El siglo XVII supone el fracaso de los esfuerzos imperialistas españoles y
el ascenso de otras nuevas naciones en Europa. En estas naciones se van a imponer dos sistemas de gobierno claramente diferenciados. Por un lado, nos encontramos con el Parlamentarismo cuyos países más representativos son Holanda e Inglaterra, y por otro lado con el Absolutismo, representado por Francia.
En las naciones absolutistas, el monarca se encarga del trato con los
ministros extranjeros y la determinación de la política exterior, de la resolución de los problemas económicos y de los problemas sociales. Las funciones de los ministros y ayudantes del rey serán las de ejecutar las órdenes que les son dadas. En los países parlamentarios, todas las funciones eran ejecutadas no sólo por el monarca, sino también por un grupo de potentes comerciantes y navieros acaudalados que alcanzan un poder que llegará a superar el ejercido por el monarca.
Los países parlamentarios van a disponer de un órgano político,
denominado Parlamento, que va a ser el poseedor de todo el poder de la nación. Por ejemplo, Holanda, estará dirigida de forma directa por el Parlamento. En los países absolutistas, el Parlamento carece de importancia. En este tipo de países los actos realizados por el monarca nunca han de ser comunicados al Parlamento.
Los objetivos de los países absolutistas fueron el engrandecimiento de
sus fronteras mediante continuas guerras con sus vecinos. Por otro lado, los países parlamentarios van a defender una idea de equilibrio dentro del continente. Pretenderán que ninguna nación domine sobre otra y que se mantenga un "equilibrio europeo". Para conseguirlo, cada vez que una nación intentaba imponerse sobre las demás, todas se unían y luchaban contra ella.