Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Polo L - Significado Del Pudor
Polo L - Significado Del Pudor
Lo primero que conviene decir es que hay varias maneras de enfocar este
asunto. La primera está en Aristóteles y también en Tomás de Aquino. Se
considera el pudor no exactamente como una virtud, sino como un
sentimiento y una pasión del alma vinculado a cierto tipo de
manifestaciones. Cuando falta se habla de desvergüenza. Así pues, desde
este punto de vista, el pudor se confunde con el sentimiento de vergüenza.
Otra manera de afrontar el pudor es la que proponen los filósofos
personalistas. Esta nueva presentación del asunto sostiene que es
característico de la persona ser pudorosa. Si se fija la atención en la persona
humana el pudor adquiere un nuevo significado que es un desarrollo de lo
anterior. El pudor acompaña siempre a la persona y su desaparición
comporta una disminución de la personalidad. El pudor es como la
salvaguarda de la intimidad, la prueba de que la persona posee intimidad y
no existencia meramente pública.
Para otros el pudor es un prejuicio injustificado del que conviene librarse. Se
destaca su carácter convencional, en dependencia con las diversas culturas,
por lo que no se puede decir exactamente qué sea en sí mismo. Es claro que
el pudor ofrece muchas variantes y que no tiene, por así decirlo, unas reglas
fijas, pero también es claro que en todas las culturas el pudor aparece. La
clave del pudor está en que el hombre es un ser personal; se pierde el pudor
por despersonalización o porque se debilita el sentido de ser persona. Es lo
que ocurre en nuestra época, que es bastante crítica. En ella se ve una
disgregación de la unidad biográfica y una segmentación de la acción. Por
eso el hombre a veces no percibe su carácter personal, y ello va
acompañado de un debilitamiento del sentido del pudor.
El carácter personal del hombre explica el pudor; los animales no son
pudorosos ni impúdicos; los animales no son personas, se comportan de
manera instintiva. El ser humano, en cambio, es personal y en él aparece el
pudor o la vergüenza. Así se puede comprender cómo la desvergüenza
obedece a una pérdida de la intimidad.
1. El sentimiento del pudor.
“Vamos a describir la dimensión sentimental del pudor y la sensación que se
experimenta cuando el pudor es atacado.”
A medida que uno se va haciendo mayor, la verdad es que siente menos la
vergüenza, o la siente en relación con unos pocos asuntos. En cambio, en la
adolescencia aparece con intensidad. Por ejemplo, ante la propia torpeza de
movimientos, lo que aumenta la misma torpeza, el adolescente se encuentra
en una fase de crecimiento rápido de funciones distintas, y ello le
desconcierta. Es la edad de los doce a los quince años -la llamada "edad del
pavo"-. El adolescente se da cuenta de su "yo", y al mismo tiempo se siente
"mirado", expuesto porque no sabe manejarse bien, por eso los
adolescentes esconden las manos en los bolsillos, no saben qué hacer con
ellas y, cuando son el centro de la atención, se ruborizan; la vergüenza tiene
esa manifestación psico-fisiológica.
Aristóteles dice que la vergüenza es el sentimiento que en el hombre se
produce cuando cae en la cuenta de que con su razón no controla su
expresión corpórea, sus movimientos, sus actividades. Entonces el hombre
se siente inhábil, culpable, o incapaz y ese sentimiento de comportarse ante
los demás con ausencia del control racional es negativo porque obrar de ese
modo le deja a uno en mal lugar.
La vergüenza es el sentimiento, en que se refleja la verificación de que uno
no se ha sabido controlar racionalmente. Por eso la vergüenza se puede dar
al dejarse llevar por un impulso, por ejemplo la ira. El que se ha airado,
cuando después se da cuenta, siente vergüenza, pues se ha mostrado poco
racional: ha dejado que la ira se despliegue de una manera animal, instintiva,
no ha sabido controlarla, imponer sobre ella la razón. También la borrachera
es motivo de vergüenza, porque el borracho pierde la razón.
A veces la vergüenza está relacionada con el afán de éxito, o con la
conciencia del propio valor. Por eso, aunque ya dije que con la edad la
vergüenza parece disminuir, sin embargo hay viejos que se avergüenzan de
serlo. El vanidoso tiene temor a fracasar, a fallar, a hacer el ridículo, a que no
le hagan caso o no le aprecien. Algunas ceremonias sociales tienen que ver
con el prestigio. Por ejemplo, lo que antes se llamaba "el vestirse de largo",
la "presentación en sociedad". En general, son los ritos iniciativos, tan
frecuentes en todas las antiguas culturas, cuyo sentido es bastante claro:
garantizan que la persona es aceptada por los miembros maduros, por los
más activos.
La vergüenza tiene que ver con el peligro de no ser aceptado. Por lo tanto, la
vergüenza se refiere a los demás. Su carácter social es patente. En esta línea
puede desembocar en lo contrario del pudor. Decíamos que el vanidoso,
cuando fracasa siente vergüenza, pero el motivo de la vanidad es superficial
y por lo tanto está expuesto, precisamente, al fracaso a que no lo tomen
serio. El vanidoso pretende que se le aprecie pero en su pretensión hay un
factor irracional: al enfatizar un disvalor se suele provocar una reacción
contraria, Por ejemplo la burla. Las jovencitas muchas veces son vanidosas, a
veces más que los jovencitos. Basta observar con qué cuidado se arreglan y
cuánto tiempo dedican a ello.
Mejor sería que la vanidad femenina disminuyera un poco. No es necesario
que exageren, que estén tan pendientes de sí mismas. Un feminismo
coherente tendría que señalar este punto: conviene hacerse más racional.
La vanidad es señal de desarreglo espiritual. Por eso, a través de la vanidad
se puede llegar a la procacidad. La procacidad es la gana de valer cuando ese
deseo se hace irracional. Es entonces el momento de la impudicia, es decir,
en la magnificación de algún rasgo humano aislado que se considera
atractivo.
La incontinencia varonil se plasma históricamente en la figura de Don Juan.
Dejando aparte otros matices, el Tenorio es el consumidor que se aburre y
procura renovar el objeto de su deseo insaciado, sin advertir la crueldad que
su inconstancia implica. La superficialidad sin freno comporta la extensión de
la cosificación que afecta al mismo que con su mariposear la implanta. En el
joven consumista de la sociedad occidental, los rasgos reaparecen; por
ejemplo, en el que coloca su arrogancia en el uso de la motocicleta: hay
gente que se cree " Superman" sentado en dicho artefacto. En España esto
se describe con una frase mordaz: "es un idiota montado encima de un
ruido".
Vergüenza-Vanidad: existe relación entre las dos. La vanidad es una forma de
falta de libertad, disculpable siempre que no se desborde hasta la total
incontinencia, porque en ese caso al tratar de llamar la atención a costa de
lo que sea, se cae en el exhibicionismo. De esta manera se consuma la
pérdida de la racionalidad: todo el ser humano está como alienado,
proyectado en aquello que se exhibe, y se transforma en un mero objeto
para reclamar la atención. El éxito de esta peculiar cosificación del hombre
es degradante por contagio: estropea las relaciones humanas, porque los
que se sienten atraídos por el exhibicionismo se cosifican también.
La sociedad de consumo acude con desmesura al anuncio. Es el régimen de
la publicidad. Todo se publica porque todo se vende, es decir, porque todo se
entiende desde la idea del tráfico, de lo intercambiable. Así se desencadena
la exhibición de excelencias aparentes, reforzadas por asociaciones fáciles
que sugieren otras satisfacciones. Se crea así un clima de exhibicionismo
excitante, perverso por lo mismo que es falso. Este tipo de promesas se
utilizan publicitariamente, provocando una mezcla de roles sociales
sumamente desconcertantes, de perfiles desdibujados. La publicidad acude
con bastante frecuencia a lo procaz porque está concentrada en reclamar la
atención.
Si no se le hace caso a la vanidad humana, el sujeto pretencioso se
desploma. Piensen ustedes en la señorita que va a un baile. Está sentada en
una silla y nadie la saca a bailar. Verdaderamente es una situación desairada,
frustración de una pretensión legítima. Sin embargo, puede llegar un
momento en que llamar la atención se transforme en una necesidad sin
control y se emplee cualquier medio para lograrlo. Pero entonces lo más fácil
es apelar a los malos instintos de la gente. Con esto la vanidad abre paso al
escándalo público. Así de claro. Escandaliza provocando, por ejemplo, un
deseo carnal, simplemente fisiológico. Al intentar forzar resultados pueden
inventarse utopías, mundos imaginarios, como suelen ser los inacabables
episodios de las telenovelas, hoy en moda. Las telenovelas son intrigas
tontas que no tienen nada que ver con la realidad, un mundo fantástico en
que los acontecimientos de la vida aparecen idealizados en ambientes y
personajes estúpidamente brillantes.
Más o menos esto es lo que se puede sacar de lo que dice Aristóteles acerca
de la vergüenza y de la vanidad. El diagnóstico es que lo vergonzoso es no
comportarse de acuerdo con la razón, aquellas situaciones que la razón no
puede controlar. Aunque muchas veces, naturalmente, es disculpable. Por
ejemplo, cuando le da a uno un ataque de risa, y no es del caso reírse. Reír
es una manifestación de alegría. Pero es tonto reírse sin motivo.
2. El pudor y la intimidad
Ahora podemos tratar el otro aspecto del pudor: el pudor como salvaguarda
de la intimidad.
Hemos descrito el proceso por el que desde la vanidad se llega a ser procaz.
La persona demasiado pendiente de la aprobación pública desconfía de su
propia intimidad. El que vive exclusivamente desde el prestigio social
llamando la atención y solo se siente alguien en sus roles desconfía de sí, es
decir, no sabe lo que es la intimidad.
Por lo tanto, el pudor señala un punto delicado: perderlo indica que algo
nuestro se escapa del control racional, como dice Aristóteles, o bien del
otorgamiento personal. El que está dispuesto precisamente a ofrecerse a
cualquier evento, a exponerse ante cualquiera; el que no discrimina su
expresividad o -dicho de otra manera- quien no discrimina ante quien está
dispuesto a ponerse él mismo de manifiesto, a ése le falta centro personal.
Se dispersa.
En este sentido el incontinente transforma su propio ser en un escaparate.
Es como si dijera: "aquí estoy para cualquier éxito. Me alquilo" por eso es
justo decir que está arrojado a una existencia cosificada. La cosificación, por
cierto afecta más a la mujer que al varón; el varón muchas veces cosifica por
motivos funcionales y por ser ése su modo de manejar la realidad.
Ser tratada como una cosa, para una mujer, es una contradicción profunda...
Por eso el exhibicionismo, que es tan contrario al ser personal, contradice en
directo al ser femenino. Con todo el pudor es tan femenino como masculino.
Sus manifestaciones son quizá diferentes, pero en el fondo dependen de la
misma exigencia, de la misma característica última del ser humano y es que
el ser humano es persona y, como tal una intimidad, no un ser desintegrado
que vive arrojado a la superficie y dispersado en una polifacética colección
de brillos.
Lo brillante es la destrucción de lo bello. La belleza tiene que ver con la
madurez humana. Un ser humano es maduro si está integrado, es decir, si
sabe armonizar sus distintas acciones, sus distintos aspectos o capacidades,
por lo que no se proyecta de una manera desmesurada en una sola
dirección. No se hipertrofia ni se desencaja.
En el ser humano maduro su expresividad, sus manifestaciones, son más
intensas que en un individuo inmaduro, precisamente porque proceden de
una intimidad integrada, de mayor riqueza. Aunque se hable de una
pluralidad de aspectos, cada aspecto está acompañado de los otros, y no se
manifiesta descomunicado de los demás, no sale a la luz descoyuntado o
aislado. De otra manera el ser humano se cosifica, se identifica con una
parte suya. El ser humano maduro sabe que cada dimensión de su ser para
ser suya se ha de integrar con las demás, -si no, en rigor no es suya, no es
humana-. Por ejemplo, la mujer que se identifica con su atractivo sexual, no
se considera persona, no está integrada, se ha transformado en un sexo
ambulante. Efectivamente actúa como si estuviera pregonando: "yo no soy
más que sexo". Es claro que está completamente equivocada; es una
persona y, por lo tanto, el sexo le pertenece, si se une al amor, a la fidelidad,
a la generación. Lo mismo le pasaría a un filósofo que dijera: "yo soy una
cabeza, nada más que gran cabeza pensante". Si confundiera su dialéctica
con su vida entera, sería un maniático. La cosificación del filósofo es una
ridícula hinchazón.
Permítanme insistir un poco en estas cosas que, por otra parte, son tan
obvias... El paso, el pisar de una mujer, como se dice en España, es un pisar
con garbo.
¿Cuándo anda una mujer con garbo? Cuando anda centrándose en sí misma.
No son características de la mujer las zancadas; andar a zancadas es
masculino. Tampoco la que mueve mucho las caderas sabe andar como
mujer. Se trata de un paso más delicado; hay madrileñas -y parisinas- que
saben pisar. La cabeza sube y baja cuando se camina a zancadas. La mujer
que sabe andar no anda así. La mujer que sabe andar lleva siempre la cabeza
a la misma altura, porque está moviendo las piernas de una manera
centrada; tampoco se balancea como si fuera un barco. Ese andar recogido
es un andar pudoroso. Una mujer pudorosa es natural, pues lo natural en el
ser humano es el pudor. Cuando se hace vanidosa, entra a depender de
otras cosas, se descoyunta, se hace maniática. Un sexo ambulante no existe,
o sólo existe anulándose como persona. La persona es un ser que se
manifiesta, que se expresa, pero no se exhibe.
4. Impudor y desesperanza.
Pero debajo de la vergüenza quizá haya otro sentimiento más profundo. Esto
permite nuevas averiguaciones o caracterizaciones de la pérdida del pudor.
Por lo pronto lo vergonzoso es lo que está al margen del control racional. En
este sentido el vanidoso es un idiota, pero detrás está la intimidad personal.
Para la mente lo vergonzoso va acompañado de un sentimiento más grave.
Un autor danés del siglo pasado, Kierkegaard, fue un experto observador de
los sentimientos del hombre en crisis. Al acudir a Kierkegaard se encuentran
sentimientos realmente negativos. Kierkegaard dice que en las
personalidades desintegradas, en el hombre cosificado y superficial hay un
fondo al que él llama desesperación. Kierkegaard entiende por
desesperación justamente aquella situación sentimental en que un hombre
se encuentra cuando cree que no puede ser una persona.
El gran objetivo del hombre es madurar, integrarse; porque es persona tiene,
digamos, un núcleo capaz de integrar, que ordena y organiza todas las
manifestaciones del ser humano, sus tendencias, sus instintos tanto del
punto de vista psíquico como corporal. Todas las manifestaciones del
hombre están unificadas por la persona.
El que desespera es el que desespera de ser persona, el que no cree que
puede serlo; el que lo ve como una cosa quimérica; y eso es la raíz, por otra
parte, de que el sentimiento de desesperación está la base de las
apreciaciones negativas del pudor; "que no es más que una convención",
dicen, algo que se puede suprimir o no, un tabú o una cosa así; lo mejor es
terminar con los tabús. Pero quien sostiene eso, en el fondo está
desesperado. Ha perdido de vista, ha renunciado a ser persona.
En este punto, el análisis de Kierkegaard es extraordinariamente efectivo.
Ese análisis está resumido en un capítulo de un libro que publicó la
Universidad de Piura, titulado "Hegel y el Post-Hegelianismo". ([1])
Hay una alternativa decisiva: o uno es persona y puede madurar como tal o
uno desespera de ser persona; cree que no lo puede ser, o que no puede
madurar, que es constitutivamente inmaduro. Aristóteles también habla de
un incontinente que lo es constitutivamente.