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Arco Iris del Dolor, Fulton J.

Sheen
1

Arco Iris del Dolor


Mons. Fulton J. Sheen,
Catedrático de filosofía de la Universidad de
Lauvain y la Universidad Católica de América

Tíitulo del Original en inglés:

The Rainbow of Sorrow

Traducción al español por:


Raúl Velez Díaz

Editorial Azteca, S.A.


1956
Transcripción por:
H. Pedro Flores Aceves, fms
2011
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
2

Dedicado a

LA MADRE DE LOS DOLORES

Para quien
Las Siete Palabras de la Cruz
fueron como
Los Siete colores del Arco Iris del Cielo:
Una Prenda del Fin del
Diluvio del Dolor
en la
Gloria del Cristo Resucitado,
que es la Luz del Mundo.

ARCO IRIS DEL DOLOR


Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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SUFRIMIENTO INJUSTO

“Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen”

La Primera Palabra desde la Cruz

El mundo está lleno de aquellos que sufren injustamente, y que, sin


razón de alguna falta propia, soportan los golpes y flechazos de la cruel
fortuna. ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia los que hablan mal de
nosotros, deshonran nuestro buen nombre, roban nuestra reputación y se
mofan de nuestros actos de bondad?
La respuesta ha de buscarse en la primera palabra de la Cruz:
Perdonar.
Si hubo alguien que tuvo derecho a protestar contra la injusticia, fue Aquel que
es la Justicia Divina; si hubo alguna vez alguien que tuvo derecho para
reprochar a quienes cavaron en Sus manos y pies con acero, fue Nuestro
Señor en la Cruz.
Y, sin embargo, en el mismo momento en que un árbol se vuelve contra
Él y se convierte en una Cruz, cuando el hierro se vuelve contra Él y se
convierte en clavos, cuando las rosas se vuelven contra Él y se convierten en
espinas, cuando los hombres se vuelven contra Él y se convierten en verdugos,
Él deja caer de Sus labios por primera vez en la historia del mundo una oración
por los enemigos: “Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
(Lucas 23:34).
Reflexionad por un momento en lo que Él no dijo. El no dijo: “Yo soy
inocente”, y, sin embargo, ¿quién otro con mayor derecho podía proclamar su
inocencia? Muchas veces antes de este Viernes Santo, y muchas veces desde
entonces, los hombres han sido enviados a una cruz, una guillotina, o un
cadalso, por algún crimen que no cometieron; pero ninguno de ellos ha dejado
de gritar: “Yo soy inocente”.
Pero Nuestro Señor no hizo esa protesta, porque hubiera sido suponer
falsamente que el hombre es el Juez de Dios. Ahora, si Nuestro Señor que era
la Inocencia, se abstuvo de aseverar Su Inocencia, entonces nosotros que
siempre tenemos pecado no debiéramos proclamar siempre nuestra inocencia.
Al hacer esto, admitimos erróneamente que el hombre, y no Dios, es
nuestro Juez. Nuestras almas han de ser juzgadas, no delante del tribunal de
los hombres, sino delante del Dios del Amor; y Aquel “que ve lo que pasa en
secreto te dará por ello la recompensa”. Nuestra salvación eterna no depende
de cómo nos juzgue el mundo, sino de cómo nos juzgue Dios.
Poco importa que nuestros conciudadanos nos condenen, aun si
tenemos razón, pues la Verdad siempre descubre sus contradictores; por eso
es por lo que la Verdad está ahora clavada a una Cruz. Lo que importa es que
seamos encontrados inocentes en el juicio de Dios, porque de éste depende
nuestra felicidad eterna. En el mundo existe la entera posibilidad de que los dos
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juicios difieran, pues el hombre ve solamente la cara, pero Dios lee en el
corazón. Podemos engañar a los hombres, pero no podemos engañar a Dios.
Hubo otra cosa que Nuestro Bendito Señor no dijo a los representantes
del César y del Templo, que lo enviaron a la Cruz, a saber: “Vosotros sois
injustos”. El Padre dio todo poder de juzgar a Él, y con todo, Él no juzga al
hombre, y dice: “Sufrirás por esto”. Siendo tanto Dios como hombre, Él sabía
que hay esperanza mientras haya vida, y que Sus pacientes sufrimientos ante
la muerte, podrían conseguir las almas de muchos de los que ahora
condenaban.
¿Por qué juzgarlos antes del tiempo del juicio? Longinos del ejército
romano, y Josefo del Sanhedrín, habían de llegar hasta Su abrazo y perdón
salvadores, aun antes que Él fuera descolgado de la Cruz. Los pecadores de
esta hora podían ser los santos de la siguiente.
Una larga vida tiene su razón de ser en la penitencia. El tiempo nos es
dado no para que acumulemos lo que no nos podemos llevar, sino para hacer
reparación por nuestros pecados.
Por eso es por lo que en la parábola de la higuera que no había dado
fruto durante tres años, y cuyo dueño quería cortar para que no ocupara
terreno en balde, al manifestar esto al viñador, éste respondió: “Señor, déjala
todavía este año, y cavaré alrededor de ella, y la echaré estiércol, a ver si así
dará fruto” (Lucas 13:6-9).
Así hace el Señor con los malos. Les da otro mes, otro año de vida para
que puedan cavar sus almas con la penitencia y abonarla con la mortificación, y
de este modo salvarla para la felicidad.
Si, pues, el Señor no juzgó a Sus verdugos antes de la hora en que debe
ser su juicio, ¿por qué nosotros, que realmente no conocemos nada sobre
ellos, les juzgamos aún cuando nos hagan mal? ¿No puede ser que mientras
ellos vivan nuestra abstención de juzgarlos sea el mismo medio de su
conversión? De todas maneras, el juzgar no nos ha sido dado, y el mundo
puede estar agradecido de que así haya sido, porque Dios es juez más
misericordioso que el hombre. “No juzguéis a los demás, si no queréis ser
juzgados”. (Mateo 7:1).
Lo que Nuestro Señor dijo en la Cruz fue, perdónales. Perdona a
vuestros Pilatos, que son demasiado débiles para defender vuestra justicia:
perdona a vuestros Herodes, que son demasiado sensuales para darse cuenta
de vuestra espiritualidad; perdona a vuestros Judas, que piensan que el valor
puede medirse en términos de plata. “Perdónales, porque no saben lo que
hacen”.
En esta frase se muestra la unidad del amor del Padre y el Hijo, por el
cual el santo amor de Dios vino al encuentro del pecado del hombre, y siguió
siendo inocente. Esta primera palabra de perdón es la más frecuente evidencia
de la absoluta falta de pecado en Nuestro Señor. El resto de nosotros debemos
presenciar a nuestra muerte el largo desfile de nuestros pecados, y la vista de
ellos es tan horrible, que no osamos presentarnos delante de Dios sin una
oración en que imploramos perdón.
Pero Jesús no imploró perdón para Él al morir, porque no tenía pecado.
El perdón que pidió fue para quienes le acusaron de pecado Y la razón que
adujo para el perdón, fue que ellos “no saben lo que hacen”.
El es igualmente Dios y hombre, lo que significa que conoce todos los secretos
de cada corazón humano. Porque Él lo sabe todo, puede encontrar una
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excusa: “ellos no saben lo que hacen”. Pero nosotros conocemos tan poco los
corazones de nuestros enemigos, y tan poco las circunstancias de sus actos y
la buena fe mezclada a sus hechos malos, que estamos menos inclinados a
encontrar una excusa. Porque ignoramos sus corazones, estamos menos
propensos a excusar.
Para poder juzgar a otros, debemos estar en el interior de éstos y en su
exterior, pero solamente Dios puede hacer esto. Nuestros prójimos son tan
impenetrables a nosotros como nosotros lo somos a ellos. El juicio de nuestra
parte, entonces, sería injusto, pues juzgar sin legalidad es injusto. Sólo Nuestro
Señor tiene legalidad para juzgar; nosotros no.
Si poseyendo esa legalidad, y conociéndolo todo, todavía Él encuentra
razón para perdonar, entonces, a nosotros que no tenemos jurisdicción, y que
posiblemente no podemos conocer con nuestra mente diminuta los corazones
de nuestros prójimos, nos queda sola cosa por hacer y es orar: “Padre…
perdónales porque no saben lo que hacen”.
Nuestro Señor usó la palabra perdonar, porque Él era inocente y lo sabía
todo, pero nosotros debemos usarla también por otras razones Primera, porque
Dios nos ha perdonado más grandes pecados. Segunda, porque sólo
perdonando puede desterrarse el odio en el mundo y tercera porque nuestro
perdón está condicionado al perdón que hagamos extensivo a otros.
Primero que todo, debemos perdonar a otros porque Dios nos ha
perdonado. No hay injusticia que haya cometido cualquier humano contra
nosotros, comparable a la injusticia que cometemos contra Dios con nuestros
pecados. Esta es la idea que Nuestro Señor sugiere en la parábola del siervo
inmisericorde (Mateo 18:35), a quien su amo le perdonó una deuda de diez mil
talentos, e inmediatamente salió y estaba ahorcando a un compañero que sólo
le debía cien denarios.
La deuda que el amo perdonó a su siervo era 1,200,000 veces más
grande que la deuda que el compañero debía al siervo. En esta gran
desproporción se revela cuánto más grandes son los pecados del hombre
contra Dios, que los pecados de nuestros compañeros contra nosotros.
Debemos por tanto, perdonar a nuestros enemigos, porque se nos ha
perdonado el pecado más grande de tratar a Dios como enemigo.
Y si nosotros no perdonamos los pecados de nuestros enemigos,
probablemente es porque nunca hemos saldado cuentas con Dios. En esto ha
de hallarse el secreto de mucha de la violencia y la acrimonia de los hombres
en nuestro mundo moderno; rehúsan pensar de sí mismos como habiendo
ofendido alguna vez a Dios, y por tanto nunca piensan de ellos mismos como
que necesitan perdón.
Piensan que no necesitan perdón, y de aquí también suponen que
ningún otro en el mundo deba tenerlo jamás. El hombre que no conoce su
propia culpa ante Dios, está inclinado a ser el más reacio a perdonar a los
otros, como David en el tiempo de su peor pecado.
Nuestra condenación es a menudo el velo para nuestras propias
debilidades: Cubrimos nuestra propia desnudez con el manto de la crítica;
vemos la mota en el ojo del hermano, pero nunca la viga en el nuestro.
Cargamos todas las faltas de nuestros vecinos en un saco que llevamos
delante de nosotros, y las nuestras en un saco atrás de nosotros.
El amo más cruel es el hombre que nunca aprendió a obedecer, y el juez
más severo es el hombre que nunca examina su propia conciencia. El hombre
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consciente de su necesidad de absolución, es el que está más propenso a ser
indulgente con los demás.
Tal aconteció con Pablo, quien, al escribir a Tito, encuentra una razón
para ser clemente con los hombres. “Porque también nosotros éramos en algún
tiempo insensatos, incrédulos extraviados, esclavos de infinitas pasiones y
deleites, llenos de malignidad y de envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos los
unos a los otros” (Tito 3:3).
Es el olvido de sus propios pecados lo que hace que el mundo moderno
odie tan tenazmente. Los hombres estrangulan a sus prójimos por un denario,
porque olvidan que Dios les perdonó una deuda de diez mil talentos. Sólo que
piensen en cuán bueno ha sido Dios para ellos, y empezarán a ser buenos con
otros.
Una segunda razón para que perdonemos a quienes nos hacen sufrir
injustamente, es que si no perdonamos, el odio se multiplicará hasta que todo
el mundo no sea más que odio. El odio es en extremo fértil; se reproduce con
sorprendente rapidez.
El comunismo sabe que el odio puede trastornar la sociedad más
rápidamente que los ejércitos, y por eso nunca habla de caridad. También por
eso es por lo que siembra el odio del trabajo contra el capital; el odio del
ateísmo contra la religión; el odio en sí mismo contra todo lo que se les oponga.
¿Cómo puede ser detenido todo este odio, si unos hombres abofetean a
otros en la mejilla? Hay sólo una manera, y es volteando la otra mejilla, lo que
significa: “Yo perdono, y me niego a odiarte. Si yo te odiara, añadiría mi cuota a
la suma total del odio. Y es lo que me niego a hacer. Mataré tu odio, y lo
desterraré de la tierra. Yo en cambio te amaré.
Ese fue el modo como Esteban venció el odio de quienes le mataron; es
decir, orando: “Señor, no les hagas cargo de este pecado” (Hechos 7:59).
Estaba prácticamente repitiendo la primera palabra de la Cruz.
Y esa oración de perdón ganó a la larga el corazón de un joven llamado
Sáulo que estaba de pie allí cerca, sosteniendo las capas de quienes lo
lapidaban, y consintiendo en su muerte. Si Esteban hubiera maldecido a Sáulo,
éste nunca hubiera llegado a ser San Pablo. ¡Qué perdida habría sido! Pero el
odio perdió su tiempo, porque Esteban perdonó.
En nuestros días el amor está todavía ganando victorias sobre el odio.
Cuando hace unos pocos años el Padre Pro de México fue baleado por los
revolucionarios mexicanos, se volvió hacia ellos, y dijo: “Yo os perdono;
arrodillaos y os daré mi bendición”. Y todos los soldados que estaban en la
línea de fuego cayeron de rodillas pidiendo su bendición.
¡Qué hermoso espectáculo verdaderamente, ver a un hombre
perdonando a quienes le van a matar! Sólo el capitán se negó a arrodillarse, y
fue él quien hizo lo que para el padre Pro era un acto de gran bondad: lo ultimó
con un disparo en el propio corazón, apresurando su muerte para unirse a la
compañía de Esteban, mártir de la Iglesia de Dios.
Durante la Guerra Civil en España, cuando los Rojos estaban matando
cientos de sacerdotes, uno de ellos fue colocado delante de la escuadra de
fuego con sus manos atadas firmemente con cuerdas. Mirando frente a frente a
la cuadrilla de tiradores, dijo: “Desatad estas cuerdas y dejadme daros mi
bendición antes de morir”. Los comunistas desataron sus cuerdas, pero
también cortaron sus manos. Luego dijeron con sarcasmo: “Muy bien, veamos
si puedes darnos tus bendiciones ahora”. El sacerdote levantó los muñones de
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sus brazos como harapos escarlatas, y con la sangre que caía en gotas como
cuentas que formaban en la tierra el rosario de redención, los movió para
formar una cruz. Este odio fue derrotado porque él no quiso nutrirlo. Este odio
murió cuando él perdonó, y el mundo se ha mejorado con ello.
Finalmente, debemos perdonar a otros porque por ninguna otra
condición se nos perdonarán nuestros pecados. En efecto, es casi una
imposibilidad moral para Dios perdonar, a menos que a nuestra vez nosotros
perdonemos. ¿No dijo Él: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). “Perdonad, y seréis perdonados. Dad y
se os dará. Porque con la misma medida con que midiereis a los demás, se os
medirá a vosotros” (Lucas 6:37, 38)?
La ley es ineludible. A menos que sembremos, no cosecharemos; a
menos que mostremos misericordia por nuestros prójimos, Dios revocará Su
misericordia hacia nosotros. Como en la parábola el amo canceló el perdón que
había dado a su siervo, porque éste se negó a mostrar la más mínima
misericordia por su compañero, “de esta manera, se portará mi Padre celestial
con vosotros, si cada un no perdonare de corazón a su hermano”. (Mateo
18:35).
Si una caja se llena con sal, no puede echársele después arena, y si
nuestros corazones están llenos de odio hacia nuestro prójimo, ¿cómo puede
Dios llenarlos con Su amor? Así es esto de sencillo. No puede haber, no habrá
misericordia para nosotros, al menos que seamos misericordiosos. La
verdadera prueba del cristiano, entonces, es demostrando no cuánto ama a sus
amigos, sino cuánto ama a sus enemigos.
El mandamiento divino es claro: “Amad a vuestros enemigos: haced bien
a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian; para que
seáis hijos de vuestro Padre celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y
malos; y llover sobre justos y pecadores. Pues si no amáis sino a los que os
aman, ¿qué premio habéis de tener? ¿No lo hacen así aun los publicanos?”
(Mateo 5:44-46).
¡Perdona, entonces! ¡Perdona aun siete veces siete! Ablanda la
almohada de la muerte perdonando a tus enemigos sus pequeños pecados
contra ti, para que puedas ser perdonado de tus grandes pecados contra Dios.
Perdona a aquellos que te odian, para que puedas vencerlos por el amor.
Perdona a aquellos que te injurian, para que puedas ser perdonado por tus
ofensas. ¡Nuestro mundo está tan lleno de odio!
La raza de los puños crispados se está multiplicando como la raza de
Caín. La lucha por la existencia se ha vuelto la lucha por la lucha. Hay aún
quienes hablan sobre paz, únicamente porque quieren que el mundo espere
hasta que ellos estén suficientemente fuertes para la guerra.
“Querido Señor, ¿qué podemos hacer nosotros, tus seguidores, para
traer paz al mundo? ¿Cómo podemos parar al hermano que se levanta contra
el hermano y a las clases contra las clases, empañando el mismo cielo con sus
Gólgotas cubiertos de cruces? Tu primera palabra en la Cruz da la respuesta:
Debemos ver en el cuerpo de cada hombre que odia, un alma que fue hecha
para el amor. Si fácilmente nos vemos ofendidos por su odio, es porque hemos
olvidado o el destino de las almas de ellos, o nuestro propios pecados.
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Perdónanos si alguna vez hemos ofendido. Entonces nosotros también, como
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Tú, podemos hallar entre nuestros verdugos otro Longinos, que haya olvidado
que había amor en un corazón hasta que lo abrió con una lanza”.

EL DOLOR
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”

La Segunda palabra de la Cruz

La Primera Palara de la Cruz nos dice cuál debe ser nuestra actitud
hacia el sufrimiento injusto, pero la Segunda nos dice cuál debería ser nuestra
actitud hacia el dolor. Hay dos maneras de mirar éste; la una es mirarlo sin
propósito, la otra, verlo con propósito.
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El primer punto de vista mira el dolor como opaco, como un muro de
piedra; el otro punto de vista lo mira como transparente, como una hoja de
vidrio de una ventana. La manera como reaccionemos ante el dolor, depende
enteramente de nuestra filosofía sobre la vida. Como el poeta lo ha expresado:
Dos prisioneros miraron a través de los barrotes de sus celdas; el uno
vio lodo, el otro estrellas.
De igual manera, hay quienes mirando una rosa dicen: “Es una lástima
que esa rosa tenga espinas”. Mientras otros dirían: “¿No es consolador que
esas espinas tengan rosas?” Estas dos actitudes se hallan manifestadas en los
dos ladrones crucificados a cada lado de Nuestro Bendito Señor. El ladrón de
la derecha es el modelo de aquellos para quienes el dolor tiene un sentido; el
ladrón de la izquierda es el símbolo del sufrimiento sin consagrar.
Considerad primero al ladrón de la izquierda. El no sufrió más que el
ladrón de la derecha, pero empezó y terminó su crucifixión con una blasfemia.
Ni por un momento relacionó el sufrimiento con el Hombre de la Cruz central.
La oración de perdón de Nuestro Señor no significó para este ladrón más que
el vuelo de un pájaro.
No vio más propósito en su sufrimiento, que una mosca lo ve en la hoja
de vidrio de una ventana, que inunda la habitación de un hombre con el calor y
la luz del sol que da Dios. Porque él no pudo asimilar su pena y hacerla derivar
para el sustento de su alma, el dolor se volvió contra él, como una substancia
extraña que cae al estómago se vuelve contra éste, e infecta y envenena todo
el sistema.
Esta es la razón por qué él se volvió amargado, por qué su boca se
convirtió en algo como un cráter de odio, y por qué maldijo al mismo Señor que
podía conducirlo a la paz y al paraíso.
El mundo está lleno todavía de aquellos que, como el ladrón de la
izquierda, no ven sentido en el dolor. Como no saben nada de la Redención de
Nuestro Señor, son incapaces de ajustar el dolor dentro de un modelo; resulta
entonces como un parche extraño en la colcha insensata de la vida. Para ellos
la vida viene a ser tan impredecible, que “una turbulenta madurez sigue a una
desconcertada juventud”.
No habiendo pensado jamás en Dios como algo más que un hombre,
son incapaces ahora de acomodar las realidades rígidas de la vida dentro de
Su plan Divino. Por esto es por lo que muchos que dejan de creer en Dios, se
vuelven cínicos, matándose no solamente a sí mismos, sino también en cierto
sentido matando la belleza de las flores y los rostros de los niños, para quienes
se niegan a vivir.
La lección del ladrón de la izquierda es clara: El Dolor en sí mismo no
nos hace mejores; es muy probable que nos haga peores. Ningún hombre fue
alguna vez más sencillo porque tuviera un dolor de oído. El sufrimiento sin
espiritualizar no mejora al hombre; lo degenerará. El ladrón de la izquierda no
es mejor por su crucifixión: Esta lo marchita, lo quema, y mancilla su alma.
Rehusando a pensar en el dolor como relacionado a algo distinto,
termina por pensar sólo en él mismo, y en quién lo irá a descolgar de la cruz.
Esto es lo que sucede con los que han perdido su fe en Dios. Parar ellos,
Nuestro Señor en una cruz es sólo un evento de la historia del Imperio
Romano. No es un mensaje de esperanza, o una prueba de amor.
No quisieran tener una herramienta en sus manos sin descubrir sus
propósitos, pero viven sus vidas sin haber investigado alguna vez su
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significado. Como no tienen razón para vivir, el sufrimiento los amarga, los
empozoña, y al fin, la gran puerta de las oportunidades de la vida se cierra en
su cara, y, como el ladrón de la izquierda, se internan en la noche, sin haber
sido bendecidos.
Ahora mirad al ladrón de la derecha: El símbolo de aquellos para
quienes el dolor tiene un sentido. Al principio no entendió este sentido, y por lo
tanto se unió a sus maldiciones al ladrón de la izquierda. Pero así como a
veces un rayo ilumina la senda que habíamos perdido, así el perdón dado por
el Salvador a sus verdugos iluminó el camino de misericordia para el ladrón.
Entonces empezó a ver que si el dolor no tenía razón, Jesús no lo
hubiera abrazado. Si la Cruz no tenía ningún propósito, Jesús no habría
ascendido a ella. Seguramente Aquel que decía ser Dios nunca hubiera
tomado esa insignia de vergüenza, a menos que pudiera ser transformada y
cambiada en algún propósito santo.
El dolor empezó a hacerse comprensible para el ladrón; al menos por el
momento significaba una ocasión para hacer expiación por su vida de crimen.
Y en el momento en que esa luz llegó hasta él, reprendió al ladrón de la
izquierda, diciendo: “¡Cómo!, ¿ni aún tu temes a Dios estando, como estás, en
el mismo suplicio? Nosotros, a la verdad, estamos en él justamente, pues
pagamos la pena merecida por nuestros delitos, pero éste ningún mal ha
hecho” (Lucas 23:40-41).
El dolor en sí mismo no es insoportable; lo que es insoportable, es el
fracaso entender su significado. Si ese ladrón no hubiera visto objeto en el
dolor, nunca habría salvado su alma. El dolor puede ser la muerte de nuestra
alma, o puede ser su vida.
Todo depende de que lo eslabonemos con Aquel que “en vista del gozo
que le estaba preparado en la gloria, sufrió la Cruz”. Una de las más grandes
tragedias del mundo es el dolor desperdiciado. El dolor sin relación con la cruz,
es como un cheque sin firmar: no tiene valor. Pero una vez que lo hemos
rubricado con la firma del Salvador en la Cruz, adquiere un valor infinito.
Una frente afiebrada que nunca late al unísono con la cabeza coronada
de espinas, o una mano dolorida no llevada nunca con la paciencia de la Mano
en la Cruz, son puro derroche. El mundo empeora con este dolor, cuando
debiera haber mejorado muchísimo.
Todos los que en el mundo se encuentran postrados en un lecho, están
por tanto, o a la derecha o a la izquierda de la Cruz; su posición determina el
hecho de que, como el ladrón de la izquierda, pidan ser descolgados, o, como
el ladrón de la derecha, pidan ser levantados.
No es lo mucho que las gentes sufran lo que hace el mundo misterioso,
más bien estriba en cuánto dejan de hacer cuando sufren. Parece que olvidan
que aun siendo niños ponían obstáculos en sus juegos, con el fin de tener algo
sobre qué pasar.
¿Por qué, entonces, cuando crecen hasta ser hombres maduros, no
habrían de tener delante de ellos premios para ganar con el esfuerzo y el
sufrimiento? ¿No puede acaso el espíritu del hombre elevarse con la
adversidad, como el pájaro se eleva contra la resistencia del aire? ¿No nada el
pez en contra de la corriente? ¿No debe ser roto el pomo del alabastro para
llenar la casa de ungüento? ¿No debe el cincel cortar el mármol para hacer
surgir la forma? ¿No debe la semilla que cae a la tierra morir antes que pueda
resucitar a la vida? ¿No deben los pequeños arroyos apresurarse a morir en el
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océano para evitar que se estanque su contenido? ¿No deben las uvas ser
amasadas para que haya vino que beber, y el trigo ser molido para que haya
pan para comer?
¿Por qué, entonces, no puede el dolor conseguir la redención? ¿Por qué
mediante la alquimia del Amor Divino no pueden las cruces convertirse en
crucifijos? ¿Por qué los castigos no pueden mirarse como expiaciones? ¿Por
qué no podemos usar una cruz para llegar a ser semejantes a Dios? Nosotros
no podemos llegar a ser como Él en Su Poder: No podemos llegar a ser como
Él en Su Conocimiento.
Sólo hay unja manera de que podemos llegar a ser como Él, y es la
manera como Él llevó Su dolor en Su Cruz. Y esa manera fue su Amor. “Nadie
tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos”. Es el amor lo
que hace soportable el dolor.
Tan pronto como sentimos que el dolor está haciendo bien a otros, o aun
a nuestra propia alma, al aumentar la gloria de Dios, se nos hace más fácil de
soportar. Una madre pasa una noche en vela al lado de su niñito enfermo. El
mundo llama a esto “fatiga”, pero ella lo llama amor.
Un niñito fue advertido por su madre de no acercarse a la valla de
alambres de púas. No obstante, desobedeció y cayó lisiado, siendo incapaz de
volver a caminar. Cuando se le comunicó esta desgracia, él dijo a su madre:
“Sé que no volveré a caminar; sé que es por mi culpa; pero si tú continúas
amándome, puedo soportar cualquier cosa”. Así es lo mismo con nuestros
dolores.
Si se nos puede asegurar que Dios nos ama y cuida todavía, entonces
encontraremos gozo aun en continuar Su obra redentora, como redentores con
“r” minúscula, así como Él es Redentor con “R” mayúscula.
Luego nos llegará la visión de la diferencia entre Dolor y Sacrificio. El
Dolor es sacrificio sin amor. Sacrificio es dolor con amor.
Cuando entendamos esto, entonces tendremos una respuesta para
aquellos que piensan que Dios debiera habernos dejado pecar sin dolor:

Un grito de angustia subió de la tierra hasta Dios:


Señor, suprime el dolor,
Las sombras que entristecen el mundo que Tú hiciste,
Las cadenas que se arrollan
Y estrangulan el corazón, los fardos que pesan
En las alas que debieron remontarse majestuosas.
Señor, suprime el dolor del mundo que Tú hiciste,
Para que éste te ame más.
Entonces contestó el Señor al mundo que había hecho:
¿Debo suprimir el dolor?
¿Y también el poder que tiene el ama para soportarlo,
Que la hace a toda aflicción?
¿Debo suprimir la piedad que une los corazones unos con otros,
Y hace sublime el sacrificio?
¿Perderéis vosotros todos los héroes que surgen de las llamas
Con sus frentes blancas dirigidas al cielo?
¿Debo suprimir el amor que redime con precio,
Y con él las sonrisas?
¿Podréis pasaros sin esas vidas, que subirían entonces
A Mí,
Al Cristo en la Cruz?
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Y ahora esta lección final. Tú y yo a menudo pedimos a Dios muchos
favores que nunca nos son concedidos. Podemos imaginarnos al ladrón de la
derecha pidiendo a Dios durante su vida muchos favores, y muy especialmente
riqueza, que probablemente nunca le fue concedida. Por otra parte, aunque
Dios no nos concede siempre nuestros favores materiales, hay una oración a la
que Él nunca deja de contestar.
Hay un favor que tú y yo podemos pedir a Dios en este preciso
momento, si tenemos el valor de hacerlo, y ese favor será concedido antes de
que termine el día. Esa oración a la cual nunca Dios ha dejado de contestar, y
nunca dejará de contestar, es una oración para implorar sufrimiento. ¡Pídele a
Él que te envíe una cruz y la recibirás!
¿Pero por qué Él no contesta siempre nuestras oraciones en que
pedimos aumento de salario, mayores comisiones, más dinero? ¿Por qué no
contesta la oración del ladrón de la izquierda para ser bajado de la cruz, y por
qué sí contesta la oración del ladrón de la derecha para que le perdone sus
pecados?
Porque los favores materiales nos apartan de Él, pero la cruz siempre
nos acerca a Él. ¡Y Dios no quiere que el mundo se quede con nosotros!
¡En nos quiere para Él mismo, porque Él murió por nosotros!

SUFRIMIENTO DEL INOCENTE


“¡Mujer, ahí tienes a tu hijo. (Hijo) Ahí tienes a tu madre!”

La Tercera Palabra de la Cruz


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¿Por qué sufren los inocentes? No nos referimos al inocente sobre el
cual involuntariamente ha caído el sufrimiento, sino más bien a aquellas
buenas personas que van en busca del sufrimiento y están impacientes hasta
no encontrar una cruz. En otras palabras, ¿por qué ha de haber Carmelitas,
Claretianos, Trapenses, Hermanitas de los Pobres, y docenas de órdenes
penitentes de la Iglesia, que no hacen nada más que sacrificio y sufrir por los
pecados de los hombres?
En verdad no es porque el sufrimiento esté necesariamente relacionado
con el pecado personal. Nuestro Señor bien nos lo dijo, cuando respondió a
aquellos que le preguntaban en relación con un muchacho ciego. “¿Qué
pecados son la causa de que éste haya nacido ciego: los suyos o los de sus
padres?” Nuestro Señor contestó: “No es por culpa de éste, ni de sus padres”.
Si hemos de buscar la respuesta, no debemos ir meramente al
sufrimiento de la gente inocente, sino al sufrimiento de la Inocencia misma. En
esta Tercera Palabra nuestra atención esta afianzada sobre las dos criaturas
sin pecado que hollaron alguna vez nuestra tierra pecadora: Jesús y María.
Jesús mismo fue sin pecado por naturaleza, pues Él es el todo Santo
Hijo de Dios. María fue sin pecado por gracia, pues ella es “la única vanagloria
de nuestra naturaleza corrompida”. Y con todo, ambos sufrieron en extremo.
¿Por qué sufrió Él, que tenía el Poder de Dios para escapar a la Cruz? ¡Por
qué sufrió ella, cuando pudo excusarse en consideración a su virtud, o pudo
haber sido dispensada por su Hijo Divino?
El amor es la clave del misterio. El amor, por su misma naturaleza, no es
egoísta, sino generoso. No busca su bien, sino el bien de otros. La medida del
amor no es el placer que da – que es la manera como juzga el mundo – sin el
gozo y paz que puede comprar para otros.
No cuenta el vino que él beba, sino el vino que sirva. El amor no es un
círculo circunscrito por sí mismo; es una cruz con brazos que abrazan toda la
humanidad. No piensa en tener, sino en ser tenido, no en poseer, sino en ser
poseído, no en deber, sino en ser debido.
El amor, entonces, es social por naturaleza. Su más grande felicidad es
ceñir sus lomos y servir en el banquete de la vida. Su más grande infelicidad es
que se le niegue el gozo de sacrificarse por otros. Por ello es por lo que, a la
vista del dolor, el amor busca aligerar al sufriente y tomar sus dolores, y es por
esto por lo que, a la vista del pecado, el amor busca expiar la injusticia de
aquel que pecó.
¿No es porque las madres aman, por lo que quieren tomar el dolor de
las heridas de sus hijos? ¿No es porque los padres aman, por lo que toman
para sí las deudas de sus hijos calaveras, para expiar sus locuras?
¿Qué otra cosas significa todo esto, sino el altruismo del amor? En
efecto, el amor es tan social que quisiera rechazar la emancipación del dolor, si
la emancipación fuera para sí solamente. El amor se niega a aceptar la
salvación individual; nunca se inclina sobre el hombre, como el sano sobre el
enfermo, sino que entra en él para tomar su misma enfermedad.
Rehúsa tener sus ojos límpidos, cuando otros ojos están empapados por
las lágrimas; no puede ser feliz, al menos que todo el mundo sea feliz, o al
menos que la justicia sea servida; se espanta del aislamiento y distanciamiento
de las cargas y hambres de otros. Rechaza el aislamiento de los choques con
el dolor del mundo, y más bien se insinúa adentro de éste, como si el dolor
fuera su elemento.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
14
Esto no es difícil de entender. ¿Quisieras tú ser la única persona del
mundo que tuviera ojos para ver? ¿Quisieras ser el único que pudiera caminar
en un universo de cojos? ¿Quisieras tú, si amas a tu familia, estar de pie en el
muelle y verlos a todos ahogarse a tu vista?
Y si no, ¿por qué? Muy sencillamente, porque los amas, porque te
sientes tan unido a ellos, que si un dolor de cabeza los aqueja, éste también
hace doler tu corazón.
Ahora, aplicad esto a Nuestro Señor y Su bendita Madre. Aquí está el
amor en su cima, y la inocencia en su máximo.
¿Pueden ellos ser indiferentes a lo que es un mal mayor que el dolor, es
decir el pecado? ¿Pueden mirar a la humanidad llevando una cruz al Calvario
de la muerte, y rehusarse ellos mismos a compartir su peso? ¿Pueden ser
indiferentes al resultado del amor, si ellos mismos son Amor? Si el amor
significa identificación y simpatía con el amado, entonces, ¿por qué no habría
de amar Dios al mundo como para enviar a su único Hijo amado para que
entrase a éste y lo redimiera? Y si ese Hijo Divino amó tanto al mundo para
morir por él, ¿por qué no había la Madre del Amor Encarnado de participar en
esa redención? Si el amor humano se identifica a sí mismo con el dolor del
amado, ¿por qué el Amor Divino no había de sufrir cuando se pone en contacto
con el pecado en el hombre? Si las madres sufren en sus hijos, si un marido
sufre con el dolor de su esposa, y si los amigos sienten la agonía de la cruz de
aquellos que quieren, ¿por qué Jesús y María no habían de sufrir en la
humanidad que ellos aman?
Si tú morirías por tu familia, de la cual eres la cabeza, ¿por qué no había
El de morir por la humanidad, de la cual El es la Cabeza? Y si mientras más
profundo es el amor es más punzante el dolor, ¿por qué la Crucifixión no había
de nacer de ese Amor?
Si un nervio sensitivo es tocado, registra el dolor en el cerebro; y si
Nuestro Señor es la Cabeza de la humanidad sufriente, es natural que sintió
cada pecado de cada hombre como Suyo propio. Es por esto por lo que la Cruz
fue inevitable.
El no podía amarnos perfectamente, al menos que muriera por nosotros.
Y su Madre no podía amarlo a El perfectamente, al menos que participara de
esa muerte. Es por esto por lo que Su vida fue dada por nosotros, y su corazón
de ella fue roto por nosotros; y es por eso, también por lo que El es el Redentor
y ella la Redentora: porque ellos aman.
Con el fin más perfecto de revelar que una Cruz estaba hecha de la
juntura del Amor y el pecado, Nuestro Señor pronunció Su Tercera Palabra a
su Madre: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!” No la llamó “Madre”, sino “Mujer”; sólo
cuando se dirigió enseguida a Juan, añadió: “(Hijo) ahí tienes a tu Madre”.
El término “Mujer” indicaba una relación más amplia para toda la
humanidad que “Madre”. Quería decir que ella iba a ser no solamente Su
Madre, sino que también iba a ser la Madre de todos los hombres, como El era
el Salvador de todos los hombres. Ella iba ahora a tener muchos hijos: No de
acuerdo con la carne, sino de acuerdo con el espíritu. Jesús fue su Primogénito
de la carne en gozo; Juan fue su segundo hijo del espíritu en el dolor; y
nosotros, sus hijos nacidos por millones y millones.
Si ella amó a Aquel que murió por todos los hombres, entonces debe
amar a aquellos por quienes El murió. Este fue su significado claro e
inequívoco. El amor del prójimo es inseparable del amor de Dios. El amor de El
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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no tiene límites; El murió por cada hombre. El amor de ella, entonces, no debe
tener límites.
Esto no debe ser meramente carencia de egoísmo; debe ser aun social.
Ella debe ser la Madre de cada hombre. Una madre terrenal ama más a su
propio hijo; pero Jesús le está diciendo ahora a ella que aun Juan es su hijo,
también Juan fue el símbolo de todos nosotros.
El Padre no ahorró a Su Hijo, ni el Hijo ahorró a Su madre, pues el amor
no conoce límites. Jesús tenía un sentido de responsabilidad por cada alma del
mundo; María inspirada por Su amor, tuvo también un sentido correspondiente
de responsabilidad por cada persona del mundo. Si El iba a ser el Redentor de
los hijos extraviados, ella debía ser su Madre.
Ahora bien, ¿arroja esto alguna luz sobre el problema? ¿Por qué las
personas puras y buenas abandonan el mundo y sus placeres, cambian los
festines por ayunos abrazan la cruz y elevan sus corazones en oraciones? La
respuesta es: Porque aman. “nadie tiene amor más grande que el que da su
vida por sus amigos”.
Ellos aman el mundo tanto, que quieren salvarlo, y saben que no hay
otro modo de salvarlo, que muriendo por él. Muchos de nosotros amamos tanto
al mundo que vivimos en él y somos de él, pero al fin no hacemos nada por él.
Se equivocan de verdad los que dicen que estas víctimas inocentes odian el
mundo.
Tan pronto como el mundo oye decir que una hermosa joven o un
apuesto joven entran a la vida religiosa, todos preguntan: “¿Por qué dejan el
mundo?” Dejan el mundo, no porque lo odien, sino porque lo aman. Aman tanto
al mundo con sus almas de los hombres que quieren hacer todo lo que puedan
por él; y no pueden hacer nada mejor por su bien, que orar para que esas
almas puedan algún día hallar de nuevo su camino hacia Dios.
Nuestro Señor no odió el mundo; éste lo odió a El. Pero El lo amó. Ni
tampoco ellos odian al mundo; están enamorados de él y de todos cuantos
moran en él. Tanto aman a los pecadores que hay en éste, que expían por sus
pecados, tanto aman a los comunistas que hay en él, que los bendicen cuando
éstos los envían donde su Dios; tanto aman a los ateos que hay en él, que
están dispuestos a renunciar al gozo de la divina presencia para que los ateos
no sientan mucho miedo en la oscuridad.
Son tan amantes del mundo, que puede decirse que están
compenetrados orgánicamente con éste. Saben que las cosas y las personas
están tan interrelacionadas, que el bien que una hace, tiene repercusiones
sobre millones, así como sólo diez hombres justos pudieron haber salvado a
Sodoma y Gomorra. Si se arroja una piedra al mar, produce una ondulación
que se amplía en círculos cada vez mayores, hasta que llega aun a la costa
más distante. Una sonajera que cae de la cuna de un bebé, afecta aun las más
distantes estrellas; si un dedo se quema, todo el cuerpo siente el dolor.
El cosmos, entonces, es orgánico; pero también así la humanidad.
Nosotros todos estamos llamados a ser miembros de una gran familia.
Dios es Nuestro Padre, quien envió a Su Hijo al mundo para ser Nuestro
Hermano, y El pidió a María desde la Cruz que fuera Nuestra Madre. Ahora, si
en el cuerpo humano es posible injertar piel de un miembro a otro, ¿cómo no
ha de ser posible injertar oraciones?
Si es posible transfundir sangre, ¿por qué no ha de ser posible
transfundir sacrificios? ¿Por qué no puede el inocente expiar por el pecador?
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
16
¿Por qué no pueden los verdaderos amantes de las almas, que rehúsan
ser emancipados del dolor, hacer por el mundo lo que hizo Jesús en la Cruz y
María debajo de ésta? La respuesta a este interrogante ha llenado los
claustros.
Nadie sobre la tierra puede medir el bien que estos amantes santos
están haciendo por el mundo. ¡Cuán a menudo han detenido la ira de un Dios
justiciero! ¡Cuántos pecadores han traído al confesonario! ¡Cuántas
conversiones de lecho de muerte han conseguido! ¡Cuántas persecuciones han
conjurado!
Hasta donde triunfa el amor sobre el odio, no lo sabemos nosotros, y
ellos no lo quieren saber. Pero no seamos insensatos para preguntar: ¿Qué
bien hacen ellos al mundo? Más bien debiéramos preguntar: ¿Qué bien hizo la
Cruz?
Después de todo, solamente el inocente puede entender lo que es el
pecado. Nadie hasta el tiempo de nuestro Señor pensó alguna vez en dar su
vida para salvar a los pecadores, sencillamente porque nadie era
suficientemente sin pecado para conocer sus horrores.
Nosotros, que nos hemos familiarizado con el pecado, nos hemos
acostumbrado a él, como un enfermo de lepra después de muchos años de
sufrimiento no puede apreciar completamente el mal de la lepra.
El pecado ha perdido su horror; nosotros nunca pensamos en
relacionarlo con la Cruz: Nunca nos damos cuenta de sus repercusiones sobre
la humanidad.

El vicio es un monstruo de rostro tan espantable


que sólo se necesita verlo para odiarlo.
sin embargo, muy a menudo, familiarizados con su rostro
empezamos por soportarlo, luego nos conmovemos y
terminamos por abrazarlo.
Alexander Pope.

La mejor manera de conocer el pecado, es no pecando. Pero Jesús y


María fueron totalmente inocentes: El por naturaleza, ella por gracia; por
consiguiente, ellos pudieron entender y conocer el mal del pecado.
No habiendo transigido con éste, no había ahora transacciones que
pudieran hacerse. Era algo tan horrendo, que entes de evitarlo o expiar por él,
no se estremecieron ni aun ante una muerte en la cruz.
Pero una paradoja peculiar, aunque la inocencia odia el pecado, porque
sólo conoce su gravedad, no obstante ama al pecador. Jesús amó a Pedro,
que cayó tres veces, y María escogió como compañera suya al pie de la Cruz,
a una prostituta convertida.
¡Qué cosas deben hacer dicho los fraguadores de escándalos, sobre esa
amistad, cuando vieron a María y Magdalena subir y bajar la colina del
Calvario! Pero María arrostró todo esto, con el fin de que en una generación
futura, tú y yo pudiéramos tener esperanza en ella como “Refugio de los
Pecadores”. Que no haya temor de que ella no pueda entender nuestra miseria
pecadora, por ser Inmaculada, porque, si tuvo a Magdalena como compañera,
entonces, ¿Por qué no ha de tenernos a nosotros?
Querida Madre Inmaculada, raras veces en la historia la inocencia ha
sufrido como sufre hoy. Incontables Marías y Juanes están debajo de la Cruz,
culpables de ningún otro crimen que del crimen de amar al Hombre sobre la
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
17
Cruz. Si no ha de haber otra remisión de los pecados que la verificada con el
derramamiento de sangre, permite que esas víctimas inocentes del odio en
Rusia, España y México, sean la redención de aquellos que los odian. No
pedimos que el que odia perezca; sólo pedimos que los sufrimientos de los
justos, sean la salvación de los malvados.
Tú sufriste inocentemente, porque nos amaste a nosotros en unión con
el Divino Hijo. Así se nos enseñó que sólo aquel que deja de amar, escapa a la
Cruz. Los inocentes que hoy son masacrados, no son los bebés de Bethlehem;
son los hijos crecidos del Dios de Bethlehem: Hombres y mujeres que hoy
salvan la Iglesia, como una vez los bebés de Bethlehem salvaron a Jesús.
Sé tú su consuelo, su gozo, su Madre, oh Madre Inocente, que unes a
los hijos de los hombres al Hijo de Dios en la unidad del Padre y el Espíritu
Santo, en un mundo sin fin. Amén.

DIOS Y EL ALMA
“¡Dios mío! ¡Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”

La Cuarta Palabra desde la Cruz


Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Las primeras tres Palabras en la cruz se han referido a sufrimientos
físicos, esta Cuarta hace referencia a sufrimiento moral o pecado. El
sufrimiento físico es el dolor; el sufrimiento moral es el mal, o pecado.
Nuestro mundo toma el pecado muy a la ligera, mirándolo muy a
menudo como una reliquia de edades que ignoraron la evolución y el
psicoanálisis. Esto es perfectamente contrario a la verdad: Mientras más
sabemos acerca de la muerte y sus causas, más sabemos acerca del pecado,
porque, en las palabras de la Sagrada Escritura, “el estipendio y paga del
pecado es la muerte”.
La muerte y el pecado están identificados con toda razón, porque: La
muerte, en el orden físico, corresponde al mal en el orden moral. La muerte, en
el orden físico, normalmente es la denominación de un orden más bajo,
teniendo a la vista un orden superior.
Por ejemplo, los animales y los hombres mueren generalmente por la
oxidación lenta y la combustión del organismo. En el momento en que la
oxidación del orden químico domina sobre el orden biológico, el fenómeno de la
muerte sobreviene.
Ahora bien, el hombre no tiene sino un cuerpo, pero también una sola
alma. En ese preciso momento, cuando la ley inferior del yo domina sobre la
ley superior de la caridad, cuando la carne domina al espíritu, cuando el amor
de la tierra domina sobre el amor de Dios, se presenta la subversión del orden
debido, y a tal dominación del orden bajo sobre el orden alto, es a lo que
llamamos pecado.
Lo que la muerte es al cuerpo, lo es el pecado al alma, es decir la
rendición de la vida: Vida humana en un caso, divina en el otro. Por esto es por
lo que San Pablo llama al pecado una crucifixión, o la muerte de la Vida Divina
dentro de nosotros: “Crucifican de nuevo en sí mismos al Hijo de Dios, y lo
exponen al escarnio” (Hebreos 6:6).
Siempre que el pecado es quitar la Vida Divina, se sigue que en ninguna
parte fue mejor revelado el pecado que en el Calvario, pues allí la humanidad
pecadora crucificó al Hijo de Dios en la carne. Aquí el pecado se concentra en
un foco de atención. Se manifiesta en sí mismo en su esencia: la supresión de
la Vida Divina.
El mal moral alcanza su más grande poder en la supresión de la vida del
Hombre de Dolores, por parte de un mundo capaz de matar a Dios: El hombre
es capaz de hacer cualquier cosa.
Nunca podrá hacer nada pero, y todo lo que haga será la repetición o
actualización de esta tragedia. Allí, donde el carácter era perfecto, y donde el
sufrimiento fue menos merecido, la victoria del mal fue más completa.
Si el pecado pudiera haber encontrado alguna razón para su odio hacia
Dios, el crimen habría sido menos abominable. Pero sus enemigos no pudieron
hallar falta en El, excepto su Bondad toda compasión.
Pero la bondad es la única cosa que el pecado no puede soportar,
porque la bondad es el constante reproche al pecado. El malvado siempre odia
al bueno. La misma absurdidez de la sentencia contra Dios – pues aun Pilato
reconoció la inocencia del Hombre – fue el espejo de la anarquía del pecado.
El pecado escogió el campo de batalla, erigió los patíbulos de tortura,
influyó sobre los jueces, inflamó las multitudes, y decidió sobre la muerte de la
Vida Divina.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
19
No pudo haber escogido ningún modo mejor de revelar su naturaleza.
Se negó a tener a Dios en la tierra, y entonces levantó Su Cruz por encima de
la tierra.
El pecado no quería llamamientos de pastor al arrepentimiento, y así lo
ató a El a un árbol. “El vino a su propia casa, y los suyos no le recibieron”. Ellos
lo abandonaron a su nacimiento: Lo abandonarían ahora a Su muerte. Así el
pecado alcanzaría su más perfecta expresión: Pues el pecado es el abandono
de Dios, por parte del hombre.
Pero el Salvador no está en la Cruz para descender derrotado, sino para
redimir del pecado. ¿Cómo pudo expiar mejor el pecado, que tomando para Sí
una de sus más amargas consecuencias?
Siempre que el pecado es el abandono de Dios por parte del hombre, El
quiere ahora sentir su consecuencia: El abandono del hombre de parte de Dios.
Tal es el sentido de la Cuarta Palabra pronunciada en el momento en que las
tinieblas se propagaban por el Calvario como una lepra. “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?”
El hombre rechazó a Dios. Nuestro Señor quiso sentir ese rechazo
dentro de Sí. El hombre se alejó de Dios; El, que es Dios unido
hipostáticamente con la naturaleza humana, quiere ahora sentir ese
alejamiento, como si El mismo fuera culpable. Todo esto fue deliberado. El
estaba dando Su vida, aun en el momento en que ellos pensaron que se la
estaban quitando.
El quiso identificarse con el hombre, y ahora resolvía hacer el camino
hasta el fin, y tomar sobre Sí la terrible soledad del pecado. Su dolor de
abandono, expresado en su Cuarta Palabra, era doble: El abandono del
hombre y el abandono de Dios.
El hombre lo abandona porque El rehúsa a negar Su Divinidad; Dios le
abandona aparentemente, porque El quiere privarse de la divina consolación,
para apurar las heces amargas del pecado, de modo que la copa del pecado
pueda ser vaciada.
Como un símbolo de ese doble abandono del cielo y la tierra, Su Cruz se
haya suspendida entre los dos, y sin embargo uniéndolos por primera vez
desde que Adán abandonó a Dios.
Ninguno de nosotros conoce el significado más profundo del grito; nadie
lo puede conocer. Sólo El, que es sin pecado, puede conocer el mayor horror
del pecado que lo motivó.
Pero sí sabemos esto: Que en ese momento El se permitió a Sí mismo
la soledad y el abandono causados por el pecado. Y con todo Su grito prueba
que, aunque los hombres lo abandonan a El, nunca podrá desertar de El
completamente, porque un hombre no puede deshacerse de Dios sin negar su
ascendencia.
Por eso es por lo que Su grito de abandono fue precedido por el grito de
creencia: “Dios mío, Dios mío”. En esto estaba concentrada toda la soledad de
cada corazón pecador que alguna vez haya vivido.
Y también, con toda esta divina nostalgia, estaba la soledad de los
ateos, que dicen que no hay Dios, y sin embargo bajo un cielo estrellado creen
es Su Poder.
Y también, la soledad de los católicos renegados, que han dejado la
Iglesia no por razones, sino por cosas, y que, como hijos pródigos, aún sueñan
en la felicidad de los siervos en la casa del Padre.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Y también, la soledad de los pesimistas, que se quejan contra el mal que
hay en el mundo, pero sólo porque creen más profundamente aún en la
realidad de la Justicia.
Y también, la soledad de los pecadores que se odian a sí mismos, pues
odian la virtud.
Y también la soledad de los mundanos que viven sin religión, no porque
la nieguen, sino porque están “temerosos de que teniéndolo a El, no vayan a
tener nada más”.
Todos a su manera están diciendo: “Yo lo abandono y sin embargo
creo”.
Esto es precisamente lo que hace pensar a uno si hay verdaderamente
algún pecador que se haya adentrado tanto en corredores oscuros y húmedos,
hasta haber olvidado que dejó la luz. Las palabras de la cruz parecen decir eso.
Ni siquiera los descendientes directos de los verdugos que saquearon
iglesias y crucificaron a los embajadores de Cristo, han probado todavía esto,
porque, ¿cómo se puede odiar tan intensamente algo que uno cree ser un
sueño?
Si la religión es el opio del pueblo, ¿por qué, entonces, en lugar de poner
a dormir a los hombres, los despierta al martirio? No hay explicación; sólo lo
Infinito puede ser odiado infinitamente e infinitamente amado.
Por eso es por lo que los pecadores crucificaron a Nuestro Señor, y por
lo que la crucifixión hizo santos. Nuestro Señor es el Dios Infinito.
Es difícil para nosotros captar lo horrendo del pecado, pero si no
podemos verlo en relación con la muerte de Aquel Dios Todo Santo, entonces
estamos fuera del alcance del arrepentimiento.
La verdad es que, mientras el pecado perdura, la Crucifixión perdura,
Clovis, rey de los francos, al oír por primera vez la historia de la Crucifixión,
dijo: “Si yo hubiera estado allí con mi ejército, aquello no habría ocurrido”. Pero
el hecho es que Clovis estaba allí. Y también su ejército. Y también nosotros.
La Crucifixión expió no sólo por los pecados del pasado, sino también
por los pecados del futuro.

“Vi al Hijo de Dios pasar cerca


Coronado con una corona de espina.
¿No había terminado, esto, Señor?, dije;
¿y no había pasado toda la angustia?

El volvió hacia mí sus ojos terribles:


¿No lo has entendido?
¡Mira, cada alma es un Calvario,
Y cada pecado un crucifijo!
Rachel A. Taylor.

Porque nuestro cuerpo nos parece más cerca de nosotros que nuestra
alma, estamos inclinados a pensar en el dolor como que es un mal mayor que
el pecado. Pero no es el caso: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”…
más bien” al que, después de quitar la vida, puede arrojar al infierno”.
Así, la realidad del pecado en la Crucifixión y la idea del Infierno viene a
relacionarse. La cruz prueba que la vida está preñada de tremendas
consecuencias; que el pecado es tan terrible, que en justicia el pago perfecto
sólo pudo ser saldado con la muerte del Dios hecho hombre.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Si el pecado costó la muerte de la Vida Divina, entonces el rechazo a
aceptar la Redención puede significar nada menos que la muerte eterna, o el
Infierno.
La vida, entonces, no e una mera experiencia; en un drama que implica
consecuencias de Vida Eterna y Muerte Eterna. Aquellos que quisieran quitar la
Justicia del Infierno, quisieran quitar a Cristo de Su Cruz.
Si nosotros fuéramos apenas animales, nuestras escogencias pasarían
con su cumplimiento, pero precisamente porque nuestros pensamientos están
ligados a la Verdad que no cambia, así, también, nuestras resoluciones son
registradas en el pergamino de la Bondad Perfecta, que es eterna.
Si en nuestros negocios tomamos de la caja registradora el talón donde
quedan registrados los débitos y créditos del día, ¿vamos a ser tan
irrazonables de creer que nosotros, que vivimos dentro de tal orden, seamos
gobernados de una manera diferente?
¿Por qué, entonces, al fin de nuestro trabajo sobre la tierra, no va el
Divino Contador a encontrar registrada en nuestras conciencias la respuesta a
la pregunta de si nuestra vida ha sido un fracaso o un éxito? No sea que
perdamos o ganemos nuestra alma; que vivamos o muramos.
Y si tal destino no viene al final de nuestra historia, entonces la Cruz es
una burla y la vida es en vano. Pero viendo cuán alto podemos subir, y cuán
bajo podemos caer, podemos ver la importancia de nuestras decisiones: El
peligro de ser descuidados y la emoción de ser valientes.
Como lo ha hecho ver un escritor: “Son cobardes los que nos enseñan a
pensar que se quiere que nosotros nos detengamos en casa en vestidos bien
planchados, y protegidos del aire frío y todos los peligros posibles. Los tales
nos querrían hacer blandos y afeminados, e incapaces para el verdadero trajín
de la vida. Esta no es la vida de un hombre, sino una parodia. Todo lo que hay
de mejor en nosotros, se rebela contra los mimos y la negativa a todo riesgo y
aventura. Lo que necesitamos es alguna citación al valor semi-divino que hay
latente en el interior de todos nosotros, algún reto para arriesgar todo lo que
tengamos por el amor. Imaginad a un hombre nacido de mujer, trotando en
alguna jaca vieja, o encerrado en algún limousino para conquistar la tierra,
vencerse a sí mismo y hacerse digno del Divino Eros. Estoy cansado de este
abaratamiento de grandes consecuencias. Exijo que el Infierno sea devuelto al
mundo”.
Y si no es devuelto al mundo, entonces los hombres dirán, no importa
cuán tontos nos volvamos, todo irá bien al final.
Pero mientras el Infierno permanece, nosotros tenemos un modelo por el
cual juzgar el mal, por el cual pueden ser medios aquellos que pisotean el amor
del hombre y de Dios bajo sus pies, por el cual pueden ser pesados aquellos
que intentan sacar a Dios de la tierra que El hizo.
Si un hombre quiere conocer su valor, que dé una mirada al Hombre en
la Cruz. ¡Allí está el amor crucificado! Si él crucificó el Amor, entonces está sin
Amor; y estar sin el Amor es el Infierno!
Si él crucifica su yo inferior para ser semejante a Cristo, entonces está
enamorado, y estar enamorado con el Amor es el cielo.
Querido Salvador, abre nuestros ojos para ver que nuestro olvido del
horror del pecado es el principio de nuestra ruina. Muy propensos estamos a
renegar de las finanzas, la economía, y balanza de pagos por nuestras
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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enfermedades, nuestros dolores; olvidamos que esos son apenas los síntomas
de nuestra rebelión contra Tu Ley Divina.
Porque nos hemos rebelado contra Ti, nuestro Creador, las criaturas se
han vuelto unas contra otras, y el mundo se ha convertido en un osario de odio
y envidia.
Danos luz para ver, Oh Señor, que fue el pecado el que se endureció en
Tus clavos, se entretejió en Tus espinas, y se congeló en Tu Cruz.
Pero permite que veamos también si Tu tomaste la Cruz por nosotros,
entonces nosotros debemos ser dignos de salvar; pues si la Cruz es la medida
de nuestro pecado, entonces el Crucifijo es la prenda de nuestra redención, por
medio del mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.

LA NECESIDAD DEL CELO


“Tengo sed”

La Quinta Palabra desde la Cruz


Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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La Cuarta Palabra es el sufrimiento del alma sin Dios. La Quinta Palabra
es el sufrimiento de Dios sin el alma. El grito “Tengo sed”, no se refiere a una
sed física.
Era Su alma la que estaba ardiendo, y Su Corazón el que estaba
abrasado en llamas. El tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor
estaba solo sin Sus ovejas; el Creador anhelaba por sus criaturas; el
Primogénito buscaba a sus hermanos.
Durante toda Su vida, El había estado buscando almas. Había dejado el
cielo para buscarlas entre las espinas; poco importaba si ellas hacían una
corona de estas espinas para El, siempre que El pudiera encontrar la que se
había perdido.
El dijo que no había venido a llamar justos, sino pecadores, y Su
Corazón estaba sediento de ellos ahora más que nunca. No podía sentirse feliz
hasta que cada oveja y cada cordero estuviera en Su aprisco: “Tengo también
otras ovejas que no son de este aprisco: las cuales debo yo recoger… y de
todas se hará un solo rebaño y un solo pastor”.
Había dolor en su triste queja emitida durante la vida: Y no vendréis a
Mí; pero había tragedia en su último grito: “Tengo sed”.
No hubo probablemente ningún momento durante las tres horas de
redención en el cual Nuestro Señor sufriera más que en éste. Los dolores del
cuerpo no son nada comparados con las agonías del alma.
Que arrebataran Su Vida no significaba mucho para El, pues en realidad
estaba dándola voluntariamente. Pero que el hombre despreciara Su Amor, era
suficiente para despedazar Su Corazón.
Es difícil para nosotros captar la intensidad de este sufrimiento,
sencillamente porque ninguno de nosotros ha amado alguna vez
suficientemente. No tenemos para el amor la capacidad que tiene El, y por lo
tanto no podemos echar de menos mucho cuando éste se nos niega.
Pero cuando a nuestros diminutos corazoncitos se les niega alguna vez
el amor que ansían, tenemos alguna ligera vislumbre de lo que debe haber
ocurrido en Su Gran Corazón.
La esposa siempre fiel cuyo marido le es arrebatado por la muerte, la
made cuyo hijo rehúsa visitarla y bendecir sus últimos días con afecto filial, el
amigo que lo ha sacrificado todo para ser traicionado por aquel a quien dio
todo, todos ellos experimentan los más agudos y amargos de todos los
sufrimientos humanos: las angustias del amor no correspondido. Tales víctimas
pueden y en realidad mueren por su corazón destrozado.
¿Pero qué es este amor por otro ser humano, comparado con el amor de
Dios por el hombre? El afecto que un corazón humano siente por otro,
disminuye a medida que multiplica los objetos de su amor, así como un río
pierde su caudal a medida que se divide a sí mismo en pequeños arroyos.
Pero con Dios no hay decrecimiento del amor con el incremento de los
objetos amados, en la misma forma que una voz no pierde su potencia porque
la oigan a la vez miles de oídos.
Cada corazón humano puede destrozar Su Sagrado Corazón una y otra
vez; cada alma tiene dentro de sí la potencialidad de otra crucifixión. Nadie
puede amar tanto como Nuestro Señor; nadie, por consiguiente, puede sufrir
tanto.
Agregóse a esto el hecho de que Su mente Infinita vio en ese segundo
todos los corazones infieles que habrían de vivir hasta el fin de los tiempos;
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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todos los que lo seguirían como Judas, y Lugo lo traicionarían; todos los que
caerían y se negarían a tomar su Mano; en una palabra, todos los que pasarían
cerca de Su Cruz y sólo se detendrían con los verdugos para tirar los dados y
jugarse sus vestiduras, mientras a solo un tiro de piedra de ellos, estaba el
Premio tan precioso por el cual valdría la pena jugarse sus mismas vidas.
Fue este cuadro de los hombres ingratos el que renovó la Agonía del
Jardín y motivó Su Muerte. ¡El murió de sed en el desierto de los corazones
humanos!
Por esta Palabra descubrimos esta gran lección: la necesidad de que
amemos a nuestros prójimos, como Nuestro Señor nos ama.
Si Jesucristo tuvo sed de las almas, ¿no debe un cristiano tener sed
también? Si El vino a arrojar fuego sobre la tierra, ¿no de be un cristiano ser
encendido? Si El vino a traernos la semilla de Vida, ¿no debe la semilla brotar y
traer frutos? Si El encendió una Luz en nuestras inteligencias, ¿no debemos
nosotros ser iluminados? ¿No nos ha llamado El a ser Sus Apóstoles y
Embajadores, para que Su Encarnación pueda ser prolongada a través de la
continua dispensación de lo divino por medio de lo humano?
Un cristiano, entonces, es un hombre a quien Nuestro Señor ha dado
otros hombres. El parte pan para los pobres por intermedio de nuestras manos,
El consuela al enfermo por intermedio de nuestros labios, El visita al triste por
medio de nuestro país, El ve los campos de la siega por medio de nuestros
ojos, y El recoge los racimos de Sus graneros perdurables por medio de
nuestras herramientas.
Ser dignos del nombre de cristianos, significa entonces que nosotros
también debemos estar sedientos de la extensión del Amor Divino; y si no
sentimos sed, entonces nunca seremos invitados a sentarnos en el banquete
de la Vida.
Las coronas serán dadas sólo a los victoriosos, y los cálices del vino
perdurable, sólo a quienes sientan sed.
Un católico que no se esfuerce por esparcir su Fe, es un parásito en la
Vida de la Iglesia; aquel que no está ciñendo sus lomos para el apostolado,
está abdicando de su asiento en los estrados del Cristianismo; aquel no trae
fruto es como un árbol cortado en la carretera, que impide la marcha de los
ejércitos de Dios. Aquel que no es un espíritu conquistador, es un renegado.
La antorcha de la Fe nos ha sido dada no para deleitar nuestros ojos,
sino para encender las antorchas de nuestros prójimos. A menos que ardamos
y seamos abrasados por la Causa Divina, una invasión de hielo barrerá la
tierra hasta destruirla, pues “Cuando viniere el Hijo del hombre, ¿os parece que
hallaré fe sobre la tierra?
La medida de nuestro apostolado es la intensidad de nuestro amor. Un
corazón humano gusta de hablar acerca del objeto de su amor, y se regocija al
oír que ese objeto es alabado.
Si nosotros amamos a Nuestro Señor, entonces gustaremos de hablar
acerca de Su Santa Causa, porque “de la abundancia del corazón habla la
boca”. Para aquellos que tienen un amor semejante, jamás existe la escusa de
falta de oportunidades.
Nuestro Señor nos ha dicho que la cosecha es grande en verdad, pero
los labriegos todavía son pocos.
Para los cristianos celosos, cada país es un campo de misión; cada
salón de banquete, una casa de Simón, donde puede hallarse otra Magdalena;
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
25
cada barco, otra barca de Pedro cuyas redes de salvación pueden ser
echadas; cada calle de ciudad populosa, otro Tiro y Sidón, donde los
cachorrillos que comen las migajas que caen de la mesa de su amo pueden ser
premiados por su fe; y cada cruz es un trono donde los ladrones se vuelven
cortesanos.
Hay quienes quisieran borrar todas las huellas de los pies del Salvador
de la faz de la tierra. Hay quienes quisieran renovar la Crucifixión al odiar a los
que predican Su amor; los malvados de hoy no ocultan la vergüenza de sus
pecados, sino que buscan encontrar a otros y hacerlos como ellos mismos, con
el fin de hallar consuelo para su decadencia corporal.
Pero estas no son razones para que los Cristianos vayan a internarse en
las catacumbas y dejen la tierra en poder de la raza de Caín. Mientras vivan
esos enemigos del Amor Divino, son todavía comparables con la Gracia Divina,
y son hijos potenciales del Reino de Dios. Ellos son nuestras oportunidades.
Nuestro señor tuvo sed por ellos en la Cruz, y nosotros también
debemos sentir sed por ellos, y amarlos lo suficiente para tratar de salvarlos.
Una cosa es cierta: A nosotros no se nos llama a ser cristianos para
maldecirlos, sino para salvarlos, con el fin de que todos los hombres puedan
ser una sola y grande humanidad redimida, y Cristo Su Sagrado Corazón.
Algunos resistirán siempre, pero no existen casos sin esperanza. Hace
algún tiempo, en España se ordenó que fueran fusilados doscientos hombres,
cuando el pueblo español conquistó una ciudad de las fuerzas de la anarquía.
Estos doscientos hombres habían quemado iglesias, asesinado
sacerdotes y monjas, violado vírgenes, e iban a expiar ahora sus crímenes. Los
Carmelitas, que habían sufrido por sus manos, empezaron una novena de
oraciones y ayunos, para que se convirtieran a Dios antes de su muerte. De los
doscientos hombres, ciento noventa y ocho recibieron al final de la novena los
sacramentos y murieron en paz con su Salvador.
Algo que nunca debemos olvidar, es que todo hombre necesita ser feliz,
pero no podemos ser felices sin Dios. Debajo de la superficie de cada corazón,
allá profundo en sus jardines secretos, se halla un anhelo por aquello para que
fue hecho. Como el mismo pájaro enjaulado conserva su amor por el vuelo.
Como lo dijo el Santo Padre: “Debajo de las cenizas de estas vidas
pervertidas, pueden encontrarse chispas que pueden ser encendidas en
llamas.” Aun aquellos que odian la religión, nunca en realidad la han perdido; si
la hubieran perdido, no la odiarían tanto.
La intensidad de su odio, es la prueba de la realidad de lo que odian. Si
verdaderamente hubieran perdido la religión, no gastarían todas sus energías
esforzándose por hacer que todos los demás perdieran la suya; un hombre que
ha perdido un reloj, no va por todas partes persuadiendo a los otros para que
pierdan los suyos.
Así el odio es apenas un vano intento de menospreciar. Es por eso por
lo que no los hemos de considerar como pedidos para la evangelización.
Ellos pueden ser recuperados aun en el último momento, como el ladrón,
o como Arthur Rimbaud. He aquí un hombre que blasfemó de Cristo in
tensamente en esta vida por medio de sus escritos; un hombre cuya más
grande emoción era intoxicar a cualquiera que le hablara de Dios y Nuestra
Señora, con el fin de zaherirlo y aun abusar de él.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
26
Inclusive llegó a deleitarse destrozando el corazón de su madre, a quien
escribió: “Felizmente, esta vida es la única; lo que es obvio, porque uno no
puede imaginar otra vida con más fastidio que ésta”.
Luego vino su fin, que nos lo describe con sus palabras Francois
Mauriac: “Ahora imaginad a un ser humano que ha tenido gran poder de
resistencia, que es más imperioso que yo, y que odia esta esclavitud.
“Imaginad una naturaleza irritada y exasperada hasta la locura por esta
misterios esclavitud, y que finalmente se entregó a un odio encenegado por la
cruz.
“El escupe sobre el signo que arrastra tras des sí, y se asegura a sí
mismo que las cadenas que lo atan a ésta no podrán resistir a una metódica y
planeada degradación de un alma y espíritu.
“Así él cultiva la blasfemia y la perfecciona como un arte, y fortifica su
odio a las cosas sagradas con una armadura de desprecio.
“Luego, repentinamente, por encima de esta inmensa profanación se
levanta una voz, quejándose, suplicando; es tan dura como un grito, y tan
pronto el cielo la recibe como el eco es apagado con terrible escarnio y risas
brotadas del diablo.
“Mientras este hombre sea lo suficientemente fuerte, tendrá que arrastrar
esta cruz como un prisionero con su bola de metal unida a la cadena, sin jamás
aceptarla. Obstinadamente, continuará cargando esta madera a lo largo de
todos los caminos del mundo. Pero escogerá las tierras de fuego y cenizas,
que serán más adecuadas para consumirla.
Por más pesada que la cruz se vuelva, no agotará su odio hasta el día
señalado, el vuelco total en su destino, cuando él se desploma al fin bajo el
peso del árbol y bajo su abrazo de agonía.
“Todavía se retuerce, se levanta con todo su esfuerzo y vuelve a
desplomarse, lanzando una blasfemia. Desde su lecho de hospital lanza
abominables acusaciones contra las religiosas que lo están atendiendo; trata la
angélica hermana como una tonta e idiota, y luego, al fin se declara vencido.
Este es el momento señalado desde toda la eternidad.
“La cruz que él ha arrastrado durante treinta y seis años, y a la cual se
ha negado y cubierto de salivazos, le ofrece sus brazos: el hombre moribundo
se lanza a rodearla, la aprieta contra sí, se cuelga a ella, la abraza; ahora se ve
lleno de triste serenidad y el cielo se retrata en sus ojos. Se oye su voz: “Debe
prepararse todo en mi cuarto, todo ha de disponerse convenientemente. El
capellán vendrá con los Sacramentos. Ya veréis. Va a traer los cirios y los
encajes. Habrá linos blancos por doquiera…”
¡No! La religión no es el opio del pueblo. El opio es la droga de los deser
tores que temen hacer frente a la Cruz: El opio que da alivio momentáneo a la
Cacería del Cielo en presecución del alma humana.
La religión, por el contrario, es el elíxir que espolea a un alma hacia la
meta infinita para la cual fue hecha. La religión satisface los más profundos
deseos.
La sed más grande de todas, es la sed del amor no correspondido: La
mano tendida que nunca es apretada; los brazos abiertos que no abrazan; la
mano que golpea en la puerta que nunca es abierta. Son estas cosas las que la
religión satisface, al hacer que el hombre piense menos en sus deseos
pasajeros y más en sus deseos últimos.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
27
Sus deseos pasajeros son múltiples y fugaces: Oro por un minuto,
alimento en otro, placer en el siguiente. Pero este deseo último es único y
permanente: La felicidad perfecta de un gozo y paz perdurables. Es nuestro
deber conducir a los hombres hacia la realización de este deseo.
Aquellos que odian la religión, están buscando la religión; aquellos que
condenan injustamente, aún están buscando la justicia; aquellos que derrocan
el orden, están buscando un nuevo orden; aun aquellos que blasfeman, están
adorando a sus propios dioses: Pero siempre adorando.
Desde ciertos puntos de vista, ellos son prisioneros del Amor Divino;
tienen confundidos los deseos con el deseo, la pasión con el amor.
Todos ellos están viviendo a la sombra de la Cruz, todos ellos están
sedientos por la Fuente de la Vida Divina. Sus labios fueron hechos para beber:
Y no debemos negarnos a alargarles la copa.

UN UNIVERSO PLANEADO
“Todo está cumplido”

La Sexta Palabra desde la Cruz


Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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A la vista de los sufrimientos inmerecidos del justo, la prosperidad no
merecida del malvado, la miseria del misericordioso, los placeres de los
pecadores, muchos han hecho esta pregunta: ¿Este es un universo planeado,
o es el juego de la casualidad?
Esta pregunta no habría tenido respuesta en esta vida si la Bondad
misma no hubiera descendido al nivel del dolor del mundo, deliberada y
voluntariamente. Pero una vez que lo Mejor libremente desciende hasta lo
peor, y lo acomoda dentro de Su plan y propósito, entonces, ningún hombre
puede sentirse nunca sin esperanza.
Si a un hombre que no conozca nada sobre electricidad, se le dice que
un generador de electricidad más poderoso que el relámpago va a ser probado
por un científico en un pequeño laboratorio, ese hombre no sentirá miedo de
los resultados, por cuanto está seguro que el científico conoce lo que está
haciendo.
El se hace el razonamiento de que el científico entiende la naturaleza de
la electricidad, aunque él mismo no la comprenda. Si el científico opera en un
cuarto diminuto ese fuego que de otra manera sería destructor, es porque
conoce cómo controlar su fuerza. En otras palabras, tiene un plan o propósito.
De igual manera, si Dios que pudo haber pasado por alto las pruebas y
sufrimientos del hombre, y sin embargo por un acto libre, desciende hasta éste,
asume su naturaleza y une a ésta con Su Propia Naturaleza Divina, y luego,
con ojos abiertos y con pleno conocimiento de la iniquidad del mundo penetra
en éste y aun lo abraza, debe ser porque esto se ajusta a Su Plan Divino.
Nuestro Bendito Señor no caminó ciegamente en un mundo capaz de
crucificar la virtud, como tú y yo caminaríamos en un bosque desconocido. El
vino al mundo como un doctor a su hospital, con pleno conocimiento de cómo
tratar su dolor.
Todo el curso de su viaje fue trazado en mapas de antemano; nada le
tomó a El por sorpresa. En cualquier momento dado El tenía el Poder de
vencer, pero no usaría el Poder, no importa la oposición que fuera a encontrar,
hasta que El lo quisiera.
Es el Conocimiento Divino el que explica Su réplica a María y José en el
templo, cuando sólo tenía doce años: “¿No sabíais que yo debo emplearme en
las cosas que miran al servicio de mi Padre?” Ahora ya habla de un plan, y en
particular, de un plan que ha sido hecho en el Cielo.
También explicarles muchas profecías concernientes a Su muerte, su
tiempo, su lugar, y sus circunstancias, y la urgencia casi impaciente que El
tenía de realizar esto. “Con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado:
¡oh!, y cómo traigo en prensa el corazón mientras no lo veo cumplido”.
La muerte, entonces, no sería un obstáculo para El, como lo fue para
Sócrates, para quien representó apenas una involuntaria interrupción de sus
enseñanzas. Para Nuestro Señor la muerte fue la meta que El estaba
buscando, el objetivo supremo de Su misión sobre la tierra.
Cualquier otro que alguna vez llegó al mundo, vino a éste para vivir.
Nuestro Señor vino al mundo para morir. Pero esa muerte con sus calamidades
y lágrimas no vendría a El en un momento inesperado.
Muchas veces durante Su vida, cuando Sus enemigos lo buscaron para
matarle, El dijo que “aún no es llegada mi hora”. Cuando hizo que llegara “la
hora”, se negó a aceptar la ayuda del cielo y la tierra para posponerla o
escapara a ella.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Se negó a recibir la ayuda del cielo, pues, ¿no había dicho El: “¿Piensas
que no puedo acudir a mi Padre, y pondrá al momento a mi disposición doce
legiones de ángeles?” El rehusó la ayuda de la tierra, cuando dijo a Pedro:
“Guarda la espada en la vaina”. Sus enemigos no vinieron a El: El fue a sus
enemigos. Y fue, diciendo: “Esta es vuestra hora, vuestra hora de tinieblas.
Vuestra hora cuando yo debería volver mi espalda a las enfermedades de la
humanidad, pero en la cual bebo su cáliz de amargura aun hasta sus mismas
heces”. El, “En vista del gozo que le estaba preparando la gloria, sufrió la
Cruz”.
Sufrimientos corporales, angustia mental, la amarga desilusión, el falso
juicio de la justicia, la traición de sus verdaderos amigos, la perversión de la
honradez en la corte, y la separación violenta del amor de su madre, todo esto
lo tomó El sobre Sí a sabiendas, libremente, deliberadamente, y a propósito.
Luego, después de tras horas de crucifixión, repasando todas las
profecías que se habían hecho sobre El en los días del Viejo Testamento, y las
profecías que El había hecho sobre El mismo, y viendo que todo esto estaba
cumplido, hecha la última puntada en el tapiz de Su Vida, y el plan terminado,
El emitió su Sexta Palabra: Una palabra de triunfo: “Todo está cumplido”.
Este grito significaba: Este es un universo planeado. El sufrimiento
conviene a él, porque de otra manera El lo hubiera rechazado. La Cruz
conviene a él, porque de otra manera El no la hubiera abrazado. La corona y
las espinas convienen a él, porque de otra manera El no las hubiera llevado.
Nada era accidental; todo estaba ordenado. Los negocios de Su Padre
habían sido completados. El plan estaba realizado.
La significación total del plan no fue revelado hasta tres días más tarde,
cuando la Semilla que cayó en tierra resucitó a la nueva Vida. Este fue el plan
que Nuestro Señor explicó a los discípulos de Emmaus: “¿Por ventura no era
menester que Cristo padeciese todas estas cosas, y entrase así en la gloria?”
En otras palabras, a menos que haya un Viernes Santo en nuestras
vidas, nunca habrá un Domingo de Pascua: al menos que muramos para este
mundo, no viviremos en el próximo; al menos que haya una corona de espinas,
no habrá un halo de luz; al menos que haya la cruz, no habrá nunca una tumba
vacía; al menos que perdamos nuestra vida, no la encontraremos; al menos
que seamos crucificados con Cristo, nunca resucitaremos con Cristo.
Tal es el plan, y de nuestra elección dependen consecuencias eternas.
Nuestra actitud hacia la cruz inescapable nos inmortaliza, sea para ganarnos o
perdernos.
Y aunque el plan parece duro, no es ciego, pues Nuestro Señor no nos
ha dicho meramente que lo sigamos: El ha encabezado el camino. Nosotros
podemos seguir las huellas de Sus pies a través del oscuro bosque de nuestros
sufrimientos, pero nunca podemos decir: El no sabe lo que significa sufrir.
El sufrió primero, para enseñarnos cómo soportar el sufrimiento. El no
dijo: “Ve hasta la Cruz”, sino que dijo: “Ven, y sígueme”. Porque El era Dios,
sabía que los hombres no irían porque les dijeran, sino que seguirían si se les
daba un ejemplo.
Nuestro Señor hizo uso de las contradicciones de la vida para
redimirnos; nosotros debemos hacer uso de las mismas contradicciones para
aplicar los frutos de esta redención. Su plan está terminado, porque El está
ahora gozando de la gloria. Nuestro plan no está aún terminado, porque no
hemos salvado aún nuestras almas.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Pero todo lo que hagamos debe estar dirigido a esa única suprema mira,
porque, “¿De qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su
alma?” ¿No es ésta la razón por la cual, en el plan universo de Dios, el
sufrimiento viene generalmente al fin, en lugar de al principio? Este es un
hecho.
La juventud está llena de esperanzas, la madurez está cargada de
cuitas. El Paraíso viene al principio de la historia humana, y siete cálices de ira
vendrán al final. Los ángeles cantaron a Su nacimiento, pero Sus verdugos
blasfemaron a Su muerte.
Aun en la religión, los más grandes gozos espirituales parecen venir en
la ordenación, o en la recepción del velo, o en la conversión, o en la ceremonia
del matrimonio.
Más tarde parece que Dios retira la dulzura de Su consuelo, como una
madre no mima más con dulces a un niño crecido, para enseñarnos que
debemos continuar caminando por nuestros propios pies, y trabajar por el goce
del futuro.
Como seres razonables, debemos preguntarnos por qué los
sufrimientos, la tristeza, la desilusión, los cuidados, y todo, parece venir en el
principio de la vida.
La primera razón parece ser para recordarnos que la tierra no es un
paraíso, y que la vida, la verdad y el amor por que luchamos, no han de
encontrarse aquí abajo.
Así como a Abraham se le dijo que saliera de su país, así parece que a
nosotros la amargura de la vida nos dice que salgamos de nosotros mismos,
que miremos más adelante y hacia arriba para la consumación de nuestra
labor.
Es la quemadura del fuego lo que hace al niño apartar su mano, y son
las cargas y amargura de la vida las que nos hacen apartar de la tierra. Dios
está, como si dijéramos urgiéndonos para terminar nuestras vidas, y no
dejarlas terminar meramente, como los animales que se levantan para comer y
se tienden para morir.
Luego, también, Dios permite estas cruces en el crepúsculo de nuestras
vidas, para suplir los defectos de nuestro amor. Si dimos nuestros huesos
jóvenes al mundo, nuestros sufrimientos nos recuerdan que aún podemos dar
nuestros huesos secos a Dios.
La crucifixión dio al buen ladrón su única buena oportunidad para
enmendar sus faltas de amor, y le capacitó por un acto de amor para comprar
el Paraíso ese mismo día.
Muchísimos de nosotros somos como San Agustín, que durante la
depravación de su temprana vida, dijo: “Yo quiero ser bueno, un poco más
tarde, Señor, pero no ahora”.
Muy a menudo una cruz tiene el efecto de hacernos saltar de nuevo
dentro del plan, así como algunas máquinas se arreglan mediante una
sacudida. Los tropiezos y fracasos hacen más que cualquier otra cosa para
convencernos que nunca podemos hallar la felicidad sobre la tierra; si la
felicidad pudiera ser encontrada aquí, el hombre nunca habría buscado en
forma tan universal a Dios.

Si en cualquier parte del espacio


Hubiera aparecido otro lugar de refugio donde volar,
Nuestros corazones se habrían refugiado allí,
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Y no Contigo.

Porque hemos golpeado contra las barras de la creación


Como águilas prisioneras; a través de grandes mundos hemos buscado
Siquiera un metro de terreno donde plantas nuestros pies,
Y donde no estés Tu.

Y solo cuando hemos indagado por tierra y aire,


Cielos e infierno y hemos descubierto que no podemos escapar a Ti,
Entonces nos hemos llegado hasta Ti.
Richard Trench.

Esta Sexta Palabra explica ese hecho realmente sorprendente de que


nosotros tenemos en esta vida mayor capacidad para el dolor que para el
placer.
Podemos disfrutar de los placeres, pero si continuamos en ellos
anormalmente, al fin llegarán a un punto en que se convierta en dolor. Ellos no
nos conducen indefinidamente hacia los Campos Eliseos; más bien se voltean
contra nosotros y nos hieren. Inclusive la misma repetición de un placer embota
el placer mismo. Las cosquillas empiezan con risa y terminan con dolor.
Pero con el dolor no sucede así. En momentos de intenso sufrimiento
pensamos que no podríamos soportar por un minuto más. Este continúa un
minutos más, y sin embargo acumulamos nuevas capas de resistencia. Pero
nunca el dolor pasa a ser placer. Ningún dolor de muelas se ha vuelto divertido
porque haya durado una semana.
Ahora bien, ¿por qué tenemos mayores recursos para el dolor que para
el placer? La verdadera razón es esta: Si vivimos nuestra vida como Dios
quiere que la vivamos, entonces dejaremos el dolor detrás de nosotros en este
mundo y disfrutaremos la gloria eterna en el otro. El placer está reservado para
el otro mundo; por eso nos juega traiciones en éste. El dolor no está reservado
para el otro mundo; es por eso por lo que podemos agotarlo aquí. El dolor
existe en el otro mundo sólo para aquellos que se niegan a agotarlo aquí a
cambio de una vida perdurable.
Eso aclara el problema supremo de una muerte feliz. Una muerte feliz es
una obra maestra. Nuestra Señor trabajó en Su obra maestra desde la
eternidad, pues El es el cordero sacrificado desde el principio del mundo.
Nosotros debemos trabajar en la nuestra desde el principio también, porque
donde el árbol cae, allí se queda.
En el momento de la muerte nada nos valdrá, excepto Dios. Si lo
tenemos a El, entonteces recobraremos todo en El.
Por esa razón un cristiano nunca está en plena posesión de su vida
hasta el día de su muerte. Por ello la iglesia llama a este día Natalicio, que
quiere decir día de nacimiento: El nacimiento a la vida eterna. El exilio eterno
está destinado sólo para aquellos que hicieron de esta tierra su patria.
Ninguna obra maestra se completó jamás en un día. El artista necesita
años enteros para disciplinar su mente y mano, y luego otros años para vencer
con el cincel la resistencia del mármol y hacer que aparezca la forma. La más
grande de las obras maestras – una Muerte Feliz – debe ser preparada
mediante la práctica.
Aprendemos a morir muriendo, muriendo a nosotros mismos, a nuestro
orgullo, nuestra envidia, nuestra flojedad, miles de veces cada día. A esto se
refiere Nuestro Señor cuando dice: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, que…
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
32
lleve su cruz cada día, y sígame”. No podemos morir bien, al menos que
practiquemos la muerte.
Entonces, cuando llegue el tiempo del último golpe, ya nos hallaremos
experimentados en él, y no seremos tomados por sorpresa.
Nuestra torre se hallará completa; que sea alta o baja, no importa. Lo
único que importa es que hayamos terminado el plan que Nuestro Señor nos
ha recomendado que realicemos. Y que todos podamos entonces – como reza
un viejo dicho irlandés – estar en el cielo medio hora antes de que el diablo
sepa que hemos muerto.

LIBERTAD ETERNA
“Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”

La Séptima Palabra desde la Cruz

No temáis a los que matan el cuerpo… sino más bien a los que pueden
enviar tanto al alma como al cuerpo al infierno. El Calvario está sintetizado en
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
33
estas palabras, porque en ellas se revela la lucha suprema de toda vida: la
lucha para preservar nuestra libertad espiritual. No podemos servir a Dios y a
Mammón; no podemos salvar nuestra vida tanto para el tiempo como para la
eternidad; no podemos vivir en festines aquí, y también en adelante; no
podemos sacar lo mejor de ambos mundos; o tenemos el ayuno en la tierra y el
festín en el cielo, o el festín aquí y el ayuno en la eternidad.
Para comprar entonces nuestra libertad con el Cristo glorioso, puede que
tengamos que sufrir la esclavitud en la tierra. La verdadera libertad consiste en
mantener nuestra posesión sobre la propia alma, aun cuando para preservarla
tengamos que perder nuestro cuerpo.
A veces puede preservarse con facilidad, pero pueden venir ocasiones
cuando esto exija aun el sacrificio de nuestra vida.
Por ejemplo, para un político puede llegar un momento en que, con el fin
de preservar su independencia, deba sacrificar la comodidad y la influencia que
conlleva el soborno.
De igual manera, para cada cristiano llega el momento supremo cuando
debe escoger entre placeres temporales y libertad eterna. Para poder salvar
nuestra alma, debemos a menudo correr el riesgo de perder nuestros cuerpos.
Nuestro Divino Salvador tuvo la elección delante de El en el Calvario,
donde El conservó Su alma libre al costo de Su vida. El bajó a la esclavitud
corporal de la Cruz con el fin de conservar suya Su alma.
Rindió su majestad a la supremacía de Sus enemigos, esclavizó Sus
manos y pies a los clavos de ellos; entregó Su cuerpo a la tumba de ellos;
subyugó Su buen nombre a su escarnio; entregó su sangre a su lanza;
subyugó Su comodidad al dolor planeado por ellos; y entregó Su vida como
siervo a los pies de ellos. Pero conservó libre Su espíritu para El mismo.
No podía entregar también éste, porque si El conservaba Su libertad,
podría recuperar todo lo demás que ya había entregado en las manos de ellos.
Supieron eso, y por tanto trataron de esclavizar Su espíritu al retar Su
Poder: Baja de la Cruz y creeremos en ti.
Si tenía Poder para bajar de esa Cruz, y sin embargo se negó, quiere
decir que no era un prisionero crucificado, sino Juez en su Asiento de Juez, y
su Rey en Su Trono. Si tenía el Poder de bajar, y hubiera descendido, entonces
se habría sometido a la voluntad de ellos convirtiéndose en esclavo suyo.
Se negó a hacer las cosas humanas: Descender de la Cruz. Hizo las
cosas divinas, y por tanto permaneció allí. Al hacerlo así, conservó la posesión
de Su alma.
Por tanto, pudo hacer con ella lo que le placía. Durante toda su vida hizo
todas las cosas que agradaban a su Padre Celestial; ahora haría estas mismas
cosas a Su muerte.
Guardando el dominio de Su espíritu, porque era amo de Sí mismo,
devolvió este espíritu a su Padre, no con un áspero grito de rebelión, ni con un
murmullo débil de resistencia estoica, ni con los tonos inciertos de un Hamlet
discutiendo el “Ser o no ser “, sino con la voz recia, fuerte, triunfante de Aquel
que era libre de ir con Quien quisiera, y sólo quiso regresar a su casa: “Padre
mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Esta era la cosa única, inexorable, e intocable de su vida, y también de
toda vida: el espíritu.
Podemos forjar el hierro, porque es material; podemos fundir el hielo,
siempre que podamos calentarlo con nuestro fuego; podemos romper varillas,
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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porque podemos agarrarlas entre nuestras manos; pero no podemos crucificar
la Fe, no podemos fundir la Esperanza, no podemos romper la Caridad, y no
podemos asesinar la Justicia, porque todas estas son espirituales y por tanto
más allá del poder de esclavización.
En un sentido más alto, el alma de cada hombre es la última e
inexpugnable fortaleza del carácter. Mientras el quiera conservar la posesión
de su propio espíritu, nadie puede quitárselo, aun cuando le quiten su vida.
El hombre puede libremente entregar ese espíritu, o venderlo, por
ejemplo en la esclavitud de la bebida, pero es suyo mientras resuelva
conservarlo.
Nuestro Señor mantuvo Su espíritu libre al costo más terrible de todos,
para recordarnos que ni siquiera el temor de una crucifixión es razón para
descender de la más gloriosa de todas las libertades: El poder de dar nuestra
alma a Dios.
Desgraciadamente, la libertad ha perdido su valor para el mundo
moderno. Este muy a menudo entiende por libertad como el derecho de hacer
lo que nos venga en gana, o con la ausencia de freno. Esta no es libertad, sino
libertinaje, y muy a menudo anarquía.
La libertad no significa el derecho de hacer lo que nos plazca, sino el
derecho de hacer lo que debiéramos, con el fin de alcanzar los fines más altos
y nobles de nuestra naturaleza.
Un aviador es libre, no cuando hace caso omiso de las leyes de
gravitación, porque se acomode mejor a su imaginación, sino cuando las
obedece con el fin de salir avante en su vuelo. La libertad, entonces, es un
medio, y no un fin; no una ciudad, sino un puente.
Cuando decimos, “Queremos ser libres”, la pregunta obvia que se sigue
es: “¿Libres de qué?” “Libres de interrupción. “Muy bien, ¿pero por
qué?””Porque quiero viajar a cierto lugar donde tengo negocios”. Entonces la
libertad se llena de sentido. Ahora implica el conocimiento de una meta o
propósito.
Ahora la naturaleza humana tiene una meta, a saber, el usar este mundo
como una escala hacia la perfección de nuestra personalidad, que es el goce
de la felicidad perfecta.
Pero si nunca nos detenemos a peguntarnos a nosotros mismos por qué
estamos aquí, o hacia dónde vamos, o cuál es el propósito de la vida, entonces
estamos cambiando de dirección y no estamos haciendo progreso; ni siquiera
somos libres.
Si olvidamos nuestro verdadero destino, recortamos nuestras vidas en
destinos diminutos, sucesivos e incompletos, como un hombre que se ha
perdido en un bosque, que recorre primero un camino y luego otro.
Si él tuviera un solo punto distante, digamos un campanario de una
iglesia, situado más allá del bosque y fuera de éste, él sería libre de salir del
bosque o permanecer en él, y estaría haciendo progreso mientras se
aproximara al campanario de la iglesia.
Así sucede con la vida: Si tenemos una meta fija, entonces podemos
hacer progreso hacia ella; pero es pura tontería decir que estamos progresando
si constantemente cambiamos de meta. Mientras el modelo permanece fijo,
estamos en libertad de pintarlo, pero si el modelo es en este momento una
rosa, y luego una nariz, entonces el arte ha perdido no sólo su libertad, sino
también su gozo.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Esta última y final Palabra de la cruz nos recuerda que Nuestro Señor
nunca perdió de vista su meta. Y porque no la perdió, sacrificó todo lo demás
para alcanzarla. El equipaje de exceso debe ser a menudo abandonado para
correr a un refugio.
Por ello Nuestro Señor dijo al rico que abandonara sus bolsas de oro,
para que pudiera correr más fácilmente la carrera hacia la vida eterna. Nuestro
Señor mismo dejó caer todo, aun su vida.
Pero la dejó caer como una semilla en la tierra, y la volvió a recoger en
la novedad de la vida resucitada el Domingo de Pascua.
De este sacrificio de Su vida para mantener Su Espíritu libre en el Padre,
debemos aprender a no ser vencidos por los dolores y pruebas y desilusiones
de la vida. El peligro está en que, olvidando el ideal, vayamos a concentrarnos
más en salvar nuestro cuerpo que en salvar nuestra alma.
Muy a menudo reprochamos a las personas y a las cosas por ser
indiferentes a nuestros dolores y penas, como si éstos fueran lo primero.
Queremos que la naturaleza suspenda sus tareas sublimes, o queremos que
las personas abandonen el giro de sus deberes, no precisamente para que se
consagren a nuestras necesidades, sino para que nos suavicen con su
simpatía.
Olvidando que algunas veces el trabajo es más que el confort, nos
hacemos como esos enfermos en el mar que quisieran que el barco fuera
detenido, miles de personas sufrieran demora, y el capitán olvidara el puerto,
sólo para que se dedicara a sus enfermedades.
Nuestro Bendito Señor en la Cruz pudo hacer que toda la naturaleza se
consagrara a restañar Sus heridas, pudo haber convertido la Corona de
espinas en una guirnalda de rosas, Sus clavos en un cetro, Su sangre, en
púrpura real, Su Cruz en un trono de oro, Sus heridas en joyas relucientes,
pero eso hubiera significado que el ideal de sentarse a la derecha del Padre en
Su Gloria, era secundario a una comodidad terrena, temporal e inmediata.
Entonces el propósito de la vida habría sido menos importante que un
momento de ésta; entonces la libertad de Su Espíritu habría sido secundaria a
la curación de Sus Manos; entonces el yo superior habría sido el esclavo del yo
inferior, y esto es lo único que se nos pide evitar.

Dios me fortalece para soportar


Todos lo pasos más abrumadores
De todos los cuidados.

Todos los demás están fuera de mí,


Y yo cierro la puerta para dejar afuera
El tumulto, el tedio, el bullicio.

Cierro la puerta sobre mí mismo


Y dejo todo afuera, pero ¿quién me aislará
De mi mismo, el más odioso de todos?

¡Si pudiera apartarme de í mismo


Y partir con corazón encendido
Por todos los caminos transitados por los hombres!

Dios me endurece contra mí mismo,


Contra esta voz patética
Que anhela comodidad, descanso y gozo.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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Mi propio yo es mi peor traidor,
Mi amigo más falaz, mi enemigo mortal,
Mi estorbo donde quiera que voy.

Si embargo hay Uno que me puede detener,


Quitar la carga que pesa sobe mí,
Romper el yugo y liberarme.

Christina Rosetti.

No hay como escapar a la única cosa necesaria en la vida Cristiana, es


decir, salvar nuestra alma y comprar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. La
crucifixión termina, pero Dios perdura. El dolor pasa, pero nosotros
permanecemos. Por tanto, no debemos descender nunca del fin y propósito
supremos de la vida: La salvación de nuestras almas.
A menudo las tentaciones serán fuertes, y las ventajas temporales
podrán parecer muy grandes; pero en esos momentos debemos recordar la
gran diferencia entre la solicitación de un placer pecaminoso y el llamado de
nuestro destino celestial.
Antes de tener un placer pecaminoso, éste se hace atractivo y nos
llama. Después de haberlo agotado, nos disgusta. Pensamos que no valía la
pena; sentimos que fuimos engañados y que nos vendimos fuera de toda
proporción con su debido valor, como Judas sintió cuando vendió al Salvador
por treinta monedas de plata.
Pero con la vida espiritual ocurre de forma diferente. Antes de haber
intimado unión con Cristo en Su Cruz, esto parece muy desagradable, muy
contrario a nuestra naturaleza, muy duro e inatractivo; pero después que nos
hemos dado a El, nos sucede una paz y un gozo que sobrepasa todo
entendimiento. Es por ello por lo que muchos lo desechan a El y a su Gozo. Se
mantienen tan alejados que nunca aprenden a conocerla. Como el poeta,
preguntan:
¿Debes Tu, Diseñador Infinito,
Quemar la madera antes que puedas dibujar con ella?

¿Debe la madera ser sometida al fuego antes que podamos pintar


utilizándola como carboncillo. ¿Es la muerte la condición de la vida? ¿Es la
disciplina del estudio la senda para el conocimiento? ¿Son las largas horas de
práctica tediosa el camino hacia la emoción de la música? ¿Debemos perder
nuestras vidas a tiempo, para que podamos salvarlas para la eternidad? Sí.
Esta es la respuesta.
Pero no es tan dura como parece, pues, como San Pablo nos dice: Los
dolores de esta vida no son nada comparables a los goces que están por venir.
Cuán a menudo, cuando éramos niños, al ver que se rompían nuestros
juguetes pensamos que nuestra vida no valía la pena vivirse más, pues el
universo estaba en ruinas; y luego, pasando revista a los despojos que
parecían sin remedio, nos poníamos a llorar hasta dormirnos.
¿Estos dolores, que una vez nos parecieron tan grandes y que se
esfumaron hasta hacerse nada con la madurez, no son el símbolo de las
trivialidades de nuestras cargas presentes, comparadas con los gozos que nos
esperan en las mansiones de la Casa del Padre?
Que no seamos engañados por aquellos que dicen que la vida no tiene
ningún propósito, y quienes, en las palabras de un científico, dicen que la vida
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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es como una bujía encendida, y que cuando la bujía se termina la llama se
apaga, y es el fin de todo.
Pero lo que este científico olvida decirnos, es que esa luz nos es algo de
la bujía, sino algo que emana de ésta; algo asociado con la materia, pero
separable y distinto de ella. Cuando la bujía se ha consumido, por siempre la
luz continúa emitiéndose a sí misma en la proporción de 186,000 millas por
segundo, más allá de la luna y las estrellas, más allá de la Pléyade, las
nebulosas de Andromeda, y continúa haciendo esto mientras dura el universo.

Y así, cuando la bujía de nuestras vidas se extinga, que podamos


mantener nuestras almas tan libres, que, como una llama se lance hasta el
Gran Fuego en el cual fueron encendidas, y que nunca cesen hasta que
encuentren esa Luz Celestial, que hace muchos años vino a este mundo como
su Luz; para enseñarnos a todos a decir al final de nuestro peregrinar por la
tierra, como El dijo al final del Suyo: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi
espíritu”.

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INDICE

Sufrimiento Injusto. “Padre mío, perdónales,


porque no saben lo que hacen” ……………….. 3
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El Dolor. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” ………. 9

Sufrimiento del Inocente. “¡Mujer, ahí tienes


A tu hijo. (Hijo) Ahí tienes a tu Madre!” ………. 13

Dios y el Alma. “¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¿por


qué me has desamparado?” …………………… 18

La Necesidad del Celo. “Tengo sed” ………………… 23

Un Universo Planeado. “Todo está cumplido” ……… 26

Libertad Eterna. “Padre mío, en tus manos en-


comiendo mi espíritu” ………………………….. 33

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