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Para asegurarse de que llegaran a su destino, los egipcios desarrollaron unos rituales
para conservar el cuerpo, liberar el alma y ponerla en camino. Alrededor del 3500 AC
se empezó a practicar la momificación. Aunque a menudo se cree que se momificaba a
todo el mundo en Egipto tras la muerte, esta práctica era cara, por lo que solo la clase
alta y la nobleza se lo podían permitir.
En el Imperio Antiguo los reyes se enterraban en sus tumbas piramidales, Los sirvientes
habrían sido asesinados al llegar a la tumba para que pudieran seguir sirviendo al
difunto en la otra vida.
Para el alma del difunto, por otra parte, acababa de comenzar una nueva vida. Tras los
rituales mortuorios y el cierre de la tumba, el alma se creía que despertaba en el
cuerpo, sintiéndose desorientada. Las inscripciones en la pared de la tumba y en el
féretro, le recordarían al difunto su vida en la tierra y lo dirigirían a abandonar el
cuerpo y seguir adelante. Dado que para los egipcios todo lo que estaba escrito
cobraba vida al ser leído, decoraron sus tumbas (tanto reales como de la nobleza) con
escenas muy concretas. En el caso de las pirámides y sus templos referidas a las
actividades y función del soberano como mantenedor de la maat; en el caso de los
nobles con actividades, objetos y ofrendas que querían llevarse mágicamente con ellos
al otro mundo para disfrutar allí de una vida tan completa y perfecta.