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G. Rocha, 1965
Cuestiones de método
Explosión de lo «nuevo»
Tal vez el único caso radicalmente distinto respecto a lo que ocurre en el resto
del mundo sea el de N.A.C., el New American Cinema que, mientras Hollywood se
sumerge en su propia crisis (productiva y de mercado), no se propone recoger el relevo
en la vieja Meca del Cine, sino que -encontrando, incluso a mediados de los años 60 el
clímax de su propio fulgor y de su propia fortuna- propone una práctica expresiva, un
sistema de circulación de los productos, una relación con los espectadores que están
dispuestos a destruir todas las posibles incrustaciones de la fiction y del «espectáculo»
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hollywoodenses. Pero en este caso, el nuevo
parece más relacionado, autónomamente, con las
vanguardias cinematográficas, y no sólo las
cinematográficas, de los años 50 y de los años
20 en Europa, que con la sugestión de las otras
New Waves mundiales nacientes. Por otra parte,
casi para confirmar la diversidad estadounidense
en las dinámicas de renovación, Hollywood
también se renovará, radical y prepotente, entre
fines de los años 60 y comienzos de los 70,
precisamente cuando las Nouvelles Vagues ya
están desfasadas o en declive en el resto del
mundo.
Por otra parte, bien pensado, no podría haber sido de otra manera. El terreno
común de una dinámica tan conspicua, a la que se debe lo que es quizás, mundialmente
(con la excepción de los Estados Unidos), la década de mayor florecimiento y de
resultados más ricos de los (entonces) 65/75 años de la Décima Musa, era «también» la
del rechazo de películas producidas por las «máquina del cine”: por un cine que, como
había preconizado y auspiciado Astruc, fuese «una verdadera escritura» de autor. Hasta
el punto de que, no sin evidentes contradicciones y clamorosas manifestaciones de
(«creativo») visionarismo crítico («No está muy claro, como conclusión de esta
apasionante lectura -escribe, con una ligerísima ironía paternal, el cómplice André Bazin,
resumiendo el estudio de Chabrol y Rohmer sobre Alfred Hitchcock- si... [esa]... es
fruto de las obras que analizan o sólo de su pensamiento»), las «jóvenes generaciones»
de la Nouvelle Vague parisina (los de la generación «hitchcockhawksiana») junto a las
muchas reverencias a los diferentes modelos de autor representados por Renoir y por
Rossellini, fueron mostrando metódicamente su amor al cine americano, tratando de
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valorar la cantidad y la calidad de los «descartes»
de autor de los diferentes directores, respecto a
la «máquina» cuya «obra» era el «producto».
Natural, en fin, para una dinámica que apuntaba
al (re)nacimiento de la «autorialidad» en el cine
(esto es, en esencia, la politique des auteurs),
cuyas recíprocas influencias y sus muchas
ósmosis abordaban no ya los fenómenos
colectivos sino también las individualidades.
c) En el nivel de lo «fílmico»
En este ámbito, a decir verdad, la situación del Nuevo Cine de los años 60 es
mucho más ambigua. En el plano de los debates teóricos y los enunciados de principio,
se podrían constatar la apertura casi unánime de un discurso fuertemente crítico sobre
mecanismos productivos y distributivos del cine y la conciencia generalizada de la
necesidad de crear estructuras alternativas o cuando menos distintas, que permitiesen
un menor condicionamiento de los productos. Pero, aparte de las notables diferencias
ya existentes en el plano teórico (por ejemplo, entre las posiciones radicalmente off de
Jonas Mekas, y de la Filmcoop del New American Cinema, y aquéllas, por necesidad,
mucho más cautamente reformistas de los cineastas de Praga y Bratislava, que apuntaban
a un mínimo de autogestión del aparato productivo estatal), la diversidad era verificable
sobre todo en la práctica: si en Brasil los autores se embarcaban en la aventura
productivo-distribuidora de la Difilm, en Francia el antiindustrialismo de la Nouvelle
Vague no era mucho más que un recuerdo juvenil (con raras, aunque significativas
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excepciones) ya en los primeros años 60, cuando casi toda
la generación de los ex jeunes turcs formaba parte del
elenco de directores de la nueva qualité française; si, en
la Bolivia de Jorge Sanjinés o en el Uruguay de Mario
Handler, hacer una película no quiere decir limitarse a
dirigirla sino que significa «hacerla con las manos, los
pies, la sonrisa, la mente, el engaño, la astucia, la acción
sindical y un poco de dolor, (Handler), en la Italia de
Franco Cristaldi o en la España de Elías Onerejeta son
jóvenes productores hábiles e iluminados quienes
promueven, y producen, lo «nuevo», quizá aprovechando
inteligentemente las aperturas de las nuevas legislaciones
cinematográficas, pero, ciertamente, encontrándose en la
situación de trabajar solamente el ámbito de renovaciones
estructurales parciales. Con el paso de los años, es decir,
hacia el fin de la década, el Nuevo Cine se ha convertido
en casi todo el mundo industrial en el cine predilecto de
Despedida de ayer / Una muchacha
las plateas más evolucionadas y, aunque algunos cineastas europeos, los más coherentes
sin historia (Abschied von Gestern),
y los más innovadores, continúan teniendo grandes dificultades, la marginación
Alexander Kluge, 1966
sistemática de lo «nuevo» queda como patrimonio de las cinematografías tercermundistas
y de algunas dictaduras supervivientes. En esto, en fin, la unidad «antiindustrial» del
Nuevo Cine, desde su muy problemático y, esencialmente, inexistente comienzo, no es
ni mucho menos un problema teórico al final de la década.
Para muchos, aunque no ciertamente para todos, el «ser industrial» del cine es
el adversario común. Por algunos motivos, los más radicales son los filmmakers del
New American Cinema Group, los cuales -repitiendo (casi seguramente sin saberlo) el
radicalismo de los juicios de Bardem en Salamanca- afirman que, en todo el mundo, el
«cine oficial» respira estertóreamente en cuanto que es «moralmente corrupto,
estéticamente obsoleto, temáticamente superficial, congénitamente aburrido»; y añaden
que incluso «las películas en apariencia válidas, aquellas que reivindican cánones morales
y estéticos elevados, y como tales son aceptados por la crítica y por el público, revelan
la falsedad del film-producto. La misma calidad de la confección es la contraseña del
disfraz utilizado para cubrir su falsedad temática, su falta de sensibilidad, su ausencia
de estilo». Con motivaciones menos apocalípticas y sociológicamente más congruentes,
un «compañero de viaje» del New American Cinema, muy independiente y solitario,
Stan Brakhage, al tomar posición contra el cine «profesional» en nombre de la
independencia amateur («El amateur... filma personas, lugares y objetos de su amor...
No debe inventar un dios de la memoria... Es libre... Por esto creo inevitable que
cualquier arte del cine debe nacer del aficionado...»), escribirá (en torno a 1967):
«Hollywood... celebra dramas rituales para celebrar la memoria de masa... y películas
propiciatorias que tratan de controlar el destino de la nación...»
Más allá de estas declaraciones, tan próximas y tan distantes al mismo tiempo,
el punto en que se dan muchas convergencias es aquel, muy concreto además de
«ideológico», del «bajo costo». Lo teorizan los filmmakers del New American Cinema
(«El New American Cinema está aboliendo el mito del budget -afirman en el punto 4 de
su manifiesto de 1960- demostrando que se pueden hacer buenas películas comerciales
en el campo internacional con un presupuesto entre 25.000 y 200.000 dólares»),
manifestando que la «idea del bajo costo no nace de consideraciones puramente
comerciales, pero lleva el mismo camino que sus convicciones éticas y estéticas», es
decir, con las «cosas» que los filmmakers quieren decir y sobre el «modo» en que
quieren decirlas.
De estas opciones para el low budget, deriva la superación del guión como
proyección definida de la película que va a realizarse, común a muchos exponentes del
nuevo cine: de Jancsó («En mis películas hay mucha improvisación, un notable margen
para continuas modificaciones e intervenciones. Los guiones que sirven de base para
nuestro trabajo son una descarnada serie de sugerencias en ningún momento definitivas»),
a Godard («Ninguna de mis películas depende de un verdadero guión, sólo de una idea
plasmada en tres o cuatro páginas... No tengo una historia en la que se desenvuelve un
personaje, tengo un personaje, y es el personaje el que impone la historia»), de Kramer
(«Existe un guión... Pero este tipo de trabajo continúa también durante el rodaje, así
pues se escribe una escena mientras se monta la cámara, otra mientras se regulan las
luces...») a De Seta («Los grandes de antes preordenaban y ejecutaban; hoy se tiene
más fe en las sugerencias de la realidad; hoy el guión ha decaído [mientras que permanece
vital el objeto, esto es el tema]»). Mientras otros cineastas, aun considerando funcional
la fase del guión, ven la dirección como el momento de la contraposición dialéctica con
el original (guión): desde Pasolini («He constatado que el guión no tiene absolutamente
ninguna importancia desde el punto de vista estilístico, porque después de la elección
del modo de rodar, la elección de los actores configurará el estilo de la película. Es la
misma relación que existe entre una película y un libro...»), hasta Tarkovski («La
dirección cinematográfica comienza no en el momento en el que se discute el guión
con el guionista... sino en el momento en el que, frente a la mirada interior de la persona
que hace la película y que es llamada director, surge la imagen de esta película...»),
desde Bellocchio («A mi modo de ver es necesario partir de un guión durísimo,
verdaderamente importante, que después se puede discutir, rechazar, pero que debe
constituir la base porque la improvisación es inevitable en el cine, pero es necesario
improvisar sobre lo que se rechaza...»), a Öshima («La representación no debe ser una
ilustración del guión. Consiste en una negación, por parte de la calidad, de la imagen
expresada por el guión, el descubrimiento de una nueva imagen que supone esta negación
como su momento necesario»).
Repetidamente se afirma la
idea de que la película no debe
W.R. o los misterios del organismo representar tanto una auténtica «vivencia» sino ser una «vivencia» en sí misma, «no
(W.R. - Misterije organizma), Dusan organizando los... materiales en una especie de forma convertida en fiction, sino haciendo
Makavejev, 1971 surgir las grandes líneas de la realidad en la película» (Kramer). Para muchos cineastas,
la película es algo que «continúa en su devenir» mientras se piensa en ella, mientras se
escribe y mientras se rueda (lo afirma Bertolucci a propósito de Antes de la revolución);
algo que se rueda en contra del guión, y después se monta en contra de lo rodado (tal
como dice Ferreri a propósito de L’ Harem/El harén, 1967); que debe mostrar los
«procesos» de los problemas, esto es «someter a juicio, sin emitir veredicto» (García
Espinosa); también porque actuar en una película supone vivirla con intensidad, 5 porque
-dice el nuevo autor- «vivo inmerso en la película que hago” (Ferreri), o sin más «yo,
con el cine, vivo» (Olmi), así que «la película... no es una película, sino un trozo de
vida verdaderamente (Orsini).
En otras palabras, es evidente que los autores del nuevo cine re quieren para
las películas una total libertad expresiva, una salida radical de las constricciones
conciliadoras entre «contenido» y «forma», una exención de las obligaciones narrativas
de la «historia» y psicológicas del «personaje», una salida de las constricciones de la
industria, además de, casi unánimemente, un mayor reconocimiento de la figura el
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autor/director. Se puede incluso decir que este
último tema es uno de los leitmotiv emergentes de
todo el cuadro mundial del Nuevo Cine. Con la
única excepción, quizás, de la situación italiana -
en la que la Nueva Ola nace, principalmente, por
iniciativa de los productores (Goffredo Lombardo
y Titanus, Franco Cristaldi y Vides, Alfredo Bini y
Arco Film; pero también productores más
tradicionales, que adaptan rápidamente sus propios
trends productivos a las nuevas exigencias
internacionales y favorecen, de modo hasta
excesivo, los comienzos de las nuevas generaciones
cinematográficas) en todo el mundo, los autores/
directores son quienes determinan los grandes
cambios que renuevan las distintas cinematografías
nacionales: en muchos casos, son ellos y sus
asociaciones quienes determinan nuevas
legislaciones cinematográficas; en su nombre, en
Valparaíso mi amor, Aldo Francia, varias circunstancias políticas, se crean solidaridades político-intelectuales activas y
1969 orgánicas (y este fenómeno irá desde el nuevo cine checoslovaco de los primeros años
60 hasta el nuevo cine chileno, el último de los Nuevos Cines, de comienzos de los
años 70, en el Chile de Allende); en torno a ellos se cristalizan las no pocas iniciativas
productivas (en Francia, en Brasil, en Japón, en Argentina...) virtualmente distintas de
las tradicionales empresas cinematográficas y de la clásica división de papeles entre
«producción» y «creación».
En cambio, las cosas no fueron de este modo. Entre el final de la década y los
comienzos de los años 70 -en el «plano general», con la difusión mundial de la dinámica
de restauración política, en el «plano cinematográfico», con la superación de los diez
años de crisis que habían golpeado a Hollywood y la propuesta renovada de la hegemonía
hollywoodense sobre el mercado cinematográfico de todo el planeta- el Nuevo Cine se
repliega en todo el mundo de una manera nueva, se esteriliza en los pequeños filones
de la película «juvenil», asume las actitudes un poco cínicas del nuevo imaginario
industrial, se transforma, a menudo sumergiéndose en práctica televisiva mientras la
competencia de las muchas televisiones disminuye radicalmente el público y la de los
renovados superproductos made in U.S.A. suma localidades entre los espectadores de
las cinematografías nacionales.
Quizá los años 60 sean el más bello decenio entre los cien que cumple el cine
en diciembre de 1995: aquel que se abre a más esperanzas, propone más experiencias,
muestra una mayor dialéctica de la oferta. Pero es también la última década del gran
cine mundial. Y esto ni los propios creadores del Nuevo Cine podían saberlo.