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Resumen
Luego de una búsqueda minuciosa por la literatura académica, se detectaron cuatro ejes
temáticos fundamentales que fueron abordados por una diversidad de investigadores
dedicades a este entrecruzamiento teórico-metodológico: 1) las características de la
militancia de las mujeres en las etapas iniciales de los conflictos por la recuperación; 2)
las manifestaciones de desigualdades sexogenéricas (Goren, 2020; Goren y Prieto,
2017) en la reorganización del proceso de trabajo tras la recuperación; 3) los vínculos
entre género y modalidades de participación obrera en los dispositivos y organismos de
toma de decisiones; y 4) el impacto de la recuperación en el trabajo de reproducción
social y en los hogares obreros. Estos ejes se entrecruzan entre sí y guardan influencia
recíproca en la cotidianeidad y las trayectorias de las empresas recuperadas. Sin
embargo, nos parece útil su distinción analítica para profundizar el estudio de las
prácticas y representaciones de les obreres que las integran, ya que permiten focalizar y
profundizar en diferentes dimensiones y tensiones que se ponen en juego en estos casos.
No nos detendremos hoy en este caso puntual sino en un análisis y una síntesis, lo más
ordenados posibles, de diferentes resultados arribados por el conjunto de
investigaciones halladas que se abocaron a este entrecruzamiento, mostrando
similitudes, continuidades, diálogos y divergencias. Estos estudios contemplan 16 casos
de empresas recuperadas de la industria y los servicios, en una amplitud territorial que
incluye territorios de CABA, Gran Buenos Aires, interior de la provincia de Buenos
Aires, Santa Fe, Córdoba, La Pampa y Neuquén, y pertenecen tanto al sector industrial
como al de servicios. Las ERT abordadas pertenecen a 11 ramas: autopartista,
alimenticia, aluminio, cristalería artesanal, gráfica, jabonera, láctea, metalúrgica,
pesquera, textil y salud. En algunos ejemplos, las trabajadoras son mayoría en las
unidades productivas, mientras que en otros conforman la minoría.
1
La continuidad en la industria conservera es relativa porque se caracteriza por determinados períodos
de discontinuidad en el trabajo, más o menos prefijados y determinados fundamentalmente por la
escasez de las especies utilizadas durante cierto período del año. En Engraucoop la fábrica suele
paralizarse o bien disminuir notablemente los ritmos de producción entre marzo/abril y mayo/junio, A
su vez, entre agosto/septiembre y diciembre/enero suele transcurrir la “temporada de zafra” en las cual
aumentan los ritmos de trabajo y por ello se contratan decenas de trabajadores temporales en la
fábrica. Por ello, es frecuente que durante estos meses el conjunto obrero de la fábrica supere les 200
trabajadores.
estudios sobre las fábricas recuperadas, pero sin olvidar que las mismas se relacionan
entre sí de forma co-constitutiva.
Una variedad de investigadores centró la mirada en el papel de las mujeres durante los
primeros tiempos del conflicto por la recuperación, es decir, el momento en el que se
presenta una o varias de estas situaciones: el cierre de las instalaciones del lugar de
trabajo por parte del empresariado, la interrupción de la producción, la recepción de
telegramas de despido, el anuncio del ingreso a concurso de acreedores como antesala
de la quiebra de la firma en cuestión. Les autores hicieron foco en las acciones
emprendidas y en el lugar de las obreras de las empresas y las esposas y familiares de
les trabajadores en el conflicto.
Un aspecto que aparece como denominador común en los casos estudiados fue el
carácter decisivo que la participación de las mujeres tuvo para el sostenimiento de las
extensas luchas que llevaron a la concreción de la recuperación fabril, 3 la constitución
de una cooperativa y el reanudamiento del proceso de trabajo por parte de los propios
trabajadores de forma autogestiva. Las percepciones obreras halladas coinciden en
2
Este concepto es retomado de Goren (2020) y Goren y Prieto (2017).
3
De acuerdo al IV Relevamiento de Empresas Recuperadas efectuado por el Programa Facultad Abierta
(Universidad de Buenos Aires), la duración de los conflictos por las recuperaciones fue en promedio de
335 días para el período 2010-2013 (Ruggeri, 2014). Una de las principales acciones que posibilitan la
concreción de la recuperación es la ocupación de los lugares de trabajo, que requieren la presencia
obrera “full time” durante semanas o meses, con la consiguiente “conmoción” que esto causa en las
familias obreras.
indicar que las mujeres aportaron recursos subjetivos “emocionales”, tales como
“esperanza”, “moral”, “decisión”, “firmeza”, que contribuyeron a la resistencia obrera
durante los largos y arduos procesos de lucha que caracterizan a la recuperación de
empresas (Nogueira, Salazar y Calderaro, 2020). Las investigaciones que hicieron
hincapié en el posicionamiento de los varones en relación con la participación de las
mujeres, recalcan el asombro expresado por ellos acerca de las capacidades que las
trabajadoras desplegaron durante el período más álgido de las luchas por la
recuperación, capacidades que se encontraban invisibilizadas durante la gestión patronal
y se vinculan con la persistencia, el apoyo mutuo y la solidaridad intraobrera (Di Marco
y Moro; 2004). A la vez, también se puntualizó que, en algunos casos, los obreros
“cedieron” lugar a las mujeres al observar su posicionamiento y sus acciones desde el
comienzo de la lucha, y detectar allí una tenacidad, firmeza, fortaleza y seguridad sobre
la necesidad de luchar los llevó a “confiar en que sean ellas las portavoces del conflicto
y las protagonistas de las acciones conflictivas” (Fernández, 2008: 176). El
reconocimiento de este accionar tuvo como correlato, en algunas experiencias, la
inclusión de las mujeres en nuevos puestos de trabajo creados luego del reanudamiento
de la producción bajo gestión obrera (Freire, 2008; Crescini et. Al., 2009; Dicapua,
2015; Perbellini, 2018), aspecto que expondremos en el siguiente apartado.
Otra de las dimensiones que integran este eje temático se refiere a la vinculación entre
la militancia de las mujeres y el trabajo reproductivo que efectúan en el hogar, 4 nexo
que se visualiza al menos desde tres ángulos posibles.
En tercer lugar, como reverso del anterior, el trabajo reproductivo (en particular las
tareas de cuidado de niñes) también se presentó como un obstáculo para formar parte de
las acciones de militancia. Las diversas invenciones que los colectivos obreros
concretizaron para sortear estas dificultades incluyeron la creación de espacios y/o
estrategias de cuidado colectivo de niñes, que en algunos casos llegaron a formalizarse
como sectores fabriles en la gestión obrera, como el caso de la Juegoteca de Madygraf
(Nogueira, Salazar y Calderaro; 2020).
Sin embargo, el papel de las mujeres en las luchas no se circunscribió a las tareas
ligadas a la reproducción social en el hogar, sino que también impulsaron y
emprendieron numerosas acciones directas ubicándose “en primera fila”, tanto en
movilizaciones, cortes y bloqueos, como en resistencias a desalojos y a la represión
policial (Fernández, 2008; Freire, 2008; Crescini et. Al. 2013; Nogueira 2018).
Asimismo, en ocasiones fueron las voceras del conflicto en los medios de comunicación
y protagonistas de las acciones en búsqueda de solidaridad con la comunidad, recorridas
por otros lugares de trabajo, colectas de fondos de lucha, participación en instancias
colectivas de encuentro de organizaciones y activistas, así como de movilizaciones extra
fabriles, en apoyo a otres obreres en lucha en incluyéndose en otros movimientos en
lucha por reivindicaciones extrasindicales como las ligadas al género, los derechos
humanos (Cambiasso y Nogueira, 2021) y, más recientemente, por el derecho a la
vivienda. Esta última dimensión es lo que sustenta el planteo del lugar de las mujeres
como “puente” entre la producción y la reproducción, en la medida en que la lucha por
la recuperación incluye ambos ámbitos de la vida obrera: es una lucha por la
subsistencia y por la retención de los puestos de trabajo desempeñados hasta ese
momento en la empresa en cuestión.
Un último punto que nos interesa reponer aquí son los análisis de experiencias de
recuperación en los que se conformaron “Comisiones de mujeres” (CM), como
instancias organizativas autónomas. En su estudio sobre la emblemática ceramista
Zanón, Freire (2008) delimita una primera CM compuesta por parejas y familiares de
los obreros, que intervino en los inicios del conflicto como una posición ligada a
“sostener a los varones de la fábrica”, cuya fuerza de trabajo era predominantemente
masculina. Posteriormente, una vez afianzado el proceso de recuperación, se conformó
una segunda CM que se conjugó con la incorporación de algunas de sus integrantes
como trabajadoras a la fábrica lo cual se sustentó en un reconocimiento de los varones
hacia esta militancia. En esta segunda CM aparecen demandas ligadas a las luchas
históricas contra la opresión de las mujeres más allá del espacio fabril. Recientemente
fue analizado el caso de Madygraf, en el que también cobró protagonismo la CM que se
había conformado años antes de la recuperación y se presentaron procesos similares a
los ocurridos en Zanón. Una particularidad hallada en el caso de la gráfica recuperada es
que aquí los cuestionamientos a desigualdades sexogenéricas aparecieron desde los
inicios de la CM y alcanzaron a la fábrica, al hogar y el contexto de la lucha. Se observó
que militancia de la CM dentro y fuera del lugar de trabajo incorporó demandas ligadas
al género, algunas de las cuales se configuraron como reclamos de clase, como la
mencionada Juegoteca (Cambiasso, Nogueira y Calderaro, 2020). Entre otras
explicaciones, una cuestión importante destacada aquí como factor posibilitador de esta
“militancia generizada”5 es la asamblea fabril de Madygraf, instancia de debate y toma
de decisiones que suele permanecer -con diversas características y grados de
5
Concepto retomado de Cambiasso, Nogueira y Calderaro (2020).
democracia directa- en muchos procesos de recuperación. Su realización sostenida y
frecuente permitió que la CM pueda llevar estas reivindicaciones al conjunto de les
trabajadores de Madygraf e impulsar debates y disputas al respecto. A su vez, otro
resultado arribado se refiere a que el trabajo de reproducción social pasó de ser un
obstáculo e impulso hacia la militancia a conformarse como un objeto de esa militancia
(Nogueira, Salazar y Calderaro, 2020).
En su conjunto, vemos que estas experiencias de lucha dejan huellas que persisten como
marcas en las subjetividades de las mujeres y emergen en los testimonios recolectados
como sentimientos de “orgullo” por la recuperación fabril y el mantenimiento de la
cooperativa de trabajo; los mismos inciden en las reconfiguraciones en el proceso de
trabajo, eje que abordaremos a continuación
Uno de los hallazgos más interesantes en este eje temático es que la autogestión obrera
posibilitó el acceso de mujeres a puestos de trabajo que se hallaban plenamente
masculinizados en las gestiones patronales previas, es decir, transformó la división
genérico-sexual del trabajo6 (Dicapua, 2013; Perbellini, 2018; Cambiasso, Nogueira y
Calderaro, 2020). Esta reconfiguración abrió posibilidades novedosas para la
capacitación y calificación laboral y la diversificación de puestos y tareas en clave
generizada (Partenio, 2016; Nogueira, 2019e y 2020a; Norverto, 2010; Fernández
Álvarez, 2006; Dicapua y Perbellini, 2013; Perbellini, 2018; Di Marco y Moro, 2004,
Crescini et. Al., 2011; Gavernet y Monte, 2010).
6
Este concepto es retomado de Hirata y Kergoat (1997).
Entre los cambios efectuados con respecto a la gestión patronal, diversas autoras
resaltan la rotación y aprendizaje de tareas involucradas en la totalidad del proceso
productivo, en contraposición con el modelo fordista imperante previamente, que
segmentaba el proceso de trabajo y limitaba a las obreras a la realización de una única
tarea monótona y repetitiva. La adquisición del conocimiento acerca del funcionamiento
integral de la empresa desde el ingreso de materia prima hasta la comercialización de
los productos es calificado como liberador por las obreras entrevistadas, y descripto
como dotador de un poder que les estaba vedado anteriormente. Además, la
diversificación de tareas propició jornadas laborales menos rutinarias.
Sin embargo, esta diversificación es la base de nuevos malestares y sobrecargas para las
mujeres, ya que las modificaciones efectuadas conviven con persistencias en la división
genérico sexual del trabajo basada en criterio fijado por una jerarquía masculina, que
permanece, al menos en parte, aún no problematizada ni visibilizada por los colectivos
obreros. Norverto (2010) señala, por ejemplo, que la posibilidad de que cualquier obrera
realice cualquier tarea es la base para no detener el proceso productivo ante las
inasistencias de integrantes de la cooperativa, que no cuentan con suplentes sino que el
mismo colectivo cumple esas funciones mediante una “sobrecarga” en la distribución de
las tareas. Para conceptualizar esto, Dicapua y Perbellini (2015) emplean la noción de
“disponibilidad”, que supone que las mujeres realizan “naturalmente” múltiples tareas
que exceden la del puesto de trabajo prefijado, disponibilidad vinculada con los
numerosos e invisibilizados labores propios del ámbito reproductivo/doméstico.
Fernández Álvarez (2006) también identifica un malestar producto de las nuevas tareas
efectuadas, y en particular en las que implican labores históricamente masculinizados,
que las mujeres no sienten como propios. En la fábrica pesquera recuperada del sudeste
de provincia de Buenos Aires, las mujeres reivindican la no realización de tareas que
exigen esfuerzo físico y manejo de maquinaria, lo cual es evaluado como una conquista
obtenida en luchas de antaño y conceptualizada como “exención de tareas penosas,
peligrosas e insalubres” en la Ley de Contrato de Trabajo (Nogueira, 2020a).
Otro punto que destacan Di Marco y Moro (2004) es la paridad salarial que implicó la
nueva distribución igualitaria de los ingresos, que contrarrestó la imposición
empresarial de un salario femenino inferior con respecto a sus pares varones. Esta
práctica y concepción obrera eliminó las diferencias de salario por distinciones en las
valoraciones de las categorías laborales o de género impuestas por el empresariado y
avaladas por la legislación estatal, mediante las leyes de contrato de trabajo y convenios
colectivos de las diferentes ramas. Entonces, una característica propia de la dinámica
laboral de las ERT se vincula aquí directamente con la demanda histórica del
movimiento de mujeres definida como “igual salario por igual tarea”.
Estas novedades se conjugan con persistencias en la división genérico sexual del trabajo
fabril, por la que las mujeres en ocasiones quedan relegadas a puestos considerados de
menor calificación, a tareas consideradas “livianas” (como el trabajo de oficina) y/o
relacionados con tareas reproductivas, como la limpieza, la cocina y el cuidado de niñes.
Se interpretó esto como otra de las evidencias sobre ciertos prejuicios obreros que
ubican características y aptitudes “naturales” o biológicas de las mujeres vinculadas con
el trabajo reproductivo en el hogar como justificación de estas desigualdades. Di Marco
y Moro (2004) observaron la continuidad de una segmentación ocupacional que limita a
las mujeres a tareas relacionadas con la minuciosidad, la paciencia, el trabajo manual y
labores considerados “livianos”, en contraposición con el esfuerzo físico y el uso de
herramientas, cuya capacidad se adjudica exclusivamente a los varones. Fernández
Álvarez (2006) también halló una división genérico-sexual del trabajo al interior de la
fábrica textil abordada, que radicó en la necesidad de emplear varones para tareas que
implicaban un gran esfuerzo físico, tales como corte, mantenimiento y planchado.
Bancalari et. Al. (2008) vincularon estas desigualdades con el trabajo reproductivo no
reconocido ni remunerado a las mujeres, lo que actúa como condicionante sobre su
trabajo en la esfera pública. La decisión de la distribución igualitaria de los ingresos
frecuente en las ERT contrarresta en parte la devaluación de las tareas, pero no ocurre lo
mismo con respecto a su distribución. En este punto, Dicapua y Perbellini (2015)
remarcaron la descalificación del profesionalismo femenino y su exclusión de
determinadas actividades laborales que se asumen masculinas Estas autoras, junto a
Crescini et. Al., encontraron que en las ERT santafesinas de los rubros lácteos y de
jabonería eran los varones quienes realizaban las tareas de producción, mientras que las
mujeres se ocupaban de la administración y la limpieza. Desde allí concluyeron que esta
diferenciación es una de las expresiones de una división sexual del trabajo que relega a
las mujeres a las tareas directamente vinculadas con el ámbito doméstico-reproductivo y
empalman con prejuicios sobre su sumisión y docilidad33, en contraposición con el
“verdadero trabajo” que requiere de la rudeza y fuerza de los varones. Partenio (2013)
también señaló la reactualización de prejuicios vinculados con la división genérico-
sexual del trabajo en las fábricas recuperadas, visibles cuando el colectivo obrero
originario procede a contratar nuevos trabajadores. Estos prejuicios emparentan la
condición de género con oficios y/o tareas consideradas “femeninas” o “masculinas” de
acuerdo con valores de masculinidad hegemónica. Por su parte, al abordar las
cooperativas de salud integradas en su mayoría por mujeres, Gavernet y Monte (2010)
observaron que en sus protagonistas persistía una negación o desconocimiento de las
diferencias de género vinculadas a la predominancia de las mujeres en este tipo trabajo.
Las autoras concluyen que en esta ERT estaba ausente el cuestionamiento del vínculo
entre el porcentaje mayoritario de las mujeres en el sector laboral de la salud y las
funciones reproductivas del hogar. A pesar de esto, paradójicamente en las narrativas
obreras se valorizaban aptitudes laborales femeninas que se hallaban ligadas a
concepciones dominantes asociadas a la maternidad y al trabajo reproductivo no
remunerado: ser limpias, ordenadas, realizar múltiples tareas en forma simultánea y la
primacía de lo emocional por sobre lo racional, lo que habilitaría al desempeño de las
tareas de cuidado.
Otra de las aristas sobre la reorganización del proceso de trabajo post recuperación en
fábricas feminizadas (tales como textiles, clínicas y la industria pesquera) reside en la
revalorización del oficio que previamente efectuaban las trabajadoras. Su continuidad
bajo el formato autogestivo o cooperativo, el “valerse por sí mismas”, generó una nueva
apreciación del trabajo fabril incluso cuando presentara similares características en
cuanto a las tareas efectuadas y la jornada de trabajo en la gestión patronal previa.
Desde nuestra perspectiva, esta revalorización se vincula con tres aspectos: 1) que el
mismo fue retenido mediante su propia lucha, 2) que la amenaza de despidos
presentificó la importancia y el anhelo de continuar con su trayectoria laboral previa, y
3) la certeza de mayor precarización en otros trabajos -en gran medida vinculados con la
reproducción social-, evaluados como de mayor esfuerzo y menor remuneración, como
el trabajo doméstico y la atención y venta al público en comercios.
Finalmente, otra de las dimensiones vinculadas con este eje se refiere al papel de las
obreras en las tareas de administración, gestión, comercialización de productos y
contratación de clientes de la cooperativa. Dada su relación directa con los espacios,
puestos y dispositivos de toma de decisiones en la gestión obrera, este punto será
abordado en el siguiente apartado.
Los resultados de investigación hallados en torno a este eje son algunos de los sustentos
de la hipótesis de que las fábricas recuperadas, si bien no derriban automáticamente
prejuicios y desigualdades sexogenéricas en el lugar de trabajo, son lugares propicios
para ensayar ciertas modificaciones importantes (Partenio, 2013; Perbellini, 2018). Al
respecto, se encontraron casos en los que las mujeres asumieron los puestos de
presidenta y secretaria del consejo de administración de la cooperativa y que esto no
representó una mera formalidad, sino el ejercicio efectivo de un liderazgo sobre el
colectivo obrero (Dicapua y Perbellini, 2013). El acceso a estos roles por parte de las
mujeres fue una consecuencia de la evaluación colectiva de su participación como
protagónica y fundamental en los momentos de lucha iniciales, es decir, se constituyó
como uno de sus saldos políticos.
Sin embargo, los diversos análisis detectaron también que ciertas concepciones obreras
afectaron el alcance de liderazgo de las mujeres en los dispositivos de toma de
decisiones y los organismos de conducción, y que estas concepciones estaban ligadas a
la desvalorización de las mujeres para la realización de ciertas tareas productivas y la
descalificación de las tareas fabriles vinculadas directamente con labores propias del
ámbito reproductivo del hogar. Esta es una de las razones que muchos autores
emplearon para explicar la falta de participación femenina en las instancias deliberativas
de la empresa recuperada en la que se desempeñan, incluso a pesar de ser amplia
mayoría en la fuerza de trabajo total de esas empresas. En el caso de las cooperativas de
Salud de Córdoba y Neuquén, Gavernet y Monte (2010) observan que mientras en una
de ellas (ADOS) hay mujeres en los cargos jerárquicos, en la cooperativa cordobesa
Junín solo los varones integran el consejo de administración. Aquí conceptualizan la
persistencia de una negación de las diferencias de género que a su vez se encuentra
“permeada por contradicciones”, ya que coexisten la aceptación junto con el
cuestionamiento de las diferencias en cuanto a las jerarquías entre mujeres y varones. El
estudio comparativo de Romo, Vallejo y Vera (2019), que coteja experiencias de ERT de
CABA con la plataforma afectados por hipotecas de Málaga (España), destaca el hecho
de que aunque alcancen la igualdad numérica, el papel en la toma de decisiones y el
ejercicio del liderazgo continúa siendo desigual, lo que se expresa en la menor
incidencia de las mujeres con respecto a los varones. Al respecto, plantean una
discusión sobre los tipos de liderazgo que cuestiona la persistencia de la visibilización
de un único tipo de liderazgo “masculinizado”, basado en la fuerza y la imposición.
Como contracara, se invisibilizan estilos de liderazgo femeninos, que mostrarían
habilidades para manejar rápidamente situaciones críticas y mayor ductilidad para
enfrentarse a lo imprevisible. En consonancia con esto, Dicapua y Perbellini (2015)
explicitan características femeninas que implican una mayor capacidad relacional. Esta
capacidad, aunque permanezca en parte invisibilizada, no reconocida y no calificada, se
pone en juego y manifiesta una gran importancia en el desenvolvimiento cotidiano de
las empresas recuperadas, y se expresa en acciones tales como “la disponibilidad de
tiempo para buscar a sus compañeros, tacto para saber en qué momento contactarlos,
modales para convencerlos” (Dicapua y Perbellini, 2013:348).
Uno de los casos abordados en Santa Fe reviste especial interés para evaluar la ruptura
del “techo de cristal” mediante el acceso de las mujeres a determinados cargos decisivos
en cuanto a las tomas de decisiones en la empresa. La ERT del rubro lácteo es una
fábrica integrada por una mayoría de varones (30 trabajadores y 5 trabajadoras) en la
que una mujer ejerció los roles de síndica, presidenta y secretaria, sucesivamente. Esta
trabajadora logró una valorización por parte de sus compañeros sobre su desempeño al
ocupar la posición de síndica, durante la cual efectuó diversas gestiones que obtuvieron
nuevas posibilidades de comercialización mediante reuniones con funcionarios
públicos, medios de comunicación, entidades bancarias, organizaciones y otras
empresas. A su vez, cobró importancia su rol de “mediadora” entre los trabajadores de la
producción y quienes integraban el consejo de administración (Perbellini, 2018: 14).
Luego de ocupar este puesto, la mayoría de los obreros votaron que esta mujer fuera la
presidenta de la cooperativa al año siguiente, cargo que ocupó, aunque su mandato no
estuvo exento de conflictos. Este ejemplo muestra que el acceso a este tipo de cargos
directivos tampoco se produce en igualdad con los varones. En las entrevistas
realizadas, la obrera en cuestión expresó una necesidad de revalidar continuamente su
rol y “demostrar que podía con todo”, refiriéndose a que no solo debía cumplir con los
requisitos del rol de la presidencia sino también acreditar que era capaz de realizar todas
las tareas de producción en la empresa, y “dar una mano” al resto de trabajadores, a la
par que las labores propias de su cargo administrativo. Las dificultades para vivenciar
los efectos de lo sancionado por la obrera como “sentimiento de rechazo por parte de
sus compañeros al ejercicio de su rol de presidenta”, provocó que un año después ella
misma se propusiera para ocupar el cargo de secretaria, a fin de procurar la aceptación
de sus pares obreros en una función directiva pero más subordinada. La idea de que en
las mujeres opera una necesidad constante de revalidar su rol de conducción es una de
las expresiones de las formas específicas de subordinación de estatus, las cuales -entre
otras- forman parte de un conjunto de “injusticias de reconocimiento” que las mujeres
sufren (Perbellini, 2018: 15).
Por su parte, Di Marco y Moro (2004) plantearon que las ERT en sí mismas no implican
una ruptura con la subordinación femenina (en los ámbitos productivo y reproductivo)
que está ligada a mandatos y roles sociales ligados al ámbito privado-doméstico, ya que
persisten la desvalorización de las mujeres para cumplir funciones de ligadas a la
gestión y toma de decisiones y las limitaciones para su participación en la cooperativa.
Finalmente, otra dimensión indagada fue la participación activa de las mujeres en las
instancias asamblearias. Allí se encontró que poder hablar en las asambleas de las
gestiones obreras -tal como sucede en otros ámbitos- se vuelve generalmente
problemático y dificultoso para las mujeres (Partenio, 2013; Romo, Vallejo y Vera,
2019), dado que el lugar de la palabra suele quedar reservado para los
trabajadores/delegados/representantes sindicales, en masculino. En el caso de Madygraf
se observó el rol que juega la CM para desarrollar la “voz de las mujeres”, en el marco
de intervenciones que se preparan y se discuten colectivamente. Esto pone en evidencia
que el lugar de la palabra en el caso de las mujeres no surge espontáneamente, sino que
requiere ser construido, elaborado y argumentado colectivamente (Cambiasso, Nogueira
y Calderaro, 2020).
Crescini et. Al. (2013: 146) correlacionaron el estado civil de las obreras con el grado de
participación en la ERT y hallaron que las mujeres casadas encontraban más
limitaciones en su “compromiso” con la ERT porque los maridos planteaban mayores
reparos que condicionaban esta participación. En los casos analizados de las mujeres
solteras o divorciadas, se observó que las mismas asumían más responsabilidades y
dedicaban más tiempo a la fábrica, tanto por su mayor libertad como por la necesidad de
ser el único sostén de la familia. Les hijes, de acuerdo a les autores, condicionaban
menos la participación de las mujeres/madres, aunque algunas de ellas relataban que
solo habían podido disponer de tiempo para trabajar una vez que los mismos crecieron y
dejaron el hogar. Cabe citar aquí resultados de investigación de Partenio (2013), que
demuestran la mutua implicancia de la reconfiguración laboral productiva en el ámbito
reproductivo, al tomar casos de cooperativas que han diseñado e implementado espacios
de cuidado de niños en el ámbito laboral (2013:17). En algunas experiencias se
implementaron de hecho complejos sistemas de cuidado rotativo de los hijos de las
obreras por parte de otras trabajadoras (Fernández Álvarez y Partenio, 2006: 129). De
esta manera, la autogestión proveyó de instancias y herramientas que permiten conjugar
trabajo productivo y reproductivo, alivianar la sobrecarga de tareas y participar con
menores limitaciones en el proyecto autogestivo.
A modo de síntesis
Consideramos que los cuatro ejes temáticos aquí sintetizados ponen de manifiesto la
centralidad que adquiere el trabajo de reproducción social a la hora de analizar la
militancia de las mujeres en los lugares de trabajo, que en estos casos son cooperativas
de trabajo que provienen de procesos de recuperación de fábricas.
El trabajo reproductivo del hogar efectuado por las mujeres que se involucraron en este
tipo de conflictos obreros fue motivador, condicionante y parte fundamental de su
participación.
Por último, se hallaron distintos aspectos relativos a las transformaciones propias del
ámbito reproductivo y los vínculos familiares que guardan una relación con el curso
mismo de la lucha por la recuperación. Esto vuelve a poner de relieve la estrecha e
indisociable relación de implicancia recíproca entre las esferas de la producción y la de
reproducción, y, por ende, la necesidad de incluir al trabajo de reproducción social
como lupa para mirar lo que pasa en las ERT desde la interrelación entre género y
trabajo.
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