Está en la página 1de 3

Ahora, los mansos son de una disposición muy diferente.

Podrías
vituperarlos, pero ellos no responderán; podrías injuriarlos, pero ellos
saben que su Señor ha dicho: "Pero yo os digo: No resistáis al que es
malo". No estallan en iras y pasiones ante una ligera afrenta, pues
saben que todos los hombres son imperfectos, y, por tanto, piensan que
tal vez su hermano cometió un error y no deseaba herir sus
sentimientos; y, por ello, dicen: "bien, si no deseaba hacerlo, entonces
no me he de ver afectado por esa situación; me atrevo a decir que tenía
buenas intenciones, y entonces me quedo con lo que quiso y no con lo
que hizo; y aunque habló duramente, seguramente mañana lo
lamentará; yo no le mencionaré nada; voy a tolerar todo lo que me
diga." Si lanzaran una calumnia en su contra, diría: "bien, no me
importa; se apagará sola; donde no hay leña, el fuego no prospera."
Otro habla muy mal en su contra a sus oídos; pero él se queda callado;
él está sordo y no abre su boca. No es como el hijo de Sarvia que le dijo
a David: "Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza a este
perro muerto, porque maldijo a mi señor el rey." Él responde: "Dejadle
que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho." "Mía es la venganza, yo
pagaré, dice el Señor." Se contenta con aguantar y se reprime, y tolera
mil injurias es vez de infligir una; mansa y tranquilamente prosigue su
camino aunque el mundo y la gente digan: "¡ah!, ese hombre no podrá
progresar; siempre será estafado. Vamos, estará siempre prestando
dinero, y nunca le pagarán; estará dando su riqueza a los pobres, y no
la volverá a ver. ¡Cuán estúpido es! Él permite que la gente quebrante
sus derechos; no tiene fortaleza mental; desconoce cómo defenderse,
pues es un tonto."

Si tus acciones parecieran ser limpias, pero su motivo fuese impuro,


serían nulas por completo. Si tu lenguaje fuera virtuoso pero si tu
corazón se gozara en imaginaciones malvadas, estás ante Dios no según
tus palabras, sino de conformidad a tus deseos. De acuerdo a la
tendencia de la corriente de tus afectos, de tus gustos reales e íntimos y
de tus aversiones, serás juzgado por Él. Lo único que el hombre pide de
nuestras manos es la pureza externa, "Pues el hombre mira lo que está
delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón"; y las promesas y las
bendiciones del pacto de gracia pertenecen a quienes son limpios de
corazón, y a nadie más.
Un capítulo importante en esas enseñanzas, están las destinadas a la formación de Sus
discípulos, aunque se hicieron extensivas a quienes habían venido a Su encuentro. En este caso
el Señor establece las diferencias entre el religioso y el verdadero creyente, o si se prefiere,
entre el creyente nominal y el verdadero. Éste último pertenece al Reino de Dios o Reino de los
Cielos, y es hijo de Dios por nuevo nacimiento (Jn. 1:12). Los otros pretenden serlo, pero, son
desconocidos en ese sentido por el Señor. El alcance de la enseñanza es para todo aquel que
está en el reino, aspecto doctrinal que se ha considerado antes. Quien está en el reino -
espiritualmente en este tiempo- ha de manifestar las condiciones personales que acrediten esa
realidad espiritual. El Señor establece esas características enseñando que además de
evidenciar la realidad del ser creyente, son la razón de la felicidad íntima de cada uno de ellos.
Todas las condiciones para ser bienaventurado, son diametralmente opuestas al concepto de
felicidad que hay en el mundo. Nadie diría que es feliz la persona que llora, ni el que es pobre
en espíritu y, mucho menos, los que están sufriendo. Sin embargo, las condiciones que hacen
dichosos a los creyentes so

La Biblia está en el deseo diario de quienes sienten verdaderamente hambre de justicia,


porque es en ella donde Dios detalla, revela y expresa el camino de justicia. Es en su
meditación y obediencia como el creyente puede superar los obstáculos que el pecado pone
en su camino.

El que llora es quien se siente afligido en su corazón a causa del amor hacia Dios, a Su obra y a
Su pueblo. Se siente a sí mismo como falto de amor hacia quien le amó y ama infinitamente, y
su espíritu, tocado por el Espíritu de verdad, le lleva, en su reconocimiento a derramar
lágrimas. Siente la aflicción de la obra de Dios contradicha por tantos en el mundo y
despreciada por algunos de quienes se llaman a sí mismos discípulos de Jesús, y esa
consideración le lleva al llanto delante del Señor. Siente la situación en que se encuentra el
pueblo de Dios, atravesando por dificultades, inquietudes, angustias, sinsabores y oposición
pero, no sólo por estas circunstancias que afectan en aflicción a muchos de sus hermanos en
todo el mundo (1 P. 5:9), sino también por quienes han cambiado el compromiso con Dios por
el compromiso con ellos mismos; por los que cambian las prioridades dando lugar antes a sus
cosas que al reino de los cielos; por quienes se han ido alejando del Señor y caminan en las
sendas de los pecadores, siendo un mal ejemplo y un desprestigio para Aquel que los rescató;
por esta situación el cristiano sincero llora. El que llora afligido expresa su total incapacidad
personal frente al problema y su absoluta dependencia de Dios

Así fueron las lágrimas de Pedro cuando se dio cuenta de que había negado al Señor, sintiendo
el fracaso al ver rotas sus promesas de fidelidad

El mismo Señor, que pronuncia palabras tan contradictorias para la mente humana, da la razón
de por qué las dice: “porque reiréis”. El llanto se cambiará en gozosa expresión de alegría. Es el
proceso que conduce a la experiencia de la plena comunión con Dios. Primero están las
lágrimas de la inquietud o de la tristeza, luego la calma profunda de saber que Dios ha
restaurado el problema que las producía. Es la experiencia que David expresa cuando dice:
“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y
a la mañana vendrá la alegría” (Sal. 30:5).
La persecución no es por causa de sus maldades, sino de su justicia. La conciencia del creyente
no le permite hacer lo que Dios reprueba. Ese modo de vida le acarreará consecuencias
difíciles en muchas ocasiones. Sin embargo, las sufre a causa de la limpieza de su corazón. El
sufrimiento por el pecado no es ninguna gloria, sino todo lo contrario, mientras que el
sufrimiento por causa de Cristo es una bendición.

En el futuro los creyentes durante el tiempo de la tribulación experimentarán persecución por


parte del sistema que gobierne el mundo de entonces, conforme a lo anunciado por el mismo
Señor en el sermón profético: “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis
aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre” (Mt. 24:9). La situación que
desencadena la persecución de los justos por parte del mundo está en razón directa de la
elección divina: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del
mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn. 15:19). El espíritu del
mundo es de tal aborrecimiento contra los hijos de Dios, que su odio les lleva incluso a darles
muerte. Así ocurrió desde el principio de la historia humana.

Ese fue el motivo principal por el que Caín mató a su hermano Abel, como escribe el apóstol
Juan: “…Caín que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus
obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Jn. 3:12)

También podría gustarte