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El Complejo de Edipo en la obra TABARÉ

Angela Pagola

Este ensayo pretende aportar un análisis hacia la vida amorosa de Tabaré, de la obra

“TABARÉ” de Juan Zorrilla de San Martín, basado en el complejo de Edipo desarrollado por

el psicólogo Sigmund Freud. Para lograr esto nos apoyaremos en la obra “El Complejo de

Edipo” por Robert M. Young.

El complejo de Edipo dícese ser una etapa normal durante la maduración psicosexual

de niños y niñas en la que se demuestran sentimientos de amor y celos hacia sus cuidadores.

Mas en este ensayo se hablará de cuando el edipo se extiende tras la maduración,

específicamente, la del indígena Tabaré.

Habitualmente, en estos casos, se produce una relación de simbiosis hacia la figura

materna, pero ¿cómo se desarrolla simbiosis si la figura materna muere? Y, ¿cómo se

desarrolla un edipo tras el abandono de la figura paterna? El cual es el caso de Tabaré. Un

niño al que su madre protegía de su padre cuando ella seguía con vida “... vendrá el cacique

ebrio; vendrá a buscar a su cautiva Blanca, que a su hijo esconderá tras de los ceibos”

(Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página 23).

Existe un concepto conocido como “triangulación edípica”. Dicho triángulo consta de

tres ángulos, en cada uno se posa un concepto: el erotismo1, la sombra2, y el hijo o hija.

Comenzando por la sombra: Caracé, quien sería la raíz de lo que el niño llegue a

identificar como maldad por el resto de su vida, lo cual también puede derivar en una

inclinación hacia dicha maldad. Este es el que prepara la declinación del edipo en el niño,

llámese una castración simbólica, en la que el objeto paterno demuestra superioridad y aleja

al niño de este deseo edípico.

1
Sujeto amado, objeto materno.
2
Sujeto de rechazo, objeto paterno.
Caracé era un padre aparentemente ausente, el cual solo visita a su hijo al momento de

buscar a Magdalena para poder abusar sexualmente de ella,“ Tras la salvaje orgía, vendrá el

cacique ebrio; vendrá a buscar a su cautiva Blanca, que a su hijo esconderá tras de los ceibos”

(Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página 23). En estos casos, debido a la

ausencia de una autoridad desarrollada hacia Tabaré, la castración simbólica no se produce y

el edipo no decrece. Lo mismo sucede con la identificación de la maldad. Cada persona tiene

un lado llamado “sombra” en su inconsciente, en la cual se encuentra nuestro superyó3. Es

donde hemos ido desechando todo lo que no se acopla a nuestro ego ideal, mas, para

desarrollar una sombra se necesita una figura de autoridad u objeto paterno, y a la falta de

este la sombra se produciría de una manera diferente, desarrollando impulsividad en Tabaré,

junto con la falta de normas sociales “... entre los dedos, ha estrujado de Yamandú el cacique

la garganta…” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página 129).

Magdalena, siendo el erotismo dentro de la triangulación edípica, genera el apego en

Tabaré como una figura de seguridad, la raíz de los celos. Al no tener una sombra, Magdalena

es quien debería ayudar a Tabaré a superar su apego. Pero, tras la muerte de esta, Tabaré

sufrió un estancamiento en la etapa edípica debido a crecer sin la ayuda de Magdalena para

poder independizar a su hijo de ella, quedando esta etapa irresuelta. Y en cuanto Tabaré

encuentra a Blanca, desde la cual vivenciar una figura materna, presenta interés en ella.

Blanca se asemejaba en varias características a su madre, era de tez clara, joven y

bella, pero lo que realmente molestaba a Tabaré es que no era ella. “Era así como tú, la madre

mía, blanca y hermosa… ¡pero no eres tú!” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco,

página 55). Este era el gran reproche de Tabaré hacia Blanca. Magdalena ya había muerto y

que llegase otra mujer pretendiendo ser su madre le era confuso “—Así, como tu mano,

3
“En el psicoanálisis freudiano, parte inconsciente del yo que se observa, critica y trata de
imponerse a sí mismo por referencia a las demandas de un yo ideal”. (Real Academia
Española, 2021, superego).
blanca como la flor del guayacán, es la que he visto en la batalla siempre mi sudorosa frente

refrescar. (...) Pero… ¡no era la tuya! Era otra aquella mano ¿no es verdad? ¡Dile al charrúa

que esos ojos tuyos no son los que en su sueño ve flotar!” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ

editorial Tradinco, página 56). Tabaré parecía necesitar una confirmación de que la mujer que

veía no podía ser su madre, o alguna imaginación. Pero al separar sus deseos de la realidad,

Tabaré rechazaría a Blanca, la intentaría alejar de su vida por no cumplir con su deseo edípico

de la forma que él recuerda “Si tienes, en los ojos, de las lunas la transparente luz, ¿por qué tu

alma para el indio es negra, negra como las plumas del urú? ¿Por qué lo hieres en el alma

oscura? ¡Deja al indio morir! Tú tienes odio negro para el indio, para el triste cacique

guaraní” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página 53). “¿Por qué has de

arrebatarme mis recuerdos y vestirte ante mí de su color?” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ

editorial Tradinco, página 56). Tabaré parecía confundido, como queriendo alcanzar algo que

no está ahí, quiere rascar lo amputado, pero no puede. Y así sus emociones lo sobrecargan, y

decide que no enfrentará su problema, dándole un cierre a algo que ni siquiera empezó. Lo

mismo se analizaría como otro síntoma del edipo. Adultos como Tabaré generalmente

esperan poder consultar las decisiones que toman con su madre, pero a falta de una, Tabaré

parecería simplemente esperar que una solución caiga mágicamente del cielo. Lo mismo

sucede con su dificultad para relacionarse, presentando timidez “... el prisionero pasa, sin

mirarla jamás, nublado el ceño, y, al cruzar frente a ella, se apresura, y se aleja temblando,

casi huyendo” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página 51).

Más allá del deseo de evitar a Blanca, Tabaré parecía temerle “—¿Quién es, Gonzalo,

ese indio que trajiste, el de la frente pálida, que me miró de un modo tan extraño cuando

venía entre tus hombres de armas?” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página

47), “El indio alzó la frente; miró a Blanca de un modo fijo, iluminado, intenso, había, en su

actitud indescifrable, terror, adoración, reproche, ruego” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ
editorial Tradinco, página 52). La raza de la niña era una que le había hecho mucho daño a su

gente “El indio sigue mudo, buscando su guerrera maza, y a su paso los tigres espeluznan, y

las tribus se esconden espantadas” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página

34). Y no sería sorprendente este miedo, dado que varias veces Blanca nivelaba a Tabaré con

una bestia “—¿Sabes, Luz, que ese salvaje amó a su madre?” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ

editorial Tradinco, página 58).

El deseo edípico es algo implícito en el texto de Juan Zorrilla de San Martín, Tabaré

recuerda a su madre de una manera sutilmente romántica. La forma en la que se habla de ella

es angelizando a Magdalena, “Es la hermosa mujer del Evangelio” (Zorrilla Juan, (s.f.),

TABARÉ editorial Tradinco, página 20). Siendo esta una de las razones por las que Tabaré

alejaba a Blanca de su vida, temía que ella tuviera la maldad que Magdalena carecía “—Yo

no tengo odio para ti, charrúa…” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página

53). Pero al momento en el que Blanca le demostró a Tabaré que no debía temerle, este la

amó al instante, reviviendo el cariño que sentía hacia su madre desde la niña, pero decidió

mantener su distancia.

Tiempo después, Tabaré sale al bosque durante la noche, y Doña Luz le asegura a

Blanca que el indígena no era bueno, por lo tanto: si salía de noche era para cometer un

crimen, “¿Piensas, Blanca, que anoche no meditaba un crimen ese bárbaro, cuando, en las

altas horas, felizmente, en vela lo encontraron los soldados?” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ

editorial Tradinco, página 72). Así que Blanca sugiere llamar al padre Esteban, el sacerdote

local, para que confirmara si Tabaré era malvado. Y a la conclusión que llegó el padre es que

el indígena solo tenía odio en su alma, y al enterarse, Blanca lloró: “—¿Entonces es verdad,

¡verdad, Dios santo! que el indio nos odiaba? ¿Es verdad que en su pecho no hay latidos, y

que jamás su corazón se ablanda?” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página

81).
Blanca desarrolló un repentino rechazo hacia Tabaré, y se volvió hacia su casa,

decepcionada.

Mientras tanto en la aldea indígena, el cacique muere, y Yamandú4 toma su lugar. Este

ordena a los indígenas atacar a los españoles, y aprovechándose del revuelo, Yamandú

secuestra a Blanca.

Cuando el indígena estaba acorralándola, aparece Tabaré a rescatarla. Y cargando con

ella en sus brazos, regresa al pueblo de los españoles. Pero Don Gonzalo descubre una

historia tergiversada de la realidad, en la que Tabaré secuestró a Blanca, y cuando ve la

silueta charrúa formarse entre la niebla, envía al pueblo a seguirlo.

Tabaré desaparece por el bosque, junto con Blanca, donde se encuentran con

Yamandú, el cual vuelve a retener a la española.

Y Tabaré teme que su historia se repita, temía sufrir la misma pérdida dos veces: la

pérdida de su madre, y la persona en la que el indígena su madre reflejaba.

El indígena reconoció los gritos de su amada, a punto de ser violada por el cacique

Yamandú “... y oprime más sus trémulas rodillas” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial

Tradinco, página 128), y así aparece Tabaré para matar al violador.

Ahí dejó Tabaré a Blanca, desmayada, solo llevándose consigo al cadáver del cacique,

el cual esconde entre las zarzas5.

Blanca agarra el tobillo de Tabaré y le pregunta si él había cobrado venganza con su

raza, y que si él había asesinado a Gonzalo, que por favor la dejara morir. Y en ese instante,

Tabaré le promete protegerla a cualquier costo.

Apenas los españoles encuentran a Tabaré, estos lo matan. Y en un verso se muestra

un paralelismo entre la muerte de Magdalena “Cayó la flor al río, y, en el oscuro légamo,

derramó su perfume entre las algas. Se ha marchitado, ha muerto” (Zorrilla Juan, (s.f.),

4
Un fuerte indígena de la tribu.
5
“Arbusto espinoso” (Real Academia Española, 2021, zarza).
TABARÉ editorial Tradinco, página 22), y la de Tabaré “¡Cayó la flor al río! Los temblorosos

círculos concéntricos balancearon los verdes camalotes, y entre los brazos del juncal

murieron” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página 156).

Blanca se arrojó sobre el cuerpo inerte del indígena, sin reprocharle a su hermano,

solo rogándole a Tabaré que volviese.

La obra termina con el funeral del indígena “... ya un sollozo de Blanca, aún abrazada

de Tabaré con el inmóvil cuerpo, o una palabra, trémula y solemne, de la oración del monje

por los muertos” (Zorrilla Juan, (s.f.), TABARÉ editorial Tradinco, página 158). Esta escena

fue comentada en la dedicatoria hacia Elvira Blanco, la esposa de Tabaré “Si a ti se te hubiera

dado a elegir el desenlace de mi poema, yo bien sé cuál hubiera elegido.

¡No podía ser!

No: tu idea era imposible. Blanca (tu raza, nuestra raza) ha quedado viva sobre el

cadáver del charrúa.

Pero, en cambio, las últimas notas que escucharás en mi poema son los lamentos de la

española y la oración del monje; la voz de nuestra raza y el acento de nuestra fe: la caridad

cristiana y la misericordia eterna”. (Zorrilla Juan, 1888, Tabaré: Dedicatoria). Aquí el autor

parece plantear a Tabaré como una analogía hacia todas las vidas indígenas que los españoles

destruyeron, su raza quedó viva sobre los cadáveres indígenas.


Bibliografía

Young, Robert M. (2002). El Complejo de Edipo. Longseller.

Mazuca, Santiago A. (2018). El sepultamiento del Complejo de Edipo y el deseo como

imposible. Universidad de Buenos Aires. Facultad de Psicología.

Zorrilla, Juan. (1888). TABARÉ.

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