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Sheen
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Dedicado a
Para quien
Las Siete Palabras de la Cruz
fueron como
Los Siete colores del Arco Iris del Cielo:
Una Prenda del Fin del
Diluvio del Dolor
en la
Gloria del Cristo Resucitado,
que es la Luz del Mundo.
SUFRIMIENTO INJUSTO
EL DOLOR
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”
La Primera Palara de la Cruz nos dice cuál debe ser nuestra actitud
hacia el sufrimiento injusto, pero la Segunda nos dice cuál debería ser nuestra
actitud hacia el dolor. Hay dos maneras de mirar éste; la una es mirarlo sin
propósito, la otra, verlo con propósito.
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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El primer punto de vista mira el dolor como opaco, como un muro de
piedra; el otro punto de vista lo mira como transparente, como una hoja de
vidrio de una ventana. La manera como reaccionemos ante el dolor, depende
enteramente de nuestra filosofía sobre la vida. Como el poeta lo ha expresado:
Dos prisioneros miraron a través de los barrotes de sus celdas; el uno
vio lodo, el otro estrellas.
De igual manera, hay quienes mirando una rosa dicen: “Es una lástima
que esa rosa tenga espinas”. Mientras otros dirían: “¿No es consolador que
esas espinas tengan rosas?” Estas dos actitudes se hallan manifestadas en los
dos ladrones crucificados a cada lado de Nuestro Bendito Señor. El ladrón de
la derecha es el modelo de aquellos para quienes el dolor tiene un sentido; el
ladrón de la izquierda es el símbolo del sufrimiento sin consagrar.
Considerad primero al ladrón de la izquierda. El no sufrió más que el
ladrón de la derecha, pero empezó y terminó su crucifixión con una blasfemia.
Ni por un momento relacionó el sufrimiento con el Hombre de la Cruz central.
La oración de perdón de Nuestro Señor no significó para este ladrón más que
el vuelo de un pájaro.
No vio más propósito en su sufrimiento, que una mosca lo ve en la hoja
de vidrio de una ventana, que inunda la habitación de un hombre con el calor y
la luz del sol que da Dios. Porque él no pudo asimilar su pena y hacerla derivar
para el sustento de su alma, el dolor se volvió contra él, como una substancia
extraña que cae al estómago se vuelve contra éste, e infecta y envenena todo
el sistema.
Esta es la razón por qué él se volvió amargado, por qué su boca se
convirtió en algo como un cráter de odio, y por qué maldijo al mismo Señor que
podía conducirlo a la paz y al paraíso.
El mundo está lleno todavía de aquellos que, como el ladrón de la
izquierda, no ven sentido en el dolor. Como no saben nada de la Redención de
Nuestro Señor, son incapaces de ajustar el dolor dentro de un modelo; resulta
entonces como un parche extraño en la colcha insensata de la vida. Para ellos
la vida viene a ser tan impredecible, que “una turbulenta madurez sigue a una
desconcertada juventud”.
No habiendo pensado jamás en Dios como algo más que un hombre,
son incapaces ahora de acomodar las realidades rígidas de la vida dentro de
Su plan Divino. Por esto es por lo que muchos que dejan de creer en Dios, se
vuelven cínicos, matándose no solamente a sí mismos, sino también en cierto
sentido matando la belleza de las flores y los rostros de los niños, para quienes
se niegan a vivir.
La lección del ladrón de la izquierda es clara: El Dolor en sí mismo no
nos hace mejores; es muy probable que nos haga peores. Ningún hombre fue
alguna vez más sencillo porque tuviera un dolor de oído. El sufrimiento sin
espiritualizar no mejora al hombre; lo degenerará. El ladrón de la izquierda no
es mejor por su crucifixión: Esta lo marchita, lo quema, y mancilla su alma.
Rehusando a pensar en el dolor como relacionado a algo distinto,
termina por pensar sólo en él mismo, y en quién lo irá a descolgar de la cruz.
Esto es lo que sucede con los que han perdido su fe en Dios. Parar ellos,
Nuestro Señor en una cruz es sólo un evento de la historia del Imperio
Romano. No es un mensaje de esperanza, o una prueba de amor.
No quisieran tener una herramienta en sus manos sin descubrir sus
propósitos, pero viven sus vidas sin haber investigado alguna vez su
Arco Iris del Dolor, Fulton J. Sheen
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significado. Como no tienen razón para vivir, el sufrimiento los amarga, los
empozoña, y al fin, la gran puerta de las oportunidades de la vida se cierra en
su cara, y, como el ladrón de la izquierda, se internan en la noche, sin haber
sido bendecidos.
Ahora mirad al ladrón de la derecha: El símbolo de aquellos para
quienes el dolor tiene un sentido. Al principio no entendió este sentido, y por lo
tanto se unió a sus maldiciones al ladrón de la izquierda. Pero así como a
veces un rayo ilumina la senda que habíamos perdido, así el perdón dado por
el Salvador a sus verdugos iluminó el camino de misericordia para el ladrón.
Entonces empezó a ver que si el dolor no tenía razón, Jesús no lo
hubiera abrazado. Si la Cruz no tenía ningún propósito, Jesús no habría
ascendido a ella. Seguramente Aquel que decía ser Dios nunca hubiera
tomado esa insignia de vergüenza, a menos que pudiera ser transformada y
cambiada en algún propósito santo.
El dolor empezó a hacerse comprensible para el ladrón; al menos por el
momento significaba una ocasión para hacer expiación por su vida de crimen.
Y en el momento en que esa luz llegó hasta él, reprendió al ladrón de la
izquierda, diciendo: “¡Cómo!, ¿ni aún tu temes a Dios estando, como estás, en
el mismo suplicio? Nosotros, a la verdad, estamos en él justamente, pues
pagamos la pena merecida por nuestros delitos, pero éste ningún mal ha
hecho” (Lucas 23:40-41).
El dolor en sí mismo no es insoportable; lo que es insoportable, es el
fracaso entender su significado. Si ese ladrón no hubiera visto objeto en el
dolor, nunca habría salvado su alma. El dolor puede ser la muerte de nuestra
alma, o puede ser su vida.
Todo depende de que lo eslabonemos con Aquel que “en vista del gozo
que le estaba preparado en la gloria, sufrió la Cruz”. Una de las más grandes
tragedias del mundo es el dolor desperdiciado. El dolor sin relación con la cruz,
es como un cheque sin firmar: no tiene valor. Pero una vez que lo hemos
rubricado con la firma del Salvador en la Cruz, adquiere un valor infinito.
Una frente afiebrada que nunca late al unísono con la cabeza coronada
de espinas, o una mano dolorida no llevada nunca con la paciencia de la Mano
en la Cruz, son puro derroche. El mundo empeora con este dolor, cuando
debiera haber mejorado muchísimo.
Todos los que en el mundo se encuentran postrados en un lecho, están
por tanto, o a la derecha o a la izquierda de la Cruz; su posición determina el
hecho de que, como el ladrón de la izquierda, pidan ser descolgados, o, como
el ladrón de la derecha, pidan ser levantados.
No es lo mucho que las gentes sufran lo que hace el mundo misterioso,
más bien estriba en cuánto dejan de hacer cuando sufren. Parece que olvidan
que aun siendo niños ponían obstáculos en sus juegos, con el fin de tener algo
sobre qué pasar.
¿Por qué, entonces, cuando crecen hasta ser hombres maduros, no
habrían de tener delante de ellos premios para ganar con el esfuerzo y el
sufrimiento? ¿No puede acaso el espíritu del hombre elevarse con la
adversidad, como el pájaro se eleva contra la resistencia del aire? ¿No nada el
pez en contra de la corriente? ¿No debe ser roto el pomo del alabastro para
llenar la casa de ungüento? ¿No debe el cincel cortar el mármol para hacer
surgir la forma? ¿No debe la semilla que cae a la tierra morir antes que pueda
resucitar a la vida? ¿No deben los pequeños arroyos apresurarse a morir en el
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océano para evitar que se estanque su contenido? ¿No deben las uvas ser
amasadas para que haya vino que beber, y el trigo ser molido para que haya
pan para comer?
¿Por qué, entonces, no puede el dolor conseguir la redención? ¿Por qué
mediante la alquimia del Amor Divino no pueden las cruces convertirse en
crucifijos? ¿Por qué los castigos no pueden mirarse como expiaciones? ¿Por
qué no podemos usar una cruz para llegar a ser semejantes a Dios? Nosotros
no podemos llegar a ser como Él en Su Poder: No podemos llegar a ser como
Él en Su Conocimiento.
Sólo hay unja manera de que podemos llegar a ser como Él, y es la
manera como Él llevó Su dolor en Su Cruz. Y esa manera fue su Amor. “Nadie
tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos”. Es el amor lo
que hace soportable el dolor.
Tan pronto como sentimos que el dolor está haciendo bien a otros, o aun
a nuestra propia alma, al aumentar la gloria de Dios, se nos hace más fácil de
soportar. Una madre pasa una noche en vela al lado de su niñito enfermo. El
mundo llama a esto “fatiga”, pero ella lo llama amor.
Un niñito fue advertido por su madre de no acercarse a la valla de
alambres de púas. No obstante, desobedeció y cayó lisiado, siendo incapaz de
volver a caminar. Cuando se le comunicó esta desgracia, él dijo a su madre:
“Sé que no volveré a caminar; sé que es por mi culpa; pero si tú continúas
amándome, puedo soportar cualquier cosa”. Así es lo mismo con nuestros
dolores.
Si se nos puede asegurar que Dios nos ama y cuida todavía, entonces
encontraremos gozo aun en continuar Su obra redentora, como redentores con
“r” minúscula, así como Él es Redentor con “R” mayúscula.
Luego nos llegará la visión de la diferencia entre Dolor y Sacrificio. El
Dolor es sacrificio sin amor. Sacrificio es dolor con amor.
Cuando entendamos esto, entonces tendremos una respuesta para
aquellos que piensan que Dios debiera habernos dejado pecar sin dolor:
DIOS Y EL ALMA
“¡Dios mío! ¡Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”
Porque nuestro cuerpo nos parece más cerca de nosotros que nuestra
alma, estamos inclinados a pensar en el dolor como que es un mal mayor que
el pecado. Pero no es el caso: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”…
más bien” al que, después de quitar la vida, puede arrojar al infierno”.
Así, la realidad del pecado en la Crucifixión y la idea del Infierno viene a
relacionarse. La cruz prueba que la vida está preñada de tremendas
consecuencias; que el pecado es tan terrible, que en justicia el pago perfecto
sólo pudo ser saldado con la muerte del Dios hecho hombre.
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Si el pecado costó la muerte de la Vida Divina, entonces el rechazo a
aceptar la Redención puede significar nada menos que la muerte eterna, o el
Infierno.
La vida, entonces, no e una mera experiencia; en un drama que implica
consecuencias de Vida Eterna y Muerte Eterna. Aquellos que quisieran quitar la
Justicia del Infierno, quisieran quitar a Cristo de Su Cruz.
Si nosotros fuéramos apenas animales, nuestras escogencias pasarían
con su cumplimiento, pero precisamente porque nuestros pensamientos están
ligados a la Verdad que no cambia, así, también, nuestras resoluciones son
registradas en el pergamino de la Bondad Perfecta, que es eterna.
Si en nuestros negocios tomamos de la caja registradora el talón donde
quedan registrados los débitos y créditos del día, ¿vamos a ser tan
irrazonables de creer que nosotros, que vivimos dentro de tal orden, seamos
gobernados de una manera diferente?
¿Por qué, entonces, al fin de nuestro trabajo sobre la tierra, no va el
Divino Contador a encontrar registrada en nuestras conciencias la respuesta a
la pregunta de si nuestra vida ha sido un fracaso o un éxito? No sea que
perdamos o ganemos nuestra alma; que vivamos o muramos.
Y si tal destino no viene al final de nuestra historia, entonces la Cruz es
una burla y la vida es en vano. Pero viendo cuán alto podemos subir, y cuán
bajo podemos caer, podemos ver la importancia de nuestras decisiones: El
peligro de ser descuidados y la emoción de ser valientes.
Como lo ha hecho ver un escritor: “Son cobardes los que nos enseñan a
pensar que se quiere que nosotros nos detengamos en casa en vestidos bien
planchados, y protegidos del aire frío y todos los peligros posibles. Los tales
nos querrían hacer blandos y afeminados, e incapaces para el verdadero trajín
de la vida. Esta no es la vida de un hombre, sino una parodia. Todo lo que hay
de mejor en nosotros, se rebela contra los mimos y la negativa a todo riesgo y
aventura. Lo que necesitamos es alguna citación al valor semi-divino que hay
latente en el interior de todos nosotros, algún reto para arriesgar todo lo que
tengamos por el amor. Imaginad a un hombre nacido de mujer, trotando en
alguna jaca vieja, o encerrado en algún limousino para conquistar la tierra,
vencerse a sí mismo y hacerse digno del Divino Eros. Estoy cansado de este
abaratamiento de grandes consecuencias. Exijo que el Infierno sea devuelto al
mundo”.
Y si no es devuelto al mundo, entonces los hombres dirán, no importa
cuán tontos nos volvamos, todo irá bien al final.
Pero mientras el Infierno permanece, nosotros tenemos un modelo por el
cual juzgar el mal, por el cual pueden ser medios aquellos que pisotean el amor
del hombre y de Dios bajo sus pies, por el cual pueden ser pesados aquellos
que intentan sacar a Dios de la tierra que El hizo.
Si un hombre quiere conocer su valor, que dé una mirada al Hombre en
la Cruz. ¡Allí está el amor crucificado! Si él crucificó el Amor, entonces está sin
Amor; y estar sin el Amor es el Infierno!
Si él crucifica su yo inferior para ser semejante a Cristo, entonces está
enamorado, y estar enamorado con el Amor es el cielo.
Querido Salvador, abre nuestros ojos para ver que nuestro olvido del
horror del pecado es el principio de nuestra ruina. Muy propensos estamos a
renegar de las finanzas, la economía, y balanza de pagos por nuestras
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enfermedades, nuestros dolores; olvidamos que esos son apenas los síntomas
de nuestra rebelión contra Tu Ley Divina.
Porque nos hemos rebelado contra Ti, nuestro Creador, las criaturas se
han vuelto unas contra otras, y el mundo se ha convertido en un osario de odio
y envidia.
Danos luz para ver, Oh Señor, que fue el pecado el que se endureció en
Tus clavos, se entretejió en Tus espinas, y se congeló en Tu Cruz.
Pero permite que veamos también si Tu tomaste la Cruz por nosotros,
entonces nosotros debemos ser dignos de salvar; pues si la Cruz es la medida
de nuestro pecado, entonces el Crucifijo es la prenda de nuestra redención, por
medio del mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.
UN UNIVERSO PLANEADO
“Todo está cumplido”
LIBERTAD ETERNA
“Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”
No temáis a los que matan el cuerpo… sino más bien a los que pueden
enviar tanto al alma como al cuerpo al infierno. El Calvario está sintetizado en
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estas palabras, porque en ellas se revela la lucha suprema de toda vida: la
lucha para preservar nuestra libertad espiritual. No podemos servir a Dios y a
Mammón; no podemos salvar nuestra vida tanto para el tiempo como para la
eternidad; no podemos vivir en festines aquí, y también en adelante; no
podemos sacar lo mejor de ambos mundos; o tenemos el ayuno en la tierra y el
festín en el cielo, o el festín aquí y el ayuno en la eternidad.
Para comprar entonces nuestra libertad con el Cristo glorioso, puede que
tengamos que sufrir la esclavitud en la tierra. La verdadera libertad consiste en
mantener nuestra posesión sobre la propia alma, aun cuando para preservarla
tengamos que perder nuestro cuerpo.
A veces puede preservarse con facilidad, pero pueden venir ocasiones
cuando esto exija aun el sacrificio de nuestra vida.
Por ejemplo, para un político puede llegar un momento en que, con el fin
de preservar su independencia, deba sacrificar la comodidad y la influencia que
conlleva el soborno.
De igual manera, para cada cristiano llega el momento supremo cuando
debe escoger entre placeres temporales y libertad eterna. Para poder salvar
nuestra alma, debemos a menudo correr el riesgo de perder nuestros cuerpos.
Nuestro Divino Salvador tuvo la elección delante de El en el Calvario,
donde El conservó Su alma libre al costo de Su vida. El bajó a la esclavitud
corporal de la Cruz con el fin de conservar suya Su alma.
Rindió su majestad a la supremacía de Sus enemigos, esclavizó Sus
manos y pies a los clavos de ellos; entregó Su cuerpo a la tumba de ellos;
subyugó Su buen nombre a su escarnio; entregó su sangre a su lanza;
subyugó Su comodidad al dolor planeado por ellos; y entregó Su vida como
siervo a los pies de ellos. Pero conservó libre Su espíritu para El mismo.
No podía entregar también éste, porque si El conservaba Su libertad,
podría recuperar todo lo demás que ya había entregado en las manos de ellos.
Supieron eso, y por tanto trataron de esclavizar Su espíritu al retar Su
Poder: Baja de la Cruz y creeremos en ti.
Si tenía Poder para bajar de esa Cruz, y sin embargo se negó, quiere
decir que no era un prisionero crucificado, sino Juez en su Asiento de Juez, y
su Rey en Su Trono. Si tenía el Poder de bajar, y hubiera descendido, entonces
se habría sometido a la voluntad de ellos convirtiéndose en esclavo suyo.
Se negó a hacer las cosas humanas: Descender de la Cruz. Hizo las
cosas divinas, y por tanto permaneció allí. Al hacerlo así, conservó la posesión
de Su alma.
Por tanto, pudo hacer con ella lo que le placía. Durante toda su vida hizo
todas las cosas que agradaban a su Padre Celestial; ahora haría estas mismas
cosas a Su muerte.
Guardando el dominio de Su espíritu, porque era amo de Sí mismo,
devolvió este espíritu a su Padre, no con un áspero grito de rebelión, ni con un
murmullo débil de resistencia estoica, ni con los tonos inciertos de un Hamlet
discutiendo el “Ser o no ser “, sino con la voz recia, fuerte, triunfante de Aquel
que era libre de ir con Quien quisiera, y sólo quiso regresar a su casa: “Padre
mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Esta era la cosa única, inexorable, e intocable de su vida, y también de
toda vida: el espíritu.
Podemos forjar el hierro, porque es material; podemos fundir el hielo,
siempre que podamos calentarlo con nuestro fuego; podemos romper varillas,
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porque podemos agarrarlas entre nuestras manos; pero no podemos crucificar
la Fe, no podemos fundir la Esperanza, no podemos romper la Caridad, y no
podemos asesinar la Justicia, porque todas estas son espirituales y por tanto
más allá del poder de esclavización.
En un sentido más alto, el alma de cada hombre es la última e
inexpugnable fortaleza del carácter. Mientras el quiera conservar la posesión
de su propio espíritu, nadie puede quitárselo, aun cuando le quiten su vida.
El hombre puede libremente entregar ese espíritu, o venderlo, por
ejemplo en la esclavitud de la bebida, pero es suyo mientras resuelva
conservarlo.
Nuestro Señor mantuvo Su espíritu libre al costo más terrible de todos,
para recordarnos que ni siquiera el temor de una crucifixión es razón para
descender de la más gloriosa de todas las libertades: El poder de dar nuestra
alma a Dios.
Desgraciadamente, la libertad ha perdido su valor para el mundo
moderno. Este muy a menudo entiende por libertad como el derecho de hacer
lo que nos venga en gana, o con la ausencia de freno. Esta no es libertad, sino
libertinaje, y muy a menudo anarquía.
La libertad no significa el derecho de hacer lo que nos plazca, sino el
derecho de hacer lo que debiéramos, con el fin de alcanzar los fines más altos
y nobles de nuestra naturaleza.
Un aviador es libre, no cuando hace caso omiso de las leyes de
gravitación, porque se acomode mejor a su imaginación, sino cuando las
obedece con el fin de salir avante en su vuelo. La libertad, entonces, es un
medio, y no un fin; no una ciudad, sino un puente.
Cuando decimos, “Queremos ser libres”, la pregunta obvia que se sigue
es: “¿Libres de qué?” “Libres de interrupción. “Muy bien, ¿pero por
qué?””Porque quiero viajar a cierto lugar donde tengo negocios”. Entonces la
libertad se llena de sentido. Ahora implica el conocimiento de una meta o
propósito.
Ahora la naturaleza humana tiene una meta, a saber, el usar este mundo
como una escala hacia la perfección de nuestra personalidad, que es el goce
de la felicidad perfecta.
Pero si nunca nos detenemos a peguntarnos a nosotros mismos por qué
estamos aquí, o hacia dónde vamos, o cuál es el propósito de la vida, entonces
estamos cambiando de dirección y no estamos haciendo progreso; ni siquiera
somos libres.
Si olvidamos nuestro verdadero destino, recortamos nuestras vidas en
destinos diminutos, sucesivos e incompletos, como un hombre que se ha
perdido en un bosque, que recorre primero un camino y luego otro.
Si él tuviera un solo punto distante, digamos un campanario de una
iglesia, situado más allá del bosque y fuera de éste, él sería libre de salir del
bosque o permanecer en él, y estaría haciendo progreso mientras se
aproximara al campanario de la iglesia.
Así sucede con la vida: Si tenemos una meta fija, entonces podemos
hacer progreso hacia ella; pero es pura tontería decir que estamos progresando
si constantemente cambiamos de meta. Mientras el modelo permanece fijo,
estamos en libertad de pintarlo, pero si el modelo es en este momento una
rosa, y luego una nariz, entonces el arte ha perdido no sólo su libertad, sino
también su gozo.
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Esta última y final Palabra de la cruz nos recuerda que Nuestro Señor
nunca perdió de vista su meta. Y porque no la perdió, sacrificó todo lo demás
para alcanzarla. El equipaje de exceso debe ser a menudo abandonado para
correr a un refugio.
Por ello Nuestro Señor dijo al rico que abandonara sus bolsas de oro,
para que pudiera correr más fácilmente la carrera hacia la vida eterna. Nuestro
Señor mismo dejó caer todo, aun su vida.
Pero la dejó caer como una semilla en la tierra, y la volvió a recoger en
la novedad de la vida resucitada el Domingo de Pascua.
De este sacrificio de Su vida para mantener Su Espíritu libre en el Padre,
debemos aprender a no ser vencidos por los dolores y pruebas y desilusiones
de la vida. El peligro está en que, olvidando el ideal, vayamos a concentrarnos
más en salvar nuestro cuerpo que en salvar nuestra alma.
Muy a menudo reprochamos a las personas y a las cosas por ser
indiferentes a nuestros dolores y penas, como si éstos fueran lo primero.
Queremos que la naturaleza suspenda sus tareas sublimes, o queremos que
las personas abandonen el giro de sus deberes, no precisamente para que se
consagren a nuestras necesidades, sino para que nos suavicen con su
simpatía.
Olvidando que algunas veces el trabajo es más que el confort, nos
hacemos como esos enfermos en el mar que quisieran que el barco fuera
detenido, miles de personas sufrieran demora, y el capitán olvidara el puerto,
sólo para que se dedicara a sus enfermedades.
Nuestro Bendito Señor en la Cruz pudo hacer que toda la naturaleza se
consagrara a restañar Sus heridas, pudo haber convertido la Corona de
espinas en una guirnalda de rosas, Sus clavos en un cetro, Su sangre, en
púrpura real, Su Cruz en un trono de oro, Sus heridas en joyas relucientes,
pero eso hubiera significado que el ideal de sentarse a la derecha del Padre en
Su Gloria, era secundario a una comodidad terrena, temporal e inmediata.
Entonces el propósito de la vida habría sido menos importante que un
momento de ésta; entonces la libertad de Su Espíritu habría sido secundaria a
la curación de Sus Manos; entonces el yo superior habría sido el esclavo del yo
inferior, y esto es lo único que se nos pide evitar.
Christina Rosetti.
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