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El rosismo y sus herramientas de control y disciplina

https://es.slideshare.net/claudioateran/07-tiempo-de-j-m-de-rosas

Para describir cuáles fueron las herramientas utilizadas por el rosismo


para controlar y disciplinar a los que consideraban enemigos del régimen, es
necesario considerar algunas cuestiones como: las prácticas en el control del
disenso y de la oposición política; las formas de control con respecto a la
homogeneidad de opinión; y qué momentos dentro del período Rosista analiza
cada autor.

Las herramientas que Rosas utilizó para controlar y disciplinar a los que
consideraba enemigos del régimen, según Gelman, Lynch, Salvatore y Di
Meglio, fueron: la legislatura, los jueces de paz; la prensa y
propaganda; la policía; y a la iglesia. Se buscaba que la misma
homogeneidad de opinión aplicada en la campaña se viera reflejada en la
ciudad.
En primer lugar el control de la legislatura – criatura del gobernador
según Lynch, además del poder Judicial, concedido por la suma del poder
público, donde el ejecutivo goza de poderes extraordinarios cuyos límites
serian establecidos por él mismo. Consistió en una de las herramientas que
más autonomía le proporcionaba a Rosas, pues le confirió la facultad no sólo
de hacer las leyes, sino que las interpretaba, las cambiaba y las aplicaba.
Lynch lo define como un poder sin limites, el autoritarismo total, al obtenido
1835. Estas facultades dieron sustentabilidad del régimen, y la posibilidad de
controlar todo y todos. Los autores concuerdan que la absoluta prioridad era la
idea de que el pueblo debía apoyar de forma unánime al gobierno federal. Para
ese fin se presentaron dos medidas especificas: las elecciones, aunque
regulares, seguían con lista única, la oficial; y los plebiscitos, a fin de
corroborar aceptación publica de otorgarle a Rosas la suma del poder público.
Ambas contribuyeron a consolidar el régimen de unanimidad y la hegemonía
de Rosas. De los autores, Lynch es que trabaja cómo esta herramienta influyó
para la consolidación de la política rosista.
En segundo lugar, otra herramienta son los jueces de paz. En relación
a sus funciones, tanto Salvatore como Di Meglio están de acuerdo que estos
elaboraban clasificaciones, informes en los que se confeccionaban los perfiles
políticos de los vecinos porteños, los considerados de alguna forma unitarios
quedaban excluidos de cualquier función publica o militar y recibían
vigilancia especial por parte de las autoridades. La sospecha, o de facto ser
unitario, resultaba incriminatorio y desventajoso ante cualquier pleito en el
que se viera el individuo, pues eran enemigos del régimen. Asimismo
Salvatore añade, que encontrarse en ellas conllevaba estar sujeto a golpizas,
prisiones, intimaciones, confiscaciones y últimamente el asesinato. Estas
medidas hacían recordar los peligros de escapar a la homogeneidad de
opinión. Además Lynch, presenta como misión de los jueces de paz, luego de
la aprobación de la ley del sufragio universal, asegurar que las listas de
candidatos oficiales resultaran elegidos, además de cumplir con las funciones
administrativas y judiciales, era también comandante de milicia, jefe de
policía y recaudador de impuestos. Los intitula, luego de 1829, como criaturas
de Rosas, instrumentos impotentes o cómplices de una política expresada en
arrestos, confiscaciones, conscripciones, dirigida contra cualquiera que fuera
considerado unitario. Igualmente Salvatore y Di Meglio hacen mención del
intento de construcción de un sistema de información orientado a controlar las
acciones y expresiones de todos los ciudadanos, mediante la confección de
listas de unitarios, criminalización de las expresiones en contra de la causa
federal, control de las viviendas y de los colores de la vestimenta, había una
forma de ser y un aspecto federal o unitario muy marcado en la fisionomía, los
atuendos y colores. Además según Lynch, para Rosas lo distintivo tanto de los
epítetos de tratamiento como la fisionomía federal constituía un signo de
unidad y lealtad, pero en realidad era una forma de presión, pues ellos estaban
obligados a mostrar conformidad y sus verdaderas inclinaciones.
En tercer lugar, la prensa, según Salvatore, sufrió la censura previa
desde 1833, hecho que generó pocos y moderados opositores. Y los que
apoyaban su gestión se transformaron en una ayuda crucial para diseminar sus
pensamientos y políticas y producir adhesión. Defendían los aciertos del
gobierno, procuraban contrarrestar las criticas de los exiliados, estimulaban a
la población a desenmascarar y denunciar los unitarios, explotó el patriotismo
frente a la amenaza extranjera. Por otro lado Lynch, remonta esta restricción al
año 1831, y para el 1832, la suspensión de los periódicos y una prensa
efectivamente amordazada. Pasaba así a existir como voceros del gobierno
solamente la prensa oficial, entre ellas, la Gaceta Mercantil y el Archivo
Americano. Que se constituyeron como uno de los medios de propaganda
rosista, ellas explicaban y defendían al régimen, y lo presentaban a Rosas
como un defensor del orden, de los intereses nacionales y de la independencia
americana. Hubo además un componente social simbólico legitimador del
régimen atenuado por la propaganda, que en sus eslóganes dejaba muy claras
esos componentes, así como cierta igualdad de clases en el ser federal, donde
todos eran escuchados, aunque servían de forma distintas, uno con sus vidas
otros con sus bienes. Asimismo Di Meglio, deja trasparecer que cuando el
bloqueo Francés fragmentó el poder del sistema, Rosas buscó el refuerzo del
apoyo popular, y para ello se sirvió también de la prensa en la formación de
opinión. Por este medio direccionó el odio popular hacia el rey Luis Felipe, y
no hacia los franceses que residían en Buenos Aires, y así evitar un
enfrentamiento armado con Francia. Algunos grupos disidentes entre el 1838
y el 1841 también se valieron de la prensa como una tarea propagandista
clandestina contraria al régimen, Gelman los llama de generación romántica.
Hubieron unos que creyeron ser la plataforma ideal para luego pasar a una
acción más directa creyendo contar con mayor apoyo del pueblo cansado de la
miseria y la esclavitud. Estos intentos de derrocamiento se vieron frustrados
con las derrotas de Corrientes, de la guerra en el norte con la victoria chilena
frente a la Confederación peruano-boliviana.

Otra forma de hacer propaganda eran las fiestas patrias, que


también contribuían para control del disenso. Según Di Meglio y
Salvatore, en ellas se representaban los principios del federalismo, la
necesidad de continuar el esfuerzo de guerra y la gratitud de pueblo federal a
Rosas y sus jefes militares. Se buscó también reforzar sus vínculos hacia abajo
al optimar la cercanía por ejemplo la valoración de las mujeres en todo el
preparo de las fiestas, y con los negros de la ciudad al darles de cierto lugar en
las festividades de la ciudad, escuchar sus demandas y a algunos favorecer con
libertad, principalmente aquellos que servían a unitarios, según Lynch, que los
describía como apoyo sumamente útil en las calles y eran parte de sus
seguidores populares. De igual forma Salvatore atribuye la identificación con
la patria, mediante contenidos emotivos y afectivos a los publicistas del
rosismo, que permitian una asociación constante del régimen con la defensa
del sistema republicano representativo, además de una exaltación de la
defensa nacional frente a las amenazas extranjeras. Se justificaría así todas las
acciones para repeler a los que atentaran contra la patria, Rosas se presentaba
como salvador y defensor de la misma, hecho que justificaría sus atribuciones
excepcionales.

En cuarto lugar, un factor predominante en el control y adestramiento


fue el papel que desarrolló de forma oficial y paraoficial la policía. La que en
algunas instancias actuaba de forma legal, y parte de ella en algunas otras
veces no, diferencias en las que concuerdan todos los textos. De forma
institucional y legal, se encargaba de la seguridad urbana, control,
denuncia de oposiciones al régimen, reclutamiento de vagos para el
Ejército, factores que tenía gran repercusión entre la plebe porteña, y otros
además, en la vigilancia política. Según Di Meglio, una de las dificultades
presentadas en los otros grupos sociales eran los vínculos barriales, que les
permitían utilizar como defensores a personajes fundamentales de la ciudad,
como los alcaldes de barrio, los tenientes alcaldes, los oficiales milicianos, los
curas y los jueces de paz. Otra seria la legitimidad, dado que no se podía
simplemente matar a los opositores utilizando las facultades extraordinarias,
acción que justificaría plenamente la acusación de tiranía que los emigrados le
imputaban al régimen rosista.

Como paraoficial (no institucional) y con acciones ilegales se presentó


la mazorca. Que era un grupo compuesto por parte de los empleados de la
Policía en actividad, pero que funcionaba fuera de todo orden, vinculado
sólo con Rosas y con la Sociedad Popular, según Salvatore era su fuerza de
choque, y para Lynch eran una organización terrorista. En esto residió la
diferencia con los otros miembros de la Sociedad Popular Restauradora, que
los otros no mataban. Sus acciones consistían en un conjunto de excesos
populares contra las casas y las personas de los adversarios políticos o
disidentes dentro del federalismo, para intimidarlos y obligarlos al exilio y
como en muchos casos, la ejecución. Di Meglio asevera que esta necesidad se
manifestaba de forma apremiante en tiempos de crisis, y Salvatore aclara que
en particular las crisis políticas o militares. El uso de este cuerpo paraoficial se
vio intensificado en el período que va del 1840 al 1842 según Di Meglio, ya
para Salvatore residió entre los años que van del 1832 al 1842. Concuerdan
que fue un terror selectivo centrado en la elite, matando a unos cuantos por su
oposición al régimen, real o supuesta. Desde la perspectiva de Di Meglio eso
promovió una adhesión más expresiva de la elite porteña a la Sociedad
Popular, que temían por sus vidas y bienes, esa filiación podía ser un seguro
contra cualquier duda acerca de su fidelidad federal y la gran posibilidad de
sufrir una agresión.

Tanto Salvatore como Di Meglio concuerdan que la elite porteña


consistía en el mayor problema para el régimen, pues estaban muy
politizados y divididos internamente además que dominaban la economía
de la provincia. Mientras algunos eran genuinamente federales, otros o
habían sido unitarios o querían el fin del sistema de excepción. El
mantenimiento del orden era lo que ella preciaba, pero el bloqueo francés puso
eso en duda, además la política rosista y la aparente unanimidad empezó a
resquebrajarse. Otra forma de controlar la elite para Di Meglio, fue la mejora
en la relación con los negros que posibilitó a Rosas tener ojos y oídos en todas
las casas aristocráticas, y de esa forma la elite estaba constantemente vigilada.
De la misma forma, Lynch afirma que los negros fueron usados para dos
propósitos: el servicio militar y el espionaje. También presenta a los artesanos
que le sirvieron como otro grupo de controladores, dado su gran influencia en
el cotidiano, y que en su mayoría estaban en Buenos Aires. La existencia de
una sociedad que se patrullaba a si misma permitía que la oposición política
estuviera bajo constante vigilancia. Aun la elite que era la beneficiaria y
sostén principal del régimen rosista, tuvo un rol protagónico en la crisis de las
bases de sustentación del poder. Lynch presenta a la elite como indispensable
para el régimen, en una sociedad altamente polarizada y en la que el status y
poder era conferido por la gran estancia, los estancieros eran los que tenían
poder en la ciudad y en el campo dominaban absolutamente todo, ellos fueron
los que votaron a Rosas para el poder y continuaron votándolo.
Los autores concuerdan que tanto la conspiración de Maza como la
Rebelión del Sur, ambas delatadas en 1839, fueron protagonizadas por, como
dice Gelman, los buenos federales. La última, producto de la reacción de los
buenos federales en contra de la reforma de la enfiteusis, el aumento del
canon, la limitación de la duración del contracto y venta de parte de la tierras
publicas, en un contexto de bloqueo y el intento de una contribución directa.
Para contornar esa situación Rosas prometió premios materiales y honores a
los que se mantuvieran del lado rosista, eso contribuyó a la victoria y al
aumento de las reacciones en contra de los unitarios. Ellas tuvieron como
resultado el juicio legitimo de Ramón Maza y su fusilamiento, y por manos de
la Mazorca el asesinato de Manuel Maza, el presidente de la Sala de
Representantes, del que Rosas acusó públicamente los unitarios. Con el
aumento de la violencia, entre el 1840 y 1842 la población dejó de utilizar
todo lo que se le pudiese relacionar como unitario, y mostrar adhesión al
régimen, tanto por convencimiento o para no ser molestados. Salvatore
presenta la seguidillas de asesinatos a opositores como crímenes del año 40,
ya Lynch los menciona como los peligrosos años 1839 a 1841.
Y por último, la contribución de la iglesia a esa política de
adestramiento y eliminación de la oposición fue contextualizar la
legitimidad sacralizada de la causa federal. En la crisis del 1839 el
establecimiento de las ceremonias idolátricas y adulación a la persona y
obra del restaurador. Rosas impulso a los sacerdotes a terminar sus
sermones afirmando su apoyo a la causa además de la exhibición de su
retrato en las iglesias, que recomendaran el uso de la divisa punzó, hecho
que según Lynch produjo la expulsión por decreto del 22 de marzo de
1843 de los jesuitas por no querer cumplir con estas normas. Esto producía
una difusión de la santa causa, y una demonización – según Di Meglio- de sus
opositores lo que permitía su eliminación consensuada.
Los autores analizan distintos momentos del gobierno rosista. Mientras
que Ricardo Salvatore presenta un análisis de los dos periodos de gobiernos de
Rosas, Gabriel Di Meglio en su disertación se dedica apenas a la segunda
parte de estas gobernaciones particularmente en el bloqueo francés, Jorge
Gelman es el único en presentar una lectura desde el campo tanto de las crisis
del 1838 al 1840 como de la rebelión de los Libres del sur, por ultimo John
Lynch menciona el primer gobierno pero se centra en la segunda etapa de
gobernaciones.
En una sociedad sin partidos políticos, y formas de comunicación
escrita muy limitadas y un electorado prácticamente analfabeto, en el
que la política no se encontraba separada de la vida cotidiana, era
posible hacer política desde distintos ámbitos, y de diversas formas.
Los rumores, las canciones y los chistes que circulaban en las
pulperías, los cuarteles y los fogones formaban parte de la política
tanto mas que lo que ocurría en Palermo o en las redacciones de los
periódicos de la época, de ahí la necesidad imperiosa de inmiscuirse
en todos los ámbitos, pero el incipiente desarrollo del aparato estatal,
impidió que el Estado, supuestamente igualitario, controlara la totalidad de la
vida social y privada de los ciudadanos.
Comentario sobre Peinetón de carey con la efigie de
Juan Manuel de Rosas.
El Museo Nacional de Bellas Artes posee una importante colección de peinetas y
peinetones pertenecientes a la primera mitad del siglo XIX. Los dos ejemplos
seleccionados corresponden al momento de mayor desarrollo de este accesorio de la
indumentaria de las porteñas. En ambos casos se trata de “peinetones” y no de peinetas.
La denominación “peinetón” hace referencia al crecimiento exagerado de tamaño que tuvo
la peineta española en el Río de la Plata a partir de 1830 y hasta 1838, aproximadamente.
En ningún otro lugar de América o de España se evidenció este desarrollo y se puede
afirmar que la moda de los peinetones fue una clara originalidad en el vestir de las
rioplatenses durante el período mencionado.
Hacia 1830 comenzaron a aparecer con asiduidad en la prensa los avisos comerciales que
ofrecían peinetones de diversas formas, lisos y calados. También empezaron a instalarse
peineros que aprovecharon la moda y orientaron el trabajo de sus talleres al
abastecimiento de la cada vez más fuerte demanda de este accesorio de moda. Los
peinetones no llevaban firma ni ninguna forma de identificación por lo que resulta muy
compleja la asignación de los ejemplares conservados a algún taller o a la mano de algún
peinero en particular. En el período consignado ya existía un buen grupo de artesanos que
fabricaban y reparaban estos artículos y es difícil asignarlos a alguno de ellos sin contar
con documentación que testimonie la compra directa a un fabricante determinado.
También se activaron las importaciones de carey. Este material generalmente llegaba al
puerto en trozos o en planchas ya fundidas y se comercializaba al peso. En los talleres,
estas planchas eran cortadas, fusionadas al calor, caladas, cinceladas y pulidas. En
ocasiones también eran estampadas e incrustadas (1).
El fabricante Mateo Masculino era el que realizaba los trabajos de decoración más finos y
elegantes (2). Las fuentes escritas lo señalan también como el primer responsable de la
activación del gusto por accesorios cada vez más grandes y de la moda que se
desencadenó en consecuencia. Así, periódicos como La Gaceta Mercantil lo criticaban
como árbitro de esta moda y llamaban la atención sobre los modelos sucesivamente más
extravagantes que el artesano ofrecía desde su taller. Las piezas de Masculino también
regulaban los precios de un accesorio que cada vez más, durante el período consignado,
se fue convirtiendo en un objeto de lujo desmedido. No es de descartar que, dada la
calidad de los dos ejemplares seleccionados, estos hayan salido de su prolífico taller.
Ambos peinetones fueron realizados en carey y están calados. El primer ejemplo muestra,
con la técnica de calado y cincelado, la silueta de Juan Manuel de Rosas rodeada por un
cortinado en un óvalo central enmarcado por hojas de roble. En la parte superior aparece
un gorro frigio y en la parte inferior del óvalo la leyenda “Federación o Muerte”. Por un
decreto establecido en 1832, Rosas imponía el uso del cintillo rojo punzó y la
incorporación de dicha frase en las insignias de los federales. Este peinetón es uno de los
pocos ejemplares conservados que ostentan esta leyenda y es una muestra muy particular
de la incorporación de los lemas federales en el ámbito de la indumentaria. La decoración
de la pieza se completa de forma simétrica a ambos lados de la silueta descripta con
elementos fitomorfos que forman roleos, cubren toda la superficie y envuelven dos
rosetones en los extremos derecho e izquierdo. El peine posee nueve dientes y en el límite
con el campo de la pieza tiene unas líneas incisas. Los bordes son ondeados y todo el
cuerpo del peinetón se presenta con una curvatura.
El segundo peinetón también es de carey calado y presenta una decoración compleja. El
motivo es simétrico. En el centro del peinetón aparece una lira coronada por un Sol. La lira,
además de ser un motivo asociado con la música, también está relacionada con las artes y
la cultura. A derecha e izquierda se observan dos cornucopias y dos rosetones. De las
cornucopias, y en consecuencia con su simbología asociada a la prosperidad y a la
abundancia, brotan motivos fitomorfos que se extienden por la superficie del peinetón y
envuelven a los rosetones. Los bordes son ondeados. El peine posee diez dientes y el límite
entre el campo y este también está marcado por líneas incisas.
Además de la originalidad del peinetón en las modas locales, uno de los aspectos más
interesantes relacionados con este objeto fue la innumerable cantidad de representaciones
que alcanzó en la prensa escrita, la poesía de corte popular y las imágenes. El debate sobre
el uso de los peinetones era común en los diarios de la época. Las cartas de crítica y
reprobación se repetían constantemente (3). Mientras tanto la poesía popular condenaba a
la mujer que, según sus versos, presa por el deseo de poseer uno de estos objetos, dejaba
de alimentar a su familia y llegaba incluso a prostituirse. En las imágenes, la famosa serie
de litografías de César Hipólito Bacle, Extravagancias de 1834, mostraba en clave
caricaturesca los inconvenientes, físicos y simbólicos, que ocasionaba el uso del peinetón y
el avance de la mujer en la conquista del espacio público (4). Numerosos retratos de Carlos
Pellegrini también muestran a las principales damas de la ciudad luciendo sus caros
peinetones.
La inclusión de referencias políticas en estos accesorios también constituye otro indicio
importante del lugar que llegó a ocupar este accesorio de moda y testimonia la extensión
de las discusiones al ámbito del cuerpo y de la construcción de la apariencia. En este
sentido, la vinculación entre el deseo por poseer un peinetón, prostitución y mujeres
unitarias, fue utilizada por las voces de la poesía popular rosista y federal en la hoja “El que
paga el peinetón” (5). Parece haber sido esta una de las referencias que fue adquiriendo el
objeto y que hacia 1837 llevó a su paulatina desaparición.

1) En 1829, la sociedad todavía conservaba las características del


período hispánico. A los jefes militares y a los altos funcionarios
rosistas, así como también a los hacendados, comerciantes,
sacerdotes, profesionales y las demás personas sometidas con mayor
o menor sinceridad al régimen se los llamaba «clase decente» (ver
Gobiernos de Juan Manuel de Rosas)..

2)

3) Se mantuvieron los tradicionales bailes, tertulias (imagen) y saraos, en los


cuales descollaba Manuelita, la hija de ROSAS, que con su gentileza y
generosidad atenuó más de una vez la severidad de su padre. La casa particular
de ROSAS estaba ubicada en las actuales calles Bolívar y Moreno; el caudillo
pasaba largas temporadas en su vasta residencia de Palermo de San Benito, a
orillas del río y entre la arboleda.

4) Atendía los negocios públicos tanto en el Fuerte como en su casa particular


y en Palermo. En Santos Lugares, partido de San Martín, cerca de la actual Villa
Devoto, existía un campamento militar permanente, con grandes depósitos de
armas, municiones y pertrechos; allí eran encerrados los presos políticos y solían
efectuarse todas las ejecuciones.

5) La muerte de la esposa de ROSAS, doña Encarnación, en octubre de 1838,


motivó largas manifestaciones de pesar; la mazorca llevó luto durante dos años, el
mismo lapso que el gobernador.

6) Los adictos de ROSAS eran reclutados entre la clase humilde, cuyas quejas
y pedidos atendía con diligencia, ya fuera en persona o por intermedio de sus
parientes. Casi todos los plateros, lomilleros y herreros tenían sus talleres en el
barrio de la Concepción. La «clase decente» organizaba por turno fiestas
parroquiales en honor de ROSAS, y el retrato de éste era paseado por las calles
con gran escolta de honor.

7) Los negros, admiradores fanáticos de ROSAS, ocupaban en su mayor parte


la parroquia de Montserrat conocida como «barrio del tambor, del mondongo y de
la fidelidad».
8) Éstos, según fuera su lugar de origen, estaban divididos en sociedades
llamadas «naciones», tales como las «de los congos», «minas» o «benguelas».

9) Cada «nación» tenía su rey, su reina y una comisión encargada de la


celebración de ruidosas fiestas, donde se bailaba el candombe y acompañado por
su hija, ROSAS asistía a estas fiestas.

10) Los indios eran objeto de atenciones cuando concurrían a la ciudad para
trocar cueros, piedras, plumas de avestruz y otros elementos por aguardiente,
tabaco, adornos y telas de vistosos colores; el gobierno les hacía llegar, por
intermedio de los pulperos de la campaña, ropa, azúcar, sal y reses, para lo cual
invertía anualmente la apreciable suma de dos millones de pesos,
aproximadamente.

11) En 1 830 fue clausurado el Colegio de Ciencias Morales, «por no


corresponder sus ventajas a las erogaciones causadas». En su lugar durante años
funcionó más tarde el Colegio Republicano Federal, de carácter privado, cuyo
Director fue el padre jesuíta MAJESTÉ.

12) En 1838 se suprimió del presupuesto la partida destinada a la Universidad,


la cual en adelante, tuvo que sostenerse con recursos propios. También se
suprimieron, en el mismo año, los sueldos de los maestros de la ciudad y de la
campaña, aduciendo como causa, la grave situación de las finanzas, afectadas
por el bloqueo francés.

13) La Casa de Expósitos y el Asilo de Huérfanos quedaron a cargo de la


beneficencia privada. Tanto la entrada de libros como su publicación fueron so-
metidos a la censura. Sin embargo, el Colegio de Montserrat y la Universidad de
Córdoba siguieron funcionando como instituciones provinciales, y en esa época el
doctor FRANCISCO JAVIER MUÑIZ realizó trabajos importantes sobre fósiles y
enfermedades infecciosas. Además, el escritor italiano PEDRO DE ANGELIS,
traído a nuestro país por RIVADAVIA, ordenó y publicó diversos documentos
históricos.

14) El número de periódicos, que en 1833 alcanzaba a cuarenta y tres, en


1842, bajó a solamente tres: La Gaceta Mercantil, Diario de la Tarde y British
Packet, este último escrito en inglés. En las letras, floreció solamente la poesía
tendenciosa, anónima en gran parte, escrita para ensalzar a ROSAS, su esposa
Encarnación y su hija Manuelita, así como a los principales jefes y a la Federación.

15) Las tertulias


16)

17)

18)

19) La elite hispano-criolla pasaba sus tardes en las tertulias, el


ámbito de sociabilidad por excelencia y uno de los mayores
pasatiempos de las damas.
20) Transcribimos a continuación algunos testimonios sobre aquellas
célebres reuniones.

21) Alcides D’Orbigny sobre las tertulias

22) Fuente: Héctor Iñigo Carrera, La mujer argentina, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1972, pág. 26-27.
23) Los atardeceres traen las horas de las reuniones (tertulias); entonces,
cuando hay muchas personas, se conversa y se critica; las mujeres
muestran la mayor amabilidad y una vivacidad espiritual realmente rara;
se baila el minué, el montonero, la contradanza y el vals. La alegría más
expansiva se une a un dejar hacer, a un abandono que no excede,
empero, los límites de las conveniencias, aunque de esa reserva
amanerada que las madres imponen a sus hijas en nuestra sociedad
europea. (…) De preferencia un triste (romanza), lánguido, que las
señoras prefieren y que hacen repetir muchas veces. Esas veladas
amistosas son tanto más agradables cuanto que en ellas reina mucha
alegría y la alegría no decae nunca. 1

24) Las tertulias según Samuel Haigh

25) Fuente: Samuel Haigh, Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú,


Buenos Aires, Biblioteca de La Nación, 1918, pág. 27-28.
26) La sociedad en general de Buenos Aires es agradable; después de ser
presentado en forma a una familia, se considera completamente dentro
de la etiqueta visitar a la hora que uno crea más conveniente, siendo
siempre bien recibido; la noche u hora de la tertulia, sin embargo, es la
más acostumbrada. Estas tertulias son muy deliciosas y desprovistas de
toda ceremonia, lo que constituye en parte su encanto.

27) A la noche, la familia se congrega en la sala llena de visitantes,


especialmente si es casa de tono.
28) Las diversiones consisten en conversación, valsar, contradanza
española, música (piano y guitarra) y algunas veces canto. Al entrar, se
saluda a la dueña de casa y ésta es la única ceremonia; puede uno
retirarse sin formalidad alguna; y de esta manera, si se desea, se asiste
a media docena de tertulias en la misma noche. Los modos y
conversación de las damas son muy libres y agradables, y, como es
costumbre que sean cumplidísimas con los extranjeros, se ha incurrido
frecuentemente en el error con respecto a esta libertad. (…)

29) Juan
Parish Robertson sobre la tertulia de madame
O’Gorman en la primera década del siglo XIX
30) Fuente: Guillermo Furlong, La cultura femenina en la época
colonial, Kapelusz, Buenos Aires, 1961, pág. 249-250.
31) Fue buena fortuna, en llegando a Buenos Aires, encontrar allí
establecida una persona que yo había conocido en Montevideo (…) Tuve
oportunidad de conocer la mayor parte de las mejores familias. Fui
presentado al virrey Liniers, cuya estrella visiblemente palidecía. Tenía
las riendas del gobierno muy flojas, bajo el control de la Audiencia y del
Cabildo, mientras la entonces famosa madama O’Gorman era árbitro
único de sus asuntos domésticos y dispensadora de sus favores.
Cisneros había sido ya nombrado por la corte de la vieja España para
suceder al vencedor de Whitelocke.
32) Entre tanto, se daban las más espléndidas tertulias por madama; y vi
congregadas, noche a noche, en su casa, tales muestras de belleza y
viveza femenina, que hubieran suscitado envidia o impuesto admiración
en los salones ingleses. Las porteñas, con razón se jactan entre ellas,
de mujeres muy encantadoras, quizás más pulidas en la apariencia y
maneras exteriores que en gusto altamente refinado; pero tienen tan
buen sentido, penetración y viveza, de haceros dudar si no sean
mejores tales como son, que lo serían más artificialmente enseñadas.
Tienen, seguramente, poquísima afectación u orgullo; y no puede ser
educación muy defectuosa la que excluye, en la formación del carácter
femenino, dos condiciones tan odiosas. (…)
33) La gran fluidez y facilidad observable en la conversación de las porteñas
deben atribuirse, sin duda, a su temprana entrada en sociedad, y a la
costumbre casi cotidiana de congregarse en tertulias por la noche. Allí,
la niña de siete u ocho años está habituada a manejar el abanico,
pasear, bailar, y hablar con tanta propiedad como su hermana de
dieciocho o su mamá. (…)
34) En cuanto a las buenas costumbres de las señoritas, las señoras creen
que están más seguras bajo la vigilancia materna. Las hijas, en
consecuencia, cuando por primera vez visité a Buenos Aires, nunca se
veían sino en compañía de las mamás o de alguna parienta o amiga
casada. Las solteras no podían salir de paseo sino en compañía de
casadas. Caminaban en fila, una detrás de otra, con el paso más fácil,
gracioso y, sin embargo, dignificado que imaginéis. Luego el cariñoso
saludo, con el cortés y elegante movimiento del abanico, no era para
olvidarse ni para ser imitado. La mamá iba siempre detrás. Si un amigo
se encontraba con el pequeño grupo de familia, le era permitido sacarse
el sombrero, dar vuelta, acompañar a la niña que más le gustase, y
decirle todas las lindas cosas que se le ocurriesen; pero no había
apretones de mano ni ofrecimiento del brazo. La matrona no se cuidaba
de oír la conversación de la joven pareja; se contentaba con “ver” que
no se produjese ninguna impropiedad práctica o indecorosa familiaridad.
Lo mismo sucedía si visitabais una casa. La madre se apresuraba a
entrar en la sala y permanecía presente, con su hija, durante toda la
visita. Para reparar esta pequeña restricción, no obstante, podíais decir
lo que gustaseis junto al piano, en la contradanza, o, mejor, durante el
paseo.
35) Aun cuando éstas son todavía las reglas generales de la sociedad
femenina en Buenos Aires, se han modificado grandemente y continúan
modificándose, por el trato y casamientos con extranjeros. Las
costumbres y maneras francesas e inglesas, gradualmente se mezclan
con las del país, particularmente en las clases superiores.
36) La música es muy cultivada. Siempre hay una dama, en todas las casas,
que puede ejecutar muy bien todos los tonos requeridos para el minué,
el vals y la contradanza. Y cuando las porteñas “bailan”, es con una
graciosa compostura y suelta elegancia, mucho mejores que el término
medio obtenido en este país [Inglaterra], en cuanto yo sepa, de
cualquier sistema de educación en escuelas de baile. 2

37) Referencias:
1 Alcides D’Orbigny, Viaje a la América Meridional, Futuro, Buenos Aires, 1945,
en Héctor Iñigo Carrera, La mujer argentina, pág. 26-27.
38) 2 Biblioteca de “La Nación”. GUILLERMO P. Y JUAN ROBERTSON, La
Argentina en los primeros años de la Revolución, pp. 20-23. Buenos Aires,
1916, en Furlong, Guillermo, La cultura femenina en la época colonial. Pág.
249-250.
39) Fuente: www.elhistoriador.com.ar

La Media Caña, sin lugar a dudas, estuvo asociada al Partido Federal, y por esa misma
razón se constituyó en “forma literaria de los contrarios”. Queda establecido, por esta
estrecha relación del mencionado baile con la Federación, que su abandono y decadencia
se aceleran con la caída del Restaurador de las Leyes en 1852. Nos llega el recuerdo, entre
otros, de un Cielito de Media Caña compuesto “en tiempos de la campaña al desierto
realizada por Rosas”, en el cual su primera y última estrofa decían así: Voy a cantar un
cielito/ que se llame federal/ porque la unidad no es carta/ con que se puede jugar.
Cielito, cielo que sí/ cielito de media caña/ pronto los hemos deber/ sentados en la
cucaña. Luego de muchos años, y ya acercándonos a la que fuera su última etapa de vida,
la Media Cañavuelve rescatada por el circo criollo, muy parecido al derrotero del Pericón,
si bien envuelta en las sombras y alejada para siempre de su antiguo esplendor. Como una
rareza de esos años encontramos el Cielito en batalla, variante del Cielito que se introdujo
en nuestro país en 1831, a través de los hermanos José y Juana Cañete. Fueron ambos
bailarines de pantomimas que se ejecutaban en las pistas y salones del Buenos Aires
federal. El revisionista Josué Wilkes, dedicado a la tarea investigativa de los sones y bailes
de la época de Rosas, da la siguiente explicación acerca de este género musical: “El mote
bélico aplicado a danza tan plácida y galana, como lo es el Cielito, le fue aplicado por sus
creadores por la sugerencia que les ofrecía la disposición de las múltiples figuras
constituidas de la danza, con las disposiciones y alternativas de dos fuerzas combatientes
maniobrando con táctica de lucha. En efecto: el orden abierto con que se enfrentaban las
parejas, los movimientos de avance y retroceso, los molinetes y demás complicadas
figuraciones de la danza se prestaban buenamente a la denominación guerrera del
novedoso Cielito de los Cañete”.” [2] Y ya que volvemos sobre los Cielitos, hay que decir
que salieron publicados muchos de ellos en varios periódicos bonaerenses surgidos
durante el primer gobierno de don Juan Manuel, en donde resaltó el ingenio de fray
Francisco de Paula Castañeda (1776-1832). Una interesante pieza de este género
folklórico, y que fuera creada por el fray, es el conocido Cielito por la muerte de Dorrego,
dado a conocer por vez primera en 1914 por Juan A. Pradère y cantado en muy buena
versión por el músico surero Atilio Reynoso. En “La Moda” N° 8, gacetilla aparecida el 18
de noviembre de 1837 en Buenos Aires, el aún simpatizante federal Juan Bautista Alberdi
enjuiciaba al Cielito como “hijo de las campiñas argentinas, expresión de las alegorías
nacionales; despierto y vivo como el sol que alumbra nuestros campos, está destinado a
servir de peroración a nuestros bailes: es compañero de la aurora; su música rosínica es
acompañada por los pájaros del alba; nace tiznado, negligente, gracioso como las últimas
horas de una dulce noche”. El año 1811 determinó el nacimiento de diversos “bailes de
parejas solistas” que alcanzaron importante difusión en el período rosista, entre ellos El
Cuando, El Minué, El Montonero y El Minué Federal. A fines del siglo XIX todos ellos
habían pasado a la historia, siendo rescatados únicamente como material de estudio para
los amantes de las costumbres antiguas. Estos bailes eran sociales “de carácter
ceremonioso y originariamente señorial derivados del minué y de la gavota europeos”,
según Carlos Vega, quien también añade que todos“poseen una parte lenta y una rápida
(allegro)”. El Cuando fue conocido en nuestro país al año de la Revolución de Mayo,
siendo las primeras provincias en disfrutar de su música y su danza Tucumán, Salta,
Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Córdoba, Santa Fe, La Pampa
y Río Negro, mas su expansión hacia la provincia de Buenos Aires la hallamos recién en el
período 1831-1850, cuando gobernaba Rosas. Bailada en toda la campaña, esta música se
trató de un minué-gavota con allegro de Gato. Pasemos a El Minué, que también vivió sus
mejores horas durante el federalismo. Esta música estaba presente en casi todas las
tertulias bonaerenses y de la sociedad porteña, compartiendo su popularidad junto con
los Tristes (venidos del Perú), los Cielitos criollos y los Boleros españoles. En la época de
Rosas, toda tertulia de salón se abría con un Minué, donde hombres y mujeres “lo
bailaban con pasos graves y medidos, utilizando la ocasión para desplegar todas sus
gracias naturales”, advierte Nora Malamud. Sirvió también el Minué para agasajar a las
autoridades de turno, como cuando en 1830 le fuera dedicada a Juan Manuel de Rosas un
Gran Minuét y Valsa, autoría de José Tomás Arizaga. Entre las tres composiciones
musicales que salieron en “La Moda” del 21 de abril de 1838, una se trataba de un Minué,
composición del genial Juan Pedro Esnaola. Cuando el asesinato del gobernador tucumano
Alejandro Heredia, el “British Packet” (periódico de la comunidad inglesa en Buenos Aires)
informaba sobre un Minué titulado “La Súplica”, de Juan Bautista Alberdi, quien de ese
modo memoraba al infortunado federal. Ha ocurrido en las jergas federales, que luego de
un Minué inicial le seguía El Montonero (o La Montonera, como también se le conocía).
Básicamente, esta danza se trataba de un Minué con figuras de contradanza española o
Cielito criollo en el allegro (parte rápida y última de la pieza). Aunque no conviene
adelantarnos, El Montonero suele confundirse con El Minué Federal, errada apreciación
que ha persistido con fuerza en no pocos trabajos folklóricos. Interesante que una danza
criolla lleve el nombre montonero; su inclusión, es bastante sencilla de entender si
sabemos interpretar la historia argentina de la primera mitad del siglo XIX. Prestemos
atención a lo dicho por Guillermo Terrera: “A partir de 1818, las montoneras empiezan a
tener una destacada preponderancia en la vida político-social del país. Cada período de
luchas, engendró en el territorio argentino, una serie de personajes célebres por sus
hazañas, pero que pronto eran reemplazados por otros que actuaban en nuevos
acontecimientos. Y así, el héroe de la guerra de la Independencia, el soldado a quien le
cantaron en su oportunidad los vates populares, es pronto olvidado y otro héroe, más
actualizado lo reemplaza”. Aquí, Terrera distingue la célebre fama alcanzada por los
gauchos durante el período de las luchas independentistas, en donde no trepidaron en el
ofrecimiento de sus vidas en aras de la patria libertad, del terruño que los había visto
nacer a ellos y a sus ancestros. Hacia 1820, ser miliciano montonero ya constituía un
estatus legendario para los pueblerinos, los cuales se dedicaron a solfear coplas y tocar
sonidos que revivían sus hazañas y sus aventuras, sus triunfos y sus derrotas, sus tiempos
en los inhóspitos cantones fronterizos. Extenso fue el derrotero de estos soldados
agrestes. La vida de las montoneras empezó en las refriegas contra los godos y se extendió
hasta bien entrada la década de 1870, cuando nuevas generaciones de montoneros
murieron por la causa federal, acaudillados por Varela, Guayama, Luengo o López Jordán.
Ya homenajeado y vuelto baile folklórico por el arrojo desplegado en los campos del
honor, El Montonero se convertirá en música bonaerense reconocida durante la época de
Rosas, extendiendo su influencia en ese mismo período por provincias tales como Santa
Fe, Santiago del Estero y Corrientes. Hay que hacer, no obstante, un distingo. En la Santa
Federación estas fuerzas irregulares (las montoneras) ahora eran “reemplazadas por
verdaderas campañas militares dirigidas por jefes expertos y de carrera, conjuntamente
con tropas adiestradas y disciplinadas”. Sin embargo, bien podríamos agregar que el
soldado montonero de antes ahora convergía en las formaciones militares evolucionadas
del presente, no perdiendo por eso su silvestre aptitud para el combate ni su gauchesca
vestimenta. Así lo remarcaban los pintores de la Federación cuando deseaban dejar un
testimonio pictográfico para los tiempos: ellos reflejaban el semblante de auténticos
“gauchos militares” con divisas punzó. En 1845 aparece un Montonero compuesto por el
prolífico Juan Pedro Esnaola, exaltado partidario federal de aquellos tiempos que volcaba
sus pasiones y simpatías al hacer “resonar una nueva cuerda en su lira”. Por entonces, El
Montonero y el Minué Federal gozaban de frondosa popularidad, lo mismo “las grandes
composiciones religiosas” y las canciones “con reminiscencias rossinianas”. Por Minué
Federal también queremos llamar al Minué Montonero, al Minué Nacional, o bien, a El
Federal a secas. La diferencia sustancial con respecto a La Montonera (El Montonero),
estaba en la composición de sus partes. Válido es recordar que El Montonero tenía en su
parte final (allegro) unCielito, mientras que el Minué Federal, un Valse. Su aparición le
pertenece casi exclusivamente a la campaña de la provincia de Buenos Aires, entre los
años 1811 a 1830. Luego, entre este último año y 1850, sus sones se extenderán y bailarán
en todas las ciudades de la Confederación Argentina, predilectamente en San Luis, San
Juan, Santiago del Estero, Santa Fe y Entre Ríos, para luego ir declinando suavemente en el
período signado por los gobiernos masónicos y liberales triunfantes (1851-1880). El Minué
Federal fue baile “histórico” a partir del 1900. Por último, nos remite Fermín Chávez un
dato perdido en la historia: “Se tienen noticias de unMinué Federal de 1840, compuesto
por Juan Poca Ropa, director de banda del ejército rosista, oriundo del barrio de San
Telmo”. [1] Charles Henri Pellegrini fue el nombre real del padre del futuro presidente de
la Nación, Don Carlos Pellegrini (1890-1892). De origen suizo, quedó consagrado como
uno de los mejores retratistas de las costumbres camperas de los tiempos confederados.
Gracias a la precisión de sus obras, hoy se conocen innumerables paisajes y faenas de
aquella patria gaucha y su gente. [2] Wilkes, Josué T. “Acerca de la música en la época
federal”, en Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas,
Buenos Aires, Enero-Diciembre de 1963, núm. 23. Por Gabriel O. Turone Bibliografía: -
“Atlas de la cultura tradicional argentina”, Dirección de Publicaciones de la Secretaría
Parlamentaria del Honorable Senado de la Nación, Buenos Aires, Argentina, Agosto de
1988. - Chávez, Fermín. “Iconografía de Rosas”, Tomo II, Editorial Oriente, 1970. - Chávez,
Fermín. “La cultura en la época de Rosas”, Ediciones Theoría, Argentina, 1973. - Terrera,
Guillermo Alfredo. “Cantos tradicionales argentinos”, Peña Lillo Editor, Buenos Aires,
1967.
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