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Carmela Rivadeneira
http://revista.cetecic.com.ar/
Por: Lic. Ariel Minici, Lic. José Dahab y Lic. Carmela Rivadeneira
estamos acá frente a un ejemplo más claro de planificación, normal, sana; una
autoverbalización que me ayuda a tomar una decisión realista, esto es, elegir entre
viajar o comprarme un coche o trabajar más para tal vez cumplir ambas metas. En
este sentido, las frases que yo utilizo constituyen una suerte de laboratorio mental en
el cual podemos jugar con diferentes escenarios imaginados, probar alternativas y
ensayar conductas, observar sus resultados, valorar pros y contras; todo esto sin
tomar ningún riesgo pues sucede enteramente en mi conciencia. Se trata tan solo de
una forma de resolver problemas; en algunas ocasiones a este tipo de diálogo
interno se lo denomina preocupación “sana”, enfatizando así su cualidad realista y
de orientación a la solución de problemas. Al mismo tiempo, la idea de una
“preocupación sana” ya nos marca que, por oposición, hay ocasiones en que tal
diálogo interno puede tornarse patológico.
Así, mi pensamiento puede quizá deslizarse hacia un laberinto más enredado: “no
puede ser que trabaje tanto… si al final, después de trabajar tanto no me pagan…¿Y
si me compro el auto y lo choco? El seguro sí me tiene que pagar, pero no es lo
mismo… un auto chocado… ¿y si yo me lastimo?… ¡o lastimo a alguien! Debe ser
terrible atropellar a alguien así que voy a aprender a manejar bien para estar seguro
de que no voy a atropellar a nadie… pero si se te cruza alguien o si se te tiran abajo
del auto a propósito para sacarte dinero y acusarte…hasta preso podés terminar…
¿y si termino preso? ¿Preso? Por Dios, mi familia…” Y con esto nos ubicamos ya
claramente en el campo de la preocupación patológica que tanto y a tantos enferma.
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ocurrencia. Todo esto, en un sentido muy sano y normal, tiene lugar en un teatro
mental en el cual observamos diferentes cursos de acción y sus posibles
consecuencias, valoramos obstáculos e imaginamos maneras de sortearlos. Así, por
ejemplo, yo tengo que llegar puntual a un turno médico importante, en un lugar
céntrico de la ciudad al cual no suelo acudir. Pienso y averiguo si al lugar llega el
subte o tengo que tomar un colectivo, tomo en cuenta el horario de viaje pues sé que
en algunos momentos hay mucho tránsito, puedo incluso consultar el periódico para
informarme si ese día hay programada alguna manifestación en la zona. Así, si mi
cálculo concluye con que salga una hora antes, tal vez me diga “bueno, salgo con
una hora y un cuarto, como para ir tranquilo, si llego temprano me llevo algo para
leer mientras espero”. En el sentido descripto, ¿es el autodiálogo anterior una
preocupación? Seguramente consiste en una anticipación a eventuales
inconvenientes realistas, pues parto del conocimiento verificado de algunos aspectos
del tránsito en mi ciudad. Así, resultaría más justo definir ese tipo de pensamiento
como una programación que me libera de potenciales fastidios fácilmente
previsibles, en este sentido es un diálogo que me autoinstruye con pasos
conductuales; no es estrictamente una preocupación o al menos, no lo es en sentido
patológico. Este tipo de fenómeno cognitivo recorre nuestras mentes de modo
cotidiano, incluso varias veces por día, sin que lo notemos ni, menos aún, lo
experimentemos como un problema.
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Podríamos hacer una lista con miles de variantes de preocupaciones como las
mencionadas, este tipo de casos son muy frecuentes en el consultorio de los
psicólogos cognitivo-conductuales.
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Todos nos preocupamos a veces, incluso de modo no muy sano, pero la gran
mayoría de las personas –quienes no tienen TAG- logran poner un coto a la misma,
por ende, limitan también el sufrimiento emocional y las consecuencias
comportamentales. Como en muchos aspectos del funcionamiento psicológico
humano, la diferencia radica en la cantidad; esto es la frecuencia, intensidad y
duración del comportamiento en cuestión. Cuando la preocupación aparece a diario
e incluso varias veces en el mismo día (frecuencia), produce fuerte malestar
emocional con consecuencias para el funcionamiento y calidad de vida (intensidad) y
se prolonga por largos periodos de tiempo (días, meses o incluso, años) (duración),
nos encontramos claramente ante un fenómeno patológico.
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genial. El lenguaje constituye así una colchoneta mental, donde se pueden practicar
nuestras conductas peligrosas sin ponernos en riesgo físico pero también con
escasa activación emocional. Cuando ese mecanismo se desvirtúa, nos lleva a la
preocupación patológica, a la ansiedad desmedida y finalmente, a un TAG.
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