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Introducción
El suicidio era considerado en la antigüedad como una enfermedad mental,
comprendido incluso por Philippe Pinel, como un efecto sintomático de los
melancólicos, así como una enfermedad o delirio agudo por Jean Esquirol. Estas
concepciones son descritas por Pierre de Boismont (como se citó en Aceros, 2008)
a partir de la afirmación: “el suicida es un desdichado o un loco” (p. 13). Aún hoy
sigue teniendo su relación directa con la enfermedad mental, en muchos casos
está directamente vinculado a estados depresivos y maniacos. Por consiguiente,
el acto suicida es un acto vinculado con los procesos psíquicos desde el inicio
de los estudios del alma y la salud mental. Aun en la actualidad se encuentra
vinculado, incluso, en los procesos de purificación del alma como es el trabajo
del duelo, entendido este como un proceso que permite a la persona confrontar
una pérdida afectiva.
En muchos casos, por tratarse de un proceso natural del ser humano, ante la
pérdida (amorosa, por muerte, etc.) de un ser amado, se podría pensar que el
duelo no tiene mayores repercusiones en la salud psíquica del sujeto. Sin em-
136 El duelo como desencadenante del suicidio
El estudio del duelo arroja una riqueza teórica importante para la comprensión
del suicidio, dada la naturaleza psicológica que permite articular estos dos proce-
sos. De allí que el principal problema que convoca este capítulo esta sintetizado
en la pregunta: ¿qué aportes ofrece el duelo para comprender la dinámica psíquica
en el acto suicida? ¿De qué manera el duelo puede llegar a desencadenar un acto
suicida, y qué dinámicas psíquicas ocurren en dicho proceso?
Améry (2005) en Levantar la mano sobre uno mismo, plantea que “aquel que
busca la muerte voluntaria se escapa a la lógica de la vida” (p. 73). Lo anterior
permite plantear la distinción entre suicidio y muerte voluntaria. La muerte vo-
luntaria refiere a un acto libre; es el sujeto quien levanta la mano sobre sí mismo.
¿Hasta qué punto y medida podemos hablar de que el suicida toma la iniciativa
frente a un acto que, podríamos decir, empuja a su voluntad a ejercer lo que el
autor defiende como un derecho propio? A esta postura de Améry es posible
contraponer el conocido pensamiento de Goethe a este respecto, quien señala
que el suicidio solo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque induda-
blemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras.
Dice Améry (2005) sumergido en esta cuestión sin poder dar más respuesta que
esta (las leyes psicológicas, no son suficientes para explicar la acción del suicida):
Ante lo expuesto hasta ahora, vale la pregunta de si el suicida desea ser o no
comprendido. Siguiendo con los autores mencionados, Améry (2005) blasfema
de la sociedad al punto de decir: “no me doblego ante un deber que se me impone
angustiosamente desde fuera como ley de la sociedad y desde dentro como lex
naturae, ley que, sin embargo, ya no quiero seguir reconociendo”, pero por otra
parte recrimina el hecho de no hacerse responsable el ser humano, pues “es la
sociedad quien mide las proporciones”.
Ahora bien, estamos ante un dilema relacionado con los problemas personales:
¿quién escapa al sufrimiento? Shakespeare (2009) en Hamlet, dice:
¿Qué es más levantado para el espíritu, sufrir los golpes y dardos de la insultante
Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades, y haciéndoles
frente, acabar con ellas? ¡Morir, dormir, no más! ¡Y pensar que con un sueño
damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen
la herencia de la carne! ¡He aquí un término de votación apetecible! […] ¡He
aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! ¿Soportar o acabar
con los sufrimientos? ¿Qué fin posee la vida? Y, la pregunta más relevante, ¿qué
lógica de la vida no arremete contra ella misma? El filósofo alemán al respecto
nos acerca a posibles respuestas cuando dice: “nuestra vida tiene que contener
todas las desgracias de la tragedia sin poder mantener una sola vez la dignidad
de los personajes trágicos, sino que en los detalles de la vida nos toca hacer el
papel de necios bufones. Solo cambian los personajes… Nada más. (I.iv. 60).
Retomando a Jean Améry, señala que aquellos que eligen la muerte voluntaria
no se someten ante el deber de vivir, toda vez que la vida no es vista como bien
supremo. El acto se halla lleno de sentido para la persona suicida. Comienza el
filósofo, por medio del suicidio, la búsqueda de un sentido unitario de la vida.
Por tanto, la muerte es vuelta vida para el suicida, se torna vida, de la misma
manera en que el nacer es ya morir.
A juicio de Schopenhauer, lo que el suicida desea más que cualquier otra cosa
es, la propia vida. La única nota –si se quiere patológica– que distingue al suicida
de una persona que permanece en este mundo es la de hallarse especialmente
descontento (unzufrieden) con las condiciones en que tal vida se le da, pues “él
quiere la vida, quiere una existencia y una afirmación sin trabas del cuerpo”. Así
pues, en la persona que decide cometer suicidio se daría cierto exceso de voluntad
de vivir (de querer vivir) que, por otra parte, se vería incluso inhibida (gehemmt)
al saberse esclava de un trivial fenómeno individual.
Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad IV 141
Contrario a lo antes dicho, las reflexiones expuestas por varias disciplinas sobre
el suicidio están impregnadas de concepciones cargadas por las lógicas normativas
de la sociedad, que inscriben el suicidio como un fenómeno consecuencia de
las mismas dinámicas colectivas, descartando así el carácter más singular que
un acto propio como este contiene, que, como se ha señalado, domina en sí
un verdadero acto de voluntad, podría decirse, incluso, una verdadero acto de
libertad, despojarse de todo mandato que implica vivir.
De allí que sea posible hacer un bosquejo que sirva de directriz inicial, recono-
ciendo la existencia de un abordaje de dicho fenómeno por parte de campos muy
precisos. Se encuentra en la sociología una disciplina que ha sido estudiosa del
tema y abarca de manera fundamental el carácter del sujeto social y la manera
como se relaciona con su mundo exterior, determinante de su decisión indepen-
dientemente de la que ella sea. Son así, entonces, determinantes del suicidio los
comunes denominadores tales como las crisis económicas y los problemas sociales.
Coincidiendo con autores como Velasco y Pujal (2005), es posible pensar que
para Durkheim el suicidio esté determinado por causas sociales y por tanto es
posible explicarlo. A partir de este pensamiento, la sociología se ha visto benefi-
ciada para darles validez científica a sus estudios. Los estudios sociológicos, por
tanto, solo se han interesado en agregarles a los números una lista de causas,
entre las cuales podemos mencionar drogadicción, crisis económica, desempleo,
desintegración familiar, etc.
En resumen, tal y como lo proponen autores como Palacios (2010), las in-
vestigaciones sociológicas adoptan, en su mayoría, las estadísticas planteadas
por dicho autor como método de abordaje, comprensión y explicación de los
comportamientos sociales del individuo, cerrándose de esta manera a un plan-
teamiento netamente positivista.
De otra parte, dentro de los enfoques con vigencia actual sobre el estudio del
suicidio, este se deriva de las teorías organicistas, dentro de las cuales autores
como Contreras y Gutiérrez (2007), manifiestan que en el suicida se presentan
anomalías en la neurotransmisión serotonérgica de la corteza prefrontal, el hipo-
campo, el hipotálamo y el tallo cerebral, que al presentar algún daño producirán
en el individuo cierto grado de desinhibición conductual y un incremento de la
impulsividad. Dicha disfunción –sin presentar hallazgos contundentes– da lugar
a una propensión al suicidio.
También con esta ocasión se volvió patente el dominio que sobre su perturbación
psíquica ejercía el afecto de angustia. Así como tras la muerte de su padre le
sobrevino un estado calmo, también se tranquilizó ahora, después que se pro-
dujo lo que temía. No, en verdad, sin que los primeros tres días con sus noches,
siguientes a la mudanza, los pasara sin dormir ni probar bocado, con repetidos
intentos de suicidio. (p. 53)
Lo hasta ahora planteado permite señalar una dinámica del suicidio compleja
correspondiente a principios subjetivos que determinan los aspectos de la vida
Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad IV 145
de todo sujeto. Freud (2006), al abordar el tema crucial de las pulsiones, muestra
una dirección precisa cuando plantea que “Sobre la base de consideraciones
teóricas, suponemos una pulsión de muerte, encargada de reconducir al ser vivo
orgánico al estado inerte, mientras que el Eros persigue la meta de complicar la
vida” (p. 41).
De lo anterior puede extraerse una reflexión que implica tres elementos, a saber:
1. La tarea y función de la libido, en el sentido de tornar inofensiva la pulsión de
destrucción ayudado por la musculatura, a lo que Freud denomina sadismo
y que en caso de fallar la libido en cuanto a dirigirse a los objetos del mundo
exterior, Freud lo ubica en el campo de un masoquismo secundario.
2. Hace referencia a un monto pulsional al servicio de la sexualidad el cual
facilita mantener un vínculo de retorno. Al respecto, Freud hace un llamado
a aclararlo en un masoquismo primordial, el cual se convierte en el tercer
elemento de reflexión.
3. La propuesta de un masoquismo secundario y la forma como Freud lo aborda
y señala como se presenta en la clínica psicoanalítica.
Nos encontramos que el paciente que pone resistencia, nada sabe de ella. Y
no solo el hecho de la resistencia le es inconsciente; también sus motivos (…).
Dichos motivos están íntimamente ligados a una intensa necesidad de castigo
que solo se podrían clasificar como deseos masoquistas (Freud, 1991d, p. 00).
Los lazos permiten que el sujeto no este solo en el mundo, esto es, que ocupe
un lugar en relación con el Otro, y es envestido por representaciones y afectos. Es
una forma de significar algo para alguien, lo cual ubica al sujeto en una construc-
ción social de suma importancia que condiciona su desarrollo psicológico. Es así
Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad IV 147
De tal manera que cuando estos lazos afectivos se rompen por algún tipo de
separación (suicidio, desamor, asesinato, desaparición forzada, etc.), trae consigo
un estado afectivo de gran intensidad emocional denominado duelo.
Entre alguna de las manifestaciones más comunes en el proceso del duelo pa-
tológico se encuentran: a. un profundo y doloroso abatimiento; b. la pérdida del
interés por el mundo exterior; c. la pérdida de elegir un nuevo objeto de amor,
y d. una inhibición de toda actividad o trabajo productivo. Estos fenómenos
148 El duelo como desencadenante del suicidio
El sujeto no pierde solamente el objeto externo, además pierde una parte del
mundo interno. Entonces, el doliente no sufre solo por la pérdida del objeto, sino
por la pérdida de una parte del yo que resultaba involucrada en la constitución
de la relación con el objeto.
Esto lleva a la misma línea de reconocimiento de los niños ante los padres,
enlazada en las preguntas: ¿qué tanto me quieres?, ¿qué represento para ti?, etc.,
cuyas posibles respuestas se encuentran encarnadas en los objetos afectivos. Por
consiguiente, lo que se lleva el objeto perdido es esa ligazón de representación
que permitía una significación especial al sujeto. En este caso en particular, lo que
se pierde es la posibilidad de seguir siendo amado o reconocido por el otro que ya
no se encuentra. Cada vez que se enfrenta a una pérdida, se reviven experiencias
anteriores infantiles tanto de satisfacción y contención como de consuelo. Así,
una pérdida afectiva desencadena una serie de afectos de gran intensidad, como
la angustia y el dolor ligados a la historia del sujeto.
Sin embargo, tanto la angustia como el dolor son dos afectos diversos que se
pueden asociar entre sí, incluso en algunos casos suelen confundirlos, pero su
manifestación da cuenta de procesos internos diversos. “El dolor es, por tanto,
la genuina reacción frente a la pérdida del objeto [contrario a la angustia que
surge] frente al peligro que esa pérdida conlleva, y en ulterior desplazamiento,
al peligro de la pérdida misma de objeto” (Freud, 2011, p. 59). En consecuencia,
estos afectos encuentran vía de manifestación ante el peligro del corte de los
lazos, de la separación y pérdida de los objetos afectivos. Sin embargo, es el dolor
el afecto directamente asociado a la pérdida, mientras la angustia aparece solo
como una señal de alarma ante el peligro de una posible pérdida.
Ahora bien, el dolor que atañe un estado afectivo desencadenado a una pérdida
de un objeto amado es un dolor anímico o psíquico, como modo de diferenciarlo
del dolor físico o corporal que actúa sobre la superficie del cuerpo, debido a que
la investidura libidinal, recae sobre el propio organismo, como una forma de
investidura narcisista, pues el lugar doliente es el propio cuerpo. En el caso del
dolor psíquico, se trata de una investidura de objeto, esto es, un objeto en el cual
recae una serie de representaciones enlazadas a la subjetividad de cada persona.
Hay que recordar nuevamente la importancia de los lazos afectivos establecidos
desde el nacimiento mismo del niño con sus padres o cuidadores. Se trata de lazos
que determinan un devenir afectivo para el sujeto. Pues bien, estos lazos son la
base que determina las futuras relaciones que se establecen con los objetos. La
forma de ligarse con el mundo está determinada por estos primeros encuentros
y desencuentros. De allí que lo que se pierde, más que la persona u objeto, es
150 El duelo como desencadenante del suicidio
Entonces, ante el dolor por la pérdida aparece el duelo como respuesta psí-
quica, pues hasta el momento ya se ha dejado lo suficientemente asentado que
efectivamente el duelo es la respuesta inmediata del ser humano ante una pérdida
afectiva. Esto quiere decir que el duelo no aparece ante cualquier pérdida, sino
ante los objetos enlazados afectivamente, por lo cual traen consigo una investi-
dura o representación ligada al sujeto, y sobre dicha investidura y representación
es sobre lo que recae el duelo.
El duelo se genera bajo el influjo del examen de realidad, que exige categóri-
camente separarse del objeto porque él ya no existe más y su función primera es
el de elaborar y procesar el dolor. Sin embargo, ¿en qué consiste dicha elabora-
ción del duelo? La elaboración del duelo es “la serie de procesos psicológicos, el
trabajo psicológico que, comenzando con el impacto afectivo y cognitivo de la
pérdida, termina con la aceptación de la nueva realidad interna y externa del
sujeto” (Tizón, 2007, p. 1). El sujeto, tras evidenciar la pérdida irremediable de
su objeto, le surge el deseo inexorable de quitar toda libido ligada al objeto, como
una forma urgente de sobrellevar el dolor, buscando con ello un nuevo objeto
al cual investir con su libido, intentando remplazarlo. “Pero a ello se opone una
comprensible renuncia; universalmente se observa que el hombre no abandona de
buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma” (Freud,
2010, p. 42). Por esta razón, se atenúa el dolor y con ello el difícil proceso de
aceptación de la pérdida, pues no recae en la voluntad y en la consciencia la
capacidad de sustitución del objeto. Esto obedece, como se dijo, a la historia y a
las experiencias personales de cada sujeto, esto es, a su subjetividad.
El sujeto debe trabajar en pro de la elaboración del duelo, logrando así tramitar
el dolor como una vía de salvaguardar la integridad subjetiva en pro de un estado
afectivo suficiente que le permita al sujeto amar y trabajar. “Debe, entonces,
realizar el trabajo de llevar a cabo ese retiro del objeto en todas las situaciones
en que el objeto [objekt] fue asunto [gegenstand] de una investidura elevada”
(Freud, 2011, p. 61). Es así que solo frente a una verdadera pérdida (pérdida
cargada de afectividad), el duelo se elabora, de tal manera que su trabajo consiste
en la capacidad de desligar la libido investida en el objeto perdido, aun cuando
esta operación resulta realmente dolorosa. No es un proceso instantáneo. Por el
contrario, por su complejidad es un proceso que avanza lentamente conforme
a la subjetividad de cada quien. Es un trabajo arduo, pieza por pieza con gran
gasto de tiempo y energía. “Cada uno de los recuerdos y cada una de las expec-
tativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y
Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad IV 151
Este estado solo se diferencia del duelo normal en cuanto se caracteriza por
la perturbación del sentimiento de sí, el rebajamiento y empobrecimiento ex-
traordinario del yo. Mientras en el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío,
en la melancolía, eso le ocurre al yo. De tal manera que el sujeto se desprecia a
152 El duelo como desencadenante del suicidio
Todo sufrimiento vela un conflicto interno que constituye el meollo del pa-
decimiento neurótico. Y es allí, en el corazón del ser del sujeto –su inconscien-
te– donde se puede encontrar la respuesta a la pregunta del malestar subjetivo.
Entre tanto, también la respuesta a la pregunta por el suicidio y las razones que
pudieran llevar a un sujeto a ejecutar el acto suicida, pues ¿cuáles podrían ser
las incitaciones que pueden causar el empobrecimiento de la vida propia, hasta
reducirla a la muerte?
Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad IV 153
Una vez más, que este precepto tenga eficacia radica en la significancia que se
haya instaurado en el sujeto conforme a la relación con el Otro. Pues bien, sobre
algunas subjetividades este precepto reza de forma inversa. El imperativo incita
a la ejecución del acto: podrás atentar contra otros, e incluso contra ti mismo.
154 El duelo como desencadenante del suicidio
Ahora bien, Freud (1997) da cuenta de que los procesos psíquicos inconscien-
tes asociados al suicidio tienen aún mayor complejidad que la descrita hasta el
momento. Señala: “Los impulsos suicidas de nuestros neuróticos resultan ser,
por regla general, unos autocastigos por deseos de muerte dirigido a otros” (p.
55). Esto se vislumbra en el duelo patológico dadas las características de su
proceso. En un primer momento se entabla la elección de objeto de amor y los
lazos afectivos (libido) ligados allí. Luego, deviene la separación o pérdida que
desencadena una sacudida de tales vínculos y dicha pérdida da lugar al duelo
acompañado del dolor que implica este proceso.
Esto puede desencadenar un resultado normal por medio del cual el sujeto
logra elaborar el duelo sin inconveniente tramitando el dolor y retirando su libido
del objeto perdido para desplazarlo progresivamente a un nuevo objeto o bien
podría darse un duelo patológico en el cual la libido no pudo ser desplazada a
otro objeto exterior, dada la sobreinvestidura que recae sobre el objeto. Quiere
decir esto que el objeto fue investido con una gran concentración de libido,
haciendo con ello que se dificulte el desprendimiento total de la libido ligada al
objeto, de tal manera que dicha libido recae sobre el propio yo incorporándolo,
esto mediante el proceso de identificación, el cual es entendido como “Proceso
psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un
atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de este”
(Laplanche y Pontalis, 2004, p. 84).