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Introducción
Podemos encontrar tantas definiciones de evaluación como autores existen, por lo que
optaremos por recoger unas pocas para ilustrar lo que consideramos el “corazón” esencial de la
evaluación educativa.
En la base de la concepción actual de la evaluación, hay una estructura básica característica, sin
cuya presencia no es posible concebir la auténtica evaluación. En primer lugar, hay que
considerar la evaluación como un proceso dinámico, abierto y contextualizado, que se desarrolla
a lo largo de un periodo de tiempo: no es una acción puntual o aislada. En segundo lugar, se han
de cumplir varios pasos sucesivos durante dicho proceso, para que se puedan dar las tres
características esenciales e irrenunciables de toda evaluación:
ende utilice la evaluación como un medio que le permita alcanzar los conocimientos propuestos
en las diferentes disciplinas de una educación formal (Ahumada, 2005, p.12).
Respecto a la evaluación auténtica, Monereo indica que: “La implicación básica del término
auténtico está referida a que la evaluación se basa en tareas que han de ser realistas y
relevantes” (2003; en Cinda: 2014, p.92). En ese sentido, el término “auténtica” también tiene
que ver con que las exigencias cognitivas y tareas que plantea la evaluación deben ser
semejantes a las que cualquier profesional encontraría en su futuro desempeño laboral.
Evaluación de desempeño: En esta perspectiva los estudiantes son evaluados por la creación
de un producto, un proceso de trabajo o por formular una respuesta que demuestre su nivel de
conocimiento dentro de situaciones educativas, significativas y contextualizadas.
Evaluación dinámica: Esta tendencia toma de referente las ideas de Vygotsky acerca de la Zona
de Desarrollo Próximo, ya que mira el proceso de evaluación considerando el potencial del
estudiante, el cual representa la diferencia entre lo que los estudiantes son capaces de hacer
solos y lo que pueden realizar cuando reciben apoyo de otros.
Tal como señala Sarmiento (2013) “la evaluación y la enseñanza auténticas pretenden
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garantizar que los conocimientos y habilidades que adquieren los/las estudiantes puedan ser
aplicados en contextos fuera del aula, lo cual implica que hayan hecho suyo el aprendizaje.”
Asimismo, en palabras de Padilla y Gil: “La idea básica es que, si realmente deseamos enseñar
a los estudiantes para que piensen, decidan y actúen en el mundo real, la tarea de evaluación
que les propongamos debe requerir en algún momento una demostración activa de su
capacidad de poner en acción el conocimiento en contraste con hablar o escribir sobre él”
(2015, p.470).
Es importante subrayar que no todas las tareas de evaluación pueden ser semejantes a las del
campo laboral, ni todas las demandas del campo profesional son reproducibles en el contexto
universitario, por lo que la riqueza de una estrategia evaluativa debiera considerar, primero las
características propias del curso y la disciplina, y luego combinar herramientas de la evaluación
auténtica así como instrumentos más tradicionales, todo ello en concordancia con el tipo y nivel
de las tareas cognitivas, procedimentales, actitudinales y meta-cognitivas definidas en los
resultados de aprendizaje.
3 FUNCIONES DE LA EVALUACIÓN
En el ámbito de la educación superior la evaluación cumple una serie de funciones que tienen
que ver con las distintas necesidades que demanda el proceso de enseñanza aprendizaje tanto
al interior de la institución como desde el sistema educativo y social en el cual funciona. En
general, las diversas funciones de la evaluación pueden agruparse en dos grandes conjuntos:
funciones pedagógicas y funciones sociales.
Las funciones pedagógicas o internas son todas aquellas que tienen que ver
directamente con la adquisición de conocimientos, habilidades y actitudes por parte del
estudiante, así como con la labor directa del docente. El aprendizaje, la motivación y la
capacidad de entregar información y retroalimentación a estudiantes y docentes son
parte de las funciones internas de la evaluación.
Con funciones sociales o externas nos referimos a todas aquellas funciones que la
evaluación cumple en tanto proceso institucional que ocurre en un contexto y sociedad
determinada. Corresponde a los usos que se le da a la evaluación más allá del proceso
mismo de enseñanza aprendizaje. Son aquellas que la sociedad y el sistema educativo
de un determinado lugar y tiempo exige, como la selección (p.e., el caso de las pruebas
de suficiencia académica), la promoción (p.e., el paso de un nivel educativo a otro), la
certificación (p.e., la obtención de un título o grado académico) y la acreditación.
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4 CLASIFICACIÓN DE LA EVALUACIÓN
Heteroevaluación
Autoevaluación
Para que tenga real efectividad y seriedad siempre debiera estar acompañada de algún
tipo de instrumento o pauta, de manera que se objetivice, dentro de lo posible, la
evaluación. También sería adecuado que se exigiera al estudiante una fundamentación
o reflexión de dicha evaluación. Lo que no debiera ocurrir es pedirle al estudiante que
“se ponga una nota” así sin más.
Coevaluación
Evaluación inicial
Evaluación de proceso
Evaluación final
Una vez concluida una parte o la totalidad del proceso educativo de un curso, unidad o
actividad se realiza la evaluación final o de término, que busca dar cuenta de los
resultados obtenidos en dicho proceso. Tradicionalmente es de tipo sumativo, aunque
puede ser también formativa si se ubica al término de una subunidad o parte de una.
No implica necesariamente la aplicación de una “prueba” o “examen”, ya que puede
evaluarse a través de múltiples modalidades (disertación, informe de investigación,
ensayo, entre otros). A pesar de ser de término o final, debiera dar lugar a la revisión y
análisis de sus resultados de manera que permitan tomar decisiones fundamentadas en
la evidencia recogida y registrada en ella.
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Evaluación diagnóstica
Cuando aplicamos una evaluación para conocer qué conocimientos previos traen
nuestros estudiantes, ya sea adquiridos en su vida fuera del aula como producto de los
cursos anteriores, si tienen pre-conceptos que es importante identificar y/o corregir, o
poseen o no habilidades que serán imprescindibles para el desempeño a lo largo del
curso, estamos realizando una evaluación diagnóstica.
Su objetivo no es obtener una calificación -por ello no debiera ser sumativa- sino poder
hacer modificaciones para optimizar el desarrollo del proceso de enseñanza-
aprendizaje, considerando las condiciones que traen los estudiantes, para ajustar
nuestra docencia a esta realidad y llevarlos al nivel ideal declarado en los resultados de
aprendizaje definidos en el programa del curso. Comúnmente la evaluación diagnóstica
se aplica al comienzo de un proceso, curso, unidad o actividad por lo que para muchos
es sinónimo de evaluación inicial.
Evaluación formativa
Este carácter formativo, que el docente puede darle a la evaluación, hace posible que
se constituya en una experiencia de aprendizaje orientadora y motivadora para el
estudiante.
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Evaluación sumativa
CLASIFICACIÓN DE LA EVALUACIÓN
• Inicial
SEGÚN EL
• Procesual
MOMENTO
• Final
• Heteroevaluación
SEGÚN EL • Autoevaluación
EVALUACIÓN AGENTE
• Coevaluación
• Diagnóstica
SEGÚN EL
• Formativa
PROPÓSITO
• Sumativa
5 EVALUACIÓN Y RETROALIMENTACIÓN
De acuerdo a las ideas planteadas por Atkin, Black y Coffey (2001), retroalimentar consiste en
dar respuesta a tres preguntas fundamentales:
En este sentido algunas condiciones para que la retroalimentación sea efectiva y orientada al
aprendizaje (Gibbs y Simpson, 2004, en Padilla y Gil, 2008, p. 472) serían:
identificar de manera oportuna y con precisión cuáles fueron sus errores y aciertos, difícilmente
podrán optimizar su aprendizaje, ni podrán mejorar sus debilidades y fortalecer sus logros a lo
largo del proceso mismo.
6 PLANIFICACIÓN DE LA EVALUACIÓN
Como venimos diciendo, la evaluación ha dejado de considerarse sólo como un elemento más
en los momentos finales de un proceso didáctico, para pasar a considerarse como un proceso
sistemático con sustantividad e identidad propia, que coadyuva al complejo proceso de
enseñanza-aprendizaje. Por ello, es más preciso hablar del proceso de evaluación en el proceso
de enseñanza-aprendizaje, que, como hasta ahora, hablar de la evaluación del proceso de
enseñanza-aprendizaje, viniendo a decir que la evaluación tiene una participación parcial al
término del mismo. Por el contrario, cuando hablamos del proceso de evaluación en el proceso
de enseñanza-aprendizaje, estamos indicando la indisociable participación de la evaluación,
desde dentro, en todo cuanto acontece en dicho proceso en cualquier momento, modo y lugar.
En tal sentido, es fundamental una adecuada planificación de la evaluación que nos permita
proyectar, con fundamento y seguridad, una acción evaluadora organizada e intencional. Dicha
planificación, en definitiva, es la previsión, organización, estructuración y adecuación del
proceso de evaluación que ha de acompañar y propiciar el mejor desarrollo del proceso de
enseñanza y aprendizaje.
La planificación de la evaluación debe estar precedida por la reflexión en torno a los elementos
conceptuales que definirán su orientación. Para ello es necesario responder a interrogantes
como las siguientes: ¿Cuál es nuestro concepto de evaluación? ¿Qué entendemos por evaluar,
o de qué evaluación estamos hablando? ¿Qué se quiere hacer con la evaluación? En otras
palabras, pensar antes de actuar para saber lo que se quiere, anticipando una visión global, lo
más aproximada posible, de las condiciones y circunstancias de la acción evaluadora que se
pretende realizar.
PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
Diseño Acción Docente- Logros
Programación Discente Indicadores
Procedimientos Desarrollo Valoración de datos
Requisitos Aplicación Informes
Criterios Regulación
ACTUACIÓN DEL
ACTUACIÓN DEL
ESTUDIANTE
DOCENTE
7 LA EVALUACIÓN DE LA EVALUACIÓN
Al término de un proceso siempre es conveniente mirar hacia atrás para revisar su desarrollo y
confirmar o redefinir el valor de sus resultados. Es el momento de someter a evaluación el
proceso evaluador que se ha desarrollado. “Evaluar es reflexionar sobre la práctica” (Rosales,
1989); también sobre la práctica evaluadora. Cada docente debe someter a su propia reflexión
el modo y manera de ejecutar la evaluación. En esta metaevaluación puede encontrar un mejor
conocimiento de su práctica docente, y una explicación al rendimiento de sus estudiantes.
Individualmente, o colectivamente como miembro de un equipo docente, tiene en esta fase la
oportunidad de asumir la responsabilidad de reconducir o de mejorar el desarrollo y los
resultados de un proceso en el que es un agente fundamental. Es el momento de tomar
conciencia de sí, con lo que ha hecho y cómo se ha hecho, se han alcanzado los objetivos
didácticos propuestos.
Sin embargo, hay que reconocer, lamentablemente, que en la práctica diaria de muchas aulas y
de muchos centros, la evaluación sigue siendo la hora del examen, el día del examen o la semana
de exámenes. No se trata de denunciar o de responsabilizar a nadie de esta situación. Es un
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La nueva cultura evaluadora lleva consigo cambios muy significativos por parte de los docentes,
sobre todo. Cambiar la concepción y la práctica de la evaluación, lleva necesariamente a cambiar
también la concepción de su enseñanza en favor de un mejor aprendizaje del estudiante.
Plantear la evaluación como centro neurálgico, vertebrador y regulador del proceso de
enseñanza-aprendizaje; dar mayor participación en su desarrollo al estudiante; exigirle mayores
cuotas de responsabilidad en la ejecución de la evaluación de sus propios aprendizajes
(autoevaluación), son algunos de los cambios más trascendentales y necesarios que se han de
producir para poder alumbrar la llueva cultura evaluadora. Estos cambios, lentos y profundos,
en ningún caso deben entenderse como pérdida de autoridad profesional o académica del
profesorado. Al contrario, contribuirán a revitalizar sus funciones, adaptándolas a una situación
de acción pedagógica y de actuación didáctica, donde modificamos los modos, las estrategias y
el método de acción para lograr que los estudiantes consigan sus aprendizajes de forma más
eficiente y satisfactoria. Los niveles de exigencia y los objetivos se mantienen; cambiamos las
actitudes y los modos de proceder, para mejorar el proceso y el resultado del quehacer
didáctico.
El futuro de la evaluación educativa, tal como aquí hemos defendido, pasa porque el docente
asuma conceptual y actitudinalmente planteamientos que, como sugerencias de acción
didáctica, enunciamos a continuación:
El objetivo de la evaluación no es sólo poner notas a los estudiantes. Antes de llegar a esa fase
calificatoria o acreditativa del proceso evaluador, están las fases y funciones: diagnóstica,
formativa, reguladora, motivadora, de diálogo, etc., con que la evaluación acompaña a todo el
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No hay que defender que las pruebas objetivas son mejores que las preguntas abiertas, y
viceversa. Hay que saber seleccionar los instrumentos necesarios que pueden proporcionar la
información más adecuada, para cada caso o situación, según cada circunstancia. La evaluación
no nos sirve, como se viene atribuyendo a los exámenes, para determinar qué estudiantes
fracasan y quiénes tienen éxito. La evaluación no se debe quedar ahí, sino que, por el contrario,
debe aportar información suficiente que explique por qué se producen resultados en términos
de éxito o de fracaso; y sobre todo, que fundamente las decisiones de tratamiento o de mejora
a las situaciones de fracaso. La evaluación no debe ser responsabilidad exclusiva del profesor. El
proceso de evaluación, como el proceso de enseñanza-aprendizaje, es una actividad docente
compartida entre el profesor y los estudiantes. El estudiante, es capaz de reconocer sus
esfuerzos o su desinterés; sus aciertos o errores, etc. Es educativo poner al estudiante frente a
sus responsabilidades, también en la evaluación, fomentando para ello la autoevaluación del
estudiante.
Por último, en un afán de sintetizar las ideas fundamentales hasta aquí expresadas, con la
esperanza puesta en un futuro próximo donde una llueva cultura de la evaluación signifique una
enseñanza de más calidad, proponemos diez claves que contribuirán, sin duda, a conseguirlo.
I. Descartar la evaluación como instrumento o situación con la que hacer valer la autoridad del
docente. El profesor debe dar a la evaluación una importancia similar a la que dé a la enseñanza y
el aprendizaje.
II. Cuando hablamos de evaluación nos podemos referir al estudiante, al docente, a la institución
educativa, al sistema educativo y al entorno.
III. La acción evaluadora, como el resto de la actuación didáctica, necesita que se le dedique tiempo,
no sólo para su ejecución, sino con anterioridad para su diseño y planificación; y, posteriormente,
para su rápida corrección e información.
IV. La evaluación no es el punto final. Debe ser una actitud permanente que acompañe la actuación
didáctica en todos los momentos del proceso: desde su inicio, su desarrollo y su resultado.
V. La evaluación ha de medir productos, pero también procesos. Por tanto, se debe ajustar a la
individualidad de cada estudiante. No puede ser igual para todos por principio.
VI. Una evaluación educativa debe contar con la participación activa del estudiante. Debe implicarle
para que le sea significativa y formativa.
VII. La autoevaluación es un potente elemento educativo, ya que hace que el estudiante se enfrente
consigo mismo, con su trabajo, con su interés..., con datos que sólo él conoce; le obliga a ser
objetivo, autocritico, honrado... y más responsable.
VIII. Los cambios en la concepción y en la práctica de la evaluación llevan necesariamente a modificar
la forma de desarrollar la enseñanza.
IX. La evaluación no debe quedarse en qué se ha aprendido o cuánto se ha aprendido; sino que
también se ha de buscar el porqué y el cómo. Es importante el rendimiento y los resultados, pero
también lo son el proceso y su contexto.
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Referencias bibliográficas
Adaptación para el presente curso, realizada a partir de:
ARREDONDO CASTILLO, Santiago. Compromisos de la evaluación educativa. Ed. Prentice Hall, Madrid,
2002
DRAGO, Claudia. Manual de apoyo docente. Evaluación para el aprendizaje. Universidad Central de Chile.
Santiago, 2017
SALINAS SALAZAR, Marta Lorena. La evaluación de los aprendizajes en la universidad. S.e. Medellín, 2001
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