algú n lugar en particular? ―pregunté .
―Ya lo verá s.
Intenté adivinar a dó nde podría llevarme, pero nos quedamos en tanto que
no había muchos lugares que tuvieran un montó n de recuerdos para nosotros
ademá s de su casa. Como no íbamos en esa direcció n, estaba completamente
desconcertada.
Por un momento, me pregunté si me llevaría a algú n aeró dromo
donde un jet privado nos llevaría a algú n lugar exó tico. Esperaba que no, no
quería que pensara que necesitaba ese tipo de cosas para ser feliz.
No debería haberme preocupado. Hyunjin me conocía mejor que eso.
Incluso mejor, nos conocía a nosotros.
Paramos detrá s de la biblioteca pú blica, donde una ancianita nos
esperaba junto a la puerta con un juego de llaves. Era bajita y regordeta y tenía la
cabeza llena de rizos cobrizos.
―Ahí está s ―susurró emocionada―. Me estaba poniendo nerviosa.
―Lo siento, Gladys. Muchas gracias por esto.
―De nada, querido. Me alegro de ayudar ―desbloqueó la puerta y se puso
un dedo sobre la boca―. No enciendas ninguna luz, ¿de acuerdo?
Hyunjin asintió .
―No tardaremos mucho.
―Esperaré en mi coche ―Gladys miró a un lado y a otro entre los dos y
suspiró antes de apresurarse a acercarse a un Buick, el ú nico otro coche del
estacionamiento.

Melanie Harlow
―¿Qué demonios? ―susurré mientras Hyunjin me tomaba de la mano y
tiraba de mí a travé s de la oscura y silenciosa biblioteca―. ¿Por qué estamos
aquí?
―Necesito una segunda oportunidad en algo ―me condujo a la sala de
estudio de la secció n principal de la biblioteca y a la mesa donde una vez nos
sentamos a estudiar para nuestro examen de cá lculo AP.
Me reí suavemente mientras Hyunjin me sacaba la silla.
―Gracias.
Se sentó a mi lado.
―No sé qué habría pasado si hubiera tenido el valor de besarte esa
noche. Pero sí sé que siempre he lamentado no haber aprovechado esa
oportunidad cuando la tuve.
―¿Esto es una repetició n? ―pregunté , con el corazó n latiendo tan fuerte
como cuando tenía diecisiete añ os.
―Es un hacerlo-mejor. ―Se inclinó , sus labios casi tocando los míos, y se
detuvo―. No está s masticando chicle, ¿verdad?
Sacudí la cabeza.
―Bien ―tomando mi cabeza entre sus manos, apretó sus labios contra los
míos, haciendo saltar chispas por todas partes bajo mi piel―. Todo va a
ser diferente a partir de ahora.
―¿Lo será ?
―Sí. Esa noche, me contaste algo que nunca le habías contado a nadie.
Voy a devolverte el favor.
―De acuerdo. ―Intenté tragar y me resultó difícil.
―Te amo, Fé lix . Siempre te he amado. Y si me dejas, te amaré por el resto
de mi vida.
Yo jadeé .
―Oh, Dios mío. Hyunjin , yo...
―Espera. Quiero escuchar cada una de las palabras que quieres decir,
pero me temo que si no lo saco todo de golpe, perderé los nervios. O me olvidaré
de algo importante.
―De acuerdo ―dije, riendo suavemente.
―Aquel día en que mi familia se presentó en mi casa y te pedí que
siguieras fingiendo que é ramos novios, no fue só lo porque quería quitarme a mi
madre de encima. Fue porque quería tener la oportunidad de estar contigo sin el
riesgo de perderte. No confiaba en mí mismo para no arruinar las cosas. No creía
que alguien como yo pudiera retener a alguien como tú . Estaba convencido de
que si te acercabas lo suficiente, verías todos mis defectos e idiosincrasia y
sabrías que podías hacerlo mejor.
―Todo lo que quiero es a ti ―susurré ―. Pero entiendo tu miedo. Yo

Melanie Harlow
tambié n tenía miedo. Pensaba que podía racionar mis sentimientos como lo hacía
habitualmente.
―¿Como las trufas?
Sonreí.
―Como las trufas. Pero no funcionó . Cada día que está bamos juntos me
caía má s y má s profundo.
―Yo también ―dijo―. Estaba destrozado cuando llegamos a casa
desde Nueva York.
―¡Lo mismo! Incluso en Nueva York, el día que me probé el traje
―sacudí la cabeza―. Sabía que no era só lo un traje , sin importar lo que
dijeras.
―Tenías razó n.
―Y el anillo ―miré mi mano, la banda que rodeaba mi dedo―. Me diste un
anillo de verdad.
―Quería comprarte todas las cosas reales, porque mis sentimientos eran
reales. Pero era má s fá cil gastar dinero que admitirlos.
―Hagamos la promesa de que seremos sinceros el uno con el otro a partir
de ahora.
―Trato.
―¿Es aquí donde puedo decirte que también te amo?
Sonrió .
―Claro.
―Yo también te amo, todo en ti. Lo que tú ves como defectos e
idiosincrasia es lo que te hace diferente y especial. Yo tampoco soy perfecta ―dije
riendo―. Probablemente siempre me cortaré el pelo cuando esté
estresada, nunca caminaré bien con tacones altos y seguiré soltando cosas al azar
cuando esté nerviosa.
―Podría pensar que eres la chica equivocada si no lo haces.
―Y sé que puede que no siempre esté s en contacto con tus sentimientos
de toro terrestre, pero prometo ser paciente y no arrebatarlos a mi pequeñ o
caparazó n de cangrejo.
―Bien ―se inclinó hacia delante y me besó ―. Porque só lo hay un
cangrejo para mí.
―¿Y qué pasó para que te dieras cuenta de todo esto?
Se rió .
―Mi hermana. Resulta que é l sabía que el compromiso era una mierda, pero
no dijo nada, porque pensó que era só lo la forma en que está bamos trabajando el
nervio para admitir lo que sentíamos de verdad.
Yo jadeé .

Melanie Harlow
―¡Igual que Millie!
―Me vio luchando con mis sentimientos y prá cticamente me dijo que
tenía que superarme o dejarte ir ―sacudió la cabeza―. Dejarte ir no era una
opció n. Así que aquí estamos.
―Aquí estamos ―sonreí y miré a mi alrededor―. ¿Có mo es que estamos
aquí?
―Resulta que una de las Abuelas Prancin' es la jefa aquí.
―¿Gladys?
―Gladys. ―Se encogió de hombros―. Tambié n hice una gran donació n a la
Fundació n de Amigos de la Biblioteca Pú blica.
Me reí.
―¿Habrá un ala de Hyunjin Frecnch en algú n momento del pró ximo añ o?
―Posiblemente ―Volvió a tomar mi mano, jugando con mis dedos―. ¿Qué
posibilidades hay de que pueda conseguir que vengas a casa conmigo esta noche?
―Hmm. ¿Estamos hablando de una probabilidad teó rica?
Se encogió de hombros.
―Si insistes.
―Entonces diría que el resultado deseado es muy probable. De hecho,
diría que es una certeza matemá tica.

***

A la mañ ana siguiente, Hyunjin se levantó temprano como de costumbre


para salir a correr, pero lo agarré del brazo y lo metí de nuevo en la cama.
―Cinco minutos má s ―le rogué.
Riendo, me acercó una vez má s y nos enredamos el uno en el otro
mientras la luz del sol entraba por la ventana. Anoche ni siquiera nos habíamos
molestado en cerrar las cortinas, pues teníamos tanta prisa por quitarnos la ropa
el uno al otro. Nuestro reencuentro había sido acalorado y frené tico al principio;
nos habíamos lanzado el uno al otro como si hubié ramos estado separados
durante meses, no días. Pero la segunda ronda fue má s lenta y dulce, como si
nos hubié ramos asentado y supié ramos que no teníamos que apresurarnos. No
había una fecha límite, ni un final a la vista. Nadie nos iba a quitar este
sentimiento.
―Así que sobre esta noche ―dijo, pasando su mano por mi espalda
desnuda―. Tengo una sorpresa para ti.
―¿Sí? ―Sonreí y me acurruqué má s―. Sí, es decir, si tengo permiso para
sorprenderte.
―Lo tienes.

Melanie Harlow
Solté una risita.
―Me gustan tus sorpresas.
―Só lo tengo una petició n. ¿Puedo recogerte para la fiesta en casa de tu
hermana Millie?
―Claro. ¿Pero por qué?
―Si te lo digo, se estropeará la sorpresa. ―Me besó la parte superior de la
cabeza―. Só lo tienes que confiar en mí.
―Lo hago ―cerré los ojos, felizmente feliz―. Confío en ti.
―No lo he mencionado todavía, pero le dije a Changbin que no voy a
volver a San Francisco.
Levanté la cabeza y le miré fijamente.
―¿Qué ? ¿Vas a dejar HFX?
―Todavía no lo he decidido. Pero quiero vivir aquí, contigo. Empezaré a
buscar un nuevo lugar esta semana.
Mis ojos se llenaron.
―¿De verdad? ¿Te vas a quedar aquí? Porque me iría contigo a California
si eso es lo que quieres. Mi negocio puede ir a cualquier parte conmigo.
―No. Ya he tenido suficiente de esa vida. Me gusta estar aquí. Mi familia
está aquí, tu familia está aquí, es pacífico y tranquilo... No quiero irme.
Volví a apoyar mi mejilla en su pecho y me abrazó con fuerza.
―Todo va a salir bien ―me prometió .
Parecía un sueñ o, pero por fin é ramos reales.

Melanie Harlow
VEINTICuATRO

Félix
Mis hermanas me ayudaron a prepararme.
Winnie llegó a casa de Millie -con Allie y Luna a cuestas- con una
maleta entera llena de zapatos, accesorios y cosmé ticos. Mientras Millie me
peinaba, Winnie me pintaba las uñ as y las chicas se acercaban con un par de
tacones tras otro, los ponían en mis pies y se apartaban para juzgarlos.
―Esto es como las hermanastras de Cenicienta despué s del baile ―dijo
Luna emocionada.
―Salvo que no es mala ni fea y que todos los zapatos le quedan bien
―señ aló Hallie.
Yo me reí.
―¿Cuá l crees que irá mejor con el traje ?
―¡Los brillantes! ―dijo Luna, señ alando mi pie izquierdo. Eran unas
sandalias con tiras de pedrería y tacones peligrosamente altos―. Esas son las
que má s parecen zapatillas de cristal.
―Por supuesto que elegirías esas. ¿No hay una princesa que usaba
zapatillas?
―No. ¿Qué deberíamos hacer con su pelo? ―Millie le preguntó a Winnie.
―Hmmm. ―Winnie se rodeó el medio con un brazo y se golpeó los
labios con un dedo―. ¿Qué tal un moñ o alto? ¿Una especie de look
Audrey Hepburn?
Millie asintió .
―Eso podría funcionar.
Me puse el traje , Millie me recogió el pelo y Winnie me maquilló . Hallie y
Luna me ayudaron a atarme los zapatos, y luego las cuatro se apartaron y me
miraron.

Melanie Harlow
―¿Y bien? ―pregunté , girando en círculo―. ¿Có mo me veo?
―Perfecta. ―Los ojos de Millie brillaban.
―Me encanta ese traje ―dijo Luna.
―Sí, incluso el pelo no está mal. ―Hallie asintió con su aprobació n―. ¡Me
gusta!
Me miré por ú ltima vez en el espejo de cuerpo entero de Millie y tuve que
admitir que nunca me había sentido tan guapa. Quizá no tenía el pelo dorado de
Winnie ni las curvas de Millie, pero era yo, y me veía bien.
―Gracias, chicas.
―Pensé que la fiesta era una sorpresa ―dijo Luna―. ¿Có mo es que lo
sabes?
―Porque Winnie no sabe guardar secretos ―le recordó Hallie.
―Shhh ―me llevé un dedo a los labios―. Vamos a fingir que no lo sabía.
Todas ustedes se ven maravillosas tambié n. Estoy tan contenta de que todos
esté n allí esta noche.
Un momento despué s, llamaron a la puerta.
―¡Yo lo atiendo! ―Las dos chicas má s jó venes salieron corriendo hacia las
escaleras. Lo siguiente que escuché fueron fuertes chillidos y aplausos.
Mis hermanas salieron corriendo de la habitació n de Millie. Me miré por
ú ltima vez en el espejo, recogí mi pequeñ o bolso de noche y salí con cuidado
hacia la parte superior de la escalera. Me agarré a la barandilla y empecé a bajar,
pero só lo llegué a la mitad antes de ver a Hyunjin de pie en la parte inferior,
mirá ndome.
Se me cortó la respiració n. Llevaba un traje negro, camisa blanca y la
corbata azul que había llevado en la reunió n, la que hacía juego con sus ojos.
Llevaba el pelo peinado a la manera de una estré l de cine, lo que me hizo bailar
por dentro -aunque un mechó n de cabello se había soltado-, y llevaba el pelo bien
recortado.
Lo mejor de todo fue la forma en que me miró .
―Eres tan hermosa ―dijo en voz baja, moviendo la cabeza como si no
pudiera creer lo que veían sus ojos.
―Gracias ―Llegué al final y me tomó la mano.
―¡Ha venido en un carruaje, Félix ! ―Hallie dio un salto y aplaudió ―.
¡Con dos caballos blancos! ―añ adió Luna, empujando la puerta para abrirnos.
Miré a Hyunjin , con la boca abierta.
―¿Es esto cierto?
Se encogió de hombros.
―He oído que así se movían los multimillonarios en su día.
Riendo, salí al porche y aspiré , llevá ndome ambas manos a las mejillas.

Melanie Harlow
―¡Oh, Dios mío!
En la acera había un carruaje blanco abierto, de los que se alquilan a los
turistas para que los lleven por la ciudad durante el verano, enjaezado con dos
hermosos caballos blancos.
―Nuestro conductor se llama Alfred ―dijo Hyunjin , ofreciendo su brazo―.
Y me advirtió que se tardará un poco má s en llegar a Abelard a caballo que en
coche, así que probablemente deberíamos ponernos en marcha.
―¡Espera, dé jame hacer una foto! ―Millie entró corriendo en la casa y
salió con su telé fono.
Posamos para unas cuantas fotos y luego Hyunjin me ayudó a subir al
carruaje.
El conductor inclinó su sombrero en mi direcció n.
―Señ orita.
―Hola, Alfred ―dije―. Encantada de conocerte.
―¡Nos vemos allí! ―llamó Winnie, mientras Hallie y Luna miraban con
nostalgia el carruaje―. ¡Y recuerda que nunca supiste de la fiesta!
Me reí y les mandé un beso. Hyunjin subió a mi lado y se sentó . Un
momento despué s, está bamos en camino.
Tomé su mano entre las mías.
―No puedo creer que hayas hecho esto. Para alguien a quien no le gusta
ser el centro de atenció n, esto es una locura. ¿Eres realmente Hyunjin Hwang , el
amigo que conozco desde hace quince añ os?
Se rió .
―Sí y no. En realidad soy Hyunjin Hwang , pero ya no quiero ser só lo tu
amigo.
―Bien. Porque estoy locamente enamorada de ti.
Sus ojos me recorrieron.
―Está s impresionante, Fé lix . Sé que tengo que compartirte con mucha
gente esta noche, pero no puedo esperar a llevarte a casa.
Mi cara se calentó .
―Te eché mucho de menos mientras no estabas. Odiaba dormir sola.
―No tienes que volver a dormir sola, si no quieres ―tomó mi mano―.
Quise decir lo que dije anoche. Quiero amarte para siempre.
―Eso es lo que yo también quiero ―acercá ndome a é l, apoyé la cabeza en
su hombro y é l me rodeó con un brazo. El sol era cá lido en mi cara y cerré los
ojos―. ¿Y ahora qué ? ¿Debemos fingir que hemos decidido posponer la
boda? Siempre podemos decir que Millie no pudo...
―Oye. ―me dio un apretó n―. ¿Qué tal si disfrutamos del viaje por
ahora?

Melanie Harlow
Sonreí.
―Me parece bien.

***

Unos treinta minutos despué s, el carruaje entró en la entrada de los


viñ edos Abelard. Me senté y me alisé la falda del traje .
Fue entonces cuando Hyunjin gimió .
―Oh, Jesú s.
―¿Qué ?
Señ aló un poco má s arriba del camino.
―Parece que nuestro pú blico está aquí para recibirnos.
Levanté la vista y me eché a reír. Las Prancin' Grannies, todas ataviadas
con sus camisetas rosas deslumbrantes, se alineaban a ambos lados de la
carretera de grava, saludando y gritando.
―¡Hola! ¡Felicidades! Nos alegramos mucho por ustedes.
Reconocí a Gladys cuando le devolví el saludo y sonreí, gritando:
―¡Gracias!
―Una de éls, Mona, está casada con Alfred ―explicó ―. Así es como
arreglé esto tan rá pidamente.
―Vaya, tú y las Abuelas está n muy unidos estos días ―bromeé .
―Estaban muy dispuestas a ayudarme a hacer esto especial para ti.
―Awww. Qué amable de su parte.
El carruaje se detuvo en la entrada de Abelard, y Hyunjin me ayudó a
bajar.
―Puede que tengamos que invitarlas a nuestra boda.
Mi corazó n se aceleró con fuerza cuando mis pies tocaron el suelo.
―¿Nuestra qué?
Señ aló al cielo y yo seguí la línea de su dedo.
Y jadeé : allí en el cielo había un pequeñ o avió n con una pancarta detrá s
que decía Félix , ¿quieres casarte conmigo?
Ató nita, miré a Hyunjin , que se había arrodillado.
―Esto es lo auté ntico ―dijo, tomando mi mano izquierda con las dos
suyas. Su boca se convirtió en una sonrisa infantil―. Ya te he comprado el
anillo y ya llevas el traje , así que he pensado que debería hacerte la verdadera
pregunta.

Melanie Harlow
―Oh, Dios mío ―me toqué el corazó n con la mano libre―. Dios mío, no
puedo creer que esto esté sucediendo.
―Fé lix MacAllister, te he amado durante má s tiempo del que sabes, y nunca
habrá otro humano en esta tierra que me importe má s. Puede que no tenga
poderes má gicos, pero tú me entiendes, me aceptas y me haces feliz. Sé que esto es
probablemente un shock para ti, y si no quieres decir que sí hoy, también está bien,
pero eres la ú nica para mí, hoy y siempre.
―Sí ―dije, con las lá grimas resbalando por mis mejillas―. ¡Por supuesto
que sí! Mil veces sí.
Se levantó y me abrazó , nuestros labios se encontraron en el beso má s
dulce y real que jamá s habíamos compartido. Detrá s de é l, las Prancin' Grannies
aplaudieron, e incluso los caballos relincharon su aprobació n.
Sonreí a Hyunjin .
―Tienes poderes má gicos: has convertido esta cosa en una verdadera
fiesta de compromiso.
Se llevó un dedo a los labios.
Me reí, má s feliz que nunca.
―Nunca lo diré.
―¿Qué dicen, señ oras? ¿Alfred? ―Hyunjin se dirigió a nuestro pú blico―.
¿Quieren unirse a nosotros?
―Pensamos que nunca lo pedirías ―dijo una abuelita de gruesas cejas con
lá piz.
Hyunjin se volvió hacia mí.
―Félix , esta es Jackie. Su nieto está volando el avió n allá arriba.
―Es un placer conocerte, Jackie ―sonreí a todas las abuelas―. Y gracias a
todas por estar aquí.
―De nada ―Jackie palmeó la espalda de Hyunjin ―. Guíame por el camino.
Se pavonearon detrá s de nosotros todo el camino hasta el patio, donde
nuestras familias nos saludaron con un ruidoso y exuberante
―¡Sorpresa! ―mientras recuperá bamos el aliento, los Clipper Cuts se
lanzaron con "Let Me Call You Sweetheart".
―Supongo que esta es nuestra canció n ―le susurré a Hyunjin .
Me atrajo hacia é l y me rodeó la cintura con sus brazos.
―Su repertorio es limitado ―me susurró ―. Pero a mí me funciona.
No estoy segura de si fueron las armonías de antañ o, o el sencillo
sentimiento de la letra, o el hecho de estar rodeada de todos nuestros seres
queridos lo que me hizo emocionarme, pero no pude evitar llorar al terminar la
canció n.
―Awww ―dijo la señ ora Hwang mientras me abrazaba―. ¡Estoy tan feliz

Melanie Harlow
que yo también podría llorar!
Frannie, también con los ojos empañ ados, me abrazó a continuació n,
seguida de mi padre -que me abrazó tan fuerte que me volví a ahogar-, luego
Millie, Winnie, Audrey y Emmeline, Allie y las chicas de Dex.
―¡Nos hemos cruzado con ustedes en la carretera! ―Me dijo Luna―. Pero
no se nos permitió gritar por las ventanas.
―O tocar el claxon ―añ adió Hallie.
―Muchas gracias por venir ―les dije―. Me alegro mucho de que estén aquí.
―Nos encantan las fiestas de compromiso ―dijo Hallie―. ¡La ú ltima vez
que fuimos a una fue el día que conocimos a Winnie!
―Esperamos que nuestro padre le pida a Winnie que se case con él, pero
dice que dejemos de molestarlo con eso ―dijo Luna.
Hallie negó con la cabeza.
―Nunca dejaremos de molestarlo con el tema.
―Nunca ―coincidió Luna.
―Pero hay una cosa que no entiendo ―dijo Hallie, señ alando el avió n, que
seguía volando por encima―. ¿Por qué ese cartel dice 'Félix , ¿quieres casarte
conmigo? ¿No estaban ya comprometidos?
Hyunjin y yo nos miramos y é l sonrió .
―Sí y no ―dije, tomando su mano―. Ambas cosas pueden ser ciertas.

***

La fiesta estaba aú n en pleno apogeo cuando vi a Hyunjin de pie, solo, má s


allá del borde del patio, de espaldas a mí, con las manos en los bolsillos mientras
estudiaba las colinas del viñ edo a la luz del sol poniente.
Me excusé de la conversació n que estaba escuchando y me dirigí hacia é l.
―Hola ―dije, metiendo mi brazo dentro del suyo―. ¿Có mo está s? Siento
que nos hayamos separado.
―Estoy bien ―me sonrió ―. Só lo necesitaba un minuto o dos
para recuperar el aliento.
―Has estado increíble esta noche. Gracias por esto ―incliné mi cabeza
sobre su hombro―. Por todo.
―De nada.
Aspiré el dulce atardecer de verano y dejé que mi mirada recorriera las
pulcras hileras de vides y á rboles frutales.
―Qué bonito es esto, ¿verdad?
―¿Te gustaría vivir aquí?

Melanie Harlow
―¿En Abelard? ―Me reí―. ¿Quién no lo haría?
―Tal vez no este lugar exacto, pero tal vez podríamos encontrar algo cerca.
O algo en el agua. O algo con algo de terreno y podrías tener tu propia pequeñ a
granja ―se rió ―. Puede que me guste ser agricultor. Parece un trabajo con
mucha soledad.
Me enfrenté a é l.
―¿Hablas en serio?
―Sí ―se encogió de hombros―. Le dije a Changbin que quizá no volvería
a
HFX.
Se me cayó la mandíbula.
―¿Qué?
―Es probable que suponga una bajada importante de mis impuestos, pero
estaba pensando en hacer otra cosa con mi vida, empezando por casarme
contigo.
Se me cerró la garganta y sacudí la cabeza.
―Siento que alguien va a despertarme en cualquier momento. Esto es un
sueñ o. ¿Renunciarías a ser multimillonario por mí?
Se rió .
―Seguiré siendo multimillonario. Pero a menor escala. Espero que lo
suficientemente pequeñ a como para que nadie se preocupe por mí.
Rodeé su cintura con mis brazos y apoyé mi cabeza en su pecho.
―Me importas. No por tus miles de millones. Só lo por ti.
Me abrazó , besando la parte superior de mi cabeza.
―¿Volverá s a vivir conmigo?
―Por supuesto que sí.
―¿Y quedarte durante setenta y dos añ os?
Sonreí y le abracé má s fuerte.
―Al menos.
―Hablando de casa, ¿cuá nto tiempo má s tenemos que estar en esta fiesta?
Por mucho que te quiera con ese traje , te voy a querer aú n má s sin é l.
―¿Sabes qué? ―incliné la cabeza hacia atrá s y lo miré , mi sangre se
calentó al pensar en su piel sobre la mía―. Creo que ya les hemos dado
suficiente de nosotros esta noche. ¿Deberíamos despedirnos y salir a escondidas?
Apretó sus labios contra los míos.
―Nunca tienes que hacerme esa pregunta dos veces.

***
Melanie Harlow
Hyunjin había conseguido que Neil condujera su coche hasta la fiesta, así
que pudimos llegar a casa rá pidamente. En realidad, rá pido era un eufemismo:
nunca había visto a Hyunjin conducir tan rá pido.
Cuando llegamos, puso el todoterreno en el estacionamiento y se apresuró
a abrirme la puerta del pasajero. Entramos en la casa por la cocina, que estaba
oscura y sombría. Empecé a caminar hacia el dormitorio, pero en cuanto la
puerta se cerró tras nosotros, Hyunjin me agarró de la muñ eca.
―Ven aquí.
Aplastando su boca contra la mía, me besó fuerte y profundamente, y sus
manos se deslizaron por mi pelo. Las horquillas cayeron al suelo. Nuestros labios
y lenguas se encontraron, acariciando y consumiendo. Me arrinconó contra la
nevera, con su duro cuerpo presionando, su boca movié ndose por mi garganta
mientras yo luchaba por respirar.
Este hombre será mi marido.
El deseo irradiaba desde lo má s profundo de mi ser, y empujé las solapas
de su chaqueta, tratando de quitá rsela de los hombros. Se encogió de hombros
y la dejó caer al suelo antes de poner sus manos en mi espalda desnuda,
deslizá ndolas por dentro del traje , sus dedos clavá ndose en mis costillas
mientras su boca volvía a asaltar la mía. Frustrada, intenté arrancarle la camisa
de los pantalones, pero é l era má s grande y má s fuerte y me sujetó con
demasiada fuerza.
Llevé una mano a su entrepierna y acaricié el grueso y duro bulto,
satisfecha cuando gimió .
―Quiero esto ―susurré contra sus labios, frotando su polla―. Lo necesito.
―Tendrá s que esperar ―me agarró por la cintura, me hizo girar. Y me
colocó en esa preciosa isla de má rmol―. Tengo hambre.
Antes de que me diera cuenta, me había bajado las bragas de encaje por
las piernas y las había tirado a un lado. Luego, su cabeza desapareció bajo la
falda de tul de mi traje . Me dejé caer de nuevo sobre los codos, gritando mientras
su boca descendía sobre mí con largas y decadentes caricias y rá pidos y duros
movimientos gloriosos y arremolinados que convertían el oscuro techo de la cocina
en un cielo lleno de estréls. Deslizó sus dedos dentro de mí, trabajando en
conjunto con su lengua. Enganché mis piernas sobre sus hombros, cruzando mis
tobillos detrá s de su cabeza. En cuestió n de minutos, toda la parte inferior de mi
cuerpo se tensó , cada terminació n nerviosa estaba viva y zumbaba.
Succionó mi clítoris en su boca y mi cabeza cayó hacia atrá s, mis gritos
rebotaron en las paredes y mi cuerpo se contrajo alrededor de sus dedos
mientras mi orgasmo se desbordaba contra su lengua.
Antes de que recuperara el aliento, se enderezó y me sacó de la isla,
llevá ndome hacia el dormitorio. Jadeante y mareada, me aferré a su cuello para
salvar mi vida, temiendo que si me soltaba, mi cuerpo se deslizaría hasta el suelo
porque me había derretido los huesos. Milagrosamente, conseguí ponerme en pie

Melanie Harlow
cuando me colocó a los pies de la cama.
―Destrozaría este traje só lo para quitá rtelo, pero no si quieres volver a
ponértelo ―dijo, enredando mis costillas con sus manos―. Así que dime ahora.
―¡Sin rasgar! ―dije frenéticamente―. Quiero casarme con este traje .
Cremallera lateral.
Bajó la cremallera del traje y deslizó las mangas de mis hombros. Cayó a
mis pies en una nube blanca. Con cuidado, me desprendí de é l, lo recogí y lo
dejé sobre la silla de la esquina del dormitorio.
―Pero espera ―dije, quitá ndome los tacones―. Ya has visto el traje . ¿Es
eso mala suerte?
―No. Hacemos nuestra propia suerte ―dijo, aflojando el nudo de su
corbata y sacá ndola del cuello―. Quiero decir, podría pasar un par de minutos
tratando de convertir nuestras probabilidades en probabilidades implícitas, pero
me temo que mis capacidades cognitivas han sido secuestradas por mi polla y es
probable que juzgue mal las probabilidades. Ahora ven aquí.
Riendo, fui corriendo hacia él y salté a sus brazos, enlazando mis piernas
alrededor de su cuerpo aú n completamente traje . Por sorpresa, perdió el equilibrio
y caímos sobre la cama. Me senté a horcajadas sobre sus muslos y le desabroché el
cinturó n.
―Eres un nerd de las matemá ticas.
―Algunas cosas nunca cambian ―dijo, palmeando mis pechos,
burlá ndose de mis pezones con sus pulgares.
De alguna manera, me las arreglé para quitarle el resto de la ropa, aunque
é l no me lo puso fá cil ya que no paraba de distraerme con su boca y sus manos.
Pero finalmente, no pudo esperar ni un minuto má s y me colocó debajo de é l y
buscó un condó n.
Contuve la respiració n mientras é l se introducía en mi interior, un
centímetro caliente y grueso cada vez, y gemimos al unísono mientras se
enterraba profundamente.
―Te amo ―susurré , acercá ndolo má s.
―Yo tambié n te amo ―dijo mientras empezaba a moverse―. Y no me
importan las probabilidades. Apostaría por nosotros siempre.
Cubrió mi boca con la suya, y me rendí al movimiento sinuoso de sus
caderas, a la fricció n y el calor entre nosotros, al ritmo de su polla dentro de mí, a
la agonía final de nuestra liberació n compartida, donde era imposible decir dó nde
terminaba é l y dó nde empezaba yo.
No sentí miedo en mi corazó n, só lo amor, pertenencia y esperanza.

***
Cuando nuestra energía se agotó por fin -tardó un rato-, finalmente nos
derrumbamos y nos acurrucamos.

Melanie Harlow
―Si alguien viene a la puerta por la mañ ana, no vamos a responder ―dijo
Hyunjin bruscamente―. No voy a compartirlo.
―Trato hecho ―dije―. Podemos quedarnos en la cama todo el día, y
luego ir a buscar el resto de mi-dispara!
―¿Qué ?
Me había olvidado de la jodida Wongyoung; le había prometido una
historia para mañ ana. Me senté y puse una mano en su pecho cá lido y
respirante.
―Tengo que decirte algo, y no te va a gustar.
―¿Ahora? ―bostezó ―. Porque estoy jodidamente contento, y si es como
un gran brunch o algo a lo que quieres que asista por la mañ ana, prefiero no
saberlo.
―No es un brunch. Es Wongyoung Pepper-Peabody ―le conté que me escuchó
en Plum & Honey y que luego me abordó en el trabajo.
Hyunjin se apoyó en un codo.
―Espera. ¿Está tratando de chantajearte?
―No exactamente. No creo que quiera dinero ni nada. Só lo quiere una
historia.
―Bueno, que se joda. No puede tener la nuestra ―se acostó de nuevo―.
Voy a comprar ese maldito estú pido tabloide mañ ana y ponerlo fuera del negocio.
Me reí.
―Sé que lo harías, pero ¿sabes qué ? Prefiero tener la satisfacció n de
decirle a Wongyoung que ya no tiene poder sobre mí.
―Bien. É l es la que va a quedar como una imbé cil de todos modos, ya
que en realidad nos vamos a casar.
―Cierto.
―¿Cuá ndo quieres hacer eso, de todos modos?
―¿Casarnos? ―Lo pensé por un momento―. Sabes, a menos que quieras
esperar, podríamos mantener la fecha de la boda que Millie reservó para nosotros
en Cloverleigh Farms.
―No necesito esperar. Sé lo que quiero.
Sonreí ante la convicció n de su voz.
―Entonces hagá moslo. Podemos avisar a todo el mundo mañ ana para
reservar la fecha ―volví a acurrucarme contra é l.
―Oh, sí. Olvidé que habría otras personas involucradas. Supongo que no
puedo convencerte de que te fugues, ¿eh?
―No, pero tampoco necesito un circo de tres pistas. Só lo nuestras familias.
―Y las Prancin' Grannies.
Me reí.
Melanie Harlow
―Y las Prancin' Grannies.

***

La tarde siguiente, Hyunjin y yo quedamos con Wongyoung en Plum &


Honey. Le dije que no tenía que estar allí, pero me dijo que no se perdería la
oportunidad de verme mandar a la mierda a Wongyoung, aunque no pensaba
usar esas palabras. No las necesitaría.
Cuando se deslizó en una silla frente a nosotros, pareció sorprendida.
―Está n aquí juntos?
―Por supuesto que sí ―dije―. Y só lo tenemos unos minutos porque nos
dirigimos a Cloverleigh Farms para ultimar los planes de nuestra ceremonia.
Wongyoung se quedó boquiabierta.
―¿Ceremonia? Como en, ¿realmente te vas a casar?
―Nos vamos a casar de verdad. El ú ltimo domingo de agosto.
―¡Pero dijiste que era falso! Te escuché.
―Debes haber entendido mal ―dije con calma, tomando un sorbo de mi
café .
Wongyoung frunció el ceñ o.
―No lo hice. Me lo confesaste en la sala de catas de Abelard.
―Estoy segura de que no tengo ni idea de lo que quieres decir. Ese día
estabas bebiendo. Quizá s está s confundida, el vino puede hacer eso.
―No estaba confundida ―insistió Wongyoung―. Me dijiste que te
habías inventado todo para bajarme los humos. ¿Ahora dices que es real?
―Exactamente. ―Chasqueé los dedos dos veces―. Sigue el ritmo.
Se sentó y cruzó los brazos sobre el pecho.
―Todavía podría filtrar la historia.
―Podrías ―acepté ― pero será s tú quien quede como una tonta cuando
hagamos el nudo.
Wongyoung hizo un mohín.
―Esto no es justo. Yo no soy la que mintió , pero me está n castigando.
―Le mentiste a Félix en la reunió n cuando juraste que no revelarías nuestro
compromiso ―señ aló Hyunjin .
―Oh, vamos. ―Wongyoung puso los ojos en blanco―. Félix sabía que
iba a contarle a todo el mundo: soy la chica mala. Siempre he sido la chica mala.
La gente só lo es amiga mía porque los intimido.
―Te diré algo, Wongyoung ―dije―. Deja de intentar intimidarme, y trataré
de ser
Melanie Harlow
tu amiga de verdad.
―¿En serio? ―se animó un poco―. ¿Puedo ir a tu boda?
―Ya veremos.
―¿Y hará s el catering de mi despedida de soltera? No puedo dejar de
pensar en esos crostinis de sandía.
Me encogí de hombros.
―Claro.
―Y tal vez… ―se alisó las puntas del pelo―. ¿Tal vez podrías darme el
nombre de tu estilista? He estado pensando en probar un flequillo como el tuyo.
Me eché a reír.
―¿Qué es tan gracioso? ―preguntó Wongyoung.
―En realidad, Wongyoung, los corté yo misma.
―¿Te cortaste el pelo? ―estaba visiblemente horrorizada.
―A veces. Es un há bito nervioso, algo que hago cuando siento que mi vida
está fuera de mi control ―me encogí de hombros―. No debería hacerlo, pero
¿sabes qué ?
―¿Qué ?
―Está bien si lo hago. No tengo que ser perfecta. O a la moda. O incluso
simé trica.
Miré a Hyunjin , y su sonrisa lo era todo.
―Puedo ser simplemente yo. Y eso es suficiente.

Melanie Harlow
EPÍLOGO

Félix
Un mes después

―¿Está s lista? ―Millie entró en la habitació n de Cloverleigh Farms que mis


hermanas y yo usá bamos para prepararnos.
―Definitivamente. ―Estudié mi reflejo una ú ltima vez―. ¿Crees que es
una tontería que lleve el mismo traje ? Todo el mundo aquí lo reconocerá .
―En absoluto ―dijo Winnie, repartiendo ramos a todos―. Te
queda precioso, y esta vez tienes el velo. Eso cambia totalmente el look.
Me acerqué para tocarlo: era el velo de Frannie, y ninguna de nosotras
había pensado que quedaría bien con el traje , pero de alguna manera el velo
largo y tradicional le daba el toque justo al traje corto y moderno. Todas
habíamos derramado lá grimas cuando Frannie lo sacó de la caja para que yo
pudiera probá rmelo, recordando el día en que se casó con nuestro padre.
―Tambié n las zapatillas. ―Millie se rió , sacudiendo la cabeza―. Es un look
propio.
Me miré los pies.
―Sí, no podría volver a usar esos tacones. Al menos está n limpios y
blancos.
―Está s increíble. Ni siquiera se ve la sangre en el traje ―dijo Emmeline
con generosidad.
Me reí.
―Gracias. ―El traje había sido limpiado en seco despué s de la fiesta,
pero definitivamente todavía se podía ver la dé bil mancha. Estaba bien, las
pequeñ as imperfecciones no me molestaban.
Audrey me acarició un poco el flequillo.

Melanie Harlow
―Y tu pelo es tan bonito. Buen trabajo alejá ndose de las tijeras hoy.
―¿Saben qué ? ―Sonreí a mis cuatro hermanas―. Lo crean o no, ni
siquiera estuve tentada. Pero creo que Hyunjin sacó ayer todas las tijeras de
la casa por si acaso.
Hyunjin y yo está bamos alquilando un lugar en la ciudad mientras
buscá bamos un terreno para construir. Había dejado su puesto de director
general de HFX y había vendido la mayoría de sus acciones a Changbin , pero
había aceptado quedarse como consultor mientras pudiera trabajar desde casa.
Tenía varias ofertas de otras empresas, tanto en el sector de las criptomonedas
como fuera de é l, pero hasta ahora las había rechazado todas.
Quería dedicar má s tiempo a su fundació n benéfica, y también le habían
ofrecido un puesto de profesor adjunto en el departamento de matemá ticas de
una universidad cercana. La directora del departamento era una de nuestras
antiguas profesoras de matemá ticas del instituto, y él y yo lo habíamos convencido
de que intentara dar una sola clase pequeñ a este semestre.
Natalia, su nueva terapeuta, tambié n estaba de acuerdo con el plan, y
aunque se quejaba de é l todo el tiempo -le recordaba demasiado a Allie- no la
había despedido.
Pensé que era una buena señ al.
―Todas está n preciosas ―dije, con el corazó n lleno de amor y
gratitud mientras miraba a las mujeres que me rodeaban. Cada una había elegido
sus propios traje s de estilos diferentes pero en tonos complementarios: las gemelas
de melocotó n y sandía, Winnie de coral, Millie de escarlata―. No podría estar
má s orgullosa de tener a mis cuatro hermanas a mi lado hoy.
Winnie se abanicó la cara.
―No me hagas esto. Mi rímel aú n no está seco.
―¡No hay lá grimas! Hoy estamos todos contentos. ¿Has visto a Hyunjin ?
―Le pregunté a Millie.
É l sonrió y asintió .
―Parece un milló n -perdó n- de dó lares con su traje y corbata, pero
tambié n un poco nervioso.
―Sí, cincuenta pares de ojos sobre él no es lo suyo ―dije―.
Definitivamente está haciendo esto por mí.
―Sinceramente, papá es probablemente un desastre mayor ―dijo Millie,
riendo―. No para de llorar y de pasearse.
―Pone una fachada tan dura, pero en realidad es un blandengue ―dijo
Winnie―. Entregar a una de sus chicas por primera vez probablemente lo esté
matando.
―Si está s lista, Félix , deberíamos bajar ―dijo Millie―. Frannie ya se ha
sentado y papá está esperando fuera. No creo que debamos dejarlo solo
demasiado tiempo.

Melanie Harlow
―Vamos ―dije, dá ndome una ú ltima mirada en el espejo―. Estoy lista.

***
―Só lo dale como dos minutos, ¿de acuerdo? ―Millie miró a nuestro padre
por encima de su hombro. Está bamos de pie en el patio del restaurante de
Cloverleigh Farms, a la sombra y fuera de la vista de las diez filas de sillas que se
habían colocado en el borde del huerto. El sonido de los Clipper Cuts flotaba
sobre el césped hacia nosotros.
Las gemelas habían caminado por el pasillo una al lado de la otra, y
Winnie las había seguido. Millie hacía de dama de honor y sería la ú ltima
asistente antes de mi padre y de mí.
―De acuerdo ―ni estó mago estaba lleno de nervios, pero me sentía
firme en mis pies. Sonreí a mi padre, tan fuerte y guapo con su traje gris. De
repente me entraron ganas de llorar, así que hice una broma―. Apuesto a que
nunca pensaste que sería la primero, ¿eh?
Su sonrisa era dulce y triste al mismo tiempo.
―Nunca pensé en esto en absoluto, o me habría derrumbado.
Se me hizo un nudo en la garganta.
―No es justo, papá . No me hagas arruinar este momento con feas
lá grimas.
―Lo siento ―extendió su brazo, y deslicé mi mano a travé s de él―. No
podría estar má s feliz por ti, cariñ o. No me sorprende en absoluto que seas la
primera, porque es Hyunjin . Quizá si hubiera sido un desconocido, lo habría
cuestionado... pero ustedes dos siempre han estado ahí el uno para el otro, y eso
es el matrimonio. Los fuegos artificiales son geniales, pero lo que importa es la
amistad.
Le besé la mejilla.
―Te quiero, papá .
―Yo tambié n te quiero, cariñ o. ―Miró en la direcció n en la que se había ido
Millie. Los Clipper Cuts se habían lanzado a cantar nuestra canció n―. Creo que
es nuestro turno.
―Hagá moslo.
Salimos de la sombra y entramos en el calor del sol de la tarde. Me sentí
sorprendentemente segura del brazo de mi padre mientras caminá bamos entre
los invitados que se habían reunido para nosotros. Tal vez fueran las zapatillas de
deporte. Tal vez fuera el clima. Tal vez fueran todas las caras conocidas, no só lo
las de los clanes Lee y Hwang , sino tambié n las de toda la familia Sawyer. Todas las
hermanas de Frannie y sus maridos, sus hijos, John y Daphne, que habían sido
como abuelos para mí. Las Prancin' Grannies estaban todas presentes, e incluso
Wongyoung estaba allí, luciendo un flequillo recién cortado, tan corto y picado
como si lo hubiera hecho yo misma.

Melanie Harlow
Tal vez fue Hyunjin , que me observó caminar hacia é l como si nunca
hubiera imaginado que este tipo de momento nos perteneciera. Cuando llegamos
a é l, vi algo de nerviosismo en sus ojos, sí, pero tambié n amor, orgullo y gratitud.
Mi padre le estrechó la mano y me besó la mejilla, luego tomó asiento junto a
Frannie, que me lanzó un beso y se secó los ojos con un pañ uelo.
Miré a mis hermanas, todas con una amplia sonrisa, Winnie y Millie con
los ojos llenos de lá grimas.
Me toqué el corazó n y me enfrenté a Hyunjin , mi amigo y mi para
siempre. El amor de mi vida.
Aquel mechó n desobediente había superado su producto de peinado y se
había soltado en la frente. Cohibido, trató de quitá rselo, pero yo le tomé la mano
y sonreí.
―Dé jalo ―le susurré ―. Me encantan las imperfecciones.
Pero allí, en este lugar lleno de cá lidos recuerdos, junto a mi mejor amigo
del mundo, frente a las personas que má s queríamos, esperando nuestro "felices
para siempre", tuve que admitir que, incluso con imperfecciones, algunos
momentos de la vida seguían siendo perfectos.
Ambas cosas podrían ser ciertas.

Fin

Melanie Harlow
ESCENA EXTRA

Félix
Volví a colocar el tapó n azul y coloqué el bastó n en posició n horizontal,
con la ventana de resultados hacia arriba, tal y como decían las instrucciones.
Respirando profundamente, programé el temporizador de mi telé fono para tres
minutos.
Tres minutos.
Eso es lo que tardaría en cambiar nuestras vidas para siempre.
No es que Hyunjin lo supiera todavía: seguía en la universidad. Tenía
horario de oficina hasta las cinco de la tarde los viernes, y siempre había
estudiantes que acudían necesitando ayuda extra o simplemente queriendo
charlar. Era un profesor popular (lo que no sorprendía a nadie má s que a é l), y
se lo pasaba en grande hablando de matemá ticas todos los días. Todavía sufría
algú n que otro ataque de pá nico al comienzo de un nuevo semestre, pero en su
mayor parte, controlaba su ansiedad mucho mejor que antes. Natalia seguía
siendo su terapeuta, y por mucho que odiara admitir que su hermana había
tenido razó n sobre el enfoque de aceptació n y compromiso, no se podía negar
que le había ayudado enormemente.
Comprobé el temporizador, indignada al ver que só lo habían pasado
treinta segundos. Mi reacció n instintiva fue buscar unas tijeras y empezar a
recortarme para pasar el tiempo, pero en lugar de eso, tomé aire y cerré el cajó n.
Las madres necesitan paciencia, ¿verdad? Las madres necesitan mantener la
calma bajo presió n. Las madres probablemente no debían cortarse el pelo
cuando estaban ansiosas.
Salí del bañ o y me dirigí a nuestro dormitorio, llevando mi teléfono
conmigo.
Mis ojos recorrieron la habitació n, un espacio hermoso y relajante con
mucha luz natural, una cama tamañ o king cubierta con un mullido edredó n
blanco y un fresco suelo de bambú bajo mis pies descalzos. Sobre la có moda
había una foto de familia tomada en la ú ltima fiesta de Cloverleigh Farms.

Melanie Harlow
Abuelos, padres, hermanos, suegros, primos, sobrinos.
Me puse una mano sobre la barriga. Quizá la pró xima vez que se hiciera
una foto de la familia ampliada, habría otro en la mezcla. Una cosita linda con los
ojos azules de Hyunjin y el hoyuelo de la barbilla de los MacAllister.
Realmente lo
esperaba. Un minuto
menos.
Tomando aire, me di la vuelta y miré nuestra cama: había sido hecha a
toda prisa esta mañ ana despué s de un jugueteo que había provocado que el
edredó n colgara de un lado, las sá banas se torcieran y la almohada de Hyunjin
estuviera en el suelo. A pesar de que llevá bamos dos añ os casados, no nos
cansá bamos el uno del otro. Todavía nos parecía que está bamos recuperando el
tiempo perdido.
Hacía unos tres meses que habíamos decidido dejar de usar mé todos
anticonceptivos, lo que, de alguna manera, había hecho que el sexo fuera aú n
má s divertido: había una capa añ adida de excitació n, un enorme riesgo que
está bamos corriendo, una apuesta por nuestro futuro. Está bamos nerviosos,
pero una familia era algo que ambos queríamos.
Otra mirada ansiosa a la pantalla de mi telé fono.
―¿Có mo puede ser que aú n me quede un minuto y medio? ―grité―.
¿Esto es una especie de deformació n del tiempo?
Me senté a los pies de la cama, me tumbé boca arriba y cerré los ojos.
Inhalé y exhalé , luchando contra el impulso nervioso de correr al bañ o y
comprobar el resultado.
Estaría bien, sin importar el resultado, estaría bien.
Los ú ltimos dos añ os habían sido maravillosos, só lo Hyunjin y yo.
Habíamos construido una hermosa casa con una cocina de ensueñ o. Teníamos
un enorme jardín y mucha tierra. Seguía dirigiendo The Veggie Vixen, con tres
empleados, y tenía planes para abrir una pequeñ a tienda y una cafetería en el
centro de la ciudad. Hasta ahora no había conseguido el contrato para el libro,
pero no perdía la esperanza. Había aprendido que todo lo que está destinado a
ser lo será ; a veces tarda un poco, pero hay que mantener la fe.
Comprobé el temporizador.
Dos minutos menos.
Mi corazó n empezó a acelerarse cuando me senté y me dirigí de nuevo al
bañ o. Caminé lentamente, como si quisiera demostrar al universo que no podía
llegar a mí. Cuando llegué al lavabo, no miré el palo de tapa azul. En su lugar,
me centré en mi reflejo en el espejo.
¿Estaba al cien por cien capacitada para ser madre? ¿Para ser totalmente
responsable de otro ser humano? No estaba del todo segura, para ser sincera.
Pero estaba dispuesta a intentarlo.
Y Hyunjin sería un padre increíble. A pesar de que había insistido alguna
vez en que no estaba hecho para ser padre, era un tío cariñ oso, un profesor
Melanie Harlow
paciente y el marido má s generoso y cariñ oso que nadie podría pedir. Me
mimaba muchísimo; era la chica má s afortunada del mundo y nunca m e había
sentido má s feliz en mi propia piel. Fé lix Hwang era la mejor versió n de mí que
jamá s había existido.
El temporizador se disparó y pulsé el botó n de parada. Entonces miré el
palo.
Signo de má s.
Cerré los ojos. Los abrí de nuevo. El signo má s seguía siendo el mismo. Yo
jadeé .
―¡Oh, Dios mío!
Parpadeando varias veces, miré fijamente la prueba, como si el resultado
pudiera cambiar delante de mis ojos. Cuando estuve segura de que mi mente no
me estaba jugando una mala pasada, el pequeñ o signo azul "má s" se volvió
borroso. Me puse las manos en el estó mago y sonreí, enjuagando rá pidamente
las lá grimas. Luego salí a toda prisa del bañ o.
Hyunjin llegaría a casa en cualquier momento, y yo tenía un plan.

***

Hyunjin
A las seis menos cuarto, entré en la calzada, maravillado -como siempre-
de poder llegar a casa todos los días.
Esta hermosa propiedad. Esta increíble casa. Mi sexy y adorable esposa.
No di por sentado ni una sola parte de esta vida de ensueñ o.
La cocina olía de maravilla cuando entré , a hierbas frescas y limó n. No vi a
Fé lix por ninguna parte, pero había una hoja de papel sobre la isla doblada en
tres. Mi nombre estaba escrito en é l.
Curioso, dejé las llaves y la cartera y desdoblé la nota

Melanie Harlow
Sonreí. Nos gustaba dejarnos pequeñ as notas en clave. Pero este mensaje
no era una de las frases habituales que intercambiá bamos, como Te amo o Que
tengas un buen día o (mi favorita) Practica esta noche... No reconocí
inmediatamente las letras, así que tardé un momento en descifrarlas. Cuando lo
hice, se me borró la sonrisa de la cara y se me desencajó la mandíbula. Si mi
cerebro no me estaba engañ ando, la nota decía: "Bienvenido a casa, Papi".
Como Fé lix no tenía la costumbre de referirse a mí de esa manera, esto
só lo podía significar una cosa.
―¿Y bien? ―su voz llegó desde la izquierda, suave y dulce―. ¿Qué te
parece?
Miré y la vi de pie, má s hermosa que nunca. Me acerqué a é l, con la
garganta apretada.
―¿Significa esto lo que creo que significa?
É l asintió , sus labios se curvaron en una sonrisa.
―Estoy embarazada.
―Oh, Dios mío. ―Mi voz se quebró y la rodeé con mis brazos,
levantá ndola de sus pies―. ¿Lo está s? ¿Segura?
Se rió mientras la abrazaba con fuerza, suspendida en el aire, con
nuestros corazones latiendo salvajemente contra el pecho del otro.
―Creo que sí. Me hice tres pruebas, y todas fueron positivas.
―Esto es increíble. ―La dejé en el suelo y tomé su cara entre mis
manos―.
¿Có mo te sientes?
―Bien. Un poco asustada, pero bien.
―No tengas miedo. ―La fuerza de mi tono me sorprendió incluso a mí.
Para alguien que siempre podía imaginar cualquier nú mero de resultados
catastró ficos en una situació n determinada, me sentía extrañ amente tranquilo y
confiado―. Todo va a salir bien.
Melanie Harlow
―¿Crees que estamos preparados para esto? ―Detrá s de sus gafas, sus
ojos estaban preocupados―. Sé que hemos hablado de ello, y está bamos
tratando de hacer que suceda, pero ese signo azul má s fue como-whoa. Es real.
―Amo los signos de má s ―besé sus labios, firme y profundamente, con el
corazó n hinchado de adoració n y gratitud―. Amo que sea real. Y yo te amo a ti.
―Yo tambié n te amo. Es que a veces yo tambié n me siento como una niñ a.
―Lo sé. Pero estamos preparados para esto. Vas a ser una madre increíble,
y yo no puedo esperar a ser padre. ―Me puse de rodillas―. ¿Oyes eso ahí?
Fé lix se rió cuando le levanté la camiseta, dejando al descubierto su
vientre.
―No estoy segura de que él tenga orejas todavía.
Levanté la cabeza.
―¿Crees que es una niñ a?
Parpadeó .
―No sé qué me hizo decir que él... quizás sí creo que es una niñ a.
―Luego se rió ―. Apuesto a que tu madre tendrá algú n método extrañ o
para predecir el sexo, como colgar mi anillo de boda sobre mi vientre y ver hacia
dó nde se balancea.
Gemí.
―Probablemente. ¿Tenemos que decírselo de inmediato?
Me revolvió el pelo.
―¿No quieres decírselo a nuestras familias?
―Sí, quiero tener esto cerca por un momento, só lo nosotros dos.
―Abrazá ndola por las caderas con mis manos, presioné mis labios contra su
cá lido estó mago―. ¿Está bien?
―Por supuesto que sí.
―Te amo ―susurré , luchando por sacar las palabras.
―¿Me hablas a mí o al cacahuete? ―bromeó .
―Los dos. ―Me levanté y la tomé en mis brazos una vez má s, besando la
parte superior de su cabeza antes de meterla bajo mi barbilla―. Mi vida es
mucho mejor de lo que jamá s pensé que sería. Me lo has dado todo. Ni siquiera
sabía que era posible sentir tanto. Gracias.
É l sollozó .
―No tienes que agradecerme, Hyunjin . Esta vida es todo lo que siempre he
querido.
―Dios, estoy tan feliz de que seas mía. ―La abracé con fuerza―. Tenerte
es incluso mejor que tener poderes má gicos.
Inclinando la cabeza hacia atrá s, se rió .

Melanie Harlow
―¿Tú crees?
―Definitivamente ―la besé ―. Eres hermosa ―olfateé su cuello―. Hueles
bien. ―Lamí su garganta―. Y tienes un sabor increíble. ―Luego apoyé mi frente en
la suya―. Ademá s, me entiendes. Siempre lo has hecho.
É l sonrió .
―Y siempre lo haré.

********************************
Prepá rate para má s en la nueva generació n de la serie Cloverleigh Farms... ¡El
libro de Millie es el siguiente!

Melanie Harlow
AGRADECIMIENTOS
Como siempre, mi reconocimiento y gratitud a las siguientes personas por
su talento, apoyo, sabiduría, amistad y á nimo...
Melissa Gaston, Brandi Zelenka, Jenn Watson, Hang Le, CE Johnson,
Corinne Michaels, Melissa Rheinlander, el equipo de Social Butterfly, Anthony
Colletti, Rebecca Friedman, Flavia Viotti & Meire Dias de Bookcase Literary,
Nancy Smay de Evident Ink, Julia Griffis de The Romance Bibliophile, la
correctora Michele Fight, Stacey Blake de Champagne Book Design, One Night
Stand Studios, las Shop Talkers, la Hermandad, las Harlots y el Harlot ARC
Team, los blogueros y organizadores de eventos, mis reinas, mis betas, mis
correctores, mis lectores de todo el mundo...
Me gustaría agradecer especialmente a mis lectores de sensibilidad, que
tan generosamente respondieron a mis preguntas sobre el Trastorno de Ansiedad
Social, compartieron sus experiencias y leyeron el libro antes de tiempo para
aportar sus comentarios. Les estoy muy agradecida.

Melanie Harlow
SOBRE LA AuTORA
A Melanie Harlow le gustan los tacones altos, los martinis secos y las
historias con partes traviesas. Es la autora de la serie Bélmy Creek, la serie
Cloverleigh Farms, la serie One & Only, la serie After We Fall, la serie Happy
Crazy Love y la serie Hwang ed.
Escribe desde su casa en las afueras de Detroit, donde vive con su marido
y sus dos hijas. Cuando no está escribiendo, probablemente tenga un có ctel en la
mano. Y a veces, cuando lo hace.

Melanie Harlow
Melanie Harlow

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