¿Q u é hace riro a un país? Sólo como entretenimiento,
hágase una lista de las ideas propias sobre ello, -y después compáreselas con las semejantes de los hombres ingenio sos de los siglos xvii y xvm , muy interesados en el tema, porque pensar en términos de un Estado nacional, de una nación entera, en vez de una ciudad, les presentaba nue vos problemas. Tenían que considerar no lo que era mejor para la ciudad de Southampton, o la ciudad de Lyon, o la ciudad de Amsterdam, sino lo que era m ejor para Ingla terra, o para Francia, o para Holanda. Les interesaba transferir al campo nacional los principios que habían he cho a las ciudades ricas e importantes. Y a logrado el E sta do político, volvieron su atención al Estado económico. Las cosas que escribieron y las leyes que propugnaron, fueron todas en términos nacionales, para todo el país. Los Gobiernos aprobaban leyes que creían traerían riqueza y poder a la nación entera. Persiguiendo esa finalidad, no perdían de vista cada faceta de la vida diaria y delibera damente cambiaban, moldeaban y regulaban todas las ac tividades de sus súbditos* L as teorías expresadas y las leyes promulgadas han sido clasificadas nítidamente por los his toriadores como el “ sistema mercantil'’ . Pero en verdad, no era realmente un sistema. El mercantilismo no era un sistema en nuestro sentido de la palabra, sino más bien un número de teorías económicas predominantes, aplica das una y otra vez por el Estado, en un esfuerzo por con 148 D EL FEUDALISM O AL CAPITALISM O 149
seguir la riqueza y el poder. Los estadistas se interesaron
en este problema, no porque les gustara sentarse y pensar sobre ello, sino porque sus Gobiernos lo tenían siempre encima, por su penuria y su gran falta de dinero. Q ué hace rico a un país, entonces, no era sólo una cuestión académ ica. Era una cuestión real, que tenía que ser con testada. En el siglo xvi, España era quizá la nación m ás rica y más poderosa del mundo. Cuando los hombres inteligentes de las otras se preguntaban a sí mismos la razón, creían haber encontrado la respuesta en el tesoro que afluía á España de sus colonias de América. Oro y plata. M ientras más de estos metales hubiese en un país, más rico sería éste. Eso parecía tan cierto para las naciones, como cierto era para los individuos. ¿Q u é es lo que hace que las rue das del comercio y de la industria giren con más rapidez? Oro y plata. ¿Q u é es lo que permite a un monarca orga nizar un ejército para combatir a los enemigos de su reino? Oro y plata. ¿Q u é es lo que compra la sólida m adera con que se construyen los barcos, o el maíz 'que cae en las bocas hambrientas, o el paño de lana que cubre las espaldas del pueblo? Oro y plata. ¿Q u é hace a un país lo bastante fuerte para vencer a un enemigo? ¿C u ál es ei corazón de la guerra? Oro y plata. Entonces, la posesión del oro y la plata, la cantidad de barras de los dos m eta les preciosos que hay en una nación, es el índice de su riqueza y poderío. L a mayoría de los escritores de este período m achaca ron en la idea de que “ se supone que un país rico, lo mismo que un hombre rico, tiene dinero abundante; y conservar el oro y la plata en cualquier país, se supone también que es la manera mejor de enriquecerlo” . T an recientemente como 1757, Jcseph Harris, en Un Ensayo Sobre el Dinero y las M onedas, escribió: “ El oro y la plata, por muchas razones, son de los metales cono cidos los más apropiados para guardar: son duraderos; convertibles en cualquier forma, sin daño; de gran valor 150 LOS BIENES TERRENALES DEL HOMBRE
en proporción a su volumen; y siendo ambos el dinero del
mundo, son el cambio más manuable p ara todas las cosas, y el que con m ás prontitud y seguridad obtiene toda clase de servicios” . Si los Gobiernos creen esta teoría de que mientras más nro y plata haya en un país, más rico es éste, entonces su próximo paso es obvio: aprobar leyes prohibiendo sacar los dos metales de la nación. U n Gobierno después de otro así lo hicieron, y las leyes “ Contra la Exportación r'el O ro y la Plata” fueron frecuentes. He aquí una, de Inglaterra: “ Se ordena por 'a autoridad. . . del P arla mento, que nadie podrá llevar o hacer llevar fuera de este Reino de Gales o de ninguna parte del mismo, ninguna clase de Dinero de la M oneda de este reino, ni Dinero de la M oneda de otros Reinos, Países o Señoríos, ni Lám i nas, o Vasos, o Barras o Joyas de Oro, guarnecidos o no, o de Plata, sin licencia del Rey” . Los informes noticieros de los agentes de la Banca Fug- ger a la casa central, pudieran ser com parados a los de The Associated Press (Prensa Asociada) de hoy. En cada lugar importante había estacionados corresponsales que comunicaban una información sobre los grandes aconteci mientos tan pronto como los conocían. He aquí unos “ flashes” de las C artas Noticieras Fugger: “ Venecia, diciembre 13 de 1596.— El Rey de España ha ordenado severamente que no se exporte oro o plata de su reino, ni sean usados con finalidades comerciales.” “ Rom a, 29 de enero de 1600.— El chambelán del Papa ha hecho que todas las monedas de plata locales y extran jeras sean evaluadas de nuevo, y prom ulgado un decreto que fija que nadie, en el futuro, podrá salir de aquí con m ás de cinco coronas.” T ales medidas podían retener dentro de un país el oro y la plata que ya tuviesen. Y las naciones que tenían minas dentro de sus fronteras, u otras, como E sp?ña, lo bastante afortunadas para poseer colonias con minas ubé- DEL FEUDALISM O AL CAPITALISMO 151
rrimas en oro y plata, podían aum entar constantemente
sus existencias de metal. Pero, ¿qué de los países que no tenían ni unas ni otras? ¿C óm o podrían enriquecerse ad mitiendo, como algunos mercantilistas, que el dinero sig nifica riqueza? Para estos países, los mercantilistas ofrecieron una feliz solución. L a “ balanza favorable de comercio” . ¿Q ué sig nificaba esto? En Políticas p ara Convertir este Reino de Inglaterra a un Próspero y Rico Estado, escrito en 1549, encontramos la respuesta a esta pregunta: “ L a única m anera para hacer que una gran cantidad de barras de oro o plata venga de otros reinos a las casas de acuñación del rey, es que una gran cantidad de nuestras mercancías sean llevadas anualmente a ultram ar, y menos cantidad de ellas sean traídas a In glaterra. . . Si tal fórmula puede ser hallada, yo aseguro a Vuestra G racia que no es imposible ni inverosímil enviar por los M ares cada año mercancías por valor de un millón cien mil libras, y recibir a su vez en toda clase de mercancías sólo el valor de seiscientas mil libras; y recibiremos en pago por las otras, quinien tas mil libras, ya en oro en barras o moneda acuñada1 inglesa” . Cualquier país aum entará su abastecimiento de oro, argüían los mercantilistas, dedicándose al comercio exte rior, teniendo siempre sumo cuidado en vender a las otras naciones, m ás de lo que les compraban. L a diferencia del, valor de sus exportaciones y el valor de sus importaciones tendría que pagárseles en metal. L a English E ast India Com pany tenía en su C arta una cláusula que le daba derecho de exportar barras de metal1 precioso. Cuando en el siglo xvii muchos panfletistas a ta caron a la empresa por enviar riqueza fuera de Inglaterra, uno de sus directores, T hom as M un, defendió a la com pañía en un libro famoso titulado L a Riqueza de In gla terra por el Comercio Extranjero. Este título indica la índole de la defensa. M un sostenía que mientras la East 152 I OS BIENES TERRENALES DEL HOMBRE
India enviaba oro y plata al Oriente para comprar artícu
los allí, esos artículos eran después reexportados de Ingla terra a otros países, o m anufacturados en Inglaterra, para ser m ás tarde revendidos a otros países. E n ambos casos mucho dinero afluía a la nación, lo cual justificaba la previa exportación del oro y la plata. Tam bién argüía M un que la manera realmente importante de aum entar la riqueza del Estado, era vender al extranjero más que lo que se com praba a éste, para mantener así una balanza favorable del comercio. “ El mejor medio para aumentar nuestra riqueza y nuestro tesoro, por consiguiente, es el Tráfico Exterior, por lo cual debemos observar esta regla: vender anualmente más al extranjero que lo que consu mimos de sus productos, porque la parte de nuestra ex portación que no vuelve a nosotros en mercancías, debe necesariamente volver en dinero. Cualesquiera que sean los procedimientos que empleemos para atraer riqueza al Reino, ésta siempre quedará con nosotros, mediante la balanza favorable del comercio” . El truco, entonces, era exportar mercancías o productos valiosos, importar sólo lo que se necesitase, y recibir la diferencia en efectivo. Esto significaba estimular la indus tria por todos los medios posibles, debido a que los pro ductos industriales eran más valiosos que los de la agri cultura, y así se venderían m ejor en los mercados extran jeros. Además, lo que era igualmente importante, tenien do la industria propia en el propio país, fabricando las cosas que el pueblo de éste necesitaba, equivalía a tener que comprar menos a los extranjeros. Esto era un paso en la dirección de lograr la balanza favorable de comer cio, al tiempo que se hacía al país autosuficiente, inde pendiente de los demás. U n a nación después de otra comenzó a preocuparse en el importante problema de cómo ayudar m ejor a sus viejas industrias a prosperar, y a las nuevas a empezar. En la Baviera de M axim iliano i, en 1616, fue designado un T rust de los Cerebros, para considerar la cuestión: DEL FEUDALISM O AL CAPITALISMO 153
“ Se resuelve que se nombre a personas especiales que en
días fijados de cada semana se reúnan y con diligencia discutan y deliberen. . . los medios por los cuales ejercerán m ás comercios y oficios en el país, y cómo se les conti nuará inútilm ente. . . ” ¿C uáles fueron algunos.de los medios que estos “ trusts de los cerebros” , en Baviera y en otros países, conside raron como los más convenientes para levantar la indus tria? Idearon muchos. U no fue la subvención por los Gobiernos a los artículos m anufacturados para la exportación. . . El fabricante de cuchillos que recibía un subsidio del Gobierno por cada docena de cuchillos que produjese, probablemente se esfor zaría en hacer m ás y más cuchillos. Y a los fabricantes de sombreros, de lana, de municiones, de lienzos, segura mente les pasaría lo mismo. Las subvenciones del Gobier no a la producción, tuvieron la finalidad de estimular la m anufactura. Otro fue la tarifa proteccionista. Los familiarizados con la historia de los Estados Unidos se inclinan al error de creer que la idea de protección arancelaria contra los artículos importados, fue original de Alexander Hamilton, Secretario de H acienda de George Washington. N o es cier to. L a tarifa proteccionista para “ alentar” a las industrias jóvenes fue una invención tan antigua como los mercan- tilistas, y probablemente más. He aquí una súplica de ayuda para una industria joven, escrita en Inglaterra antes de que Hamilton naciera: “ Creo ahora, señor, haber de mostrado que la industria del lienzo está en su infancia en Inglaterra e Irlanda, y que por consiguiente es impo sible para nuestro pueblo vender tan barato. . . como los que tienen esta m anufactura establecida desde hace mu cho tiempo, y que por esta Razón, no podemos hacer grandes o rápidos progresos en esta m anufactura, sin al gún estimulo público” . El estímulo público que este fabricante pedía vino en la forma de protección contra la competencia extranjera, 154 LOS BIENES TERRENALES DEL HOMBRE
mediante altos derechos a los artículos manufacturados
que se importasen. Hubo casos en que los Gobiernos hasta prohibieron la importación de ciertos artículos, bajo nin guna circunstancia. No sólo se iba a fomentar la industria con subvencio nes y altas tarifas, sino que se estimuló por todos los me dios posibles a los obreros extranjeros expertos que pu dieran introducir nuevos oficios o nuevos métodos, para establecerse en el país. Los artesanos de otras naciones fueron atraídos con privilegios tentadores, como exención de impuestos, casa gratis, un monopolio por cierto núme ro de años para la fabricación de su producto, y présta mos de capital para invertirlo en los equipos necesarios. Cuando no se podía inducirlos al traslado por su propia voluntad, ocasionalmente los Gobiernos recurrieron al se cuestro. Colbert, que fue el Mussolini de su tiempo, en el que desempeñó muchos puestos en el Gabinete de la Fran cia del siglo xvn, tuvo empeño particular en lograr que artesanos extranjeros viviesen y trabajasen en el país. Y estacionó agentes en otras naciones, con la única misión de reclutar obreros, por los medios que fuese. El 28 de junio de 1669 escribió a Ai. Chassan, Ministro francés en D resde: “ Sírvase continuar ayudándole (al agente re clutador) de todas Jas maneras que le sea posible, para que tenga éxito en su labor. Espero que el buen trato que será dado a los metalúrgicos que él ya ha traído a F ran cia, le permitirá contratar otros para nuestras fábricas” . Se tomaban estrictas precauciones para el regreso a sus patrias de esos obreros, como también se las tom aba con tra los artesanos nativos que deseaban ir a otros países, y dar o vender allí sus secretos del oficio. Hubo un episo dio dramático, sin embargo, con la expulsión por motivos religiosos de grupos numerosos de gentes industriosas, ca pacitadas, hábiles artesanos y comerciantes. D e un lado, Francia hacía todos los esfuerzos imaginables para atraer a su suelo trabajadores expertos; y de otro, con la expul DEL FEUDALISM O AL CAPITALISM O 155
sión de los hugonotes, en el siglo xvii , se deshizo por la
fuerza de muchos de sus m ejores artesanos. U na prueba interesante de que los Gobiernos se preo cupaban realmente del bienestar de los artesanos extran jeros, aparece en una carta de la Reina Isabel de Ingla terra escrita en 1566 a los magistrados de Cum berland y Westmoreland. En una época en que marcar con hierro candente, cortar las orejas, las piernas o los brazos, y ahorcar, eran castigos corrientes por delitos ordinarios, es decir, en una época en que la vida era barata, véase qué intranquila estaba la Reina por la muerte de un solo alem án: “ Considerando que ciertos Alemanes, con el pri vilegio de nuestras C artas bajo nuestro Gran Sello de In glaterra, con su gran trabajo, su pericia e inversión de dinero, recuperaron de las montañas y rocas nuestros con dados de Westmoreland y Cumberland gran cantidad de minerales, con la plena intención de haber continuado haciéndolo, han sido asaltados últimamente, de manera tumultuosa y contraria a nuestra paz y nuestras leyes, por un gran número de persanas desordenadas de nuestros dichos condados, de lo cual siguió el homicidio y asesi nato de uno de los mencionados Alemanes, con el temor consiguiente de toda su compañía, nosotros. . . por consi guiente. . . les encargamos y ordenamos a ustedes, apre hender y seguramente retener en prisión a tantos partici pantes como fuera ocasión, en el mencionado tumulto o asesinato. . . Y que también vigilen y vean que los citados Alemanes en todos los momentos, desde ahora, sean trata dos .amistosa y tranquilamente. . Así como los extranjeros cuya habilidad beneficiaría a la industria iban a ser protegidos, los inventores de nuevos procesos eran ayudados por el Gobierno. Cuando Jehan de Bras de Fer inventó en 1611 un nuevo tipo de hilan dería, le fue concedido un monopolio por veinte años, semejante a las patentes oficiales de hoy: “ Nosotros hemos permitido que él y sus asociados construyan hilanderías según su mencionada invención en todas las poblaciones