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El proyecto de Ramos Mejía contribuyó al aumento del control sobre el quehacer de maestros y
alumnos en las aulas, por parte de la burocracia central del sistema educativo. A su vez, la puesta
en marcha de la ley Láinez (1905), expandió la influencia del Estado Nacional en los sistemas
educativos provinciales, quedando un número creciente de escuelas bajo la dirección de la
Nación.
En este marco de balances sobre el sistema educativo, también se levantaron las voces críticas
de anarquistas y sectores medios de la sociedad.
Los diagnósticos anarquistas atacaban al sistema educativo por considerarlo autoritario, basado
en rígidas normas disciplinarias fundamentadas en un sistema de premios y castigos. Estos
sectores, por el contrario, defendían a ultranza una educación basada en la libertad del niño y en
el respeto a un espíritu crítico. En ese sentido impulsaron una educación alternativa basada en
una metodología de enseñanza donde se combinaba el trabajo manual e intelectual.
Por su parte, las clases medias reclamaban la ampliación de su participación política, lo que tuvo
un fuerte impacto en el campo educativo. En la universidad, los estudiantes pugnaron por la
democratización en la Reforma Universitaria de 1918. También, la discusión sobre la reforma en la
enseñanza media giró en torno del proceso de ampliación política. Así, se debatió sobre el
carácter elitista de la educación secundaria, su enfoque enciclopedista y la forma de transformarla,
acorde con las necesidades políticas y económicas del momento.
Ideas pedagógicas
En las primeras décadas del siglo XX la “escuela nueva” comenzó a tener enorme impacto en los
ambientes educativos argentinos. Esta corriente pedagógica más que una propuesta orgánica y
articulada, fue un conjunto variado de ideas y posiciones, cuyo factor común fue la renovación de
las prácticas en el aula y en la escuela. Sus planteos centrales concebían al niño como centro del
proceso de aprendizaje, y promulgaban la democratización de la escuela y de la relación maestro
– alumno.
La “escuela nueva”, se difundió en el momento de expansión de la educación y en una etapa en la
cual crecieron las demandas gremiales. Ello contribuyó a que el sistema educativo fuese
permeado por las críticas pedagógicas, y planteos alternativos a través de diversas vías, como las
acciones de los maestros dentro, y fuera de las instituciones escolares.
Este proceso de renovación fue simultáneo a la institucionalización de los estudios pedagógicos, y
ganó nuevos espacios cada vez más especializados. Cabe mencionar, por ejemplo, la creación de
la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad de La Plata (1914), y del Instituto de
Didáctica en la Universidad de Buenos Aires (1927).
De este modo, se dio un rico e intenso movimiento que significó el fortalecimiento del campo de la
pedagogía y la didáctica en un clima de producción y debate.
Prácticas en el aula
La homogeneización de la experiencia en las escuelas fue un rasgo predominante de la segunda
mitad del siglo XX, mediante la unificación de los programas, actividades, y materiales de trabajo.
Sin embargo, los métodos pedagógicos promovieron la creatividad y la experimentación en el
aula, generando en simultáneo un proceso inverso.
La pretendida ‘homogeneización’ se implantó a través de un conjunto de rituales y actividades
destinadas a formar el sentimiento patriótico. Hasta ese momento, cantar el himno nacional, izar la
bandera, o conmemorar la independencia, no formaban parte de la experiencia común de todos
los niños, ya que eran prácticas que se realizaban sólo en algunas escuelas. Hacia 1910,
comenzó a considerarse imprescindible a estos rituales, para formar un sentido de pertenencia al
país, entre las nuevas generaciones.
A su vez, se ‘homogeneizaron’ las prácticas educativas mediante reglamentos, instrucciones y la
supervisión de inspectores y autoridades intermedias del sistema. En cuanto a los contenidos, las
regulaciones estuvieron limitadas a lineamientos concretos, emitidos a partir de temáticas o
situaciones particulares, sin que se realizara una reforma completa de los programas a escolares.
Por otra parte, los cambios derivados de la difusión de la pedagogía y la didáctica, tuvieron un
fuerte impacto en las prácticas educativas de la época. En efecto, el crecimiento en el número de
maestros egresados de las escuelas normales, sumado al control sobre el quehacer educativo por
parte del aparato burocrático estatal, contribuyeron a la utilización de nuevos métodos de
enseñanza en las aulas. A su vez, estas tendencias fueron acompañadas por iniciativas
provenientes de ámbitos no oficiales, tales como revistas, pensadores y agrupaciones gremiales.
La reflexión sobre la niñez, el aprendizaje, la relación docente – alumno, y los métodos de
enseñanza, eran parte de la formación docente. También, circulaban en libros, revistas de la
época, y en conferencias de maestros y autoridades educativas. De este modo, se expandieron
las ideas y métodos pedagógicos centrados en la actividad de los alumnos, la experiencia propia,
el estímulo de las actividades al aire libre, el trabajo en grupos, y el uso de técnicas y materiales
educativos.
En cierto modo, estas perspectivas operaron en sentido contrario a la homogeneización, ya que la
renovación pedagógica insistió en el valor de la imaginación, la creatividad y la relación
personalizada entre maestros y alumnos en el proceso de aprendizaje. De todos modos, en la
escuela de la época convivieron prácticas y métodos.
Ideas pedagógicas
Con el agotamiento del positivismo surgió el espiritualismo que apuntaba a una educación integral:
cuerpo, mente y alma. De esta forma, la escuela tradicional comenzó a perder espacio y ese lugar
fue ocupado por la denominada “Escuela Nueva”, que se encargaría de centralizar la educación
en el alumno y en el rescate de las posibilidades con las que cuenta él mismo para “el hacer”.
La pedagogía innovadora comenzó a contar con nombres propios como José Rezzano, que
influenciado por John Dewey, coloca en debate la concepción de una educación integral formando
ciudadanos para el mercado laboral, Clotilde Guillén de Rezzano, que introduce la pedagogía de
Decroly, las hermanas Olga y Leticia Cossettini, Florencia Fossatti, Delia Etcheverry, Aníbal Ponce
y el uruguayo Jesualdo, entre otros.
Las ideas de renovación que circularon por las aulas, se vieron siempre acompañadas de ritos
escolares como por ejemplo las marchas militares, los desfiles escolares y la veneración a los
héroes nacionales entre otros, buscando de esa forma la educación del nuevo ciudadano.