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https://es.slideshare.net/claudioateran/07-tiempo-de-j-m-de-rosas
Las herramientas que Rosas utilizó para controlar y disciplinar a los que
consideraba enemigos del régimen, según Gelman, Lynch, Salvatore y Di
Meglio, fueron: la legislatura, los jueces de paz; la prensa y
propaganda; la policía; y a la iglesia. Se buscaba que la misma
homogeneidad de opinión aplicada en la campaña se viera reflejada en la
ciudad.
En primer lugar el control de la legislatura – criatura del gobernador
según Lynch, además del poder Judicial, concedido por la suma del poder
público, donde el ejecutivo goza de poderes extraordinarios cuyos límites
serian establecidos por él mismo. Consistió en una de las herramientas que
más autonomía le proporcionaba a Rosas, pues le confirió la facultad no sólo
de hacer las leyes, sino que las interpretaba, las cambiaba y las aplicaba.
Lynch lo define como un poder sin limites, el autoritarismo total, al obtenido
1835. Estas facultades dieron sustentabilidad del régimen, y la posibilidad de
controlar todo y todos. Los autores concuerdan que la absoluta prioridad era la
idea de que el pueblo debía apoyar de forma unánime al gobierno federal. Para
ese fin se presentaron dos medidas especificas: las elecciones, aunque
regulares, seguían con lista única, la oficial; y los plebiscitos, a fin de
corroborar aceptación publica de otorgarle a Rosas la suma del poder público.
Ambas contribuyeron a consolidar el régimen de unanimidad y la hegemonía
de Rosas. De los autores, Lynch es que trabaja cómo esta herramienta influyó
para la consolidación de la política rosista.
En segundo lugar, otra herramienta son los jueces de paz. En relación
a sus funciones, tanto Salvatore como Di Meglio están de acuerdo que estos
elaboraban clasificaciones, informes en los que se confeccionaban los perfiles
políticos de los vecinos porteños, los considerados de alguna forma unitarios
quedaban excluidos de cualquier función publica o militar y recibían
vigilancia especial por parte de las autoridades. La sospecha, o de facto ser
unitario, resultaba incriminatorio y desventajoso ante cualquier pleito en el
que se viera el individuo, pues eran enemigos del régimen. Asimismo
Salvatore añade, que encontrarse en ellas conllevaba estar sujeto a golpizas,
prisiones, intimaciones, confiscaciones y últimamente el asesinato. Estas
medidas hacían recordar los peligros de escapar a la homogeneidad de
opinión. Además Lynch, presenta como misión de los jueces de paz, luego de
la aprobación de la ley del sufragio universal, asegurar que las listas de
candidatos oficiales resultaran elegidos, además de cumplir con las funciones
administrativas y judiciales, era también comandante de milicia, jefe de
policía y recaudador de impuestos. Los intitula, luego de 1829, como criaturas
de Rosas, instrumentos impotentes o cómplices de una política expresada en
arrestos, confiscaciones, conscripciones, dirigida contra cualquiera que fuera
considerado unitario. Igualmente Salvatore y Di Meglio hacen mención del
intento de construcción de un sistema de información orientado a controlar las
acciones y expresiones de todos los ciudadanos, mediante la confección de
listas de unitarios, criminalización de las expresiones en contra de la causa
federal, control de las viviendas y de los colores de la vestimenta, había una
forma de ser y un aspecto federal o unitario muy marcado en la fisionomía, los
atuendos y colores. Además según Lynch, para Rosas lo distintivo tanto de los
epítetos de tratamiento como la fisionomía federal constituía un signo de
unidad y lealtad, pero en realidad era una forma de presión, pues ellos estaban
obligados a mostrar conformidad y sus verdaderas inclinaciones.
En tercer lugar, la prensa, según Salvatore, sufrió la censura previa
desde 1833, hecho que generó pocos y moderados opositores. Y los que
apoyaban su gestión se transformaron en una ayuda crucial para diseminar sus
pensamientos y políticas y producir adhesión. Defendían los aciertos del
gobierno, procuraban contrarrestar las criticas de los exiliados, estimulaban a
la población a desenmascarar y denunciar los unitarios, explotó el patriotismo
frente a la amenaza extranjera. Por otro lado Lynch, remonta esta restricción al
año 1831, y para el 1832, la suspensión de los periódicos y una prensa
efectivamente amordazada. Pasaba así a existir como voceros del gobierno
solamente la prensa oficial, entre ellas, la Gaceta Mercantil y el Archivo
Americano. Que se constituyeron como uno de los medios de propaganda
rosista, ellas explicaban y defendían al régimen, y lo presentaban a Rosas
como un defensor del orden, de los intereses nacionales y de la independencia
americana. Hubo además un componente social simbólico legitimador del
régimen atenuado por la propaganda, que en sus eslóganes dejaba muy claras
esos componentes, así como cierta igualdad de clases en el ser federal, donde
todos eran escuchados, aunque servían de forma distintas, uno con sus vidas
otros con sus bienes. Asimismo Di Meglio, deja trasparecer que cuando el
bloqueo Francés fragmentó el poder del sistema, Rosas buscó el refuerzo del
apoyo popular, y para ello se sirvió también de la prensa en la formación de
opinión. Por este medio direccionó el odio popular hacia el rey Luis Felipe, y
no hacia los franceses que residían en Buenos Aires, y así evitar un
enfrentamiento armado con Francia. Algunos grupos disidentes entre el 1838
y el 1841 también se valieron de la prensa como una tarea propagandista
clandestina contraria al régimen, Gelman los llama de generación romántica.
Hubieron unos que creyeron ser la plataforma ideal para luego pasar a una
acción más directa creyendo contar con mayor apoyo del pueblo cansado de la
miseria y la esclavitud. Estos intentos de derrocamiento se vieron frustrados
con las derrotas de Corrientes, de la guerra en el norte con la victoria chilena
frente a la Confederación peruano-boliviana.
2)
6) Los adictos de ROSAS eran reclutados entre la clase humilde, cuyas quejas
y pedidos atendía con diligencia, ya fuera en persona o por intermedio de sus
parientes. Casi todos los plateros, lomilleros y herreros tenían sus talleres en el
barrio de la Concepción. La «clase decente» organizaba por turno fiestas
parroquiales en honor de ROSAS, y el retrato de éste era paseado por las calles
con gran escolta de honor.
10) Los indios eran objeto de atenciones cuando concurrían a la ciudad para
trocar cueros, piedras, plumas de avestruz y otros elementos por aguardiente,
tabaco, adornos y telas de vistosos colores; el gobierno les hacía llegar, por
intermedio de los pulperos de la campaña, ropa, azúcar, sal y reses, para lo cual
invertía anualmente la apreciable suma de dos millones de pesos,
aproximadamente.
17)
18)
22) Fuente: Héctor Iñigo Carrera, La mujer argentina, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1972, pág. 26-27.
23) Los atardeceres traen las horas de las reuniones (tertulias); entonces,
cuando hay muchas personas, se conversa y se critica; las mujeres
muestran la mayor amabilidad y una vivacidad espiritual realmente rara;
se baila el minué, el montonero, la contradanza y el vals. La alegría más
expansiva se une a un dejar hacer, a un abandono que no excede,
empero, los límites de las conveniencias, aunque de esa reserva
amanerada que las madres imponen a sus hijas en nuestra sociedad
europea. (…) De preferencia un triste (romanza), lánguido, que las
señoras prefieren y que hacen repetir muchas veces. Esas veladas
amistosas son tanto más agradables cuanto que en ellas reina mucha
alegría y la alegría no decae nunca. 1
29) Juan
Parish Robertson sobre la tertulia de madame
O’Gorman en la primera década del siglo XIX
30) Fuente: Guillermo Furlong, La cultura femenina en la época
colonial, Kapelusz, Buenos Aires, 1961, pág. 249-250.
31) Fue buena fortuna, en llegando a Buenos Aires, encontrar allí
establecida una persona que yo había conocido en Montevideo (…) Tuve
oportunidad de conocer la mayor parte de las mejores familias. Fui
presentado al virrey Liniers, cuya estrella visiblemente palidecía. Tenía
las riendas del gobierno muy flojas, bajo el control de la Audiencia y del
Cabildo, mientras la entonces famosa madama O’Gorman era árbitro
único de sus asuntos domésticos y dispensadora de sus favores.
Cisneros había sido ya nombrado por la corte de la vieja España para
suceder al vencedor de Whitelocke.
32) Entre tanto, se daban las más espléndidas tertulias por madama; y vi
congregadas, noche a noche, en su casa, tales muestras de belleza y
viveza femenina, que hubieran suscitado envidia o impuesto admiración
en los salones ingleses. Las porteñas, con razón se jactan entre ellas,
de mujeres muy encantadoras, quizás más pulidas en la apariencia y
maneras exteriores que en gusto altamente refinado; pero tienen tan
buen sentido, penetración y viveza, de haceros dudar si no sean
mejores tales como son, que lo serían más artificialmente enseñadas.
Tienen, seguramente, poquísima afectación u orgullo; y no puede ser
educación muy defectuosa la que excluye, en la formación del carácter
femenino, dos condiciones tan odiosas. (…)
33) La gran fluidez y facilidad observable en la conversación de las porteñas
deben atribuirse, sin duda, a su temprana entrada en sociedad, y a la
costumbre casi cotidiana de congregarse en tertulias por la noche. Allí,
la niña de siete u ocho años está habituada a manejar el abanico,
pasear, bailar, y hablar con tanta propiedad como su hermana de
dieciocho o su mamá. (…)
34) En cuanto a las buenas costumbres de las señoritas, las señoras creen
que están más seguras bajo la vigilancia materna. Las hijas, en
consecuencia, cuando por primera vez visité a Buenos Aires, nunca se
veían sino en compañía de las mamás o de alguna parienta o amiga
casada. Las solteras no podían salir de paseo sino en compañía de
casadas. Caminaban en fila, una detrás de otra, con el paso más fácil,
gracioso y, sin embargo, dignificado que imaginéis. Luego el cariñoso
saludo, con el cortés y elegante movimiento del abanico, no era para
olvidarse ni para ser imitado. La mamá iba siempre detrás. Si un amigo
se encontraba con el pequeño grupo de familia, le era permitido sacarse
el sombrero, dar vuelta, acompañar a la niña que más le gustase, y
decirle todas las lindas cosas que se le ocurriesen; pero no había
apretones de mano ni ofrecimiento del brazo. La matrona no se cuidaba
de oír la conversación de la joven pareja; se contentaba con “ver” que
no se produjese ninguna impropiedad práctica o indecorosa familiaridad.
Lo mismo sucedía si visitabais una casa. La madre se apresuraba a
entrar en la sala y permanecía presente, con su hija, durante toda la
visita. Para reparar esta pequeña restricción, no obstante, podíais decir
lo que gustaseis junto al piano, en la contradanza, o, mejor, durante el
paseo.
35) Aun cuando éstas son todavía las reglas generales de la sociedad
femenina en Buenos Aires, se han modificado grandemente y continúan
modificándose, por el trato y casamientos con extranjeros. Las
costumbres y maneras francesas e inglesas, gradualmente se mezclan
con las del país, particularmente en las clases superiores.
36) La música es muy cultivada. Siempre hay una dama, en todas las casas,
que puede ejecutar muy bien todos los tonos requeridos para el minué,
el vals y la contradanza. Y cuando las porteñas “bailan”, es con una
graciosa compostura y suelta elegancia, mucho mejores que el término
medio obtenido en este país [Inglaterra], en cuanto yo sepa, de
cualquier sistema de educación en escuelas de baile. 2
37) Referencias:
1 Alcides D’Orbigny, Viaje a la América Meridional, Futuro, Buenos Aires, 1945,
en Héctor Iñigo Carrera, La mujer argentina, pág. 26-27.
38) 2 Biblioteca de “La Nación”. GUILLERMO P. Y JUAN ROBERTSON, La
Argentina en los primeros años de la Revolución, pp. 20-23. Buenos Aires,
1916, en Furlong, Guillermo, La cultura femenina en la época colonial. Pág.
249-250.
39) Fuente: www.elhistoriador.com.ar
La Media Caña, sin lugar a dudas, estuvo asociada al Partido Federal, y por esa misma
razón se constituyó en “forma literaria de los contrarios”. Queda establecido, por esta
estrecha relación del mencionado baile con la Federación, que su abandono y decadencia
se aceleran con la caída del Restaurador de las Leyes en 1852. Nos llega el recuerdo, entre
otros, de un Cielito de Media Caña compuesto “en tiempos de la campaña al desierto
realizada por Rosas”, en el cual su primera y última estrofa decían así: Voy a cantar un
cielito/ que se llame federal/ porque la unidad no es carta/ con que se puede jugar.
Cielito, cielo que sí/ cielito de media caña/ pronto los hemos deber/ sentados en la
cucaña. Luego de muchos años, y ya acercándonos a la que fuera su última etapa de vida,
la Media Cañavuelve rescatada por el circo criollo, muy parecido al derrotero del Pericón,
si bien envuelta en las sombras y alejada para siempre de su antiguo esplendor. Como una
rareza de esos años encontramos el Cielito en batalla, variante del Cielito que se introdujo
en nuestro país en 1831, a través de los hermanos José y Juana Cañete. Fueron ambos
bailarines de pantomimas que se ejecutaban en las pistas y salones del Buenos Aires
federal. El revisionista Josué Wilkes, dedicado a la tarea investigativa de los sones y bailes
de la época de Rosas, da la siguiente explicación acerca de este género musical: “El mote
bélico aplicado a danza tan plácida y galana, como lo es el Cielito, le fue aplicado por sus
creadores por la sugerencia que les ofrecía la disposición de las múltiples figuras
constituidas de la danza, con las disposiciones y alternativas de dos fuerzas combatientes
maniobrando con táctica de lucha. En efecto: el orden abierto con que se enfrentaban las
parejas, los movimientos de avance y retroceso, los molinetes y demás complicadas
figuraciones de la danza se prestaban buenamente a la denominación guerrera del
novedoso Cielito de los Cañete”.” [2] Y ya que volvemos sobre los Cielitos, hay que decir
que salieron publicados muchos de ellos en varios periódicos bonaerenses surgidos
durante el primer gobierno de don Juan Manuel, en donde resaltó el ingenio de fray
Francisco de Paula Castañeda (1776-1832). Una interesante pieza de este género
folklórico, y que fuera creada por el fray, es el conocido Cielito por la muerte de Dorrego,
dado a conocer por vez primera en 1914 por Juan A. Pradère y cantado en muy buena
versión por el músico surero Atilio Reynoso. En “La Moda” N° 8, gacetilla aparecida el 18
de noviembre de 1837 en Buenos Aires, el aún simpatizante federal Juan Bautista Alberdi
enjuiciaba al Cielito como “hijo de las campiñas argentinas, expresión de las alegorías
nacionales; despierto y vivo como el sol que alumbra nuestros campos, está destinado a
servir de peroración a nuestros bailes: es compañero de la aurora; su música rosínica es
acompañada por los pájaros del alba; nace tiznado, negligente, gracioso como las últimas
horas de una dulce noche”. El año 1811 determinó el nacimiento de diversos “bailes de
parejas solistas” que alcanzaron importante difusión en el período rosista, entre ellos El
Cuando, El Minué, El Montonero y El Minué Federal. A fines del siglo XIX todos ellos
habían pasado a la historia, siendo rescatados únicamente como material de estudio para
los amantes de las costumbres antiguas. Estos bailes eran sociales “de carácter
ceremonioso y originariamente señorial derivados del minué y de la gavota europeos”,
según Carlos Vega, quien también añade que todos“poseen una parte lenta y una rápida
(allegro)”. El Cuando fue conocido en nuestro país al año de la Revolución de Mayo,
siendo las primeras provincias en disfrutar de su música y su danza Tucumán, Salta,
Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Córdoba, Santa Fe, La Pampa
y Río Negro, mas su expansión hacia la provincia de Buenos Aires la hallamos recién en el
período 1831-1850, cuando gobernaba Rosas. Bailada en toda la campaña, esta música se
trató de un minué-gavota con allegro de Gato. Pasemos a El Minué, que también vivió sus
mejores horas durante el federalismo. Esta música estaba presente en casi todas las
tertulias bonaerenses y de la sociedad porteña, compartiendo su popularidad junto con
los Tristes (venidos del Perú), los Cielitos criollos y los Boleros españoles. En la época de
Rosas, toda tertulia de salón se abría con un Minué, donde hombres y mujeres “lo
bailaban con pasos graves y medidos, utilizando la ocasión para desplegar todas sus
gracias naturales”, advierte Nora Malamud. Sirvió también el Minué para agasajar a las
autoridades de turno, como cuando en 1830 le fuera dedicada a Juan Manuel de Rosas un
Gran Minuét y Valsa, autoría de José Tomás Arizaga. Entre las tres composiciones
musicales que salieron en “La Moda” del 21 de abril de 1838, una se trataba de un Minué,
composición del genial Juan Pedro Esnaola. Cuando el asesinato del gobernador tucumano
Alejandro Heredia, el “British Packet” (periódico de la comunidad inglesa en Buenos Aires)
informaba sobre un Minué titulado “La Súplica”, de Juan Bautista Alberdi, quien de ese
modo memoraba al infortunado federal. Ha ocurrido en las jergas federales, que luego de
un Minué inicial le seguía El Montonero (o La Montonera, como también se le conocía).
Básicamente, esta danza se trataba de un Minué con figuras de contradanza española o
Cielito criollo en el allegro (parte rápida y última de la pieza). Aunque no conviene
adelantarnos, El Montonero suele confundirse con El Minué Federal, errada apreciación
que ha persistido con fuerza en no pocos trabajos folklóricos. Interesante que una danza
criolla lleve el nombre montonero; su inclusión, es bastante sencilla de entender si
sabemos interpretar la historia argentina de la primera mitad del siglo XIX. Prestemos
atención a lo dicho por Guillermo Terrera: “A partir de 1818, las montoneras empiezan a
tener una destacada preponderancia en la vida político-social del país. Cada período de
luchas, engendró en el territorio argentino, una serie de personajes célebres por sus
hazañas, pero que pronto eran reemplazados por otros que actuaban en nuevos
acontecimientos. Y así, el héroe de la guerra de la Independencia, el soldado a quien le
cantaron en su oportunidad los vates populares, es pronto olvidado y otro héroe, más
actualizado lo reemplaza”. Aquí, Terrera distingue la célebre fama alcanzada por los
gauchos durante el período de las luchas independentistas, en donde no trepidaron en el
ofrecimiento de sus vidas en aras de la patria libertad, del terruño que los había visto
nacer a ellos y a sus ancestros. Hacia 1820, ser miliciano montonero ya constituía un
estatus legendario para los pueblerinos, los cuales se dedicaron a solfear coplas y tocar
sonidos que revivían sus hazañas y sus aventuras, sus triunfos y sus derrotas, sus tiempos
en los inhóspitos cantones fronterizos. Extenso fue el derrotero de estos soldados
agrestes. La vida de las montoneras empezó en las refriegas contra los godos y se extendió
hasta bien entrada la década de 1870, cuando nuevas generaciones de montoneros
murieron por la causa federal, acaudillados por Varela, Guayama, Luengo o López Jordán.
Ya homenajeado y vuelto baile folklórico por el arrojo desplegado en los campos del
honor, El Montonero se convertirá en música bonaerense reconocida durante la época de
Rosas, extendiendo su influencia en ese mismo período por provincias tales como Santa
Fe, Santiago del Estero y Corrientes. Hay que hacer, no obstante, un distingo. En la Santa
Federación estas fuerzas irregulares (las montoneras) ahora eran “reemplazadas por
verdaderas campañas militares dirigidas por jefes expertos y de carrera, conjuntamente
con tropas adiestradas y disciplinadas”. Sin embargo, bien podríamos agregar que el
soldado montonero de antes ahora convergía en las formaciones militares evolucionadas
del presente, no perdiendo por eso su silvestre aptitud para el combate ni su gauchesca
vestimenta. Así lo remarcaban los pintores de la Federación cuando deseaban dejar un
testimonio pictográfico para los tiempos: ellos reflejaban el semblante de auténticos
“gauchos militares” con divisas punzó. En 1845 aparece un Montonero compuesto por el
prolífico Juan Pedro Esnaola, exaltado partidario federal de aquellos tiempos que volcaba
sus pasiones y simpatías al hacer “resonar una nueva cuerda en su lira”. Por entonces, El
Montonero y el Minué Federal gozaban de frondosa popularidad, lo mismo “las grandes
composiciones religiosas” y las canciones “con reminiscencias rossinianas”. Por Minué
Federal también queremos llamar al Minué Montonero, al Minué Nacional, o bien, a El
Federal a secas. La diferencia sustancial con respecto a La Montonera (El Montonero),
estaba en la composición de sus partes. Válido es recordar que El Montonero tenía en su
parte final (allegro) unCielito, mientras que el Minué Federal, un Valse. Su aparición le
pertenece casi exclusivamente a la campaña de la provincia de Buenos Aires, entre los
años 1811 a 1830. Luego, entre este último año y 1850, sus sones se extenderán y bailarán
en todas las ciudades de la Confederación Argentina, predilectamente en San Luis, San
Juan, Santiago del Estero, Santa Fe y Entre Ríos, para luego ir declinando suavemente en el
período signado por los gobiernos masónicos y liberales triunfantes (1851-1880). El Minué
Federal fue baile “histórico” a partir del 1900. Por último, nos remite Fermín Chávez un
dato perdido en la historia: “Se tienen noticias de unMinué Federal de 1840, compuesto
por Juan Poca Ropa, director de banda del ejército rosista, oriundo del barrio de San
Telmo”. [1] Charles Henri Pellegrini fue el nombre real del padre del futuro presidente de
la Nación, Don Carlos Pellegrini (1890-1892). De origen suizo, quedó consagrado como
uno de los mejores retratistas de las costumbres camperas de los tiempos confederados.
Gracias a la precisión de sus obras, hoy se conocen innumerables paisajes y faenas de
aquella patria gaucha y su gente. [2] Wilkes, Josué T. “Acerca de la música en la época
federal”, en Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas,
Buenos Aires, Enero-Diciembre de 1963, núm. 23. Por Gabriel O. Turone Bibliografía: -
“Atlas de la cultura tradicional argentina”, Dirección de Publicaciones de la Secretaría
Parlamentaria del Honorable Senado de la Nación, Buenos Aires, Argentina, Agosto de
1988. - Chávez, Fermín. “Iconografía de Rosas”, Tomo II, Editorial Oriente, 1970. - Chávez,
Fermín. “La cultura en la época de Rosas”, Ediciones Theoría, Argentina, 1973. - Terrera,
Guillermo Alfredo. “Cantos tradicionales argentinos”, Peña Lillo Editor, Buenos Aires,
1967.
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