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Por: Lic. Ariel Minici, Lic. José Dahab y Lic.

Carmela Rivadeneira

Preocupaciones ¿sanas? y patológicas

La preocupación como conducta de evitación y su relación con


el TAG

La preocupación es un fenómeno universal, todos nos preocupamos en


mayor o menor medida. Ahora bien ¿Es sano preocuparse? ¿Existe
algo así como una preocupación “sana”? Y si es así, ¿cuándo es sano
y cuándo no? ¿Hay una forma de demarcar con claridad el límite entre
la preocupación sana y la patológica? Y para empezar, ante todo, ¿qué
es preocuparse?

La preocupación es un fenómeno mental universal experimentado en forma de


frases, vale decir, las preocupaciones son predominantemente una cadena verbal
que nos decimos a nosotros mismos. Nos hablamos a nosotros mismos pero, claro
está, no todo diálogo interno es una preocupación. Por ejemplo, podríamos recordar
algún día agradable de nuestras vidas, como cuando tomamos unas vacaciones,
reproducir en nuestra memoria parte de los diálogos que sostuvimos con amigos
mientras caminábamos por una playa, y concluir con una frase tal como “qué lindos
momentos, espero que vuelvan pronto y si no, ya habrá otros, ya veré”. Punto, no
hay preocupación.

Ahora bien, si en lugar de terminar en ese momento, mi cerebro continúa “… ¿cómo


podría hacer para volver a viajar al exterior? Tal vez este no sea un buen momento,
si gasto ahorros en un viaje ahora, voy a tener menos para comprarme un coche en
un año… podría trabajar unas horas extras… calculo… si trabajo una hora más por
día, a fin de mes tendré 10000 pesos más…tal vez con eso pueda pagar un viaje”;

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Revista de Terapia Cognitivo Conductual n° 40 | Julio 2020

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estamos acá frente a un ejemplo más claro de planificación, normal, sana; una
autoverbalización que me ayuda a tomar una decisión realista, esto es, elegir entre
viajar o comprarme un coche o trabajar más para tal vez cumplir ambas metas. En
este sentido, las frases que yo utilizo constituyen una suerte de laboratorio mental en
el cual podemos jugar con diferentes escenarios imaginados, probar alternativas y
ensayar conductas, observar sus resultados, valorar pros y contras; todo esto sin
tomar ningún riesgo pues sucede enteramente en mi conciencia. Se trata tan solo de
una forma de resolver problemas; en algunas ocasiones a este tipo de diálogo
interno se lo denomina preocupación “sana”, enfatizando así su cualidad realista y
de orientación a la solución de problemas. Al mismo tiempo, la idea de una
“preocupación sana” ya nos marca que, por oposición, hay ocasiones en que tal
diálogo interno puede tornarse patológico.

Así, mi pensamiento puede quizá deslizarse hacia un laberinto más enredado: “no
puede ser que trabaje tanto… si al final, después de trabajar tanto no me pagan…¿Y
si me compro el auto y lo choco? El seguro sí me tiene que pagar, pero no es lo
mismo… un auto chocado… ¿y si yo me lastimo?… ¡o lastimo a alguien! Debe ser
terrible atropellar a alguien así que voy a aprender a manejar bien para estar seguro
de que no voy a atropellar a nadie… pero si se te cruza alguien o si se te tiran abajo
del auto a propósito para sacarte dinero y acusarte…hasta preso podés terminar…
¿y si termino preso? ¿Preso? Por Dios, mi familia…” Y con esto nos ubicamos ya
claramente en el campo de la preocupación patológica que tanto y a tantos enferma.

La preocupación es un sistema de evitación

De modo general, la preocupación siempre es un sistema de evitación de eventos


negativos futuros posibles. En este sentido, preocuparse es anticiparse verbalmente
a un potencial problema e impedirlo, coartar incluso su misma posibilidad de

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ocurrencia. Todo esto, en un sentido muy sano y normal, tiene lugar en un teatro
mental en el cual observamos diferentes cursos de acción y sus posibles
consecuencias, valoramos obstáculos e imaginamos maneras de sortearlos. Así, por
ejemplo, yo tengo que llegar puntual a un turno médico importante, en un lugar
céntrico de la ciudad al cual no suelo acudir. Pienso y averiguo si al lugar llega el
subte o tengo que tomar un colectivo, tomo en cuenta el horario de viaje pues sé que
en algunos momentos hay mucho tránsito, puedo incluso consultar el periódico para
informarme si ese día hay programada alguna manifestación en la zona. Así, si mi
cálculo concluye con que salga una hora antes, tal vez me diga “bueno, salgo con
una hora y un cuarto, como para ir tranquilo, si llego temprano me llevo algo para
leer mientras espero”. En el sentido descripto, ¿es el autodiálogo anterior una
preocupación? Seguramente consiste en una anticipación a eventuales
inconvenientes realistas, pues parto del conocimiento verificado de algunos aspectos
del tránsito en mi ciudad. Así, resultaría más justo definir ese tipo de pensamiento
como una programación que me libera de potenciales fastidios fácilmente
previsibles, en este sentido es un diálogo que me autoinstruye con pasos
conductuales; no es estrictamente una preocupación o al menos, no lo es en sentido
patológico. Este tipo de fenómeno cognitivo recorre nuestras mentes de modo
cotidiano, incluso varias veces por día, sin que lo notemos ni, menos aún, lo
experimentemos como un problema.

En efecto, no hay nada de patológico en el fenómeno pues se trata de la


identificación de un potencial problema real, con consecuencias negativas también
reales. De este modo, como proceso cognitivo, anticipa correctamente –
mentalmente- el posible escenario negativo y nos orienta a soluciones, también muy
realistas. Muy útil, en realidad, excepcional cuando reflexionamos acerca de su valor
adaptativo y de cómo ha podido contribuir a nuestra supervivencia como especie y
éxito relativo en relación con otras. No existe nada ni parecido en ningún otro
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organismo. Aunque, obviamente, esta capacidad de prever de modo flexible futuros


y probables obstáculos es subsidiaria del lenguaje, el cual es la auténtica octava
maravilla de la evolución, una herramienta versátil y de propósitos múltiples. De
todos modos, y como nadie sabe bien de qué forma evolucionó el lenguaje, también
deberíamos considerar la hipótesis de que el ensayo mental de soluciones ante
futuras eventualidades fuese una de las fuerzas que ayudó a forjarlo. Pero esto es
otro tema…

Así las cosas, la “preocupación sana” es un sistema de evitación de eventuales


problemas venideros, pues esos problemas se encuentran anclados en la realidad,
es decir, un análisis racional les otorga cierta probabilidad de ocurrencia. Asimismo,
los derroteros mentales de nuestra preocupación constituyen estrategias
potencialmente eficaces para evitar que sucedan. En este punto, vale la pena
plantearse si deberíamos llamar “preocupación” a tal fenómeno cognitivo, efectuando
la aclaración de que es sana. Tal vez, no, pues la el vocablo preocupación convoca
espontáneamente cierta imagen patológica vinculada a la ansiedad, el sufrimiento y
la disfuncionalidad; hablar de autodiálogo o planificación, probablemente hace más
justicia a la brillante herramienta de adaptabilidad que representa. Aparte, como
veremos a continuación, sí existe otro escenario donde indudablemente las
preocupaciones son tales, preocupaciones patológicas.

Las preocupaciones patológicas

Marta se preocupa excesivamente por su salud, pasa horas pensando en que se


puede enfermar ella o alguno de sus seres queridos. Su hijo le dice que le duele la
cabeza, lo cual dispara un diálogo interno como el siguiente: “¿qué será?… un
tumor… no, es muy chico para tener un tumor, ¿le pasaría algo más?… pero sí, el
cáncer infantil existe… yo no conozco a nadie… pero no es imposible…”.

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Joaquín trabaja en la venta de herramientas industriales. Claramente, tiene un


trabajo estable hace años, gana mucho más que el promedio de los hombres de su
edad, su ingreso le ha permitido mantener muy bien a sus hijos, de 10 y 12 años, e
incluso tener dinero ahorrado e invertido; no obstante, pasa varias horas al día
pensando “¿y si me quedara sin trabajo? ¿qué hago?… el departamento es nuestro
así que techo tenemos pero… bueno, por eso tengo que ahorrar, ahorrar más… sí,
para estar seguro, si yo guardo 500 dólares todos los meses… pero igual, si me
quedo sin trabajo, ¿cuánto puedo aguantar con los ahorros? Aparte, si tengo que
tocar un dólar de los que ahorré con tanto esfuerzo, me vuelvo loco… y los chicos,
un padre que no trabaja… ¿cómo me van a ver?”.

Podríamos hacer una lista con miles de variantes de preocupaciones como las
mencionadas, este tipo de casos son muy frecuentes en el consultorio de los
psicólogos cognitivo-conductuales.

La preocupación patológica también es un fenómeno lingüístico, quien se preocupa


de modo patológico se habla a sí mismo. En los ejemplos anteriores hemos
plasmado un típico diálogo interno patológico, pero estrictamente no hemos sido
fieles al guion textual del mismo. En verdad, si uno pudiera externamente leer o
escuchar lo que hay en la mente de estas personas, probablemente no lo
entendería, pues, típicamente, quien lo padece experimenta más frecuentemente un
discurso entrecortado, fragmentado, mal organizado, con frases inconclusas que se
sobreponen unas a otras, palabras sueltas, de vez en cuando intercaladas con
algunas imágenes de tipo predominantemente visuales, que aparecen en la
consciencia y rápidamente son interferidas y borradas por la cadena verbal. Así, por
ejemplo, nuestro padre de familia, Joaquín, tendría una secuencia tal vez como esta
“hijos chicos sin trabajar… padre… no…no… los ahorros pero no….”, aquí
aparecería un atisbo de imagen mental visual de sí mismo sentado en casa sin

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trabajar, empobrecido y avejentado, la cual duraría unos breves instantes,


desvaneciéndose frente al discurso verbal: “no… sin trabajo…”.

La preocupación patológica también es un mecanismo de evitación, pero ¿de qué?


¿Qué evita o pretende evitar la preocupación patológica? Pues bien, en primer lugar,
deberíamos recordar que la preocupación patológica parte de la identificación y
clasificación inadecuada de las potenciales fuentes de peligro. Esto es, los
potenciales sucesos negativos realistas cuya evitación tenía por objeto la
preocupación sana son ahora sucesos negativos NO realistas. En otras palabras,
quien padece de preocupaciones patológicas no piensa en situaciones ancladas en
la realidad sino que se halla enfocado en problemas imaginarios, relacionados con
acontecimientos dañinos, sí posibles pero muy poco probables. Y este es uno de los
motivos por los cuales la preocupación se torna patológica.

En efecto, si lo que tratamos de prevenir es un hecho que en el mundo real no


sucede, nos encontramos frente a algo que simplemente no se puede prevenir.
Naturalmente, quien lo padece no es consciente de esto y, por lo tanto, busca
fútilmente lo que no existe. Ahora bien, no existe en el mundo real, pero sí existe en
su mundo mental.

Quien padece preocupaciones patológicas lleva un conjunto de temores no realistas


arraigados, los cuales adoptan no sólo una forma verbal sino también sensorial, con
predominio visual. Así, nuestro padre de familia, Joaquín, tiene el recuerdo de su
padre, quien se quedó sin trabajo cuando él era niño, lo cual puso a su familia a una
situación muy vulnerable y llevó a su padre a un estado depresivo severo; Joaquín
teme mucho un destino similar si bien sus condiciones son completamente
diferentes. Esa imagen, si entra en su consciencia, produce un malestar emocional
intenso, con fuertes componentes fisiológicos. Es lo que experimentamos como

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angustia, es decir, la opresión en el pecho, la taquicardia, el calor que nos sube


desde el tronco hacia la cabeza. En otras palabras, cuando Joaquín o quien sea
piensa sus miedos en imágenes sensoriales se siente mucho peor que cuando lo
hace con palabras. Este fenómeno se ha mostrado en todo un conjunto de elegantes
experimentos: la articulación sensorial visual de un contenido emocional produce
mayor activación que su articulación verbal. De este modo, cuando alguien se
preocupa de manera patológica se siente mal, sí, claramente se siente mal, pero
peor se sentiría si ese mismo material lo pensara en formato visual. De este modo,
las preocupaciones patológicas son también un mecanismo de evitación pero no de
potenciales problemas realistas sino de las imágenes catastróficas acerca de
sucesos negativos no realistas. Es como si el cerebro hiciera un balance,
figurativamente, “me siento mal de cualquier modo, pero preocupándome me siento
menos mal que imaginando, así que voy por el mal menor”. Claro que, puesto así,
casi parece razonable, ¿verdad? Pero no lo es, pues si se enfrentaran de una vez
por todas las imágenes catastróficas, a largo plazo se entendería que no son
realistas, se produciría un aprendizaje de extinción y así se agotaría también el
mecanismo de preocupación patológico. De hecho, esta es la base del tratamiento
cognitivo conductual para esta sintomatología, la exposición que en este caso se
llama “exposición funcional cognitiva” por tratarse de un tipo muy específico de la
técnica de exposición.

La preocupación patológica en el entorno de la psicopatología

Las causas tanto de origen como de mantenimiento de la preocupación patológica


deberíamos buscarlas en el entorno de la ansiedad patológica en general.
Particularmente, la preocupación patológica responde a un esquema fundamental y
primario de intolerancia a la incertidumbre, lo cual junto con otras rasgos suele
aparecer en un cuadro llamado Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG). De
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hecho, ha existido en la última versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los


Desórdenes Mentales una fuerte sugerencia para que el TAG cambie su nombre a
“Trastorno por Preocupación”, pero la idea no prosperó. La denominación propuesta
(y, por el momento, fallida), “Trastorno por Preocupación”, quería honrar el síntoma
cardinal del cuadro, el cual no solo deberíamos identificar como preocupación sino
como “preocupación incontrolable”. En otras palabras, para ser patológica la
preocupación también habrá de tornarse insistente, pervasiva, duradera, imposible
de detener por parte de quien la padece y, por consecuencia, una fuente crónica de
sufrimiento.

Todos nos preocupamos a veces, incluso de modo no muy sano, pero la gran
mayoría de las personas –quienes no tienen TAG- logran poner un coto a la misma,
por ende, limitan también el sufrimiento emocional y las consecuencias
comportamentales. Como en muchos aspectos del funcionamiento psicológico
humano, la diferencia radica en la cantidad; esto es la frecuencia, intensidad y
duración del comportamiento en cuestión. Cuando la preocupación aparece a diario
e incluso varias veces en el mismo día (frecuencia), produce fuerte malestar
emocional con consecuencias para el funcionamiento y calidad de vida (intensidad) y
se prolonga por largos periodos de tiempo (días, meses o incluso, años) (duración),
nos encontramos claramente ante un fenómeno patológico.

Se trata, como también en otros muchos casos, de un mecanismo cuya función


adaptativa se desvirtúa. El lenguaje como recurso de estructuración del
pensamiento, como herramienta para inventar y reinventar escenarios donde
resolver nuestros problemas sin ponernos efectivamente en riesgo ya es una gran
ventaja. Aparte, ahora sabemos que tiene un valor agregado, pues pensar con
palabras nos permite jugar en escenarios riesgosos sin siquiera sobreactivarnos
fisiológicamente, como sí sucedería con las imágenes; es realmente un invento

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genial. El lenguaje constituye así una colchoneta mental, donde se pueden practicar
nuestras conductas peligrosas sin ponernos en riesgo físico pero también con
escasa activación emocional. Cuando ese mecanismo se desvirtúa, nos lleva a la
preocupación patológica, a la ansiedad desmedida y finalmente, a un TAG.

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