Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
TEXTO EXPOSITIVO
La sociedad actual es consciente del gran impacto que surte el sueño sobre la vida de las personas. Los
efectos del sueño no se limitan al propio organismo -necesidad de restauración neurológica- (15, 16), sino que
afectan el desarrollo y funcionamiento normal de un individuo en la sociedad (rendimiento laboral o escolar,
relaciones interpersonales, seguridad vial, etc.) (7).
De este modo, la calidad del sueño constituye un aspecto clínico de enorme relevancia. Así lo demuestran las
estadísticas al respecto: 30- 40% de la población padece de insomnio, 1-10% sufre apneas de sueño y 60% de
los trabajadores por turnos informa de alteraciones del ritmo circadiano (1). En este sentido, se estima que en
Estados Unidos el costo material de los accidentes relacionados con la somnolencia, en 1988 superó los 43 mil
millones de dólares (21); en España, el número de accidentes de circulación provocados por conductores
somnolientos se eleva a 40,000 al año (22). Estamos, por tanto, ante uno de los mayores problemas de salud
de las sociedades occidentales. No obstante, tal como se recoge en un informe estadounidense de 1994 de
la National Commision on Sleep Disorders Research, nos enfrentamos a uno de los problemas médicos más
extendidos y a la vez menos comprendidos (21). Por todo ello, es muy importante conocer de la forma más
precisa posible la incidencia de estos trastornos, así como los factores que los pueden estar determinando.
Para la consecución de este objetivo, y ante las dificultades que acarrea la evaluación polisomnografía en la
detección de la calidad del sueño, se ha optado en la mayoría de los casos por emplear instrumentos de
autoinforme en dicha tarea (29). Así, a lo largo de los últimos años se han elaborado múltiples instrumentos de
este tipo, desde encuestas amplias (23) hasta cuestionarios más específicos (4, 10, 25, 28); dentro de este
último contexto se sitúa el Índice de Calidad del Sueño de Pittsburg (6), que permite evaluar calidad al
diferenciar entre buenos y malos dormidores. Desde una perspectiva conductual podemos considerar que el
sueño está determinado por cuatro dimensiones diferentes (5): tiempo circadiano, esto es la hora del día en
que se localiza; factores intrínsecos del organismo (edad, sexo, patrones de sueño, estado fisiológico o
necesidad de dormir, etc.), conductas que facilitan o inhiben el sueño y, por último, el ambiente; estas dos
últimas dimensiones hacen referencia a la higiene del sueño, que incluye las prácticas necesarias para
mantener un sueño nocturno y una vigilancia diurna normales (25). La higiene del sueño estudia, entre otros
aspectos, el efecto que ejercen determinados factores ambientales (luz, ruido, temperatura, etc.) y factores
relacionados con la salud (nutrición, práctica de ejercicio físico y consumo de determinadas sustancias) sobre
la calidad del sueño (32). Se sabe, por ejemplo, que la exposición al ruido (18, 19, 26) o las temperaturas
extremas (12) provocan efectos negativos sobre la arquitectura del sueño. El tipo de nutrición tiene también
efectos sobre su calidad; por ejemplo, la vitamina B, el calcio y el triptófano favorecen el sueño (32). El
consumo excesivo de alcohol (17), cafeína (32) y nicotina (8) altera también la arquitectura del sueño; lo
mismo sucede con muchos de los hipnóticos, por ejemplo, los barbitúricos y los benzodiacepinas (32).
Por ello, es importante evaluar la calidad del sueño en una población específica y, por otro, determinar si el
consumo diario de alcohol, cafeína y tabaco, evaluado también mediante un instrumento de autoinforme,
deteriora la calidad del sueño.
Sierra, J. C., Jiménez-Navarro, C., & Martín-Ortiz, J. D. (2002). Calidad del sueño en estudiantes universitarios: importancia de la higiene del
sueño. Salud mental, 25(6), 35-43.https://www.medigraphic.com/pdfs/salmen/sam-2002/sam026e.pdf
TEXTO ARGUMENTATIVO
El sonido que hace un auto cuando choca contra otro es metálico. Chirrioso, la lata cruje, los vidrios explotan.
El que hace cuando golpea un cuerpo es seco, sordo. Anuncia muerte más que destrucción, inevitabilidad
más que miedo. A Muñeca una camioneta le pasó por encima, las llantas de adelante se la tragaron y la
expulsaron de atrás con el cuerpo desnudo de perra peruana bañado en sangre. Su aullido de animal que no
entiende, pero siente, atravesó la noche y nos heló el cuerpo a quienes no pudimos hacer nada por
protegerla. El que le pasó por encima no tuvo la culpa, imposible ver a un animalito que cruza como un
bólido tratando de alcanzar un gato; de lo que sí es responsable es de la insania de golpear a un ser vivo con
esa contundencia y no detenerse a ver qué ocurrió.
Cadera rota, mandíbula fracturada, pérdida de un ojo, contusión cerebral severa. La decisión de dormirla
llegaría si nos enfrentamos a un daño irreversible, si le esperaba una vida de sufrimiento o si ella dejaba
de luchar. En tres semanas pasó de no poder sostener su cabeza a comer por sí sola, a dar sus primeros pasos,
a reconocernos y reconocerse. Hoy camina, mueve la cola, defiende su comida y, si bien todavía tiene pinta
de superviviente de un ataque nuclear, ya sabemos que va a estar bien. La veo echada a mi lado, respirando
con confianza y no puedo dejar de pensar que los animales ofrecen mejores lecciones de lucha y
supervivencia que los seres humanos. La he oído quejarse, aullar, literalmente llorar y, al mismo tiempo,
pararse, arrastrar sus patas golpeadas, buscar cariño con la media mirada que le dejó el accidente.
La veo y no puedo evitar preguntarme en qué momento nos rendimos nosotros. ¿Cuándo dejamos
de luchar por un país más próspero? ¿Por un futuro mejor, aunque parezca imposible? A nosotros también nos
ha pasado un carro por encima, un carro cargado de corrupción, de mediocridad, de gente que no se
detiene a ver qué daño está dejando cuando decide atropellar al otro. Nos han tragado las ruedas de la
indiferencia y nos han arrojado en la cara una niñez fracturada por la anemia, una población dislocada por
la pobreza, una sociedad cada vez más violenta.
Después de la pandemia del COVID-19, hemos vuelto a los niveles de pobreza alarmantes, con casi diez
millones de peruanos en esa condición. Después de la pandemia, el 42,4% de nuestros niños de entre 6 y 36
meses tiene anemia, y en zonas rurales esta cifra llega al 50%. Después de la pandemia, se nos ha muerto más
gente de dengue que en cualquier otro país del mundo y las cifras de Guillain-Barré también son
escandalosamente altas. Después de la pandemia, hemos pagado caro el ser un país que se dejó encandilar
por cimientos económicos frívolos que no sirvieron para invertir en salud, construir más carreteras, dotar a las
escuelas de tecnología, capacitar a policías para ejercer la autoridad sin matar.
Nos creíamos fuertes, pero al primer inconveniente regresamos a nuestra calidad de promesa siempre
incumplida y posibilidad siempre desperdiciada. Y, a diferencia de Muñeca, a la que ningún diagnóstico
pudo tumbar, a nosotros las ganas de buscar salir de este embrollo se nos agotaron. Se organizan marchas a
las que cada quien va con un propósito distinto. Se intenta alzar la voz contra abusos y arbitrariedades y te
mandan a callar con bala, con amenaza y con amedrentamiento porque el laberinto no es bueno para la
inversión. Hay una desesperación por difundir la idea de que, si nadie se queja, volveremos a ser lo que
éramos antes. Como si no tuviéramos ya bastante evidencia de que esa falsa prosperidad, ese crecimiento
selectivo, no ha sido más que un espejismo contra el que hemos terminado estampados.
Análisis diferencial
Integrantes: