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Oscar Arismendi 192436 & Nicolas Norato 1930634.

Lacan no produce lucas, ni máquinas de guerra y, mucho menos, putas. Análisis crítico de
la propuesta Le Courtil y su posibilidad de accionar en Colombia.

1. La humanizante y civilizatoria metodología de Courtil.


Según sus creadores, la institución es un espacio para alojar las invenciones de los infantes:
una institución psicoanalítica, lacaniana, esquizofrénica y femenina, sin pretensiones
pedagógicas/educativas, ni de ser modelo, cuyos intereses están en el síntoma y no en los
supuestos déficits, adaptándose al lugar en el que se sitúan y en pro de los individuos que reciben
(Otero & Brémond, 2014).
Trabajan con psicoanálisis aplicado, en la vida cotidiana. Es decir, no buscan una cura
analítica, no interpretan, no hay significados particulares escondidos, para ellos no hay cura, sino
un uso pragmático del psicoanálisis; intentan evitar dos monolitos clásicos: la estatua del
analista-especialista, que revelaría la verdad inconsciente en consultorio y el de una institución
templo, una simple sala de espera del psicoanalista instalado en la ciudad (Otero & Brémond,
2014). Para Stevens, el síntoma es una respuesta adaptativa frente al surgimiento del Otro, que le
es útil al sujeto:
El síntoma incluye ese sufrimiento de lo real encontrado, pero es también la expresión de una
solución que el sujeto busca elaborar para responder a esa emergencia. Cada uno de nosotros,
todos los humanos, encontramos un real. Cada uno se las arregla con sus síntomas. Podemos
hablar así de "arreglo sintomático" (p. 19).
Sus principales conceptos son lo simbólico, lo imaginario y lo real. Estos, según los
especialistas, son los tres registros del ser, las tres caras del Soy; facilitan ampliar el espectro de
las múltiples, dinámicas y sinérgicas dimensiones del sufrimiento y dificultades de los sujetos
(Otero & Brémond, 2014). En esta línea, su herramienta primaria es la psicoterapia
psico-dinámica, dícese, “las prácticas que sostienen que, hablando con un sujeto o teniendo un
lazo de palabra con él, se lo puede ayudar a encontrar soluciones” (p. 24).
Al ser una institución esquizofrénica y femenina no responde a marcos lógicos rígidos, ni a
jerarquías, ni a reglamentos extensos, ni siquiera al concepto mismo de institución y, mucho
menos, a manuales normalizadores como el DSM. Para sus creadores, Courtil es una institución
desorganizada, que no sabe; acepta dividirse, moverse y cambiar por los sujetos que la integran,
bajo la única regla de la no-violencia (Otero & Brémond, 2014). En Courtil lo esencial no es
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fabricar mejores instituciones/modelos, sino aceptar el hecho de que no se sabe todo, no hay un a
priori a alcanzar, sino un niño que escuchar; se trata de fabricar una institución para cada sujeto:
No estarnos ahí para adaptar los sujetos a la institución -que representaría una especie de
modelo de la relación con el mundo- sino que estamos ahí más bien para adaptar la institución
a los sujetos, y permitirles organizarse en el mundo a partir de una institución que esté
adaptada a ellos (p. 30).
En consonancia, todos los operadores, que están en igualdad de jerarquía, tienen libertad de
cátedra y accionar, bajo la única condición de trabajar en equipo y compartirlo todo, “cada uno
organiza el grupo con su estilo, pero hay que discutir siempre sobre los efectos que eso produce”
(Otero & Brémond, 2014, p. 32).
Cabe resaltar, el trabajo en equipo, dentro y fuera de la institución, se utiliza, entre muchas
otras ventajas, por las cuestiones metodológicas mismas que propone Courtil, sobre transferencia,
contratransferencia, dispositivos terapéuticos, relaciones horizontales, etc. Para sus creadores, “es
entre varios que podemos acompañar a los niños en sus soluciones, ya que diferentes
transferencias, enganches, son posibles con el Otro (…) Puede haber así toda una red de personas
investidas por el sujeto. (Otero & Brémond, 2014, p. 86).
Justamente, Courtil propone trabajar en redes, con la comunidad, interactivamente. Han
articulado todo un engranaje, de relaciones sinérgicas con los sistemas sociales, educativos y de
salud, que los circundan. Involucran a los padres, pasantes, operadores, educadores, etc., tanto
como es posible/razonable. Todo esto, y más, por la invención de una solución:
Tratamos siempre de promover soluciones que sean exportables, para que los niños puedan
salir de la institución con su solución. Como esta joven artista que se fue con su solución; que
se volvió artista en el mundo. Si podemos salir de la institución con un oficio como solución,
es magnífico. Muchos se van con un síntoma que les permite inscribirse en una forma de lazo
social. Pero hay niños que salen con una solución que no podrán utilizar fácilmente en el
mundo. Será necesario que vayan a otra institución. Tratamos de encontrar entonces la
institución que más les convenga, una institución que acepte su solución (Otero & Brémond,
2014, p. 95).
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2. Contexto Colombiano: un país económicamente pobre, socialmente desigual y


culturalmente violento.
En este texto se comprende a la sociedad colombiana como una filiación humana
empobrecida, con profundas fragmentaciones en sus vínculos y de carácter violenta. Esto,
basándose en tres trabajos: ¿Menos pobres más vulnerables? Una medición alternativa de la
pobreza basada en el progress out of poverty index (2020); Pobreza y subdesarrollo rural en
Colombia. Análisis desde la Teoría del Sesgo Urbano (2019) y Violencia híbrida: una ilustración
del concepto para el caso de Colombia (2018).
En efecto, para Astorquiza & Ospina (2020) en consonancia con lo hallado por Sánchez,
Maturana & Manzano (2020) la pobreza colombiana mantiene su ritmo, incluso, in crescendo.
Para los autores, la pobreza ha sido conceptualizada y estudiada de forma monotemática o
unicausal, provocando, así, indicadores mal interpretables/manipulables. Asimismo, para estos
expertos, en los recientes años no se evidencian estadísticas significativas de disminución de la
pobreza, ya que, “la pobreza monetaria muestra una reducción de 1.23 % en el país, pero el riesgo
de estar en esta situación se ha incrementado en 1.76 %” (p. 17) y, de hecho, encontraron que más
del 57 % de la población vive al precipicio de caer en el abismo de la pobreza. Igualmente, en
respectivos estudios, departamentos periféricos, como Chocó o La Guajira, siguen demostrando
indicadores de pobreza inauditos, donde más del 90% de aquellos hogares están en situaciones de
miseria extrema.
En paralelo, López (2019) observa en Colombia una sociedad con niveles de desigualdad
estrepitosos, puntuando en las listas mundiales de brechas sociales. Para la autora, las marcadas
distancias entre las condiciones de vida rural vs vida urbana ilustran las profundas tensiones
sociales del país. Según la experta, la contemporaneidad colombiana está enmarcada por “la
concentración del poder político en las manos de las élites urbanas, así como por la injusta
distribución de tierras y políticas económicas proteccionistas seguidas por estrategias de
liberalización” (p. 76). Efectivamente, para Parra, Ordóñez & Acosta (2013) dicha crisis se
evidencia comparando los índices de pobreza, de 46,1% y 22,1% de pobreza-extrema, de las
zonas rurales, contra los índices urbanos de un 30,3% y 7%, respectivamente.
Por último, Bautista (2018) afirma que la violencia es cultura colombiana. El autor observa
que la violencia colombiana es estructural, estructurante, múltiple, poliforme y ubicua; una
violencia híbrida y persistente, que órbita/atraviesa casi todas las esferas de la vida social,
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“parecería que nuestra violencia es un demiurgo, una esencia, capaz de producir su propia
realidad y aparecer con distintos ropajes” (Camacho, 1991, p. 24). Lastimosamente, explica
Moreno (2002) la cultura colombiana no encuentra excepcional los distintos tipos de violencias
que la ahogan, sean directas o indirectas, psicológicas o físicas, terroristas o mediáticas, sean
torturas o mutilaciones, fosas comunes o limpiezas sociales, desplazamientos forzosos o falsos
positivos, etc., por el contrario, las entiende como la cotidianidad misma. Siguiendo a este autor,
aquellas orgías violentas son factibles en un escenario social donde “el límite de los tabúes no
sólo se encuentra agujereado, sino que, en ciertos grupos sociales ha sido eliminado y
reemplazado por el culto a la destrucción de los enemigos” (p. 302).

3. ¿Es posible un dispositivo como Le Courtil en el panóptico colombiano?


No, no es posible la propuesta que se analiza en el primer apartado en un contexto como el
que se evidencia en el segundo. Ya que, Courtil es un dispositivo anti-panóptico, una institución
esquizofrénica y femenina “que hace objeción al fundamento mismo de la institución” (Otero &
Brémond, 2014, p. 30). Por ende, en un mundo neoliberal panóptico, cuya urgencia es la
producción en masa de subjetividades dóciles al sistema, pero hambrientas de devorar al Otro,
como lo intenta ser Colombia, no tiene sentido alguno lógicas centradas en el individuo y sus
singularidades. Esto, se fundamenta en la crítica de las sociedades contemporáneas iniciada por
Foucault (2002/2014) y desarrollada por Byung-Chul Han (2014/2022) y argumentado, a
continuación, en tres subapartados:

a. La salud panóptica colombiana:


Colombia, principios del siglo XXI, en su población general, reportaba índices de trastornos
mentales por encima del 40% (Posada, Aguilar, Magaña & Gómez, 2004). En el 2015 se realiza
La Encuesta Nacional de Salud Mental, reportando que 10/100 adultos de 18 a 44 años y 12/100
adolescentes presentan algún problema o trastorno mental necesitado de intervención terapéutica
(Gómez et al., 2016). Más diciente, en años recientes, según el Plan Nacional de Salud Mental
(2018), aumentan las tasas de mortalidad relacionadas con trastornos mentales/del
comportamiento, “pasando de 0,32 por 100.000 habitantes en 2009 a 1,53 en 2016” (p. 11). En
paralelo, dicha tendencia ascendente aparece en la tasa de años de vida potencialmente perdidos
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por fenómenos psicológicos, “en 2009 fue de 4,63 por 100.000 habitantes, mientras que, en 2016,
fue de 17,42” (p. 11).
Además, explican Rojas, Castaño & Restrepo (2018) que en distintos países se invierte solo el
2 % del total de los recursos de la salud, lo que traduce a tres dólares por habitante, por cierto, en
los países tercermundistas se habla de 0,25 dólares por habitante. Según los autores, “casi la
mitad de la población del mundo habita en países donde se dispone de un psiquiatra o menos por
200 000 personas y en países de bajos ingresos hay menos de un especialista por millón de
habitantes” (p. 131).
Siguiendo a Rojas et al., “la salud mental ha sido la cenicienta en las políticas públicas en el
país” (2018, p. 131). Según los autores, desde el 93, llegando a proyectos del 2021, hasta
documentos que apuntan al 2030, se han construido distintos proyectos públicos y leyes que
buscan equidad, obligatoriedad, protección integral y calidad en la atención en salud. Sin
embargo, concluyen los investigadores, en concordancia con González et al. (2016) las
verdaderas innovaciones han sido minúsculas, ratificando la tendencia crítica a la incongruencia
entre las normas y las realidades. En Colombia se vanaglorian de hermosos párrafos burocráticos,
que, en realidad, carecen de poder para impactar un sistema panóptico (Novoa, 2012).
Por ejemplo, para González et al. (2016) la resolución 5521 de 2013, estableciendo supuestos
servicios equitativos al régimen contributivo y subsidiado, terminó reduciendo beneficios
potenciales esperados para la salud mental en ambos regímenes, vulnerando a los más pobres. En
cuanto a prevención y promoción, se registran impactos escasos, por no decir nulos, debido a
lineamientos superficiales, incoherentes con las realidades situadas, desarticuladas de las
estructuras gubernamentales respectivas y pobremente comunicadas a las comunidades (Novoa,
2012).
Igualmente, el ingreso de más medicación para múltiples diagnósticos psiquiátricos generó un
nuevo afán de oferta y demanda entre farmacéuticas, farmacias y hospitales;
demoras/complicaciones en las autorizaciones, restricciones o estimulaciones de diagnósticos
específicos, aprobados o no según Invima, afanes médicos por complacer dichas ofertas y
demandas, todo esto, traduciéndose en prevalencias e incidencias que responden al mercado y no
a los sufrimientos del paciente (Rojas, Castaño & Restrepo, 2018).
Adicionalmente, la concentración de especialistas de la salud mental en las grandes ciudades,
en especial en Bogotá, junto a las dificultades para obtener terapias psicológicas específicas,
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debido a la elitización de dichos servicios, producen barreras significativas para los mínimos
servicios de salud mental (González et al., 2016).
Por lo dicho, para Hernández & Sanmartín (2018) la salud mental colombiana es
contradictoria, está en permanente tensión, jalonada por derechos humanos, calidad de servicios,
lógicas financieras y estigmas culturales, expresándose en deficiencias estructurales, conceptuales
y socioculturales. Según los autores, se minimizan/reducen las expresiones positivas, relacionales
y colectivas de lo psicológico en relación a la cotidianidad, manipulando el enfoque hacia lo
económico, centrándose en la enfermedad, en tecnologías costosas y mínimo acceso.
En sintonía con todo lo expresado, Herazo (2022) concluye que la salud mental en Colombia
demuestra un matrimonio conveniente entre los paradigmas biomédicos y la expansión del
capitalismo, materializado en la psiquiatría industrial colombiana.

b. La pirámide neurótica de clases sociales:


Colombia es el país de las asimetrías, desigualdades y abismos sociales (Parra, Ordóñez &
Acosta, 2013). Es clasista, machista, racista, centralista, patriarcalista, regionalista, etc., padece
de hemiplejía, siempre que se analice alguno de sus cuerpos sociales, este estará con la mitad de
su faceta paralizada (Moreno & Corrales, 2022). Su desarrollo socio-económico concentra sus
avances en una Colombia, a costa de la sumisión, atraso y saqueo de la Otra (Ferreira &
Meléndez, 2012).
Para Acosta (2013) treinta años después del plan de López Michelsen sobre reducción de
brechas sociales, entre lo rural y urbano, el agro y la industria, asalariados y capitalistas, entre
géneros, etnias, clases sociales, etc., después de las innumerables promesas, proyectos y metas, lo
que eran brechas ahora son zonas abisales. Según el autor, aunque el verso y la prosa
gubernamental cantan sobre cohesión social, durante los últimos años los procesos de
centralización, concentración de poderes/bienes y monopolios políticos se han acentuado, “bien
se ha dicho que la política es la expresión concentrada de la economía y ejemplos al canto los
tenemos muchos en este país de privilegios y exclusiones” (p. 12).
En paralelo, según Vásquez (2019) en Colombia la intolerancia, discriminación y la violencia
racial alcanzan niveles exorbitantes, superando, por mucho, índices modestos/sesgados. Para el
autor, el país es un régimen explotador y dominante, resultado de una orgia entre el capitalismo,
el imperialismo, el patriarcado y el racismo; “la intersección de las identidades políticas y las
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relaciones de poder contribuyen a identificar la existencia de una matriz de dominación asociada


a la raza, la clase, el género y la sexualidad” (p.26).
Asimismo, Para Parra et al. (2013) el país sufre del diabétismo de concentración de tierras,
una exagerada proporción de las tierras útiles son acaparadas en monopolios empresariales
capitalistas, clamando por una apropiada/urgente/necesaria intervención. En resonancia, según
los investigadores, el campesino colombiano promedio continúa en situación de pobreza,
atrapados en la informalidad, con servicios básicos mínimos, precariedad en la educación y salud,
sin posibilidad real de acceso a activos, carecen de capacidades/conocimiento/recursos para
organizar alguna empresa.
Cabe agregar, siguiendo a Estrada (2015) Colombia es un nicho de todas las
ejemplificaciones posibles de violencias de género, tanto las mujeres como otras expresiones son
botines de guerra, carne de redes de prostitución/tráfico y focos de pornografización.

c. La violencia psicótica colombiana:


La violencia colombiana ha devenido en una Cultura misma, un fenómeno de hibridación
transversal, poliforme, ubicua, múltiple, añejo y proteico (Bautista, 2018). Cuyos inicios se
remontan al susodicho descubrimiento, pasando por la conquista y colonia, cuyos ecos retumban
hasta la actualidad, con letales efectos; siendo, incluso, telón de fondo de la narrativa histórica
nacional (Guerrero & Fandiño, 2017).
Según Bautista (2018) La violencia colombiana es ubicua, siempre presente, permea todo
espacio, dimensión y territorio social, se trate de la micro esfera del ámbito familiar o de la macro
esfera de lo político, es un abstracto comunal, base donde se desprenden la violencia directa y
estructural; rasgos aprendidos, una integración dinámica entre las ideas, los valores, las normas,
la tradición y demás en constante retroalimentación.
En concordancia, para Cartagena (2016) la violencia colombiana está arraigada, naturalizada,
incluso, celebrada, hasta llegar, irónicamente, al profesionalismo; vigorizada por procesos de
imitación recíproca y aprendizaje, experiencias propias y del Otro. Según la autora, la amalgama
del amplio espectro de repertorios violentos colombianos implica un ambiente sociocultural que
no estigmatice sus usos enérgicos y arbitrarios, sino que los abrace como vía entre varias para
alcanzar éxito y prestigio.
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Igualmente, exponen Guerrero & Fandiño (2017) que la violencia colombiana tiende a los
extremos, con inusitada frecuencia, fácil/espontáneamente, una barbarie desmedida para lograr
fines modestos; tortura, violación, desaparición, desplazamiento forzoso, desmembramiento,
terrorismo, fosas comunes, minas antipersona, limpiezas sociales, sicariato, etc., son algunos
ejemplos clásicos.
Ahora, existe un ejemplo de ejemplos: los falsos-positivos. Para Gordon & Dolan (2020) la
escandalosa violación de Derechos Humanos y acentuada impunidad de dicho fenómeno “son
inherentes a la violenta exclusión del otro que se da en todos los segmentos de la sociedad
colombiana, específicamente de la población empobrecida y marginalizada” (p.111). En efecto,
Díaz, Salamanca & Carmona (2019) explican que los falsos positivos son dispositivos
biopolíticos, entretejidos al aglomerado social desde la vigilancia y el control, sustentados en una
ignorancia colectiva, una especie de imbecilidad colectiva, anomia social (Gaviria, 2008) o
civilización del espectáculo (Vargas, 2012). En sí, Colombia se ha extraviado en una historia
sangrienta que se tensiona, angustia y contradice, con más fuerza que nunca, frente a un
posmodernismo que promulga un sujeto sometido a regímenes de miedo y de terror
.
4. Análisis de la propuesta A Courtil, elementos que la sustentan, y reformulación de la
propuesta adaptada al contexto colombiano.
La propuesta elaborada en el texto, teniendo en cuenta el contexto social en el que se ubica,
presenta una pertinente adecuación de intervención psicoanalítica/psicodinámica beneficiosa para
la población intervenida. Creemos que el uso que se le ha dado a la teoría psicoanalítica
Lacaniana en Courtil, es de los primeros intentos exitosos de usar el conocimiento psicoanalítico
en función de los elementos que aparecen en la institución, elaborando desde el lenguaje un
trabajo que consiste en tomar en consideración la manera en que cada sujeto trata de lidiar con el
mundo, desde lo imaginario, lo simbólico y lo real (Otero & Brémond 2014).
De esta manera, es acorde a las propuestas elaboradas por la Política Nacional de Salud
mental en Colombia, en la cual se expresa que en 2005 el Ministerio de protección social junto
con otras entidades gubernamentales, se generaron unos lineamientos de seguridad y protección
social que acogen las necesidades de los Colombianos para establecer posibles abordajes que
sean acordes a los elementos presentados.
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Lo anterior, responde de esta manera al enfoque de desarrollo basado en derechos humanos,


en el cual se expresa que las personas, familias o comunidades son agentes activos en elegir una
vida plena de sentido que les permita tener libertad, bienestar y dignidad. Según tres
características importantes (Política Nacional de Salud mental, 2018):
● El momento de curso de vida en el que se encuentran
● Las características y condiciones poblacionales que los identifican
● Los territorios específicos que habita y construyen subjetivamente
Esto quiere decir, que tratan la salud mental desde las dimensiones de lo cotidiano de la
población Colombiana expresado de manera similar en Courtil. En ambas casos, la salud mental
está pensada hacia lo práctico que es ir más allá de la interpretación clínica tradicional, en la que
se encuentra el sentido de lo sintomatológico a través del encuadre terapéutico, y como
contrapuesta observar el propósito del síntoma en la interacción del sujeto con el mundo junto
con sus formas de acceder a él.
Lo anterior refiere entonces, que la práctica clínica deberá estar fundamentada en un primer
momento en la escucha activa y atenta de las necesidades/padeceres del sujeto. Con el fin de
garantizar, la no centralización del conocimiento y el poder, sesgando o invisibilizando al otro
desde lo que la institución normativa cree que es mejor para él, permitiendo conocer en el
discurso y la palabra lo que cada individuo considera mejor para sí mismo en cuanto a sus formas
de relacionarse con los otros. En Courtil esto es muy claro cuando se expresa: “Esto no quiere
decir que descuidemos los ideales, sino que debemos más bien buscar la correspondencia, el
mejor acuerdo posible entre los ideales que puede encontrar en el mundo, y su particularidad”
(Otero y Brémond, 2018, pp. 21).
No obstante, aunque Courtil y la Política Nacional de Salud mental trabajen bajo
consideraciones similares, la propuesta presentada por la institución adaptada al contexto
Colombiano implicaría entre otras muchas cosas una inversión de una suma de dinero muy
grande, debido a que se debe:
Promover una serie exhaustiva de capacitaciones a los profesionales de la salud mental, desde
el enfoque psicoanalítico de Lacan para poder comprender a los sujetos a través de sus palabras y
prácticas singulares.
Fomentar la creación o la reestructuración de instituciones, en los que de manera similar se
puedan acoger sujetos que presentan patologías o características sintomatológicas complicadas
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para otro grupos, y se les brinde una intervención psicoanalítica enfocada en la comprensión de
su situación, y elaboración de herramientas para enfrentar las dificultades del mundo social.
Establecer alianzas entre las instituciones clínicas, centro de orientación psicológica,
instituciones educativas y los diferentes servicios de atención psicológica, para generar espacios
adecuados de atención, seguimiento e intervención similar a Courtil.
En el contexto actual de Colombia, hablar de salud mental tal como se presenta en Courtil es
hablar de una gran inversión económica por parte del gobierno Colombiano. Colombia sufre de
pocos profesionales formados en salud mental; por cada 100000 habitantes colombianos hay 2
psiquiatras, y por cada 10000 personas hay 5,1 profesionales especialistas en salud mental
distribuidos entre Bogotá, Antioquia, Valle del Cauca, Atlántico y Santander (Política Nacional
de Salud Mental, 2018).
Lo cual sugiere, que es inviable tener instituciones especializadas en temas de salud mental
con enfoque psicoanalítico Lacaniano, en el que se pueda realizar un seguimiento especializado
que garantice en el trabajo terapéutico la inversión realizada por los pacientes, que les permite
incorporarse activamente en el mundo social. En Colombia, existen más que nada instituciones
esquizofrénicas, que a través de medicamentos y entendimientos vagos de las patologías, se
intenta llegar a una cura o lo que se estima que es mejor para el sujeto.
Sin embargo, no implica que no se haya podido abordar los fenómenos sociales y
psicológicos desde otros campos, conservando en parte la metodología de Courtil. Desde la
perspectiva cultural construccionista, Jaramillo (2005) en su artículo La resiliencia de las familias
afectadas por el desplazamiento forzado en Colombia, ha trabajado con familias desplazadas por
el conflicto armado en la zona del Peñol, enfocándose no en exclusivamente en el sufrimiento
generado por el fenómeno social, sino en las fortalezas y competencias que poseen los grupos
familiares para generar una serie de estrategias orientativas que les permite posicionarse
nuevamente en la adversidad.
Para la autora, el trabajo está enfocado en la resiliencia de las familias; sus capacidades
regeneradoras en el cual se desarrollan recursos para minimizar el impacto disociativo como el
sistema de creencias, patrones de organización familiar y procesos de comunicación. En otras
palabras, los elementos que poseen los grupos familiares en las dimensiones de lo cotidiano les
permite desde lo simbólico, lo imaginario y lo real, re-posicionarse frente a tal evento traumático.
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Al igual que en Courtil, Jaramillo (2005) a través de varias entidades gubernamentales y no


gubernamentales y la articulación de varios profesionales, se creó un trabajo denominado
“reconstruyendo nuestra comunidad”, en el cual se les ayudó a las familias desplazadas por
medio del discurso, a definir el contexto social en el que habían encontrado antes del
desplazamiento, reconociendo lo que habían tenido y el lugar al que habían pertenecido, para
identificar sus formas de vida y sus relaciones en comunidad. Con el objetivo de lograr según la
autora:
“(...) la reconstrucción simbólica de sus respectivas comunidades lo que dio inicio a
relatos de la historia particular del desplazamiento forzado. En la mayoría de casos las
familias consideraron haber podido satisfacer sus necesidades básicas en su comunidad de
origen” (Jaramillo, 2005. Pp, 19).
Los resultados de la intervención realizada por la autora, develaron que la mitad de las
familias se quedaron en la cabecera municipal del Peñol (50%), teniendo una recuperación
socioeconómica a través de pequeños negocios como graneros, tiendas, cafeterías, artesanías,
entre otros. El 20% de las familias retornaron parcialmente a sus fincas, y el 30% retornó de
forma definitiva. Ejemplificando lo mencionado por Otero y Brémond (2014), la consideración
de los elementos propios y el trabajo de invención con esos elementos frente a la realidad,
permite que para las familias, los niños, o pacientes armar una solución más adecuada a las
necesidades particulares que facilitan la reinserción social.
Dejando en evidencia que, la externalización del discurso como eje fundamental en la
reconstrucción simbólica ayuda al replanteamiento emocional y psicológico de las personas.
Quizás no se pueda replicar Courtil en Colombia, no ahora con los elementos actuales, sin
embargo, se puede usar en otros contextos y perspectivas en los que el habla y la escucha permite
un posicionamiento más humano, libre en cada individuo según sus características y necesidades,
con el objetivo que cada uno construya una forma que le permita estar más conectado con el
mundo.
Lo anterior, es coherente con el enfoque de curso de vida planteado en la Política Nacional de
Salud Mental (2018). En el cual, se expresa la importancia de considerar como fundamental el
reconocimiento de la trayectoria, los sucesos y transiciones de vida de cada individuo, con el fin
de identificar las oportunidades emergentes del vivir cotidiano de las personas en el marco de sus
relaciones interpersonales, la toma de decisiones y su proyecto de vida.
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Un ejemplo de estas consideraciones en latinoamérica, es lo propuesto en Argentina en el


seno de Cooperanza en cabeza de Alfredo Olivera; la Radio la Colifata. En el cual, se le permitió
a los internos del hospital psiquiátrico, expresar de manera particular lo que cada individuo vive
en su sintomatología, como se las arregla, y sobre otros temas en el cual se expresan diferentes
puntos de vista. Generando en los oyentes de la radio diferentes preguntas, estableciendo una
interacción activa con los internos del hospital, que según Ospina (2021):
Se producía en los colifatos un fenómeno interesante, dice: sentirse escuchados por
alguien que les respondía. Si se parte del hecho de que el encierro es la exclusión, la
Colifata se posiciona como una alternativa para salir del hospital y conseguir, utilizando el
espacio comunicacional, inserción social a la comunidad” (pp, 22).
No obstante, como es de esperarse, este tipo de innovaciones en latinoamérica son
exclusivamente iniciativas particulares, ya que en este caso la Colifata en un comienzo no contó
con ningún tipo de apoyo político, ni recursos económicos, ni recursos técnicos. El apoyo vino
por parte de los oyentes luego de dialogar activamente con los internos.
Por lo mismo, este tipo de iniciativas como en Courtil son excesivamente duras y exigentes
en recursos, formación, tiempo, y espacios adecuados, para países subdesarrollados como
latinoamérica. Aunque no sea replicable, los aspectos básicos pueden ser de mucha utilidad para
pensar intervenciones enfocadas en la salud mental.
En definitiva, la Política Nacional de Salud Mental (2018), Courtil y la colifata, a través del
discurso, la escucha, la interacción, y el reposicionamiento teniendo en cuenta la trayectoria de
vida y el contexto individual, social y comunitario, puede beneficiar/ayudar la salud mental en las
personas. Ya que se deja en evidencia que, dar voz es permitir dar visibilidad a los individuos que
normalmente por su condición psicológica son excluidos de los espacios sociales, siendo la
comunicación una herramienta terapéutica y de inclusión social.
En cuanto a Colombia, trabajos como el de Jaramillo (2005) dejan en evidencia la practicidad
de estas consideraciones y la viabilidad de replicar este tipo de intervenciones desde la salud
mental de lo individual a lo comunitario.
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Conclusión.
Después de todo lo expresado, teniendo en cuenta que Colombia es caracterizada por la
pobreza, desigualdad y violencia, que estas son sus caras, su real, imaginario y simbólico, se
evidencia la ingenuidad de pensar iniciativas sociales con enfoques en derechos humanos, de
género, psicosocial, etc. Efectivamente, en un mundo panóptico, estructurado intencionalmente
por las elites para el control de la masa, que ha llevado la lógica centro-periferia hasta estratos
simbólicos, resulta irrisorio proponer dispositivos anti-panópticos. De hecho, las narrativas y
lógicas humanistas, como Courtil, son utilizadas por dichas élites de dos maneras: articulando
dichos dispositivos para sus usos exclusivos, entramando todo su accionar/posibilidad de acceso
a límites infranqueables para las clases medias/bajas y reestructurandolos, en sus proezas, a los
panópticos paranoicos docilizantes. Una marranera como Colombia, finamente articulada para la
fabricación de máquinas de guerra, putas y mano de obra barata, obviamente no tiene energía,
tiempo, ni ganas de invertir en niños “especiales”; al menos, claro está, si son hijos de los ricos.
Lo cual sugiere, que las instituciones que podrían ser especialistas en temas
humanitarios/psicoanalíticos/psicodinámicos en pro de la reinserción social, solo tendrán
vigencia en escenarios controlados en los cuales la violencia, la agresión, y el oportunismo no son
parte de los elementos contextuales comunitarios.
Sin embargo, en los fenómenos sociales en los cuales hay una mayor afectación
poblacional como el desplazamiento forzado, la guerra entre pandillas, violaciones, el
narcotráfico, la discriminacion y la pobreza extrema, se pueden aplicar las orientaciones básicas
de instituciones como Courtil. En la cual, no se busca solucionar el problema de estas personas
como si se tratase de héroes sociales, sino enseñarles a lidiar con su traumatismo a través de las
invenciones que estas personas puedan generar con los recursos disponibles a su alcance y
capacidad.
Esto con el objetivo de convertir a las personas en agentes activos de su propio dolor y
problema, ya que se ha dejado en evidencia que las personas necesitan ser escuchadas para
comprender e interiorizar mejor su situación. Permitiéndoles entonces, sentir que al encargarse
ellos mismos de sus propios problemas a través de sus recursos, pueden hacer algo, aunque no
solucionen su situación ni recuperen lo perdido. En otras palabras, las intervenciones en pro de la
salud mental para los estratos medios/bajos, deben y podrán estar orientadas en el
reposicionamiento simbólico del sufrimiento, no en soluciones reales a los fenómenos sociales.
Oscar Arismendi 192436 & Nicolas Norato 1930634.

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