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PSICOPATOLOGÍA MS.c Lindsay V.

Aguilar Vargas
TEMA Nro. 5
RESPUESTA DE LA SOCIEDAD A LA CONDUCTA DESADAPTADA

INTRODUCCIÓN

Las personas con enfermedad mental sufren, además de las discapacidades y


dificultades de integración derivadas directamente de la enfermedad, las consecuencias
del desconocimiento social que existe hacia las enfermedades mentales y quienes las
padecen. Este prejuicio social determina y amplifica, en muchos casos, las dificultades
de integración social y laboral de estas personas. Las actitudes sociales de rechazo hacia
estas personas y la consecuencia de una imagen social negativa pueden levantar
barreras sociales adicionales que aumentan su riesgo de aislamiento y marginación. Por
ello es evidente que una atención integral a las personas con enfermedad mental no sólo
tiene que cubrir suficientemente sus necesidades de apoyo e integración, sino que
simultáneamente también debe de establecer acciones que disminuyan o eliminen las
consecuencias negativas del estigma que tradicionalmente pesa sobre ellas.

DEFINICIÓN DE ESTIGMA

En la Edad Media el término estigma significaba difamación y acusación pública de un


criminal (que en ocasiones implicaba marcar a un individuo con un hierro candente u
otros procedimientos menos agresivos, por alguna infamia), de tal forma que todos
pudiesen reconocerle. Actualmente, este término se emplea en el ámbito de la salud para
indicar que ciertos diagnósticos (ej., SIDA, enfermedad mental) despiertan prejuicios
contra las personas. Existen diversas aproximaciones a la hora de definir el estigma.
Muchos autores se inclinan por la definición cardinal de Goffman (1963), quien considera
el estigma como un atributo que es profundamente devaluador, el cual degrada y
rebaja a la persona portadora del mismo.

Otra definición influyente ha sido la de Jones et al. (1984), que propusieron que el estigma
puede considerarse como una marca (atributo) que vincula a la persona con
características indeseables (estereotipos). En otros casos se ha definido el estigma como
una característica de las personas que resulta contraria a la norma de una unidad social,

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considerando como “norma” una creencia compartida dirigida a comportarse de una
forma determinada en un momento preciso (Stafford y Scott, 1986). Más recientemente
se ha señalado que los individuos estigmatizados poseen (o se cree que poseen) algún
atributo o característica que conlleva una identidad social la cual es devaluada en un
contexto social particular (Crocker, Major, y Steele, 1998).

De un modo muy general, y de acuerdo con los modelos psicosociales, el estigma se


pone de manifiesto en tres aspectos del comportamiento social (Ottati, Bodenhausen, y
Newman, 2005). Por un lado, los estereotipos, en los que se incluyen estructuras de
conocimientos que son aprendidas por la mayor parte de los miembros de una sociedad.
Vienen a representar el acuerdo generalizado sobre lo que caracteriza a un determinado
grupo de personas, es decir, las creencias sobre ese grupo, la faceta cognitiva del
estigma. Sin embargo, el que una persona tenga conocimiento de un estereotipo no
implica necesariamente que esté de acuerdo con él. Cuando de hecho se aplican, y
cuando se experimentan reacciones emocionales negativas por ello, se están poniendo
en marcha los prejuicios sociales, que se ponen de manifiesto en forma de actitudes y
valoraciones, las cuales, en última instancia, pueden dar lugar a la discriminación
efectiva, esto es, a todos aquellos comportamientos de rechazo que ponen a las
personas con enfermedad mental en situación de desventaja social.

En el caso concreto de la enfermedad mental, la investigación ha mostrado que en las


sociedades occidentales los estereotipos suelen incluir información referente a: su
peligrosidad y relación con actos violentos; su responsabilidad ya sea sobre el
padecimiento de la enfermedad o por no haber sido capaz de ponerle remedio mediante
tratamiento; su debilidad de carácter; su incompetencia e incapacidad para tareas
básicas como pueden ser las de autocuidado; la impredecibilidad de su carácter y sus
reacciones, y la falta de control.

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Cuando se activan los prejuicios, estas creencias pueden dar lugar a reacciones de
miedo, temor, desconfianza… las cuales, a su vez, pueden desencadenar distintas
formas de discriminación que van a suponer para quienes padecen una enfermedad
mental el tener que hacer frente a dificultades de acceso a un trabajo o vivienda
independientes, la limitación en sus relaciones sociales y de pareja, la limitación del
ámbito social a otras personas que también padecen enfermedad mental, o el deterioro
del acceso a los sistemas judicial y de salud. En todos estos casos, los procesos
estigmatizadores ponen a las personas ante situaciones de exclusión que, no sólo
dificultan la integración social de las personas con enfermedad mental y sus familiares,
sino que pueden asociarse a otros riesgos psicológicos producidos por la exclusión social
como son los comportamientos auto-excluyentes, los problemas cognitivos, las
conductas auto-punitivas y de riesgo, etc. (Twenge, Catanese, y Baumeister, 2003).

En definitiva, los estereotipos, prejuicios y discriminaciones asociadas a la


enfermedad mental pueden privar a quienes la padecen de oportunidades que
pueden resultar esenciales para el logro de sus objetivos vitales, especialmente
aquellos que tienen que ver con su independencia económica y personal (Corrigan
y Kleinlein, 2005).

La sociedad, en general, infiere que una persona tiene una enfermedad mental a partir
de cuatro tipos de signos y tiende a reaccionar de forma estigmatizadora ante ellos
(Corrigan, 2000):

• Los síntomas psiquiátricos: comportamientos extraños, irregularidades en el lenguaje…

• Los déficits de habilidades sociales: déficit en el contacto visual, lenguaje corporal,


temas de discusión…

• La apariencia física: higiene personal, forma de vestir...

• Las etiquetas: aquellas personas de las que se sabe que tienen una enfermedad mental,
son víctimas del estigma asociado a la enfermedad mental.

Los tres primeros tipos de signos de enfermedad mental pueden conducir a falsos
positivos; es más, si la persona es capaz de esconderlas, podrían dar lugar a falsos
negativos. Por ello, tal vez el concepto clave sea el cuarto. Las etiquetas pueden
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obtenerse por asignación por parte de otros (diagnóstico psiquiátrico), por
autodesignación, o por asociación (ver a alguien salir de una consulta psiquiátrica). El
efecto de las etiquetas fue analizado por Link (1987) quien en un estudio en el que
manipulaba la etiqueta y la presencia de conductas aberrantes encontró que, en general,
la gente tendía a estigmatizar a la persona etiquetada como enfermo mental incluso en
ausencia de conductas aberrantes. Estos hallazgos, replicados con posterioridad,
llevaron a Link y colaboradores a proponer que las etiquetas psiquiátricas se asocian con
reacciones sociales negativas, las cuales pueden exacerbar el curso de la enfermedad.

El estigma en la enfermedad mental es, por tanto, un fenómeno complejo que presenta
diferentes niveles de comprensión y análisis. Habitualmente se ha distinguido, por
ejemplo, entre el estigma público y el auto-estigma. Vivir continuamente en una sociedad
que ampliamente asigna ideas estigmatizadoras sobre las personas con enfermedad
mental puede llevar a éstos a internalizar esas ideas y a creer que son menos valiosos a
causa de su trastorno psiquiátrico (Link, 1987), lo que tal vez sea uno de los efectos más
nocivos del estigma. En primer lugar, la persona asume, acepta el estereotipo acerca de
la enfermedad mental, lo que genera la aparición de emociones y valoraciones tintadas
de auto-prejuicios (“soy débil e incapaz de cuidar de mí mismo”), las cuales llevan a
reacciones emocionales negativas (especialmente relacionadas con un deterioro de la
autoestima y de la percepción de autoeficacia, y la aparición de sentimientos de
desmoralización). Todo ello condiciona el comportamiento, ya que pueden llevar a la
persona a cesar en los intentos de llevar una vida independiente (Corrigan y Kleinlein,
2005), al aislamiento social o a la limitación de los contactos sociales con otras personas
que también padecen enfermedad mental (Angell, Cooke, y Kovac, 2005), lo que
desemboca en la marginalización de la persona respecto a la sociedad, con lo que se
perpetúa el ciclo del estigma.

Pero el auto-estigma tiene otro efecto nocivo, ya que algunas personas optan por no
buscar tratamiento o ayuda profesional para no ser identificados con el grupo
estigmatizado; simplemente no quieren ser etiquetados como “personas con enfermedad
mental” a causa del prejuicio y discriminación que ello pudiera implicar. En otros casos,
minoritarios eso sí, la respuesta al estigma es la del enojo en busca de sus derechos y la

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implicación en actividades reivindicativas o en el empoderamiento mutuo de todos
aquellos que padecen una enfermedad mental (Watson y Corrigan, 2005). Un aspecto
importante del auto-estigma es que puede hacer que la persona anticipe el rechazo,
incluso cuando éste aún no se ha producido. Los estereotipos acerca de la enfermedad
mental son asimilados por las personas con enfermedad mental y por sus familias, como
miembros de la sociedad que son, antes de la aparición de la enfermedad, y cobran
relevancia en el momento en que surgen los primeros síntomas. Esta anticipación del
rechazo se denomina estigma percibido o anticipado, y se corresponde con creencias
acerca de la devaluación-discriminación que experimentará una persona por el hecho de
padecer un trastorno mental. Este tipo de estigma se ha diferenciado del estigma
experimentado, es decir, de las experiencias estigmatizadoras vividas de rechazo,
discriminación, etc. (Link, 1987; Link, Struening, Rahav, Phelan, y al, 1997).

Por otro lado, el estigma no sólo afecta a las personas con una enfermedad mental, sino
también a aquellos que se encuentran estrechamente relacionados con ella. Este
fenómeno, que se denomina estigma por asociación (Mehta y Farina, 1988) afecta
fundamentalmente a las familias, pero también, en algunos casos, a los profesionales
que trabajan con personas con enfermedad mental y a todos aquellos que de una u otra
forma se relacionan con ellos. Como en el caso de las personas con enfermedad mental,
la familia también se ve afectada por dos tipos de estigma (Angell et al., 2005):

1. El estigma público que se generaliza desde la persona con enfermedad mental a su


familia o que, alternativamente, puede experimentarse por observación cuando ven la
estigmatización sufrida por su familiar.

2. El auto-estigma en el que la familia asimila los mensajes (procedentes de la sociedad


en general, de los profesionales, de otros miembros de la familia,…) acerca de su
culpabilidad en la enfermedad, lo que, en consecuencia, genera sentimientos de
autoculpa. En el caso de las familias los sentimientos predominantes son vergüenza y
negación de la enfermedad, lo que lleva al ocultamiento, el secreto y, eventualmente, al
aislamiento en un afán de evitar que los demás (amigos y otros parientes) tengan noticias
de la presencia de la enfermedad en su núcleo familiar. En consecuencia, se puede

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posponer la búsqueda de tratamiento para la persona con enfermedad mental y de apoyo
social para ellos mismos.

CONCLUSIONES

Las personas con enfermedad mental consideran que existe un gran desconocimiento de
la enfermedad mental y un fuerte estigma centrado en los estereotipos de peligrosidad e
incompetencia. Es más, se han llegado a sentir discriminados por el hecho de sufrir una
enfermedad mental en distintas áreas de funcionamiento y ello lleva a estas personas a
anticipar el rechazo por parte de los demás, lo que les lleva por un lado al ocultamiento
de la enfermedad, y por otro al aislamiento respecto a los demás. Estas dos formas de
comportamiento se relacionan con las dos dificultades fundamentales que encuentran
estas personas: las dificultades laborales y las referentes a las relaciones sociales,
especialmente con pares.

BIBLIOGRAFIA

- Muñoz Manuel, Pérez Santos Eloísa, Crespo María y Guillén Ana Isabel. (2009).
ESTIGMA Y ENFERMEDAD MENTAL. Análisis del rechazo social que sufren las
personas con enfermedad mental. Editoral Complutense S. A. Madrid.

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