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REPRENDER EL PECADO

“A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también
teman” (1 Timoteo 5:20).

¿Qué sucede cuando no se reprende el pecado?

“No aborrecerás a tu hermano en tu corazón. Reprenderás a tu prójimo, para que no


participes de su pecado” (Levítico 19:17).

¿Qué pasará en la iglesia mientras no se reprenda y elimine el pecado?

Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado
del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. Por
esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus
enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con
vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. (Josué 7:11-12).

Se me ha mostrado que Dios ilustra aquí cómo considera el pecado de los que profesan ser el
pueblo que guarda sus mandamientos. Aquellos a quienes él ha honrado especialmente
haciéndoles presenciar las notables manifestaciones de su poder, como al antiguo Israel, y que
aun así se atreven a despreciar sus expresas indicaciones, serán objeto de su ira. Quiere
enseñar a su pueblo que la desobediencia y el pecado le ofenden excesivamente, y que no se
los debe considerar livianamente. Nos muestra que cuando su pueblo es hallado en pecado,
debe inmediatamente tomar medidas decisivas para apartar el pecado de sí, a fin de que el
desagrado de Dios no descanse sobre él. Pero si los que ocupan puestos de responsabilidad
pasan por alto los pecados del pueblo, su desagrado pesará sobre ellos, y el pueblo de Dios
será tenido en conjunto por responsable de esos pecados. En su trato con su pueblo en lo
pasado, el Señor reveló la necesidad de purificar la iglesia del mal. Un pecador puede difundir
tinieblas que privarán de la luz de Dios a toda la congregación. Cuando el pueblo comprende
que las tinieblas se asientan sobre él y no conoce las causas, debe buscar a Dios con gran
humillación, hasta que se hayan descubierto y desechado los males que agravian su Espíritu.
(Testimonios para la Iglesia, Tomo 3, página 294).

“Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas”
(Efesios 5:11).

Odiar y reprender el pecado, y al mismo tiempo demostrar compasión y ternura por el


pecador, es una tarea difícil. Cuanto más fervientes sean nuestros esfuerzos para alcanzar la
santidad del corazón y la vida, tanto más aguda será nuestra percepción del pecado, y más
decididamente lo desaprobaremos. Debemos ponernos en guardia contra la indebida
severidad hacia el que hace mal; pero también debemos cuidar de no perder de vista el
carácter excesivamente pecaminoso del pecado. Hay que manifestar la paciencia que mostró
Cristo hacia el que yerra, pero también existe el peligro de manifestar tanta tolerancia para
con su error que él no se considere merecedor de la reprensión, y rechace a ésta por
inoportuna e injusta. (Obreros Evangélicos, página 30).

Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en
su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de
tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. (2 Timoteo 4:1-2).

¿Qué actitud manifiestan ciertas personas ante la reprensión?

“Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”. Tito 2:15.

Habrá hombres y mujeres que desprecien la reprensión y que siempre se rebelarán contra ella.
No es agradable que se nos presenten las cosas malas que hacemos. En casi cualquier caso en
que sea necesaria la reprensión, habrá quienes pasen completamente por alto el hecho de que
el Espíritu del Señor ha sido contristado y su causa cubierta de oprobio. Estos se
compadecerán de los que merecían reprensión, porque se han herido sus sentimientos
personales. Toda esta compasión no santificada hace que los que la manifiestan participen
de la culpa del que fue reprendido. En nueve casos de cada diez, si se hubiera permitido que la
persona reprendida comprendiera su mala conducta, se le habría ayudado a reconocerla y por
lo tanto se habría reformado. Pero los simpatizantes entrometidos y no santificados atribuyen
falsos motivos al que reprende y a la naturaleza del reproche, y, simpatizando con la persona
reprendida, la inducen a pensar que realmente se la maltrató y sus sentimientos se rebelan
contra el que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los que cumplen fielmente sus deberes
desagradables, conociendo su responsabilidad ante Dios, recibirán su bendición. (Testimonios
para la Iglesia, Tomo 3, página 396).

“El que dijere al malo: Justo eres, los pueblos lo maldecirán, y le detestarán las naciones; mas
los que lo reprendieren tendrán felicidad, y sobre ellos vendrá gran bendición” (Proverbios
24:24-25).

“No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate
puro” (1 Timoteo 5:22).
Si hay males evidentes entre su pueblo, y si los hijos de Dios los pasan por alto con
indiferencia, en realidad éstos sostienen y justifican al pecador, son igualmente culpables y
causarán como aquél el desagrado de Dios, porque serán hechos responsables de los pecados
de los culpables. Se me han mostrado en visión muchos casos que provocaron el desagrado de
Dios por la negligencia de sus siervos al tratar con los males y pecados que existían entre ellos.
Los que excusaron estos males fueron considerados por el pueblo como personas de
disposición muy amable, simplemente porque rehuían el desempeño de un claro deber bíblico.
La tarea no era agradable para sus sentimientos; por lo tanto la eludían. (Joyas de los
Testimonios, Tomo 1, página 334).

“Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de
Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual
resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:14-15).

“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la
doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no
sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas
engañan los corazones de los ingenuos.” (Romanos 16:17-18).

Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere
fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis .
Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que
están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de
entre vosotros. (1 Corintios 5:11-13).

La muerte antes que el deshonor o la transgresión de la ley de Dios, debiera ser el lema de
todo cristiano. Como pueblo que profesa estar constituido por reformadores que atesoran las
más solemnes y purificadoras verdades de la Palabra de Dios, debemos elevar la norma mucho
más alto de lo que está puesta actualmente. El pecado y los pecadores que hay en la iglesia
deben ser eliminados prestamente, a fin de que no contaminen a otros. La verdad y la pureza
requieren que hagamos una obra más cabal para limpiar de Acanes el campamento. No
toleren el pecado en un hermano los que tienen cargos de responsabilidad. Muéstrenle que
debe dejar sus pecados o ser separado de la iglesia. (Consejos para la Iglesia, página 196).
“Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la
fe” (Tito 1:13).

La amonestación divina se hace sentir sobre la falsa simpatía hacia el pecador, que trata de
excusar su pecado. El pecado adormece la percepción moral, de tal manera que el pecador no
comprende la enormidad de su transgresión; y sin el poder convincente del Espíritu Santo
permanece parcialmente ciego en lo referente a su pecado. Es deber de los siervos de Cristo
enseñar a estos descarriados el peligro en que están. Los que destruyen el efecto de la
advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que no vean el carácter y los verdaderos
resultados del pecado, a menudo se lisonjean de que en esa forma demuestran su caridad;
pero lo que hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu Santo de Dios e impedirla;
arrullan al pecador para que se duerma al borde de la destrucción, se hacen partícipes de su
culpa, y asumen una terrible responsabilidad por su impenitencia. Muchísimos han descendido
a la ruina como resultado de esta falsa y engañosa simpatía. (Historia de los Patriarcas y
Profetas, página 376).

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