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Bienes (Santiago,
Thomson Reuters)
I. ORIGEN Y EVOLUCIÓN
A comienzos del siglo XX, tratando de buscar un cierto camino intermedio entre
las ideas del liberalismo económico y las del socialismo marxista, se propone
que la propiedad privada se comprenda, más que como un derecho, como un
deber y una responsabilidad. Aparece entonces la idea de que la propiedad es
una función social, como sostendrá el célebre jurista francés León Duguit (1859-
1928), el que, inspirado en las ideas del positivismo de Comte, llega a la
conclusión de que la propiedad no debe ser entendida como un derecho
subjetivo, sino más bien como una función que la sociedad asigna y espera del
poseedor de ciertos bienes.
Una voz que se levantará también para equilibrar las concepciones extremas
de la propiedad será la de sucesivos papas de la Iglesia católica, que, por medio
de cartas encíclicas, irán forjando un conjunto de planteamientos que más tarde
se conocerá como doctrina social católica.
En la encíclica Rerum Novarum (1891), el papa León XIII critica tanto al
socialismo colectivista como al liberalismo económico. Frente al socialismo,
señala que su doctrina desconoce el derecho del obrero a su salario y a usarlo
para adquirir bienes (Nº 3) y que el poseer algo como propio es un derecho que
la naturaleza da al hombre (Nº 4). Contra el liberalismo económico, el papa
señala que, si bien la propiedad es un derecho, ella debe tener un recto uso, lo
que invita a usar las cosas externas como si fueran comunes y necesarias para
asistir a los demás (Nº 17). En la encíclica Quadragesimo Anno (1931) el papa
Pío XI articula mejor la doctrina del derecho de propiedad y le reconoce un doble
carácter, individual y social (Nºs. 45 y 46). Señala que no invadir el dominio ajeno
es un mandato de la justicia conmutativa, pero que, a su vez, los propietarios
deben usar honestamente, es decir, considerando el bien común, los bienes que
detenten, aunque ello sea materia de otras virtudes (Nº 48). Por ello, el derecho
de propiedad debe estar limitado por las leyes del Estado: "De la índole misma
individual y social del dominio [...] sigue que los hombres deben tener presente
en esta materia no sólo su particular utilidad, sino también el bien común. Y
puntualizar esto, cuando la necesidad lo exige y la ley natural misma no lo
determina, es cometido del Estado" (Nº 49).
El papa Juan XXIII, en Mater et Magistra (1961), habla ya de "función social de
la propiedad" (Nºs. 119-121). El Concilio Vaticano II consagra esta concepción
de la propiedad, aludiendo ahora al destino universal de los bienes: "los bienes
creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con
la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad,
adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias
diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los
bienes" (Gaudium et Spes Nº 69). En el centenario de la Rerum Novarum, el
papa Juan Pablo II da a conocer una nueva encíclica social, llamada
justamente Centessimus Annus (1991), en la que, junto con recalcar que la
propiedad es un derecho fundamental para la autonomía y desarrollo de la
persona, enfatiza que no se trata de un derecho absoluto, puesto que en su
naturaleza de derecho humano lleva inscrita su propia limitación (Nº 30). El
pontífice, a tono con el progreso científico, habla de la propiedad del
conocimiento de la técnica y del saber (Nº 32), de la cuestión ecológica (Nº 37)
y de un ambiente humano, o ecología humana, cuya primera estructura es la
familia (Nºs. 37-39).
Siguiendo estos planteamientos, parte importante de la doctrina comenzó a
señalar, no que la propiedad sea una función social, sino que, siendo un derecho
subjetivo, e incluso fundamental, tiene una función social reconocida en
limitaciones a su ejercicio y también en la posibilidad de extinción bajo ciertas
garantías. Por cierto, la extensión y efectos de esta función social difieren según
los diversos ordenamientos.
c) Liberalización de la propiedad
El gobierno militar, después del golpe de Estado de 1973, se vio en la
necesidad de implementar un plan para recuperar la economía. Fue la
oportunidad para que jóvenes economistas que habían estudiado sus posgrados
en la Universidad de Chicago ensayaran el modelo de libre mercado, que más
tarde se expandiría por el mundo capitalista (con la Inglaterra de Margaret
Thatcher y los Estados Unidos de Ronald Reagan). El modelo rescata algunos
valores del liberalismo clásico, entre ellos la idea de que quien mejor aprovecha
la propiedad es quien se sabe dueño exclusivo de algo y de que la mejor forma
de que los bienes lleguen a quien los va a usar con mejor provecho es el
mercado. Se produce así una liberalización de la propiedad privada, incluso más
allá de lo que había sido el liberalismo del siglo XIX. Se propicia la libertad de
fijación de precios y la reducción al mínimo de los aranceles aduaneros.
Empresas estatales son "privatizadas" y convertidas en sociedades anónimas,
algunas con cierta participación de órganos del Estado. Se completa la reforma
agraria no bajo la forma de asentamientos campesinos con propiedad
comunitaria, sino asignando las parcelas a cada campesino, que pasa a ser así
su propietario individual.
Esta reconversión produjo resultados sociales dolorosos, como el cierre de
industrias manufactureras que sobrevivían gracias a los aranceles que se ponía
a las importaciones, altos niveles de desempleo y fuerte dependencia de los
ciclos de la economía internacional.
Una vez restaurado el régimen democrático, los nuevos gobiernos, si bien
introdujeron medidas de protección social, no modificaron en lo grueso el modelo
de economía de mercado y ello permitió un crecimiento económico sostenido
como nunca antes había observado el país. Los críticos tachan este modelo de
"neoliberal" y le reprochan una excesiva desigualdad entre los más ricos y los
más desventajados, pero sus críticas, al carecer ya del modelo alternativo que
proporcionaban los países con socialismo real, carecen de propuestas concretas
que no sean la adopción de medidas que corrijan los abusos del mercado en
general o en ciertos sectores, como la educación y la salud.
La mantención del modelo se debe también, en parte, al estatuto constitucional
que se ha construido en torno a la propiedad, que pasamos a revisar
brevemente.
b) Garantías de la propiedad
[…]
El Código Civil nos da una definición del derecho de propiedad que reza: "el
dominio [...] es el derecho real en una cosa corporal, para gozar y disponer de
ella arbitrariamente; no siendo contra la ley o contra derecho ajeno" (art. 582
CC).
Esta definición se inscribe dentro de aquellas que la doctrina denomina
definiciones analíticas, porque operan dividiendo el derecho en sus principales
facultades; en este caso, las de gozar (en la que se incluye el simple uso) y
disponer.
Por el contrario, los autores suelen seguir un criterio sintético resaltando la
unidad e intensidad del derecho. Se señala así que el derecho de dominio sería
el derecho real que concede el poder jurídico máximo o más completo que una
persona puede tener sobre una cosa. Otros agregan características a este poder,
calificándolo de absoluto, exclusivo, perpetuo, etc.
Aunque la definición se refiere a cosas corporales, los artículos siguientes, 583
y 584, dicen que hay una "especie" de propiedad respecto de las cosas
incorporales y las cosas intelectuales.
Según una ingeniosa tesis, el Código Civil en realidad no habría definido el
derecho de dominio en el art. 582, sino que sólo habría conceptualizado una de
sus "especies", el dominio sobre cosas corporales. De esta manera, la definición
de propiedad estaría implícita y no expresa en estos preceptos: ella no sería un
derecho real, sino la calidad de propia de la cosa, entendida como exclusividad
sobre ella y como opuesta no a común, sino a ajena (28). Por nuestra parte,
pensamos que, cuando los arts. 583 y 584 se refieren a especies de propiedad,
se están refiriendo a la definición del art. 582, que contiene el contenido
prototípico de este derecho real, y aluden entonces a propiedades que, aunque
presentan características especiales por los objetos sobre los que recaen, son
parecidas, semejantes o analógicas a la propiedad que se define en el art. 582.
2. Elementos de la definición legal
La definición del art. 582 del Código Civil contiene varios elementos, que
podemos agrupar en aquellos que se refieren a la naturaleza de la propiedad,
aquellos que se refieren a las facultades que concede y aquellos que se refieren
a los límites de dicho ejercicio.
Los elementos relativos a la naturaleza son dos: la definición nos dice que el
dominio o propiedad es un derecho y, enseguida, que ese derecho es real. En
primer lugar, la propiedad es conceptualizada como un derecho subjetivo; es
decir, como un poder jurídico que se concede a una persona y que la faculta para
obrar de determinada manera. La cosa, entonces, no es la propiedad como tal
(como pensaban los romanos), sino sólo el objeto sobre el cual se ejerce ese
derecho o poder jurídico. En segundo término, la definición califica al derecho
como real; es decir, un derecho que se tiene sobre una cosa sin respecto a
determinada persona (art. 577.1 CC). La norma que define de esta forma al
derecho real, al enumerar los derechos reales conocidos por el Código Civil,
parte la enumeración mencionando al dominio: "Son derechos reales el de
dominio..." (art. 577.2 CC).
Por ser un derecho real, el derecho de propiedad debiera ser considerado
"cosa incorporal", conforme a lo dispuesto en el art. 576 del Código Civil. Pero
que se aplique el concepto de cosa incorporal no significa que también se le
aplique la disposición del art. 583, que señala que sobre las cosas incorporales
existe una especie de propiedad; parece obvio que esta última norma se está
refiriendo justamente a cosas incorporales que no son el derecho real de dominio
o propiedad, puesto que esta cosa, siendo propiedad, no necesita que se la
ampare considerándola análoga a la propiedad de cosas corporales.
Los elementos relativos a las facultades están comprendidos en la frase "para
gozar y disponer de ella [la cosa]". En apariencia, la definición se referiría sólo a
dos de las tres facultades clásicas: la de goce y la de disposición, pero hay
unanimidad en la doctrina para entender que la facultad de usar debe
considerarse implícita en la de gozar. En efecto, una forma de gozar de la cosa
es usarla para aquello que es útil, aunque esta utilidad no se traduzca en la
apropiación de frutos derivados de la cosa. Diríamos, incluso, que en el estado
actual de nuestra economía la facultad de uso es más importante en la práctica
que la de goce, ya que todos los bienes son por su naturaleza utilizables, y sólo
algunos son fructíferos (al menos naturalmente). El ejercicio de estas facultades
se realiza mediante actos materiales (habitar la casa, cosechar los frutos de un
árbol, quemar un objeto inservible); las facultades de goce y de disposición
admiten un ejercicio jurídico, como cuando alguien da en arriendo el bien de su
propiedad y obtiene las rentas como fruto civil, o cuando el propietario enajena
el bien a favor de otra persona. Volveremos sobre este tema al tratar de los
atributos o facultades esenciales del dominio.
Finalmente, podemos mencionar los elementos de la definición que se ordenan
al mencionar los límites del ejercicio del derecho de propiedad, contenidos ahora
en la frase "no siendo contra la ley o contra derecho ajeno". Parece claro que
hubiera bastado la expresión "no siendo contra la ley", ya que, cuando el ejercicio
de la propiedad violenta el derecho ajeno, también se estará frente a una
conducta ilegal o antijurídica, pero se entiende que, por razones de claridad, el
codificador haya preferido separar el límite del derecho ajeno del más genérico
de contra la ley. Además, es cierto que la ilicitud en este caso procede más
directamente de la injusticia que significa la intromisión en el derecho de otro y
sólo en forma indirecta puede decirse que hay un atentado contra la ley o el
derecho objetivo. En todo caso, debe señalarse que, como en otras ocasiones,
el Código se refiere aquí a la ley, no en el sentido técnico del art. 1, si no en su
concepto genérico de "Derecho" u ordenamiento jurídico, por lo que se alude
también a la Constitución, que es justamente llamada "ley fundamental".
a) Uso
b) Goce
Como veíamos, a la facultad de goce, aunque puede identificarse, en un
sentido amplio, con la posibilidad de uso de la cosa, se la ha restringido desde
los romanos a un uso muy especial, que consiste en la facultad para apropiarse
o hacerse dueño de los frutos o productos que genere la cosa. Los frutos pueden
ser naturales o civiles. También se consideran objeto de la facultad de goce los
productos de una cosa, es decir, aquellos que no se dan periódicamente y que
disminuyen su sustancia, como los minerales de una concesión minera o la
madera de un bosque.
El Código Civil, sin embargo, consideró que no era suficiente la facultad
dominical de goce para justificar la adquisición del dominio de frutos y productos.
En el fondo, la facultad de goce es el fundamento de la adquisición, pero es
necesario que opere respecto de estos nuevos bienes un modo de adquisición
del dominio. Este modo será la accesión en su modalidad de accesión de frutos
o discreta, que pasa a ser definida como "un modo de adquirir por el cual el
dueño de una cosa pasa a serlo de lo que ella produce" (art. 643 CC).
Comprendiendo de esta manera la relación entre facultad de goce y accesión es
posible superar las críticas que muchos autores formulan contra esta supuesta
"duplicidad" de figuras para explicar la adquisición de los frutos, a las cuales
consideran incompatibles entre sí.
También la facultad de goce puede ser concedida a un tercero distinto del
propietario. El caso más clásico es la constitución de un derecho real de
usufructo sobre la cosa, de modo que será el usufructuario quien tenga derecho
a apropiarse de los frutos, mientras el dueño tendrá una propiedad "desnuda"
(sin el vestido del goce), por lo que se lo denomina "nudo propietario" (art. 765
CC). También puede concederse la facultad de goce por medio de un derecho
real de uso, pero en tal caso el propietario conserva también dicha facultad en
alguna medida: el usuario tiene la facultad de gozar de una parte limitada de las
utilidades y productos de la cosa (art. 811 CC), la que será determinada por el
título constitutivo del derecho (contrato, testamento).
También la facultad de goce puede cederse en virtud de un contrato que
genera sólo derechos personales, como sucede, por ejemplo, con el
arrendamiento (arts. 646.1 y 1915 CC) y con el contrato de anticresis (art. 2435
CC).
c) Disposición
La facultad de disposición puede ejercerse en dos planos: uno material y otro
jurídico. Hay disposición material cuando el propietario afecta la constitución
física de la cosa que es de su dominio, como si la destruye, la transforma en otra
cosa o simplemente la deteriora y disminuye su valor.
Por la disposición jurídica, en cambio, se mantiene la identidad y calidad física
de la cosa, pero lo que se merma o extingue es el derecho de dominio del
propietario. Es lo que ocurre cuando la cosa es enajenada, es decir, se hace
"ajena" al anterior propietario por un acto entre vivos.
La enajenación puede ser total o parcial. Es total si el dueño deja de tener el
derecho de dominio sobre la cosa, mientras que es parcial si el propietario
conserva el dominio, pero de manera limitada por la constitución de derechos
reales a favor de terceros. Así, hay disposición parcial cuando el dueño concede
un usufructo, uso o habitación o una servidumbre sobre el bien de su propiedad.
También la hay cuando se constituyen derechos reales de garantía, como la
prenda o la hipoteca, porque el dominio queda expuesto a perderse en caso de
que no se cumpla la obligación principal asegurada por dichos derechos.
La enajenación total puede ser con transferencia del dominio a otra persona o
sin esa transferencia. Lo normal será que la enajenación transfiera el derecho de
dominio a otra persona, mediante el modo "tradición", pero bien puede el dueño
disponer de la cosa enajenándola respecto de sí, mas sin transferir el derecho a
nadie. Se tratará de un acto de renuncia del dominio, perfectamente admisible
por aplicación de la regla general del art. 12 del Código Civil. Este acto de
renuncia suele llamarse abandono o derelicción. Un ejemplo práctico que se da
en países con economías desarrolladas en que los dueños de ciertos bienes ya
usados los dejan en la calle para que se los apropie cualquier transeúnte que los
necesite(30).
La facultad de disposición también puede ejercerse por acto mortis causa,
principalmente a través de un testamento, y asignando los bienes de propiedad
del testador ya sea por medio de asignaciones hereditarias o legados.