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Entre velos y tartanes

Jane mantenía los ojos fuertemente cerrados. A su alrededor el silencio y la tensión


iban unidos de la mano. La sala del castillo estaba repleta de gente y lo más llamativo
era que estaban divididos en dos grandes grupos bien marcados.

Detrás suyo uno lleno de rostros conocidos, amados. Personas finamente vestidas, los
hombres con sobrias túnicas y calzas perfectamente confeccionadas y las mujeres con
hermosos aunque conservadores vestidos, cabellos pulcramente recogidos y sus
respectivos velos.

El grupo del otro lado del salón era completamente distinto; verdaderos gigantes se
amontonaban unos a otros, sus cabellos y largas barbas crecían de forma
indiscriminada, los tartanes, demasiado cortos para su gusto, mostraban según el
color, a representantes de varios clanes vecinos, aunque en ese momento ella no lo
supiera. Las mujeres con largos cabellos adornados con flores silvestres, con túnicas
blancas cubiertas por extraños vestidos cosidos solo por los hombros y sujetos por
cinturones. Muy primitivo para Jeane.

Pero ambos grupos tenían algunas cosas en común, a saber: nadie sonreía, los seños
fruncidos adornaban todos los rostros, abundaban miradas cargadas de odio, nadie
estaba feliz en ese recinto. La orden había sido que absolutamente todos los presentes
dejaran sus armas antes de entrar por miedo a que se produjera una masacre.

Al lado de Jeane estaba él, Patrick, un gigante igual a los del grupo que lo secundaba,
que en honor al evento se había recogido el cabello y recortado la barba.

Jeane seguía con los ojos cerrados. Imágenes de su hogar allá, en la lejana Inglaterra,
invadían su mente. Ella de pequeña, su padre siempre presente, los maravillosos bailes
a los que era invitada, los impresionantes castillos en los que se la recibía como la
hermosa heredera que era, la vida apacible en su mansión campestre donde se
refugiaba a mediados de cada otoño. Una vida completa, llena de lujos, se había
terminado de golpe. La orden del Rey había sido tajante: debía ir a Escocia, odiado
reino, a un lugar ubicado en medio de la nada, a convivir con estos semisalvajes por el
resto de su vida. Ella se había convertido en una más de las muestras de que su país no
pretendía hacer la guerra a Escocia. Era considerada uno de los objetos más valiosos
que Inglaterra poseía, pura sangre noble y como tal, al igual que un trofeo había sido
entregada como muestra de sinceridad.

Toda una gran mentira porque su Rey, allá, entre las nieblas de su reino planeaba una
invasión. Ella había sido entregada junto a sus títulos y sus tierras con el único objetivo
de ganar tiempo y planear la forma de apoderarse de estas tierras de nadie.
Jeane abrió lentamente los ojos. ¿Cómo sería su vida en esos parajes áridos junto a
este hombre?. ¿Podría una fina dama inglesa convivir con estas personas a todas vistas
salvajes?.¿Quizá sus hijos varones vistieran esas extrañas polleras el día de mañana?.
¿Habría hijos fruto de un acuerdo entre dos reinos que anteponían el poder a las
personas?

Una lágrima solitaria comenzó a caer. Tendría que haber sido un día feliz sin embargo
era el peor de su vida. El sol se escondió entre las nubes como señal de un mal
presagio al mismo tiempo que una áspera y fuerte mano tomaba la suya y la
ceremonia comenzaba.

Corría el año 1295, faltaba poco para que se declarara la guerra entre Escocia e
Inglaterra y además… era el día de su boda.

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